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Largo aliento
Milena García
Septiembre de 2021
Llegué tarde al arte, casi a los 30 años. Me dejé arrastrar por lo que ingenuamente interpreté como el inicio de un camino de gratificaciones. No me detuve a pensar en las implicaciones económicas. Vivo y trabajo en Nicaragua, el segundo país más pobre de América, en donde el mercado del arte es casi inexistente: tal vez siete galerías (casi todas dedicadas a vender pinturas a bancos y a desarrollos inmobiliarios) y solo un museo-colección con algunas piezas de arte contemporáneo. Pero artistas siempre han sido muchos y poetas ya no digamos. Sociedad premoderna, Estado totalitario. Aun puedo vivir y trabajar aquí porque no solo me dedico al arte, y porque eso me permite tener un ingreso que está por encima de la media. Desde esta posición de privilegio es que puedo seguir siendo artista y usar el arte para estudiar e intentar comprender la violencia. Pero titubeo. Reconocerme y asumirme como artista es casi tan complicado como mi relación con el país en estos días: miles se van huyendo de la ruina y yo pospongo mis planes de huida, como si quisiera verla de cerca.
artIstas Y eLectrIcIstas
Alcancé la mayoría de edad en los años 90, después de la guerra civil y la derrota de una revolución que institucionalizó la poesía. Los libros de poesía, impresos en papel periódico por la editorial estatal revolucionaria, aún se vendían muy baratos en los mercados y paradas de buses. Mi padre amaba la poesía y guardó los libros de la Editorial Nueva Nicaragua. Sobrecogida por el archivo y la propaganda (La sonrisa del Jaguar del Salman Rushdie fue determinante) llené cuadernos de poesía desde los 17 hasta los 25 años. Hice mis primeras obras con esos poemas. Con una cámara pequeña grabé casa, cama, cuarto, agua, árbol, cielo, carretera, como buscando páginas nuevas para escribir. Con estos primeros videos (videopoemas decía yo) me presenté a una bienal nacional y para mi sorpresa (este fue como mi cuento de hadas), no solo me aceptaron sino que me dieron un premio.
Emocionada por la validación (la colección de arte contemporáneo del país estaba adquiriendo mis videos) pensé que si había hecho algo lo suficientemente bueno como para ganar ese premio, a lo mejor también podría ganarme la vida con el arte. Después de todo, ya lo había experimentado con mi primera carrera, el periodismo: escribiendo y haciendo entrevistas había logrado ser autosuficiente y hasta cotizar en la seguridad social.
Opté entonces por repetir el ciclo: estudiar, trabajar hasta tener obras buenas, aplicar a exhibiciones y buscar validación y remuneración. Logré entrar a una escuela en la que habían estudiado artistas importantes. De nuevo, que me hubieran aceptado y becado me hizo creer que podría vivir del arte. Pero desde los primeros meses me di cuenta que el asunto era más complicado. Mi profesor de historia del cine, un artista brillante, además de dar clases y crear sus proyectos, era técnico de video en un hospital. Me impactó escuchar a mi tutora, cuyo nombre aparece en los libros de historia del cine experimental de Estados Unidos, darnos la siguiente sugerencia antes de graduarnos: estudien una carrera técnica, como Electricidad Residencial, con esto podrán tener buenos ingresos y lo más importante, tiempo y paz mental para trabajar en sus proyectos.
Como ya tenía una profesión previa y un trayecto andado, opté por retomarla y especializarme en comunicación y desarrollo. Gracias a esto he podido sostenerme. Con lo que gano en esta profesión también produzco mi obra y de vez en cuando subsidio a entidades del mundo del arte que han institucionalizado la odiosa práctica de no pagar a las y los artistas por exhibir.
InFantILIZacIÓn Y POBreZa
En 24 años de vida laboral he trabajado en varios mercados o industrias: periodismo, educación superior, publicidad, cooperación al desarrollo y arte. El más precario y el más injusto ha sido sin duda el arte. Es en el único sector que he conocido en el que día trabajado no es igual a día pagado y en el que un producto presentado o exhibido no siempre es igual a producto pagado.
Sigo con las anécdotas. Me seleccionaron para exhibir en una bienal regional. Los organizadores pagaron pasaje aéreo, habitación compartida en un hotel, y viáticos para almorzar y cenar. Estuve pendiente del montaje de mi obra, fui a las inauguraciones, conferencias, me tomé fotos con colegas y fui feliz, como una colegiala a la que llevan de excursión por haber entrado en el cuadro de honor. El único problema es que yo era una mujer de 37 años, que salió de su casa a trabajar a otro país, que estuvo fuera por más de una semana y regresó sin haber ganado un centavo. Estoy segura que los organizadores, curadores, las personas que trabajaron en el montaje sí recibieron honorarios y pudieron llevar dinero a sus casas. Dos cosas deduje de esta práctica:
1. Piensan que somos (o quieren que seamos) niñas y niños para siempre; el único pago que necesitamos es la reafirmación de nuestro talento, que sintamos que nos quieren y que somos importantes.
2. Piensan que estamos acostumbrados a no ganar dinero y se montan sobre esta costumbre para que los réditos que reciben los demás actores del mercado siempre se mantengan lo más altos posibles.
En 16 años como artista he vendido un dibujo, dos videos y una video instalación y solo en dos ocasiones he recibido pago o tarifa de exhibición. El arte ha tenido que ser entonces una carrera paralela o parásita.
A veces es extenuante. Primero porque hay que cumplir con jornadas laborales completas y en los días de descanso seguir trabajando. Segundo porque tener dos carreras genera dilemas y preocupaciones existenciales: culpa por no tener la misma convicción y entrega de colegas que sí dedican al arte en cuerpo y alma, a pesar de las privaciones; inseguridad, si la obra no es lo suficientemente bueno a lo mejor es porque no le dedico el cien por ciento de mi tiempo. Podría decir que el problema es el país, que el mercado en Nicaragua es muy pequeño y limitado. Pero conozco excelentes artistas en Nueva York y San Francisco que se vieron obligados a buscar otras ocupaciones para sobrevivir. También podría decir que no soy buena para construir relaciones, o que no tengo talento para escribir aplicaciones y ganar comisiones. Pero aceptar esto implicaría validar que no todo trabajo merece ser remunerado, y que aunque todo el mundo trabaje, solo un grupo iluminado, las estrellas, tienen derecho a compensación.
DesPuÉs De La JuBILacIÓn
Otra anécdota. Una curadora llegó a mi casa para conocerme y ver mi obra. En ese entonces alquilaba un apartamento en una quinta grande, una especie de condominio campestre. Mi casa era la más pequeña del complejo. Cuando le comenté sobre la renta y el tiempo que llevaba ahí se sorprendió. Había asumido que la propiedad era de mis padres o de mi familia y que me habían cedido el apartamento para trabajar y vivir. Efectivamente, esa es una alternativa de vida y subsistencia para las y los artistas. Son comunes los ejemplos de artistas que a falta de un mercado justo y equitativo, deben recibir apoyos de sus padres, cónyuges, hermanos, hijos. En una época yo también valoré la posibilidad de adoptar este esquema de vida, pero fueron precisamente dos colegas con más experiencia quienes me alertaron sobre el altísimo costo que se paga al seguir ese camino.
Otra posibilidad es conseguir un puesto de trabajo o un subsidio permanente del Estado. Esto puede implicar sin embargo, tener que devolver el favor con militancia partidaria y verse en la obligación de producir propaganda. En el 2018, en medio de una ola de protestas anti-gobierno en Nicaragua, fue publicada una carta en la que decenas de artistas apoyaron al Presidente, desligandose del estallido. Entre los firmantes estaban artistas trabajadores de la escuela nacional de artes, de universidades estatales y de la orquesta nacional.
A veces es inevitable asirse a referentes. En los primeros años de mi práctica tuve a Chantal Akerman, Carolee Schneeman y Ana Mendieta. Pero con el paso del tiempo, transité hacia Louise Bourgeois. La necesito, porque la veo luminosa y poderosa en su vejez. A diferencia de mi otra profesión, en la que tengo fecha de retiro, el arte es para mi una carrera de largo aliento. Veo con entusiasmo la vejez y la jubilación, por la posibilidad de ser artista todo el tiempo y dejar de compartimentar. Dedicarme solo al arte hubiera sido para mi como tirar una moneda al aire. No quise hacerlo. Comencé entonces a levantar una columna, para tener algo de que sostenerme. Aún está frágil pero me agarró con fuerza. Lo más pragmático sería seguir con mi otra vida, no invertir un día más en algo que no me genera dinero. Pero la verdad es que necesito el arte para mantenerme crítica y lúcida. Al inicio dije que buscaba gratificaciones y las he obtenido. Lo más gratificante ha sido el diálogo con colegas y la formación entre pares. En todas las etapas, siempre he conocido a alguien con más camino recorrido, con la disposición de enseñarme. Cierro citando a Gombrich: “No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas”.