Cactus #23

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#23 mayo / junio maiatza / ekaina 2017 Gratis Doan

Cómic / ilustración PETER JOJAIO Música ARÁNZAZU CALLEJA // Cine 25 AÑOS DE LÉOLO Arte CLAUDE CAHUN // Música EL COLETA // Cine DAVID LYNCH Música / libros EL NEGOCIO DEL PUNK // Cómic LA NUEVA VANGUARDIA



¡Hola! NÚMERO 23 MAYO / JUNIO 2017 Un proyecto de Sandro Gomato, Koldo Gutiérrez, Elizabeth Casillas La cabecera de la revista es obra de Cristina Daura Han colaborado en este número José Blázquez, Borja Crespo, Yahvé M. de la Cavada, Guillermo G.M., Arrate Hidalgo, Mikel Gil Roberta Vázquez, Mireia Pérez Paulo Kortazar, Aránzazu Calleja. Contacto info@revistacactus.com Publicidad publicidad@revistacactus.com Imprime Another Press Depósito legal BI-669-2013

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Mucho se está hablando últimamente sobre la escasez de mujeres en algunos festivales de música, pero esa triste realidad también se da en un campo ligeramente relacionado: las bandas sonoras. Entrevistamos a la compositora bilbaína Aránzazu Calleja, que acaba de trabajar en Psiconautas, sobre la nula presencia femenina en este ámbito y repasamos su carrera en películas y cortos. La artista francesa Claude Cahun también se movió en terrenos habitualmente masculinos como la fotografía y la escritura. Su estilo transgresor y atrevido escandalizó a la sociedad de la época, como hicieron también los Sex Pistols en los 70 con su punk subversivo. Sin embargo, su estilo e historia no son tan reales como creemos, según desmonta el libro England’s Dreaming: Los Sex Pistols y el punk rock de Jon Savage. El que sí es auténtico es El Coleta, el rapero macarra de Moratalaz con discurso político que arremete contra la Transición y la Movida, entre muchos otros. El simpar David Lynch está de actualidad por partida doble: se ha estrenado un documental sobre él y está a punto de volver Twin Peaks, como prometió Laura Palmer. Precisamente se cumple 25 años del estreno Léolo, la película de culto canadiense de Jean-Claude Lauzon, que falleció de forma trágica con sólo dos obras en su haber. No analizamos el pasado, sino el presente del cómic, acercándonos a una de las vertientes del medio más vanguardista que demuestra que aún quedan muchos caminos por explorar y en cuyo frente están nombres como Roberto Massó, Begoña García-Alén o Andrés Magán. Otro prometedor artista patrio es Peter Jojaio, cuyo reciente Febrero para galgos es una obra sublime y dolorosa, así que a él hemos dedicado la heladora portada de este número.

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L A E S T R AT O S F E R A

Por José Blázquez

El relato avanza. Imparable. Pero no hacia un final imprevisible sino hacia el principio sabido. Está escrito en nuestra historia. Como si formara parte de nuestro genoma. Está escrito en la historia de la humanidad, que no es otra que la historia de la fascinación por la imagen. De hombres y mujeres. El relato avanza. Imparable.

el adentro. Esa es la dirección del vector tecnológico. Esperamos el momento. Como personajes del relato. Y el relato avanza. Imparable.

@balazkez

El viaje de vuelta a la placenta

Primero fue la seducción del deslumbramiento de las pantallas. Después la excitación del deseo que se consuma en el momento que se coquetea con ellas por la mediación del tocamiento. Eso es ahora. Y estamos a la espera de que alcancemos el orgasmo después del coito resultante de haber podido entrar en ellas. O ellas en nosotros. En cualquier caso, asistimos a la promesa del encuentro. De ellas, las imágenes, con nosotros. Y de nosotros con ellas. Para ser lo mismo. Por fin. Para ser lo mismo. Y eso será mañana. Y en la confusión, por fin, alcanzaremos el paroxismo. La gloria. La excitación máxima. Estar dentro de la imagen. O la imagen dentro de nosotros. Dentro de la pantalla. Ser la pantalla. Ser la imagen. Barrida por siempre la separación, la molesta disociación que todavía experimentamos hoy entre el afuera y

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Pero no seremos los primeros. Porque el relato ya está escrito en nuestra historia, como decíamos. Desde la Prehistoria. Cuando los hombres y las mujeres de las primeras etapas del Paleolítico ya sintieron la sensación embriagadora de no estar separados del mundo. Por eso no eran capaces de representarse a sí mismos en las paredes de las cuevas. El mundo y ellos eran Uno. Tuvieron esa suerte animal: vivir en un estado de naturaleza. Sufrieron pero no experimentaron la angustia de la separación. Porque no estaban apartados del mundo. Ellos eran el Mundo. Qué sensación tan embriagadora tiene que ser esa de no estar apartado del mundo. Estremece de solo pensarla, esa fascinante impresión de ser el mundo mismo, sin distancia mediante. Estremecimiento que nos arrebata, nos cautiva, nos subyuga, hoy mismo, cuando interactuamos con nuestras pantallas, con la promesa implícita de una (todavía) lejanía que se nos hace cada vez más insoportable. Nuestro comportamiento cotidiano, nuestra vida

con ellas, las imágenes, tanto entusiasmo, tantos anhelos, tantas expectativas en el futuro puestas en los momentos presentes, tanto tiempo de interacción con ellas, minutos, horas, meses, años, la vida entera, solamente puede ser la demostración de que lo que esperamos es la apoteosis de la fusión. He ahí el deseo inagotable que emana del coqueteo incesante con nuestras pantallas, en el juego a perpetuidad que queremos mantener con ellas, las imágenes. El relato avanza. Imparable. Y si nuestros antepasados tuvieron la suerte de vivir en un estado de naturaleza, como animales pre-humanos no separados del mundo, nosotros lo haremos igual, pero en un estado de tecnología, como animales post-humanos no separados de las imágenes. Viviremos, estaremos, seremos, dentro de las pantallas. Sin poder discernir que hay un mundo más allá de las imágenes. Liberados de la angustia. Finalmente. Será la vuelta a la placenta. A la cueva. A la pantalla. Suspendidos, de por vida, en la virtualidad de una existencia amniótica. El relato avanza. Imparable. Pero no hacia un final imprevisible sino hacia el principio sabido. Está escrito en nuestra historia.


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F L A N C O N N A PA L M

Por Borja Crespo

Érase una vez un cumpleaños de

liado. Tierra trágame. Los adultos se unen al baile y la carcajada colectiva penetra en los oídos del marginado como un objeto punzante. ¡Qué gracioso! Esto es una historia basada en hechos reales, hábil metáfora de nuestro tiempo.

@ElTioCreespy

La invasión de los idiotas

un niño en las dependencias de un Burger King. Érase el que esto escribe poniendo la oreja, sentado en la mesa adyacente, mientras devora un menú económico antes de entrar al cine a ver un blockbuster. El tierno infante disfruta de su fugaz momento estelar, creyéndose todavía inmortal, rodeado de amiguitos, todos ellos sonrientes con sus coronas de rey de cartón en la cabeza. Entre risas y palmeos, el criajo abre los regalos mientras los ancestros del grupúsculo de niños revueltos dan la espalda a la escena sentados a tres palmos. El monarca por un día, nervioso e impaciente, coge uno de los presentes, envuelto con discreción, nada de motivos Disney haciendo más llamativo el paquete. El cumpleañero toca el envoltorio, visiblemente nervioso, mientras sus pequeños colegas ríen contagiados. Todos menos uno que observa la escena encogido en su asiento. No emite sonido alguno y atiende al momento cabizbajo. Roto el papel de regalo, aparece un libro, de esos de aventuras con dibujos. El homenajeado lo eleva para el regocijo de sus compañeros y lejos de lanzar un gracias se mofa del invento. ¿Un libro? ¡Ja! ¿Para qué quiero esto? Sus compinches se desmelenan con el comentario y el testigo mudo casi desaparece en su silla, empequeñeciéndose como Alicia después de comerse el pastelito. No quiere estar ahí, sus padres se la han

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El protagonista del día no tardó ni dos segundos en pasar a la siguiente recompensa, por supuesto merecida. Por su excelente comportamiento para con sus semejantes le premiaron sus alegres amistades con una camiseta de su equipo favorito. Debe de tener 217 unidades en el armario, pero sigue funcionando. Eso o un dron del chino, a pilas, que ahora está de moda y mañana quién sabe. Dejemos el elegante restaurante, tan bella estampa, y pasemos a un nostálgico flashback, de esos que liberan traumas. Fruncimos el ceño y vamos a ello. De pequeño algunos se reían de mí porque jugaba mal al fútbol. Lo entiendo, era muy malo. De mayor, algunos pretenden rebajarme llamándome pedante por mis comentarios. Toca, por tanto, reírse de los tontos. Y lo mejor es regalar un libro o escribir un texto. Quizás así, si les da por estrujarse las meninges, no malgastan sus energías en hacerse un selfie en la puerta de una catedral en obras donde solamente pueden verse escombros. Andamios, cascotes y publicidad de una multinacional serigrafiada en el toldo, otra historia real que he visto con estos ojos de cronista involuntario, de

antropólogo a mi pesar, de observador recalcitrante y cotilla circunspecto. Otro demoledor ejemplo de idiotez redomada que deriva en moraleja: «Para pasar desapercibido en un mundo de idiotas hay que ser uno de ellos». Para tener una existencia normal, al menos en lo aparente, dejémoslo en tranquila, hay que mimetizarse con el entorno. Si piensas hacer lo contrario no te lo van a poner fácil. Tus estados de Facebook han de limitarse a contar lo bien que te va la vida, a poder ser en familia. De vez en cuando acuérdate de compartir algún enlace a una noticia terrible, un link de denuncia evidente, solidaridad de sofá. Hay que apoyar la búsqueda desesperada de padres adoptivos para mascotas abandonadas. Si estás en paro o sumido en una depresión, te las ingenias para protestar lo más livianamente posible, con algún chiste llevadero, que el megusteo alivie el victimismo. Aunque, a la hora de la verdad, si gruñes en las redes tus posibilidades de hacerte viral aumentan. Si sueltas flores, recomendando cultura, ni caso. Malos tiempos para gozar con la lectura por deseo. No olvides tu corona de papel bien puesta en la cabeza para pasar desapercibido en el reino de las mentiras. No hay nada mejor que celebrar tu aniversario en una hamburguesería con olor a muerto y gritar en comunidad algún improperio. Llamadme elitista. ¿Para qué quiero un libro? ¡Para defenderme de nosotros mismos!


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HARM(ONICS)

Por Yahvé M. de la Cavada

Porque te da igual , la culpa es tuya.

y repulsa a esta sociedad idiotizada. Tu personalidad está forjada al calor de la contracultura y lo especializado, tienes un perfil único y efervescente, esculpido a imagen y semejanza de tus modelos, esos adalides de lo indie, lo freak, lo underground… Llámalo como quieras, tú y yo sabemos de qué hablamos.

@YahveMC

La culpa es tuya, porque te da igual Porque no te importa. Si no lo sabes, te lo digo yo: en realidad, no te importa. Nos importan otras cosas, aunque ni siquiera sepamos bien por qué la mitad de las veces. Pero nos importan, porque a todo el mundo le parecen importantes. Dignas de mención, de discusión, de ocupar nuestro tiempo y nuestros pensamientos; de ser compartidas, comentadas y promocionadas en las redes sociales. Has de estar al día. Siempre atento a lo que ocurre en los muros y las conversaciones de las personas o plataformas con las que te identificas. ¿No sabes qué pensar sobre esto o aquello? ¿No sabes cómo ser? ¿Quién ser? Ni falta que te hace: observa e imita. Sé parte de la tribu. La que tú quieras: grande o pequeña; masiva o alternativa. ¿Te sientes mejor siendo diferente? No pasa nada, sólo tienes que ser como ellos, los diferentes. Es fácil serlo porque, paradójicamente, todos son básicamente iguales. Pero claramente diferentes a toda esa morralla popular, comercial, vulgar. Mainstream, ya sabes. Todo lo contrario a ti: una persona comprometida, inquieta, inconformista. ¿Lo decimos? Venga, va: especial. Tienes una identidad propia, al contrario que todos esos zombis que ven reality shows casposos y El hormiguero, o quienes escuchan a Pablo Alborán, Amaral, Springsteen, U2. Tú estás al otro lado, vas por delante, te sabes en la orilla socio-cultural correcta, mirando con condescendencia, lástima

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Vivimos como equilibristas, caminando sobre el fino hilo entre lo intelectualmente aceptable y lo elitistamente restringido a quienes están en la onda. Súbete a la ola, si puedes. No es fácil. La masa no tiene que fingir, ¿qué mérito hay en eso? Comen como animales en un pesebre, atiborrándose sin control con lo que les dan los mass media. La masa no sabe lo que es tener que mantener siempre un papel, sostener esa personalidad ante quienes nos la conceden: los que son como nosotros. Nos juzgan y, si jugamos bien nuestras cartas, nos aceptan. Hermanados en lo alternativo, todos de la mano hacia la sublimación cultural, en un juego de espejos y de sombras chinescas que nos señala qué ha de gustarnos, qué es bueno, quién se ha vendido y ya no mola, y cómo es posible que no conocieras a equis. Ya somos parte de la pandilla. Somos, por fin, como los diferentes. Porque, si te sientes diferente, qué mejor sensación que la que te provoca la certeza de que lo diferente es esencialmente bueno. Poner en el mismo recipiente cultural lo escaso con lo especial, lo ignorado con lo valioso o lo pedante con lo profundo. Lo barato con lo bonito. Es fácil mezclarlo, y muy útil. Toda una cultura histórica de la farsa nos ampara.

Y, como te da igual, la culpa es tuya. Porque sólo te informas en los medios que dicen lo mismo que crees opinar. Porque eliges bando antes de razonar tus posturas. Porque te miras en otros, como si fuesen espejos, para definirte, para decidir cómo quieres ser. Porque crees que sabes de cine sin haber visto más de un puñado de películas aceptadas por tus referentes, o recomendadas en revistas en las que escribe sobre cine gente como tú, que quieren ser modelo cuando no tienen cimientos ni para ser guiñapo. Porque recomiendas libros que te han gustado tanto por su contenido como por su portada o por la editorial de moda que lo publica, sin pensar por un instante que tal vez te han gustado porque no has leído lo suficiente. Porque desprecias la música comercial, pero te mueres por ir a un macrofestival, envolviéndolo en excusas sociales o lúdicas, quitándole hierro e incluso parodiándolo; porque quieres ir, pero no eres como los demás. Porque te mueres de ganas de que tal o cual personaje te retuitee, o te siga, o te dé un like. Porque apoyas a innumerables mediocres, aspirando a que te dejen ser de los suyos. Tú les das voz, porque sabes que, aunque un poco mejor situados en el organigrama social, son como tú. Mediocridad reluciente sostenida por más mediocridad reluciente. Y la culpa es tuya. Porque, después de todo, la cultura es para ti un medio antes que un fin. Porque, en el fondo, y puede que incluso sin que te des cuenta, el arte, los libros, el cine, los cómics o la música te dan igual.


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Por

Koldo Gutiérrez

Por

Elizabeth Casillas Un disco:

Un libro:

DIVERTIRSE HASTA MORIR: EL DISCURSO PÚBLICO...

ABDUCIDA POR FORMAR UNA PAREJA TRONCO (ELEFANT RECORDS, 2017)

NEIL POSTMAN (1985)

El sociólogo, escritor y profesor neoyorquino se hizo la eterna pregunta hace más de treinta años: ¿Quién tenía razón, Orwell o Huxley? Aunque el aumento de ventas de 1984 tras la elección de Trump nos haga pensar lo contrario, fue el autor de Un Mundo Feliz quien dio en el clavo al reflejar una sociedad infantil y hedonista. Postman parte de esa base para elaborar un brillante ensayo que bebe de McLuhan para dar lugar a una tesis tan aterradora como cierta: cada nuevo medio (imprenta, radio, televisión) hace que el mensaje cambie, se simplifique y banalice y, con él, su audiencia. ¿Qué pensaría el autor sobre la irrupción de internet y las redes sociales?

«A ver cómo hacemos para gestionar este tema que es de ardiente actualidad». Dicen que Tronco es un grupo muy especial. Quizás porque empezaron a tocar juntos gracias a que las paredes de sus habitaciones estaban una pegada a la otra o porque está formado por un grupo de hermanos, Conxita y Fermí Herrero, únicos. Ella, dibujante, fanzinera y escritora que no puede dejar de crear todo el rato. Él, estudiante de bachillerato con inquietudes artísticas. Abducida por formar una pareja es un disco de once canciones intensas, divertidas y de estilo difícil de definir: ¿punk-folk? ¿rumba new age? Mejor adentrarnos a esta nueva visión costumbrista de la vida sin etiquetas. «Y yo pienso, ¿pero tan difícil es ser pluriempleada?»

Un canal de Youtube:

Un poemario:

STRIP PANEL NAKED

CUADERNO DE CAMPO

HASSAN OTSMANE-ELHAOU (2016)

MARÍA SÁNCHEZ (LA BELLA VARSOVIA, 2017)

En YouTube abundan los canales centrados en vídeo-ensayos sobre cine o videojuegos y ya hemos mencionado algunos de los mejores aquí, tanto nacionales como internacionales. Es una grata sorpresa descubrir que también existe algo similar dedicado a un medio no audiovisual como los comics. Strip Panel Naked analiza semanalmente algunos aspectos de distintas obras del noveno arte, como el uso de la escala en Blankets, la estructura de tres viñetas de Darwyn Cooke, la economía narrativa del recientemente fallecido Steve Dillon o el uso del color como subtexto en Bella Muerte. Una genial manera de profundizar en los mecanismos del tebeo que quizá pasáramos por alto.

«Soy la tercera generación de hombres que vienen de la tierra y de la sangre. De las manos de mi abuelo atando los cuatro estómagos de un rumiante. De los pies de mi bisabuelo hundiéndose en la espalda de una mula para llegar a la aceituna. De la voz y la cabeza de mi padre repitiendo yo con tu edad yo y tu abuelo yo y los hombres». Así comienza Los animales buscan sitios difíciles para morir, uno de los poemas que conforman el primer libro de María Sánchez (Córdoba, 1989), veterinaria de campo y, desde hace años, escritora. Sus textos y poemas han circulado por antologías y, sobre todo, por la red. Cuaderno de Campo es una reivindicación de lo rural, de la memoria, de la mujer. Un canto a lo que nace y muere, al que está y al que se ha ido.

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Una sección hecha por los editores de la revista y un invitado distinto cada número, totalmente subjetiva y que no atiende a razones temporales ni de género. Recomendaciones a gogó. Sólo buena mierda.

Por

Sandro Gomato Un disco:

45 CEREBROS Y 1 CORAZÓN

Por

Aránzazu Calleja

MARIA ARNAL Y MARCEL BAGÉS (2017)

Escuchar a Maria Arnal y Marcel Bagés es una experiencia emocionante. Su música fluye por un cauce complejo lleno de recovecos que viene y que va, que ondula todo el tiempo entre lo intimista y lo reivindicativo, entre lo minimalista y la explosión vocal. La voz de Maria es preciosa y no necesita de artificios para transmitir, y algo similar sucede con la diligencia a la guitarra de Marcel. Este 45 cerebros y 1 corazón, cuyo título es una denuncia política y un recuerdo a las víctimas olvidadas del franquismo, es su primer disco, sólo precedido por algún EP y camina con una naturalidad fascinante entre la tradición del folclore autoctóno y la modernidad. Todo él es reivindicable, pero dos joyas destacan por encima del resto: Canción Total y Tú que vienes a rondarme. Un antídoto espectacular ante la barbarie. Un cómic:

OSCURIDADES PROGRAMADAS

SARAH GLIDDEN (SALAMANDRA GRAPHIC, 2017)

Un disco:

RECOMPOSED: VIVALDI THE FOUR SEASONS MAX RICHTER (2012)

Hace unos meses, intercambiando música con una amiga, descubrí a Max Richter. Conocía su música sin saberlo por la serie Black Mirror, pero cuando escuché su revisión de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi bajo el título Vivaldi Recomposed (2012) me quedé atrapada ante la extrañeza de que una música tan popular pudiera sonar tan diferente y tan descaradamente bella. Richter reinterpreta una de las obras maestras de la historia de la música a partir de transformaciones, repeticiones y rearmonizaciones lo suficientemente sutiles como para no perder de vista su original. Electrónica e instrumentos de cuerda se entrelazan en un equilibrio perfecto, ofreciéndonos un viaje a un lugar conocido y al mismo tiempo extrañamente nuevo, fascinante y evocador. Otro disco:

La dibujante estadounidense Sarah Glidden acompaña a dos amigos reporteros (fundadores de una organización de periodismo sin ánimo de lucro) y a un exmarine con experiencia en la guerra en un viaje por Turquía, Siria e Iraq con el fin de descubrir historias que ilustren el efecto causado por la guerra de Iraq en Oriente Próximo en general, y en los refugiados en particular. La autora confiesa haber reflejado sus vivencias casi de forma literal en el cómic, y lo hace con un dibujo con acuarela sencillo pero eficaz y con gran minuciosidad y gusto por el detalle. Glidden termina haciendo un ejercicio periodístico en mitad de una obra que versa precisamente sobre el periodismo y sobre las informaciones que nos llegan de ciertas partes del mundo, tan pobres a la hora de reflejar la auténtica diversidad y complejidad de las situaciones y de sus protagonistas.

IDA Y VUELTA

MAUREEN CHOI QUARTET (2015)

Escuchando a Maureen Choi una entiende que el violín es un instrumento mucho más versátil de lo que siempre había creído. Transitar con él por el clásico, el jazz, el latin y el flamenco resulta algo natural y muy frecuente al escuchar Ida y vuelta, el tercer trabajo del cuarteto que la norteamericana lidera con el nombre Maureen Choi Quartet. Con un estilo que ella misma denomina “latin jazz de cámara”, nos invita a un viaje por el folklore español y latinoamericano a través de once temas (la mayoría compuestos por ella) que revelan gran talento y elegancia. En su apasionante aventura le acompañan Mario Carrillo (contrabajo), Michael Olivera (batería) y Daniel García Diego (piano).

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Entrevista

Aránzazu Calleja

Texto Koldo Gutiérrez

La compositora bilbaína, pese a su juventud, lleva casi veinte años creando música para cortos y películas. Estudió Bellas Artes, donde conoció a tres jóvenes muy prometedores con los que estableció un vínculo muy especial: Borja Cobeaga, Haritz Zubillaga y Nacho Vigalondo. Ha colaborado en todas las obras del primero, incluida la intimista banda sonora de Negociador. Recientemente ha creado la electrónica y oscura composición de Psiconautas, su trabajo más complicado y experimental. Hablamos con ella sobre su carrera, la importancia del silencio, sus influencias y la alarmante ausencia de mujeres en su profesión.

«Ya sea una banda sonora o una experiencia de cualquier índole, el silencio es una parte importante»

En la portada de tu web aparece una cita de Aldous Huxley que me parece toda una declaración de intenciones: “Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música”. Fue un gran descubrimiento para mí. A medida que me fui dedicando a la música de cine, para la imagen, fui percibiendo como creadora y también como espectadora la importancia del silencio en todo lo relacionado con lo sonoro. Ya sea una banda sonora o una experiencia de cualquier índole; el silencio es una parte importante. Me llaman mucho la atención los músicos que, sin crear músicas minimalistas, permiten percibir esos contrastes. Además, yo compagino la composición con la musicoterapia, y ahí el silencio y la observación son esenciales. En el silencio resuenan las cosas, por eso me interesa tanto. Si escuchas algo de manera muy constante, a veces un silencio te permite apreciarlo de otra manera o rellenar los huecos. Estudiaste Bellas Artes y después te metiste en la música, lo que no suele ser muy habitual en esa carrera. ¿Cómo surgió tu interés en este medio? En realidad ya había estudiado música en el conservatorio cuando estaba en el instituto: violín, armonía… Cuando empecé la carrera me interesaba el audiovisual en general, me gustaba la foto y me encantaba el cine. Al adentrarme en audiovisuales me di cuenta de que el sonido se trataba muy poquito. Hice las dos asignaturas que había relacionadas y el clic vino sobre todo con el encuentro con este trío: Borja Cobeaga, Haritz Zubillaga y Nacho Vigalondo. Algunas amigas estudiaban con ellos y nos solíamos pasar de su facultad de Audiovisuales a la nuestra, sobre todo ellos, porque la nuestra era más divertida [risas] y venían a nuestras asignaturas audiovisuales. Así surgió mi amistad con ellos, sobre todo con Borja, y él me propuso a modo de reto que le hiciera la música de un corto. Fue en vídeo, antes de La primera vez, y recibió muchos premios. Eso le permitió realizar ese otro corto. Así que tu segunda vez fue con La primera vez. Sí, un corto encantador con Mariví Bilbao como una adorable anciana que quiere saber lo que es el sexo. Fue nominado al Goya y tuvo mucho reconocimiento. Tras ese éxito, y de manera algo azarosa, seguí por ese camino. Por aquella época también trabajé en uno de Haritz, El método. Empecé a hacer las cosas según mi criterio, en base a conversaciones infinitas que tenía con ellos. Aunque yo no tenía tantos conocimientos cinematográficos como ellos, me gustaba mucho, así como la publicidad o los videoclips. De manera natural fuimos desarrollando una especie de lenguaje propio. Y en general, ¿cómo afrontas el proceso de la composición de una banda sonora? Depende mucho de con quién trabajes.

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Hay unas conversaciones previas que junto a su trayectoria y el guión me dan algunas pautas estilísticas. El género también influye, y los posibles caprichos del director, como que le guste un tipo de sonoridad o instrumento concreto. Así me voy montando una especie de paleta con cuyos elementos voy a jugar: una comedia con música electrónica, rock o una sinfónica. También me ayuda mucho tener un primer montaje de la película. Con Borja suele ser un poco diferente, porque durante el rodaje yo ya voy haciendo cosas para que le sirvan a él de referencia. Eso no suelo hacerlo con otros directores, pero nos conocemos mucho y solemos compartir música que nos gusta incluso cuando no estamos colaborando. Con el montaje pueden surgir ciertos retoques: añadir música o quitarla. Eso permite corregir problemas de ritmo o carencias. El director debe tener las ideas claras, pero permitir libertad creativa al compositor.

Tu último trabajo en cines es Psiconautas, cuya banda sonora ambiental resulta un complemento ideal que aumenta su misticismo y oscuridad. ¿Cómo fue trabajar en una película de animación? Fue complicado porque a nivel de estilo era todo muy abierto e indefinido, aunque los directores tenían claro que querían evitar melodías y ritmos muy marcados. Preferían que todo quedara muy abierto a la experiencia del público. Por una cuestión de estilo, no querían instrumentos reales, sólo sintetizadores y que estuviera cercana al diseño sonoro, para que la banda sonora y los efectos de sonido se pudieran confundir. Así habría una mezcla entre ambiente, textura, ruido, rareza y que todo fuera muy bizarro. A partir de ahí, puedes pensar: «¡Joder, qué locura!» o «¡Joder, qué divertido!». Yo iba pasando de una opinión a otra, porque ofrecía unas posibilidades infinitas y aprendí mucho con este proyecto, pero no fue fácil. Además, al ser animación no podía ir trabajando

«Me gusta trabajar sobre un primer montaje de la película, para tener una referencia»

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sobre un montaje previo como suelo hacer. Tuve que usar como referencia versiones sin acabar, animáticas. Anteriormente ya había trabajado en animación una vez, en el corto Tempo Inverso, de Gregorio Muro, y ahí vi lo compleja que es. ¿Y el hecho de que fueran dos los directores complicó tu labor? La información me llegaba de manera común, con referencias muy concretas y coherentes. Grupos que ni conocía, como Árbol o Monochrome, o Aphex Twin. Además, ellos querían huir de la banda sonora del corto original, Birdboy, compuesta por Suso Sáiz. A mí me gusta mucho y tiene un toque atmosférico, pero con una melodía de guitarra muy bonita. Y en los créditos sonaba una canción de Durutti Column muy chula. Continuamente me pedían que enrareciera todo mucho más. Lo cierto es que cuando vi la peli por segunda vez y con algo de distancia en su reciente estreno, me di cuenta de que tenía pleno sentido lo que me pidieron y que podría haber sido aún más rara. Eres colaboradora habitual de Borja Cobeaga desde sus inicios y has compuesto la banda sonora de su trilogía de humor político: Democracia, Aupa Josu y Negociador, que comparten una estética y estilo muy parecidas. ¿Te planteaste que sus respectivas bandas sonoras compartieran también ciertos rasgos comunes? Democracia y Negociador sí que estaban muy en la línea. En lo musical, él quería empezar a meterse en ritmos electrónicos pero combinándolo con melodías. Hicimos la primera incursión en Democracia y luego en Negociador continuamos de una forma más sofisticada y delicada. Aupa Josu no tiene ese toque electrónico, porque jugamos con elementos del folklore vasco, como el txistu y el atabal. Queríamos potenciar la idea desde lo ancestral y redundar en el tema nacionalista, que es de lo que trataba la serie, aunque sólo fuera un capítulo piloto. En una película tan contenida y psicológica como Negociador, ¿cómo logras mantener el tono sin resaltar por encima de los personajes? Le tengo mucho cariño a esa película. Creo que recoge perfectamente el interés de Borja por el humor negro detrás del conflicto vasco y todo el absurdo y el dolor mezclados en la misma coctelera. Creo que es su mejor película sin duda. Tiene bastante que ver con Éramos pocos, un corto muy redondo que aborda la ternura y el encanto de lo miserable en tono de comedia, un terreno en el que Borja se maneja muy bien. Tras ese corto llegó Pagafantas, su primer largo, y desde entonces ha combinado la comedia romántica con un tipo de historia más personal, se encuentra cómodo entre el mainstream y el cine de autor. Para Negociador, él me decía que me fijara siempre en Ramón Barea, porque es su viaje personal: el intento fallido de un político que comprende el conflicto y con la intención de llegar a un entendimiento. Está

siempre pensando, tratando de comprender al etarra… Hay muy poca música, pero con dos motivos que se repiten todo el rato. Borja quería respetar los silencios, como durante los viajes del protagonista en coche; la música refleja su proceso mental. Todo se reduce a un piano y pequeños arreglos de cuerda con acompañamiento electrónico, al estilo Clint Mansell. Su banda sonora de Moon es alucinante. Es una de las cosas más maravillosas del mundo, por encima de Réquiem por un sueño. Aunque sea repetitiva, no te cansa y la peli es acojonante por eso: un día y otro, y otro más… Eso tiene mucho que ver con Negociador: un protagonista aburrido y alejado del mundo en una misión vital. La música pretendía reflejar esa sensación y por eso nos inspiramos en Moon. La banda sonora de Negociador funciona por superposición de elementos. Queríamos que fuera sencilla y repetitiva. ¿Fue idea tuya incluir la canción Muchos blancos en todos los mapas de Triángulo de amor bizarro en la escena final de Negociador? Fue idea de Borja. Sus gustos musicales cotidianos los incluye en su trabajo. Tenía claro que esa escena debía ser violenta y por eso la música está a pleno volumen. También se sale del tono porque es una canción que se escapa del resto de la banda sonora. A Borja le encanta acabar con canciones, como cuando suena El final de la noche en los créditos finales de esa película. Antes hablabas de tu relación con Haritz Zubillaga y he encontrado referencia a una primera colaboración con un corto suyo de 1999 y escrito por Vigalondo titulado Autoestigma. Sí, siempre me olvido, pero fue lo primero que hicimos. Fue una cosa loquísima, nunca lo he vuelto a ver. Ganamos un premio por la banda sonora. La música que he compuesto para los cortos de Haritz siempre han tenido mucho éxito entre la gente del cine y me surgen trabajos gracias a ello. Varios me han llegado por She’s lost control, aunque el thriller no sea el género que más domine. Le tengo más cariño a Las Horas Muertas porque tiene instrumentos más acústicos y una percusión con un barril que utilizaba para colgar la ropa. Aunque es diferente a Borja, ambos son muy metódicos y me pasan abundantes referencias sonoras, y siempre están ahí cuando tengo que consultarles algo, se implican mucho. Y para no ser músico, Haritz tiene muy buen oído y percibe cualquier pequeño cambio. ¿Cómo afrontaste la composición de su primer largometraje, El ataúd de cristal, tratándose de un thriller muy americano, género del que no eres gran seguidora? Él quería una parte de sintetizadores muy definidos y elegantes como She’s lost control, que tiene un estilo a John Carpenter, con delays muy concretos. Eso debía convivir con otra parte más orgánica,

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ALAMEDA DE URKIJO, 37, BILBAO


«En Hollywood hay una mujer compositora por cada 72 hombres; no existen modelos femeninos que podamos seguir» como Las Horas Muertas. Se trataba de una combinación de ambas cosas. Metimos algún instrumento real, como un contrabajo, un arpa y un coro, que le confiere un toque más fantasmagórico. Una de las consignas era que quería algo muy excesivo a nivel sonoro, que fuera in crescendo, ya que se trata de una historia muy claustrofóbica que transcurre en una sola localización. La música acompaña en un tono perverso, desesperante y angustioso a la protagonista. Y, además de Mansell, ¿cuáles son tus compositores favoritos? Carter Burwell, el músico habitual de los Coen, me encanta. En su momento casi rayé el disco de Fargo. Actualmente, Alexandre Desplat es de los mejores, capaz de mezclar estilos diferentes, trabajar en proyectos enormes y en otros más intimistas, como Fantastic Mr. Fox. Me encanta la BSO de Nebraska, de Mark Orton, que venía de un grupo de jazz diferente que me gustaba mucho, Tin Hat Trio. De música clásica, últimamente escucho mucho a Max Richter y

la suite Los Planetas, de Gustav Host, en la que John Williams se inspiró para la banda sonora de Star Wars. Me atraen los autores que juegan y cambian de estilo, como Jerry Goldsmith, que lo mismo te hace algo sibilino como Instinto Básico, que algo más ligero como Los Gremlins o música dodecafónica en El Planeta de los Simios, todo ello manteniendo una voz propia. Últimamente me interesan mucho las bandas sonoras de músicos que vienen del mundo del pop o del rock como es el caso de Jon Brion, Jonny Greenwood, Mica Levi, Julio de la Rosa y, sobre todo, Nick Cave y Warren Ellis. Mencionas a Mica Levi, que ha sido nominada este año al Oscar por su trabajo en Jackie, pero es una excepción; ¿Por qué apenas hay mujeres compositoras? Una amiga me dijo el otro día que en Hollywood hay una mujer compositora por cada 72 hombres. ¡Una de 72! Yo estudié unos meses en Berklee College of Music en Boston y pude acercarme un poco a la industria de la música de cine.y pude ver un poco cómo funciona la industria en Los Ángeles. Las mujeres lo tenemos más difícil en ese mundo, por la maternidad y otros factores. No existen modelos femeninos de compositoras que podamos seguir. Los compositores normalmente trabajan desde casa y para eso necesitas tener un ambiente propicio. ¿Conoces más compositoras? Ahora mismo sólo se me ocurren Shirley Walker (Batman Animated Series) y Wendy Carlos (La Naranja Mecánica). Sí, esa última era transexual y también compuso El Resplandor. Kubrick trabajó con otra mujer en Eyes Wide Shut, Jocelyn Pook. Se me ocurre Rachel Portman, de Las normas de la casa de la sidra. En España está Eva Gancedo, de La buena estrella. [Saca su smartphone] Si busco en el móvil “compositoras de cine”, Google me corrige a “compositores de cine”, fíjate. Que tengamos que buscarlo en internet es muy significativo. Sé que es un mal extendido en todo el cine, pero curiosamente, las pocas mujeres directoras, como Isabel Coixet, Lena Dunham, Sofia Coppola o Kathryn Bigelow, por citar varias importantes, tampoco suelen trabajar con compositoras. Porque es lo más accesible. Creo que hay una responsabilidad como mujer en un ámbito tan masculino de favorecer la colaboración con mujeres para ayudar a crear modelos necesarios, aunque algunas ya lo hacen. Creo que sería bueno que las directoras que ya están establecidas en la industria pelearan para que hubiera más mujeres dentro de su equipo artístico. En el ámbito de la producción empieza a haber más mujeres que trabajan para buscar esta igualdad. Estas decisiones suponen grandes cambios a favor de esa visibilidad que buscamos, para que se vaya equiparando el panorama, porque el porcentaje 1/72 en música de cine es una barbaridad. @

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“Porque sueño, sueño”: Los 25 años de Léolo Texto Sandro Gomato

Antes de morir trágicamente, el canadiense Jean-Claude Lauzon nos regaló una historia protagonizada por uno de los personajes más emotivos de la historia del séptimo arte. Tan cine como poesía, Léolo cumple 25 años convertida en obra de culto, pero su fuerza sigue hoy vigente.

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l nombre es esa carga que uno no elige y que, sin embargo, le va a acompañar toda su vida. A veces, tu nombre no se corresponde con el que indican los registros oficiales y por el que todo el mundo te llama. Por eso Leo Lozeau, pese a que su familia nunca ha salido de Québec, en realidad se llama Léolo Lozone, porque nació a partir de un tomate siciliano que portaba los espermatozoides de un agricultor italiano y que terminó fecundando por accidente a su madre. Si no admitir tu nombre es un signo de rebeldía contra lo que se te da impuesto, en el caso de Léolo supone el primer rechazo a aceptar la realidad que le rodea, gris, sucia y deprimente. “Los que no creen más que su propia verdad me llaman Leo Lozeau”, clama el protagonista de esta fascinante película

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que hace exactamente ahora 25 años culminó Jean-Claude Lauzon, un director con un apellido demasiado similar al del protagonista como para negar el (confesado) carácter autobiográfico de ciertos aspectos de la historia. El cineasta había nacido en Montreal, en el seno de una familia humilde, pero sus inquietudes artísticas le acabaron llevando a estudiar cine en la universidad. Con 33 años realizó su primera película, Un zoo la nuit, un auténtico éxito a nivel nacional que se convirtió en el film con más nominaciones de la historia en los premios de la industria canadiense. En 1991 comenzó a rodar su segundo trabajo entre los suburbios de Montreal y la campiña siciliana. Maxime Collin interpretaría al inolvidable niño protagonista, aunque pese a ello su carrera interpretativa posterior no llegó mucho más lejos. Para dar vida a su madre, Lauzon pensó en la cantante Ginette Reno, quien acabó aceptando el papel con reticencias, ya que en un principio encontraba la trama demasiado violenta y dura.


En Léolo, la violencia y la ternura se materializan continuamente como fuerzas obligadas a coexistir casi en constante equilibrio En cualquier caso, Reno no se equivocaba. Léolo es una película confeccionada desde la rabia, donde la violencia y la ternura se materializan continuamente como fuerzas obligadas a coexistir casi en constante equilibrio. Una violencia que se manifiesta de diversas formas alrededor del pequeño adolescente: está en la ignorancia y el analfabetismo, en la precariedad o en el descubrimiento súbito y sin tutorizar del sexo. Pero, sobre todo, está en la relación que Léolo tiene con su familia y en cómo la película la explica desde su infantil pero astuto punto de vista. Ahí es donde aparece la locura para vertebrar el mal común de la familia Lozeau y establecer así, de forma literal, lo que ya es patente en un sentido puramente emocional: la distancia insalvable entre el pequeño, sensible, inquieto, inteligente y ese grupo de personas extrañas y brutas que conviven con él y que dicen ser sus parientes. Una distancia que, pese a todo, es incapaz de transformar la relación en algo simple. Lauzon creó un personaje repleto de sentimientos complejos que se expresan formidablemente en la forma en la que ve a su familia, con una afectividad a medio camino entre el amor, el odio y la piedad. “Sólo encuentro momentos felices en mi soledad”, escribía en sus memorias y, sin embargo, amaba más que nada en el mundo a su madre y la paz que el pecho de ésta le proporcionaba, quería a las desdichadas de sus hermanas, tan tiernas e inofensivas, y adoraba al pobre tonto grandullón de su hermano. Claro, que querer a la familia Lozeau no es precisamente fácil. Desde bien pequeño, a Léolo le supervisaban sus deposiciones y le obligaban a tomar laxantes porque, según su padre, obsesionado con la mierda, cagar es la mejor forma de purificarse ante todas las enfermedades. Las ratas correteaban a sus anchas por toda la casa, y siempre había alguna en la bañera. Y luego está el trastorno común, esa locura en la que Léolo trataba constantemente de evitar caer, y que sirve para explicitar todas las miserias de los Lozeau: la pobreza –una condición socioeconómica nunca escondida en el film–, la depravación –la del abuelo, un pervertido que

prostituía a una joven vecina–, la insalubridad –la obesidad es la bandera estética de la familia–. Además, y quizá como desencadenante de todo lo anterior, el analfabetismo, el gran abismo que Léolo Lozone intentaba esquivar por todos los medios. Él, un muchacho con sensibilidad artística amante de la poesía, debía convivir rodeado de personas que estaban convencidos de que escribir era perder el tiempo. No en vano, el único libro que había en toda la casa servía para calzar la mesa del comedor, y Léolo aprovechaba para leerlo por las noches, mientras todos dormían, a la luz de la nevera. Léolo se ha ganado el derecho a ser considerada como una de las mejores películas sobre la adolescencia y su agreste camino hacia la madurez, sin duda a la altura de grandes clásicos como Los 400 golpes de Truffaut. Quedan como elementos inolvidables los versos de su voz en off o su banda sonora, escenas como las peculiares pajas del joven Lozone o los recuerdos de la hermosa Bianca, y personajes tan enternecedores como el hermano Fernand, una mole de músculo en la que apenas hay espacio para un cerebro y quien, en el fondo, descubrimos que no es más que un bebé metido en un cuerpo de culturista. Léolo se estrenó en Cannes el 17 de mayo de 1992, y marcó definitivamente la vida de su creador, un Jean-Claude Lauzon que, con las atenciones de una crítica rendida ante él y sólo dos trabajos a sus espaldas, moriría de forma trágica en 1997, sin tiempo para estrenar una tercera película que se encontraba en fase de planificación. La avioneta que pilotaba en compañía de su novia se estrelló contra la ladera de una zona montañosa, arrastrada por el fuerte viento. Tuvo tiempo de dejarnos un clásico de culto y una de las mejores obras sobre evasión infantil jamás escritas. Un alegato en favor del sueño como antídoto de la locura, en sus miles de formas, que nos rodea a diario. @

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Claude Cahun: la máscara bajo la máscara Texto Arrate Hidalgo

La National Portrait Gallery de Londres acoge hasta finales de mayo una exposición conjunta de la surrealista francesa Claude Cahun y la artista conceptual británica Gillian Wearing, ambas con una larga trayectoria en la exploración del género y la multiplicidad de identidades. Una mirada más detenida a la obra de Cahun nos revela su extrema relevancia a día de hoy.

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n su clásico ensayo de 1983 Cómo suprimir la escritura de las mujeres (How to Suppress Women’s Writing), Joanna Russ divide en once categorías los diversos métodos que a lo largo de la historia se han utilizado para tal fin. La categoría que le queda a Claude Cahun particularmente bien es la número 8: anomalía. Una artista surrealista, judía y lesbiana que se enamoró de su hermanastra y se fugó con ella a vivir a la pequeña isla de Jersey, entre las costas francesa y británica, donde juntas hicieron arte y acabaron socavando la ocupación nazi, fueron arrestadas, condenadas a muerte y finalmente liberadas no sin antes entablar amistad con sus captores. Lo cierto es que los detalles se escapan fácilmente a vista de pájaro (el padre de Cahun y la madre de Marcel Moore no se casaron hasta casi una década después de que las adolescentes se conocieran), pero no hay duda de que semejante biografía —de esas que la posmodernidad ya no permite— oculta, de tan vistosa, una obra literaria con la que Cahun se sintió más identificada mientras vivió y que a día de hoy permanece prácticamente desconocida. Pues si bien Russ diseñó su cáustica guía con otras artes también en mente, no son los escritos de Cahun, sino los autorretratos lúdicos, extraños, íntimos que durante décadas escenificó en colaboración con quien fue su compañera hasta la muerte los que han catapultado su figura hasta el mismísimo epicentro de la contemporaneidad queer. «¿Masculino? ¿Femenino? Depende de la situación. El neutro es el único género que siempre me sienta bien». Así se declaraba Cahun, en Aveux non avenus (1930) —una colección de ensayos, sueños y collages que funcionan como sus anti-memorias— exploradora de ese tercer género que para sus contemporáneos solía ser sinónimo de hombre homosexual y, para ella, sin necesidad de distanciarse realmente de esa identidad, todo un mundo de mascarada y experimentación documentada en los retratos fotográficos que la ocupación alemana casi se llevó por delante.

TRAS LA MÁSCARA, OTRA MÁSCARA

No fue hasta los años 90 cuando las imágenes fueron redescubiertas, adquiridas por el patrimonio de Jersey y compartidas con el público en varias retrospectivas. Actualmente puede encontrarse una parte en Behind the Mask, Another Mask (Tras la máscara, otra máscara), una exposición en la National Portrait Gallery londinense por medio

AVEUX NON AVENUS Fotomontaje de apertura mostrado en el capítulo III de E.D. M. (Sex), Claude Cahun, Jersey Heritage Collections. ©Jersey Heritage I AM IN TRAINING DON’T KISS ME por Claude Cahun c. 1927; Jersey Heritage Collections. ©Jersey Heritage

Una artista surrealista, judía y lesbiana que se enamoró de su hermanastra y se fugó con ella < 19


de la cual Gillian Wearing, artista conceptual e integrante del grupo de celebrities del arte Young British Artists, ha entablado una multidimensional conversación con Cahun pese a los setenta años que las separan. Más popularmente conocida por sus precisas transformaciones en miembros de su familia y versiones más jóvenes de sí misma a través de la recreación de fotografías reales con máscaras de látex, Wearing ostenta una estrecha relación con algunas de las preocupaciones que Cahun hace patentes en sus fotografías. En el núcleo de ambas trayectorias se encuentran los límites de la identidad, la maleabilidad del género y un persistente interés por el autorretrato. Un célebre ejemplo de su práctica es su autorretrato como su hermano, cazado originalmente por su madre mientras se peinaba la melena antes de salir para trabajar moviendo el equipo de un grupo de metal. A la entrada de la exposición, Me as Cahun holding a mask of my face (Yo como Cahun sujetando una máscara de mi cara) reproduce, por medio de su típico uso de la máscara de látex, una de las fotografías más icónicas de Claude Cahun: su posado de 1927 con disfraz de forzudo, un falso tatuaje que advierte «No me beses, estoy entrenando», carmín dibujándole corazones en las mejillas y una boca de pitiminí, y unos pezones pegados a un pecho andrógino. La imagen marca el comienzo de un viaje en el que veremos a Cahun cada vez más ferozmente inmersa en despojar a su propia imagen de los marcadores tradicionales del género. Claude Cahun nació Lucy Renée Mathilde Schwob en el seno de una familia judía de la burguesía francesa, y disfrutó de una ilustre herencia artística: su tío era el escritor simbolista Marcel Schwob y, su tío abuelo Léon Cahun, viajero y orientalista de quien tomó más tarde su seudónimo más duradero. Su padre era dueño del periódico regional de Nantes, cosa que le facilitó el acceso al ámbito editorial y literario en el que comenzó a publicar sus críticas y ensayos. Fue a los trece años cuando conoció a su compañera de instituto Suzanne Malherbe, encuentro que describió como si de un relámpago se tratase y tras el cual pasarían el resto de su vida juntas. SURREALISMO Y SEXUALIDAD

Juntas tomaron los nombres de Claude Cahun y Marcel Moore, juntas se mudaron a Montparnasse y juntas entraron en 1932 en la Association des écrivains et artistas révolutionnaires, que supuso su introducción al círculo del Surrealismo y del que Cahun participó en calidad de escritora y activista. Cahun y Moore, según narra Dawn Ades en su ensayo para el catálogo de la exposición, solían aparecer en las soirées y demás entretenimientos de los círculos intelectuales parisinos vestidas de dandy, Cahun con monóculo y el pelo

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«¿Masculino? ¿Femenino? Depende. El neutro es el único género que siempre me sienta bien»


rapado y teñido de rosa o dorado, cosa que a surrealistas como André Breton no les terminaba de gustar, por resultar demasiado teatrales y «francamente homosexuales». Y Cahun sin duda hacía gala de esa franqueza por medio de una performatividad tanto en las artes escénicas como en el día a día, la cual, pese a generar antagonismo entre ciertos contingentes del surrealismo, siempre estuvo anclada en una autenticidad desbordante. Lo que es más importante: Cahun transmitía una “agencia”, un ser dueña del propio cuerpo muy distante de las representaciones desmembradas, cosificadas o sensualmente abiertas de los representantes más obvios del Surrealismo. Ades apunta que, al fin y al cabo, ninguno de los retratos de Cahun se exhibieron nunca en el contexto de este movimiento, sino que fueron el resultado de un juego privado de cuestionamiento radical de la identidad, tanto femenina como masculina, entre Cahun y Moore. Cahun se sentía indudablemente cómoda habitando la ambigüedad, aunque hay que preguntarse si esa celebración de lo que en su día se consideraría “homosexual” —a falta de la popularización de nociones del transgénero y la transexualidad, que ya comenzaban a gestarse— no sería la consecuencia de una falta de referencias contemporáneas a sexualidades no heteronormativas entre mujeres. Sea como fuere, su primer libro firmado como Claude Cahun, allá por 1914, fue Les Jeux uraniens, un texto inédito semi-autobiográfico, narrado en primera persona masculina, en el que plasma tanto la influencia estética de decadentistas como Verlaine y Baudelaire, como su interés en los avances científicos en materia de sexología, que vivían un renacimiento en el Berlín de preguerra, y en cuyo contexto el término uraniano, de herencia clásica, aún dominaba las discusiones sobre la homosexualidad masculina, siempre y cuando esta no pusiera en entredicho el ideal del hombre masculino, apolíneo y vigoroso, libre de toques “afeminados”. Cahun, que de niña había pasado años en un internado de Surrey a consecuencia del antisemitismo que había sufrido en su colegio de Nantes, tuvo acceso a documentos y libros en inglés en los que se debatían los últimos avances en psicoanálisis y sexología mientras trabajaba de voluntaria en la legendaria librería parisina Shakespeare & Co. En 1929 tradujo al francés Woman in Society, del médico y reformador social británico Havelock Ellis, cuyas teorías incluían la posibilidad de un tercer sexo. Destacaron también los estudios del científico alemán Magnus Hirschfeld, fundador en 1919 del Institut für Sexualwissenschaft (Instituto para la Ciencia Sexual), pionero del movimiento por los derechos de homosexuales y personas transgénero, y al cual Hitler llegó a calificar como el judío más peligroso de Alemania.

SELF-PORTRAIT AS MY BROTHER, RICHARD WEARING Gillian Wearing, 2003, Heather Podesta Collection. ©Gillian Wearing, courtesy Maureen Paley, London, Regen Projects, Los Angeles and Tanya Bonakdar Gallery, New York SELF-PORTRAIT por Claude Cahun 1920, Jersey Heritage Collections. ©Jersey Heritage

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La labor de Hirschfeld abarcó una monumental variedad de servicios vitales para la comunidad de “sexualidades intermedias”, desde bibliotecas de literatura erótica hasta consultas médicas, pasando por cirugía de confirmación de género, prevención de enfermedades de transmisión sexual y campañas por la descriminalización de travestis y la emancipación de las mujeres. No sorprenderá a nadie que la llegada de Hitler al poder supuso el fin de este proyecto, cuya sede fue atacada en 1933 como parte de la purga de homosexuales del régimen. Mientras Hirschfeld estaba de viaje por Estados Unidos, los nazis sacaron todos los archivos y la biblioteca del Instituto y organizaron la quema de libros más icónica de todas las que tuvieron lugar aquella noche, discurso de Goebbels incluido. Los archivos del instituto fueron sin duda de inestimable ayuda para la localización de todas las personas que el régimen buscaba eliminar. No es casualidad ni capricho del destino que fuera un instituto de esta índole el símbolo incinerado de cuanto estaba por llegar. COLABORACIÓN E IDENTIDAD

Quizá por ello resulte especialmente épico que fueran dos solteronas francesas que desde 1937 vivían juntas al lado del cementerio quienes sembrasen el caos entre las filas alemanas de la Jersey ocupada, deslizando monísimos mensajes disuasorios, traducidos de informes de la BBC y caligrafiados sobre papel de seda, en los bolsillos de los soldados y hasta en sus cajetillas de tabaco mientras se paseaban entre ellos vestidas de hombre. Inspiradas por la convicción en el deber revolucionario de su poesía, la pareja les informaba de que iban a perder la guerra y firmaban como el “Soldado sin Nombre”. Su vínculo era tal que ambas intentaron suicidarse durante

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su cautiverio, separadas por primera vez en celdas distintas por las fuerzas alemanas que las arrestaron y juzgaron por repartir propaganda diseñada para minar la moral de las filas. Por eso es inquietante, en cierto modo, la insistencia con la que se omite hoy día a la figura de Marcel Moore y su labor, no solo en los “autorretratos” de Cahun, sino como ilustradora de sus escritos, cómplice de resistencia poética y diseñadora de los collages para los cuales se cree que estaban destinados muchos de los retratos que han sobrevivido. Dawn Ades argumenta al respecto que «lo que ahora se presentan como “autorretratos” de “Claude Cahun” fueron el resultado de una práctica colaborativa en su sentido más profundo entre


SELF-PORTRAIT (IN AN ORIENTALIST SETTING) por Claude Cahun, 1916, Private Collection. Courtesy Jersey Heritage.

compañeras artísticas y amantes. Existen en una suerte de terrain vague entre el retrato y el autorretrato, en el contexto de mascaradas y guiones teatrales, ideados por ambas para Cahun y representados por ella. Son, en cierto modo, una extensión de su vida juntas, y hay una continuidad entre ellas, los objetos, las fotografías de los objetos y los textos, en los que se desdibuja la distinción entre lo privado y lo público, la vida y la obra, la escritura y la imagen». En este sentido, ese cuestionamiento radical del ser que transmiten las escenas, esa “práctica colaborativa” y, en última instancia, ese deseo, es lo que crea y da forma al sujeto conocido como Claude Cahun, a ese ser que en algunas fotografías, como en la única que Schwob vio publicada en vida —impresa en la revista experimental Bifur y la cual el Chicago Tribune atribuye a Marcel Moore— se libera y trasciende los límites de lo tradicionalmente supuesto como femenino y masculino. Se trata de una de las imágenes que conforman un collage creado para ilustrar Aveux non avenus, en la que Cahun aparece con la cabeza afeitada y una tela negra rodeándole el busto, distorsionada de modo que el cráneo aparece alargado y apunta hacia arriba. Ades afirma que, en este “autorretrato”, «el sujeto apenas parece humano. Está en la frontera de lo que podría significar “ser humano”, despojado de todos los atributos sociales y sexuales».

Intentaron suicidarse durante su cautiverio, separadas por primera vez en celdas distintas por nazis que las juzgaron

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Queda por preguntarse qué es precisamente lo que no es humano en Cahun, de qué modo trasciende la humanidad y por qué esa transcendencia pasa por despojarse también de los atributos sexuales. Judith Butler argumentaría que precisamente el concepto de lo “humano” sigue en disputa, y esa contienda tendrá lugar alrededor de los ejes de poder que definen a unos como humanos y dejan fuera a los demás. No es difícil imaginar a qué lado de la zanja nos pondría a muchxs la ideología que prendió en llamas el proyecto de Hirschfeld. En estos días en los que la contienda parece endurecerse, frente al resurgimiento de ideas que cercenan el potencial de nuestro ser y desear, es importante revisitar Claude Cahun, entendida como la colaboración definitiva entre dos cuerpos que desean y, al hacerlo, le disputan al mundo su lugar en él. @


h c n Ly x ch n y L r ito po r c s e ctor e r i ajes d n l o e s r d e rfil sp Un pe sus propio e uno d

Texto Guillermo G. M.

Ilustración Mireia Pérez

Con motivo del inminente estreno de la nueva temporada de Twin Peaks nos adentramos en la compleja mente de su creador, el inclasificable David Lynch, que también ha sido objeto de un documental reciente sobre su faceta más artística. Acompañemos a uno de sus personajes por los recovecos más oscuros y menos conocidos de uno de los directores más personales e influyentes de los últimos cuarenta años.

El libro se cae de la estantería y el niño lo recoge. Abre sus páginas. Un dibujante gruñe inconforme mientras traza una historia con su lápiz: Nadie le miraba pero nadie podía ignorar al editor, que venía de una editorial que publicaba trabajos minoritarios, casi despreciados. Aún algo mareado pasó la mano por la pared de piedra, deslizando un dedo por sus líneas. El mareo desapareció y el editor no se sorprendió porque su propósito inapelable era entrar en el bar propicio. Tras mucho soñarse aún creía en imponerse a la realidad. Entró por la puerta del bar, borrador en mano. El escritor le vio y le saludó. El editor le pidió leer el borrador en voz alta.

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Donald Lynch es biólogo dedicado a la investigación y viaja con frecuencia. Su hijo, David, nacido en 1946, usará estos viajes como influencia futura en sus películas: la América interior de bar de carretera y rock & roll: Terciopelo azul, Corazón Salvaje, Mulholland Drive, Twin Peaks. David crece y se interesa por la pintura. Viaja a Europa y estudia el surrealismo y el dadaísmo. Suele decirse que Buñuel es una de sus influencias pero lo cierto es que nunca ha visto ninguna de sus películas. David cuenta siempre que su interés por el cine aparece tras pintar un paisaje negro

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con un jardín verde al que de pronto le imagina movimiento y sonido. Su primer experimento, Six Men Getting Sick, es pintura moviéndose. David pinta embriones mal desarrollados: The Alphabet es animación e imagen real, es violencia y sangre. David se muda a California e ingresa en el American Film Institute. Su siguiente proyecto ya no dura cuatro minutos sino media hora; The Grandmother sigue escenificando la supuración creativa del autor, su búsqueda de un Frankenstein como perfecta hibridación de sus distintas inquietudes, y también su propia evolución autoral: incluye escenas de cine mudo y en blanco y negro. Este cultivo anterior provoca el nacimiento de un fruto: el primer largometraje, Cabeza borradora. Cabeza borradora se filma en blanco y negro y tardamos diez minutos de película en asistir al primer diálogo. Vivimos una situación doméstica –la dureza de la paternidad– en un mundo de ciencia ficción. Se deslizan la angustia y el terror a través de la vanguardia artística. Mel Brooks, director de El jovencito Frankenstein, ve esa ópera prima y le ofrece a Lynch producir su siguiente largometraje: El hombre elefante. Continúa el blanco y negro expresionista pero David viaja de lo experimental a lo clásico. Costaba llorar en Cabeza borradora y no tanto en El hombre elefante, situada no en un planeta sci-fi sino en un ambiente victoriano. John Merrick –quien vivió realmente– es un hombre que padece malformaciones debido al síndrome de Proteus. Un médico busca poco a poco su propia redención al sacarle del circo y llevarle a un hospital


ÂŤMe di cuenta de que si se mira de cerca este mundo tan bonito, siempre aparecen hormigas rojas sobre la superficieÂť

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y luego a su casa. John acabará tanteando la celebridad y nos expondrá frente a nuestros propios prejuicios. Tras su máscara interpreta el recientemente fallecido John Hurt. La película recibe ocho nominaciones al Óscar aunque no gana ninguno. David se asienta como cineasta: habla con George Lucas sobre dirigir El retorno del Jedi.» El editor se detuvo un momento e imaginó un El retorno del Jedi dirigido por David Lynch. Prosiguió leyendo en voz alta.

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Tenía que pasar. Acepta un gran proyecto comercial: la adaptación de Dune, el éxito de la ciencia ficción. Pierde el control artístico al someterse a los anhelos excesivos de la industria y supone un fiasco para él, que se adecua a los deseos de los productores de reducir un extenso montaje de muchas horas –el complejo libro en el que se basaba la historia las necesitaba– a tan sólo dos. Dune es un fracaso para casi todo el mundo. Pero conoce a Kyle McLachlan, vital en el futuro del cineasta –la fidelidad del realizador: veinte personas han colaborado en al menos tres de sus producciones–, y además al aceptar dirigir Dune, consigue dinero para la producción de su siguiente película: Terciopelo azul.

La primera parte de la carrera de Lynch extrapola a la gran pantalla sus inquietudes culturales primerizas. Dune es el susto que le permite volver a ellas, pero éstas han cambiado. Ahora el director inicia un tour de force por la citada América profunda: Terciopelo Azul, Twin Peaks, Corazón Salvaje y Una historia verdadera. Recobra plena libertad artística para ejecutar presupuestos humildes. Terciopelo azul nos sitúa en un entorno dominado por la industria maderera –la madera, el bosque, la naturaleza en América; el aserradero de Twin Peaks– bajo el protagonismo de Kyle McLachlan, a quien encumbrará poco después en Twin Peaks como agente Cooper (podemos ver incluso cómo en alguna escena de Terciopelo azul ya se percibe esa manera de hablar tan característica del agente del FBI). Trabaja además Laura Dern, quien también seguirá apareciendo en sucesivas películas del director hasta protagonizar su última, Inland Empire. Se percibe en Terciopelo azul esa dualidad, ese doppelganger que revolotea sobre el cineasta: lo normal y lo esotérico, la América de tractores y arboledas apacibles, y la América perturbada y violenta de cine negro. Pequeños tintes aquí de esa posición en la que disfrutará más en su tercera y última época, esa en la que es el espectador quien debe esforzarse por atar los esbozos temporales en una linealidad agredida. Antes de Corazón salvaje David Lynch se junta con Mark Frost y crea Twin Peaks, que merece mención aparte. Corazón salvaje, claramente no una de las mejores obras del director, gana la Palma de Oro en Cannes. Con Nicolas Cage como protagonista.

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Vemos aquí esa carretera veloz, ese asfalto infinito que anticipa Carretera perdida. Es una de las películas que más acusa el paso del tiempo y vería extendida su historia con un musical. Corazón salvaje es road movie, rock & roll a través de la parodia, matices de esa América que se distribuye en un lienzo compuesto también por algunos de sus cortos, como ese The cowboy and the frenchman que esboza el western. Una historia verdadera sería el reverso country del Elvis Presley de Corazón salvaje: la contemplación, el paisaje rural, los maizales de Iowa. Es esta película, para nosotros, la más convencional de David Lynch –cuestión de enfoques: él diría más tarde que ésta es su obra más experimental–: ni elementos oníricos, ni rupturas de la linealidad, ni ciencia ficción. Un hermano desea ver a otro que ha sufrido un infarto y para visitarle decide conducir un tractor, único detalle llamativo del argumento. Un viaje personal de su protagonista, que encuentra y se separa de compañeros de viaje a quienes alecciona y de quienes acepta ayuda en una serena aceptación de los límites de la edad. Una memorable melodía cubre una legendaria primera temporada de Twin Peaks. La segunda, más larga y desatendida por Lynch en sus tramos medios –es entonces cuando dirige Corazón salvaje–, pierde audiencia pero no consigue devastar la serie lo suficiente antes de que regrese en una parte final estremecedora –el último episodio aterra y subyuga sin contemplaciones–. Muestra Twin Peaks esa dualidad que obsesiona al cineasta: la mitología como submundo, como terreno soterrado de los ambientes mundanos. Twin Peaks deja a la cacareada True Detective como un eco de poca longitud. Los personajes, con sus conflictos emocionales –todo cabe en Twin Peaks, todo– y sus subtramas, desvelan y equilibran la danza en torno al asesinato de Laura Palmer, pero es cuando la mitología hace acto de aparición –los búhos, los búhos– cuando la serie pasa a la historia. Es el agente Cooper quien canaliza la dualidad: su desmedida afición por el café y los donuts pero también su apego por el budismo y la interpretación de los sueños: realidad y fantasía. Twin Peaks es influencia. En los videojuegos: los búhos de Fez, el comienzo de Deadly Premonition. Hace poco Pablo Iglesias publicaba un vídeo en el que simulaba ser

Suele decirse que Buñuel es una de las influencias de Lynch pero lo cierto es que nunca ha visto ninguna de sus películas


la mujer del leño. Twin Peaks se convierte en merecidísimo objeto de culto, serie fundamental. “Todo el mundo habla ahora de HBO pero Twin Peaks...”. David rodaría después Twin Peaks: fuego, camina conmigo donde podemos ver el Twin Peaks más oscuro y aclarar los últimos días de Laura Palmer. La reciente publicación de La historia secreta de Twin Peaks, escrito por Mark Frost, sugiere que toda la mitología contemplada en la serie no es más que la punta del iceberg.» Al editor se le distorsionó un poco la cara y el escritor le dijo que no pasaba nada pero que no se repitiera, porque no quería pensar que estaba en un sueño.

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Antes de entrar en la última y más interesante fase cinematográfica de David Lynch merece la pena que conozcamos otras series de televisión producidas por él, algunos de sus cortos, un documental biográfico llamado Lynch One así como su relación con la Meditación Trascendental. Es en sus otras series y sus cortos donde se libera sin pudor, mostrando la valentía que le caracteriza al ignorar todo mensaje y todo código narrativo que no le sirva. Hotel Room es su malograda serie de HBO que sólo duró tres episodios. Una misma habitación de hotel sirve para que distintas personas en diferentes épocas expongan sus problemáticas. Esa sensación de déjà vu la persigue en muchas de sus producciones, como esa protagonista del corto Lady Blue Shanghai que piensa que ya ha estado antes ahí. Marion Cotillard protagoniza esta promoción publicitaria de un producto de Dior y es curioso que recuerde en sensaciones a Origen, película de Christopher Nolan que rueda dicha actriz ese mismo año.

Rabbits es una miniserie de 45 minutos, un teatro improvisado mediante la inconexión de diálogos. Dumbland, un South Park de media hora en blanco y negro que recuerda al episodio de Los Simpsons en el que Bart dibuja a Papá Rabioso. Dumbland es interesante porque expone un lado de David quizá menos conocido por quienes sólo han visto su rostro amable y tranquilo: su interés por la violencia. Él se reconocía como iracundo hasta su conocimiento de la Meditación Trascendental, que cambia su vida. Maharishi, el mantra concreto que nos recuerda que la felicidad está cerca y es tangible. Una cita de Maharishi Mahesh Yogi, “el arte surge de la interacción entre corazón y mente,” abre el documental en el que seguimos al realizador a través de una gira por 16 países para apoyar la Meditación Trascendental. Habla de luces que eliminan la negatividad mientras agita los dedos de su mano derecha. Conocerse a través de la ilusión, correr esas cortinas tan presentes en sus trabajos.Lynch One dura hora y media

y leemos a Lynch definiéndose a sí mismo: “En mi infancia había casas bonitas, calles bordeadas de árboles, el lechero, construir fuertes en el jardín, el zumbido de los aviones, el cielo azul, vallas blancas, césped verde, cerezos. La clase media americana como debe ser. Pero el cerezo supuraba un líquido medio negro, medio amarillo y estaba cubierto de millones de hormigas rojas. Me di cuenta de que si se mira de cerca este mundo tan bonito, siempre aparecen hormigas rojas sobre la superficie”. En el documental habla de la influencia recibida tras vivir durante años en Filadelfia, de las décadas que lleva meditando –sin haberse saltado ni una práctica diaria–, se ve a un David extasiado por las fotografías que ha tomado de algunas fábricas polacas –empezaría a fotografiar por la época de El Hombre Elefante–, fregando de rodillas el suelo de un escenario para que quede a su gusto –Lynch rompe los escenarios a martillazos él mismo–, pidiendo consejo a colaboradores sobre posibles actores y lo hace solicitándoles que piensen – meditación mediante– tres nombres para enseñárselos en su paseo (exigente consigo mismo y con los demás hasta llegar a parecer totalitario y un poco gilipollas también), habla por teléfono con una persona sobre cómo empezó a meditar desde su primera película y en esa charla le vemos mover los dedos de la mano de la misma manera que en el documental de la Meditación Trascendental, como si meneándolos sintiera ese campo unificado, ese océano de creatividad del que tanto habla. Le dice a una actriz que debe mirar a su compañero como si todo fuera maduro, adecuado, sólido, y ella parece estar preguntándose cuánto tiempo de rodaje le quedará aún con semejante chalado. David Lynch y la selección de casting: “Estoy experimentando” le dice a Jeremy Irons para hablarle de la parte que le correspondería en Inland Empire; pide una chica de 16 años con una sola pierna –le interesan las mutilaciones: mientras rodaba Eraserhead, preocupado por la falta de financiación, rodaría el corto The Amputee en cuyos diez minutos de duración vemos a una chica escribir mientras recibe su cura–, una chica medio japonesa medio europea de unos 23 años y que sea guapa, y un mono domesticado. A una actriz la llama “bocadito”. Es en este momento cuando nos acordamos de la manera que tiene David Lynch de tratar a sus personajes femeninos, frágiles, armas sexuales, mujer como motor del hombre. David es Meditación Trascendental y en Lynch One nos habla del Efecto Maharashi arqueando la ceja del espectador escéptico: si el 1% de la población mundial practicara Meditación Trascendental, los efectos se notarían en el resto de la población no practicante.» El editor pasó las páginas y ojeó una parte nueva que empezaba por “Nadie le miraba pero nadie podía ignorar al editor...”, pero el escritor le pidió que siguiera leyendo por donde iba.

CERVEZA ARTESANA Y GASTRONOMÍA

Lersundi, 2 (Bilbao) < 27 www.singularbar.com


01 CABEZA BORRADORA (1977) 02 EL HOMBRE ELEFANTE (1980) 03 TERCIOPELO AZUL (1986) 04 CARRETERA PERDIDA (1997) 05 MULHOLLAND DRIVE (2001) 06 INLAND EMPIRE (2006)

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En el último ciclo de Lynch se juega no ya con la linealidad temporal, sino con el hilvanado narrativo de las escenas que se van sucediendo. Carretera perdida deslumbra con una historia que acaba descubriéndose en forma de cinta de Moebius. Además, es cómplice con un espectador que se sabe jugador de las distintas interpretaciones. Si en su ciclo de la América profunda se presentaban elementos oníricos en una historia fácilmente asumible, en este ciclo que se inicia debemos asumir que no cabe una sola interpretación válida de lo que vamos a ver y que los elementos oníricos no son agentes externos que aparecen como ovnis, esporádicos, sino que se asientan confortables en un hábitat propio, normalizados. Quizá sea Carretera perdida la película más recomendable para quien se acerque a Lynch por primera vez, al mostrar tanto esa América profunda –presente aquí en forma de cine negro– como bastantes de esos movimientos ilusorios, intuidos antes, que a partir de ahora se convertirán, en sucesivas películas, en razón de ser. Y es además la película que volvió a poner su nombre en lo alto, gracias también a colaboraciones con personalidades como Marilyn Manson o Rammstein, cuyo clip musical homónimo dirigió. Mulholland Drive surge originalmente como piloto de una serie cancelada, y curiosamente la película trata de la ambición del éxito cinematográfico –del que recordemos sale escaldado tras Dune– y podemos encontrar también aquí el coqueteo de Lynch con la elipsis, al nutrirse la historia de distintas escenas que sólo al aparecer en pantalla explican, en parte, sucesos extraños acontecidos antes. ¿Estamos volviendo a la cinta de Moebius, estamos hablando de dos realidades paralelas, de una realidad y un sueño? Mulholland Drive continúa el camino de Carretera Perdida acentuando esa ya mencionada inquietud del director por la dualidad que toma forma aquí en los personajes de las dos mujeres protagonistas. Los trucos de Lynch. Mulholland Drive es también uno de los mejores ejemplos expositivos de ese carácter del cineasta que le acerca a Sigmund Freud y sus ideas sobre el heimlich y el unheimlich; lo amable y lo oculto,

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esa siniestralidad que brota desde lo conocido, la búsqueda de Lynch hacia la dualidad, lo extraño que proviene de lo familiar: los ancianos que sonríen demasiado. Recientemente fue nombrada por la BBC como la mejor película del siglo XXI. La última obra de David supone la cima de este ciclo y de su vida fílmica: casi tres horas de película –extendidas con More Things that happened: una hora y cuarto de material desechado finalmente por el director– en un viaje del que uno vuelve pensando que, efectivamente y tal y como sugiere cierta rumorología –rechazada posteriormente por el autor–, la película tiene que haberse dirigido desde la improvisación del día a día, pues sólo eso explicaría la danza narrativa, la tenue conexión entre escenas que se limita a veces a una complementariedad casi circunstancial, como un poema sin rima en el que se citen objetos y emociones elegidas al azar. Inland Empire retoma el terror, se nutre de la duda, de las sombras, cita anteriores obras del autor –Rabbits– y es un baño en el inconsciente a través de la enorme Laura Dern. Inland Empire abandona toda concesión, toda linealidad, se

La reciente publicación de La historia secreta de Twin Peaks sugiere que toda la mitología contemplada en la serie no es más que la punta del iceberg

rompe, se entrega a los fantasmas y supone la mayor obra del realizador. Si Ocho y medio le servía a Fellini para hablar de sus propios problemas creativos a través de la historia de un rodaje fílmico –pensemos también en La noche americana de Truffaut–, Inland Empire le sirve a Lynch, para, sirviéndose de lo mismo, exponer toda su hechicería. Sucumbe a la ambición de contar lo que no puede ser ya contado por ser demasiado para contar: una irrigación con cauces repletos de historias, con peces que aletean personajes, con giros fluviales de recursos cinematográficos inesperados, todo extensísimo, inabarcable, situado en un mismo sitio pero puede que sin aparente relación, un laberinto borgiano que sugiere una narrativa de capas múltiples, infinita. Las ruinas circulares que propician una continua reencarnación, una constante reinterpretación, un protoalfabeto que formula “miedo” al referirse a Mulholland Drive o “reencarnación” al referirse a Carretera Perdida. Nos encontramos sobrecogidos, esperando el regreso de Twin Peaks, entusiasmados con la idea de que David Lynch vuelva a lanzar el anzuelo al mar de las ideas y recoja ese pequeño pez morado de aletas rojas y ojos saltones del que ha descubierto estar enamorado.» La cara del editor se distorsionó por tercera vez. Derramó el café. Salió corriendo del bar y casi lo atropelló un camión. La gente sonreía pero no decía nada. Caminó contra la esquina y la giró. Feliz y enfadado paladeó su propia existencia. Volvió a marearse. Aún llevaba el borrador en la mano y se fijó en la pared de piedra por la que acababa de deslizar un dedo. El dibujante parece satisfecho. El niño cierra el libro y lo coloca de nuevo en su sitio. @

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made England:

Una subcultura manufacturada Texto Mikel Gil

Fue en 1977 cuando el furioso torbellino musical de los Sex Pistols coronó Inglaterra con su God Save The Queen. Fue un estallido fugaz que desapareció un año después, no sin dejar tatuada su impronta en las venas de una generación. En 1991, el periodista Jon Savage publicó un ensayo paradigmático sobre la banda londinense y la subcultura de los años 70. Cuarenta años después, Reservoir Books revive aquel movimiento con la reedición en castellano de England's Dreaming: Los Sex Pistols y el punk rock. 30 >


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a historia de los Sex Pistols narra en apenas tres años —de 1975 a 1978— una tragedia pop completa: la de unos maleantes de barrio que, aun con pocas expectativas y escaso talento musical, consiguen un éxito mucho mayor del esperado; pero la fuerza de su irrupción se vuelve contra ellos, como un muelle, en forma de presión mediática asfixiante, adicción brutal a las drogas, problemas internos, litigios, un —presunto— asesinato y, finalmente, la marcha del cantante y frontman del grupo Johnny Rotten y la muerte por sobredosis del segundo bajista y prototipo del espíritu punk Sid Vicious. El éxito comercial de los Pistols parece que vaya en contra del compromiso estético tan extremo y su discurso antisistema y autodestructivo. Pero hay algo de trampa: el punk es quizás uno de los movimientos pop que han sido creados de manera más artificial y calculada. En Inglaterra, que fue a la postre la gran establecedora del género, el creador fue Malcolm McLaren, modisto, empresario y mánager del grupo de punk más famoso de la historia. No es descabellado decir que en Inglaterra el punk fue antes moda que música, y McLaren uno de sus principales moldeadores. Descendiente de una familia judía elitista, fue uno de tantos estudiantes de Bellas Artes que quedaron embebidos por la cultura de la fallida revolución de mayo de 1968, que hizo de la estética un gesto político, con sus pósters y pintadas aparecidos en televisión. McLaren y su pareja, Vivienne Westwood, crearon el punk, según el guionista Johnny Gems, «con maneras de escuela de bellas artes y rollo hippy de los años sesenta: la revolución, el antimaterialismo y la defensa de minorías. Pero no estaban involucrados al mismo nivel. Poco sabía Vivienne que Malcolm no estaba nada comprometido con la revolución». La pareja abrió una tienda de ropa en el barrio londinense de Chelsea que tuvo diversos nombres hasta que en 1974 cambió a Sex. En aquel entonces, todas las subculturas urbanas tenían al menos un decenio de antigüedad. Estaban los sesenteros mods con sus scooters; los teds —abreviatura de teddy boy—, nostálgicos de la época eduardiana de la primera década del siglo XX, que eran ingleses racistas de pura cepa; por último, estaban los rockers, subidos a la moto

El punk fue antes moda que música, creado por Malcolm McLaren, modisto, empresario y mánager de los Pistols

desde el surgimiento del rock and roll en los cincuenta. Fue en estos últimos, en la sexualidad y la violencia reflejada en su cuero negro, donde se fijó la pareja de estilistas para sus creaciones, llenándolas de motivos fetichistas. El primer contacto de McLaren con la música llegó cuando se hizo encargado de vestuario de una de las bandas que estaban redefiniendo la estética de la música norteamericana: los New York Dolls. Su contacto con la fama y relación profesional con la música no habían hecho más que comenzar. El punto de inflexión llegaría cuando uno de los chavales que pasaban las tardes en su tienda para sisarle alguna que otra prenda, Steve Jones, le vino con la disparatada idea de formar un grupo de música. Jones, que acabaría siendo guitarrista de los Sex Pistols, era por aquel entonces un cleptómano que no tenía ni idea de tocar un instrumento, pero que pasaba el día con un par de amigos que sabían algo de música: Wally Nightingale, guitarrista que más tarde echaron, y Paul Cook, baterista. Tenían ganas de montar un grupo, pero no tenían equipo. Así que lo robaron en varios golpes: un bajo Fender se lo quitaron a Roxy Music, dos guitarras las sacaron de la mansión de Rod Stewart en Windsor. En junio de 1973 birlaron el equipo de sonido entero en un concierto de Bowie en Hammersmith. McLaren sintió una conexión instintiva con Steve Jones, y aceptó pese a no tener experiencia como mánager. Tras insistir ellos durante un par de meses, les pagó un local de ensayo y tocaron ante él por primera vez, con Jones de vocalista. Fue lamentable, pero McLaren quedó cautivado. Como uno de los dependientes de su tienda, Glen Matlock, tocaba la guitarra, les propuso que fuera parte del grupo. A partir de entonces y hasta 1977, Matlock fue el tranquilo y marginado bajista de la banda, que se llamó primero The Strand para cambiarse luego a Sex Pistols, en alusión a la tienda de ropa de McLaren y Westwood. El objetivo no era otro que el grupo de música sirviese como instrumento promocional «para vender pantalones». SONIDO PUNK

Los Sex Pistols apenas habían salido de la adolescencia en 1975, cuando en la música inglesa sólo existía la nostalgia sesentera. Space Oddity de David Bowie era número uno seis años después de haber salido. En Europa, ABBA consolidaba el sonido de mediados de los setenta. Los Pistols necesitaban buscar en otro sitio influencias inspiradoras, y las encontraron al otro lado del charco. En los New York Dolls, por supuesto, pero también los nuevos grupos que venían surgiendo en el club CBGB de Nueva York: los Ramones,

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Television o Patti Smith Group. Jones cogió la guitarra y se dejó los dedos durante seis meses para aprender a tocar con esos grupos y el Raw Power de los Stooges. Les hacía falta un cantante. Por la tienda de ropa se dejaba ver una cuadrilla de chicos. McLaren propuso a uno de ellos, John Lydon, probar como cantante. Pese a no tener aptitudes, demostró tener cierto interés en las rarezas musicales de aquellos años. Añadiendo su dosis de mala leche, Lydon puso la semilla para que Sex Pistols adquiriesen unas pretensiones estéticas más allá de lo que McLaren había planeado en un inicio. «Tienes los dientes podridos, Lydon», le decían, así que se le quedó Johnny Rotten como pseudónimo. A la tienda le acompañaba otro John, alto y con pinta bobalicona. Era un enfermo de la moda, que se ponía boca abajo para que el pelo se le quedase en punta sin usar fijador. Lydon lo llamaba con otro nombre: Sid. La cultura hippy, denostada desde su surgimiento por la opinión pública, comenzaba a ser rechazada también por las nuevas subculturas. El punk —que debía el nombre a una revista musical homónima surgida en aquellos años— quería deshacerse de los alardes de bondad de la gente. Trataba de ser liberador en otro sentido: el de poder escupir al público desde el escenario, como empezó a hacer Johnny Rotten, o que los asistentes se empujasen entre ellos. Se le atribuye a Sid Vicious, por aquel entonces mero seguidor de los Pistols, la inclusión del pogo. ENGLAND’S DREAMIING Reservoir Books recupera el libro de Savage cuarenta años después.

Los primeros conciertos del grupo eran musicalmente mediocres, pero todo lo demás resultaba novedoso e impresionante. También eran violentos: en un bolo en el Nashville, Vivianne Westwood soltó un mamporro a otra chica del público simplemente para crear expectación —y ver las reacciones del novio de aquella y de Malcolm McLaren—. En otro concierto, Sid agredió al periodista de NME Nick Kent con una cadena de metal. Si algo trajo consigo el punk fue una democratización absoluta de la música, en la que cualquiera podía subirse a un escenario si se lo proponía. No hay otra explicación para que un gamberro como Sid Vicious tocase, sin tener prácticamente ni pajolera idea, la batería con Siouxsie and the Banshees y el bajo en Sex Pistols tras la marcha de Glen Matlock, que no era lo suficientemente punk para el resto. CANTOS DE ANARQUÍA

«I am an antichrist / I am an anarchist» son las palabras que comienzan Anarchy in the UK, el primer single de los Pistols, de 1976. El anticristo era en el Apocalipsis bíblico un demonio sembrador de caos sin ley. En cierto modo, un anarquista no era más que un sinónimo más reciente y secular del anticristo. Pero pese a sus letras antisistema, a mediados de los setenta los Sex Pistols tendrían que pasar por el aro ineludible de las discográficas. Más del 60% del mercado inglés era controlado por seis grandes multinacionales. La elegida para editar Anarchy in the UK fue EMI, que, salvo excepciones como Queen, vivía todavía de los réditos de los Beatles. En la firma del contrato fue cuando Malcolm McLaren comenzó sus maquinaciones para hacerse con el mayor control posible del grupo. Por ejemplo, fijó que la propiedad del nombre «Sex Pistols» era suya. Los Pistols eran ya un engranaje más de la industria musical, pero mantenían una identidad propia. Como contrapunto al refinamiento sonoro del rock progresivo, las guitarras de punk sonaban sucias y vulgares. Allí donde la tendencia inglesa era americanizar el acento a la hora de cantar, Lydon chillaba en un marcado acento cockney a lo David Bowie. El punk comenzó a desarrollar una sociología propia. Los Sex Pistols tenían una exageración nihilista casi teatral, a diferencia de otro grupo que había surgido en Londres, The Clash, que mantenían un discurso social más realista y accesible.

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Hasta el 1 de diciembre de 1976, todo debate surgido a raíz de los Pistols giraba en torno a su música y puesta en escena. Pero aquel día, todo se torció en una entrevista en el programa de Bill Grundy. Entre las respuestas lacónicas y palabrotas de Lydon y la crispación del presentador —comentario machista a Siouxsie incluido—, el encuentro duró apenas un par de minutos. A partir de ese día, la batalla se libraría en los medios de comunicación. Si un movimiento aspira a convertirse en popular, es inevitable que en un momento el debate llegue a los mass media. Y siempre con un precio a pagar a cambio. Comenzó el baile de contratos discográficos, ya que las compañías no se atrevían a arriesgar con un grupo tan polémico. El acuerdo con A&M duró seis días. Iban a editar su segundo single, God Save the Queen, pero acabaron destruyendo las copias. Al final fue Virgin quien lo publicó. La canción, una crítica directa al régimen más estable de la vieja Europa, fue un bombazo que llegaron a tocar a bordo del Queen Elizabeth. La alarma social estaba servida, y para evitar que los Sex Pistols alcanzasen el número 1 de las listas de ventas, los British Phonographic Institute las amañaron. ADIÓS A LA PRIMERA OLA

Los Sex Pistols tenían una exageración casi teatral, a diferencia de The Clash, que mantenían un discurso social más realista

El punk, como los Sex Pistols —si es que no son sinónimos— despegó en 1977 y se le incendiaron las alas tan solo un año después, tras publicar un solo LP. Rotten se ponía las rayas de speed en los surcos del vinilo mientras sonaba I Wanna Be Loved By You de Marilyn Monroe, pero Vicious se enganchó muy rápido a la heroína por influencia de su pareja, Nancy Spungen. McLaren tenía claro hace tiempo que el siguiente proyecto de los Pistols no sería un álbum sino una película —con un guión que encargó a Roger Ebert—: «si la gente comprara discos por la música, todo esto estaría muerto hace tiempo». Pero tras una caótica gira estadounidense en la que acabaron Vicious hospitalizado y Lydon cada vez más renegado, el grupo se deshacía. Fuera de los Pistols, las cosas estaban parecidas. En general, los segundos discos de los grupos de punk fueron malos, como los de The Damned o The Heartbreakers. Otras bandas prefirieron adaptar sus estilos para sobrevivir, como The Clash o Siouxsie. En Manchester parecía que iban a otro rollo. The Buzzcocks se afianzaban en el pop, y aparecían también Joy Division para definir el sonido de la siguiente década. En octubre de 1978, Nancy Spungen apareció acuchillada en el baño del Hotel Chelsea de Nueva York. Sid Vicious fue acusado de asesinato, pero, tras un intento de suicidio, murió cuatro meses después de sobredosis de heroína mientras esperaba a ser juzgado. «Probablemente muera cuando llegue a los veinticinco años», dijo. Le sobraron cuatro para definir la esencia de la actitud punk. @

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Texto Elizabeth Casillas

Son jóvenes y están dispuestos a romper todas las normas, a experimentar, avanzar y, a pesar de las críticas, darle un nuevo aire a un medio lleno de caminos por explorar. Esta es la nueva vanguardia del cómic.

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Esta es la avant-garde del cómic


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caban de llegar y lo han puesto todo patas arriba. Son jóvenes, vienen de los márgenes de la edición, son artistas multidisciplinares procedentes de las Bellas Artes y, en muchos casos, lectores nóveles en cuanto a cómic se refiere. Su mochila está vacía de nostalgia por la época dorada del cómic, lo que les permite explorar el medio sin condicionamientos. Han abrazado, en muchas ocasiones, la abstracción o el expresionismo más puro y han dejado de lado los géneros narrativos. No más relatos clásicos. Adiós al planteamiento, a la confrontación, a la resolución. Son las Begoña García-Alén, Conxita Herrero, Klari Moreno, y también los Andrés Magán, Roberto Massó, Nacho García. Algunos de ellos, acaban de coincidir en las librerías con sus primeras obras, respaldados por editoriales independientes dispuestas a arriesgar en lo que realmente les gusta y no tener que estar tan pendientes de la rentabilidad económica de la propuesta y otros han formado parte de Hoodoo Voodoo (Fosfatina, 2016), una antología que recopila a gran parte de la vanguardia gráfica de este país.

«TODO FINAL COMO COMIENZO»

–Zona hadal, Roberto Massó– Precisamente amparado por la editorial Fosfatina llega la nueva obra de Roberto Massó (Cáceres, 1987). Zona hadal es un cómic a dos tintas que nos adentra en las profundidades del océano, donde ciencia y misticismo se entrelazan en una danza silenciosa y acompasada. Alejado en parte de su Medieval Ranger (DeHavilland, 2014), en el que las historias de guerreros y ciencia ficción muda ocupaban todas las páginas, en Zona hadal aprendemos con diálogos, pero sin bocadillos, a leer un radar en páginas dentro de páginas y que, en la oscuridad, todos tenemos miedo de los monstruos. Y aún más si esos miedos están representados con imágenes de anaglifo. Massó rompe muchos formalismos, desde la citada ausencia de bocadillos hasta las esquinas de viñetas redondeadas o directamente circulares, cuando no se aleja totalmente de la concepción de cómic narrativo clásico para abrazar un expresionismo geométrico y orgánico como el que podemos encontrar en sus autopublicaciones. Massó se postula como una de las voces más experimentales y sugestivas dentro de la vanguardia del cómic, y esto se constata no sólo en sus obras, sino también en sus exposiciones. Recientemente acaba de inaugurar su visión de La ciudad en viñetas, un cómic mural sobre la ciudad de Madrid que puede verse en el espacio CentroCentro Cibeles hasta el 2 de julio y que ha sido comisariado por la dibujante Ana Galvañ. Precisamente ella es quien nos da una de las claves para entender los factores que han propiciado este auge de autores vanguardistas, con la consecuente renovación de los códigos y la filosofía de base por los que se regía el lenguaje del cómic. «Ya se experimentaba, pero no se traspasaban los límites representacionales de la ficción. Así que considero estas obras como un avance muy lógico que redefine el cómic como un medio artístico en el que caben muchos géneros y a-géneros», puntualiza Galvañ. Alberto García Marcos, editor y divulgador, coincide en la evolución natural del cómic y añade que, por otra parte, «al ir cambiando de paradigma, pasando del cómic como medio de ocio fundamentalmente infantil y juvenil a medio de expresión artístico en sentido más amplio, es normal que surjan propuestas más vanguardistas y personales».

El cómic sigue siendo una disciplina artística joven, con muchas vías aún por explorar

ZONA HADAL Roberto Massó (Fosfatina, 2017)

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«A TRAVÉS DE LA VENTANA SE VE EL SALÓN. ES UNA ESTANCIA AMPLIA, CON GRANDES CORTINAS Y UNA BONITA MESA DE MADERA. AL ANOCHECER, LAS LUCES DE LA CASA SE ENCIENDEN. EN EL EXTERIOR LA CONSTRUCCIÓN CONTINÚA»

–Nuevas estructuras, Begoña García-Alén– Begoña García-Alén (Pontevedra, 1989) también acaba de publicar con Apa-Apa Cómics su último trabajo, Nuevas estructuras, un relato sobre la ampliación de una casa rural que es una mera excusa para llevarnos al mundo de los objetos en el que habita normalmente la autora y que ya hemos conocido en anteriores obras como Lujo infinito (2015) o en la serie que viene realizando para Tik Tok Cómics El espectador. Sin embargo, en esta ocasión, la historia sí que tiene una estructura que podríamos considerar, a priori, de tres actos, si bien su desarrollo se aleja mucho de los cánones habituales. En primer lugar, porque solo llegamos a intuir a sus protagonistas y en segundo, porque nos presenta únicamente fragmentos de la realidad y una serie de objetos situados en el vacío por el cual nos desplazamos gracias a la voz del narrador, que nunca será revelado. Nuevas estructuras es la evolución natural que debía seguir el trabajo de García-Alén, con su aplicación de la pintura y sus perspectivas abstractas de la realidad. Con la artista gallega hemos charlado de las influencias, de los referentes, y habla con la misma intensidad de pintura que de dibujantes, obras literarias o directores de cine. «Cerrarte a algo que te influencie es absurdo, no tiene sentido», explica y enumera a artistas como Mike Kelley, CF u obras clásicas como Little Nemo. Otras que también vemos presentes en este movimiento artístico vienen de dibujantes que conforman la vanguardia del cómic europeo, muchos de ellos se han podido ver entre las páginas de las antologías publicadas por Lagon, como el belga Olivier Schrauwen o el francés Alexis Beauclair. El editor de Apa-Apa Cómics Toni Mascaró puntualiza que «este movimiento está formado por gente más o menos joven que no solo está influenciado por el cómic en sí, sino que también bebe de otras vías como el arte, el diseño o una estética más contemporánea y más pop. Que se hayan perdido muchos complejos y que el medio este renovándose hace que el cómic se vaya haciendo popular y a su vez específico: salen nuevas vertientes que van a interesar a gente más concreta». En la conversación con García-Alén sale en varias ocasiones el nombre de David Lynch, y también lo hace en la de Ana Galvañ. Con la primera, para alabar su forma de pensar y de trabajar; en el segundo caso, para hacer una analogía entre el cómic de vanguardia y el cine independiente. «Supongo que cuando en la pintura aparecieron movimientos como el Cubismo o el Dadaísmo, existiría un gran número de detractores. Sin embargo, hoy en día se respetan como movimientos muy serios que supusieron un avance significativo en el ámbito artístico. Otro ejemplo puede ser el trabajo de David Lynch, que sobrevive en una industria que se basa principalmente en el entretenimiento y, a pesar de lo críptico que pueda resultar, nadie duda de su profesionalidad», explica Galvañ. Y es que ambas artistas coinciden en que hay una parte del público lector de tebeos que recela a la hora de de denominar a estas obras como cómic. Una vez más, la eterna pregunta de “¿qué es cómic?” sale a la palestra y la inclusión de nuevos lenguajes dentro del medio no hace más que arrojar leña a un fuego que, ni de lejos, estaba a punto de apagarse.

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Ana Galvañ: «Estoy segura es de que ciertos hallazgos formales y conceptuales se incorporarán al cómic comercial en un futuro»

NUEVAS ESTRUCTURAS Begoña García-Alén (Apa Apa, 2017) EL ESPECTADOR #6 Begoña García-Alén (TIK TOK)

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Toni Mascaró: «Que se hayan perdido muchos complejos y que el medio este renovándose hace que el cómic se vaya haciendo popular y a su vez específico»

FRAGMENTOS SELECCIONADOS Andrés Magán (Apa Apa, 2017)

«EL FUEGO SE INICIÓ SOBRE LAS 11:45 DE LA MAÑANA. EN CUESTIÓN DE MINUTOS EL BOSQUE ESTABA LLENO DE HUMO. AUNQUE LAS LLAMAS ERAN CADA VEZ MÁS INTENSAS, NADA PARECÍA ESTAR ARDIENDO. CUANDO AL FIN SE DISIPÓ EL HUMO, TODO ESTABA INTACTO. SIN EMBARGO, EL OLOR A QUEMADO TARDÓ MESES EN DESAPARECER»

–Fragmentos seleccionados, Andrés Magán– Andrés Magán (Vigo, 1989) también acaba de dar el salto a las librerías con su primera obra larga, Fragmentos seleccionados, con la editorial Apa-Apa Cómics. El dibujante gallego ha recopilado en este nuevo cómic una serie de relatos de muy distinta índole y no sólo en cuanto al dibujo se refiere, maneja varios estilos con la misma maestría, sino también en las temáticas que en él se tratan: algunas tan universales como la amistad o la soledad. Hay fragmentos meramente contemplativos, los días que pasan mientras observamos la naturaleza a través de un cristal, y otros desgarradores, como una ventana rota en un día de lluvia o un paseo bajo el sol en mitad de un ataque de ansiedad. Otro relatos, más introspectivos, en los que el autor revela su propio proceso de creación o sus miedos, ayudan a comprender la dureza de tal hazaña. Magán proviene del mundo de la autoedición, y formó junto a Begoña García-Alén el sello Noche Líquida bajo el cual han amparado gran parte de sus trabajos, un caldo de cultivo para la proliferación de estas nuevas obras vanguardistas. Es precisamente esta escena, la de los festivales de autoedición como GRAF, en Madrid y Barcelona; Tenderete en Valencia; Autobán en A Coruña o Gutter Fest en Barcelona, la que

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Alberto García Marcos: «Al ir cambiando de paradigma es normal que surjan propuestas más vanguardistas y personales»

ha acogido con mayor fervor a esta nueva corriente de dibujantes. E incluso han ido ganando espacio en ferias más próximas al diseño o el libro de artista como la madrileña Libros Mutantes. La posibilidad de salir de este circuito independiente se les antoja, en todos los casos, complicados. Sin embargo, Galvañ alberga la esperanza de que «ciertos hallazgos formales y conceptuales se incorporen al cómic comercial en un futuro. Esto ha pasado muchas veces en la historia del cómic, principalmente en las épocas más locas y creativas. El lenguaje mainstream avanza gracias a los hallazgos de lo más alternativo. Así que en realidad le debe mucho, aunque no siempre se quiera admitir», sentencia. Para Alberto García Marcos, la dicotomía entre cultura de masas que podría representar el cómic tradicional y esta nueva subcultura de vanguardia no existe como tal. «El cómic, si nos centramos en España, no es ya cultura de masas, ni siquiera cuando consideramos las obras más vendidas. La diferencia entre vender 200 ejemplares, que es lo que puede vender una autoedición, y vender 20.000, que es lo que puede vender alguno autores de más éxito en el país, no es tan grande si consideramos la población de potenciales lectores, que se cuenta en millones. Lo que sí se acerca a una propuesta más intelectual es el contenido de algunos cómics. Por supuesto, solo le veo ventajas. La batalla por convertir el cómic en un fenómeno de masas es una batalla perdida», concluye. Así, este tipo de cómic que representa a una juventud llena de inquietudes y despojada de prejuicios formales, se plantea como un punto de encuentro entre las diferentes disciplinas artísticas y el nacimiento de nuevos códigos narrativos y visuales. Una muestra más de que el cómic sigue siendo una disciplina artística joven, con muchas vías por explorar, y estamos sólo al principio del camino. @


El Coleta le da to el palo al rap español

IBERIKAN STAFFORD D Fotografías: @Selector Marx

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Texto Koldo Gutiérrez

Feat. Paulo Kortazar

El rapero de Moratalaz lleva más de una década escupiendo versos en los que presume de barrio, de ser un macarra y deja patente su conciencia obrera. Tirando de referentes ibéricos de los 70, 80 y 90 homenajea al cine quinqui sobre bases de Las Grecas, La Unión o Deep Purple y reparte candela con un duro discurso político poco habitual en la escena nacional, mientras colabora con artistas como Niño de Elche, Mala Rodríguez o su amigo Jarfaiter. Tras cuatro discos en solitario, prepara el siguiente para 2018, Neoquinqui.

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l 30 de mayo de 2009, El Coleta nos daba la bienvenida a Moratalaz acompañado por su colega Starone. Subidos al escenario de la sala Silikona, situada, como no podía ser de otra forma, en el barrio al sureste de Madrid, los dos amigos rapeaban Bienvenido a M.O., uno de los temas de su primer disco en solitario, Iberikan Stafford. La presentación fue todo una declaración de intenciones, con estrofas que dejaban claro de qué palo iba: Mezclo Spike Lee con José Antonio de la Loma / ¿vais de tonis?; yo soy Brian de Palma / en estas Malas Calles solo tienes una toma / te crees He-Man hasta que te dan dos jumas / Fuente Carrantona con chupa pintona / rulando en bima al margen de las normas / la guadaña de la Muerte brilla como la escama / te engañas tú a ti mismo y te haces toa la trama / espabila, quítate el marrón de encimacuida de los tuyos y no le des disgustos a la mama. Ahí combina referencias patrias y extranjeras, de cine español y estadounidense, de violencia y familia. Y Moratalaz, claro. Porque, como dice en M.O. es M.O., “M.O., Moratalaz, que tu rap descanse en paz”. Antes de que Pablo Iglesias se apropiase del mote de ‘El coletas’, Ramsés Gallego ya utilizaba ese mismo apelativo, pero en singular, como nombre de guerra. El morataleño llevaba desde 2005 componiendo. En aquella época lanzó uno de sus primeros temas, El error, aún disponible en su viejo MySpace. Con un sonido muy sucio, disparos de fondo y un estilo aún por definir, concluye con un par de frases que denotan su conciencia social: “Mis bolsillos tienen cuarenta agujeros, pero mi gente sabe vivir con menos de cero” y “con el paro no me llega para el carro, no cometas el error”. Fue entonces cuando participó en el festival End of the Weak, una improvisación freestyle de rap junto a su inseparable Broder Chegar, nada que ver con la habitual batalla de gallos, porque eso del insulto fácil no va con él. Al año siguiente lanzó su primer disco, Huevos y Palabra, pero aún se hacía llamar D-Lito, pues cantaba con su broder; cinco pistas con una producción más depurada. «En esa época puedes encontrar mi semilla, pero aún era muy disperso y mis influencias eran muy evidentes, luego no se notan tanto», reconoce el rapero. Fue en su segundo álbum, D-Litokrazia, de 2008, cuando sentó las bases de lo que sería luego El Coleta: «Ahí metimos temas instrumentales y maduré mucho».

sobre un viejo Ford Capri rojo, como salido de una película de los 80. El estilo castizo no se limitaba únicamente a la cubierta y al título, sino que iba mucho más allá, impregnando todas sus letras, como en V8 E-39: “No te vayas a equivocar, somos de Moratalaz, de tu barrio vienen a por hash. No te vayas a confundir, los más chulos de Madrid de tu barrio vienen por hachís”. Desde sus inicios llama la atención que a diferencia de otros raperos patrios, El Coleta haya dejado de lado la estética típica yanqui y estilo gangsta para abrazar lo ibérico sin remisión, fusionando rap y hip-hop con flamenco, rumba y cante jondo. «Cuando empecé era un outsider, aunque ya había algunos incluso anteriores a mí que han sido muy cañís, como los Hermanos Herméticos», cuenta el cantante, «pero la escena ha evolucionado y ahora hay otros que también tiran de referencias nacionales». En ese disco, además de con los sospechosos habituales, colaboraba también con Elsso Rodríguez, un rapero portugalujo del underground que también prefiere lo local. DESPEGANDO COMO ENRIQUE MORENTE

En 2011 llegó su segundo álbum, Más cornás da el hambre, con una portada que anunciaba “Sonido Makarra de Moratalaz” sobre una foto donde el artista emulaba la mítica imagen de la detención de El Lute, guardias civiles incluidos. Volvió a dejar patente su gran habilidad para combinar referencias pop españolas de los 80 y 90 con cierta carga política; sólo él es capaz de mencionar en una canción de poco más de dos minutos a Ramón Mendoza y Jesús Gil, a los (también) mafiosos Jimmy ‘Burke’ Conway y Henry Hill, a Ben Johnson y Carl Lewis, a Michael Schumacher y Damon Hill... junto al garrote vil y la Guerra Civil. «Cada letra puedo escribirla de diferente manera. Antes apuntaba muchas ideas y las desarrollaba, otras veces cambiaba en el estudio o un instrumento me inspiraba», explica, «por ejemplo, en Segunda Oportunidad, que habla sobre accidentes de tráficos de famosos, primero hice la letra entera y encontré el sampler de la sintonía del viejo programa de TVE1 del mismo nombre que me sirvió como base porque encajaba bien». Otras veces el proceso creativo es justo el inverso, como en Imperioso: «Puedo coger el sampler de una canción que me guste y se titule Caballo, y entonces la utilizo para hablar sobre caballos de todo tipo, haciendo metáforas, van surgiendo ideas y frases; no tengo un método rígido», concluye

Al año siguiente se estrenó en solitario con una maqueta de trece canciones, Iberikan Stafford, en cuya portada aparecía el cantante en pose chulesca y con chaqueta vaquera apoyado

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El Coleta. Ahora prefiere pensar en una idea y centrarse en ella antes de ponerse a escribir para ir desarrollándola, pero en sus inicios apuntaba más notas, «de hecho tengo muchas letras inéditas que he ido escribiendo y a lo mejor un cuarteto que tengo por ahí me pega temáticamente con algo en lo que estoy trabajando y lo meto», admite.

gustado el cine y solía ir a la biblioteca a coger libros sobre directores como Scorsese», rememora el cantante, «empecé usando cámaras viejas, improvisando y viendo tutoriales en internet, que ha democratizado tanto el cine como la música para que gente como yo podamos acceder también a ellos». Como experto en cine quinqui, El Coleta alaba el reciente fenómeno de Criando ratas, la película disponible en YouTube y rodada a lo largo de varios años en barrios marginales de Alicante. «Tiene mucho mérito llevar a cabo un proyecto así casi sin recursos y aunque el resultado sea irregular, me gusta», asegura. Su versión de El Piko 3 está dedicada «a la memoria de la generación perdida a lomos del caballo” y en ella aparece compartiendo chuta en el trullo junto a su amigo Jarfaiter, otro prometedor rapero surgido desde abajo y con un discurso brutalmente honesto, aunque con ciertas diferencias. «El Jarfa es mucho más joven que yo y ha pasado su adolescencia en el pueblo, así que tiene más influencia rural», matiza el morataleño, «él viene del rollo antifa y se mueve con gente fardera, yo cuando tenía su edad iba con macarras y bakalas, así que tenemos bagajes distintos». PERROS CALLEJEROS

De esta forma, El Coleta se apropia de canciones de algunos de sus artistas favoritos como Camarón, Obús o Las Grecas y la fusiona con multitud de referentes cañís y extranjeros de los años 70, 80 y 90 para dar lugar a un curioso cóctel explosivo en el que lo mismo se encuentran Tejero, Carrero Blanco, El Vaquilla, Roldán, Laureano Oubiña, Lola Flores, Mateo Morral, Las Vulpes, Poli Díaz, El Cojo Manteca, Valerio Lazarov o Caminero que Samantha Fox, Vinnie Jones, Cocodrilo Dundee, Puskas, Tarantino o Beethoven, por citar unos pocos. El Coleta puede citar una de las más míticas frases televisivas de los 90 como «Sole, que te meto con el mechero» para pasar a continuación a parafrasear a Quevedo. Donde se mueve como pez en el agua, además de en Moratalaz, es el imaginario quinqui. Se nota que ha mamado desde pequeño el cine costumbrista de Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma, en quienes se inspira constantemente musical y estéticamente. Tanto es así que incluso se animó a rodar la tercera entrega de El Piko en 2014, un videoclip realizado por él mismo, como suele hacer habitualmente, todo un autodidacta. «Me habría gustado estudiar comunicación audiovisual, pero no pude, así que he ido aprendiendo sobre la marcha, porque siempre me ha

cocina alcahueta

san francisco, 1 (bilbao la vieja) // 944 360 190 42 abierto todos los días de 11:00 a 1:00

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Entre sus recientes colaboraciones, El Coleta ha trabajado junto a dos de los mayores renovadores del flamenco en los últimos años: Mala Rodríguez y Niño de Elche. Con la gaditana cantó Asingarap, con aparición estelar del viejo Ford Capri. Junto al ilicitano fue más lejos, al fundar un partido político, en Vota PDR (el Partido de la Ruta). Homenajean a Chimo Bayo y Paco Pil, a quien proponen como Ministro de Cultura, con estética noventera, base bakaladera y versos geniales como «ir de fiesta es un derecho/ han prohibido comer techo/ maletero siempre abierto». Ambos artistas comparten conciencia obrera y un discurso radical de izquierdas, así que estaban destinados a encontrarse. «Suelo huir de la música panfletaria porque normalmente me resulta muy hipócrita, pero varios amigos me aconsejaron escuchar al Niño de Elche diciéndome que hacía flamenco político, entonces lo hice y descubrí muchas cosas que me representaban políticamente, que no eran habituales en el género», alaba, «es un honor haber colaborado con él, porque creo que es un artista que va a trascender al tiempo y que va a ser considerado histórico en la música de este país, aunque para mí ya lo es». Desde luego, el discurso de este rapero no se puede tachar de hipócrita. Para muestra, el bonus track de su tercer disco, Yo, El Coleta, titulado Contad los muertos, con base de Deep Purple, donde lanza frases directas a la yugular, de esas que hacen incomodarse a los columnistas de El País y frotarse las manos a la Audiencia Nacional:

196 76 946 756 // 944 304 0 / / ) o o) ba 31 (getx a, 7 (Bil Arechag E LOS CHOPOS, D AVENIDA


Nuestros viejos eran de izquierdas/ les robaron los sueños/ ¿en qué quieres que crea? / Nuestros abuelos perdieron la guerra/ hoy algunos aún están en cunetas/ En el 78 se cambiaron chaquetas/ de la DGS a la poli secreta/ de rojeras y puño a progre pureta/ greñas y pana por canas y etiqueta/ Llegaron los ochenta y los parques con chutas/ los tirones de bolso y las bombas de ETA/ la falsa Movida, el mono y el Sida/ veintitrés de febrero, Tejero marioneta. El Coleta no deja títere con cabeza, especialmente en lo referente a la Transición y la Movida, a los que considera dos pilares impuestos por el sistema. Son abundantes sus críticas y pullas a ambas a lo largo de su obra, hasta llegar a cristalizar en uno de sus mejores temas, MOvida Madrileña, que da nombre a su último disco, lanzado en 2015. En su videoclip, El Coleta entra a dar el palo en un garito plagado de jóvenes bohemios salidos de los 80 mientras suena uno de los iconos de la época, Lobo hombre en París, de la Unión y dispara frases lapidarias como estas: “Ya no ponen flores a Canito; esto nace en el barrio, no en la escuela de Caminos”, “No soy un pegamoide, yo te Olvido”, “Apología de las drogas como Tierno, pueblo drogado, narco-gobierno” o “Haciendo canciones que son un Leño; yo no cruzo de acera, McNamara y Pedro”. «En esa canción estoy hablando más del presente que del pasado, pero usando la Movida como metáfora, porque para conocer el presente es necesario conocer el pasado», reflexiona el rapero, «mi viejo siempre me ha inculcado un interés por la contrainformación y un discurso crítico con la Transición, el Rey y ese pop guay de la Movida». El Coleta, nacido en 1980, realiza un retrato totalmente desmitificador de algo que nos han vendido como modélico y ejemplar, hasta el punto de seguir sufriendo en la actualidad a Alaska (y Mario) como símbolos de modernidad. Sin embargo, el verso más crudo y descarnado de esa canción y que mejor representa los tiempos que vivimos no se centra en ningún personaje en concreto: ”Todo el mundo es artista, nadie tiene trabajo”. «Ahora mucha gente intenta hacer arte, ilustrar, tocar, sacar fotos… Pero pocos cobran y hay mucho paro», sentencia El Coleta.

«Suelo huir de la música panfletaria porque normalmente me resulta muy hipócrita» «Me gusta utilizar el pasado para hablar del presente, porque sirve para conocerlo»

Padre de dos hijos, a uno de los cuales ya le ha puesto BraveHeart para meterle el gusanillo del cine, está preparando su siguiente disco, que saldrá el año que viene. Se titulará Neoquinqui y promete que será un poco distinto. «Me aburre repetirme, me gusta cambiar y ponerme retos», promete, «tendré colaboraciones con otros cantantes, creo que el título da algunas pistas, pues intentaré salir de mi mundo y reinventarme ligeramente». Esa valentía e insolencia de barrio se traslada a su música; saldrá de su zona de confort, pero no de Moratalaz. Ya lo dice él: “Tengo talento creador pero me tachan de macarra”. @

SAN FRANCISCO, 9 [BILBAO] < 43


La violencia de lo sublime 44 >


Texto Elizabeth Casillas

Peter Jojaio se asomó entre las páginas de la antología Terry con una historia sobre la clase obrera y ahora, casi tres años después, debuta con su primera novela gráfica: Febrero para galgos, una historia de violencia en la adolescencia tan sublime como perturbadora.

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FEBRERO PARA GALGOS (Entrecomics Comics, 2017)

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eter Jojaio es el seudónimo de Pedro J. Gil (Albacete, 1988), dibujante licenciado en Bellas Artes al que vimos aparecer por primera vez en pantalla entre las tiras de El Estafador, aunque no fue hasta su participación en la antología Terry (Fulgencio Pimentel, 2014) cuando palpamos sus dibujos. Después llegarían otras antologías, como Kovra 4 (Ediciones Valientes, 2015), y de nuevo la pantalla, con su serie Mañana serás papá alojada en la web Tik Tok. En 2016, tendría preparada una excursión a la montaña, con esa insólita historia de boy scouts que es Picnic saturnal y que fue editada

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por Apa Apa. Este año acaba de publicar su primer trabajo largo: Febrero para galgos (Entrecomics Comics, 2017), una historia sobre violencia y adolescencia tan sublime como perturbadora. Febrero para galgos es una obra sublime porque implica dolor, porque se aleja de la complacencia o el agrado y entra a formar parte de ese otro círculo que conforman las obras que nos enseñan la decadencia de la sociedad –sin atisbo de humor, sin redención– y en el que podríamos englobar algunos relatos de Adrian Tomine, como el devastador Búhos de Intrusos (Sapristi, 2016), o ese compendio de dolor que es Beverly de Nick Drnaso (Fulgencio Pimentel, 2016). De hecho, lo primero

que uno tiende a pensar al terminar esta novela gráfica es que no ha podido hacerse aquí, en España. Por lo arriesgado de la propuesta, por su estilo. Aquí es cuando salen a relucir los referentes del autor, porque más allá de los evidentes –como Daniel Clowes, Chris Ware o Charles Burns–, surgen nombres de disciplinas variadas. «Intentaba usar como buenamente podía todo aquello que iba viendo y me gustaba: de Aki Kaurismäki, el tipo de intensidad que alcanza a través de un lenguaje y un humor frío y áspero. De Jean Pierre Melville, cómo hace que los actores se muevan como piezas de un reloj, cómo explica los personajes y el mundo en el que viven a través de la acción, sin apenas recurrir al diálogo.


ÂŤEn cada historia intento hacer algo diferente a lo anterior, desde cero, aunque eso suponga perder una identidad asignada a una forma de dibujarÂť < 47


PICNIC SATURNAL (Apa Apa, 2016) FEBRERO PARA GALGOS (Entrecomics comics, 2017)

Impresiona mucho la forma en la Peter Jojaio consigue narrar la violencia, no solo la física, sino también la sistémica

El uso de la perspectiva en las pinturas del gótico. Leer Hijo de la ira de Jim Thompson y El señor de las moscas me dio algunas ideas de base. Los cuadros de Paula Rego, James Ensor, Caspar David Friedrich», enumera Jojaio. Cuesta creer que un trabajo tan maduro, tan bien armado e impactante sea, por un lado, producto de un autor que no había escrito una obra larga antes y, por otro, fruto del azar. Febrero para galgos surge, en palabras de su autor, sin planificar y con poca expectativa a raíz de dos viñetas garabateadas en clase. «Improvisé ocho páginas que planteaban un thriller con humor absurdo y violencia un poco tontorrón. Días después perdí el interés motivado en parte por el agobio que suponía tener mucho trabajo pendiente y me puse a trabajar en proyectos más cortos. No lo retomé seriamente hasta bien entrado el 2014, cuando comencé a escribir un guión que empezaba a dar forma a las cosas de las que quería hablar»,

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explica el dibujante. Y, sin embargo, el caos ha sido un factor fundamental en la creación de la obra. «A menudo se me ocurría algo que podía mejorar el conjunto, aunque eso me llevara a destruir páginas dibujadas y reescribir el guión en varias ocasiones. Lo asumía como necesario y no quedaba otra. A principios de 2016 lo terminé y puse fin a la deriva neurótica trabajando en Picnic Saturnal. Cuando terminé con Picnic Saturnal y volví a Febrero para galgos, este no me convencía. Eliminé la mitad y volví a rehacerlo. Ha sido duro pero al final he acabado contento. Hemos hecho las paces», asegura Jojaio. Estas idas y venidas caóticas forman parte de la naturaleza del autor manchego quien, renunciando a ser un dibujante disciplinado, con ideas claras y paso firme, prefiere abrazar la concepción del kamikaze, dispuesto a pegar un volantazo en cualquier momento. Esta forma de trabajo, que hay quien pueda tachar de imprudente, es la


misma que le permite ajustar su estilo y distanciarlo de los formalismos –tanto en las viñetas como en el uso del color– de sus anteriores obras. «Si cambio el tipo de relato irremediablemente tengo que cambiar el modo en que lo voy a hacer. En cada historia intento hacer algo diferente a lo anterior, desde cero, aunque eso suponga perder una identidad asignada a una forma de dibujar», arguye el dibujante. Y esto, hoy en día, es algo insólito puesto que lo que dicta la norma es abrazar, as soon as possible, un estilo propio e inconfundible. Impresiona, y mucho, la forma en la Peter Jojaio narra la violencia, no solo la física, sino también la sistémica. Febrero para galgos es una historia sobre acoso escolar, pero también un relato sobre violencia social. Nada es banal: ni los trastornos mentales, ni los seriales

televisivos con los que saca al lector del drama y que tienen una relación directa con Ghost Dog (Jim Jarmusch, 1999), en la que el director estadounidense usa planos de lo que hay en un televisor para crear contraste o hacer una asonancia entre lo que pasa en la televisión y lo de fuera. Las claves de su funcionamiento nos las da el propio autor: «Intento darle sentido al modo en que cada personaje ejerce violencia sobre otro, cuál es la razón, con qué fin. Eso también sirve para contar. Las escenas de acción intenté convertirlas en una especie de coreografía teatral. Quería poner toda la información de lo que sucede frente a quien lo ve, sin distracciones. Esa forma de entender la violencia también está presente en las normas sobre las que construí el mundo en el que se desarrolla la historia», concluye. @

«Intento darle sentido al modo en que cada personaje ejerce violencia sobre otro, con qué fin lo hace» < 49


CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DE

CACTUS Nº 24

MATUTANO CHIPS

A

lo largo de esta sección hemos diseccionado snacks de todo tipo, pero además de gastronomía juvenil ha servido también para hacer un recorrido histórico a la cultura pop de los 90: Dragon Ball, Chiquito de la Calzada, Steve Urkel, Jurassic Park, Barbie, Star Wars, Spiderman, el Rambo del Mississippi… Pero nos habíamos dejado uno de los mayores iconos de esa época: Las Tortugas Ninja. Matutano tomó un extraña decisión en 1990, en pleno auge de los quelonios mutantes. Lanzó al mercado una variante de los BocaBits con sabor a pizza a los que llamó, muy ingeniosamente, PizzaBits, ya que esa comida se estaba empezando a poner de moda en España gracias a los célebres personajes. Sin embargo, no había ninguna referencia a ellas en el envase; fue en otro producto que no tenía nada que ver con las tortugas donde aparecieron por primera vez: Matutano Chips.

¡¡COWACHIPS!!

Se trataban de unas patatas fritas clásicas, alejadas de la línea Ruffles, y antecesoras de las míticas Churrería Santa Ana que la compañía lanzaría un par de años más tarde. El envase de “Super Ración” prometía “Más chips en cada bolsa, para empezar y no parar. Intenta comer sólo una”. Esa última frase, por cierto, parece el origen del actual slogan de Lay’s, empresa a la que pertenece Matutano: “¿A que no puedes comer sólo una?”. Podíamos canjear tres bolsas pequeñas de este y otros snacks por uno de los quince posters de las Tortugas Ninja y, mejor aún, entrar en un sorteo de un viaje a Estados Unidos ¡para conocerlas en persona!

No me tire, deposíteme sobre una mesa para que otros puedan disfrutarme. Gracias.

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Agenda

mayo / junio 2017

Cursos / Talleres / Encuentros ESPACIOAERRE

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SÁB 6 MAY

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VIE 12 MAY

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VIE 19 MAY

NATURAL BROTHERS

SÁB 20 MAY

PEON KURTZ

SÁB 27 MAY

RUDY MENTHAL & EDDIE M.

AGENDA TABAKALERA Plaza de las cigarreras, 1. San Sebastián. VIE 26 MAY 17:00- 21:00 + SÁB 27 MAY 12:00- 21:00 SIMPOSIO SOBRE LOS ESTADOS ALTERADOS DE CONSCIENCIA VIE 23 JUN- DOM 15 OCT THE MUSIC OF RAMÓN RAQUELLO AND HIS ORCHESTRA EXPOSICIÓN DE ERIC BAUDELAIRE HASTA VIE 30 JUN CICLO LA ERA ATÓMICA Repaso a los imaginarios de infancia, adolescencia y juventud en el cine

AGENDA GALERÍA 8360 Fernández del Campo, 13. Bilbao HASTA SÁB 27 MAY LAS FIEBRES DEL MADRÁS, DE ANDER SAGASTIBERRI Muestra de pintura al óleo y pósters que combinan la fotografía de pintura con el medio digital.



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