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El libro de la fuerza de Enrique González Martínez // José Roberto Mendirichaga

El libro de la fuerza, de Enrique González Martínez

José Roberto Mendirichaga

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DECIR ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ (1871-1952) es evocar a uno de los poetas modernistas mexicanos, grupo conformado por Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel José Othón, Luis G. Urbina, Amado Nervo y José Juan Tablada, entre otros, siguiendo los avanzados pasos de José Martí, Rubén Darío y Julián del Casal.

En 1917, González Martínez publicó El libro de la fuerza, de la bondad y del ensueño. Son 35 poemas sobre muy diversos temas, como: el espíritu, el amor, la naturaleza, el tiempo, Dios, el mal, el estado de ánimo, la virtud humana… Varios de sus poemas están dedicados a Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Manuel Toussaint, Ignacio Gastélum, Antonio Caso, Mariano Brull, Julio Torri, Ramón López Velarde, Saturnino Herrán…

Para Antonio Castro Leal, en El libro de la fuerza […] González Martínez “reorganiza sus pensamientos, rehace su visión del mundo quebrantada en esos momentos por la Revolución Mexicana y la primera Guerra europea” (Los cien mejores poemas de EGM, Aguilar, México, 1970, pp. 11-12). Francisco Martínez destaca que éste “supo interpretar el misterioso libro del silencio nocturno, escuchar la voz del paisaje y sentir el alma de las cosas, a diferencia de los empalagosos versificadores de engañoso plumaje” (El poeta y su sombra, Col. Centzontle, FCE, México, 2005, p. 7). Y Luis Mario Schneider ha dicho del poeta, médico y diplomático jaliciense: “Hombre atento a su mundo, perseguidor de la palabra, no podía descuidar, mantenerse al margen de las experimentaciones que el vanguardismo proponía” (Homenaje a Enrique González Martínez, El Colegio Nacional, México, 1995, p. 25). Van estos fragmentos:

“Voz del viento” (heptasílabos asonantes): La canción que no clave / en la mitad del pecho / como dardo flamígero / un estremecimiento, / déjala que se vaya / en la fuga de un vuelo / como pájaro errante / que se mira a lo lejos; / déjala que se extinga / sin el vibrar de un eco, / en la bruma, en la sombra / y el silencio […].

“Jornada espiritual” (nonasílabos asonantes): Haz que el tropel de tus deseos / salga e inunde la extensión… / Alma, reviste tus arreos… / Monta el pegaso volador. // (En su corcel , espada al flanco, / flotando al aire leve airón, / el alma va de punta en blanco, / y su yelmo duplica el sol).

“La dádiva” (alejandrinos de rima consonante): Cuando vaya a otro mundo silencioso y lejano / donde una voz me llama y el corazón me lleva, / ofreceré a los hombres de aquella patria nueva, / cual dádiva piadosa mis ósculos de hermano […] // Yo no pediré nada a cambio de mis dones, / y dejaré las lindes del apartado imperio / llevándome en el alma un poco de misterio / para acrecer mi antiguo caudal de ensoñaciones. // Y seguiré los rumbos de mi visión arcana, / en excursión sin término por la celeste esfera, / hacia otros nuevos astros donde una raza espera / la dádiva piadosa de mi inquietud humana. Cerremos con uno de sus sonetos:

LA HORA

En el alma nos deja la hora furtiva resabios de amargura y dulzores de miel, y se nos queda dentro como una cosa viva o nos sigue los pasos como una sombra fiel.

A ratos la sentimos como un ave cautiva que canta antiguos temas de olvidado rondel, y benévola surge o despierta agresiva la lágrima de antaño o la risa de ayer.

Sólo quien no comprenda la virtud de la hora deja pasar en fuga su veste voladora sin extender la mano para tocar su pie…

El instante se pierde, mas el precepto dura, y es como la promesa de una verdad futura, y vivimos acaso por todo lo que fue.

Notas

Enrique González Martínez, Poesía, 1898-1938, Tomo I, Polis, México, 1939, 296p.

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