El crepúsculo y el apocalipsis son dos figuras fuertes, opuestas a las figuras del amanecer y del nacimiento. La destrucción es el mensaje que se expresa elocuentemente en señales, signos y síntomas de premonición. Destrucción opuesta a la construcción, a la creación. Cuando el crepúsculo y el apocalipsis aparecen descritos en toda su desmesura descomunal, sobre todo en toda su voluptuosidad perversa desenvuelta, nos encontramos ante una narrativa carnal, biológica, proliferante como la naturaleza. Gabriel García Márquez, en El otoño del patriarca, se explaya en una narrativa espectacular del acontecimiento crepuscular y apocalíptico de fin de ciclo. Quizás sea no sólo la mejor novela de García Márquez, como el mismo lo dice en una entrevista, sino también la mejor metáfora del poder. Es indispensable detenerse en ella, en su narrativa tropical y glacial, a la vez, en sus metáforas desbordantes y magníficas, elocuentes de la fuerza de la vida, pero también de la destrucción. Detener