República Sur Gaceta cultural

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El 5 de octubre de 1918 nacía en Cuenca el poeta César Dávila Andrade, uno de los más grandes escritores del Ecuador y América Latina. Hoy, 100 años después, nos reunimos para rendirle un verdadero homenaje, que exceda la fecha conmemorativa y que logre que el poeta vuelva a habitar nuestras calles a través de su palabra, nuevamente viva. Tal vez eso sea lo más afortunado de esta celebración: el Centenario de César Dávila ha logrado unir a varias de las más importantes instituciones públicas, privadas y colectivos artísticos locales y nacionales para saldar una deuda histórica que el Ecuador ha tenido con la memoria de César Dávila y más aún Cuenca, la ciudad que no pudo, sino hasta después de su muerte, reconocer su genio. La pregunta que nos hemos hecho en su centenario ha sido cómo hacerle un justo homenaje, cuando los monumentos encerrados en sus propias estructuras y los libros que no se leen solo acabarían por convertirlo en una pieza de museo. La única respuesta posible es revivir a Dávila a través de sus textos, hacer que se vuelvan a leer, que la literatura, su literatura, sea el vehículo entre el poeta y sus lectores que pueden conmoverse y reconocerse en las complejas y profundas búsquedas de cada una de las facetas creativas de uno de los escritores imprescindibles del país. La Casa de la Cultura Núcleo del Azuay y Sección Cultural de Literatura, el Ministerio de Cultura y Patrimonio, el Ministerio de Turismo, la Universidad de Cuenca, el GAD Municipal de Cuenca, la Orquesta Sinfónica de Cuenca, el Ballet Nacional del Ecuador, la Universidad del Azuay, el Conservatorio Superior «José María Rodríguez», la Cinemateca Nacional Ulises Estrella, República Sur, el Avispero, Cine club Catarsis, la editorial Mecánica Giratoria y la Feria del Libro de Cuenca hemos hecho una alianza de trabajo conjunto que consiste en seguir el rastro literario del poeta y convertir sus huellas en expresiones artísticas diversas, capaces de acercar a los distintos públicos a lo más esencial de su trabajo. Esta es nuestra programación que desde el 12 de septiembre hasta el 12 de octubre articula un circuito que devela cuánto de César Dávila —cuyo nombre es conocido, no así la totalidad de su trabajo— lleva Cuenca impresa en su identidad cultural, literaria y creativa. Este número de la Gaceta se suma a las múltiples celebraciones que han ocurrido este año en el país con una publicación exclusivamente sobre Dávila Andrade y su trabajo. Nuestra edición 36 pretende abrir una puerta hacia el trabajo del poeta cuencano, pero también al de la actividad de las instituciones de cultura y turismo de Cuenca.

Director: Jordi Garrido Editores: Jordi Garrido David Larriva Corrector: David Larriva

Impresión: Casa de la Cultura Núcleo del Azuay

Subdirector: Gustavo Peribáñez

Diseño y diagramación: Dianola Vázquez Moreno

Director Provincial CCE AZUAY: Martín Sánchez Paredes

Autores de esta edición: Felipe Aguilar Aguilar Sara Vanegas Coveña Javier Lara Santos Catalina Sojos Cristóbal Zapata

Edith Patiño Elisa Cordero Casa de la Cultura Núcleo del Azuay

La Gaceta Cultural no se responsabiliza por las opiniones vertidas por nuestros colaboradores.

¡Larga vida al Fakir! Departamento Editorial de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay

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Departamento Editorial de Publicaciones CCE AZUAY: Camila Corral Escudero David Larriva Regalado

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EDICIÓN ESPECIAL

Felipe Aguilar Aguilar

CÉSAR DÁVILA ANDRADE Hace algún tiempo, para la Biblioteca de Autores Ecuatorianos, BAE, de la Universidad Particular de Loja, escribimos una reseña biográfica de César Dávila Andrade, quien, sin mayores discusiones, suele ser considerado uno de los tres grandes poetas de la Patria y uno de sus mayores cuentistas. Hoy, con motivo de que se cumple un centenario de su nacimiento, lo actualizamos. César Dávila nació en Cuenca en el año 1918. La muy precaria situación económica de su familia -«A esta hora ya habrás cenado / ese pan tan delgado, que al mirarlo, / produce una sonrisa y una lágrima. / Y pensar que yo nunca sentí tu hambre / que te robé un árbol azul y dos arbustos blancos»- le impidió continuar estudios regulares en el Colegio Manuel J. Calle y tuvo que buscar, desde muy joven, tareas y ocupaciones que estaban en las antípodas de sus capacidades y de su sensibilidad: fue empleado en una pasamanería, en un almacén de venta de vehículos, guardián de una cárcel, auxiliar en una comisaría municipal, amanuense-portero en la Corte de Justicia e incluso, durante una corta etapa que vivió en Guayaquil, fue valet en la casa de Carlos Alberto Arroyo del Río. Al abandonar su ciudad natal que siempre fue ingrata, injusta y cicatera con el mayor de sus poetas, pasó a residir en Quito en donde fue generosamente acogido y protegido por intelectuales como Galo René Pérez y Benjamín Carrión que incluso le ofrecieron, en la casa de la Cultura, una plaza supuesta, para que el poeta ocupe su tiempo y traté de evadir, el triste cielo del alcohol y la desesperanza. Pero, sobre todo, se dedique a la creación poética, lo único que podía y sabía hacer. Es que, Dávila Andrade era un individuo totalmente inútil para el desempeño de las actividades más simples y elementales de la existencia cotidiana y se había hecho un ser solitario, tímido, introvertido -«Dime sinceramente que piensas de este hijo. / Te salió tan extraño, / Renunció todo aquello que los otros ansiaban, / y se hundió en sí, tanto, que quizás no es el mismo» -. Durante su estancia en Quito, deambuló y mantuvo relación amistosa con algunos poetas del grupo Madrugada, pero, en realidad, jamás perteneció a él, prefería la compañía de los «libros raros» pues se refugió en los conocimientos esotéricos y experimentó una auténtica devoción por las ciencias ocultas: alquimia, filosofía indostánica, rosacrucismo, espiritismo, yoga, budismo zen, etc. Todo esto, unido a su apariencia física frágil, casi etérea, ya que parecía respirar un aire lleno de alas, como decía su coterráneo el poeta Hugo Salazar Tamariz, determinó que se comience a llamarle Fakir, sobrenombre que al escritor le agradaba y aceptaba con entusiasmo. Su súbito matrimonio con Isabel Córdova, dama mayor a él, significó un cambio radical en su vida. En un vano intento de rescatarlo de su dipsomanía, la pareja se trasladó a vivir en Caracas en donde, durante algún tiempo, escribió en revistas culturales y su poesía era reconocida como de muy altas calidades. Sin embargo, los dados del destino fatalmente ya habían marcado su fin. El 2 de mayo de 1967, inmerso en una profunda crisis existencial y en estado postalcohólico se cortó la yugular. Al morir el mayor poeta de la Patria, su obra quedaba sujeta a estudios sesudos, análisis rigurosos e interpretaciones audaces e infructuosas, como aquello de reducir sus textos a diagramas o contar laboriosamente las ocasiones en las que empleaba determinados adjetivos o clasificarlos en impertinentes, ocioso, redundantes, etc. En todo caso, un gran escritor y una gran obra siempre exigen nuevas lecturas. En efecto, los más importantes críticos de nuestra literatura -Rodríguez Castelo, Jorge E. Adoum, Diego Araujo, Raúl Serrano, María Augusta Vintimilla, María Rosa Crespo- lo han estudiado en profundidad. En la evolución de la poesía del autor de «Boletín y Elegía de las Mitas», su sobrino, el también escritor, Jorge Dávila Vázquez, distingue tres etapas: Neoromanticismo y neosurrealismo que irían desde sus primeros versos hasta los treinta años de edad. Sus características externas -que no conceptuales ya que, en esencia, la obra poética del autor y del hombre llamado César Dávila fue la búsqueda incesante del Absoluto- son de signo modernista: cierta preferencia por el verso alejandrino, un ritmo portentoso, empleo de sinestesias y una adjetivación de gran sonoridad y colorido: Tú en los arcos profundos de las aguas genésicas / que labraron un tímpano para las caracolas / Tú en el espacio eterno, veloz e inamovible / ausente en la profunda delicia del secreto / Irreal y perenne. Altísimo e intimo / Arquitecto sagrado, de las gaseosas manos. También tiene importancia en esta etapa, la integración, por primera vez en la poesía ecuatoriana, del coloquialismo y las frases comunes: Y ahora, yo quisiera decirte que te amo / pero de una manera que tú no sospechaste. / Verás. Ahora te amo en todas las mujeres, / te amo en todas las madres, te amo en todas las lágrimas. / Tú dirás «Esas cosas que tiene…»/ No sé qué me ha pasado, tal vez esté enfermo. / Tal vez los libros raros… Periodo experimental-telúrico. A esta etapa corresponden los dos más grandes -por extensión y grandeza artística- poemas del Fakir: «Catedral Salvaje» y «Boletín y elegía de las mitas». En

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el primero -el poema, en principio, se llamaba «El Hombre Total»- la voz del poeta eclosiona poderosa, audaz, dominadora, con una excepcional riqueza de imágenes, con metáforas espléndidas, con fuerza cósmica para buscar el Absoluto, aquí en la Tierra, en las maravillas de la naturaleza, en las fortalezas y debilidades de su habitante; simultáneamente, su intensa búsqueda descubre a su América y a su Patria: «Oh dulce patria caminada a soga / entre huellas de mulos y de esclavos! / La soga descendía de la Cruz. Unía el purgatorio de altos trigos rojos / con la silvestre tumba del peón». «Boletín y elegía de las mitas» es el poema épico-lírico de mayor impacto y trascendencia en toda la literatura ecuatoriana y que incluso ha pasado a otras actividades artísticas como la música y el teatro. Supone también un cambio en el léxico y los recursos expresivos pues incluye desviaciones sintácticas, gerundios, onomatopeyas, arcaísmos, quichuismos, apócopes, coloquialismos, estribillos, enumeraciones y frases hechas: Y a un Cristo, adrede, tam trujeron / entre lanzas, banderas y caballos./ Y a su nombre, hiciéronme agradecer el hambre, / la sed, los azotes diarios, los servicios de iglesia, / la muerte y la desrraza de mi raza, / (Así avisa al mundo, Amigo de mi angustia, / Así , avisa. Di. Da diciendo. Dios te pague). Lo admirable es que Dávila haya presentado el itinerario del exterminio de una raza y la utopía de su resurrección en un poema desnudo de metáforas y que haya calado, con precisión, en las formas idiomáticas con las que el indígena se queja, se redime y se rebela. La etapa hermética se inicia con Arco de Instantes en 1959 y se intensifica hasta llegar a lo críptico e inaccesible en sus últimos libros. De esta época oscura, lo único que se puede asegurar es que la angustia, la soledad, la incertidumbre, tienen un enorme poder creador. Es cierto que en sus profundos y también desconcertantes ensayos de extraños títulos de los últimos años de su vida: «Jerarquía planetaria de la luz», «Primera incursión en el sol morado», «Conciencia y futuro», algo se puede avizorar sobre su concepción de la tarea poética, pero también es verdad que el contenido de esos significantes que golpean sin tregua al lector, se escapan en forma definitiva. No se puede ni se debe, en consecuencia, establecer juicios de valor y decir que el Dávila de la etapa final es «una cumbre apagada». Más allá de todo esto y de las evidentes influencias, de los modernistas y Vallejo, Dávila es una voz muy alta y solitaria, que rechaza los ismos y resulta difícil encasillarla en determinada corriente, en suma, su poesía desborda todos los cánones. La grandeza y luminosidad de la poesía de César Dávila ha dejado en la penumbra sus relatos y ensayos, pero, indudablemente, integra, con José de la Cuadra y Pablo Palacio, la trilogía de los maestros del cuento ecuatoriano. Los cuentos de aparente realismo están llenos de simbolismos y profundas indagaciones en el mundo interior del hombre, en lo extraño y en lo perturbador de lo cotidiano, y exploran territorios y dimensiones inéditos: lo metafísico, lo mágico, lo religioso; es decir, trasuntan, su obsesión por perseguir un conocimiento que, al mismo tiempo, lo iluminaba y lo cegaba, como dice Juan Liscano De la muy rica gama de personajes creados por la capacidad fabuladora de César Dávila: mendigos, empleados, aristócratas decadentes, niñas, vagabundos, comisarios, sacerdotes, etc, se destaca, por poética, y por profética y simbólica, la imagen del cóndor suicida de «El cóndor ciego». Dávila es también, sin ninguna duda, uno de nuestros mejores estilistas, sus ensayos -«El combatiente sedentario» y «Descripción del río Paute», entre los más conocidos- son admirables por la riqueza de contenidos, sus impactantes imágenes, la tersura y eficacia de la adjetivación que va de lo radiante a lo lóbrego y por el manejo impecable y muy personal de la sintaxis, hasta el punto de que, en la mayoría de los casos, se puede admitir que son espléndidas prosas poéticas. En definitiva, en Dávila, la Palabra -así con mayúscula- como él la buscaba, supera y desborda las contingencias de su ser. Y, por ello, permanece. Este año se cumple el centenario de su nacimiento, Cuenca que, ya lo hemos dicho, ha tratado muy mal al poeta, incluso su busto, pues estuvo olvidado largo tiempo en las bodegas de la Casa de la Cultura y luego fue colocado junto al Padrón, en una zona que era mingitorio de los ebrios, hasta que al fin, la Facultad de Filosofía solicitó que se lo sitúe dentro de los predios universitarios, junto al salón auditorio que lleva su nombre, tiene que acatar el imperativo ético de gratitud de reivindicar su obra y su memoria. Se debe, por ejemplo, hacer una edición crítica de sus obras completas -existe una pésima que, con buena voluntad, no más, hizo la Pontificia Universidad Católica, actual UDA-, difundir su poesía amorosa entre los jóvenes, crear cátedras específicas para el estudio y valoración de sus textos, convocar concursos de documentales y ensayos biográficos. En fin, lo que interesa es que las nuevas generaciones sepan quién fue César Dávila Andrade y alimenten su espíritu con la luminosidad de su legado.

Publicado en la Revista El Observador. (Diciembre de 2017, edición 102)

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EDICIÓN ESPECIAL

(César Dávila Andrade)

MUJER AHORCADA EN EL ESTÍO Sus pantorrillas bajan de los afluentes de la Luna Está colgada de un manzano y de un puño Entra en el pecho y busca el Partenón borrado por el viento. Yo podía salvarle, pero el sonido crudo del Ártico en sus uñas, tejió la cuerda. Tenía un collar de musgo del fondo del Caribe el vello de tabaco ruidoso largas costas asiáticas sobre los muslos rocío oscuro de Sumeria en los ojos.

(Federico García Lorca)

NIÑA AHOGADA EN EL POZO (Granada y Newburg) Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes, pero sufren mucho más por el agua que no desemboca. Que no desemboca. El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores. ¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las estrellas tiernas. ...que no desemboca. Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta, lloras por las orillas de un ojo de caballo. ...que no desemboca. Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias, sin afilado límite, porvenir de diamante. ...que no desemboca.

Largos pianos de cola abrevan en el río que baja de su muerte, y el león derrotado que le cuida muerde crujientes peines al esconder la garra en la corona. Cuando la luna echa raíces en la sombra, ella desciende de la cuerda cavada entre las nubes, y vuelve una a una las veces que la he visto agonizante. Mueve sus naves en las costas de Asia y me da a beber la clorofila que mana de los ojos de su ilíaco.

Mientras la gente busca silencios de almohada tú lates para siempre definida en tu anillo. ...que no desemboca. Eterna en los finales de unas ondas que aceptan combate de raíces y soledad prevista. ...que no desemboca. ¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua! ¡Cada punto de luz te dará una cadena! ...que no desemboca.

Su voz conserva el nudo y no la alcanza.

Pero el pozo te alarga manecitas de musgo. insospechada ondina de su casta ignorancia. ...que no desemboca.

Durante todo el humo del Poema la mantendré colgada de mis cejas, -muerta de sedhasta la última gota de la tinta.

No, que no desemboca. Agua fija en un punto, respirando con todos sus violines sin cuerdas en la escala de las heridas y los edificios deshabitados. ¡Agua que no desemboca!

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EDICIÓN ESPECIAL

Sara Vanegas Coveña

NOTAS SOBRE «MUJER AHORCADA EN EL ESTÍO» Revisando la obra de César Dávila Andrade me topé con este corto poema —seguramente no conocido o escasamente conocido—. Desde el título me recordó a «Niña ahogada en el pozo» de Federico García Lorca. Luego, conforme lo leía, más me reafirmaba en el parentesco entre estos dos textos, por lo demás, magníficas muestras de poesía surrealista. «Niña ahogada en el pozo» fue escrito entre 1929 y 1930 y publicado, póstumamente, en 1940 en el libro Poeta en Nueva York. Es, por tanto, muy probable que Dávila Andrade lo haya conocido ya cuando escribió su «Mujer ahorcada en el estío», que dedicó a su amiga, la artista Bettina Uzcátegui, cuando vivía en Venezuela.

devenir, el nacimiento y la muerte. Durante tres noches cada mes deja de ser visible en el cielo, es decir, desaparece. ¿Agoniza, muere? La luna, omnipresente en la poesía lorquiana, da paso en este poema a la aparición de las estrellas. «Y croaban las estrellas tiernas» Agua: Este elemento —tradicionalmente asociado con la vida, la sexualidad, purificación y regeneración— puede ser interpretado también como símbolo de lo que nace y muere.

«el fondo del Caribe» «el río que baja de su muerte» (D.A.)

I Veamos algunas semejanzas entre los dos poemas: a. En ambos casos se trata de una mujer que muere. Probablemente se trata de suicidio, pues en ningún momento de los poemas se habla de algún factor o persona causante del deceso. Solo se plasma el hecho:

El río como mudanza permanente —Heráclito— como cambio perpetuo de estado. «agua que no desemboca» (G.L.). En el poema de Dávila Andrade podemos asociar esta apreciación del agua a la clorofila y la tinta, en cuanto que esta última da vida a la escritura (como la clorofila, a las plantas), a tal punto que el Poema acaba cuando se termina la tinta. «la mantendré colgada de mis cejas […] hasta la última gota de la tinta».

La Música, el arte de la perfección, no podía estar ausente en estas composiciones. En Dávila Andrade se hace referencia al «sonido crudo del Ártico» y a «largos pianos de cola»; mientras que García Lorca, el poeta de la musicalidad por excelencia, nos habla de «violines sin cuerdas» y de que las estrellas «croaban». En los dos textos se hace referencia, además, a elementos como: musgo, raíces, sufrimiento, agonía.

«Está colgada de un manzano y de un puño» (D.A.) «tú lates para siempre definida en tu anillo» (anillo = eternidad) (G.L.)

La muerte, sabemos, es un elemento recurrente en el poeta andaluz. Y también está presente en Dávila Andrade. En el primer texto, la mujer se suicida en el poema: «Durante todo el humo del Poema / la mantendré colgada de mis cejas / […] hasta la última gota de la tinta» (D.A.) De paso, aquí encontramos un elemento metapoético sobre el que volveremos más tarde. En el segundo, la muerte sucede en «el pozo»: «Agua fija en un punto», «¡Agua que no desemboca!» (G.L.). «Mujer Ahorcada en el estío» podría incluso tratarse de una premonición: «Su voz conserva el nudo y no la alcanza», pues conocemos que su autor se suicidó infringiéndose una herida en el cuello. b. En los dos poemas hay la intención de ayudar a la víctima, mas un sino superior lo impide: «Yo podía salvarle, / pero el sonido crudo del Ártico / en sus uñas tejió la cuerda» (D.A.) «¡Levántate del agua! / […] / Pero el pozo te alarga manecitas de musgo» (G.L) c. Presencia de animales emblemáticos en los textos. En el poema de Dávila aparece un león —símbolo de fuerza y protección— «derrotado», y por lo mismo, incapaz de cuidar a la mujer: «muerde crujientes peines / al esconder la garra en la corona». Tanto ‘peines’ como ‘corona’, según los japoneses —cuya filosofía fue tan cara a Dávila— simbolizan la comunicación con fuerzas superiores; dignidad y nobleza.

En el poema de Lorca, se trata de un caballo, criatura de las tinieblas que, surgiendo de las entrañas de la tierra o del agua, es transporte del alma entre este y el otro mundo: «lloras por las orillas de un ojo de caballo».

II Destacamos ahora algunos elementos léxico-semánticos relevantes en los dos poemas: Oscuridad: Como la noche, engendradora de sueño y muerte. «Sus pantorrillas bajan de los afluentes de la luna»; «Cuando la luna echa raíces en la sombra / […] vuelve una a una las veces que la he visto agonizante». (D.A.) «Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes». Se dice que en la India se procedía a abrir los ojos de las estatuas para animarlas. «Mientras la gente busca silencios de almohada» (G.L.). Como vemos, en el poema de Dávila hay una luna. Sabemos que el satélite simboliza el

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III La imagen femenina en Mujer ahorcada en el estío. En este texto asistimos a un poema entre narrativo y descriptivo. De hecho, se nos presenta a la mujer y sus atributos asociados con la geografía universal: se habla de la luna, satélite de nuestro planeta, «Sus pantorrillas bajan de los afluentes de la Luna», y de algunas regiones terrestres: Ártico, «el Ártico en sus uñas tejió la cuerda»; Grecia, «Entra en el pecho y busca el Partenón»; Caribe, «collar de musgo del fondo del Caribe», Asia, «largas costas asiáticas sobre los muslos», «Mueve sus naves en las costas de Asia», Sumeria — cuna de la primera civilización conocida—, «rocío oscuro de Sumeria en los ojos». En este sentido se podría considerar la imagen femenina como un hecho cósmico; lo que no obstaculiza pensar que ella simboliza también la poesía misma, pues esta mujer es, además, ubicua: la encontramos en «los afluentes de la luna», «colgada de un manzano y de un puño», relacionada con el Ártico, pendiendo de una cuerda «cavada en las nubes»; para, finalmente, terminar colgada de las cejas del poeta. Así mismo, la obvia relación entre mujer, luna y manzano nos remite directamente a la conocida díada eros-tánatos, pulsiones universales. ¿El amor como imposibilidad total?. IV Para terminar, haremos referencia a un factor muy interesante y moderno, presente en el texto de Dávila Andrade: el elemento metapoético, expresado al momento en que el vate habla del Poema y de sí mismo en el texto:

Durante todo el humo del Poema la mantendré colgada de mis cejas —muerta de sed— hasta la última gota de la tinta.

El Poema es «humo», esto es, breve, evanescente. Termina el Poema y termina la historia, la agonía y muerte de la mujer. Es decir, el Poema se nos presenta aquí con una doble función: en cuanto símbolo de la vida misma, efímera; al tiempo que como creación de una realidad otra dentro de la realidad cierta. Circunstancia, esta última, que nos remite a unos versos actuales del poeta Luis García Montero:

Recuerda que yo existo, porque existe este libro, que puedo suicidarnos con romper una página. (Diario cómplice)

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EDICIÓN ESPECIAL

Javier Lara Santos

ABANDONADOS EN LA TIERRA, 66 AÑOS DESPUÉS

El origen Hace aproximadamente dos años, en 2016, Mario Rodríguez, del colectivo guayaquileño Ala Cañona, y Lucía Moscoso Rivera, directora de la editorial quiteña Mecánica Giratoria, se reunieron para coordinar ciertas actividades en torno al importante evento que tendría cabida en 2018, exactamente, el 5 de octubre, fecha en la que se cumplen cien años del nacimiento de César Dávila Andrade, poeta mayor del país. Las actividades se pensaron en diferentes áreas y disciplinas culturales. Se formó así la Plataforma Centenario César Dávila Andrade, en la que participan varios colectivos artísticos y culturales. Editorial Mecánica Giratoria planteó celebrar al poeta con una publicación actualizada de su obra. Este proceso de investigación se fue gestando de una manera comprometida y cercana, pues, como autores actuales y editores, tenemos gran aprecio a la obra del Fakir. Fue así que, a lo largo de varias conversaciones y encuentros con Jorge Dávila Vásquez —el más idóneo estudioso de la obra de Dávila Andrade— se fue concretando la idea de una publicación que aporte con la difusión del trabajo literario de este cuencano universal. Comenzó así una larga travesía por las bibliotecas del país tratando de encontrar algún tesoro: ediciones perdidas, libros que han permanecido de pie por más de medio siglo entre el polvo y los estantes guardando el oro de las palabras del autor, su silencio, su justicia, su retorno y su lugar en la historia de las letras ecuatorianas y latinoamericanas. La poesía Hemos visto, en esta búsqueda, que la obra poética de Dávila es la más conocida y difundida —más que su obra narrativa y ensayística— en ediciones que han aparecido con cierta periodicidad, libros que han nacido póstumamente con intención de rescatar su trabajo. Por ejemplo, el más reciente, Batallas del silencio (2017) que apareció el año pasado en Cuenca con motivo del encuentro internacional de poesía Festival de la Lira; las antologías de editorial Visor: El dolor más antiguo de la tierra (España, 2015); Materia real, antología, de la editorial Monte Ávila en Caracas (Venezuela, 2010); Obra poética, publicada por la Casa de la Cultura Núcleo del Pichincha, (Quito, 2007); El vago cofre de los astros perdidos, edición de la Universidad de los Andes (Venezuela, 2003); Poesía, narrativa y ensayo, por la Fundación Biblioteca Ayacucho (Venezuela, 1993); Antología poética, que apareció el mismo año en Mérida bajo el sello de Solar de Poesía (Venezuela, 1993), y uno de los poemas más potentes y conocidos de Dávila Andrade, «Boletín y Elegía de las Mitas», publicado póstumamente, en edición bilingüe, quichua-español: Mita tarja huiquillapish, por la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay (Cuenca, 1968). La narrativa En su obra narrativa el panorama es algo diferente; nos llevamos una sorpresa mientras investigábamos y hurgábamos en los archivos históricos. De su trabajo en prosa existen ediciones contadas con los dedos de la manos: Trece Relatos (Quito, 1993) edición de Libresa, de la Colección Antares; Cabeza de Gallo (Quito, 1986) en coedición de Editorial El Conejo con la Editorial Oveja Negra, de Colombia, y su reedición —que incluye otros cuentos— por la Campaña de Lectura Eugenio Espejo (Quito, 2004).

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Cabe señalar que existen dos tomos, uno de poesía y el otro que reúne su obra narrativa y ensayística, al cuidado editorial e investigativo de Dávila Vásquez. Estas Obras Completas (Cuenca, 1984) son una coedición de la Universidad Católica de Cuenca con El Banco Central del Ecuador El trabajo más completo realizado sobre su obra hasta la fecha. El hallazgo Cuando comenzamos a buscar su primer libro de cuentos, Abandonados en la Tierra, publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Pichincha (Quito, 1952) nos encontramos con que, incluso en las bibliotecas que conservan los libros más extraños y escasos, no existía. Aquel primer libro de narrativa no figuraba en ninguna biblioteca, museo ni librería del país. Descubrimos que existía un único ejemplar que se conserva en la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas, un libro bastante maltratado por el tiempo y el clima; tal vez exista algún otro ejemplar que haya sobrevivido a los años en la biblioteca de algún coleccionista o del mismo Jorge Dávila Vásquez, pero como un tesoro personal. Aquel primer trabajo cuentístico del Fakir ya no existía para el gran público. Un libro descatalogado hace más de seis décadas. Fue así que comenzó la travesía de rastrear esa obra en donde sea. Descubrimos, entonces, que un ejemplar se conserva en la Universidad de Texas, Estados Unidos. Lo pudimos escanear, pero la calidad de aquel libro tampoco daba para poder realizar una lectura cabal, ya que las páginas estaban demasiado delgadas y se mezclaban las letras, haciéndolas ilegibles. Así fue que continuamos en la búsqueda, y, por suerte o destino, encontramos uno, ¡un solo libro! En una biblioteca de Mérida, en Venezuela, un Abandonados en la tierra, que incluso conserva el autógrafo original de Dávila Andrade, firmado en el año de 1960 y que está en un admirable buen estado. Fue así que el libro llegó a nuestras manos. Y, como editores, nos comprometimos con la tarea de volverlo a la vida y al ruedo para el beneficio de lectores nuevos y consuetudinarios. El libro original contiene una portada e ilustraciones hechas por Osvaldo Guayasamín, amigo personal y contemporáneo del Fakir, sin embargo, para esta nueva edición que verá la luz después de sesenta y seis años, hemos decidido invitar al joven artista Raúl Ayala, quiteño radicado en Nueva York, muralista y dibujante de gran talento, para crear un producto actual pero que conserve el concepto del original. Este trabajo, pues, requiere de un gran amor por las Letras, por César Dávila Andrade y el legado que nos dejó en su alto vuelo por la tierra. ¡Larga vida al Fakir y a su centenario!

Quito, 2018

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EDICIÓN ESPECIAL

ENTREVISTA A JORGE DÁVILA SOBRE LA VIDA Y OBRA DE CÉSAR DÁVILA

Imagen: Cesar Dávila Andrade

Las pasiones, las profundas búsquedas y la vida bohemia de César Dávila Andrade están muy presentes en cada una de sus obras. Jorge Dávila Vásquez, sobrino directo del poeta, visitó nuestra casa para contarnos un poco de los detalles menos conocidos del escritor cuencano a propósito del centenario de su nacimiento. Cuéntanos un poco de César Dávila Andrade. Nació en 1918 en el hogar formado por Rafael Dávila Córdova y Elisa Andrade. Dávila Córdova, su padre, perteneció a una familia como muchísimas familias cuencanas, dividida entre el liberalismo y el conservadurismo. Algunos de sus hermanos incluso eran extremadamente liberales. Él, por su contacto con los Cordero Dávila, que eran sus primos hermanos, se mantuvo en el ala conservadora. Eso de alguna manera causó un problema interno en la casa porque Dávila Andrade, en cambio, era un tipo completamente aislado, no tenía apego a la familia; tuvo relaciones difíciles con su padre que por ser tan conservador, le molestaba su adscripción a las nuevas corrientes de pensamiento. Mi abuelo [Rafael Dávila] casi sufre un shock cuando su hijo le mostró la cédula de afiliación al partido socialista. Él [César Dávila], como también era dado al esoterismo desde muy temprana edad, tenía contacto con los rosacruces y aprendió a hipnotizar. Un día hipnotizó a una de mis tías; llegó mi abuelo y se encontró con que esta tía estaba allí, en otro mundo. Pensó que le habían dado algo, empezó a gritar desesperado. La señorita no se despertaba, bueno, todo un drama. Fue muy mala la relación de César Dávila con su padre, este señor tan bondadoso pero tan, tan conservador.

En cambio, con mi abuela, que era mucho más tolerante, tenía estupendas relaciones y eso se siente en «Carta a la madre»: esa confianza, esa ternura, esa intimidad muy grande entre los dos. Yo pienso que él siempre buscó la imagen de mi abuela en algunas de las mujeres con las que tuvo una relación afectiva: se casó con Isabel Córdova que le llevaba como dieciocho años; cuando él nació, en 1918, ella ya estaba casándose por primera vez, realmente era un poco mayor a él. Pero tuvo una serie de amadas ideales como se lee en su primera poesía: la colegiala, la muchacha de ojos verdes... Hasta que conoce a Laura y ella es el motivo de inspiración del poema de amor más bello que se haya escrito en este país, que es la «Canción a la bella distante».

A lo largo de la vida, su gran problema y el que le llevó a la muerte, fue el alcohol; Isabel Córdova, su mujer, cuenta en una carta que él estaba en crisis postalcohólica cuando desapareció y acabó suicidándose en un hotel de Caracas. ¿En Quito es donde conoce a Laura y se va a Venezuela? No, no. Laura se casó con otro. Laura fue nada más que un símbolo del amor platónico en su vida, en su carrera de escritor. Él se fue con Isabel Córdova a Caracas, se casaron en el 50 y regresaron en el 52. En el 59 volvieron a Caracas, esta vez definitivamente. En Mérida, en la Universidad, daba cursos de literatura pero también acerca de cosas esotéricas y pensamiento oriental, temas que encontraron un gran caldo de cultivo entre los venezolanos.

¿A qué edad se fue de Cuenca? Yo creo que se fue alrededor los veinte. Trabajó desde muy temprano, llegó solo hasta el tercer año del colegio, y cuando vio que las necesidades de la familia eran apremiantes, decidió trabajar. Se fue a Guayaquil y trabajó en la casa de Carlos Arroyo del Río. Hay una entrevista muy expresiva y decidora de mi tío Olmedo Dávila Andrade en la que cuenta cómo Arroyo del Río le maltrataba: le decía «usted está aquí contratado como un servidor, no como un poeta». Luego, en 1944, a los veinticinco o veintiséis, ya estaba en Quito en el momento de la Gloriosa. Cuando se fundó la Casa de la Cultura él fue uno de los primeros en trabajar ahí. Benjamín Carrión hizo un bello acto al integrarle al personal de la Casa. Laura Romo trabajaba ahí. Aunque César la amó platónicamente toda su vida y ella le quiso mucho también, se casó con su mejor amigo. Ella siempre le tuvo mucho cariño, se ocupaba de él, le administraba el dinero que le pagaban, le compraba una tarjeta de comida, ropa o algún medicamento, pero él estaba tan dado al alcohol que negociaba la tarjeta de comida y vendía la ropa.

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Algo que se conoce poco es que, más o menos hacia el 65, cuando tenía unos cuarenta y siete años, conoció a una muchacha de unos dieciocho o veinte que se llamaba Bettina Uzcátegui, una gran artista plástica; se enamoraron profundamente, pero luego de que intervino Isabel, se deshizo de aquel último romance y nunca volvió a Mérida. Bettina era una mujer muy inteligente, muy sensible, y ha guardado los poemas que él le dio; al menos dos de ellos se lograron rescatar. Además ilustró la antología que hizo José Gregorio Vásquez de la poesía de Dávila Andrade: El vago cofre de los astros perdidos que está tomado de Espacio me has vencido. Jesús David Curbelo, el ensayista cubano que ha escrito posiblemente uno de los mejores trabajos sobre Dávila, cuenta que lo conoció, que conversaron y que le encantó. Él, de casualidad, se hospedó en la casa de Dávila cuando estuvo en Mérida y empezó a conocerlo.


EDICIÓN ESPECIAL

El gran problema con Dávila es que se lo conoce muy poco fuera del país. A veces, lo que destaca no es tanto la calidad cuanto la figuración. Bueno, en Venezuela también es muy reconocido como periodista y ensayista. Sí, pero como poeta también, como cuentista. Él publicó en Venezuela algunas cosas; más que en Cuenca por lo menos. En Cuenca, en vida, publicó solo un folleto sobre la vida de Fray Vicente Solano «El combatiente sedentario». Bueno, Rigoberto Cordero y León le publicó en La presencia de la poesía cuencana, una selección. Pero, él, por su cuenta, nada. En Quito publicó algunas cosas… Con el grupo Madrugada, cuando estuvo en la revista. Sí, ahí publicó dos cosas: «Oda al arquitecto» y «Canción a Teresita». Lo que pasa es que el grupo Madrugada estaba ligado a la Casa de la Cultura, era una especie de extensión de la Casa, y cuando aparece Espacio me has vencido, figura, de alguna manera, el grupo Madrugada. Sin embargo, no hubo nadie ahí que sea de la misma estatura literaria. Siempre fue un poco ajeno a ese y al otro grupo en el que estuvo: El Gran Quiteño. Es cierto que siempre se vinculaba con la gente que hacía literatura, pero no por el grupo en sí mismo. Estuvo vinculado con los chicos del grupo ELAN, con Efraín Jara, Jacinto Cordero y Eugenio Moreno, sus grandes amigos. Eran menores a él, sin embargo, tenían una honda vinculación por el asunto literario y también por la bohemia, hay que reconocerlo [risas]. En tu opinión, ¿qué ha hecho a Dávila Andrade inmortal? Por un lado, la poesía porque, en realidad, no se ha escrito una poesía tan grande como la de él en el Ecuador. Yo creo que el más grande poema que se ha escrito en el Ecuador es «Boletín y elegía de las mitas». Usa el mismo lenguaje de la literatura indigenista, pero desde el punto de vista del indígena, y muestra toda esa crónica del horror de las mitas. Es extraordinario y sigue teniendo un impacto enorme. Otros grandes poemas: «Oda al arquitecto», «Canción a Teresita», algunos que están incluidos en Espacio me has vencido… y «Catedral salvaje» que es un poema gigantesco. Yo creo que eso es suficiente como para constituirse como el mayor poeta del país. Pero, además, era un cuentista de primera. Él había heredado las formas de decir de la literatura social de los treinta. A veces es de un realismo brutal: en El último remedio y en Lepra, es terrible, sin embargo, echa mano de la poesía. Tenía un dominio del lenguaje poético extraordinario, ¡extraordinario! Y era un ensayista maravilloso también. Por ejemplo, «Magia, yoga y poesía» es el fruto de una mente llena de clarividencia; diría yo, de un escritor de oficio. Realmente fue un escritor de oficio.

¿Él trabajaba todos los días? Él escribía todos los días regularmente, ¿verdad?

poemas que se conservan de los dedicados a Bethania Uzcátegui; uno está muy vinculado con las doctrinas orientales.

Parece que sí. Incluso cuando estaba alcoholizado escribía. Yo he detectado, en uno de los primeros ensayos que hice sobre Dávila en 1984 —el ensayo que precedió a lo que se llamó La obra completa—, algunos poemas que escribía cuando estaba bebiendo o cuando estaba bebido y que son menores. Él no hizo ninguna cosa importante en pleno proceso alcohólico, postalcohólico, sí, porque tiene unas visiones espantosas en cuentos como «La cierra circular»: un cuento poco conocido, que habla sobre una mujer que se obsesiona con una cierra de estas eléctricas y que acaba suicidándose en una crisis alcohólica. Así dejaba el testimonio de aquello que había pasado.

Pasa lo mismo con los cuentos, hay algunos cuentos que son indescifrables y que son del periodo hermético.

Hay por ahí un poema que se llama «El ebrio» que también es una especie de confesión terrible. Es de la época entre el neosurrealismo y el hermetismo que es intensa e interesante, pero que, al público en general le gusta menos que la época nerudiana de gran fuerza poética. Justamente, es algo que se siente en Dávila: como dos vertientes, dos formas de escribir… Tres diría yo. La primera es esta que yo he llamado la neomodernista, cuyo gran padre fue Rubén Darío y luego Neruda; entre nosotros, Carrera Andrade. Dávila asimila todo eso y construye algunas de las imágenes poéticas más deslumbrantes de toda la poesía ecuatoriana. No hay nada parecido. Desde que él tiene, qué sé yo, veinticuatro años, cuando aparece «Elogio de gracia iluminada», tú lees y dices ¡¿de dónde salió todo esto?!… él maneja esa lengua poética con una flexibilidad y una riqueza impresionantes. Hay un segundo momento, en el que se va por el neosurrealismo, «Arco de instantes» es neosurrealista y «Catedral salvaje» también. ¿Qué hay en ese neosurrealismo?, ¿una carga de crítica social? A ratos… y a ratos es simplemente una moción del fuerte platonismo en él. Y luego hay una última etapa ya completamente difícil de aproximarse pero que tiene algunos poemas claves como «Poesía quemada» o «Tarea poética». Ese es el periodo hermético y está totalmente dominado por las ideas del zen y del orientalismo. Pocas veces sale y hace alguna cosa que no es totalmente de esas características, por ejemplo, los poemas de amor que dedicó a Isabel Córdova son medio neorrománticos, medio convencionales, brillantes también, si se quiere, pero están ligados, de alguna forma, a lo esotérico. También están los dos

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En los cuentos, a mi manera de ver, hubo dos etapas nada más: una realista que subsanó con un lenguaje poético riquísimo, y una ligada a lo esotérico que, como te digo, es muy difícil, pero contiene verdaderas obras maestras como «Cierra circular», «La extremidad oscura», «La carreta de heno», «En la rotación viviente del dodecaedro» y uno nuevo que nos mandó Gregorio Vásquez y que es realmente deslumbrante: «Destrejo desenterrado». Nos lee mucha gente joven. Danos algunos consejos para que estos jóvenes se adentren en la obra del Fakir. Bueno, yo creo que hay que empezar por la primera poesía, por esa poesía de los años 40 que es deslumbrante, riquísima y que a los jóvenes enamorados les toca. Yo la he tratado con los chicos de colegio y universidad que se sienten más enamorados todavía cuando leen la «Carta a una colegiala», o la «Canción a la bella distante». Es decir, estos poemas dicen cosas hermosas que ellos quisieran decir. Y yo creo que hay que darles también, poco a poco, algunos cuentos bellamente hechos, como «Durante la extremaunción», que es un cuento que se compara con el «Viaje a la semilla» de Alejo Carpentier, aunque no tenían ningún contacto. Y en las prosas poéticas vinculadas al ensayo hay cosas muy cercanas como «Visión del río Paute», por ejemplo. O, en otro tipo de prosa, la biografía de Solano es magistral. Creo que siempre hay una forma aproximarse a Dávila para gente de todas las edades.


Agenda Cultural sábado

15

miércoles

septiembre

19

septiembre

septiembre

Concierto

obra de teatro

Fiesta

POLVO Cover: $5 o $10 (incluye el disco) Hora: 21h30

El Poncho Magnético, Aniversario #2 Presenta: «SAULO», una historia de diablos y pecados Actor: Pablo Espinoza Entrada libre Hora: 20h00

El Poncho Magnético, Aniversario #2 Presenta: Dj TITAN, DJSEB, DJ MATT, DJ AGUJA(Gye) Cover: Preventa $6 / Día del evento $8 Hora: 20h00

sábado

1

sábado

octubre

septiembre

concierto

concierto

8

EVHA, MORFEO, Y POMMEZ INTERNACIONAL Cover: $7 (preventa) Hora: 21h30

viernes

28 septiembre Concierto

AYAWASKA BANDA INVITADA: LOS DESPACHOS DEBUT (SOLISTA Y SU BANDA) JORDY Cover: $15 Segunda preventa: $10 (hasta el 14 de septiembre) Hora: 21h30

viernes

21

viernes

14

septiembre

LINE UP: • IAGO (GYE), • JHONNY MAY (COL), • DEADSTAR (GYE), • MOP (LNDKHN), • TOBHIAS GUERRERO (BLACK LEATHER RECORDS) (UIO), Cover: $8 (preventa) / $10 (puerta) Preventas: 0995529162. Compra tu preventa a través de Meet2Go Hora: 21h00


/ Dir.: Presidente Córdova 5-55 y Hno. Miguel / Télf.: 0987706450 - 2844634 / Email: republicasur2013@gmail.com /

RepublicaSur / www.republicasur.com/


EDICIÓN ESPECIAL Catalina Sojos

POESÍA QUEMADA

Y te quemaré en mí, Poesía! César Dávila Andrade Así con el fragor de una batalla, con el estrépito de la metáfora, con el «dolor más antiguo de la tierra» el poeta yace en sus textos. «Luego, vendrá el sol y te extraerá con los colmillos!» Esos colmillos del sol que hicieron un festín con la obra de Dávila Andrade; mordedura que llega hasta hoy y devora los ojos y la raíz de todo lo que toca, lectura que se cubre a dentelladas en cada verso, en cada bocanada de poesía quemada por el tiempo y la distancia; textos que aún aúllan con «la convulsión de la cacería». Esa cacería interminable de la palabra que el escriba afirma «Entre las obras puras, nada que hacer. Tampoco entre las Ánimas o las Ruinas». He aquí la poesía pura, esa que no desea nada más que su propia consumición y consunción. «El Poema debe ser extraviado totalmente / en el centro del juego, como la convulsión de una cacería / en el fondo de una víscera / Y, reír de sí mismo / con el costillar del ventisquero». Huesos, dientes, mordeduras. Fuego, chisporroteo, estrépito de imágenes desbocadas para siempre. Surrealismo y disquisiciones simbólicas. Es decir, poesía deslumbrante, cegadora, quemada por sus propias silabas y que destella más allá de todo lo pautado por la crítica y el devenir histórico de nuestra literatura contemporánea. Poesía extraviada en el ojo del huracán y que llega con su costillar hasta nuestros ojos y divide en tres tajadas la carne del poema. Aquella etapa juvenil en la que el color se hace presente y que forma parte de sus primeros textos publicados «Espacio me has vencido» en 1947; otra experimental en la que habla con las voces de la tierra, con un lenguaje universal y la última hermética, que no deja una hendidura por donde vislumbrar su luz y que, sin embargo destella. «¡Ah!, decía el Maestro Efraín Jara Idrovo, si las palabras sólo resplandecieran». Dávila Andrade logra su cometido y acepta su oficio en esta labor en la que separa las brasas sílabas para lograr un corpus terminado y lo convierte en su ars poetica. «Desde el fondo de mi alma me llama una carreta / que baja hasta la sombra de mi memoria en calma. / Allí quedará ella con sus frutos extraños / para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos»* En efecto, son esos frutos extraños a los cuales regresamos, una y otra vez, niños cegados por el esplendor de su poética y que continúan recién nacidos a pesar del tiempo y los cien años de su nacimiento. Es, precisamente, en esta etapa cuando surgen textos plenos de lirismo y, sin embargo, ya acusan esa actitud vital que construirá la imagen daviliana. Las formas expresivas que utiliza Dávila en esta etapa rozan el posmodernismo y se constituyen en las primeras aproximaciones a un yo íntimo y casi coloquial como su «Carta a la madre» o Canción a Teresita” sin embargo, debemos insistir en su elaboración de filigrana con recursos lingüísticos y conceptuales a los que debemos regresar una y otra vez en su lectura. No podemos dejar de mencionar su «Oda al Arquitecto» texto inaugural de aquello que se constituirá en identificación singular de su poesía: el suprarrealismo «cada palabra puede alojar un ángel»* En esta mirada a «vuelo de pájaro» a la poética de Dávila, debemos planear sobre aquella segunda etapa que desemboca en lo terrígeno, y que inaugura cada pieza como andamiaje de esa gran «Catedral Salvaje» y que aúlla desde ese «Boletín y elegía de las mitas» textos nacidos en la década de los cincuenta. Esa «cuarta comarca de la Tierra» donde el tiempo no acude, y la poesía repleta sus metáforas, imágenes descuartizadas en las que cada sílaba arde en las manos, quema y enceguece.

tierra. Esa voz poética-profética que continúa resonando a través de los tiempos, más allá de la muerte: «Arrimada a su paño de llorar, / venía la Nodriza, / […] / Yo le besé en la piel los labios más profundos de su cuerpo, / y desperté en el fondo de su vientre, / al Niño sucesivo que no muere». Con ese viaje que retorna una y otra vez gracias a sus convicciones masónicas. Y aquí, debemos hacer un alto, y precisar sobre la experiencia social y cultural que significó su «Boletín y Elegía de las mitas» en el contexto del indigenismo recién inaugurado por sus contemporáneos. Como una tuerca que revienta y se estrella contra los ojos, así la denuncia social llegó para quedarse en la ciudad pacata y en el país entero. Sin embargo, Dávila Andrade marca un quiebre dentro de esa tendencia porque no deja de surgir, una y otra vez, su poesía. Únicamente aquellos que vivimos esos años, podemos dar fe del impacto de su rima y el dolor con el que el gran público respondía a esa voz que usaba la onomatopeya, la sinalefa, los recursos literarios para agredir desde lo más recóndito del ser al gárrulo y procaz explotador del pueblo. «Yo soy Juan Atampan» se inicia el texto, como un tambor que clama «nací y agonicé en Chorlaví / Nieblí, habla el pingullo entre la niebla «Oh Pachacámac, Señor del Universo, nunca sentimos más helada tu sonrisa, / y al páramo subimos desnudos de cabeza, a coronarnos, llorando con tu Sol.» Esa cabeza desnuda que recibe el sol y el granizo de la poesía. «Pero salí. Oh, sol reventado por mi madre!... / Te miré en mis ojos de cautivo. Lloré agua de sol en punta de pestañas. /[…]/ Pero salí. No reconocía ya mi Patria. Desde la negrura, volví hacia el azul». «!Qué cientos de noches cuidé tus acequias, por leguas para moler tu oro, en tu mortero de ocho martillos y tres fuelles./ Oro para ti. Oro para tus mujeres. Oro para tus reyes. Oro para mi muerte. Oro!» La poesía en defensa de la naturaleza hace más de medio siglo. ¡Cuánta proyección social tiene hoy con la minería que destruye Quimsacocha, Rayo Loma allá en nuestro Macizo del Cajas! entre tantos otros proyectos depredadores y realidades nacionales. Y llegamos a la denominada poesía hermética. Aquella que «como una bellota, aún cálida, respiraba dentro de la caja de un arpa» donde «todo era cruel, y la Poesía, el dolor más antiguo, el que buscaba dioses en las piedras», a la cual «nadie podrá mirarte sin recibir un flechazo en los ojos». Palabras que enuncian nuestras lecturas, que escapan a todas las críticas, porque tenemos la certeza de que cada una de ellas es hija de su propia dialéctica e interpretación. Poesía que como un gran mantram cierra las puertas de aproximaciones banales y abre, esas otras a las que volvemos, una y otra vez con las pupilas quemadas. Inútil hablar de las influencias de Dávila en lo contemporáneo. Importante acudir a los críticos especializados en su obra; urgente y necesario revisitar el libro de tesis de grado de nuestro amigo y compañero Jorge Dávila Vásquez «Combate poético y suicidio» en el que se dilucida minuciosamente esa enorme catedral, absolutamente salvaje desde siempre. Acudir a los especialistas davilianos, porque cito: «Cualquier aproximación a la obra de este autor, aunque uno haya pasado mucho tiempo en contacto con su producción, como es el caso mío, constituye una revelación, despierta siempre nuevas inquietudes y posibilidades de análisis, Por tanto, ningún ensayo en torno a Dávila se lo puede considerar acabado, definitivo» * Poesía quemada en el corazón, cuando las calles solo servían para atravesar sus huellas, poesía aterida de dolor y barroca en su piedra y en su espejo. Con ángeles y demonios, indios y ventisqueros, soles aprisionados entre pajonales y hielo, cada verso nos hunde en ese combate y búsqueda de lo absoluto y que, obviamente se incinera en las brasas de un lenguaje implacable e impecable. Trabajada, tizón a tizón, contra el tiempo los avatares y las relecturas disímiles y permanentes, aun hoy, luego de cien años de su nacimiento podemos afirmar que dentro de esta poesía quemada en cada sílaba, el gran deseo de Jara Idrovo se hace presente... aquí las palabras literalmente resplandecen. *Espacio me has vencido. 1947 CDA. * Palabra sola. (Arco de instantes) 1959 CDA *Dávila Andrade: Combate poético y Suicidio. JDV. 1998. Texto presentado para la Feria del Libro de Guayaquil 2018.

Imposible para el lector amante, no dejarse llevar en ese torbellino, poesía quemada que crepita y deja surcos de lava en el corazón. La hipérbole, la desmesura invaden en una visión apocalíptica y provocan la catarsis con esa voz plagada de todas las voces de la

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EDICIÓN ESPECIAL

Cristóbal Zapata

EL AHOGADO (CÉSAR DÁVILA ANDRADE)

Salir en la noche, pálida ya de aurora, y elegirse entre los ahogados más humildes en el Señor. César Dávila

Yo fui el que una mañana cayó en el desaguadero público y conoció el aroma animal de los hombres. El que tragó por todos —los ortodoxos, los biempensantes y los cuerdos— la mierda y los efluvios, el que trajo para ellos las sombrías noticias del subsuelo. Con el tiempo supe que ese sería yo: un sobreviviente, un sobremuriente. ¿No es eso un poeta, quien absorbe a la luz del día la miasma y los aromas corruptos de la ciudad? Fuera de los pordioseros que se recogen bajo el puente y de algunos noctámbulos que bordean las orillas nadie me ve. Soy esa cabeza de bronce que reluce en la superficie del río, iluminada por la luna capicúa o los mortecinos focos del alumbrado municipal —como un Centinela de la Noche Antigua—. En el verano me alimento de tallos y hojas secas, en el invierno de los banquetes reales que traen las crecidas. Una cabeza a punto de ahogarse o salvarse. Es difícil saberlo, hasta de muerto.

Cuenca, junio 15, 2007

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EDICIÓN ESPECIAL

Edith Patiño

CÉSAR DÁVILA ANDRADE SIEMPRE VIGENTE Dejo la puerta en que vivió mi ausencia mi voz perdida en un abril de estrellas y una hoja de amor, sobre mi mesa… En ti muere mi canto, para que en todos cante… César Dávila A. El haber trabajado como maestra por treinta y cinco años

respeto, porque el poema dedicado a Dña. Elisa Andrade,

épico lírico convocó incluso a Concursos Intercolegiales

en el entonces Colegio Nacional César Dávila Andrade

su madre, era un sublime caudal de amor —que según

y como anfitriones siempre ganábamos; eran eventos de

—hoy Unidad Educativa—, pese a que mi especialidad

don Olmedo Dávila, hermano del poeta— fue enviado por

lujo en el Salón de la Ciudad, declamaciones que movían y

es Filosofía y Psicología, me permitió formar parte de

César desde Quito como un regalo preciado. Aunque César

conmovían; no de una manera lastimera, sino con rebeldía,

la Comisión Cultural y del Área de Lengua y Literatura;

salió de Cuenca en busca de un destino construido con

como denuncia social, ante la situación de nuestros indios:

por ello, fue imperativo ilustrarme lo más que pude sobre

las letras de la adversidad y la gloria, nunca descuidó a su

«Mis indios dormidos…la desraza de mi raza».

el «patrono del Colegio»: el insigne bardo cuencano.

familia; siempre llegaban cartas con un dinerito separado

Coincidencialmente, las fechas de nacimiento y de muerte

celosamente: «para mi viejita». Ella era un ser especial que

|Y bajo ese mesmo Cristo, / negra nube de buitres de

de César Dávila se recordaban al inicio del año lectivo,

preparaba las más ricas golosinas: alfajores, pinol y cocadas

trapo vinieron. Tantos / Cientos de casas hicieron en

en octubre, y en el mes de mayo, durante la «semana

de colores para deleitar a su hijo. Se las mandaba en el tren

la Patria. / Miles de hijos. Robos de altar. Pillerías de

del estudiante». Siempre preparé carteleras alusivas a la

con Olmedo que iba de visita, para compartir el abrazo

cama. / Dejáronme en una línea de camino, /sin Sur,

fecha y a su obra con el título Presencia de César Dávila,

fraterno y un paseo por la capital. Él recuerda que en una

sin Norte, sin choza, sin… dejáronme! / Y, después, a

además de los discursos formales, los programas cívicos y

ocasión llegó y le encontró completamente desencajado,

batir barro, entraña de mi tierra; / hacer cal de caleras,

culturales con toda la información sobre él. Fue así que me

flaco y con unas ojeras profundas, sin ropa, sin casa y sin

a trabajar en batanes, / en templos, paredes, pinturas,

fui aproximándome a su vida, investigando, aprendiendo,

dinero. César, muy avergonzado, con el respeto y cariño

torres, columnas, capiteles. / Y, yo, a la intemperie!

valorando y admirando su grandiosidad.

que le tenía a su hermano menor, le rogó no contarle

/ Y, después, en trapiches que tenían, / moliendo

a su madre: «ya me pongo bien, el Zen me cura todo, la

caña, moliéronme las manos: / hermanos de trabajo

Recuerdo que mis estudiantes, con la típica picardía de la

meditación me salva, no necesito ninguna medicina» le

bebieron mi sanguaza. Miel y sangre / y llanto. / Y

adolescencia, me presentaban a los demás diciendo que

decía. Además le entregó un sobre para Dña. Elisa. Al llegar

ellos, tantos, en propias pulperías. / Enseñáronme el

les hablaría del poeta, en otras palabras, esa era mi carta

a Cuenca y abrirlo, no había dinero, sino el más bello poema

triste cielo del alcohol / y la desesperanza.

de presentación. Y claro, yo, orgullosa de aquello, sentía

que se haya escrito sobre la madre, junto a una notita que

fascinación por la lectura y «peleaba» para que leyeran

decía: «Viejita perdóname que no te mande dinero, estoy

primero a Dávila. Ahora, ya jubilada, no me arrepiento de

saliendo de una de esas, que tú ya sabes». Fue entonces que

aquello. Siento que César Dávila estuvo presente, vigente

un amigo de la familia, le publicó entusiasmado el poema.

Puedo dar fe de mi relación con el gran e insigne poeta

siempre en las aulas, en su famosa «Carta a una Colegiala»,

«No madrugues a misa ni cojas el sereno / Yo sé muy bien

a través de las tertulias con Monserrat, su sobrina; con

que es un himno al primer amor, a los corazones furtivos,

que amas con el dolor de Cristo / Mil noches de costura te

Charito, su hermana, y, sobre todo con Don Olmedo, que

a los apuntes románticos en los pupitres y en las blusas.

han llagado los ojos / y la malva morena de tus sagradas

me abrió el cofre de sus más bellos y nostálgicos recuerdos

«Entonces, te hablaré desde las letras: / Era enero. Salimos

manos / tiembla ya con el viento que gira en la ventana».

para contarme y motivarme a una modesta compilación de

del colegio. / Veo tu blusa de naranja ilesa. / Tus principiantes

Fue una confesión de nostalgia universal que conmovió

todo lo que llegaba a mis manos sobre César: sus obras,

senos de azucena, / y siento que me duele la memoria. Bella

profundamente.

apuntes, fotos, recortes de la prensa, etc. para escribir

¡Mi homenaje a su memoria!

Presencia de César Dávila con sabor a familia, a aulas, a

aprendiz de cartas y de melancolía, / con los ojos cerrados y las bocas unidas…». Así se sucedieron los años: evocando,

En el Colegio se dieron muchos concursos internos con

canto. Espero así, motivar a la lectura a mis estudiantes.

enseñando y aprendiendo. Muchos jóvenes recitaron esta

la poesía de Dávila. Afloraron declamadores por doquier.

Se publicó una segunda edición con ciertas correcciones

carta inspirados en la profundidad de la poesía y queriendo

Poco a poco, los estudiantes iban adentrándose, no solo

obvias —me hubiese inclinado por lo filosófico, porque

conquistar a sus amadas. De seguro les fue muy bien —era

en la poesía, sino en la narrativa. Incluso representábamos

siempre me llamó la atención lo metafísico, el Zen, lo

poesía fina—.

como aprendices de actores, los Trece Relatos. Buscábamos

hermenéutico—; no tengo, en lo absoluto autoridad, para

poemas cada vez más largos: «Oda al Arquitecto»; «Espacio

hacer un gran libro, pero sí afecto, experiencia didáctica y

En mayo no hacía falta obligar a nadie a aprenderse «Carta

me has vencido» o «Catedral Salvaje», y para culminar, como

gran admiración por la obra de César Dávila y su familia.

a la Madre», los estudiantes lo hacían con destreza y

un reto fuerte, «Boletín y Elegía de las Mitas». Este poema

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EDICIÓN ESPECIAL

Elisa Cordero / CCENA

EL AGUA Y EL FUEGO DE DÁVILA ANDRADE Y GARCÍA LORCA ¿Qué pueden tener en común el escritor ecuatoriano César Dávila Andrade, con el poeta español Federico García Lorca? La obra de teatro «Agua y fuego» trae a la vida los mejores textos de estos autores, en ella confluyen los elementos representativos de cada uno. Se estrenará este 12, 13 y 14 de septiembre en el Teatro Casa de la Cultura y contará con la participación de tres artistas radicados en Cuenca: Pancho Aguirre y Pilar Tordera, bajo la dirección de Galo Escudero. Qué veremos en «Agua y fuego» En la obra descubriremos un interesante contraste y complemento entre Dávila Andrade, agua, y García Lorca, fuego, tanto en sus personalidades, como en sus obras. Se trata de una innovadora puesta en escena donde se abordan diferentes etapas de la vida de los autores que se confrontan y cuestionan constantemente desde un mundo onírico. En esta representación se plantea el paralelismo luz y sombra, la vida como una fiesta siempre desbordada y las preguntas que nunca tendrán respuesta, el vértigo frente al universo, el destierro y el desapego como condición permanente.

El fuego: Federico García Lorca El poeta español nacido en Granada en 1898 fue una de las mayores influencias de la literatura española de su época. Fue un destacado miembro de la Generación del 27 por sus obras de poesía y teatro. Con este último género, se centró en acercar obras clásicas del teatro español a zonas, hasta entonces, caracterizadas por su poca actividad cultural y artística. Esa empatía con el pueblo se proyectó en cada una de sus producciones dramatúrgicas. Su contribución en este campo en España fue enorme, no en vano, el ayuntamiento de su ciudad natal ha propuesto este año, al celebrarse el aniversario 120 de su nacimiento, que se le otorgue un Premio Nobel póstumo en Literatura. Con o sin Premio Nobel, su legado para Europa y el mundo es innegable. Entre sus obras, caracterizadas por su carga simbólica, destacan: Bodas de sangre, Yerma, Impresiones y paisajes, Romancero gitano, Sonetos del amor oscuro, Poeta en Nueva York y La casa de Bernarda Alba. Para muchos, la publicación de esta última obra de teatro pudo haber sido, indirectamente, la causa de su fusilamiento a los 38 años de edad a manos del ejército del régimen fascista y de lo que, él llamó, «la peor burguesía de España».

Se combinan textos poéticos, teatrales y en prosa, momentos monologales y momentos dialogados con una unidad narrativa dramatúrgica y escénica única.

La actriz Pilar Tordera, de destacada trayectoria en teatro, cine y televisión encarnará el «fuego» de García Lorca. Ella tendrá la misión de transmitirnos el espíritu de la poesía del español marcada por su recurrente interés por temas como la muerte, la opresión, las injusticias sociales y la represión originada por los códigos morales de su época.

La preparación de la obra

El agua: César Dávila Andrade

Meses de investigación, recopilación, selección y análisis del material escrito de Dávila Andrade y García Lorca han dado como resultado una interesante creación colectiva de una hora de duración.

Con un matiz metafísico encontramos la obra de César Dávila Andrade, poeta, narrador y ensayista ecuatoriano nacido el 5 de octubre de 1918 en Cuenca.

La música que acompaña la obra también ha sido seleccionada a través de estudios detallados para dar fuerza a cada elemento. Para César Dávila Andrade se escogieron sonidos andinos: zampoñas, flautas y quenas, mientras que para Federico García Lorca se optó por el cante jondo, tradicional de su región y para el que compuso su poesía. A diario, los actores y el director de «Agua y fuego» emprenden largas jornadas de ensayo que tienen como escenario las instalaciones de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay. Ahí consiguen sumergirse en los personajes que cada uno representa para encarnar su esencia y ofrecer una llamativa historia. Como complemento a la actuación encontraremos varios elementos simbólicos que enriquecen la representación de las obras literarias implícitas en escena.

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En sus obras refleja la constante exploración del mundo místico y espiritual, al punto de determinar el sobrenombre que lo acompañaría el resto de su vida: «Fakir». A las obras del Fakir las dará vida el conocido actor cuencano Francisco Aguirre, que nos guiará por un mundo de exploración de sentidos a través del lenguaje en un «sumergirse a mundos profundos y metafísicos». La obra «Agua y fuego» se realiza a propósito de los 100 años del nacimiento del poeta César Dávila Andrade y es parte de una amplia agenda presentada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay que incluye diversas actividades escénicas, cinematográficas, expositivas, musicales y, por supuesto, literarias que se pueden consultar en la página institucional www.cceazuay.gob.ec y que rendirán un merecido homenaje a este ícono de la literatura ecuatoriana.

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