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Pixies: Surfer Rosa cumple 30 años

03–04_2018 Gratis\Doan

A-mor \ El fruto prohibido Wes Anderson \ Ana Galvañ Florence \ Ready Player One Banalizando el feminismo \ Cowboy Bebop


Zure lanbide-bizitzako bidaia luzea izan daiteke eta oso urrutira eraman zaitzake. Abiada hartzen lagunduko dizugu orbitan jar zaitezen.

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Cactus #28 marzo/ abril 2018 La cabecera de la revista es obra de Miriampersand Han colaborado en este número José Blázquez, Roberta Vázquez, María Sánchez, Borja Crespo, Yahvé M. de la Cavada, Francesc Miró, Ros Boisier, Octavio Beares, Álvaro Ortiz, Klari Moreno.

Un proyecto de Sandro Gomato, Koldo Gutiérrez, Elizabeth Casillas

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¡Hola! Iniciativas como #MeToo son muy necesarias, pero esta moda a la que tantos quieren apuntarse ahora nos lleva a preguntarnos: ¿es feminismo todo lo que reluce? Sin duda, el trabajo del fotógrafo chileno Cristóbal Olivares sí que lo es: en el fotolibro A-mor investiga diecisiete casos de asesinatos machistas en su país para poner rostro a las víctimas. La historietista sueca Liv Strömquist tampoco es sospechosa de subirse al carro de mala manera, como demuestra El fruto prohibido, un controvertido cómic donde enumera diversos elementos de nuestra sociedad que están francamente mal en lo que a la mujer y su sexo se refiere. La joven Florence, por su parte, encuentra su primer amor en un juego para móvil de apenas 40 minutos que lleva por título su nombre y que nos ha encandilado.

primer disco de los Pixies y veinte de la emisión de Cowboy Bebop, uno de los animes más influyentes de la historia. También éste es el número en el que nos ponemos a dieta y decimos adiós a nuestro postre favorito: el Flan con napalm que Borja Crespo nos ha venido sirviendo desde nuestros inicios, que tanta fuerza nos ha dado y al que estaremos siempre agradecidos. Un espacio que a partir de ahora la ocupará María Sánchez, veterinaria de campo y poeta que desde Muladar nos quita la venda de los ojos y nos hace ver cómo un capitalismo voraz nos ataca directamente al estómago.

Mentiríamos si dijéramos que esperamos con ganas el inminente estreno de Ready Player One. Seguimos atrapados en esta exasperante moda ochentera, de la que el famoso bestseller es uno de sus mejores (¡y peores!) representantes, gracias a su nostalgia tóxica que nos hace añorar el pasado que no vivimos. Wes Anderson también parece anhelar los viejos tiempos, con su estética y música, pero lo hace reinventándose en cada película, como la próxima Isla de perros. Claro que a veces sí que merece echar la vista atrás y celebrar el aniversario de dos hitos culturales que aún colean: celebramos los treinta años de la publicación del 3


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La estratosfera Por José Blázquez @balazkez

El mundo feliz y la tristeza global

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na de las marcas de los nuevos tiempos es lo que el filósofo Ignacio Castro Rey llama “depresión informativa del sujeto”, un concepto que, muy simplificado y traído a los parámetros que a mí me sirven para escribir lo que quiero escribir, viene a ser la sensación de “aturullamiento” intelectual, de “encallamiento” de las ideas, de “estreñimiento” del pensamiento, etcétera, derivaciones todas a las que se ven sometidas las personas ante el incesante y cruento bombardeo mediático de informaciones. Da igual la naturaleza de tales informaciones (porque de hecho, ya estamos capacitados para fluctuar, en décimas de segundo, desde el conocimiento de la nueva novia de cualquier famoso de tres al cuarto hasta el último y demoníaco plan de Kim Jong-un para destruir el mundo, pasando por el consumo rápido de la primera fotografía de un agujero negro), lo que importa aquí es el atracón informativo, indigerible y repugnante, que nos damos cada día. Como si fuéramos turistas desbocados en cualquier self-service de cualquier destino paradisiaco, devoramos toneladas de información, empujados por ese ímpetu tan infantil y de clase media que nos lleva a entregarnos en cuerpo y alma a todo aquello que se nos oferta como gratis. Ante esto, nosotros y nosotras, arrojados cada cual a su infernal empacho, quedamos rendidos, aturdidos y muchas veces, inconscientes, ante la experiencia del trastorno. La quiebra psíquica, entonces, nos retrataría como personas bien integradas en eso que llamamos la Sociedad de la Información (y del Espectáculo). En la teoría y sobre el papel, nos sentimos bien porque creemos estar bien informados, pero en la práctica nos resulta imposible asimilar intelectualmente todos los hechos que nos metemos en el cuerpo. Sin darnos cuenta, la brutal ingesta nos ha empujado hacia esta obesidad mórbida, derivada de la acumulación sistemática de grasa, y que ya nos tiene paralizados en cada una de nuestras pantallas. Suena a ficción distópica, pero no, somos nosotros y nosotras, aquí y ahora. Reventaríamos de no ser porque la naturaleza ha provisto de orificios a nuestros cuerpos, esa suerte que tenemos; podremos seguir atiborrándonos de todas las mierdas sin el riesgo de implosionar cualquier día. Así que hinchados de ruido hasta la extenuación, con el excedente informativo colgándonos del cuerpo en forma de sebáceos y crasos colgajos, hemos logrado un sistema de comunicación con el mundo reducido a pedos (¡prrrrrrtttt!), 4

eructos (¡eeeeercgk!) y otros conjuntos fonéticos gaseosos propios de las combustiones químicas de nuestras digestiones, que, de tan abrumadoras, nos han terminado por convertir en estos cuerpos invertebrados, de animales que se arrastran, y que no precisan de un lenguaje articulado para verter lo que nosotros y nosotras ya confundimos con opiniones. Ventosidades-juicios y flatulencias-sentencias, comunicadas sin filtro alguno, aplicando ese axioma dudoso según el cual creemos saberlo todo una vez estamos convencidos de que estamos informados a la última. Y he aquí donde surge el efecto sabido por todos y por todas, que nos lleva a soportar únicamente los pedos y eructos propios. Los de terceras personas nos parecen asquerosos y nauseabundos, pero, ¡ay, amigos y amigas!, ¿qué me decís de las combustiones gaseosas propias?, ¿quién no se ha tirado un pedo en la cama y se ha metido debajo de las sábanas para olerlo en toda su inmensidad, con deleite, con el placer de saturar la experiencia olfativa con lo que uno mismo es, en el ejercicio embriagador de contaminar el afuera desde nuestros adentros más profundos? Pues lo mismo ocurre ya con eso que creemos que son nuestras opiniones: solamente toleramos las nuestras; el resto son basura. De esto a convertirnos en pequeños dictadores media una finísima línea. Suele ser un despotismo que se manifiesta a través de la insaciabilidad de la primera persona del singular, yo. Yo, en un mundo donde todo lo que no soy yo me molesta. Yo, en un mundo donde todo lo que no soy yo, no tengo por menos que odiarlo. Yo me quiero solamente a mí y como única cesión, estimo también, algo, a aquello que se me parece. Todo lo demás sobra, es mierda. Qué molesto es incluso que existan, esos otros, para mí, puesto que en la medida en que no son ni piensan como yo, me agreden. Y es insoportable. Esa diferencia. Esa discrepancia. Esa relación de desigualdad. No tienen ningún derecho a hacerme nada. Y mucho menos a hacerme daño. Yo no les tolero. Sobran. Me molestan. Yo, como mal menor, exijo que se me proteja de ellos. A mí. De esos otros. Que se me proteja de ellos. Violentos. Extraños. Diferentes. Mediocres. Los “túes”. Esa infinidad de ellos. Es el horror, en el mundo feliz y en la tristeza global. Es la soledad, en la vida cotidiana y en nuestras pantallas. Es el odio, en las redes sociales y en las tecnologías de la información.


BILBOKO LETREN XI. NAZIOARTEKO JAIALDIA

XI FESTIVAL INTERNACIONAL DE LAS LETRAS DE BILBAO

XI BILBAO INTERNATIONAL LITERATURE FESTIVAL

2018

NATURARA ITZULTZEA. UTOPIA LITERARIOA OTE? REGRESO A LA NATURALEZA ¿UTOPÍA LITERARIA? RETURN TO NATURE. LITERARY UTOPIA?

XI

EDIZIOA EDICIÓN EDITION

23 > 29

APIRILA ABRIL APRIL

MEDIATEKA BBK

Laguntzaileak | Colaboradores | Collaborators

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Muladar Por María Sánchez @MariaMercromina

Comida rápida y baratísima: capitalismo voraz en las marquesinas

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i os digo la verdad, me di cuenta de lo que os voy a contar aquí hace relativamente poco. No sé si estamos anestesiadas y el bombardeo de imágenes y colores de la publicidad ya ni nos afecta lo más mínimo, o simplemente, lo tenemos todo tan normalizado que ni nos cuestionamos lo que vemos en nuestro día a día. Los días que tengo oficina, para volver a casa, tengo que atravesar una de las avenidas principales de mi ciudad. Siempre está repleta de coches esperando que el semáforo se vuelva verde para continuar. Paso muchísimas horas en el coche por mi trabajo, pero a diferencia de mi día a día entre cabras y árboles, en el que suelo ir por carreteras secundarias y me cruzo con pájaros y entre marcha y marcha atravieso pueblos, campiñas y montañas, en este tramo inmenso que se abre entre bloques de hormigón me quedo embobada viendo los anuncios que llenan las marquesinas. Ese día me tocaron todos los semáforos, y empecé, a contar una a una los altares de anuncios de esa avenida y ver qué contenido ofrecía cada una de ellas y voilà… Todas eran de “restaurantes” de comida rápida anunciando hamburguesas a 1 euro. Hay que reconocer que están muy pero que muy bien puestas. Es una de las arterias clave de tránsito de la ciudad a horas punta, por donde pasan, además de coches y motos, muchísimos autobuses escolares. Seguía el semáforo en rojo y no podía dejar de pensar en cómo las ciudades y sus elementos que la integran se infiltran poco a poco en nuestros hábitos y moldeando nuestra rutina, interaccionando con nuestro día a día y alterando y dando forma a nuestras mismas decisiones. Tirando del hilo de las coincidencias, esa semana llegó a mis manos esto que escribe Vandana Shiva en su libro ¿Quién alimenta realmente al mundo?, editado este año por Capitán Swing: «Mil millones de personas pasan hambre continuamente, y otros dos mil sufren enfermedades que tienen que ver con la alimentación, como la obesidad. A medida que se extiende la “macdonaldización” de los alimentos, que están llenado el mundo de comida basura procesada, incluso los que tienen dinero para comer rara vez obtienen los nutrientes que necesitan. Al contrario de lo que sostiene la creencia popular la obesidad no es un problema que tienen los ricos por comer mucho: es, con mayor frecuencia, un problema que aqueja a los pobres que viven en países ricos, que son los que se llevan la peor parte de las enfermedades relacionadas con la dieta. A esto se añade que las enfermedades vinculadas a las dietas industrializadas- incluido el cáncer- van en aumento. Los productos de consumo no alimentan a la gente: los alimentos, sí» 6

¿Cuándo hemos dejado de darle valor a nuestra comida? ¿En qué momento ha pasado a ser algo más del día a día sin importancia? ¿Por qué hemos dejado de preguntarnos de dónde viene ese alimento o cómo ha llegado hasta nuestras manos? Lo que antes suponía un lugar y algo importante del día, se ha convertido en un mero trámite. Cuanto menos gastes y menos tiempo inviertas en comer, mejor. Y si no sales de tu lugar de trabajo y puedes comer delante del ordenador y solo, ya ni te cuento. Nos venden este tipo de productos como algo moderno, innovador, que nos ahorra tiempo, porque es maravilloso poder seguir trabajando mientras comes, teniendo los ojos en la pantalla, sin disfrutar de lo que te llevas a la boca y sin por supuesto, preguntarte nada de nada sobre su origen, modo de producción, o la historia y qué manos lleva consigo. Solo hay que dar una vuelta por los supermercados. Los alimentos más baratos y que tienen carteles grandes, tipo ganga, como mis queridas marquesinas, son alimentos procesados y nada saludables. Y como escribe Vandana, ya os podéis imaginar quiénes son los que salen peor parados niños, mujeres y familias sin recursos. Pero no solo son protagonistas las marquesinas de nuestras ciudades: son muchos los colegios que llevan de excursión a los niños y niñas a conocer cómo funciona una empresa de comida rápida. Y por supuesto, nada de irse sin llevarse un happy meal de regalo. En el colegio, por la calle, en las redes, en la televisión. Nos asaltan anuncios de comida rápida por todos lados. Nuestros niños y niñas están expuestos a bombas de azúcar lanzadas por anuncios a todas horas por la televisión. ¿Cómo van a querer los niños comer alimentos saludables si en la tele y la calle están llenas de anuncios de productos procesados (digo productos porque no me gusta llamar a este tipo de comidas alimentos)? ¿Comer es lo que hace que enfermemos más? Parece que sí. Según los informes de Dame Veneno de Veterinarios sin Fronteras, el consumo de alimentos procesados con exceso de azúcares añadidos, sal y grasas insalubres es el primer factor de pérdida de salud y causa de enfermedades. Sigo parada en ese semáforo en rojo mirando de nuevo a la marquesina. Y pienso en Vandana, en lo bonita que me parece la palabra alimento y lo poco que la oigo y veo en medios y redes. Y recuerdo que las palabras ‘humus’ y ‘humanos’ comparten la misma raíz. ¿Cuándo empezaremos a mirar más allá y a preguntarnos de verdad por lo que comemos?



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Flan con napalm Por Borja Crespo @ElTioCreespy

¡Gruñir es vivir!

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l pitufo gruñón, el enanito amigo de Blancanieves, el Grinch y Mr. Scrooge, todos ellos son entrañables personajes de cuento que se cagan en todo y acaban mostrando su lado humano, porque todos tenemos nuestro corazoncito. O eso dicen, porque no siempre es verdad, a tenor de lo las imágenes que emiten los telediarios a la hora de la merienda. Viene esto al caso porque se está demonizando nuestra capacidad para expresar nuestro descontento y hay que reivindicar los exabruptos cuando tienen sentido y cariz benevolente. Distinguir la simple queja destructiva de la crítica constructiva es esencial. Acoger al espíritu iconoclasta y cerrar la puerta al eterno malhumorado. El insulto fácil y gratuito, sin gracia, se extiende gracias a las redes sociales, por ello hay que gritar bien alto… ¡GRUÑIR ES VIVIR! Porque no todo carácter arisco lleva un hater dentro y cuestionar lo que vemos, sentimos y vivimos, nos convierte en personas y nos diferencia de los pobres animalillos. No hay amor sin odio. Gestionar ambos estados del alma es un arte que algunos llaman inteligencia emocional. Igual que asusta llevar nuestras pasiones al límite, cayendo en el empalago, no es de recibo extremar nuestra rabia hasta perder el raciocinio. Ni exceso de bilis ni sobredosis de baba. Toda radicalidad es discutible, incluyendo la de los bienpensantes. Puede suponer una sorpresa desagradable fiarse de aquellas personas que lo ven todo bajo el prisma del buen rollo. Tampoco es recomendable tener cerca a una legión de seres negativos que lo ven todo de color mierda. El sentido del humor es el antídoto perfecto para combatir ambas enfermedades, sea el rechazo a todo, sea una sonrisa perpetua ante la adversidad. Nada de poner la otra mejilla. Nada de liarla a la primera de cambio de manera violenta, mostrando nuestra repugnancia irracionalmente con el cometido de hacernos notar. ¿Qué ganamos escribiendo “vaya mierda” en los comentarios de YouTube? ¿Qué nos aporta llamar a alguien “pedazo de subnormal” en Twitter? Digamos no a la aversión sin medida, a la violencia verbal desatada porque sí, al arrebato de furia descontrolado, a la falta de argumentos y autocrítica. Digamos sí a los gruñidos de pasión, al amor por la opinión y el diálogo, al sentimiento de 8

repulsa a conciencia y el juicio de valor con un punto cómico. Llevar la contraria es un derecho como otro cualquiera. Saber hacerlo con respeto es otra historia. Difamar bajo el anonimato es un deporte ignominioso. Probablemente fruto del ansia por llamar la atención, como cuando estirabas del pelo al compañero del colegio sentado en el pupitre de enfrente. No me hace caso, luego le puteo, bramo a los cuatro vientos y echo espumarajos por la boca. Soltar esputos en Facebook nos libera de la energía chunga temporalmente, pero la verdad está ahí fuera y la envidia mata por dentro. Nada es lo que parece. Nada es lo que queremos creer que es. Nos creemos lo que queremos creernos. Soltamos la mierda y nos quedamos tan anchos, como si no fuera con nosotros. Repetir consignas sin actuar no nos hace libres. Mirar a los demás por encima del hombro tampoco. Compararnos, menos. Ante la injusticia, la ignorancia y el desatino siempre nos queda protestar. ¡GRUÑIR ES VIVIR! Cotillear, elucubrar, imaginar, teorizar, filosofar, reflexionar, cotejar, cuestionar… Forman parte de nuestra existencia, la hacen más llevadera, siempre y cuando tengamos claro el mensaje que queremos transmitir. El mismo que hay que subrayar muchas veces para que se entienda en tiempos de dudosa comprensión lectora. Sarcasmo frente a la tontería. Ironía contra todo. Las tragaderas que gastamos son enormes. Montas un circo y te crecen los trolls. Es la hora de los idiotas, la estupidez campa a sus anchas, pero no importa: no todos tenemos porqué añadir a nuestro currículum que practicamos sexo anal sin vaselina de manera pasiva, con o sin consentimiento. Esto es un manifiesto a favor del gruñido que obedece al pensamiento calmado no homogéneo, una oda a la misantropía afable y el absurdo como fuente de inspiración. El pitufo gruñón, el enanito amigo de Blancanieves, el Grinch y Mr. Scrooge se van de verbena y bailan hasta que salga el sol. En el fondo, gruñen a regañadientes porque son felices, aunque la gocen enfadándose, porque descargar el pesimismo que no ahoga a base de cuidados improperios es saludable. En su justa medida, ¡GRUÑIR ES VIVIR!



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Harm(onics) Por Yahvé M. de la Cavada @YahveMC

Cuidadito con lo que dices

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o estaba escribiendo otra cosa, y al final escribí esto. Un zumbido muy leve en mi cabeza me susurraba en bucle un descorazonador “para qué”. Es el mismo zumbido que suena cuando abro casi cualquier red social en los últimos tiempos, un zumbido que me inunda de tristeza. Yo no sé para qué, la verdad; no sé si merece la pena engrosar las filas de quienes contamos que nos sentimos cada vez más abatidos por esas cosas, grandes o pequeñas, según a quién preguntes, que están ocurriendo en nuestro país. Cosas que son como ladrillos que, poco a poco, están levantando un muro entre lo que teníamos y lo que tenemos. Puede que incluso entre lo que éramos y lo que, no diré somos, aún no, pero sí lo que podemos llegar a ser. Sí, yo estaba escribiendo otra columna, sobre algo que ayer dejó de parecerme importante. La noche anterior me había acostado con muy mal cuerpo: en pocas horas, el Tribunal Supremo ratificó la pena impuesta el pasado año por la Audiencia Nacional a Valtònyc, un rapero condenado por delitos de calumnias e injurias graves a la Corona, enaltecimiento del terrorismo y amenazas en parte de la letra de 16 canciones, y poco después supimos de estas medidas cautelares estimadas parcialmente por una jueza: el secuestro y prohibición de imprimir más ejemplares de Fariña, un libro en el que el periodista Nacho Carretero profundiza en la historia del narcotráfico en Galicia. A la mañana siguiente me desperté y navegué unos minutos por las redes sociales, asistiendo aterrado a enfrentamientos dialécticos en los que, de forma encarnizada, muchísima gente mostraba su conformidad con la más que probable encarcelación del rapero. Unas horas después, la libertad de expresión en nuestro país se llevaba otra hostia conceptual considerable: Ifema, entidad organizadora de ARCO, había requerido la retirada de la obra Presos políticos en la España contemporánea, del artista Santiago Sierra, para “evitar la polémica”. Nuevamente, en un rápido vistazo a las redes sociales, pude leer a decenas y decenas de personas alegrándose por esto y emitiendo un buen número de exabruptos empapados en odio para celebrarlo. Para poder entender todo lo que esta concatenación de sucesos supone hay que quitarle las espinas al pescado: aquí no importa el rapero, el artista, el periodista, los jueces... Solo son actores, circunstancias que especifican cada caso. Lo mismo da que las canciones de Valtònyc sean una birria o que la obra de Sierra no tenga interés artístico, como lo mismo da que el libro de Carretero sea excelente. El quid de la cuestión es que, en primera instancia, tenemos a demasiada gente diciéndole a mucha otra 10

gente qué puede decir, qué debe hacer y, sobre todo, qué no. Pero, por encima de eso, el auténtico mensaje enviado a la sociedad es: cuidadito. Mucho cuidadito con lo que haces y con lo que dices, amigo, que te la juegas. En 1985, La Polla Records cantaba en su estupendo álbum Revolución: «Fraga, muérete; Reagan, muérete; Wojtyła, muérete», y no pasaba nada. Porque no pasa nada, incluso aunque uno fuese afiliado de AP y beato adorador de Juan Pablo II. Y si unos punkis cantan que se mueran, pues que lo canten; que quien quiera se cague en sus muertos por ello, y ya. Esto era así hasta que en 2015 entró en vigor la “Ley de seguridad ciudadana”, una ley que hace mucho más que encarcelar raperos y echar gasolina a toda esa indignación que produce millones acaloradas reacciones en redes sociales. Lo que realmente hace esa ley, y todos estos pequeños atentados contra la libertad de expresión, es coartar la libertad de los creadores, de los editores, de quienes escribimos en prensa o de cualquiera que pueda ser susceptible de decir algo inconveniente. Pero ¿quién decide qué es inconveniente? Es más, incluso si a ti te parece que una cosa lo es, y por ello debe ser silenciada, ¿cómo puedes estar seguro de que lo que te parece legítimo no querrá ser también silenciado en el futuro? Esto es lo fascinante de lo que está ocurriendo, que nos enzarzamos en los detalles. Y unos dicen que lo de Carretero está mal, porque es un periodista y no un puto perroflauta, pero que lo de Sierra está bien, porque no se puede consentir que se diga que hay presos políticos en España. O hay quien considera un atropello que encarcelen a alguien por unos tuits, pero opina que hacer una huelga feminista atenta contra el anhelo de igualdad entre hombres y mujeres. Elijan sus filias y sus fobias: hoy no es difícil ver opiniones que se abanderan de la libertad de expresión, diciendo al mismo tiempo que hay otras cosas que no deben decirse en una canción. ¿Hay que impedir que alguien cante alabando el terrorismo? ¿Hay que impedir que circulen canciones que hagan apología del machismo? ¿Hay que impedir que alguien emita arengas racistas en una canción? Decídelo tú. Y si quieres tuitéalo (recuerda: con cuidadito). Pero no te sorprendas si en el futuro tu opinión, sea cual sea, está en la lista de cosas que silenciar. Porque el problema no es el estado, ni los jueces, ni las empresas o medios que censuran lo que sea para evitarse problemas: el problema es que ahí fuera hay inabarcables hordas de gente que piensa que, si algo no le gusta, ha de ser silenciado. No es el sistema: somos las personas.


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Por Elizabeth Casillas Una obra de teatro:

Esto no es La Casa de Bernarda Alba

Por Koldo Gutiérrez Un documental:

Chavela

CARLOTA FERRER (2017)

CATHERINE GUND Y DARESHA KYI (2017)

Carlota Ferrer, entre otras cosas actriz, coreógrafa y pedagoga, dirige Esto no es La Casa de Bernarda Alba, la adaptación que José Manuel Mora hace de un clásico de la literatura española como es La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca. En esta ocasión, los tradicionales personajes femeninos son interpretados por un conjunto de hombres artistas, buscando un discurso feminista radical que, en palabras de la compañía, intenta viajar a la raíz: «al poner en boca de hombres actores y bailarines las palabras de Federico ponemos en evidencia la fragilidad de la mujer ante la visión dominante del orden heteropatriarcal y su gestión del mundo a través del miedo». La obra puede verse del 21 al 22 de abril en el Teatro Arriaga de Bilbao.

Ella no necesitaba apellido ni presentación, ya que la figura de Chavela Vargas trasciende más allá del espacio y el tiempo. Era tan mexicana que hasta se permitió el lujo de nacer en Costa Rica. Este documental repasa su carrera que le llevó a seguir cantando casi hasta su muerte a los 93 años, en 2012. Con su inconfundible voz rasgada por el desamor y el alcohol, la artista hizo suyas multitud de rancheras compuestas por hombres, especialmente por su gran amigo Jose Alfredo. Su agitada vida le llevó al ostracismo hasta que Pedro Almodóvar contribuyó a su relanzamiento a comienzos de los 90. Una artista total, carismática y lesbiana que siempre hizo lo que quiso, como deja patente el abundante material de archivo y las entrevistas a amigos y compañeros de profesión.

Un cómic:

Hulka. Deconstruida

NICO LEÓN, MARIKO TAMAKI (PANINI CÓMICS, 2018) Jennifer Walters, también conocida como Hulka, ha sobrevivido a la Segunda Guerra Civil Superheroica, pero no así su tío, Bruce Banner. Ahora, tras despertar del coma, Jennifer tiene que asimilar la muerte de Hulk y lo hace refugiándose de nuevo en la abogacía. Mariko Tamaki, la guionista de esta entrega y autora de una obra tan esencial en el ámbito de la novela gráfica como lo es Aquel Verano (Ediciones La Cúpula, 2014), presenta a una Jennifer Walters nunca antes vista, alejada de esa visión irónica y un tanto titiritera. Tamaki se imagina a una Hulka depresiva y retraída que mantiene una lucha interna entre dejar salir a sus poderes o mantenerlos reprimidos. Pero la represión no siempre es una buena solución y en este volumen la superheroína tendrá que prepararse para decidir. 12

Un disco:

KVALVIKA

DAVID CARBALLO (2017) El eibarrés David Karba lanzó a comienzos del año pasado un disco ambiental titulado con el nombre de una playa de Islandia, país que visitó y le sirvió de inspiración directa, ya que incorpora fragmentos de audio grabados en esa región. En su debut, el músico combina elementos industriales y electrónicos para dar lugar a un trabajo atmosférico, inquietante y contundente que atrapa desde la primera escucha. Seis temas con ecos de Nine Inch Nails, Massive Attack, Mogwai y Vangelis, pero con la suficiente entidad propia para crear su propio universo sonoro, que parece extraído de la evocadora banda sonora de una película de ciencia ficción.


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Una sección hecha por los editores de la revista y un invitado distinto cada número, totalmente subjetiva y que no atiende a razones temporales ni de género. Recomendaciones a gogó. Sólo buena mierda.

Por Sandro Gomato Un libro:

Contra la lectura

MIKITA BROTTMAN (BLACKIE BOOKS, 2018) Leer es una actividad que comparte numerosas características con la masturbación. Lo dice la autora de este ensayo que se infiltra en las librerías para cuestionar ese mito en el que a la mayoría nos han educado y que afirma que leer siempre es un ejercicio valioso, independientemente de lo que se tenga entre manos y del contexto personal. Brottman nos habla incluso de cómo la pasión por los libros en su juventud la abocaron a una dependencia que le privó de adquirir cualidades tan importantes cómo la habilidad para socializar y mantener el contacto con el mundo real. Una obra interesante y necesaria que avisa sobre el lado oscuro del acto de leer escrita por una persona que lo ama como la que más. Porque masturbarse es bueno sólo hasta que empieza a dar problemas.

Por Ana Galvañ Una editorial:

Spiderland/Snake Un proyecto editorial dirigido por un pequeño un colectivo ubicado en Cáceres. Se trata de un proyecto más enfocado al goce personal que a la creación de una vía de negocio, en el que solo editan piezas selectas en línea con su filosofía. Entre ellas podemos encontrar maravillas como El ruido secreto, la última creación de Roberto Massó; El Lago, cuento perturbador de Mayte Alvarado que nos hace transitar entre oscuridad y belleza en escala de grises; y La Reina Orquídea de Borja González, protagonizada por dos jóvenes princesas involucradas en un ritual secreto con el que inician unas vacaciones marcadas por la rutina. Una revista:

Un cómic:

Poulou y el resto de mi familia CAMILLE VANNIER (SAPRISTI, 2018)

La parisina Camille Vannier nos dibuja y narra las peripecias de su abuelo Poulou, un burgués que triunfó en los negocios y consiguió amasar una buena fortuna, un hecho que determinaría por completo la historia de su familia. Gracias a que está contado e ilustrado con una naturalidad y una libertad asombrosas, leer Polou y el resto de mi familia es prácticamente como estar junto a la autora en un bar, escuchando anécdota tras anécdota mientras las dibuja en una servilleta. Una expresividad que acaba resultando fundamental para introducirnos en el punto de vista de Vannier y poder esbozar de vez en cuando una sonrisa con las “hazañas” de un personaje que, mientras, se nos revela como alguien profundamente conservador y egoístamente capaz de condicionar demasiado la vida de sus seres queridos. Un divertido repaso por las excentricidades, miserias y caprichos de la jet-set.

Presencia humana VV.AA, (ARISTAS MARTÍNEZ)

Es una publicación de ficción que lanza regularmente la editorial Aristas Martínez, y que recopila artículos e ilustraciones entorno a lo extraño. Con una calidad altísima, la revista está dirigida tanto a los amantes de la literatura de género más popular, como a los que buscan nuevos referentes de la ciencia ficción de autor. El proyecto comenzó enmarcado en el movimiento “nueva literatura extraña” con una periodicidad trimestral, ahora sustituida por un ritmo más lento de publicación. En el último número, ilustrado por Bernardo Lopesino y Cisco Bellabestia, podemos encontrar relatos de Guillem López, Layla Martínez, Francisco Miguel Espinosa, Beatriz García Guirado, Grace Morales, Edmundo Paz Soldán, Miguel Espigado y Ana Llurba.

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ada conocemos de sus historias, sólo los hechos, los crímenes. El aumento en las cifras. Casos aislados que miramos desde la distancia, juzgamos moralmente y olvidamos con facilidad. El feminicidio es el aterrador e irreversible final de la agonía silenciosa del maltrato machista. Una amiga, una hermana, una madre o una hija asesinada, y luego, ¿qué ocurre con quienes padecen la pérdida?, ¿qué sucede con el agresor?, ¿cómo afectan estos hechos a la población? Seguimos mirando las cifras.

A-mor, el fotolibro que lamentamos Texto Ros Boisier

El fotógrafo chileno Cristóbal Olivares investiga diecisiete casos de asesinatos machistas en su país para poner rostro a las víctimas y recordarnos por qué casos como estos no deben quedarse en una mera estadística

Durante los años 2012 y 2015, el fotógrafo chileno Cristóbal Olivares (Santiago, 1988) investiga diecisiete casos de feminicidio en distintas ciudades de su país para poner rostro y dar voz a víctimas y testigos de las más trágicas y conmovedoras historias de mujeres asesinadas por sus parejas y exparejas. Un trabajo que culmina en el fotolibro A-mor (Buen Lugar, 2015), una publicación que debemos lamentar y, al mismo tiempo, necesitamos para no olvidar las fisuras que padecemos como sociedad, la enfermiza individualidad que nos ha arrastrado a invisibilizar la violencia de género, a justificar el maltrato en el hogar, a dar impunidad a los agresores y asesinos. Libros como el de Cristóbal Olivares nos recuerdan que las víctimas de la violencia contra las mujeres tienen nombre y apellido, una familia y un pasado. Son más que estadística y sus historias merecen ser conocidas. Para el desarrollo de esta investigación fotográfica el autor recopila, mediante una exhaustiva búsqueda en hemerotecas y en programas de televisión, un variado número de casos recientes de feminicidios cometidos en Chile. A partir de los sucesos seleccionados, Olivares viaja por todo el país al encuentro con los familiares de estas mujeres asesinadas, víctimas en duelo de una cultura machista tan arraigada como dañina. Un encuentro con una cruel realidad henchida de amor e impotencia, en la que podemos ver las marcas que quedan en los lugares y en las familias a causa de la violencia. En A-mor, se identifican múltiples recursos narrativos que marcan una estructura secuencial anacrónica hilada con imágenes, documentos y testimonios. A las fotografías realizadas por Olivares en lugares habitados y concurridos por las víctimas, espacios privados y públicos, escenarios ambivalentes que transmiten afecto y violencia, se suman imágenes domésticas del álbum familiar de las víctimas y reproducciones de

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recortes de periódicos y capturas de programas de televisión que evidencian la divulgación de los crímenes. Se incluyen además dos páginas anexas a la encuadernación, documentos que consiguen inyectar una sensación de plena veracidad a este valiente trabajo fotográfico, ejemplos que manifiestan una seña de realidad: una copia del acta de levantamiento de fallecidos y una nota manuscrita de una de las víctimas pidiendo ayuda. Los testimonios de Elena, Mónica y Alberto, dos madres y un padre de víctimas de feminicidio, y el frío y descriptivo relato de Lidia, hermana de un doble feminicida, nos conmueven desde la sencillez y emotividad de sus palabras, pues distinguimos a través de ellas las historias de miles de mujeres de distintas geografías y situaciones sociales. Son historias que aluden a conductas agresivas en desmedro de la mujer que trascienden las fronteras y los casos investigados por Cristóbal Olivares. Por último, para aportar un punto de vista general y contextualizar la situación nacional, el autor entrevista

a otros agentes que han intervenido en casos de feminicidios en Chile: a Nataly, activista contra la violencia de género; a Mabel, fotógrafa forense; y a Hernán, policía del cuerpo de carabineros. Textos que dan voz a los testigos y funcionan como puntos fuertes de información que contribuyen a dar sentido y direccionalidad a la significación de las fotografías del libro. Testimonios que nos transmiten desde la descripción veraz de hechos y sensaciones propias que estamos ante un libro que cuenta todas las historias posibles de maltrato hacia la mujer. Que en realidad esto ocurre, que ahora mismo está ocurriendo. Un problema global sin duda alguna. Así se articula la narrativa de A-mor, anacrónica y envolvente, un recorrido entre documentos fotografías y testimonios que desvelan el inicio de la relación amorosa (miedos e ilusiones), los primeros problemas entre la pareja (cambios de ánimo y agresividad), los deseos por salvar la relación (el sentimiento de culpa), la pérdida de

Es una publicación que debemos lamentar y, al mismo tiempo, necesitamos para no olvidar las fisuras que padecemos como sociedad

A-MOR Buen Lugar, 2015

la autoestima, la violencia psicológica y física, la agonía, la muerte. Recursos narrativos que se entremezclan para crear una sensación de primera piel, de estar frente a conexiones evidentes por su carácter cotidiano (elementos domésticos, fotografías familiares, lugares comunes, etc.), pero que requiere de una lectura profunda para distanciarnos de esta normalidad y hacer una reflexión consciente y responsable sobre la construcción de sociedad en la que participamos todas y todos. Entre lo romántico y lo mortuorio Un libro negro, un libro en luto. Sobrio, de tapa dura, que en su cubierta menciona y recuerda los nombres de las mujeres asesinadas. Una, dos, tres y hasta nueve veces, para que resuenen en nuestra memoria y nunca olvidarlos. Y en la esquina inferior derecha, el título del libro destacado en color rojo: A-MOR, del griego A (sin) + MOR (mortem). Un título paradójico que indica un doble sentido entre lo romántico y lo mortuorio. Un vestido fucsia colgado en una percha sujeta de un clavo a una pared blanca iluminada por la luz mortecina del atardecer. Es la fotografía que abre A-mor. La imagen evoca la ausencia, la crueldad de los desenlaces de todas las historias de feminicidio. Un vestido que representa la desaparición de la mujer que lo vestía. Tras la muerte, las mujeres no nos llevamos nuestros vestidos ni nada que nos haya pertenecido. ¿Qué sucede con las ropas de nuestras mujeres asesinadas? ¿Queda en ellas la energía de sus cuerpos? Y en esos lugares, aquellos que habitaron, aquellos donde les quitaron la vida, ¿qué sucede con la memoria de esos espacios? ¿No queda en ellos la huella de quienes los habitaron? Cristóbal Olivares explora entre la pérdida y la ausencia, y dirige su mirada a lo testimonial en lo tangible, objetos que conservan señales de su existencia, como ropas, fotografías o diarios de vida. A-mor es un trabajo comprometido que ha llevado a las páginas de un libro las huellas de una investigación de campo de largo aliento y alta emotividad. Un libro necesario, un libro que lamentamos. Un libro en luto. Un fotolibro para abrir los ojos y repudiar la violencia machista. A-mor es un relato coral y sobre todo es la voz de un joven autor comprometido con uno de los temas sociales más alarmantes en la actualidad. ¿Cuál es tu postura ante el feminicidio? @ 15


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Por qué lo llaman vagina cuando quieren decir vulva Texto Elizabeth Casillas

Puede que sea uno de los tebeos más controvertidos que vayas a leer este año, y no precisamente por decir sandeces. La historietista sueca Liv Strömquist firma El fruto prohibido (Reservoir Books, 2018), un cómic que repasa la historia cultural de la vulva con argumentación teórica pero, sobre todo, mucho humor.

A

nuncios de compresas o tampones que recurren, en exceso, a las palabras “limpia” y “segura”. Señores que se preocupan, en exceso, de lo que suele denominarse «el órgano sexual femenino». Autoridades, organizaciones, periódicos, médicos y demás organismos empeñados, en exceso, de producir (des)información sobre el sexo. Y así sucesivamente, Liv Strömquist termina enumerando una serie de cosas que están mal (muy mal) en nuestra sociedad en lo que a la mujer y su sexo se refiere. Licenciada en Ciencias Políticas, Liv Strömquis es una de las dibujantes más importantes de Suecia y su popularidad aumenta por su presencia en los medios de comunicación, bien sea en radio, televisión o prensa, donde firma artículos en los que muestra su firme postura como activista feminista y defensora las políticas de asilo. Y aunque lleva publicando cómics desde 2005, ha sido El fruto prohibido —publicado originalmente en 2014, en 2016 en el mercado francés y al siguiente en el alemán e italiano— el que le ha lanzado al reconocimiento más allá de las fronteras nórdicas. Pero, ¿qué tiene de especial este libro? Dividido en cinco capítulos, la autora sueca recorre, a lo largo de los siglos, el tratamiento que se le ha dado a la vulva y cómo la percepción del sexo de las mujeres ha ido cambiando a lo 16


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largo de la historia. Por ejemplo, existen descripciones de cómo las mujeres en Egipto, en el siglo V a.C, exhibían la vulva en una danza durante las festividades en honor a la diosa felina Bastet y hasta el siglo XIX se describía en las fábulas europeas cómo el diablo es derrotado al enseñar las mujeres su sexo. De estas posturas a las actuales –la vulva es algo que esconder o a lo que la gente siente pánico–, han pasado... Muchos señores.

El fruto prohibido Reservoir Books, 2018

John Harvey Kellogg —sí, el de los

cornflakes— era médico. En concreto, uno obsesionado con impedir que las mujeres se tocasen (en el sentido más orgásmico de la palabra). ¡Antionanismo al poder! Kellogg escribió libros sobre salud pública en los que sostenía que la mastubación femenina provocaba cáncer, epilepsia o locura, entre otras bondades. Pero no fue el único, también compartía sus pensamientos San Agustín, quien pasó de escribir sobre su pasión por el sexo y sus amigas con derecho a roce a decir que el sexo, en vez de un regalo de Dios, era una traición a Dios. Se le ocurrió decir que las generaciones venideras heredarían el pecado de Adán y Eva al practicar sexo, y así fue cómo las mujeres se convirtieron en pecadoras y sucia tentación. Gracias, San Agustín. No diga vagina, diga vulva Si hay una lucha que abandera Strömquist en El fruto prohibido esa es la del uso correcto del lenguaje. «Algo curioso en nuestra cultura es que las partes exteriores y visibles de esta zona del cuerpo rara vez se representan o nombran en la esfera pública. La palabra “vulva” tampoco se utiliza en el lenguaje común», explica la autora en el libro. Y pone como ejemplo cómo en una placa de aluminio enviada en la sonda espacial Pioneer en 1972 hay un dibujo grabado en el que el hombre exhibe su órgano sexual mientras que a la mujer se le ha borrado la vulva. Así, la autora recurre a dibujar y señalar todas las partes del órgano sexual femenino, como ya lo hiciera en el pasado Julie Doucet con aquella icónica viñeta “esto es un chocho” en el que las partes venían nombradas en un lenguaje que sonaba a chino. No es de extrañar entonces que aún hoy exista un gran desconocimiento sobre el órgano sexual femenino. En el capítulo que la autora dedica al orgasmo explica cómo el tamaño del clítoris, la única fuente del orgasmo femenino, no fue descubierto (por hombres, y no en el sentido universal, sino en su lectura binaria) hasta 1998 y aún en 2006 existían

«En nuestra cultura, las partes exteriores y visibles de esta zona del cuerpo rara vez se representan o nombran en la esfera pública» manuales de biología que incluían las medidas erróneas. Algo impensable, dice la autora, con otros órganos humanos. Hay un capítulo —Sentirse Eva o: en busca del jardín de nuestra madre— antes de la parte final del libro, que Strömquist llena de color y donde su reparto de las viñetas se mantiene más regular, que sirve de preludio a lo que vendrá después: el tabú de la regla y los temidos síndromes premenstruales que ahora el lenguaje moderno, el de las siglas y los acrónimos, ha decidido relegar a SPM. «¡Alerta SPM!» es el mensaje que anuncia una aplicación de móvil cuando las mujeres van a entrar en “esos días”. Lo curioso, una vez más, es que no siempre fue así. «Si viviésemos en un matriarcado, el SPM tendría una gran importancia, como la que tuvo la melancolía masculina en el siglo XIX, o como el miedo al fracaso del que hablan los hombres de hoy en día en sus podcasts», sentencia. Quizás sea su solidez teórica –Strömquist cuenta con una resistente bibliografía sobre la que asienta sus argumentaciones–, o más bien su fuerte sentido del humor –en sus viñetas impera la ironía sobre todas las cosas– lo que hace que este ensayo en forma de cómic sobre la historia cultural de la vulva haga de esta obra una lectura imprescindible para cualquier ser humano. Aún queda mucho por aprender (y desaprender). @ 17


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30 años de Surfer Rosa, el debut en LP de Pixies

Texto Octavio Beares

Ilustración Álvaro Ortiz

Hace tres décadas un grupo de chavales de Boston pulía su maqueta y su primer EP, y entregaba un disco que ya es historia del rock, capaz de romper los muros de seguridad entre el mainstream y el underground con la fiereza de un lobezno rabioso. Lo recordamos con amor y cicatrices de 30 años.

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T

an lejos, tan cerca. Es lo que decía aquella película de Wim Wenders. Estamos aquí, tan a gustito, celebrando los treinta años de la aparición de Surfer Rosa, el primer larga duración de Pixies (tras un previo extended play). Merece la pena tener perspectiva, recordar el contexto: ha llovido mucho desde 1988 y si echamos la vista hacia ese año… bueno, da algo de vértigo. Almodóvar triunfaba con Mujeres al borde de un ataque de nervios y si Wikipedia no miente, se estrenaba Alf en TVE 1. En el quiosco te comprabas el Cairo o El Víbora. O los dos. Y Cimoc. Y ya puestos, ya daba guerra el TMEO y bastantes fanzines. Vivíamos la resaca de la transición y sus locuras aunque La Edad de Oro de Paloma Chamorro hacía tres años que era historia. Pixies no pasaron por ese programa, demasiado tarde. Y 1988 era el año del Nuevo Flamenco gracias a Pata Negra y Ketama. El resto del mundo más allá de nuestras fronteras se ve, también, bastante lejano. Y gris: los líderes de occidente eran los encantadores Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En la URSS Mijaíl Gorbachov aceleraba la maquinaria de la Perestroika, el apartheid sudafricano seguía siendo una vergüenza de polo a polo que nadie atajaba, y en Corea del Norte gobernaba… el abuelo del que la gobierna hoy. Fue el año de las olimpiadas de Seúl en la otra Corea; Rainman triunfó en los Oscars y el Hip Hop entregó su obra maestra, It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back, segundo álbum de estudio de Public Enemy que merecería otro texto conmemorativo por su treintena. O un Cactus entero. Mientras, el underground musical norteamericano era un avispero peligroso. 1987 había sido el año de aguijonazos como Sister de Sonic Youth y You’re Living

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All Over Me de Dinosaur Jr. (ambos en SST). Y Hüsker Dü publicaban en 1986 Candy Apple Grey en una major (Warner Music, que debió de ver en sus melodías una posibilidad comercial, si lograba acercar a la banda al sonido de los R.E.M. y alejarla de su propio hardcore) pero al año siguiente se separan con un doble LP. En Gran Bretaña, entre singles chiclosos de George Michael y la reivindicación del pop con mayúsculas y masivo de Pet Shop Boys seguía ascendiendo el culto a The Smiths (separados un año antes) y The Jesus and Mary Chain. «Si yo no confundo tu forma y aspecto, tú eres el espíritu bribón y travieso» En esa Inglaterra extraña entre el ramo de flores de Morrissey (The Smiths) y el alambre de espino de los hermanos Reid (The Jesus and Mary Chain) había un sello curioso, 4AD, que parecía más especializado en músicas flotantes (Cocteau Twins) que en calambrazos rock. Pero que supo ver el encanto de un grupo bostoniano llamado Throwing Muses y su rock nervioso, dislocado, y de unos vecinos de aquellos a los que publicaron lo que en realidad era una selección de algunas canciones de su única maqueta. Es 1987. El grupo maquetero se llamaba Pixies. La grabación (extended play, una vez formalizada y reducida) era Come on Pilgrim y venía a ser como el semáforo amarillo para una posible edad de oro del underground. Aquellos cuatro bostonianos con sus ocho canciones grabadas en precario

venían a ponerlo todo patas arriba, en cuanto el semáforo cambiase a verde. Y el semáforo cambió al año siguiente, cuando estrenaron su primer disco largo, Surfer Rosa. Pixies eran la sublimación de todo el rock asilvestrado del subsuelo americano, pero triturado en algo nuevo y quizá hasta más accesible que solo necesitaba un envasado profesional. El botellero fue un icono del hardcore llamado Steve Albini. Ex líder de una de las bandas más extremas de la historia del rock, Big Black, por entonces tampoco era reconocido como productor (inciso: Albini se define más bien como “sound engineer”, y eso es él, un constructor de sonido antes que un arreglista). Había colaborado en este sentido con algunos artistas, entre ellos los debutantes Slint, pero fue su trabajo en Surfer Rosa lo que le lanzó a la fama en esta faceta. Antes que hablar de sonidos, miremos imágenes. Esto en una banda de rock es importante. Hay que salir bien en la foto, molar. Pero los cuatro miembros de Pixies, bueno… sus pintas eran lo más anti-rockstar que uno podía imaginarse. Recuerda que en 1988 obviamente no había internet, mucho menos móviles, y las referencias visuales te llegaban bien en las revistas musicales y fanzines, bien por fotos en portadas o interiores del vinilo (o del CD, que entonces aún no se había tragado al viejo soporte pero empezaba a subir peldaños poco a poco). Querías ver fotos, si habías oído a la banda en la radio o una K7 de un o una

Pixies eran la sublimación de todo el rock asilvestrado del subsuelo americano, pero triturado en algo nuevo y quizá más accesible


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colega. Pixies eran Black Francis ―Charles Michael Kittridge Thompson IV en su casa, compositor principal, voz y guitarras―, Joey Santiago ―guitarra―, Mrs. John Murphy ―el alias de Kim Deal por entonces, voz y bajo― y David Lowering ―batería―. Esto es: un chico algo regordete; un guitarrista filipino menudo con cara de no entender bien tu idioma; una chica que parecía tu vecina, la que cuelga la ropa cantando Amaral; y un batería que era el único que daba el pego como estrella de rock. Comparado con el look trash de Sonic Youth o con la estilización visual de R.E.M. aquello no había por donde cogerlo. Y eso para muchos, al contrastarlo con su música, era un punto a favor.

4AD, Vaughan Oliver, y la sensibilidad freak de Larbalestier, lograron una portada tan magnética como anómala. Rock me Joe!, la música en la cabeza de Pixies La imagen de la portada definió perfectamente al sonido del disco: como aquella, su música tampoco era fácil de etiquetar. Las referencias estaban por ahí y por allá: The Stooges, Hüsker Dü, el surf, Sonic Youth, Violent Femmes, PiL, los Beatles del Whitey Album… ¿Cómo demonios asimilabas aquello? Pues dejándote arrastrar. Pinchas su primer corte, Bone Machine, y ya estás más que pillado: abre una batería que allana

La imagen de la portada definió perfectamente al sonido del disco: como aquella, su música tampoco era fácil de etiquetar

Come On Pilgrim 4AD, 1987 Surfer Rosa 4AD, 1988

Pero además, menudas portadas las de Pixies. La de Come on Pilgrim ya era la repanocha, una fotografía de Simon Larbalestier con una especie de hombre lobo de cogote lampiño, de espaldas. Y en Surfer Rosa sencillamente entregó una de las imágenes más reconocidas de la historia del rock. Sobre un fondo general blanco destacaba una foto en blanco y negro de una bailaora flamenca en toples. Bailaba ante una pared rugosa con un crucifijo colgado y cosas raras como cachos de una guitarra. Bajo la foto se reproducía la letra en castellano de Oh My golly!, una de las canciones del disco. Había algo de David Lynch en aquella portada que se alejaba de la típica cutrez sucia del hardcore o de los collages barrocos del punk y del rock alternativo. Entre el diseñador gráfico del sello

cordilleras alpinas a baquetazos, luego se incorpora un bajo musculoso, una guitarra que corta el jamón en lonchas finas y una voz nerviosa capaz de saltar del recitado psicótico al alarido animal completan el tema. 3:05 minutos de perfección rock. Pero un rock que no se parecía a nada. Y era solo el primer tema de trece, soltados al galope en menos de 33 minutos. Los nombres a veces son importantes. Un pixie es un duendecillo algo infantil pero tan poderoso como travieso, al que es mejor no enfadar o te convertirá en asno bípedo. Es el Robin de William Shakespeare que me ha servido de cita, arriba. La música de Surfer Rosa era eso, exactamente: pasaba de la cantinela infantil al aullido más salvaje, aniñada y peligrosa a la vez. Y Albini había hecho

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magia, había conseguido que Surfer Rosa sonase como si Pixies estuviesen ante ti. Y sonaba crudo y alucinante; ¿en dónde encuadras Where is my mind?? ¿Punk, folk, rock…? La canción abría la cara B con un gemido-coro de la dulce Deal que Francis cortaba con un Stop! para volver a empezar. El resto del disco está salpicado de benditas locuras. Se colaban cachondeos entre carcajadas o discusiones. Esto era una flipada. Esto eran guitarras acústicas y cuando menos te lo esperas, el ruido más demoledor. Era el bisturí ―muy― eléctrico de Joey Santiago que ya era señalado como de los mejores guitarristas de la época. Era un español macarrónico esputado en dos temas seguidos (Oh my Golly! y un Vamos recuperado y recrudecido del mini de debut). Canciones capaces de mezclar aires de rock fronterizo con punk o desfases de distorsión dignos de Sonic Youth. ¿Quién da más? Pues ellos. Ellos en Surfer Rosa dieron Gigantic, un himno del indie rock para los venideros años noventa interpretado con dulzura vocal por la bajista, y atormentado con el feedback inclemente de las guitarras de Santiago y Francis. Cuantísimo le debe tanta gente a este sonido. La larga sombra rosa
 No se puede entender el rock de los noventa sin Surfer Rosa. No se puede entender Nirvana sin la (confesada) influencia de este disco sobre Nevermind. Smells like teen spirit participa de las montañas rusas de Pixies. Kurt Cobain eligió para producir In Utero a Steve Albini. El propio Albini tuvo una importante carrera como ingeniero de sonido bajo cuyo paraguas sonaron PJ Harvey, Mogwai, e incluso el retorno de Iggy & the Stooges en 2007, porque su logro, ese sonido crudo y tangible, lo querían hasta grupos españoles,

La música de Surfer Rosa pasaba de la cantinela infantil al aullido más salvaje, aniñada y peligrosa a la vez como 12twelve. Además de Nirvana, The Smashing Pumpkins fueron otros fans, Blur fusilaban el sonido “Rosa” en Pop song y Radiohead se negaron a tocar tras ellos: «Pixies abriendo para nosotros es como los Beatles abriendo para nosotros». U2, cuando aún tenían sangre en las venas, se los llevaron de teloneros en tiempos zootrópicos. Hasta el mismísimo David Bowie se rindió a Pixies, como queda patente en su detallada y lúcida explicación de la importancia de la banda disponible en YouTube.

locuras. Pero como un virus, lo que había inyectado Surfer Rosa se extendió. La banda era una metralleta, cada año sacaba nuevo disco (Doolittle, Bossanova, Trompe le monde), y fueron limando las aristas tan bien afiladas por Albini hasta crear algo que movió montañas. Y así en España, en tiempos en los que triunfaba la decadencia de una movida ya cansada y adicta al éxito de radiofórmulas y playback televisado, aparecieron anomalías como Penélope Trip, Usura o El Inquilino Comunista, que deben mucho a Pixies y a Surfer Rosa.

Ante tanto influjo los bostonianos a lo suyo: habían extendido un universo propio de rock tormentoso con letras esquivas entre la broma interna, la perversión y las citas bíblicas; Black Francis poco después se obsesionó con los ovnis sin perder el mojo raruno. Lo importante de Surfer Rosa (y sucesores, no lo obviemos) fue su capacidad de romper tabiques, enamorando tanto al seguidor de The Smiths (yo en el 88) como al de Minutemen, porque cualquiera encontraba en sus temas asideros de emoción, melodías cristalinas y alaridos extremos sobre guitarras locas. Velocidad y melodía, arrullo y arañazo. Y todo en sus surcos nos sorprendía, viniésemos de donde viniésemos. Musicalmente hablando, digo, pero también geográficamente. Soy de provincias, y ahí era difícil encontrar gente a la que le gustaba este tipo de

Bueno, si hacemos historia Pixies se separaron en 1993. En vez de comerse el mundo al rebufo del grunge, las tensiones internas pudieron con la banda, y aunque yo grité como un loco en mi habitación al escuchar la noticia por la radio (Radio 3, claro), no escucharon mis súplicas y el grupo fue historia. Luego hubo carreras en solitario y una reunificación en pleno siglo XXI que los convirtió en masivos. Kim Deal abandonó el barco, fue bastante hábilmente sustituida por Paz Lenchantin en su último disco, y ahí siguen con su segunda vida. Tan lejos de 1988 y de aquel disco que cambió la historia del rock y que hoy se escucha como si unos chavales lo hubieran grabado ayer, por cierto. Cero naftalina, aunque es ya irrepetible, claro. Acércate al surfero, déjate morder treinta años más tarde. Sus dientes siguen perfectamente afilados. @

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Wes Anderson: El estilista del siglo XXI Texto Koldo GutiĂŠrrez

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El cineasta texano estrena su novena película en veintidós años de carrera, lo que demuestra la minuciosidad con la que prepara cada obra. Desde Academia Rushmore, el sello de Anderson es garantía de calidad, humor, melancolía, una estética muy cuidada y una estupenda banda sonora formada por músicos de los 60. Repasamos los orígenes, influencias y temas recurrentes en su filmografía antes de ver Isla de perros.

H

ay directores de cine con un estilo visual tan personal e intransferible que con sólo ver un fotograma al azar de una película suya se puede reconocer al autor. Ahí está el gótico de Tim Burton, las pesadillas de Guillermo del Toro, el retorcido mundo onírico de David Lynch o el feísmo recargado de Terry Gilliam. Todos ellos comparten una querencia por los universos oscuros y lúgubres salidos de los peores sueños, pero en las dos últimas décadas ha emergido la figura de otro reputado cineasta que cuida la estética incluso más que ellos, y lo hace de una manera totalmente alejada a la suya, con una imagen pulcra, limpia y calculada al milímetro. Hablamos de Wes Anderson, el mejor asesor de imagen que el mundo pueda tener, al que tantos intentan imitar con sus fotos de Instagram sin entender que la elegancia y el savoir faire van más allá de los atardeceres bonitos y el filtro Valencia.

El Gran Hotel Budapest 2014

¿Pero cómo un director nacido en la conservadora y violenta Texas acaba convirtiéndose en uno de los autores más prestigiosos del cine gracias a un estilo profundamente estético y europeo con apenas ocho películas en más de veinte años de carrera? Wesley Wales Anderson nació en 1969, hijo de un publicista y relaciones públicas y de una agente inmobiliaria y arqueóloga. Su cine tiene parte de las profesiones de ambos: un impecable estilo visual que le ha llevado a rodar anuncios para importantes marcas y un delicioso toque vintage en el vestuario, la decoración e incluso la música. Como tantos otros, el pequeño Wes empezó rodando vídeos caseros mudos con su Super 8, especialmente vídeos de skate y homenajes a Indiana Jones. Sin embargo, él quería convertirse en escritor, así que se licenció en filosofía, carrera que compaginaba con su trabajo como proyeccionista en un cine de Austin. En la biblioteca de su universidad se dedicó a leer multitud de libros sobre algunos de sus cineastas favoritos: Fellini, Bergman, Truffaut, Scorsese, Coppola, Ford, Walsh…

En The Wes Anderson Collection, un extenso libro que repasa la carrera del autor a través de exhaustivas entrevistas con el periodista cinematográfico Matt Zoller Seitz, el director cuenta que la primera película que recuerda haber visto era alguna de la Pantera Rosa. Como todos los de su generación, el estreno de Star Wars en 1977 también supuso un punto de inflexión, sin embargo, no reparó en la figura del director hasta algo más tarde: «Con doce años viendo películas de Hitchcock me di cuenta de que ahí la estrella estaba tras la cámara». En la universidad conoció al que sería uno de sus mejores amigos y más fieles colaboradores: Owen Wilson. Ambos tenían gran pasión por el cine clásico, aunque el joven Anderson estaba más interesado en el europeo de los 50 y 60, especialmente en la Nouvelle Vague. Juntos escribieron el guión del que sería un corto: Bottle Rocket. Para llevarlo a cabo, el debutante se empapó de dos libros escritos por jóvenes cineastas que acababan de iniciar la nueva ola del cine independiente norteamericano a finales de los 80: Spike Lee y Steven Soderbergh, donde explicaban cómo habían llevado a cabo sus óperas primas: She’s Gotta Have It y Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Anderson se ocupó de llevar a cabo el storyboard, aunque reconoce que nunca se le han dado bien los cómics. De Truffaut a Peanuts Gracias a familiares y amigos, consiguieron rodar el corto en 1992, protagonizado por el propio Owen y su hermano Luke. Lo estrenaron en 1994 en Sundance, la meca indie, donde obtuvo un gran recibimiento. Gracias a ello, el director y productor James L. Brooks aceptó financiarles el largometraje basado en el mismo. Así, en 1996 se estrenó el primer filme dirigido por el cineasta texano, ahora a todo color pero con un casting similar donde se repite la historia de tres amigos que quieren perpetrar un atraco. Vista hoy día, no parece una obra de Wes Anderson, pues su estilo visual 25


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aún no estaba definido, aunque sí es posible percibir parte de su esencia en el guión y el tono, además de la influencia de algunos de sus maestros, especialmente por ese comienzo que recuerda a Los 400 golpes. También demuestra su buen gusto musical, con la elección de clásicos del jazz como Chet Baker y Miles Davis, y rockeros ilustres como Van Morrison, Rolling Stones o Velvet Underground. Aunque el resultado es una película simpática y estimable, esta vez no fue elegida por Sundance, lo que hundió a sus imberbes responsables, como reconoce el propio Anderson: «Parecía el fin del mundo, una tragedia, ya que tampoco fue seleccionada en otros festivales».

Academia Rushmore 1998 Los Tenenbaums 2001

Life Aquatic 2004

Pero la vida sigue, y aunque la película tampoco fue un éxito comercial, llamó lo suficiente la atención como para que los dos amigos pudieran llevar a cabo su siguiente proyecto un par de años después: Academia Rushmore. «Queríamos que fuera una versión ligeramente exagerada de la realidad, como un libro infantil de Roald Dahl», rememora el cineasta. Su segundo trabajo puede considerarse la primera obra personal del autor, empezando por la ambientación, ya que se rodó en el colegio St. John’s de Houston, donde Anderson había estudiado una década antes, aquí convertido en la elitista academia Rushmore. La historia se centra en Max Fischer, un peculiar alumno de quince años más interesado en las clases extraescolares que en las obligatorias, lo que hace que sus notas se resientan, que se cree superior a los demás y está enamorado de una profesora. El repelente protagonista, que se toma demasiado en serio a sí mismo como cualquier adolescente, resulta irritante e irrisorio, pero poco a poco nos vamos encariñando de él. Se trata una parodia de los héroes de muchas comedias de los 80 y 90,

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protagonizadas por Bill Murray o Tom Cruise, aunque sus guionistas definían su carácter como una mezcla entre Charlie Brown y Snoopy. Precisamente el mítico cómic Peanuts es una de las principales influencias de Anderson a lo largo de toda su carrera. Aquí eso se evidencia en varios elementos: el padre del protagonista es barbero, como lo era el del autor del tebeo, Charles Schulz. Además, ambos se parecen físicamente. La ropa invernal del protagonista recuerda sobremanera a la del dueño de Snoopy y el final de la película se asemeja al del especial de navidad de Charlie Brown, un capítulo que Anderson tiene grabado a fuego en su imaginario. Pero la influencia de Peanuts va más allá de lo estético; la personalidad depresiva del protagonista o el hecho de que muchos de los niños se expresen y comporten como adultos (otra constante en su filmografía) están claramente inspirados en la inmoral obra de Schulz. El tono melancólico del relato, alejado de los cánones de Hollywood, bebe de El Graduado, que también combinaba con maestría humor y drama. Al igual que esa película, aquí la música también es de gran importancia, por eso se decantó por temas de Los Kinks, Cat Stevens, The Who, Donovan, Django Reinhardt o sus admirados Stones, que suenan prácticamente en todas sus películas.

En la universidad se dedicó a leer libros sobre sus cineastas favoritos: Fellini, Bergman, Truffaut, Scorsese, Coppola, Ford…

Academia Rushmore también supuso otro punto de inflexión en la trayectoria de Wes Anderson: su primera colaboración con el citado Bill Murray, a quien el director admiraba por sus interpretaciones más sutiles y contenidas, según cuenta: «Ya habíamos pensado en él para Bottle Rocket, pero lo descartamos. Aquí decidí probar suerte a ver si le interesaba el guión, aunque suponía que no lo iba a leer». Pero lo hizo y le debió de gustar, ya que aceptó rebajar su caché para cobrar 9.000 dólares. Por si fuera poco, el

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actor decidió pagar de su propio bolsillo un cheque por valor de 25.000 dólares para que el joven cineasta rodara una escena con helicóptero que el estudio se negaba a financiar. Curiosamente, su personaje en la película hace algo parecido con el protagonista. Submarinos, trenes y stop-motion Si Rushmore sentó las bases del estilo de Anderson, su siguiente filme fue el que cimentó definitivamente sus estatus como autor y puso su nombre en el mapa; Los Tenenbaums reunió a un puñado de prestigiosos actores, fue un éxito de taquilla y obtuvo varios premios y nominaciones. Para muchos es su

película más redonda y donde el director explota sus enorme talento visual, con multitud de recursos técnicos que ya son su firma personal, como la simetría en la composición de planos o el abundante uso del travelling. La delirante historia de una familia disfuncional formada por superdotados parte del divorcio de los padres del autor cuando tenía ocho años. Bebe de realizadores clásicos como Louis Malle y Orson Welles, y su humor absurdo y tono naif hacen que hasta un personaje trágico como el de Margot resulte agradable y memorable.

Cuando Bottle Rocket, su ópera prima no fue elegida en Sundance, «parecía el fin del mundo, una tragedia»

En Life Aquatic, Anderson rindió su particular homenaje a Jacques Cousteau en la que sin duda es su obra más

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Moonrise Kingdom 2012

incomprendida. Cambió a su coguionista habitual, Owen Wilson, por otro director, Noah Baumbach. El protagonista es un oceanógrafo que para su siguiente documental quiere vengar la muerte de su mejor amigo, devorado por un tiburón jaguar. El resultado es una película desigual, con el inconfundible toque de su autor y con un Bill Murray con su habitual estilo lacónico como protagonista absoluto por única vez en su fructífera relación con Anderson. Para la posteridad quedan unas escenas de animación stop-motion elaboradas por el maestro Henry Selick, auténtico director de Pesadilla antes de navidad. Viaje a Darjeeling probablemente sea el filme más infravalorado de su autor, y una nueva muestra de su afán por reinventarse y no acomodarse, pese a mantener siempre sus señas de identidad. Tres hermanos se reúnen en India por primera vez desde el funeral de su padre el año anterior, donde llevarán a cabo un viaje iniciático para reencontrarse. Dos de ellos están interpretados por actores fetiches de Anderson, Jason Schwartzman (que coescribe el guión junto a él y su amigo Roman Coppola) y Owen Wilson (cuyo personaje ha tratado de suicidarse, algo que el propio actor intentó ese mismo año, poco antes del estreno). Además, el cineasta rodó un corto a modo de precuela titulado Hotel Chevalier.

Bill Murray rebajó su caché a 9.000 dólares en Academia Rushmore y pagó 25.000 para rodar una escena con helicóptero

Por extraño que parezca, el estilo de Anderson encaja a la perfección con un país tan diferente y colorido como India, cuyo caos urbano retrata a la perfección en una historia de búsqueda y redención. La continua búsqueda de nuevos retos llevó al realizador a explorar otros terrenos en Fantástico Sr. Fox. Tras su colaboración con Selick, llevó a cabo su primera cinta de animación en stop-motion, basada en una novela de Dahl. Eso le permitió llevar hasta el paroxismo su estilo visual, cuidando cada detalle de la puesta en escena al extremo y con un tono ligero que mezclaba existencialismo y humor. En 2012 llegó Moonrise Kingdom, donde la influencia de Peanuts volvió a quedar patente. Anderson concibió una tierna historia de amor infantil entre un boy scout y una niña, ambientada en los años 60 que él tanto anhela. Fue su siguiente obra la que le consagró definitivamente ante el gran público: El gran hotel Budapest. Como mente inquieta que es, el director se inspiró para la ocasión en las novelas del escritor austriaco Stefan Zweig para dar lugar a un auténtico delirio visual que roza lo empalagoso, con un caótico argumento debido en gran parte al exceso de personajes; por momentos parece un imitador de Wes Anderson quien está tras la cámara, aunque sigue tratándose de una película notable. Ahora estrena Isla de perros, su nuevo acercamiento a la animación tradicional con animales parlantes. La acción transcurre en otro país exótico, Japón, lo que sin duda le permitirá jugar con su estética y cultura. Veremos si ahora que ha alcanzado el mainstream, el director texano sigue demostrando su atrevimiento o se conforma con rodar preciosos anuncios para Prada y H&M. @

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La nostalgia tรณxica y otros juegos del pasado Ready Player One como paradigma de la era de la nostalgia ochentera Texto Francesc Mirรณ 30


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Ready Player One Steven Spielberg 2018

De egos y adolescentes «PARZIVAL: Esto es Oasis. Aquí no somos más que pura personalidad.ART3MIS: Permíteme discrepar. Todo lo que tiene que ver con nuestra personalidad está filtrado por nuestros avatares, que nos permiten controlar qué aspecto tenemos y cómo sonamos ante los demás. Oasis nos permite ser quien queramos ser. Por eso todo el mundo es adicto a él». —Fragmento de Ready Player One, de Ernest Cline—

«

Todo lo que amamos se convierte en una ficción», decía Amélie Nothomb en La nostalgia feliz. En aquella novela, la sosias literaria de la autora volvía a sus orígenes para explicarse a sí misma, para comprenderse y descubrirse en su pasado. «Lo que has vivido», decía la genial escritora belga, «siempre te deja una melodía en el interior del pecho». El tarareo de una nostalgia que nos empuja a cuestionarnos lo que somos por lo que fuimos para, con un poco de suerte, llegar a entendernos e incluso a perdonar lo que somos hoy. Dudo mucho que Ernest Cline hubiese leído a Nothomb cuando escribió Ready Player One, pero sin duda convirtió lo que amaba en una ficción que, con el peculiar estado esquizofrénico que vive la industria cultural como aliado, devino en un fenómeno literario de proporciones bíblicas. De hecho, si uno examina la portada y contraportada de su edición española publicada por Nova, sello de ciencia ficción del gigante Penguin, lo único que encuentra son entrecomillados que versan sobre su propio éxito. Es decir, que si lo encuentras en una librería, lo único que puedes sacar en claro de Ready Player One antes de leerlo es que lo ha leído mucha gente y eso –por ende– debe de ser sinónimo de calidad. Para redondear el símil religioso, al triunfo masivo del libro se suma la llegada de un mesías dispuesto a convertirlo en nueva ley. Steven Spielberg es encargado de llevar el best-seller a la gran pantalla. Así, el nerdgasm de casi 500 páginas se convertirá en presumible taquillazo, en un ejercicio de masturbación artística ciertamente sin precedentes. Dejen que me explique.

Ready Player One narra la historia de Wade Watts, un joven que vive en el Ohio de 2045, de un planeta asolado por la falta de recursos energéticos y económicos. Un mundo en el que la gente no suele pasar demasiado tiempo. No hay nada que hacer en él. Sin embargo, con una conexión a Internet la cosa cambia: puedes acceder a Oasis, un videojuego en el que tienes la capacidad de ser quien quieras ser, con miles de mundos por explorar y millones de personas con las que relacionarte. «Un ambicioso juego online que permitía la participación de muchísimos jugadores a la vez y que, gradualmente, había evolucionado hasta convertirse en la realidad virtual en red más visitada a diario, tanto para hacer negocios como para comunicarse y divertirse», en palabras del propio Cline.

desbloquear tres llaves cuyo secreto se esconde en el acervo de la cultura pop de los ochenta. Así, nuestro héroe, un joven con complejos empeñado en conseguir la herencia de Halliday, dedicará cada hora de cada día de su vida a consumir todas las series, películas, cómics, juegos y música de la década favorita del creador de Oasis en busca de una pista que le acerque hasta el premio gordo. O dicho de otra forma, asimilará acríticamente los gustos de otra generación como propios, para conseguir un éxito y una aceptación que no encuentra en la suya. Ernest Cline nació en 1972 y su adolescencia le marcó profundamente. Desde que tuvo edad trabajó como cocinero, dependiente en una tienda de videojuegos y soporte técnico para operadoras de Internet. Cobraba poco y dormía menos pero como tenía pocos amigos, también salía de fiesta menos que sus congéneres. Por eso dedicó todo su tiempo libre empaparse de la ficción de la época. A los veintipocos se hizo un pequeño hueco en el mundillo del guión gracias a un popular libreto que hacía las veces de secuela de Las aventuras de Buckaroo Banzai a través de la octava dimensión, una película de culto de 1984 dirigida por W.D. Richter. Por aquel entonces también se hizo popular por sus speech sobre cultura pop en los poetry slam de Austin. Discursos que autopublicó con el libro The Importance of Being Ernest y con los que lanzó un álbum-ensayo llamado The Geek

La novela de Cline retrata una sociedad que, lejos de atajar los problemas que la atañen, vive del pasado. El creador de este videojuego en la ficción, James Halliday, acaba de fallecer y a su muerte todos los habitantes de Oasis han visto el mismo vídeo: una suerte de testamento en el que anuncia que ha escondido un easter egg en un recóndito lugar del casi infinito universo virtual que ha creado. Quien lo encuentre podrá heredar toda su inmensa fortuna. ¿Y qué tiene que ver todo esto con la nostalgia tóxica? Pues bien: para encontrar el easter egg de marras los jugadores deben

Wants Out. En 1998 escribió un guion llamado Fanboys que llegó hasta las manos de Harry Knowles, blogger y fundador del popular sitio web Ain’t it Cool News, que se deshizo en elogios hablando del proyecto. Para finales de 2005, Harvey Weinstein había comprado el guión de una película que se estrenaría en 2009 consiguiendo su estatus de culto casi al momento. Hoy, los dos hombres que auspiciaron a Cline se enfrentan a sendas acusaciones de agresión sexual, pero 31


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El protagonista asimila acríticamente los gustos de otra generación como propios para conseguir un éxito no encuentra en la suya esto no tiene nada que ver con lo que nos ocupa. Tampoco que Fanboys, la película que le hizo famoso, sea una colección de chistes misóginos y homófobos vestida de historia sobre un grupo de fans de warsies que viajan hasta el Rancho Skywalker para intentar ver Star Wars Episodio I: La amenaza fantasma antes de su estreno. Sea como fuere, el conocimiento profundo de los tótems de la cultura ochentera le llevaron a escribir Ready Player One: una novela cuyo desarrollo simula a un videojuego de plataformas mediante el cual el protagonista supera pantallas y consigue ítems hasta enfrentarse al monstruo final. Un viaje del héroe consistente en dominar los mandos de la recreativa jugando a Joust, saber cómo derrotar a un liche de Dragones y Mazmorras, superar un test Voight-Kampff de Blade Runner, pronunciar cada una de las frases de Matthew Broderick en Juegos de Guerra o manejar un robot de combate Gundam. La persona encargada de llevar al cine esta aventura es, ni más ni menos, que la que revolucionó el cine de los ochenta. Steven Spielberg consiguió asimilar los cambios de la industria de Hollywood, sometida por aquel entonces a un profundo proceso de reestructuración y fusión que convertía los estudios en megacorporaciones para las que el cine sólo era una actividad comercial más. Es difícil pensar en un realizador que encarne mejor la voluntad de dignificar el cine espectáculo como herramienta de ambición autoral y

cocina alcahueta

expresiva que el director de Tiburón, E.T. o Encuentros en la tercera fase. El proclamado como Rey Midas que apuntaló las pautas narrativas sobre las que se erigiría gran parte del blockbuster posterior es el tío que adaptará “El santo grial de la cultura pop de Ernest Cline”, si nos fiamos de lo que reza el tráiler del film. Un traficante en una reunión de ex adictos. Echar la vista atrás y no ver nada «—¡Tú vas drogado! —le grité—. ¡Pero si Richard Donner dirigió Lady Halcón, joder! ¿Los Goonies? ¿Superman…? ¿Me estás diciendo que el tío es una mierda? —Aunque la hubiera dirigido Spielberg. Es una peli para chicas disfrazada de historia de conjuros. La única película de género peor que ésa es, seguramente… Legend. Ésa sí da miedo. Si a alguien le gusta de verdad Lady Halcón es que es una auténtica niñata, con certificado de calidad incorporado». —Fragmento de Ready Player One, de Ernest Cline—

La nostalgia, como cualquier mecanismo socializador, alimenta el sentimiento de pertenencia. Todos somos parte de una asamblea no mayor que la red de interacciones personales que establecemos. Pero Internet ha globalizado, qué duda cabe, esta asamblea y ampliado el sentimiento de pertenencia a nivel espacial y temporal hasta límites insospechados. «Con el creciente abismo abierto entre la gama de elecciones culturales ofertadas y la limitada capacidad del individuo para elegir, la nostalgia por la “dulzura de la pertenencia” no puede hacer sino crecer», decía Zygmunt Bauman en La cultura como praxis. Es decir, que en la misma medida que Internet ha universalizado el acceso a la(s) cultura(s), ha limitado también su variedad en una paulatina homogeneización del gusto. Ha hecho global el fenómeno fan. Un warsie se siente parte de una asamblea que habla muchos idiomas y se extiende por todo el mundo pero, sobre todo, comparte generación y lectura de Star Wars. Cuando esta cambia o alguien ofrece un matiz, cuando se escucha una voz discordante, la nostalgia actúa

Cline vive de la melancolía y sobre ella erige una ficción preapocalíptica en la que el presente es una mierda y el futuro pinta peor

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Ready Player One Nova, 2018

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como arma de disputa en lugar de elemento unificador. De ahí que algunos prefieran hacer piña para realizar descabellados montajes desfeminizados de su saga preferida, haciendo gala de un machismo rampante que carga con las armas del guardián de las esencias. «Toda nostalgia encierra, explícita o implícitamente, una defensa del conservadurismo», decía Noel Ceballos en Internet Safari, «una defensa de la inmovilidad, de un estado de las cosas anterior a un presente que se percibe como caótico. Todo melancólico es, en el fondo, un reaccionario». Ernest Cline vive de la melancolía y sobre ella erige una ficción preapocalíptica en la que el presente es una mierda y el futuro pinta peor. En sus ojos los ochenta la única luz de esperanza. Su novela retrata una sociedad que, lejos de atajar los problemas que la atañen –paro, calentamiento global, hambre, desigualdad, miseria y muerte–, vive del pasado. Ready Player One no se acerca, ni por asomo, a la crítica de la generación que ha dejado la tierra hecha unos zorros, pero tampoco a la que rehúsa recoger el testigo y afrontar sus problemas. Es más, defiende una opción inmovilista profundamente capitalista: deja todos sus referentes tal y como están porque se limita a la cita sin mensaje. De paso suministra una cantidad inasumible de referencias geeks por página disimulando con conocimiento la falta de talento literario. No ya porque uno pueda encontrar hasta seis palabras repetidas en párrafo de tres líneas, ni por su torpeza en realizar metáforas ciertamente sonrojantes, ni por su manifiesta carencia en el desarrollo de personajes. Ready Player One es un gigantesco homenaje a la adolescencia

de su creador, a su yo púber y todo lo que le hizo agradable su existencia y eso no tiene nada de malo. Faltaba más. Pero en su viaje al pasado no existe atisbo alguno de reflexión ni análisis sobre el alcance contemporáneo de aquella cultura, sus claroscuros, su significado. Mucho menos una mirada a la retromanía como motor de una industria que ve en la originalidad el antónimo del éxito. Su mirada se fundamenta en la manida soflama carca que dicta que “todo pasado fue mejor”. Especialmente el suyo, engordando el ego de quienes fueron niños en los ochenta y de quienes tienen en sus referentes a aquellos niños. De quienes prefieren que todo quede tan impoluto como estaba en su memoria. Ready Player One fundamenta su pretendida originalidad en una nostalgia tóxica por mansa. Esa que utiliza la memoria simbólica de una generación pretérita como mecanismo creativo de la futura. La que defiende que no hace falta reintepretar el pasado, no hace falta avanzar, no hace falta tocar nada. Una máquina de fans acríticos que alimenta su sentimiento de pertenencia en un recuerdo absento de reflexión. Y pertrecha, de paso, una narración tan cinemática que no deja espacio a la imaginación. Ernest Cline en contra de lo que consiguió Nothomb, no nos ha descubierto algo nuevo viajando a nuestro pasado común, sino que barnizando de cool el vampirismo creativo y el pastiche. La nostalgia tóxica no quiere que la cultura pop de los ochenta enfrente los grandes problemas de hoy. Quiere que no imagines mundos nuevos, ni mucho menos toques los mundos con los que crecieron tus mayores. @

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he Marvelous Mrs. Maisel, la comedia televisiva de Amazon Prime Video, fue la gran sorpresa en la pasada edición de los Globos de Oro al ser galardonada con los premios a mejor serie de televisión en la categoría de comedia y mejor actriz en una serie de televisión, un merecidísimo premio para su protagonista, la actriz Rachel Brosnahan. La sintonía con las otras series galardonadas, Big Little Lies y El cuento de la criada, y el hilo conductor de la gala, el feminismo, era perfecta. Midge Maisel, la protagonista que da nombre a la serie, es una esposa dócil, con un bonito apartamento, un armario lleno de vestidos, dos hijos maravillosos y un esposo que la quiere en el Nueva York de finales de los años cincuenta. Y aunque Joel —un marido por el cual llegaremos a tener sentimientos encontrados interpretado por Michael Zegen— quiere ser cómico de stand up, pasa sus días en una oficina trabajando para un pariente cercano. El pack american way of life al

Los peligros de banalizar el feminismo desde la cultura Texto Elizabeth Casillas

Los premios Feroz “más feministas”, los Globos de Oro del #MeToo y la reivindicación de todo producto cultural con una mujer fuerte de protagonista como obra feminista nos encamina hacía una reflexión: ¿es feminismo todo lo que reluce?

completo, el perfecto ángel del hogar. Hasta que todo cae. Joel abandona a Midge por su secretaria. Y ella estalla. Borracha, Midge acude a uno de los clubs de stand up al que suele asistir a menudo con Joel porque permiten subir a aficionados al escenario. Es aquí, en el Gaslight Cafe, donde Midge Maisel comienza a verter todo su odio y su miseria sobre las tablas: «Se acabó, todo lo que daba por hecho se acabó. Mi vida se desmorona hoy. ¿Os he dicho que me ha dejado mi marido?». Tres frases lapidarias y unas cuantas risas y aplausos después lo vemos: ha nacido una nueva promesa de la comedia. Incluso, la policía termina llevándola detenida junto a Lenny Bruce. Tenemos en la pantalla a una mujer fuerte, graciosa, empoderada y valiente, que se sube a un escenario sin miedo a contar aquello que le incomoda. Pero, ¿es esto feminismo? En este primer monólogo, Maisel continúa: «¿Os he dicho que me ha dejado por su secretaria? Tiene 21 años y es más tonta que Abundio. No soy una ingenua. A los hombres les gustan las tontas, ¿no?». Desde luego, si algo no es esto, es sororidad. Cuando El País entrevistó a su creadora, Amy ShermanPalladino —artífice, entre otras cosas, de Las chicas Gilmore—, le preguntó por el feminismo presupuesto en la serie, y ésta contestó: «Si preguntaras a Midge si es feminista diría que no. “¡De ninguna forma, de qué estás hablando, soy una esposa, una madre, hago galletas en casa, recojo a los niños!” Pero sus acciones son de una mujer feminista en un tiempo en el que las mujeres no hacían cierto tipo de cosas. Es feminista sin saberlo». Otra duda asalta: el feminismo, sin intencionalidad, ¿es feminismo? Feminismo trendy El pasado mes de febrero, Anna Biller, directora de la siempre recomendable The Love Witch, escribía una entrada en su blog bajo el título Dejemos de llamar a las películas “feministas”, donde precisamente recalcaba cómo en los últimos años tanto la crítica como el público y los académicos estaban tildando a toda película que les gustaba de feminista con la esperanza de obtener un sello de aprobación y mejorar su imagen. Sin embargo, apuntaba, muy pocas películas son feministas. «Para ser feminista, una película debe tener el propósito expreso de educar a su audiencia sobre la desigualdad social entre hombres y mujeres (y, yo diría, no disfrutar de la degradación

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Anna Biller: «Solo porque una película presenta protagonistas femeninas no significa que sea feminista»

The Marvelous Mrs. Maisel Amazon Prime Video, 2017

voyeurista o la destrucción de las mujeres)», y Biller continúa: «En los últimos años, las personas tienden a confundir las películas en las que los personajes femeninos “muestran a fantásticas mujeres que se vengan a sí mismas” (por citar un artículo en la revista BUST), como feministas. Pero, de nuevo, la gente piensa que todo lo que no es misógino es feminista. Solo porque una película presenta protagonistas femeninas no significa que sea feminista». De la reflexión de la directora estadounidense se pueden sacar dos conclusiones rápidas. La primera, que solo el mero hecho de visibilizar a mujeres poderosas, luchadoras o divertidas no es feminismo. La segunda, que es necesario seguir difundiendo la definición de feminismo. Podemos tomar por válida la interpretación que bell hooks expone en su libro El feminismo es para todo el mundo (Traficantes de Sueños, 2017) y que dice que el feminismo es un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexista y la opresión. El feminismo se convierte así en un movimiento cultural que va más allá de la igualdad entre hombre y mujeres, aunque no siempre sea el que vemos representado en productos culturales y medios de comunicación. hooks lo explica así: «El feminismo del que más oyen hablar está representado por mujeres comprometidas principalmente con la igualdad de género: el mismo salario por el mismo trabajo y, a veces, el reparto de las tareas del hogar y la crianza entre mujeres y hombres. Generalmente ven que estas mujeres son blancas y privilegiadas materialmente y saben, por los medios de comunicación de masas, que la liberación de las mujeres se centra en la libertad para abortar, para ser lesbianas y en la lucha contra la violación y la violencia doméstica». Un error es pensar que el feminismo es un movimiento homogéneo, si bien desde sus comienzos ha estado polarizado tal y como explica hooks. Por un lado, pensadoras reformistas que eligieron hacer hincapié en la igualdad de género y que, como se ha expresado antes, es la corriente más aceptada por los medios de comunicación y la industria cultural. Por otro lado, entre las que se incluye la propia autora, las pensadoras revolucionarias. «No queríamos simplemente modificar el sistema existente para que las mujeres tuvieran más derechos; queríamos transformar ese sistema, acabar con el patriarcado y el sexismo», apunta. 35


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Hay una tercera conclusión que podemos extraer del discurso de Biller y es lo necesitadas que estamos de productos culturales que muestren a mujeres referentes y empoderadas. Y nos conformamos con muy poco. Bastó con que George Miller pusiera a Imperator Furiosa al mando de un camión y que una mujer gritase que no somos cosas en pantalla para subir a los altares a la última película de una saga, Mad Max, en la que el papel de la mujer había sido hasta entonces testimonial. Sin embargo, la representación de la mujer en el cine no siempre había sido así. De hecho, a lo largo de los años, ha ido a peor y las mujeres pasaron de ser reverenciadas en la gran pantalla a ser violadas, a convertirse en objeto de la violencia masculina y del voyeurismo. «Hasta mediados de los años 30, antes de las restricciones y la censura del Motion Picture Production Code, la sexualidad femenina se inscribe en las historias con naturalidad, sin intención de criticar o demonizar el deseo de la mujer. […] Con el final de la Segunda Guerra Mundial, empieza un proceso involutivo. Cuando las mujeres comienzan a constituir una verdadera amenaza para la supremacía económica masculina, Hollywood participa y contribuye a la restauración del statu quo», explica Barbara Zecchi en su ensayo La pantalla sexuada.

bell hooks: «El feminismo se fue vaciando lentamente de contenido político y se impuso la idea de que no importaba la tendencia política de una mujer»

Suspiria Dario Argento, 1977

De hecho, un reciente estudio conjunto de las universidades de Illinois y Berkeley ha demostrado que las mujeres estaban mejor representadas en las novelas de la época victoriana que ahora. Si bien el espacio real asignado a las mujeres (reales y ficticias) en las estanterías de las bibliotecas se están reduciendo drásticamente, es importante tener en cuenta que, como apunta el estudio, los roles de género se están volviendo más flexibles. Releer ahora obras pasadas, bien sean novelas o

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películas antiguas, puede resultar peligroso si nuestra intención es definirlas como feministas: que estas mujeres estuvieran en pantalla o protagonizaran libros no significa que estos productos quieran educar en la desigualdad de género.

porque presupone que las mujeres pueden ser feministas sin desafiar la esencia de la cultura o a ellas mismas», concluye hooks. A comienzos de año, leímos cómo la gala de los premios Feroz sería la gala “más feminista” hasta la fecha. ¿Porque estaría presentada, dirigida o guionizada por mujeres? ¿Porque suponían una amplia mayoría de los nominados? No, los premios Feroz “más feministas” recibían esta condecoración porque todos los premios serían entregados (en su mayoría a hombres) por mujeres. Eso, por se mire por donde se mire, no es feminismo.

Algunos lo harán, pero no todos. Biller pone así por ejemplo el caso de Suspiria de Dario Argento, en la que una joven bailarina de ballet termina enfrentándose a una logia de adoradores de Lucifer. Argento creó una imagen poderosa de la mujer, pero no porque fuera feminista. «¿En qué piensa la audiencia cuando mira Suspiria? ¿Es que desean que las mujeres tengan el mismo salario, la misma representación en la cultura, que se las tomen más en serio, que les sea más fácil negociar con los hombres, que no sufran acoso sexual o menos cosificación?», se pregunta Biller.

Se puede pensar así que cada vez que se habla de “la gala de premios de turno más feminista”, “la nueva serie feminista”, “la nueva película de Hollywood más feminista”, ayudamos a vaciar de contenido político y desarticular, un poco más, este movimiento social. Escribía María Castejón en un artículo para Eldiario.es hablando sobre feminismos y épica mediática que «esta visibilización no implica ni garantiza que desaparezcan las estructuras y mentalidad patriarcales», y advertía de que «el eco mediático puede crear un “espejismo de igualdad”, la sensación de que si se habla tanto de feminismos no hace falta seguir luchando».

El peligro de la desarticulación bell hooks, en su libro, habla en pasado del «feminismo como estilo de vida» y, sin embargo, parece que está más de actualidad que nunca. El peligro de “subirse al carro del feminismo” —una expresión lamentable que, si bien no es de nuevo cuño, está hoy en día en boca de todos— es que puede terminar desarticulando (y no solo por el poder) un movimiento que, si bien ha conseguido grandes avances, aún tiene mucho por lo que luchar. «El «feminismo como estilo de vida» se acomodaba en la noción de que podía haber tantas versiones del movimiento como mujeres en el mundo. De repente, el feminismo se fue vaciando lentamente de contenido político y se impuso la idea de que no importaba la tendencia política de una mujer, ya fuera conservadora o liberal: ella también podía incorporar el feminismo en su estilo de vida. Obviamente, esta forma de pensar ha hecho que se acepte más el feminismo

Cada vez que se habla de “la gala de premios de turno más feminista” ayudamos a vaciar de contenido político y desarticular, un poco más, este movimiento social

Quizás ahora sea el momento de plantearnos que, la próxima vez que veamos o leamos a una mujer en un producto cultural que nos guste y nos empodere, antes de adjetivarlo como “feminista” reflexionemos sobre si de verdad tiene una intencionalidad política o no, si estamos banalizando o no el término. No lo malinterpreten, necesitamos más mujeres referentes y siempre será una buena noticia verlas, leerlas y escucharlas, pero también evitar caer en ese “espejismo de igualdad” del que habla Castejón. @

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Dos décadas surcando el espacio a base de jazz y cigarros

Texto Koldo Gutiérrez

El 3 de abril se cumplen veinte años del estreno de uno de los animes más influyentes de la historia. Con su mezcla de influencias occidentales y niponas, Cowboy Bebop se convirtió por derecho propio en un referente para la acción y la ciencia ficción posterior. Veintiséis capítulos, una película y una magnífica banda sonora fueron suficientes para que nos encariñáramos para siempre de Spike, Jet, Faye, Ed y Ein. Subamos a bordo de la Bebop para cazar unos cuantos delincuentes. Let’s jam!

A

mediados de los 90, toda una generación quedó huérfana con el final de Dragon Ball, al menos en gran parte de Occidente. El manga concluyó en 1995 y el anime, a comienzos del año siguiente. Quienes crecimos con la obra de Akira Toriyama sentimos un vacío tras más de una década que Dragon Ball GT no pudo llenar. Por aquel entonces, películas como Akira (Katsuhiro Otomo, 1988), Ninja Scroll (Yoshiaki Kawajiri, 1993) y Ghost in the Shell (Mamoru Oshii, 1995) ya habían dado el siguiente paso en la invasión nipona al provocar que a muchos adolescentes nos explotara la cabeza con propuestas más frescas, valientes y maduras que las aventuras de Goku. Para ocupar ese hueco surgieron de pronto nuevas series que supusieron un soplo de aire fresco a quienes ansiábamos nuestra dosis de animación japonesa. La serie original de Dragon Ball contó con 321 episodios (sin contar películas ni las olvidables sagas posteriores que aún continúan hasta nuestros días) y supuso todo un éxito que se fue de las manos a su creador, explotado por la productora. Así que las nuevas obras apostaron por historias más cortas y autoconclusivas que no se alargarían en el tiempo. La más revolucionaria fue 38

Neon Genesis Evangelion (Hideaki Anno, 1995), que con su mezcla de acción y filosofía metafísica (y un tanto pajera, todo hay que decirlo) marcó un punto de inflexión, aparte de dejarnos a todos con el culo torcido viniendo de una serie donde lo más complejo era pronunciar “kamehameha”. El momento cumbre llegó en 1998, cuando llegaron tres animes que de alguna manera recogían la herencia anterior: Cowboy Bebop, Trigun y Serial Experiments Lain.

Esa santa trinidad cumple ahora veinte años, pero aquí vamos a centrarnos en la que más poso ha dejado y sigue siendo recordada hoy día: Cowboy Bebop. Desarrollada por el estudio de animación Sunrise, su creador fue Shinichirō Watanabe en su debut como director. Sin embargo, pese a la imagen de obra de autor que tiene hoy día, la serie nació de una manera mucho más peregrina. La empresa Bandai iba a ser uno de los patrocinadores, con una clara idea en mente: vender juguetes de naves espaciales. Así que sus instrucciones al estudio fueron sencillas: «Mientras

haya una nave en ella, podéis hacer lo que queráis». Sin embargo, al ver las primeras versiones del montaje, quedó patente que las intenciones de Watanabe y Bandai iban por caminos muy distintos, así que la juguetera abandonó el proyecto y se quedó en el limbo hasta que una de sus filiales, Bandai Visual, decidió retomarlo sin imposiciones creativas. «Si no lo hubieran hecho, podríais haberme visto trabajando de cajero en el supermercado», reconoce el director. Él quería llevar a cabo una serie de aventuras espaciales no sólo para adolescentes, sino que pudiera atraer también a adultos. Por eso, cuando estaban trabajando en ella motivaba a los animadores diciéndoles que la obra sería recordada décadas después. Aunque sonaba a exageración y algunos no le creían, el tiempo le ha acabado dando la razón. Spaceghetti western ¿Cómo ha sido eso posible? Para empezar, como las mejores obras artísticas, Cowboy Bebop tenía un final previsto casi desde el principio. Nada de cientos de episodios como muchos animes; su creador quería evitar eso a toda costa, así que tenía decidido cómo acabaría la serie


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Cowboy Bebop Shinichiro Watanabe, 1998

en un épico, emotivo y memorable final, aunque eso no gustó a parte de su equipo. «Supuse que la gente pediría más y podría convertirse en algo como Star Trek. Pensé que sería un problema si seguía haciendo más Cowboy Bebop los siguientes treinta años hasta que fuera viejo. Así que pensé que si lo terminaba no tendría que dibujarlo más». El resultado fueron 26 capítulos (denominados “sesiones”) de veinte minutos emitidos entre 1998 y 1999, y una película. Fin. La serie se sitúa en 2071, aproximadamente cincuenta años después de que un accidente con un portal espacial provocara que la Tierra fuera casi inhabitable. Debido a ello, la humanidad se ha dedicado a colonizar varios planetas y lunas del Sistema Solar. A bordo de la nave Bebop viajan dos cazarrecompensas: Spike Spiegel, un antiguo sicario, y Jet Black, expolicía. Juntos se dedican a detener delincuentes por la galaxia, ya que la tasa de criminalidad es muy alta. En su aventura se les irán uniendo nuevos miembros: Faye Valentine, una timadora amnésica y adicta a los casinos; Ed, una hacker adolescente muy revoltosa y Ein, un perro de raza Corgi galés muy inteligente. Y es que Cowboy Bebop es,

Tras el final de Dragon Ball, los adolescentes sentíamos un vacío que ocuparon animes más complejos como Cowboy Bebop por encima de todo, una historia de personajes. No por casualidad, Watanabe es a lo que más importancia concedió a la hora de plantear el argumento. «La primera imagen que se me ocurrió fue una de Spike, y de ahí traté de construir una historia a su alrededor, intentando que fuera cool», explica. Por eso, aunque la mayoría de episodios son autoconclusivos, varios de ellos tratan sobre el pasado de los protagonistas. Cada uno cuenta con su propio arco argumental, que se va resolviendo poco a poco a lo largo de la serie, aunque el mayor peso recae sobre Spike. El joven cazarrecompensas tiene un oscuro pasado que trata de dejar atrás. Pese a su carácter afable, es implacable cazando malhechores, gracias en parte al Jeet Kune Do, el arte marcial que practicaba Bruce Lee, cuya filosofía comparte. Su vida está llena de misterios y secretos que ni siquiera su compañero conoce. Spike es alma de Cowboy Bebop

y su personaje más carismático, al mezclar la elegancia de su traje con sentido del humor y una personalidad atormentada. Y es que la serie podría definirse como un western espacial, pero más allá de su ambientación de ciencia ficción comparte más rasgos con el noir clásico, femme fatale incluida. Sunrise mezcló el cine de vaqueros, el género negro y las películas de acción de Hong Kong con música jazz y blues para dar lugar a un cóctel explosivo nunca visto en el anime japonés. Las referencias que maneja Watanabe y que se pueden ver a lo largo de la obra van desde películas como Blade Runner, Alien o 2001: Una odisea en el espacio a directores como Don Siegel, Woody Allen y Sergio Leone, pasando por grupos como Aerosmith, Queen o Led Zeppelin, por citar unos pocos. Pero si algo sirvió de base para diseñar Cowboy Bebop, además de la cultura pop occidental, ese fue otro anime: Lupin III. La mítica serie de los 80 estaba también protagonizada por 39


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una banda de simpáticos pícaros, aunque se dedicaban a robar a los ricos. El tono cool e incluso el estilo espigado de Spike viene en parte del famoso ladrón. El reparto coral, tan heterogéneo, de los tripulantes de la Bebop hace que nos encariñemos rápidamente de ellos. Todos cuentan con su trama personal e incluso Ed, que podría ser un simple alivio cómico, resulta entrañable. Watanabe, que venía de trabajar en otro importante anime del mismo estudio, La visión de Escaflowne, asegura que su ópera prima contiene un 80% de seriedad y un 20% de humor, algo poco habitual en aquel entonces en las series niponas, donde la tendencia solía ser la opuesta. Exceptuando el tono solemne y pretencioso de Evangelion, claro. Es esa perfecta combinación la

La apoteósica banda sonora de Yoko Kanno combina jazz, blues, bebop y folk con sonidos tribales para dar lugar a 83 temas inolvidables que eleva Cowboy Bebop y hace que resalte sobre la mayoría de obras clónicas, ya que rebosa personalidad y estilo a raudales. La melancolía impregna toda la historia, con tramas dramáticas y tristes en las que siempre hay sitio para una pizca de humor. Abundan las escenas sin diálogos con algún personaje caminando cabizbajo mientras va fumando, está lloviendo y suena una tenue melodía de blues de fondo, todo ello con una atmósfera clásica y trágica. A continuación puede que el personaje haga un chiste o le quite hierro al asunto con un pequeño gag. Pese al contraste, la combinación funciona a las mil maravillas.

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Retrofuturismo decadente Y hablando de contrastes, también llama la atención la mezcla de tecnología futurista a base de naves, informática avanzada y demás gadgets con aparatos analógicos y totalmente anacrónicos, que a buen seguro serán imposibles de conseguir en el año 2071, a menos que paguemos una millonada por ellos en Wallapop: cajas de música, relojes de aguja, jukebox e incluso un vídeo Betamax de gran importancia en un capítulo. Ese ligero toque nostálgico y decadente le da cierto encanto a la ambientación, que en vez de optar por el ciberpunk absoluto que estaba de moda en aquella época,

prefiere presentarnos un retrofuturismo sucio más auténtico y creíble. A ello contribuye también otra pauta que Watanabe impuso a su equipo: «Quería un mundo más plurinacional que sin estado». Ello queda patente en la diversidad étnica de los habitantes de cada planeta, un mestizaje cultural que mezcla elementos de distintas procedencias, desde bares que parecen salidos de una película de Humphrey Bogart a bazares de Marruecos. Además, también nos topamos con algunos secundarios homosexuales, transexuales y travestis, algo avanzado para la época en una sociedad tan cerrada como la nipona, donde la mayor ambigüedad se había mostrado en un manga y anime de humor como Ranma ½. Sin embargo, pese a esa visión aparentemente progresista, hoy día chirría la representación de la mujer que hace la serie. El personaje de Faye, desde su diseño visual de grandes tetas y escasa de ropa, tan propio del anime


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tradicional, hasta su carácter inmaduro, pasando por ciertos comentarios que los personajes masculinos hacen sobre las mujeres en general, aunque sea un rasgo heredado del género noir más clásico y rancio, desentonan con una obra que aspira a ser diferente y transgresora.

Su creador tenía decidido el final casi desde el principio, para darle un buen cierre y no seguir trabajando en ella eternamente

Otra característica que hace destacar a Cowboy Bebop por encima de la media es su apoteósica banda sonora, compuesta por Yoko Kanno y su banda, los Seat Belts. Desde el inolvidable Tank! con que se abren los ya míticos títulos de créditos hasta el ominoso Blue que suena en el último capítulo, el trabajo de la compositora nipona es realmente impresionante, al crear 60 temas para la serie de estilos muy diversos, pero centrados especialmente en el jazz, que fueron recopilados en cuatro discos. Las influencias de Kanno pasan por el bebop, el blues o el folk, pero también incluye sonidos tribales, homenajes a Morricone y Vangelis o el Ave María de Hendel. Posteriormente, con el estreno de la película en 2001, titulada Cowboy Bebop: Knockin’ on Heaven’s Door (otra referencia musical), la compositora creó 23 canciones más al nivel habitual. Resulta fascinante la capacidad de Kanno para combinar temas emotivos como Elm o Rain con otros tan animados como What Planet is This? o The Egg and I o ambientales como Fantaisie Sign y Music For Freelance. Esta fusión de estilos y tonos aparentemente opuestos encaja como anillo al dedo con una serie que se caracteriza precisamente por fomentar la mezcolanza. Con todos estos ingredientes no sorprende que siga gozando de un aura

de prestigio del que pocos animes suelen poseer. El mismísimo Rian Johnson ha reconocido su admiración por Cowboy Bebop y cuenta que su episodio favorito es Pierrot le Fou (una referencia a Jean-Luc Godard, por cierto). Su primera y mejor película, Brick, recuerda al anime en ciertos momentos y su protagonista podría ser un trasunto de Spike. Desde entonces, cada vez que surgen rumores sobre una posible adaptación de la serie a imagen real el nombre de Johnson y su actor fetiche, Joseph Gordon-Levitt, salen a la palestra. Otra serie de culto, Firefly, se asemeja en su planteamiento a la de Watanabe: un western espacial con varios tripulantes en una nave cuya relación pasar por ser en realidad una familia disfuncional. Precisamente ahí radica el mérito de Cowboy Bebop, en la perfecta compenetración entre sus miembros, con rasgos bien definidos: Spike es el valiente, Jet aporta la sabiduría, Faye es la mercenaria traicionera, Ed supone la inteligencia con un punto de locura y Ein aporta sensatez. Cuando nació la serie, su creador creó un slogan que se utilizó en la promoción y que incluso acabó incorporado en la cabecera: «The work, which becomes a new genre itself, will be called... Cowboy Bebop», que se podría traducir como «El trabajo, que se convierte en un género en sí mismo, será llamado Cowboy Bebop». Posteriormente Watanabe se arrepintió de una frase tan grandilocuente y engreída, pero el tiempo ha demostrado que no se quedó corto. No por casualidad, Watanabe fue reclutado un par de años después por las hermanas Wachowski para dirigir dos cortos en ese genial experimento que fue Animatrix: Kid’s Story y A Detective Story, y recientemente ha repetido la experiencia con uno de los breves episodios que antecedían a la secuela de Blade Runner: Black Out 2022. See you, Space Cowboy! @

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Florence: Una historia de amor de 40 minutos en tu móvil Texto Koldo Gutiérrez

¿Una historia de amor narrada en un videojuego de móvil que dura 40 minutos? Hoy en día todo es posible, sobre todo si su director es el diseñador artístico de Monument Valley, que se convirtió en uno de los grandes éxitos de 2014. Florence es una chica de 25 años harta de su aburrida vida, hasta que conoce a su primer amor.

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us creadores han definido Florence desde el primer anuncio como “una historia interactiva sobre amor y vida”, y lo cierto es que esa descripción le sienta como anillo al dedo. Inteligentemente, antes de que el público más tradicional y conservador les acuse de hacer un no-juego, han sido totalmente sinceros y han dejado claro que su intención era tirar por un camino diferente al habitual; ni mejor ni peor, sino distinto. Se trata de la ópera prima del estudio australiano Mountains, fundado hace un par de años por Ken Wong, un impresionante artista gráfico que ya se había hecho un nombre en internet con sus ilustraciones y que gracias a ello entró en la industria del videojuego. Tras ejercer de director artístico en Alice: Madness Returns, en 2014 asombró a medio mundo (incluido el mismísimo Frank Underwood, protagonista de House of Cards) con Monument Valley, un preciosista título para móviles donde fue el diseñador principal. Sin embargo, Wong no ha trabajado en su reciente secuela, pues su naturaleza inquieta le hizo embarcarse en un proyecto más personal y ambicioso en su tierra natal. «A sus 25 años, Florence Yeoh se siente algo estancada. Su vida es una interminable rutina de trabajar, dormir y pasar demasiado tiempo en las redes sociales. Entonces un día conoce a un violonchelista llamado Krish que lo cambia todo sobre la manera en que ella percibe el mundo».

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Así reza la sencilla premisa del debut de Wong como director creativo. Su nuevo estudio está formado por otros tres miembros y ha dado lugar a una emotiva obra que acaba de ser estrenada en iPhone y iPad el día de San Valentín, no por casualidad, y próximamente llegará a Android. Florence está aburrida por la monotonía de su día a día, y así nos hace sentir el juego a nosotros a través de las tareas mundanas que nos vemos obligados a realizar al comienzo. Por medio de breves y sencillos minijuegos tenemos que cepillarnos los dientes, tomar el desayuno, mirar Twitter en el bus o manejar tediosas bases de datos en el trabajo. Soporíferas y repetitivas labores que nos hacen empatizar con la protagonista, harta de esa vida gris. Afortunadamente, todo cambia cuando en un accidente de bici conoce de casualidad de Krish. Comienzan a quedar, se enamoran y comparten sus sueños. Cómic interactivo Las mecánicas de Florence son simples pero efectivas, ya que cada una refuerza el proceso vital y mental en el que se encuentra inmersa la protagonista. La escasa duración del juego, apenas 40 minutos, es todo un acierto, ya que la práctica ausencia de reto hace que avanzar sea un paseo. En esta época de gran experimentación en el mundo de los videojuegos, con los mal llamados walking simulators expandiendo las fronteras narrativas del medio, y con

obras aún más vanguardistas ampliando los límites jugables, Florence apuesta por una experiencia ligera. Nada de frustrar al jugador, aquí nadie se va a atascar ni va a obtener un premio, recompensas ni logros; todo consiste en hacernos partícipes de un sentimiento universal como es conocer el primer amor, con todo lo que ello supone, altibajos incluidos. La intimista banda sonora de Kevin Penkin contribuye a aumentar ese estado de ánimo en todo momento, con un tema dedicado a cada uno de los veinte capítulos divididos en cinco actos. «Quiero hacer juegos sorprendentes, estéticamente bellos y que aporten una experiencia diferente al público, y ver si somos capaces de llevar a cabo algo que se asemeje a una bonita película u obra de arte», explica su creador en el making of. Florence es, ante todo, una historia de amor inspirada por cómics slice of life. Está distribuido por Annapurna, y al igual que el anterior juego editado por la compañía de Megan Ellison, el imprescindible Gorogoa, el trabajo de Mountains se vale del lenguaje del tebeo para narrar su historia, aunque de una manera algo más tradicional, interactuando con sus viñetas y bocadillos. Las preciosas ilustraciones de Ken Wong, con un trazo que se asemeja al del rotulador y unos preciosos tonos pastel que parecen salidos de algún cómic indie. Es fácil intuir la influencia de obras como Aquel verano (Mariko y Jillian Tamaki, 2014) o Blankets (Craig Thompson, 2003) tanto en su estilo

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Florence está aburrida por la monotonía de su día a día, y así nos hace sentir el juego a nosotros a través de tareas mundanas

visual como en el tono melancólico del relato. Porque aunque Florence es una historia de amor de corte vitalista y alegre, también tiene sus giros y sorpresas. «Nos inspiramos en películas como (500) Days of Summer y novelas gráficas slice of life para contar una historia sobre los diferentes momentos de una relación, tanto alegres como dolorosos. El amor es una experiencia universal, pero es algo que no había sido apenas explorado en forma de juego», reconoce el director. Y no le falta razón: lo más habitual en el medio es que el amor sea una simple excusa para avanzar, partiendo del sobado cliché de la damisela en apuros a la que debemos salvar, de Super Mario a Ghosts n’ Goblins, pasando por Shadow of the Colossus. Las auténticas historias de amor en los videojuegos se pueden contar con los dedos de una mano: To the Moon, Catherine, Gone Home, Left Behind, Firewatch o la inolvidable subtrama de Anju y Kafei en The Legend of Zelda: Majora’s Mask. Rara vez esta cuestión se plantea como eje central de un título, normalmente está relegada a personajes secundarias o aparece de manera testimonial. Por eso es de aplaudir que Florence trate el tema abiertamente y sin tapujos. Sin embargo, pese a sus loables intenciones, la historia cae en la mayor parte de tópicos del género: ella es una oficinista que quiere ser pintora y él es un talentoso músico que ansía ingresar en el conservatorio, se enamoran rápidamente, pero acaban rompiendo. Podrían ser spoilers de una peli romántica presentada en Sundance y protagonizada por Rooney Mara o Saoirse Ronan, pero esa es básicamente la estructura argumental de Florence. Pese a que la historia funciona perfectamente, se echa de menos algo más de osadía y atrevimiento por parte de sus responsables. Las pequeñas mecánicas encajan con lo que nos cuenta, aunque queden muy lejos de la maestría, complejidad y sutileza con que lo hace What Remains of Edith Finch. Alcanza ciertos momentos de brillantez que resultan conmovedores y profundamente tristes, y que conviene no desvelar para no arruinar las sorpresas. Es fácil imaginarse al equipo creativo hablando sobre las diferentes fases de una relación amorosa y llevando a cabo un brainstorming para apuntar en la pizarra ideas interactivas que sirvan para transmitir esas sensaciones al jugador, tanto de goce como de sufrimiento. Y sin duda consiguen su propósito, aunque el resultado sea en parte predecible, porque a estas alturas ya hemos consumido mucha ficción que cuenta casos similares. O porque la realidad, tan puñetera ella, ya nos ha hecho pasar por ahí antes. @ 43


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FRANCISCO FERNÁNDEZ, 2017 ¿Qué mejor de manera de financiar un juego de mesa sobre la corrupción política española que a través del crowdfunding? Al fin y al cabo, esta crisis la estamos pagando entre todos. Su descripción habla por sí sola: «Ladrillazo es un juego histórico que te traslada a la burbuja inmobiliaria de la primera década del siglo XXI. Fueron días de vino y rosas, un centro de interpretación en cada pueblo, un aeropuerto en cada ciudad, hipotecas a 40 años, albañiles con sueldos de ministro, sueños olímpicos, AVEs y resorts con golf». Pues eso.

Antes de que Jordi Évole y la Audiencia Nacional descubrieran a la sociedad quién era el comisario el Villarejo, el periodista Álvaro de Cózar llevó a cabo una exhaustiva investigación acerca de una de las figuras más sombrías y polémicas de la democracia española. Los diez episodios del podcast repasan la trayectoria del agente jubilado, desde sus inicios con la policía franquista hasta sus relaciones con el Pequeño Nicolás y el empresario Javier López Madrid, pasando por su implicación en el conflicto catalán, narcos gallegos o chantajes al juez Baltasar Garzón.

LADRILLAZO

ÁLVARO DE CÓZAR (PODIUM PODCAST, 2016)

V, LAS CLOACAS DEL ESTADO

LA CORRUPCIÓN EN ESPAÑA

OBRAS PARA CONOCER MEJOR...

El fallecido autor era natural de Valencia, así que estaba acostumbrado a los tejemanejes políticos, inmobiliarios y mafiosos. Rubén Bertomeu es un importante constructor que ha levantado un imperio gracias a la cultura del pelotazo desde los años 80. El relato descorazonador de Chirbes deja patente que la corrupción es un mal sistémico que todo lo pudre. La estupenda serie de televisión basada en la novela se estrenó en 2011, con otro ilustre valenciano haciendo de odioso protagonista, Pepe Sancho. En la orilla, publicada en 2013, continuó explorando los mismos terrenos, ya con la sombra de la crisis, en lo que puede considerarse una secuela de Crematorio.

RAFAEL CHIRBES (ANAGRAMA, 2007)

CREMATORIO

La directora Mercedes Álvarez dio lugar a un documental aparentemente centrado en el desalojo de una casa, pero que sirve de excusa para tratar muchas más cosas: unos agentes de bolsa, un congreso sobre liderazgo empresarial, un vendedor del rastro que se resiste a vender, la ciudad como un espacio virtual para una feria inmobiliaria… Mercado de Futuros habla de cosas aún más profundas e intangibles que la crisis, no es algo actual, sino universal.

MERCEDES ÁLVAREZ, 2011

MERCADO DE FUTUROS

Otro autor valenciano hablando de las miserias de su tierra natal. Santos debió de quedar fascinado por la obra de su compatriota Chirbes, ya que Intachable: 30 años de corrupción podría considerarse casi una versión en cómic de Crematorio. Un prometedor político continúa su imparable ascenso en la costa mediterránea gracias a sus conexiones con el crimen organizado. Intachable demuestra que el poder corrompe y que sus consecuencias negativas pueden afectar a muchos inocentes.

VÍCTOR SANTOS (PANINI, 2012)

INTACHABLE: 30 AÑOS DE CORRUPCIÓN

Hasta ahora en esta sección hemos tratado temas universales, pero ya va siendo hora de tocar algo patrio. Un producto nacional tan propio como el jamón, la siesta o la sobremesa: la corrupción. Sabemos que en todos los países se da de una forma u otra, pero queremos pensar que en ninguno como en España. Así que centrémonos en varias obras que repasan las corruptelas más chuscas del país de la picaresca.

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Agenda Cactus

marzo / abril 2018

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JUE 22 MAR 19:00 CLUB DE LECTURA DE NOVELA GRÁFICA

HASTA 15 ABR EXPOSICIÓN FOTOGRAFÍA STREETSTYLE ÁNGEL ROBLES



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