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Olvido // Melisa González Aguirre
TOMO OTRO TRAGO y me duele la cabeza. Estoy sentado en un restaurante completamente vacío, a excepción de un par de meseros que limpian el lugar. Frunzo el ceño y volteo hacia los lados. ¿Qué hago aquí? Hace un momento lo tenía justo en la mente. Confundido, encuentro una nota en la mesa: “Martes, 18 de febrero, aniversario de casados. No lo olvides”. Abajo de eso viene la hora y dirección, por lo que confirmo con mi celular si estoy en el momento indicado. Trato de concentrarme. Son las diez y media de la noche; ya pasaron más de dos horas desde la cita. Me extraña. Marco a mi esposa y suena el teléfono. No contesta. Suena de nuevo y se acerca un mesero para preguntar si se me ofrece algo más. Le digo que más vino y pregunta si realmente quiero otra copa. Suena otra vez. Insiste preguntando si estoy seguro. Veo que frente a mí tengo una copa de vino casi vacía. Suena una vez más. Del otro lado, hay una copa a la mitad que parece intacta. Le hago una seña con la mano, dando entender que estoy bien y cubro mi descuido. Me manda a buzón.
Hoy es mi cumpleaños. No lo sabía, por supuesto, pero me lo recordaron. Vale, mi esposa, suele recordarme, aunque volví a olvidar el día. A veces me pregunto si todos los demás saben que no recuerdo, porque justo cuando voy a preguntar sobre ellos, mi esposa me interrumpe y casualmente arroja la información que necesito. Nadie parece percatarse de algo fuera de lo común. Entonces volteo hacia ella, buscando algún tipo de respuesta, pero dirige su mirada hacia los invitados. Me quedo en silencio pensando lo triste que es, si es que nadie sabe que olvido; ellos ni siquiera notan que no los recuerdo. Ni siquiera les interesa si no entiendo, si no hablo. Quizá no tengo nada que fingir, siempre y cuando no haga preguntas. Ellos se encargan de hacer toda la plática, mientras hablen de sí mismos. Serio, bajo la vista y Vale me toma de la mano. La volteo a ver y me detengo a pensar. Sí reconozco esa mirada, pero algo es diferente. ¿Desde cuándo? Me llena de tristeza no poder recordar y siento que me pierdo de algo. Parece darse cuenta porque me besa tiernamente en la mejilla y creo ver sus ojos humedecerse. Se acerca Luna. Pienso que después del accidente quizá sólo recuerde tres cosas de mi vida: Vale, esa casa, que no me es totalmente desconocida, y Luna, nuestra perrita. Se acerca a mi regazo y de un lengüetazo en la cara, olvido todo en lo que pensaba.
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Me encuentro limpiando la sala de tanto desorden. No entiendo qué ocurre, pero no pregunto porque me avergüenza. Tomo algunos platos sucios para ponerlos en el lavabo y luego recojo el mantel. Me quedo parado y trato de recordar en dónde iba, mientras finjo seguir limpiando. Vale viene hacia mí y me pide ayuda para mover la mesa. Despistadamente, toma el mantel y lo lleva a su lugar. De reojo veo que lo pone en el segundo cajón y suspiro. Eso yo lo sabía. ¿Cómo pude olvidarlo? Muevo la mesa y después Vale dice que mejor vaya a descansar. Insiste. Asiento y camino por el pasillo, pero me detengo en seco al ver dos puertas semiabiertas y una cerrada. Conozco esta casa y sé a dónde voy, pero ¿por qué no lo recuerdo ahora? Me asomo para asegurarme que mi esposa no está mirando. No quiero que piense que también me cuestan trabajo estas cosas. Entonces, más cómodo, comienzo abrir puerta por puerta para descubrir mi cuarto. Abro la primera semiabierta y descubro el baño. Regreso la puerta a como estaba para que mis intentos pasen desapercibidos. Después, pasa algo increíble. Abro la segunda puerta, la única cerrada completamente, y ante mí, aparece un cuarto de niños. ¿Qué es esto? Por todos lados se encuentran juguetes y dibujos enmarcados en las paredes. La cama está tendida e intacta. Apenas voy a entrar cuando Vale cierra la puerta. Me dice que el cuarto es el último y yo, confundido, camino hacia el final.
Estoy solo y tengo miedo. Aún no sé por qué. Llueve y manejo a toda velocidad sabiendo que me persiguen. ¿Quién? Me desvío bruscamente por una curva que no había visto. En eso escucho el llanto de una niña al lado mío, quien sale arrojada a la calle por el impacto. Yo sigo intacto en mi lugar. ¿Debería detenerme? Me quedo quieto y veo que el carro que me persigue se detiene ante el cuerpo de la niña. Abre la puerta y sale una mujer descalza para arrodillarse junto a él. Llora y grita de manera desgarradora. Acelero inmediatamente para irme. Aún así, sin explicación alguna, regreso a la escena del crimen. No me pregunto por qué, pero tengo la certeza de que soy invisible. Llega una ambulancia y la policía. Todos me pasan de largo y atraviesan mi cuerpo. Se dirigen hacia ella para tranquilizarla. La lluvia nos empapa por completo, pero no tengo frío. Entonces ella me voltea a ver; es la única que puede verme. Me ve directo a los ojos y sé que me culpa. Sé que es mi culpa. No está enojada, lo puedo sentir, pero llora de tristeza. Se levanta y se dirige hacia mí. Trato de correr, pero no puedo moverme porque mis pies están pegados al pavimento. Parecen hundirse. Se acerca. Su silencio me mata. No grita ni me expone ante la policía. Mis pies ahora están completamente dentro del concreto y no puedo verlos. Se acerca. Está a pasos de tocarme. Tiende su brazo y me señala. Es mi culpa, lo sé. Lo siento. Y se acerca.
Me despierto sobresaltado. Tengo la respiración agitada sin saber por qué. Entra luz por la ventana y asumo que es de tarde. No sé el día ni la hora. Vale abre la puerta del cuarto bruscamente y a un lado suyo la sigue Luna, un tanto excitada. Me pregunta si me encuentro bien. Le respondo con el semblante tranquilo sin saber de qué habla. Ella me ve directo a los ojos, niega con la cabeza y murmura que probablemente sólo tuve una pesadilla. Parece cansada y tiene los ojos llorosos. Sostiene un álbum de fotos en mano y quiero preguntarle qué pasa, pero no puedo hablar. Se acerca. Me besa la frente. Despistadamente se limpia las lágrimas y se dirige hacia el baño. Me recuesto un rato y con la vista sigo sus pies descalzos hasta que desaparece. Se encierra dejando a Luna afuera, que se acuesta en el piso. No puedo volver a dormir y me siento a orilla de la cama. Miro hacia mi buró donde tengo unos libros que no recuerdo haber leído y de donde se asoma una nota: “Martes, 18 de febrero, aniversario de casados. No lo olvides”. Veo el día y la hora en mi celular. Es hoy. Asumo que por eso Vale está triste. Me levanto con la nota en la mano, determinándome no soltarla para no olvidar. Hoy no le fallaré. Me cambio de ropa y justo cuando dudo qué hago, la nota me lo recuerda. Hoy no le fallaré.
Estoy parado en el cuarto vestido de manera formal. Me miro en el espejo y observo mi rostro. Realmente me veo descuidado. ¿Desde hace cuánto tiempo estoy así? Entro al baño para rasurarme, cuando encuentro la bañera sin agua, con mi esposa dentro. Parece inconsciente porque permanece acostada, aferrándose al álbum de fotografías que llevaba antes. Un escalofrío pasa por todo mi cuerpo. Le checo el pulso y sigue con vida. Tiemblo al tocarla y no puedo moverme. Miro un bote de pastillas vacío tirado en la bañera, y junto a él, una fotografía que debió haberse caído del álbum. Me reconozco en ella, estoy junto a Vale celebrando el cumpleaños de una niña pequeña. Frunzo el ceño porque no la conozco. Hasta ese momento, me percato en que Luna está ladrando de manera ruidosa. Volteo hacia mi esposa y reacciono.
Salgo del baño y tomo mi celular del buró. Mi respiración se agita. Comienzo a marcar, pero ¿a dónde? Trato de concentrarme. Luna me sigue al cuarto y ladra ruidosamente. Es una emergencia; el número de emergencias. Lo conozco, pero no recuerdo. Desesperado lo investigo desde mi celular. ¿Qué busco? Era importante, no debo olvidarlo. El número, busco el número y lo encuentro. Marco y suena. Aún no contestan. ¿Quién va a contestar? ¿A quién estoy marcando? Habla una voz preguntando la emergencia. ¿Emergencia? Debe haber sido algo importante; debo recordarlo. Suspiro y pido que me dé unos segundos. Luna no para de ladrar y cada vez se acerca más a mí. Golpeo mi cabeza como si eso ayudara en algo. ¿Qué era? La voz vuelve a preguntar, pero no puedo contestarle. Sólo se escuchan los ladridos de Luna. No recuerdo y cuelgo. Siento que algo está mal. Me llevo las manos al rostro y golpeo el buró sin saber por qué. Me inclino y leo una nota: “Martes, 18 de febrero, aniversario de casados. No lo olvides”. Abajo de eso viene la hora y dirección. Volteo a verme con ropa formal y miro hacia el celular que indica casi una hora antes de la cena. Estoy a tiempo. Tomo la nota y la aferro a mi mano. Hoy no voy a olvidar. Luna ladra intensamente y la cargo para sacarla al patio. Se queda fuera y yo leo la nota que sostengo en la mano. Aniversario. Asiento con satisfacción de mí mismo porque casi se me olvida. Salgo de la casa para dirigirme hacia el restaurante y cierro la puerta.