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Metafísica del amor // Ramiro Luis Guerra
PRESENTACIÓN
El presente trabajo no tiene pretensiones de originalidad, puesto que se apoya en corrientes e ideas filosóficas ya existentes. Sin embargo, algunas de estas ideas tomadas de otros autores, son llevadas por nosotros a conclusiones que éstos no sacaron de ellas, y que hemos usado para elaborar algunas definiciones que al parecer sí tienen nuestro cuño personal.
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El orden y contenido de los temas que se ofrecen en esta ponencia es poco sistemático en su exposición. Se trata más bien de ideas tomadas de un libro nuestro en preparación, que aunque modestas, pueden sugerir provechosas discusiones.
El carácter cristiano de nuestra investigación aparecerá solamente al final de estas reflexiones, ya que antes hemos de exponer y explicar nuestra tesis fundamental sobre el amor y demostrar su aplicabilidad universal, desde Dios hasta toda criatura.
Advertimos que la índole de nuestro trabajo es de carácter teórico y no normativo. No obstante, en su desarrollo completo, nuestras ideas pueden servir como fundamento para cualquier forma de ordenamiento práctico-positivo.
PRIMERA PARTE
Exploración fenomenológica
I. Estatuto ontológico del amor
El valor Amor no es uno más entre los valores del universo axiológico general. Se trata de un meta-valor que, sin abandonar tal universo, se coloca dentro de éste en un nivel diferente al de la totalidad restante de los valores.
Dicho ya con cierta exactitud –la completa precisión aparecerá en el desarrollo de este trabajo– proponemos ahora nuestra tesis fundamental: “El amor es la capacidad que tiene todo ente que ejerce una conciencia para descubrir el valor en cuanto tal, sea cual sea su rango y especie”. El ejercicio de “reconocer un valor” por parte de la capacidad mencionada, es, sin más, específicamente el Amor mismo. Pues no hay nada que al reconocerse en su valor no implique la más amplia estructura del “valer” con sus ingredientes de conciencia y voluntad, libertad y responsabilidad. Sin embargo, a pesar de la diferencia de niveles entre el Amor y el resto de los valores, el primero, el Amor, dicho con Max Scheler, inspirador principal de estas reflexiones, tiene una acción refleja sobre el sujeto de conciencia de este valor fundamental, el Amor, ya que éste es la fuente universal de toda valoración y no podría pensarse que la fuente subjetiva de la valoración no fuera ella misma el valor de los valores, toda vez que además de poseer su propio valor, toma sobre sí la riqueza axiológica de otro valor percibido por ella, lo actualiza y completa el fenómeno del “valer”.
Resulta de capital importancia aclarar aquí que el Amor es un sólo “órgano”, mismo que descubre tanto los valores positivos como los negativos o contravalores.
Queremos advertir aquí que sea cual sea la concepción filosófica que se tenga acerca del estatuto ontológico del Valor, nuestra tesis no se ve alterada por ello. Así, si nuestras ideas sobre el valor en general, que necesariamente aparecen a lo largo de nuestra exposición discrepan de las de otros autores, la tesis fundamental conserva su validez.
II. Valor y valer
La palabra “valor” oculta una estructura que es menester descubrir, tal es, la estructura de Valer.
Aclaremos: la índole ontológica de “valor” implica necesariamente “ser valor para alguien”; para un sujeto. Cualquier otra interpretación es contradictoria y hace violencia a la realidad.
Podríamos preguntarnos: ¿Qué ocurriría si todo posible sujeto desapareciera del ámbito de la realidad? La respuesta es sencilla, el valor seguirá siendo ontológicamente tal, para un sujeto potencial o virtual, pero nunca dejaría de estar necesariamente referido a un sujeto. Únicamente en el acto de valorar o valoración puede el valor pasar de la esencia a la existencia, al acto de ser.
En síntesis: La relación “amor-valor” es intencional al modo de la fenomenología clásica.
III. Libertad y responsabilidad, cualificación axiológica del sujeto
Si interpretamos la tesis socrática de que una vez visto el bien, (Valor), no podemos apartarnos ya de él; esto significa solamente que una vez vista la validez del Valor, el sujeto se ve comprometido a actuar en consecuencia, pues la voluntad está orientada al Bien o Valor absoluto. No obstante, no se trata aquí de un determinismo axiológico, pues la conciencia y la voluntad pueden estar en desacuerdo y puede elegirse un valor de menor altura, lo cual es un hecho irrefutable.
En resumen: la síntesis de conciencia v voluntad de libertad y responsabilidad son ingredientes esenciales de la estructura del Amor, aunque no son los únicos.
IV. La buena voluntad
La voluntad no es un fenómeno substancial sino intencional. Su cualidad axiológica sólo es determinable según la altura e intensidad de los valores elegidos en los actos mismos de volición. En todo caso, la voluntad perfecta es aquella que quiere el valor perfecto. Sin embargo no pensamos que todas estas potencias, ingredientes del Amor, Colegio se Civil, actualizan 2017. unas después de otras en orden lineal o cronológico, sino que todas ellas interactúan en procesos continuos de intercomunicación. En un “orden causal reversible” y ascendente en espiral. Así, la Voluntad realiza el Amor, el cual a su vez “bonifica” la Voluntad.
V. El amar como ejercicio del amor
Si el amor es la capacidad de concientizar todo valor, el Amar es el ejercicio de esa capacidad. Así, la siguiente definición: “El amar es la adecuación entre una voluntad intencional libre y un valor o polo objetivo de tal intencionalidad.” Pero en el caso de la ética, la voluntad sólo es real cuando se expresa en el obrar de la existencia. De otra manera, sólo sería un acto teórico y no precisamente volitivo.
Según el fenómeno mentado en esta definición, y según lo dicho en cuanto a que “el amor es el valor de los valores”, el amor por la esencia del amor que es el valor supremo es, esencialmente, la caridad perfecta: la santidad.
SEGUNDA PARTE
Epistemología fenomenológica del valor
I. Lo multiforme de la conciencia
Creemos pertinente incluir aquí este tema a fin de aclarar cómo el amor o conciencia del valor descubre su objeto, cuando el sujeto es un humano.
La conciencia es una unidad perfecta, es decir, la comprensión de un mundo infinitamente variado llega, empero, en el sujeto, a formar una síntesis donde los medios para conseguirla, por variados que sean, no rompen su unidad primordial: se trata de una síntesis superior de conocimiento. La conciencia originaria es necesariamente intuitiva pero según la índole del objeto –correlato solicitante–, cambia la forma de solicitud de la conciencia.
Kant acepta únicamente una intuición sensible (sensorial) u óntica. Husserl admite una intuición de esencias o a priori ontológico. Por su parte Scheler, con otros fenomenólogos, encuentra una intuición sentimental o a priori axiológico al margen de la intuición intelectual. Empero, nosotros postulamos que en la experiencia real las tres formas de intuición se funden sin confundirse, en un único flujo de conciencia que lo sintetiza, y del cual participa la totalidad de las fuerzas del Espíritu.
Así, veo el color azul, comprendo su esencia y aprehendo, sintiendo el universo de sus propiedades valiosas. Asumimos con Scheler que el sentimiento es el órgano de percepción axiológica, pero según lo antes apuntado rechazamos enérgicamente su idea de que el intelecto sea ciego para los valores, y postulamos que el sentimiento axiológico está habitado por el intelecto, según se desprende de nuestra concepción acerca de lo multiforme de la conciencia. Así yo puedo ver y tocar un objeto simultáneamente sin confundir los órganos de la perfección, y sin embargo mis percepciones están referidas a la unidad esencial de un único Yo que las sintetiza y que es el último fundamento originario de mi experiencia.
II. Intuición fenomenológica y ciencia del valor
En el orden del ser, intuición primerísima según Tomás de Aquino, aprehendemos que el ente es, aunque no sepamos con certeza “qué es”.
Así, se hace indispensable el ulterior saber teórico para resolver el problema. De modo análogo aprehendemos que el ente vale aunque es necesaria una investigación teórica para saber “qué vale”. En ambos casos la intuición que nos entrega nuestra experiencia inmediata es la materia misma de la investigación, pero la teoría es imprescindible para un conocimiento más completo del Ente. Esto es posible en cuanto que – como acabamos de afirmarlo– estas obscuras e inacabadas intuiciones están permeadas de intelecto.
Sólo este último podrá moldear y clarificar la materia intuida en una serie de teorías acerca del Ser o del Valer llevándolas al no infalible campo del discurso, pero éste es el signo de todas las ciencias, dado que la percepción real del mundo es “inacabada”, pero siempre cada vez más adecuada.
Cabe mencionar aquí la teoría de Robert S. Hartman, que intenta una axiología formal, la cual superaría el nivel analítico de la filosofía para convertirse en una ciencia sintética axiomática del Valor. Juzgamos que esta ciencia de Hartman es aún rudimentaria y tosca, pero que aun así puede abrir un nuevo camino de investigación. Empero, si Hartman no tuviera el mismo saber a priori, del valor, ni siquiera podría pensarse en una ciencia axiológica.
TERCERA PARTE
I. Enlace entre la fenomenología general del valor y el sujeto real personal
Hasta este momento hemos expresado “a medias” la teoría general del Valor, ya que hemos hablado únicamente de un “Sujeto valorante”, en general, que sólo puede ser real y conferir realidad al fenómeno del Valer solamente cuando tal sujeto es real y concreto. Este sujeto se llama “persona”, cuya descripción fenomenológica daremos a continuación en el siguiente apartado.
Sólo a partir de la noción de “persona” podremos extraer las consecuencias filosófico-cristianas que constituyen el tema y finalidad de nuestra participación en este congreso. Nos disculpamos, si es el caso, de haber dado un salto algo violento entre lo expuesto hasta aquí y los siguientes puntos de la ponencia.
II. Idea de persona en general
Max Scheler expresa su concepto de persona
en una breve y genial definición: “La persona es un centro intencional de valores.” Nosotros adoptamos plenamente esta definición, por ser de aplicación universal, ya que no importa cuál sea la organización óntica del ente personal. Así existen clases de entes no descubiertas aún por el hombre; mientras éstos cumplan con todos los requisitos implicados por nuestra tesis fundamental acerca del amor, son personas. Empero es necesario explicar aquí con carácter de postulado que la persona necesariamente es un individuo y no una especie o un género. Rechazamos todo monismo y consecuencias suyas como el panteísmo. De esto se concluye –según la definición de Scheler y de nuestra fenomenología del Amor aquí expuesta– que los valores supremos son los valores personales.
La persona en general tiene como noción primerísima el ser que es fundamento fundamentante de todo lo real. No obstante, la intuición del ser comporta necesariamente la intuición del valer del ser. Así la totalidad de los actos conscientes de la persona está orientada por los valores; de lo contrario, un mero registro indiferenciado del ente no determinaría la voluntad hacia ningún polo intencional y por tanto aquélla no existiría en absoluto.
III. La persona humana
El hombre es una unidad compuesta de cuerpo y espíritu. Así, toda acción valorativa del espíritu se verá comprometida con la corporeidad y viceversa. Las operaciones superiores del espíritu – por lo menos en la vida terrena–, sólo son reales y manifiestas en un mundo, en la única realidad de un espíritu “incorporado”. No obstante, uno u otro de los dos principios de la naturaleza humana puede imponerse sobre el otro y romper así la armonía original entre ellos. Esto explica por qué las pasiones, la enfermedad, la demencia, la influencia cultural y algunos hábitos pueden originar la ruptura entre conciencia de un valor superior y una adhesión de la voluntad hacia un valor de menor rango, sea cual sea la especie de dicho valor. Es por eso que se hacen indispensables una educación y una ascesis tanto para la conciencia como para la voluntad a fin de lograr una mayor riqueza axiológica para la persona humana.
De esto se concluye que el sentir axiológico en el hombre tenga muchas veces un ingrediente fisiológico, pero que nada tiene que ver con la concepción empirista del sentimiento; ya dijimos anteriormente que toda percepción sensible está permeada de conciencia. Nos abstenemos de dar aquí una descripción fenomenológica completa del sentimiento, pues esto requeriría de todo un tratado especial.
IV. Dios y la idea de persona
Sabemos por revelación que Dios conoce, tiene voluntad y ama; por tanto, Dios es un Dios personal. No hacemos aquí citas textuales del Evangelio por ser numerosísimas, sino que simplemente nos remitimos a los cuatro evangelistas. Sin embargo, según Santo Tomás de Aquino, el concepto de Dios como persona sólo es aplicable por analogía, pues el ser de Dios es absolutamente distinto de toda creatura creada por Él. No obstante, Dios se nos hace accesible en Cristo, quien es Perfectus Deus. Perfectus Homo, (Perfecto Dios. Perfecto Hombre), lo cual facilita enormemente la analogía.
Pero ¿cómo “tocar” la realidad efectiva de Dios a través de la palabra de la Sagrada Escritura, que en Santo Tomás se vuelven razonamientos abstractos? Es ahora San Agustín quien nos da la respuesta. Él encontró en su propia vida interior la realidad de la Escritura que dice que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Y a partir de su experiencia personal “quasi” fenomenológica “tocó” el misterio de Dios ínsito en su propia alma. De aquí parte su investigación filosófica, guiada por supuesto por la doctrina infalible del magisterio de la Iglesia católica. No veamos aquí una oposición entre San Agustín y Santo Tomás; se trata más bien de diferencia de análisis en dos aspectos de una misma fe, con una misma orientación hacia un mismo fin.
CONCLUSIONES TEÓRICAS
Si bien hemos adoptado para la primera parte de nuestra exposición el método fenomenológico, en esta última parte adoptaremos el método lógico de Santo Tomás de Aquino, para probar la universalidad teórica de nuestra tesis, apoyados en la Sagrada Escritura y en la teología dogmática católica.
Advertimos, sin embargo, que por falta de espacio para las citas nos remitimos al tratado completo De la Trinidad, incluido en la Suma teológica del aquinate.
Sabemos por la fe que existe un único Dios, pero en Él hay tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero no tres esencias, sino una sola Divina esencia. Este es quizá el misterio más impresionante del cristianismo y en tanto que Misterio, la razón asistida por la fe en lo que Dios ha revelado de Sí mismo; sólo puede darse una explicación que por lo menos satisfaga sus necesidades lógicas.
Dios Padre (Primera persona) en el acto de conocerse a Sí mismo engendra al Hijo o Verbo; por su parte, el Espíritu Santo o Amor (Tercera persona) no es engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo. En todo caso, lo que está claro para la razón sin necesidad de gran esfuerzo es que en la vida intratrinitaria el Amor es la razón de la Trinidad de Personas en un único Dios verdadero. Dios es Amor. Epístola del apóstol San Juan (Primera de San Juan iv, 8).
Demostración: Dios es el Sumo Bien –Sumo Valor– y se conoce a Sí mismo en su infinita perfección. Ahora bien, según nuestra tesis, el Amor se define universalmente como: “El Amor es la conciencia del Valor en tanto que Valor, sea cual sea su rango y especie”; luego, necesariamente, Dios se ama a Sí mismo pero Dios es absolutamente simple.
Sustentamos aquí la idea de Santo Tomás de Aquino –y no hay en Él composición de acto y potencia, sino que es acto puro. De esto se sigue, según Santo Tomás, que todos los atributos o perfecciones esenciales de Dios no son añadiduras al Ser de Dios –como sucede con la Substancia y sus accidentes inherentes en el Ente contingente– sino que son idénticos al ser mismo de Dios. Por tanto, puesto que el amor es un atributo divino, y el atributo divino es idéntico al ser divino, entonces Dios es Amor.
RESUMEN
La tesis “El amor es la capacidad que tiene todo ente que ejerce una conciencia para reconocer el valor en cuanto tal, sea cual sea su rango y especie”, implica un elemento cognoscitivo, un elemento ontológico y un elemento axiológico. Estos tres elementos constituyen el valer, o sea el ser del valor. La estructura del valer es necesariamente “intencional”. El objeto valioso para un sujeto real o virtual (potencial). Pero el valor en cuanto tal sólo puede descubrirse por el acto intencional del querer o voluntad. Sin voluntad, la conciencia del Ser solo registraría un Ser homogéneo, axiológicamente indiferenciado. La síntesis activa de conciencia y voluntad constituye el Amar, En el Amar se cualifica axiológicamente el sujeto, según se dirija con mayor o menor intensidad a valores de mayor o menor jerarquía axiológica.
El sujeto axiológico aquí descrito se llama persona, según la definición de Scheler, “la Persona es un centro intencional de Valores”. Pero diferimos de Scheler en cuanto a que el Intelecto sea ciego para los valores. Postulamos que en un
solo acto intencional de la conciencia se descubren en el Ente sus propiedades sensoriales –si es el caso del hombre–, las ontológicas y las axiológicas.
Dios creador, por analogía con el ente creado es llamado “Dios personal”. Sabemos por revelación que Dios conoce y tiene Voluntad, se conoce en su infinita perfección y se ama a Sí mismo. Y como su amor no es distinto de su Ser, Dios es Amor. Así, nuestra tesis fundamental de Amor queda probada en cuanto a la universalidad de su aplicabilidad.
REFERENCIAS
Sociedad Católica Mexicana de Filosofía, Memorias del II Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, volumen 2, Monterrey, 1986, pp. 454-462.
Poemas
La esfera roja
En la esfera roja me sacrificaron.
En la esfera roja de amargor helado.
Nociones garfiadas rasgaron mis sesos,
Y esparcidos fueron por toda la esfera
Girones dolientes de mi pensamiento.
En la esfera roja me sacrificaron.
En la esfera roja de amargor helado.
Mas yo no era solo,
Conmigo era el tiempo:
Mi futuro Cuando, creciente, violento.
¡El parto!... ¡El parto!...
Se rompió la esfera con cósmico estrépito,
Y ya liberado el minuto preso,
se hinchó sin medida,
Me sacó del cuerpo; trascendió el espacio
Y por fin, conmigo, se fundió en lo eterno.
En la noche tibia
Señor, en la noche tibia floreciente de estrellas,
Llenaste mi alma de perfumes suaves,
húmedos y quietos.
En verdad, Señor, esa noche inmensa,
verla, como verla, no lo pudieron
mis ojos de carne
que ya sólo saben mirar hacia adentro.
Un gozo infinito flotaba en los aires
de muchos colores que mi piel amaba.
No, Señor, que no lo comprendo;
el que tiene todo sin faltarle nada,
quiso que yo le faltara.
Llamaste a mi puerta paciente y sereno;
tú que eres mi Dios y que eres mi dueño
respetaste el claustro de mi íntima morada.
No tardes, Dios mío.
De doncel enamorado esos pies tuyos
ponlos adentro…
En la inmensa noche mis ansias
te aguardan floreciendo estrellas.
Ven a sanar mis llagas,
y un tuyo lucero ponme en cada herida;
pero aquella grande que mi amor me hiciera,
déjala que mane;
que de ella brote la luz de mi sangre
que busca tu aurora.
Hoy yazgo…
Hoy yazgo por tierras envuelto en silencio.
Hoy lloran los cielos porque sus estrellas
se fueron muy lejos.
Desciende la noche con ojos cegados
mordiéndome a tientas.
Dejándome luego por carnes y huesos
henchidos de sombras.
De mi entraña abierta luminosos gritos
se elevan al cielo rasgando las nieblas
cuajadas de espectros;
destrozando el rostro del silencio enorme;
la piel desgarrando del silencio negro.
Los dedos helados del pecado viejo
estrechan mi cuello;
pero así, callarse que yo no lo quiero;
pues que esto fuera segar el camino
que lleva a tus atrios.
Con el alma en llagas y los pies sangrando,
andaré el Camino que mi grito abriera
a través de aquellos los mudos espacios.
Luminoso grito que se vuelve llanto.
Encendido llanto que se torna verbo.
Palabra esplendente; palabra que salva.
Perdón… Dios Eterno… Perdón.
Paradojas
Oh mías, soledades entrañables
Nacidas del enigma consagrado.
De mí que soy de tanta luz privado,
Solemnes éxtasis de luz cordiales.
Nubladas claridades inefables,
Presencia del ausente sol amado
En mundos infinitos confinado,
Oyendo vuestros cantos admirables.
Lejanos parecéis mas sois cercanos
–Qué dulce paradoja de mi vida–,
Os tengo sin teneros, oh hermanos,
Con palmas y trompetas bienvenida
La noche me ha cegado con sus manos
Mi dulce soledad de luz transida.
Widersprüche
Meine vertraute Einsamkeit,
Dem geweihten Rätsel entsprungen;
Sie ist mir mein ganz geheimes Licht
In feierlichen Lichtekstasen.
Bewölkte, unsagbare Hellen;
Präsenz der abwesenden Sonne.
Gefesselt in Welten ohn’ Ende.
Vernehme ich euer Gesänge.
Fern scheint ihr, doch ihr seid so nahe
– Süßer Widerspruch meines Lebens –
Ich hab’ euch, und doch hab’ ich euch nicht.
Mit Trompetenklang sei willkommen
Die Nacht, die mich für immer umfängt;
Süße, lichtgetränke Einsamkeit.
Soneto al Cerro de la Silla [I]
Inmensa flor de piedra azul labrada,
cómo me llama el aire de tu altura
para poder sentir mucho más pura, y
más clara, la noche constelada.
¡Cómo desde tus riscos solitarios
se ha de sentir la paz de toda cumbre!
Cuando el ocaso de su antigua lumbre
¡qué vientos soplarán, qué campanarios!
Quisiera el ancho espacio donde habita
tu corazón intacto sobre el mundo,
y el agua que te mana del costado,
para saber del sol que resucita
con cada primavera, tan rotundo,
intemporal, y siempre enamorado.
Soneto al Cerro de la Silla [II]
Caballo de zafiro en la llanura,
y mariposa azul, decapitada,
donde nace la luna encarcelada
como una inmensa perla en montadura.
Boca sedienta en pos de las
estrellas con falda de neblina en la mañana.
Eres piedra inicial, novia temprana,
y agreste catedral de líneas bellas.
Dos torres centinelas te defienden,
gemelas, como pechos tan altivos,
que arriba sólo a ellos cuando emprende
su vuelo –en el crepúsculo que arde–
un tránsito de pájaros festivos
colegiales del aire de la tarde.
Sobre el autor
Ramiro Luis Guerra González. Músico. Compositor. Filósofo. Monterrey, 1933-2003. Primeramente hizo estudios en el Conservatorio Nacional de Música. Estudió composición con el maestro Carlos Chávez en México y en Roma con Godofredo Petrasi (Academia de Santa Cecilia). A causa de la pérdida gradual de la vista –hasta llegar a la ceguera total– se retiró de la música durante veinte años. De vuelta en Monterrey fue maestro fundador de la Escuela Superior de Música y Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes (1977). Sus obras (sonatas, valses nocturnos, preludios, tocatas, villancicos, sinfonías, conciertos, misas) están registradas en el Diccionario de compositores mexicanos de música de concierto de Eduardo Soto Millán. En la Universidad de Nuevo León cursó la licenciatura en filosofía como integrante de la generación 1962-1967; dos décadas más tarde estudió la maestría y el doctorado en Liechtenstein (1990). Enseñó en la Universidad de Monterrey.