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La luz de la comprensión

Por: juAn mAnuel VÁsQuez ViVAs

Alrededor de las seis de la tarde los transeúntes empezaron a agolparse en torno a las escalinatas del parque central. Cada uno buscaba un asiento y poco a poco, a medida que el día terminaba, los cuerpos de los caminantes se apiñaban los unos contra los otros para convertirse en espectadores. En esta nota el nombre de uno de ellos adoptará la máscara de Ezequiel. Un pequeño que asistiría esa noche a tres funciones: Deprontosaurios, una pieza de teatro corporal de X2 Teatro, un grupo manizalita dirigido por Giovany Largo León; Las hijas de Colombia, a cargo de Diana María Fuentes Jaramillo del grupo Pájara Trueno; y un espectáculo sorpresa de clown que cerró la noche.

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Mientras se preparaba la escenografía, Ezequiel miraba hacia todos lados. Sabríamos luego que había vivido a sus doce años tantas versiones del festival que ya esperaba que alguno de los actores estuviera infiltrado en la muchedumbre. Tal vez quería prevenir la sorpresa, sonreír y decir: “yo ya lo había visto, era ese hombre alto que tenía cara de estatua”. Pero este no fue el caso. Lo que en realidad buscaba Ezequiel era alguien con quien conversar, porque, como lo dice Lucrecia Martel sobre el cine, aquel no ocurre en la sala, sino en la conversación que tiene lugar tras visitarla. Acaso sucede también cuando Ezequiel arquea las cejas y se encoge de hombros y nos musita: “¡no he entendido nada!”.

En cada versión del Gesto Noble, desde que tiene memoria, Ezequiel encuentra una excusa para hacerse hueco entre el público y no perderse contemplación de un pensamiento ajeno, sino juego”. En ese sentido, durante nuestras 2 horas de conversación, Rolando refirió el humor como herramienta principal de su trabajo, combinando el juego y la interacción con el público para llevar a cabo una buena obra de teatro. ninguna de las actuaciones. La noche de ese lunes el único pretexto que encontró -de seguro, el único que le era necesario- fue el teatro mismo. Sin que nadie lo supiera se escabulló desde su casa hasta el parque hasta que nos cruzamos con él. Fue justamente por semejante trayectoria que nos asolaba una misma pregunta: ¿Cómo es posible que no haya entendido nada?

El titiritero es una especie de Dios, en el títere se refleja una sombra ¿cómo es esa relación dentro de su trayectoria?

“Muy bonito, creo que cada titiritero lo vive diferente y hay mucha gente que reflexiona sobre esto, pero en pocas palabras es jugar a dar vida; es dar vida a otro objeto, con la actuación te transformas o prestas tu cuerpo, pero en los títeres literalmente animas, haces vivir a la materia, entonces pues sí, es jugar a ser Dios. Para jugar se necesita un espíritu libre y ser un poco niños, es decir, un artista se mueve entre esos niveles de lo técnico y el juego, porque el juego es la experimentación y lo técnico es lo que te permite un marco rígido para no divagar”.

Finalmente, logramos responderle dubitativos con algunos comentarios sobre las máscaras, las luces, las enormes esferas de fibra que han poblado el escenario o un par de acciones que ha interpretado hasta ese momento la familia de “Deprontosaurios”.

Lo conocemos hace apenas unos minutos y, sin embargo, nos sentimos consternados por esta incomprensión inicial que nos hermana. El que él nohubiera-entendido-nada haría pensar a cualquiera que no hubiera estado allí que Ezequiel pensaba que su visita no había valido la pena, pero nada más lejos de la realidad. Su mirada se detenía extasiada en la vestimenta de esos personajes atemporales; sus oídos, en las melodías que recordaban los cantos khoomei de Mongolia; y cuando alguno de aquellos seres se acercaba lo suficiente, él alargaba sus dedos para buscar alguna palabra entre el alboroto de la seda y aunque no encontraba nada más que sus propias exclamaciones de asombro, ellas bastaban.

De ese no-entender-nada nacía nuestra fascinación por él y por la obra: todas las preguntas eran aun posibles. ¿Quiénes eran los deprontosaurios?, ¿de dónde venían?, ¿por qué luchaban? y ¿qué podría decir Ezequiel cuando regresara a casa? Cuando sus padres lo recibieran con una confusa mezcla de temor y alivio. Cuando le preguntaran en dónde había estado toda la noche y él les respondiera que en el parque viendo una obra de teatro. Porque, pese a nunca haber asistido a una función de sala, por nada en el mundo Ezequiel se podía perder una obra de teatro de calle. Era la luz de las candilejas el lugar al que pertenecía desde hacía tantos años. El sitio en el que, de pronto, cuando se escurrieron entre sus manos las fauces de una de aquellas alimañas, se dio vuelta, sonrió de nuevo y nos susurró para nuestro alivio: ¡Ah!… ¡Ya entendí!

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