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Luis Areñas
LA EXPOSICIÓN: ENTRE EL ARTE, EL DOCUMENTO Y LA MEMORIA Por Andrea Caprarulo Pasquali
Entrar a una sala flanqueada por grandes rostros de ancianos y ancianas, en blanco y negro, en una tarde oscura de otoño, puede resultar abrumador. El espacio del Instituto Francés en Madrid (c/ Marqués de la Ensenada, 12), donde se expuso Los últimos hasta el 13 de diciembre de 2019 no es demasiado grande. Los retratos se suceden casi sin respiro, se cruzan en tu camino. Te miran. Te espían. Te examinan. Son retratos cargados de dignidad. La mirada al frente, las manos ciclópeas de un brigadista, un bastón que apunta como fusil, la lágrima detenida tras la gafa de una mujer, los ojos cerrados que hurgan en la memoria, los bastones que sostienen cuerpos ya sin fuerza, pero erguidos. Entre las fotografías, un navarro, de Erro. El pintor Mariano Vázquez Andueza «Vazandu», nacido en 1919 y fotografiado en Irún, donde murió al poco tiempo, en 2016. Como ejemplo de los juegos de la memoria. Las semblanzas que publican medios locales tras la muerte de Vazandu hablan de su vida dedicada al arte, pero ni una línea sobre su paso por la Guerra Civil. En el video documental de Areñas, el excombatiente
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Exposición PhotoEspaña 2019, Zaragoza © David Tapia
recuerda que la pintura lo salvó en el campo de concentración. Su arte también estuvo allí. Los cuarenta y cinco minutos de vídeo documental ponen voz y relato a esos rostros que nos miran desnudos desde las paredes. Es un collage de frases, silencios e imágenes que construye una narración a trozos, por momentos inconexa. Un país lleno de agujeros, dice alguien a cámara. Como es la memoria después de tanto tiempo y tanto dolor. La mirada de Luis Areñas en este proyecto, que es en parte arte, en parte documento, en parte grito, está planteada desde su introducción a la muestra: rendir homenaje a quienes fueron alguna vez la juventud de España y denunciar la guerra –todas las guerras-, el dolor, la pérdida. Una pérdida que no es sólo muerte. Cuando Areñas dice que sus padres no tienen relación con el exilio ni con la Guerra Civil, tal vez deja de lado que la crisis económica que los expulsó de España fue provocada por las políticas y la miseria de la posguerra. Entre 1950 y 1975, el 20% de la población española cambió su lugar de residencia, señala Antonio Cazorla en Miedo y progreso, los españoles de a pie bajo el
franquismo (Alianza Editorial, 2016). En tiempos en que la exhumación del dictador que fue promotor de esta guerra provocó tanto escozor y exaltación, en una época de irrupción de discursos falangistas entre las butacas del Parlamento, la muestra plantea un ejercicio de alta exigencia. Suspender el juicio. No hablar de bandos. No pensar en las fosas comunes. En las familias, en las Antígonas que aún esperan y luchan por enterrar a sus muertos. Un ejercicio difícil. Cuando una mujer de casi cien años esconde sus ojos, los cierra, intenta recordar y dice que no puede. O prefiere no hacerlo. O cuando otra, que era niña entonces, recuerda con lujo y detalle cómo le tocó huir hacia la frontera, primero en camiones, luego a pie, bajo la nieve. Primera vez que veía la nieve. Y es por eso que no le gusta la nieve. Areñas dice que no hace memoria histórica porque no anda hurgando entre los muertos. Sin embargo, su ejercicio -difícil, exigente- podría ser leído desde esa perspectiva. La memoria histórica supone intentar conocer mejor el pasado: un
Exposición PhotoEspaña 2019, Zaragoza © Chus Marchador
paso para ello, ya casi agónico, es escuchar a sus supervivientes. En la introducción de Lidiando con el Pasado. Represión y memoria de la Guerra Civil y el franquismo (Ed. Comares, 2014), los editores Paul Anderson y Miguel Ángel del Arco Blanco señalan que «El trauma, el sufrimiento, se proyectaron en el tiempo, silenciados por una verdad única oficial impuesta durante décadas (…) Hoy, en la España europea del siglo XXI, lo que está en juego no es ya la visión sobre el pasado, sino la esencial cuestión de las responsabilidades de unos y otros sobre el mismo. Y esto es algo sobre lo que toda verdadera democracia, para asegurarse su salud, no puede permitirse mirar hacia otro lado». Los últimos presenta estos rostros, cada rostro, «como si se tratase de un territorio por descubrir, de una metáfora del tiempo y de la existencia». Cada surco, cada mirada cristalina, cada metáfora nos pide no olvidar. Nos pide no repetir.