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Mis nietos tienen una abuela payasa
Entrevista A Lily Curcio
Por: AlejAnDro ArCilA jiménez
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desde 1994. Es un espectáculo muy fuerte, que pasa por alegrías, tristezas, lágrimas y la historia mía como actriz, mamá y mujer. Algo de lo que es muy importante hablar.
A: Con las marionetas está el reto de tomar a un ser inanimado y hacer que el público crea que eso puede tener vida.
La obra Pedazos de mí del grupo Seres de Luz (Brasil) es un desmontaje que viaja entre el arte del Clown y las marionetas para presentar una autobiografía de Lily Curcio. Conversamos con ella sobre el tejido de su obra.
Alejandro: La obra es bastante autobiográfica.
Lily: Más que obra es un desmontaje de todas las obras con Seres de Luz
L: Es verdad, en mi trabajo desarrollé una técnica: trato de mantenerme vacía, como un canal, para que la vida aparezca en el títere, que tenga presencia como tiene el actor. El material en mis manos tiene infinitas posibilidades y no tiene sentido limitarlas, hay que escucharlo y ver qué es lo que puede hacer.
A: Hay títeres y otros personajes que haces a través del clown. Pienso que la relación entre esas dos técnicas es la risa.
L: Mi trabajo es investigar los dos universos. Yo creo que el clown no solo despierta la risa. Soy antropóloga y toda mi vida me sedujo el chamanismo –el chamán es un payaso sagrado–, me ha interesado mucho ver cómo vamos navegando por el ritual de la risa. Una verdadera payasa no solo hace reír, sino que permite atravesar otros sentimientos. De una carcajada podemos pasar a un lagrimón. El payaso tiene la particularidad de tocar el corazón del público. Digo “Entren en mi mundo”, doy un viaje con ellos y trato de devolverlos con algo mudado en el corazón, la cabeza, el estómago, eso es importante. Darles un viaje iniciático, un estado alterado de consciencia.
A: El payaso tiene eso de especial, una capacidad de interacción con el público soberbia.
L: El placer del juego, el divertirse, el entregarse. Yo siempre digo que en el momento de alegría uno no piensa en nada, solamente está jugando, riéndose. Son estados meditativos.
A: Pones en escena tu propia vida. Me dices que el payaso transforma psíquicamente al público, pero imagino que también estás tú transformándote.
L: Hay un acto de generosidad, uno se desnuda frente al público, casi diciéndoles: “mírenme, aquí estoy. Ámenme tal como soy”. La clownería trabaja con la verdad, por eso es tan impactante cuando vemos a una payasa o payaso dando todo. Yo creo que los mejores payasos son los más viejitos. Ahí tengo una ventaja.
A: ¿Será que el payaso viejo ha conquistado su yo niño?
L: Yo creo que sí. Leo Bassi dice que el payaso perdió tanta cosa, que perdió hasta su dignidad y eso da libertad.
A: Hablando de payasos viejitos, están los Colombaioni con los que trabajaste en Italia.
L: Comencé trabajando con Nani Colombaioni, fue un viejito que amé como si fuera mi abuelo. Él dirigió mi primer solo, El acróbata, fuimos amigos hasta que murió. Trabajé con su hijo, Leris Colombaioni, que tiene un circo en Roma, estuve una temporada de dos meses haciendo un espectáculo distinto cada día, tiene un repertorio gigante, en dos meses no se repite. De él aprendí mucho. Parte de la obra es mi relación con ellos.
A: Me hablaste de que eres madre.
L: Tengo dos hijos y cuatro nietos. Ese tema es central en Pedazos de mí. Siempre digo: mis nietos tienen una abuela payasa y me parece increíble.
A: Creo que todos los niños tienen la capacidad de convertir a los abuelos en payasos.
L: Totalmente, nos ponen a hacer cosas que no podemos imaginarnos.