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El sol está picante, El viento sopla con furia! El Gesto Noble en la vereda Viboral

Por: juAn josé ossA zuluAGA

son las nueve de la mañana y los artistas de La Oficina Central de los Sueños cargan cajas con vestuario, lonas, paneles de madera y demás elementos que serán necesarios para presentar “La ciudad de los Cómicos”. Mientras tanto, Patricio Estrella, de la compañía Espada de Madera, encargado de presentar “Tío Caracho”, camina de un lado a otro, con un café en la mano; saluda a varios conocidos y habla animadamente. Media hora después todo está listo para partir. El conductor inicia su marcha, serpentea por una carretera estrecha, esquiva con destreza motos y carros parqueados a las orillas, por momentos se detiene y reanuda su marcha.

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Llegamos. La escuela Coronel José Domingo Gallo de la vereda Viboral es un lugar colorido. Al entrar, lo primero que nos encontramos es una golosa o rayuela pintada en el piso; las paredes tienen murales y dibujos hechos por los estudiantes. Hay un corredor por el que se ingresa a los salones y una cancha al frente con una vista privilegiada. Allí se ve El Carmen y parte del Valle de San Nicolás. A lo lejos, un avión desciende sobre los árboles.

Junto a la escuela, varias personas de la comunidad tienen montada una olla con sancocho que se cuece en leña; ellos están “desde las ocho dándole” para preparar el almuerzo de los artistas.

Ya son las diez y cuarto y la euforia de los niños y niñas se siente. Unos juegan fútbol con un balón de básquetbol desinflado, otros corren y ríen. Junto a unas niñas hay una cachorrita que, al ver a los visitantes, corre y saluda brincando y moviendo la cola. Del bus salen cajas, maletas e instrumentos musicales que son puestos en el corredor. “Ya está todo listo, solo falta que llegue la camioneta con el toldo y Patricio. Ellos ya salieron”, dice uno de los encargados. “La idea es que dejemos todo listo para las funciones antes de pasar a almorzar”.

El tiempo corre y Patricio no aparece. Es casi mediodía cuando se asoma en una curva la camioneta que sube por el enrielado del centro educativo. El motor ruge por el esfuerzo y la marcha es lenta para no perder en un bache ninguna de las piezas del toldo que van amarradas en el capacete con cuerdas. Una vez llegan, las personas se disponen a descargar y armar la carpa. Mientras tanto, Patricio cuenta: “Delante de nosotros venía un auto viejo, que sólo tenía tres marchas, lento, más lento y quieto. En un momento paró y no prendió más, quedó atravesado en la carretera. ¡Casi no pasamos!”

El sol está picante y el viento sopla con furia, todos trabajan para armar la carpa lo más pronto posible, unos encajan las varillas del techo como uniendo un lego gigante, otros extienden y aseguran la lona sobre la estructura de metal. En estos momentos, las piedras del camino y un rollo de alambre que empacaron los encargados del sonido son los mejores aliados para asegurar el escenario y evitar que el viento cada vez más furioso, convierta el toldo en una cometa enorme.

12:40 pm. La perrita de las diez y cuarto, con una destreza admirable abrió un bolso, sacó una hamburguesa envuelta en papel aluminio y salió corriendo. Acaba de dejar sin almuerzo a un vegetariano.

Se aproxima la hora de la función, todo está preparado. La escuela comienza a llenarse de personas de todas las edades. Los artistas se preparan en un salón convertido en camerino.

A las dos en punto comienza La ciudad de los cómicos, suenan los tambores, el acordeón, la flauta y los gritos entusiasmados de los asistentes. “Me gustó mucho la historia de los payasitos”, dice emocionada la niña María Cristina Patiño, quien vino con su mamá Cristina Narváez. Es la primera vez que ambas ven teatro.

El show continúa y El tío Caracho da un espectáculo de títeres que salen de su canasto mágico, mientras el público canta “acho, acho, tío Caracho” él cuenta historias fantásticas. “¿Quieren que les cuente una historia sobre dos pajaritos blancos?” “Sí, cuéntenos una historia de ´murciégalos´ (SIC)”, dice un niño. El público estalla en carcajadas.

Son las cuatro de la tarde y las funciones han terminado en aplausos y agradecimientos mutuos entre la comunidad y los artistas. Poco a poco, la escuela se queda sola. Es hora de regresar a casa.

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