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Editorial
En estos días de campañas electorales, el de la política se vuelve un tema ineludible. Sea para rechazarlo o aceptarla, nadie niega su influencia e importancia. Por eso mismo sorprende que ningún candidato a ocupar un puesto de elección, se preocupe por decirnos qué es para él la política. ¿Será un arte, definición ambigua, útil a los dinosaurios políticos para disimular su impreparación teórica? ¿O será, tal vez, una ciencia –analítica, desde luego– cuyo campo de estudio son las leyes que explican y determinan la participación de los seres humanos en los asuntos del estado, entre otros, su organización, su orientación, el gobierno del país, la dirección de las clases sociales, las luchas de los partidos y las relaciones con los gobernantes de otros países?
Como sea concebida, parece que en el presente, salvo honrosas excepciones, la política es, para quienes la ejercen o aspiran a ejercerla, el camino fácil para su enriquecimiento, sin importarles la función esencial de la misma como recurso pacífico de las clases sociales existentes, enfrentadas en aras de conservar o tener acceso al control del estado. En el fondo, esta es la controversia política a definir por los mexicanos y mexicanas en las elecciones de julio próximo.
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