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Una innovación al revés // Gabriel Contreras
EL SURREALISMO, el dadaísmo, el estridentismo, y muchas otras tendencias artísticas vigentes en distintos momentos del Siglo XX, nos dejaron algunas lecciones que, en estos días de innovación y sorpresa, vale la pena –quizás– recordar.
Una de esas lecciones es aquella que nos muestra cómo el ingenio y el sentido del humor resultan alimentos valiosos e interesantes para el desarrollo del arte contemporáneo. Así, podemos recordar a Dalí paseando un oso hormiguero en plena calle, aquella imagen de una pipa en la que se nos avisa que “esto no es una pipa” y, en tiempos más recientes, la presencia de un par de chicles –masticados– pegados a un muro como muestra del magnífico arte de Francis Alys.
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Lo cierto es que yo acabo de encontrarme con una de estas expresiones en distintos sitios de Internet, y me parece algo al mismo tiempo tan llamativo y tan inútil, que no tengo más remedio que mencionarlo.
Hace años, en aquellos días en los que la digitalización de los medios de comunicación desterró para siempre las máquinas de escribir de las redacciones de los periódicos y las universidades, escribí algunas notas en torno a la evolución de la máquina de escribir, su ascenso y su entierro.
En ese momento, acudí a entrevistar a un hombre que, con la mejor de las voluntades, ofrecía sus servicios como técnico en reparación de máquinas de escribir, en un pequeño taller ubicado en la Colonia “Independencia”, en Monterrey.
Contra lo esperado, él sabía perfectamente que las computadoras habían arrasado con el mercado y se habían convertido en un verdadero monstruo de la información, yendo mucho más allá de las humildes posibilidades de la máquina de escribir, que no daban otro servicio que ese: escribir. O sea que él no lo ignoraba, ni lo negaba. Pero seguía trabajando como técnico reparador de máquinas de escribir basado en dos ideas, un tanto inocentes pero eficaces.
1. Muchas oficinas, en distintas ciudades de México y del extranjero, carecían de computadoras y de red, lo cual era verdad y lo sigue siendo, de alguna manera.
2. Hay mucha gente que está trabajando en estos momentos en la posibilidad de establecer una alianza entre la máquina de escribir y la computadora. O sea, es gente que pretende ligar, a través de una conexión, a la computadora actual (PC o laptop en ese entonces) con la máquina de escribir, Remington, Olivetti o Royal.
Esa idea, obvio, me pareció no sólo absurda, sino también bastante ridícula, porque ¿a quién podría interesarle reintegrar una máquina muerta y superada, a un dispositivo con un futuro imponente?
Pues bien, muchos años después he podido darme cuenta, gracias a You Tube, de que aquel hombre ni mentía ni se equivocaba. El del error era yo. Porque existen, hoy, en efecto, tecnólogos y artistas de distintos lugares del mundo, que están empeñados en ligar activamente a la computadora con el teclado de la máquina de escribir. Y no es que quieran hacerlo, es que ya lo hicieron. El dispositivo es sencillo, precisa de una verdadera máquina de escribir, que establece su conexión con la computadora a través de un cable USB, y acaba devolviéndole a ese escritor nostálgico la posibilidad de escribir a base de un teclado clásico, digno de Mark Twain, Carlos Fuentes o Truman Capote. Estamos, pues, ante un verdadero avance hacia atrás, una innovación al revés. El señor de las máquinas tenía razón, y el equivocado era yo. Felicidades a la nostalgia.