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El aquí y el ahora // Armando González Rodríguez

¡HOLA! Soy Armando González, el que nació en el año 1940. Aclaro el año porque hay otros tres muy cercanos a mí con el mismo nombre y apellido; el primero fue mi padre, el primero en repetirlo soy yo —no me gusta la palabra segundo—, el primero en llevarlo por tercera vez es mi hijo y el primero en llevarlo por cuarta ocasión es mi nieto.

Todo este juego de palabras lo hago a manera de presentación, tratando de sacarle “jugo” a este pequeño ensayo, como lo hacen los toreros con los toros desde que salen al ruedo, recibiéndolos de rodillas y dándoles el mayor número posible de capotazos.

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Siento un gran respeto por esa cultura taurina heredada de los españoles, tan dados en la madre patria por hacer un arte casi de todo, como es el caso de volver un verdadero arte la actividad peligrosa de criar y dominar ganado bravo.

Bonita frase la del título de este escrito. La he visto muchas veces desde hace tiempo y ahora me la encuentro muy frecuentemente en las redes sociales. Lo que dicen los mensajes, aconsejándote, es que vivas el presente con intensidad, que no te detengas a ver el pasado, que le des vuelta a la página, que el pasado no existe. Del futuro ni hablar, pues dicen que aún no llega. Concéntrate en el hoy y no pierdas tiempo, sentencian.

A mí no me convencen estas recomendaciones porque soy de pensamientos de largo plazo. Yo puedo decir que el presente es transitorio, que dura poco, etcétera. Pero no quiero seguir por ese camino porque pienso no me lleva a alguna parte. De la misma manera que el año tiene cuatro estaciones, mi vida la concibo también por etapas.

Para mí, la primavera es la estación de las flores, es como un despertar a la vida, llenos de intercambios de polen, de esencias, hasta de besos y de fluidos. Pero ahí empiezan más no terminan las cosas, solo es un presente con un mañana que se llama hijos. Así, en la primavera sólo se inicia la gestación, pues los frutos se verán en un futuro que sí existe, ya que al final del verano los veremos en forma de cosechas; luego empieza el “ahora” del otoño, de mucho trabajo para procesarlas preparando vinos si se cultivan uvas, o harinas si se trata de trigo, etcétera. Al mañana del otoño se le llama invierno y es toda una promesa de tiempo libre para la reflexión, para el recogimiento, para el desarrollo de talentos, de planeación del siguiente ciclo del año —y de vida—.

Me gusta la idea de ponerme en sintonía con este tipo de procesos naturales, en los cuales estamos incluidos; esto me ha permitido sentir una cierta armonía con el resto de la gente, ya que no me siento agobiado por las prisas que veo reflejados en muchos otros.

Para mí el pasado sí existe, ahí están todas mis experiencias que puedo aprovechar para manejar mis dificultades del presente, y el futuro siempre está lleno de promesas, no siempre cumplidas, pero eso es parte de la vida: sembramos bajo la promesa de que nos llegará la lluvia, pero esto no siempre ocurre. Al igual que la lluvia, la cual a veces no llega, yo he vivido con promesas que al final no se han cumplido.

Decía mi gran amigo de Mainero, Tamaulipas, Héctor Cuéllar Tamez. “Cuando el valor no se hace acompañar de la prudencia, no es virtud”. Y la prudencia nace del conocimiento del entorno, es decir, del pasado.

Lo dicho, Para mí, el pasado existe y el futuro y sus promesas, también. Entonces, juguemos en el presente con eso.

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