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D. José Díaz Benítez

José Díaz Benítez

(comerciante).

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Conocido cariñosamente como Pepito “el árabe”, nació en Vegueta en 1939 y procedía de una familia muy humilde. No pudo asistir con asiduidad al colegio, siempre iba descalzo y aprendió solo a leer y escribir, así como a hacer cuentas. Recuerda de esa época que una señora que trabajaba en un fonda compartía con su familia un caldero de la comida que había sobrado, que estaba lleno de fideos, papas, garbanzos, judías, hasta palillos de dientes (“allí había de todo”), y como bien nos explicó “pero nos comíamos aquello con un apetito, cristiano”. Su padre y su madre estaban enfermos, y el único que trabajaba era él, le solía llevar a su madre unas 10 ó 15 pesetas cada semana, que en esa época era bastante para comprar gofio. Tal era la necesidad en esos tiempos de postguerra que su madre vendía el reparto (lo que le daban en la cartilla del racionamiento) y lo cambiaba por gofio. Sus regalos de reyes todos los años era la misma carretilla de madera.

La primera vez que vino a Arucas lo hizo en un camión que transportaba fruta, cuando contaba diez u once años de edad, para ponerse en la puerta de la plaza (antiguo Mercado Municipal) a vender, para un señor que se llamaba Santiago Nicolás, “Santiaguín”, ropa, zapatos, navajas sevillanas, piedras de mecheros, mecheros de martillo, algunos juguetes y hojillas de afeitar, hasta penicilina (del estraperlo, que le proporcionaba un empleado de una farmacia).

Pepito llegaba los viernes por la tarde y se quedaba hasta el domingo por el mediodía. Su único sustento era un bocadillo de tortilla, para poder comer algo se ponía a fregar en el bar de Marrero (que se ubicaba en la actual calle Servando Blanco) y le daban de cenar el viernes y el sábado por la noche. Dormía sobre el suelo y bajo la tabla de madera que usaba para la venta. Si bien algunas veces el sereno de madrugada lo llamaba y se lo llevaba a las dependencias de la Guardia Municipal, para que no durmiese en la calle, sobre todo cuando llovía o hacía frío. También la que era la abuela de su novia (hoy su esposa, Aurelia González Guerra, con la que ha tenido cuatro hijos), que se llamaba Aurelita, a las cuatro de la mañana cuando llegaba al Mercado Municipal a montar su puesto, le decía: “Pepillo, levante querío para que te tomes un buchito de café”. También la abuela de su novia le daba un plato de potaje con chayotas que se comía a la hora del almuerzo debajo de la tabla. Pepito solía tener una buena clientela porque además de la de Arucas, venía mucha gente del campo que llegaba a la parada de los coches de hora que se ubicaba en la actual Plaza de la Constitución. Si no tenía un artículo determinado, Pepito se lo buscaba y se lo traía a la semana siguiente. Los precios eran muy diversos, pero un par de zapatos podían venderse a dos o tres duros (10 ó 15 pesetas), unas alpargatas de goma a cinco pesetas. Así estuvo vendiendo en la puerta del Mercado Municipal hasta que cumplió 21 años y tuvo que acudir a realizar el servicio militar obligatorio. Cuando fue al cuartel (en Ceuta), llegó descalzo como tantos otros.

Al finalizar el servicio militar regresó a Arucas, pero el que fuera su jefe no quiso contar más con él y entonces se dedicó a vender en otros pueblos, además de Arucas, como Moya, Teror, Firgas, Guía, etc. Le compraba la ropa a Miguel Lantigua (frente al teatro Pérez Galdós) y con un saco (luego llevaba cajas en los coches de hora) iba vendiendo de manera ambulante. Lo que no podía vender lo devolvía. Así estuvo unos diez años, en los que había momentos en los que dormía muy poco (a veces lo hacía sobre el suelo y tapándose con cartones) y casi no comía en tres días o una semana. También, vendía a “fiado” y apuntaba en una libreta lo que le debía cada persona. Casi siempre pagaban así cada semana, si bien poco a poco, los clientes le iban dando algo a cuenta. De hecho era tanta la miseria que muchos de sus clientes le dejaron a deber diversas cuentas (que nunca cobró).

Luego se casó y su suegro, D. Domingo González Oliva le ayudó a poner una tienda en Arucas. Para ello alquiló las dependencias que antes había sido una tienda de comestible (de Rupertito), en la esquina de las calles León y Castillo y Cronista Juan Zamora Sánchez. La tienda la abrió el 10 de junio de 1975, el mismo día que tenía lugar en Arucas el entierro del conocido futbolista Antonio Afonso Moreno, Tonono. El nombre su tienda “Pepito el árabe”, procede de otra tienda que se ubicaba en la esquina de la calle León y Castillo y la Plaza de la Constitución, que era de un señor conocido como “Juanito

el árabe” (por su procedencia), que también vendía ropa. Como Pepito vendía el mismo artículo en la plaza del Mercado la gente se pensaba que tenía algo que ver con él. Cuando Pepito montó su tienda y Juanito el árabe cerró la suya, casi al mismo tiempo, heredó, sin quererlo el apelativo. Al principio tuvo momentos de apuros económicos, pues nos llegó a decir que teniendo a sus cuatro hijos matriculados en el Colegio de La Salle hubo meses que no podía abonar las cuotas de las mensualidades y el director le permitió que lo pagase cuando pudiera. Hoy día sigue vendiendo a algunas personas “fiado”, pero sólo a algunos clientes que, generalmente, compran todos los meses. Lo más que se vendía eran las mantas, sábanas, trajes, pantalones, camisas, camisillas, calzoncillos, bragas, batas, sombreros, alpargatas, etc. Pero el artículo más éxito eran las mantas “atrigadas”, de rayas, sobre todo para la gente del campo para combatir el frío de las medianías. El horario de la tienda era de las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche, todos los días, excepto los domingos que sólo abría hasta el mediodía. Nunca supo lo que era una baja laboral, pues siempre asistió a su trabajo. Antes tenía un proveedor de Tenerife, que sigue siéndolo, además de comprar ropa a la Península y a comercios chinos. Su mujer le ayudaba cuando era necesario, pero generalmente era él solo el que vendía. Una vez tuvo un empleado, pero hoy día son dos de sus hijos los que continúan con el negocio familiar.

Entre algunas anécdotas, de las miles que tiene después de tantos años de venta, destacamos cuando don Bernardino Matos le compraba todos los años camisas, pañuelos, calcetines, calzoncillos de tela de Hamburgo para todos sus trabajadores. También el caso de una señora muy mayor que casi todos los días le compraba un ovillo de tridalia (para hacer encajes), pero le pagaba uno y se llevaba otro (porque cogía de los que había en el mostrador), después de varias veces, un día cuando le fue a cobrar Pepito le dio un precio que era el doble (6 pesetas), la señora extrañada le preguntó: “Pepito, ¿los ovillos subieron de precio, porque vale el doble?, Pepito tranquilamente le respondió: “no, mujer, es que le cobré el que se lleva y otro que cogió usted sin darse cuenta”, a partir de ese momento Pepito ya tenía preparados los ovillos para cuando viniese la señora y nunca más volvió a suceder.

Durante el confinamiento, se quedó en su casa ayudando a su mujer en las labores, sobre todo a cocinar. Es admirable cómo ha sabido enfrentarse a la vida, reponiéndose de fatigas y hambre, incluso en la última etapa, en la que debía estar más tranquilo, la mala gestión de un empleado le hizo empezar casi de cero o la recuperación de una enfermedad. Aun así no le guarda rencor a nadie y sigue creyendo en el espíritu humano. Terminamos con sus propias palabras: “no me llames don José, que si me llamas así, miro para otro lado para ver quién es, porque siempre he sido Pepito. Toda la vida lo único que he hecho es trabajar, tuve que ganarme la vida a pulso, antes no había horario, pero yo como tenga gofio y cebolla tengo bastante”.

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