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La Primera elegía de Rilke: entre el amor y desamparo // Nicelia María Butten
“¿QUIÉN, SI YO GRITASE, me oiría desde los coros de los ángeles?” Este poderoso verso fue el que me hizo adentrarme en una lírica de gran sensibilidad que tuvo una fuerte influencia en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Fue escrito por Rainer Maria Rilke, nacido en Praga en 1875. Rilke, como solemos acortar su nombre, fue la estampa del intelectual: le fascinaban los viajes, detestaba el trabajo y lo ordinario; le fue muy difícil seguir una vida familiar ortodoxa.
Siendo muy joven, las circunstancias lo obligaron a inscribirse en el ejército; sin embargo, en cuanto le fue posible desertó. Rilke buscaba dedicarse por completo a la literatura y, para lograrlo, se rodeó de poderosas amistades en la aristocracia que nutrieron y alentaron su talento.
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Así, después de una crisis que lo tuvo viajando por unos años, la princesa Marie von Thurn und Taxis lo invitó a uno de sus castillos, el del Duino, justo frente al Adriático. De acuerdo con Otto Dör, aquí surgieron cuatro de las diez elegías que componen la obra.
En un solo golpe de inspiración, que llegó en enero de 1912, escribió la Primera elegía. Detrás llegó la segunda. (Dör). Los demás poemas tuvieron una creación interrumpida y variada. Casi todos iniciaron entre 1912 y 1914 pero los concluyó 10 años más tarde, cerca de 1922. (Dör).
La Primera elegía es la más compleja; la que abarca más temas que resuenan en el resto de los poemas. Así, encontramos asuntos como el ángel, el amor, el sufrimiento, el dolor, la muerte y la música, entre otros, que se retoman en elegías posteriores; y también, en creaciones poéticas sueltas, tal es el caso de Una canción de amor, A la música y La muerte.
Para esta breve interpretación he elegido dos sentimientos latentes en el trabajo de Rilke: el amor y el desamparo. Estos dos se oponen y tiran uno del otro regalándonos imágenes poéticas que vale la pena detenerse a apreciar.
¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros de los ángeles? Y aun suponiendo
que alguno de ellos
me acogiera de pronto en su corazón;
yo desaparecería
ante su existencia más poderosa. Porque lo bello
no es sino
el comienzo de lo terrible, ése que todavía
podemos soportar;
y lo admiramos tanto porque, sereno,
desdeña destruirnos.
Todo ángel es terrible.
La voz poética se encuentra desesperada; con unas ganas tremendas de gritar que, sin embargo, reprime, porque aun en su desasosiego es incrédula de los efectos que su alarido pueda tener.
Quisiera desahogarse no con una persona en específico, como si fuera un reclamo; ni siquiera dirige su clamor a los seres humanos, sino que desea que desde lo alto lo escuchen los ángeles. En su desamparo, duda que alguna creatura celestial preste oídos a su dolor y aun, si lo escucharan, teme que la sola presencia del ángel se apague.
Luego viene uno de los versos más significativos del poema: “… lo bello no es sino el comienzo de lo terrible”.
La voz poética está en medio de sentimientos que se oponen. Por una parte, reconoce la belleza que significaría la aparición de un ángel pero, al mismo tiempo, teme las consecuencias de aquella visión.
Sugiere que estos encuentros son sumamente poderosos y fascinantes a la vez, porque el ángel tiene el poder de destruir al humano; no obstante, se contiene, se refrena.
Al final de la primera estrofa remata con la sentencia “Todo ángel es terrible”. Más adelante expresa:
Y así me contengo, sofocando el llamado seductor de oscuros sollozos. Ay, ¿a quién podemos recurrir entonces? A los ángeles no, a los seres humanos tampoco y los astutos animales advierten ya que no estamos muy confiados y como en casa en el mundo interpretado.
Los versos señalados son reflejo de la intranquilidad de la voz poética. Siente que no tiene a quién recurrir y manifiesta su incomodidad en el mundo. Después, las imágenes se vuelven más oscuras, tanto por el sentimiento como por las estampas que pinta:
¿A quién no le queda al menos ella, la anhelada, que nos decepciona suavemente y con esfuerzo
aguarda
al corazón de cada cual? ¿Es la noche más leve
para los enamorados?
Habla de la noche, como un momento que suele ser menos duro para quienes están enamorados. El amor es una especie de bálsamo para los pesares. Y prosigue, versos más adelante:
Pero,
si te abruma la nostalgia, canta a los amantes;
mucho falta todavía
para que su célebre sentimiento sea lo bastante
inmortal.
La idea del amor ligada a la muerte y, al mismo tiempo, separada de ella, es retomada por Octavio Paz en el poema titulado “Fuente”, que se encuentra en La estación violenta. El mexicano
dice: “… y la noche de amor puente colgante entre esta vida y la otra…”.
Sin embargo, el amor no es la solución a todos los dolores porque implica cierta pérdida de libertad. El autor reflexiona, pasa de una idea a otra y entonces propone resistir.
¿No es tiempo ya de liberarnos, amando, del amado y de resistir estremecidos, como resiste
la flecha a la cuerda,
para ser, concentrada en el salto, más que ella?
El poema prosigue describiendo el dolor, el desamparo, la esperanza y, desde luego, el amor. La Primera elegía llama a leerse y releerse en varias ocasiones. Sin duda, cada lectura nos permitirá vislumbrar numerosos y variados instantes poéticos que emergen del encuentro con este poeta.
FUENTES:
Biografías y Vidas: La enciclopedia biográfica en línea. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rilke.htm Recuperado el 10 de enero de 2018.
Rilke, Rainer Maria. Las elegías de Duino, los réquiem y otros poemas. Traducción, prólogo, notas y comentarios de Otto Dör, segunda edición, Madrid: Visor, 2010.
Paz, Octavio. Obra poética I (1935-1970), segunda edición, ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1997.