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Por qué es importante leer en los clubes de lectura?

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Hermosa infiel

Hermosa infiel

¿Por quées importante leer en los clubes de lectura?

Héctor Alejandro Lozada Calvillo

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Escuela Normal de Naucalpan

¿Por qué es importante leer? La pregunta cae en vacío cuando se plantea a estudiantes de educación superior. La mayoría de sus respuestas parecen aprendidas en textos y arengas grandilocuentes que ensayaron dentro del aula, como un discurso que se memoriza para un examen y se repite sin reflexionar en el significado de las palabras: “Para conocer”, “Para aprender”, “Para acreditar mis cursos”.

Cuando se cambia la pregunta y se plantea ¿Qué haces para divertirte? La actitud de los jóvenes cambia, su rostro se ilumina y las respuestas son más explícitas: “Me gusta ver películas de aventura”, “Tengo un programa de televisión favorito”, “Podría pasarme en internet el día entero”, “En YouTube encuentras de todo”, “Ahora con Netflix empiezo una serie y no me levanto hasta que acabo una temporada”.

Es razonable pensar que lo que aconsejamos rutinariamente con poca o mucha convicción, y a pesar de nuestra insistencia desde preescolar hasta educación superior, no es suficiente para formar lectores que encuentren en los libros diversión, fantasía y esparcimiento. Los libros siguen siendo un objeto al que los estudiantes se acercan por obligación. Incluso, cuando los docentes hacemos recomendaciones literarias para

fortalecer la comprensión de un contenido formativo, la pregunta de más de un estudiante es: “¿Nos va a subir puntos por leer, profe?”. Hasta la mejor de las intenciones topa con una trayectoria educativa que ha preferido las imágenes sobre la imaginación; las películas, antes que los argumentos; Las series de detectives, médicos y abogados por encima del uso del pensamiento hipotético-deductivo.

Seamos claros: el club de lectura no es importante porque divierta o porque transmita información o porque permita conocer las grandes obras literarias y los grandes autores que hay en nuestras bibliotecas. La lectura dentro del club es importante porque la inteligencia humana es una inteligencia lingüística. Sólo gracias al lenguaje podemos desarrollar nuestra inteligencia, podemos comprender el mundo, inventar grandes cosas, convivir, expresar nuestros sentimientos, hacer planes. Una inteligencia con un número limitado de palabras es una inteligencia mínima (Marina, 1998).

Para que nuestra inteligencia sea flexible, perspicaz, convincente y racional necesita utilizar muchas palabras. Cada vocablo es una herramienta para analizar la realidad, para expresar nuestras emociones y para establecer con claridad lo que pensamos y sentimos. Ser cobarde no es lo mismo que ser miedoso. Sentir celos no es lo mismo que amar. Puedes ser muy listo, pero no es lo mismo que ser inteligente.

Es cierto que el mundo de los jóvenes está inundado de imágenes, olores, sa bores y sonidos que rebasan su vocabulario. Todo conocimiento perceptivo (basado en el uso de los sentidos) sobrepasa lo que el docente sea capaz de expresar con palabras. Una imagen puede valer más que mil palabras, pero hacen falta más de mil palabras para exponer un argumento. La imagen puede captar con rapidez una idea, pero la explicación, el argumento, la reflexión y el razonamiento son frutos pausados de las palabras.

Leer, dice Valadez (1984), propone al lector un viaje de portentos y prodigios imaginativos. En todo relato, cuento, novela o historia se derrama un arte extraordinario que eleva lo inverosímil y anima colisiones entre realidad e ilusión. En los textos literarios transcurren amores, enigmas, sueños, espejos, milagros, fantasías, utopías, fantasmas y lo que el ingenio de quien escribe trata de explicar o fundamentar sobre lo que está más allá de lo visible y lo comprobable.

La lectura puede aburrir a los jóvenes porque es más lenta que las imágenes: mientras una película cuenta una historia en dos horas, leer el libro que dio origen al argumento puede tomar semanas. Pero es precisamente cuando una historia se pone en palabras cuando la inteligencia se desarrolla, porque entonces es necesario explicar, describir y provocar sentimientos y emociones con palabras. ¿Quién no ha sentido miedo leyendo un relato de Lovecraft? ¿Quién no siente ternura por el Principito que aprende a ver lo esencial sin usar sus ojos? ¿Quién no imagina el clima tropical de Macondo conforme avanza en la lectura de Cien años de soledad?

Leer, hablar y escribir es decir, explicar y comprender con palabras; es una condición indispensable del pensamiento humano. De acuerdo con Santrock (2006), el pensamiento implica manipular y transformar información en la memoria. Pensar permite formar conceptos, razonar de manera crítica, tomar decisiones y resolver de manera creativa los problemas de la vida diaria.

Cuando los docentes rehuimos a la palabra escrita para promover estilos de

aprendizaje visuales, lo que hacemos es alejarnos del argumento, del razonamiento, del análisis del discurso y de la capacidad crítica de nuestros estudiantes. Promover el pensamiento mediante la lectura implica promover tareas que involucran recordar, resolver problemas, inducir reglas, definir conceptos, percibir y reconocer estímulos (Amestoy, 2002). Un modelo coherente de promoción de lectura recreativa no se centra en la cantidad de tareas que se pueden dejar después de una lectura. La lectura recreativa evoluciona en oralidad: en explicar lo que sentí, en buscar palabras para describir la emoción, el sentimiento o las ideas que me genera lo leído. Como estrategia para promover el pensamiento, la lectura recreativa genera conductas inteligentes: búsquedas selectivas de información, motivaciones internas para seguir leyendo o adaptaciones dinámicas de las aspiraciones de los participantes.

Leer poesía, por ejemplo, debe abrir la posibilidad de hablar con el ser amado, explicar con metáforas y analogías los sentimientos que genera el amor.

Que un joven estudiante lea un poema de Jaime Sabines a su novia en el contexto de un club de lectura va de la mano con ser consciente de su respiración, de la dirección de su mirada, del tono de su voz, de la posición de su cuerpo en relación con las personas que lo escuchan. Leer poesía se convierte en un acto íntimo, pero también en acto colectivo, porque apunta a los sentimientos de todos los asistentes.

Actuar un cuento infantil, conforme se va leyendo, permite describir dos tipos de actividades mentales: las cognitivas y las metacognitivas. El primer tipo se manifiesta en las estrategias de pensamiento que participan en la toma de decisiones (qué sonido utilizar, cómo modular la voz con cada personaje), la resolución de problemas (cuándo hacer una pausa dramática, cuándo levantar la mirada para valorar la reacción de los escuchas) y operaciones mentales de comparación, análisis y síntesis.

El segundo tipo, las operaciones metacognitivas, permiten dirigir y controlar la producción de significados (¿cómo habla un oso?, ¿cuál es la expresión del rostro de Caperucita al ver al lobo con el camisón de la abuelita?). La metacognición posibilita los procesos de planificación para anticipar la reacción de los escuchas y permite la evaluación del acto mental (¿me están poniendo atención?, ¿están entendiendo lo que digo?).

Animar la lectura en los clubes de las escuela normales es primordialmente un acto educativo. Como afirma Sarto (1998), en las escuelas no basta con saber leer y escribir; la lectura requiere educación.

Todos los estudiantes tienen el potencial lector, pero no todos lo utilizan. No basta con entregar una lista de libros o un paquete de hojas impresas para animar la lectura.

Animar la lectura se basa en la afirmación de que la persona que adquiere conocimientos no permanece pasiva ante las informaciones que se le presentan: las selecciona e integra en función de normas establecidas en pensamiento (Chadwick, 1999). Para promover y animar la lectura, se debe educar para el descubrimiento del libro y cuanto tiene escrito para originar la interiorización de lo que se lee y que el estudiante vaya formando sus propios esquemas lectores; se le debe conducir en el ejercicio del pensamiento crítico para discernir la utilidad de la lectura en sus actividades individuales y colectivas.

Cuando un lector relaciona las lecturas nuevas con los conocimientos anteriores, las compara con la información que almacena en su memoria. Los ejercicios de promoción de lectura requieren apelar a una organización constante de los conocimientos previos: mientras más se organicen los conocimientos en la persona, más posibilidades tiene de asociar nuevas informaciones de manera significativa y reutilizarlas funcionalmente.

Cuando los clubes de lectura promueven el desarrollo de las habilidades lectoras, buscan desarrollar en los estudiantes normalistas el gusto por usar material escrito, valorar el libro como medio para su formación y poner en práctica sus habilidades para resolver problemas. El propósito primordial de la animación a la lectura no es generar afición por los libros o los autores, su intención primordial debe hacer de la lectura una herramienta para explorar el mundo de la docencia.

Referencias

Amestoy, M. (2002), “La investigación sobre el desarrollo y la enseñanza de las habilidades de pensamiento”, disponible en: Revista Electrónica de Investigación Educativa, disponible en: https://cutt.ly/egXHNkn [fecha de consulta: 4 de mayo de 2020]. Chadwick, C. (1999). “La psicología del aprendizaje desde el enfoque constructivista”, en Revista Latinoamericana de Psicología, disponible en: https://cutt.ly/MgNshkU [fecha de consulta: 6 de mayo de 2020]. Marina, J. (1998), “Prólogo”, en M. Sarto,

Animación a la lectura con nuevas estrategias,

Madrid: Ediciones SM. Santrock, J. (2006), Psicología de la educación,

Ciudad de México: McGraw Hill. Sarto, M. (1998), Animación a la lectura con nuevas estrategias, Madrid: Ediciones MS. Valadez, E. (1984), El libro de la imaginación, Ciudad de México: fce.

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