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La poética de El Gesto Noble

Así empezó este esperado ritual anual, algunos tardaron tanto en venir que tuvieron que volver al día siguiente. Habrá que decirlo, los primeros actores y el primer drama presentado en el Festival lo protagonizaron quienes menos lo esperaban, aquellos que se preparaban y se esforzaron con abnegación a garantizar su futura participación como espectadores.

Quiero nombrar este episodio de la apertura del festival, en primer lugar, no solo para agradecer la cómplice aceptación del público con la que ha contado el Festival Internacional El Gesto Noble, sino también, para celebrar a su vez, el vínculo que se expresa con este acontecimiento de una comunidad con el teatro.

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Este suceso, pequeño tributo que nos llena de confianza, y que exige y compromete la futura gestión del festival, refleja no solo la devoción que tiene una comunidad con la cultura, sino que afirma el teatro como espontaneidad palpitante y viviente de un territorio. Nueve escenarios no fueron suficientes para convocar esta especial reunión.

Es de celebrar como el teatro se ha consolidado en el tiempo como espacio vital para la vida social carmelitana y reconocer igualmente como El Gesto Noble a través de los años, se fortalece en su inconmensurable diversidad interna, como una ráfaga viva que se expande en el tiempo y se consolida como un escenario reconocido que ya se expresa dentro del mapa de las tendencias de teatro en el mundo.

Celebramos esa visión que en el tiempo se ha logrado promover del festival, en el que su poética no radica como un producto, como una sucesión de obras, sino como una manera de vivir, un modo de ser en El Carmen de Viboral, en la que el teatro se asume en principio como espacio de reunión, de encuentro comunitario, en el que los espectadores asumen el rol de ciudadano activo en el transcurso de una realización escénica.

El Gesto Noble como un intervalo de lo cotidiano que se abre a los vastos territorios de la mente de una región, un escenario en El Carmen de Viboral, casi religioso, que construye sus propios lugares e imágenes, y en el que permite a sus ciudadanos ser partícipes de la construcción de una nueva realidad y la subjetivación de su propio mundo.

Quisiera en esta ocasión, recordar esta imagen, celebrar y conmemorar este festival como un lugar, como un ejercicio social de encuentro para la celebración, como una fiesta que nadie se quiere perder. Un escenario que incluso, más allá de querer centrarse a ser concebido solo como una manifestación propiamente artística, se ratifica en el tiempo como un espacio, un acontecimiento, un lugar para la contemplación. Eso es lo que afirma este festival, lo que ratifica su poética, lo que garantiza su sostenibilidad, el protagonismo de sus espectadores.

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