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El Mar de la Memoria / La mirada pasea, lee y fotografía
EL MAR DE LA MEMORIA
LA MIRADA PASEA, LEE Y FOTOGRAFÍA. DESDE EL BALCÓN, LEE Y PASEA LA MIRADA. BLAS CAMPOS HERNÁNDEZ
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7 Olivares, R. (2006) Editorial de EXIT nº 23, Lectores y lecturas. Madrid
Ibid.
«LEER en todo momento y lugar – IRAKURRI, une eta leku guztietan». Abril-mayo 2019
Moreno, V. (2002). «No es para tanto». Divagaciones sobre la lectura. Prames-Las Tres Sorores. Zaragoza
Sallevane, D.: «Voir, c’est lire, en André Kertesz» (1985), Photo Poche nº 17, C.N.P., París
Kertesz, A. (2016): «LEER». Periférica & Errata naturae.
Ibid. «No sé cuál puede ser la razón de que tantos fotógrafos, en todo el mundo, se centren en el libro, en la lectura y, finalmente en la biblioteca como temas de sus trabajos»
Rosa olivaRes 1
Una de las imágenes más nítidas de la infancia es la biblioteca del pueblo, en los bajos del Ayuntamiento. Una pequeña sala casi cuadrada, con apenas sus media docena de mesas y sus sillas para adultos. Allí nos refugiábamos un grupo de muetes para leer. Luchando por los dos o tres álbumes de Tintin y la colección de novelas con páginas ilustradas. Enganchados a los dibujos, leíamos las imágenes y nos saltábamos las filas de palabras. Ensimismados, fluíamos; no siempre silenciosos, a veces, alborotados. El hábito lector germina y se implica durante años en fomentar la lectura; en crear varias y diversas bibliotecas; en entrelazar la lectura con las diversas artes, con la expresión personal construida junto a otros. Y mientras tanto, desde los años ochenta, un lector que fotografía a quienes leen, a los libros, las bibliotecas, las librerías; a las bibliotecarias, a los libreros y libreras, a bibliófilos. En casi todo momento y lugar, también desde el balcón.
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«En los libros está todo» Rosa olivaRes2
La pasada primavera celebramos de nuevo el día del Libro Infantil y Juvenil. Por segundo año, en la librería Re-Read. Dos exposiciones, una de ellas de fotografías de lectores3. Al finalizar, Nuria y Sole, las libreras, nos regalan un libro: Los americanos de Robert Frank. Una sorpresa. Un re-encuentro con uno de los libros de fotografía más re-mirados en casa, en una edición francesa, comprada en París en los años 80, cuando pudimos ver sus fotos. Aceptamos el obsequio, encantados. Re-leerlo permite actua-
lizar recuerdos y placeres.
Sin embargo, he aprendido, hace ya tiempo, que no todo está en los libros. Como ha expresado con claridad Victor Moreno4: «los libros hablan de la vida», pero la vida está en otro sitio. Lo mismo podría decirse de la fotografía, pienso.
Hace unas semanas murió Robert Frank, tristeza, admiración ante una vida ejemplar. Todavía no es momento de recordarle con el debido respeto. Silencio entonces.
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El año 2016, se inaugura en la ciudad una librería dedicada a la infancia. En el escaparate, la portada de un libro atrae la mirada. El autor es André Kertész6. Un libro conocido solo de leídas. Publicado por primera vez en 1971, recoge una selección de fotos de lectores que Kertész fue tomando entre 1915 y 1970. Cuentan que en ese momento salía de un periodo oscuro y editar este trabajo, desarrollado a lo largo de casi seis décadas, le ayudó a reconstruir su identidad como fotógrafo. Cuarenta y cinco años más tarde se presenta por estas tierras. En el prólogo nos recibe un viejo lector de lectores y lecturas. Nos recuerda que en las primeras representaciones de la cultura mediterránea, aparecen personajes «con su rollo de papiro o con su tablilla de cera»7; que existe un antiguo culto cultural al objeto libro. Son las re-presentaciones de los «eruditos» que encontraremos a lo largo de la historia del arte, y a través de múltiples culturas: santos, héroes, devotos, políticos.., que se presentan como «los instruidos». Poco a poco, conocemos algunas re-presentaciones de mujeres lectoras, quizá bastante más sinceras en su re-presentación. Alberto Mangel «Es preciso estar allá, y ser ojo»
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señala que «el libro denotó sabiduría, rectitud, estudio, prestigio social». Simbolismo todavía hoy presente en personajes re-tratados delante de una estantería impoluta.
Los lectores de Kertész están más allá de las re-presentaciones sociales, no son re-tratados. En sus fotografías el libro no es un fondo, una parte del decorado; estamos ante el acto lector. El libro entre las manos, en espacios y en ambientes públicos y privados; a veces insólitos, lectores inesperados; también íntimos. Absortos y solitarios; en algunas ocasiones, acompañados.
8 Stasiuk, A. (2008): «De camino a Babadag». Acantilado. Barcelona
9 Castellanos, P. (1999): «Diccionario histórico de la fotografía». Edcs. Istmo. Madrid «Está bien viajar a un país del que no se sabe nada. Entonces los pensamientos se acallan y se vuelven inútiles. Hay que empezar todo de nuevo» anDRzej stasiuk8
André Kertész nace húngaro hace 125 años y muere neoyorkino hace 34. A los dieciocho años compra su primera cámara y comienza a fotografiar de forma autodidacta. Movilizado en 1914 por el ejército austro-húngaro, herido en la primera guerra mundial, realiza fotos de la vida cotidiana de los soldados. No aparecen héroes, no hay dramatismo. Decide ser fotógrafo. Documenta la revolución húngara de 1918. Publica en revistas. En 1925 viaja a París. Trabaja para revistas francesas, alemanas, británicas... Habita en Montparnasse, retrata a Mondrian, a Chagal, gran página animada que se ofrece
a Brancusi, a Léger, a Colette… En 1928, adquiere una Leica; expone en la galería Le Sacre du Printems. Al año siguiente en el Salón de los Independientes de la Fotografía que incluía una retrospectiva de Atget y de Nadar, y en la que participaban Berenice Abbot, Man Ray... Hombre generoso, comparte sus conocimientos: «inicio a Brassaï, Robert Capa y a Cartier-Bresson en la fotografía poética de las calles de París»9 .
Es considerado el inventor del paseo fotográfico. Su mirada persigue lo que persiste, no lo efímero, no puede identificarse con la búsqueda del momento decisivo. Paseante atento, concentrado en la brevedad de la mirada. Va leyendo el mundo que le rodea y, al descifrar algunos de sus signos, emprende una exploración sistemática. Los extrarradios tristes, las chimeneas, los carteles, los bares y los humanos que transitan y de-
Aparece un mundo lleno de signos que descifrar; no sólo palabras lo pueblan: ideogramas, pictogramas, fotografías... Explora la construcción de la imagen, se acerca al dadá y al surrealismo. Interesado por las imágenes que genera la difracción de la luz, utiliza espejos deformantes. En 1933, crea y publica en la revista Le Sourire la serie Deformations, sus célebres desnudos femeninos, imágenes anamórficas. Dos modelos, casi doscientas placas de vidrio 9 x 12 centímetros. El año 1976 publicará un libro con 120 fotos, Distorsions.
En 1936 viaja a Nueva York, invitado por la agencia Keystone; en 1944, ante la nueva guerra que asola Europa, se nacionaliza. Época anónima. Fotógrafo de moda, de interiores, de encargos. Siente que no le comprenden. Fascinado por la vida en las grandes ciudades, la perspectiva desde las alturas, una visión urbana. Ver el teatro del mundo desde el palco facilita observar los desplazamientos, la puesta en escena… El mundo es una jan sus huellas. Lo visible es legible.
a quien sabe guardar las distancias. Desde ahí, todo aparece claro, descifrable. El mundo en realidad, reconozcámoslo, es un gran libro abierto.
«El espacio de esta foto me hipnotiza y todos mis viajes sirven tan solo para al final encontrar el acceso oculto a su interior»
En el año 2008, entre las manos, el libro de Andrzej, esclarecedor. El autor polaco recorre los caminos del este europeo, los pueblos eslavos: húngaros, rumanos, gitanos, moldavos, eslovacos, ucranianos.. Unos territorios y unas culturas desconocidas.
Aparece una foto mítica. La única foto en el libro. Esta fechada en 1921, en el pueblo húngaro de Abony. Un violinista ciego camina tocando, un muchacho descalzo le guía. Al fondo, un niño mira más allá del encuadre. ¿Quizá existe algo más interesan-
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te que Kertész nos oculta? El viajero afirma que, quizá, todo lo que ha escrito hasta ahora depende de esta foto que le obsesiona desde que la vio hace unos años. Ante ella, el tiempo se detiene y el presente del viajero aparece como un error, una fractura, una burla. Piensa que quien la observa, y trata de reproducirla, quizá de re-vivir el momento, sean en fotos o en relatos escritos, puede sentir su anacronismo. La magia presente en aquello que admiramos sin llegar a comprenderlo plenamente. Hay fotos que se graban en la retina, ¿o era en la memoria?
10 Stasiuk, A., Obra citada
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«Todo deviene visible, nada se olvida: el mundo se convierte en una gran página cubierta por los signos de la escritura social»
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11 Sallevane,D., obra citada.
12 Manguel, A. (1998): «Una historia de la lectura». Alianza Ed.-Círculo de Lectores.
Madrid André Kertész contó que su primera cámara se convirtió para él en un libro de bocetos. Quizá por ello se ocupó con insistencia en editar sus libros de fotografía. En los años setenta se esfuerza por clasificar sus archivos y sus documentos. Publica una docena de libros entre 1972 y 1985, año de su muerte. Un año antes, dona su trabajo a Francia: neLeer, casi como respirar, es nuestra
gativos, contactos, fotografías, diapositivas, Polaroids, documentos y libros. Este año 2019, al menos cinco exposiciones y algunos libros, celebran en Francia su obra a partir de estos fondos.
Manguel dice recordar el día que desde la ventanilla de un coche, vio un cartel y se produjo «la sorpresa»: transformó unas líneas, negro sobre blanco, en una realidad, él solico. Se sintió omnipotente, sabía leer. Nos recuerda que, quienes leen libros, concentran una función común a todos los seres humanos. Hay muchas formas de leer. Hay quienes leen mapas entre las estrellas, cielos que presagian tormentas o corrientes de agua o caparazones de tortugas; leemos rostros en la mesa a la hora de comer o jugando a las cartas o entre las sábanas. Hay quienes leen cuerpos que danzan o las líneas de la nos crearon con ellas para ser leídos; otros descifran las huellas que dejaron los dioses. Unos pocos, leen lo que el azar les ofrece en sus paseos a su mirada. Todos atribuyen una legibilidad a objetos, lugares, acontecimientos, gestos y huellas. Interpretan, descifran sistemas de signos, les atribuyen significados, les dotan de sentido.
Manguel escribe «todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea para poder vislumbrar qué somos y dónde estamos. Leemos para entender, o para empezar a entender. No tenemos otro remedio que leer. mano o los signos que otros huma-
función esencial». El amigo Víctor nos señala, con ironía, que quizá no es para tanto.
Leer, re-leer y pasear la mirada. Sin otro remedio que fotografiar, aunque sea desde el balcón.
Pamplona, 31 diciembre 2019
Blas Campos, «Lectora desde mi balcón», Calle Curia.