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D.ª Pino Fleitas Falcón
Pino Fleitas Falcón
(ama de casa y costurera)
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Nació en San Andrés en 1930, en el seno de una familia humilde compuesta por tres mujeres (Carmela, Pino y Nena) y dos varones. Su padre, José, era camionero, encargado de una finca, cuyos productos llevaba al mercado de Las Palmas. Su madre, Dolores, trabajaba en la casa, sin embargo, sabía coser “como para defenderse” algo que influiría en sus hijas.
D.ª Pino, como sus hermanas, fue a la escuela y su maestra, “la señorita Clara”, les enseñó a hacer “unos tapetes” a comienzos de 1936 -ella contaba con seis años-. Estos tapetes se hacían con cinco agujas utilizando el hilo fino de crochet o de ganchillo de color beige. Esta manualidad estaba dirigida, sobre todo, a las niñas hasta los 13 ó 14 años, pues si tenían habilidades pasaban a la costura. Tanto se aficionaron a la realización de tapetes que, cuando reunían los suficientes modelos, los vendían en una tienda de moda que había en la Acequia Alta. Estaban destinados para los que se iban a casar, especialmente, para cubrir las mesas de noche y del comodín. Con estos trabajos empezaron a aportar algún dinero para la familia.
Viendo las posibilidades de las hermanas, su madre las introdujo en el mundo de la costura porque: “era una forma para que sus hijas no tuvieran que ir a trabajar de sirvientas a alguna casa de la capital”. La mayor, Carmela (nacida el 12 de agosto de 1929) fue la que destacó por lo que su madre, apenas con catorce años, le enseñó a coger la tijera y a hacer ojales. A partir de aquí, acudió a las clases de costura, durante un año, de Mariquita y Aurora Afonso, tía y sobrina, que vivían en Bañaderos. Al finalizar el aprendizaje, comenzó a coser para algunas personas de clase pudiente de la capital y, gracias a ello, también fue cogiendo ideas sobre tipos de telas y moda. Acudía a Las Palmas de Gran Canaria un día a la semana hasta que tuvo una clientela fija en el municipio. Esta era variada, desde las familias más sencillas hasta las más pudientes, pero todas pagaban bien y el trato era agradable.Su hermana Carmela les enseñó a coser para que la ayudaran a afrontar el trabajo que asumía cada día y se repartían las ganancias. Era una novedad para los aruquenses porque, en aquellos años, no existía ropa confeccionada a medida, siguiendo los diseños de los figurines que ellas se encargaban de comprar en la capital haciendo el trayecto caminando, así como las telas, aunque también las traían las clientas. En algunas ocasiones, su padre llevaba una lista de materiales para comprar en una tienda de moda de la calle Malteses, que ellas llamaban “la de la ronca” por la voz que tenía. Acudían a Arucas para que le hicieran los bordados o adornos de algunas prendas en una tienda que estaba en la calle San Juan, cerca del Cine Viejo. En la conocida, casa de Mariquita Domínguez iban a buscar hilos y los botones forrados con tela, que los hacía su hermano Matías.
Los diseños eran realizados por ellas en función de los patrones o figurines, pero siempre aportaban su propio estilo y elegían el modelo según la fisonomía de su clientela, que siempre se dejaba asesorar. De forma suave decían: “parece que eso no lo lleva la niña”. Realizaban todo tipo de trajes, blusas, faldas y complementos para las mujeres, incluso se atrevieron a confeccionar trajes de hombres. Entre los más complicados recuerda un traje largo de boda y un abrigo grande. Por este último, cobraron siete pesetas.
Pino empezó a coser con 17 años hasta que a los 28 se casó. Durante este tiempo, nos comenta que su rutina era ayudar a su madre con las tareas de la casa y, luego, ponerse a coser temprano con sus hermanas. A veces, estaban desde las ocho de la mañana hasta la noche, con un promedio de diez o doce horas diarias, levantándose solo para las comidas. El trabajo que ella hacía inicialmente era: hacer