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D. Antonio Pérez de Armas

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Créditos

Créditos

su llegada a la fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago de Compostela y nos aclara que todas estas actividades las ha podido realizar gracias a la complicidad de su marido, desde el principio, porque sabía que a ella le gustaba mucho salir y caminar. Nos dice: “mi marido cuando venía de trabajar me ayudaba a atender a los niños. Le ponía, incluso, los pañales”.

En la pandemia se sintió acompañada porque su hijo mayor vive con ella. Como no podía salir para hacer deporte en su casa ponía la esterilla para realizar los estiramientos durante una hora. Pero al tener un “terrenito”, se entretenía también cuidando lo cultivado y cosiendo.

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Para Consuelito, los jóvenes tienen otro tipo de vida. Nos dice: “nosotros íbamos a todos sitios caminando porque no tuvimos coche. La vida de antes era más tranquila y más sana, aunque no había nada para hacer deporte, solo se caminaba. Por eso, les aconsejo que hagan todos los deportes que puedan”. Hoy en día, además de la actividad física, algunas tardes se pone a coser. Nos confiesa con alegría: “me he sentido libre a pesar de las responsabilidades familiares”.

Antonio Pérez de Armas

(labrante)

Nació en La Goleta en junio de 1933. Conocido cariñosamente como Antonio “el pipote” pues es costumbre entre los labrantes (canteros) llamarse por un apodo (muchas veces heredado) que nunca es ofensivo. Con cuatro años perdió a su padre que fue desaparecido durante la represión franquista de 1937. Su madre tuvo que criar a cuatro hijos e hijas ella sola, aunque algunas de sus nueve hermanas le pudieron ayudar un poco. De su madre recuerda mucho una frase: “los santos no pelean porque son de palo”. Don Antonio sólo pudo asistir a la escuela durante unos tres meses (con la señorita Pita y con don Antonio Lantigua, de éste último guarda un grato recuerdo porque le daba un trozo de pan con aceitunas), cuando tenía seis años. Con siete años comenzó a trabajar para Hermelindo Artiles en la sorriba de unos terrenos en La Solana, cargando cestas de tierra. El jornal era de cinco pesetas al día, si bien este sueldo era relativamente bueno (“era el más que pagaba”), considera que su trabajo era casi como el de un esclavo. Luego cuando contaba nueve años fue a trabajar para otra propietaria, “la Furriela”, en las plataneras de las Vegas de Arucas, cortando hojas y limpiando las plataneras con las mujeres. El sueldo en esta ocasión era de tres pesetas al día, pero trabajaban muchas horas. Posteriormente trabajó para los Cabrera en los cultivos de tomateros y plataneras, cargando cestas de estiércol. Con diez u once años se dedicó a comerciar en lo que se llamó al “estraperlo”. En esa época iba a buscar papas a Valleseco, cargaba con un saco de 30 kilos y los llevaba caminando al Puerto para su venta. Una vez la Guardia Municipal (en 1947) lo paró con la mercancía, lo raparon al cero y le dieron una ducha, además de quitarle las papas. Por eso, muchas veces huían de la Guardia Civil para que no los atraparan.

Con doce años entró en la cantera en la que estaba maestro Ildefonso. Después, con unos 17 años, estuvo en la cantera de Domingo “el Polonia”. Posteriormente se fue a hablar con Pedro Díaz y le dio trabajo. En esa cantera hacía bancos de piedra, sacaba risco, entallaba, etc. En 1951 se fue a trabajar a Santa Cruz de Tenerife, en la construcción del edificio de transporte y correos y en la denominada casa del Pilar, donde permaneció casi un año. En esa época el sueldo era de 350 pesetas a la semana (“era un dineral y le mandaba una parte a mi madre”) y todos los días le escribía una carta a su novia. Un día regresó, cogió sus herramientas y ni corto ni perezoso se presentó en la cantera de Pedro Díaz y comenzó a trabajar sin decirle nada a nadie. Con 18 años tuvo un contrato con seguro, por lo que le dieron un carnet de labrante. Pedro Díaz abrió una cantera en la Cuesta de la Arena y Antonio estuvo de

encargado con cuatro o cinco aprendices. Allí llevaba las cuentas, hacía las medidas, rayaba (marcaba la piedra para el corte, labrado, hacía plantillas, etc.), las piezas, los huecos, etc. Con 21 años tuvo que cumplir con el servicio militar (en 1954), sirviendo en el cuerpo de artillería en el cuartel de La Isleta. Después del periodo de instrucción, como sabía leer y escribir daba clases a los soldados analfabetos. Posteriormente tuvo que ir a la batería de San Juan, donde fue asistente del capitán, José Batista Sosa. Allí propuso hacer varios elementos de cantería, como el símbolo de artillería, una fuente (la plantilla de la esta fuente la hizo con un “papel de almacén”), etc.

En 1956, con 23 años, se casó (con su novia de toda la vida, Malala, con la que tuvo un hijo y tres hijas) y estuvo en la cantera de Pedro Díaz hasta 1957. A mediados de ese año comenzó a trabajar con la piedra de molino, porque casi ningún labrante le gustaba trabajar con este tipo de piedra, para Juanito González en Las Meleguinas, donde trabajó duramente (“me tenía que mear las manos, pasé mucho trabajo, la piedra era muy dura”).

En 1958 intentó trabajar en las obras de la Iglesia de San Juan Bautista, pero no pudo dado que no había vacantes, por lo que solicitó trabajar en “Pienso Zeta” (en El Rincón). Allí trabajaba con cinco compañeros de Arucas, cosía sacos, cargaba... Todos los días iba caminando desde Santidad hasta Guanarteme. Luego se fue a “Interpienso” en 1960, allí trabajaba como encargado de ventas y organizó los almacenes de los productos. Además de trabajar en esta empresa se dedicaba al corte de picos de gallinas. En 1963 construyó su propia casa. En 1966 comenzó a trabajar como taxista, si bien compaginaba esta dedicación con el corte de picos de gallinas y también hacía trabajos de labrante. Nos comentó que podía cortar hasta 30.000 ó 40.000 picos (a pollitas) en un solo día. Muchas veces llevaba la máquina de cortar en el taxi, para aprovechar algunos servicios o viajes. En 1989 tuvo que dejar de trabajar por motivos de salud. Después de unos ocho años de superar una operación a corazón abierto, comenzó a hacer trabajos de cantería, como el “guanche” que representa a la Asociación de Vecinos Guanche.

Durante la etapa del confinamiento don Antonio se quedó en su casa, practicando deporte en la azotea (a sus 88 años), cuidando las plantas, limpiando sus herramientas de labrante, viendo la televisión, escuchando la radio (sobre todo Radio Nacional), etc. Nos decía que ni siquiera echa de menos las reuniones y comidas una vez en semana con sus amigos de toda la vida, porque es más importante la salud de los demás y la suya propia. Antes, según su criterio, se pasaba peor, había miseria, no había alimentos, se pasaba desconsuelo de no tener casi de nada, muchas veces uno iba descalzo, escaseaban los medicamentos, no había libertad, había mucha mortandad infantil, etc. Sin embargo, nos dice: “hoy día tenemos de todo, no nos falta de nada, tenemos la despensa llena, no pasa nada por llevar mascarilla, guardar la distancia social y respetar las normas, antes sí que era peor”. Con una proverbial memoria todavía recuerda los nombres y apellidos de todas las personas con las que trabajó y compartió momentos a lo largo de toda su vida. De hecho tiene cientos de cuadernos escritos donde relata todas sus vivencias. Nos quedamos con esta reflexión: “creo que no tengo a nadie que me tenga coraje. En la vida hay que tener criterio y hay gente en este mundo que no sabe estar y le pone falta a todo”.

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