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Entrevista a Luis Areñas / Viaje al rostro de la guerra

ENTREVISTA / LUIS AREÑAS VIAJE AL SURCADO ROSTRO DE LA GUERRA

Entrevista a Luis Areñas, autor de «Los últimos». Retratos y testimonios de la Guerra Civil española» Por Andrea Caprarulo Pasquali

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Luis Areñas es francés de origen español, tiene poco más de 50 años y vivió la mayor parte de su vida lejos de la tierra de su madre y de su padre. Hace diez años supo que su abuelo materno —voluntario en el bando nacional— había sido fusilado en la Guerra Civil con 37 años. Ese silencio familiar de décadas y la imposibilidad de escuchar la versión de la guerra que su abuelo tenía para contar, lanzaron a este fotógrafo (en alguna otra vida traductor) a buscar la mirada y la voz de los sobrevivientes.

El proyecto Los últimos —que debutó en PhotoEspaña 2019, se vio hasta diciembre de ese año en el Instituto Francés de Madrid y, pandemia mediante, está en conversaciones para exponer en salas de Salamanca, Valencia, Montpellier y Los Ángeles (si cruzamos dedos, podría pasar por Pamplona)— está compuesto por 44 fotografías de gran tamaño y un vídeo de 45 minutos, con extractos de sus entrevistas con hombres y mujeres de 95 años y más, en un ejercicio de memoria sobre el horror de la guerra. Areñas no habla de bandos. No hace un documental. No quiere poner etiquetas a su arte. En cambio, elige una frase del Nobel de Literatura Bertrand Russell como tutela de su proyecto: «la guerra no determina quién tiene la razón, sólo quién queda».

Mencionas el proyecto In the American west, de Richard Avedon, como inspiración para tu proyecto, pero también al verlo recuerdo a Agnès Varda en una de sus últimas películas, Caras y lugares (de la que hablamos en Contraluz #39). En ella, la directora viaja con el fotógrafo JR por la Francia rural en búsqueda de sus rostros. Los fotografían, los amplían y empapelan las calles con ellos como ejercicio de memoria. Varda dice en la película que «todo rostro tiene una historia», ¿es esta acaso la esencia de Los últimos?

Quizás va por ahí, pero de manera inconsciente. Como fotógrafo, lo primero que me interesa es la persona como objeto a visualizar. Es un encuentro. Luego, cada ser humano tiene una historia. En este trabajo, sabía que los combatientes tenían una historia, una memoria, un testimonio, unas vivencias y unas palabras que transmitir. Que expresar. Eran los últimos y estaba un poco contra reloj para poder rescatar estos testimonios antes de que fuera tarde. Su historia importaba en este trabajo, sí… la historia y las palabras eran primordiales.

¿Cuánto tiempo te llevó armar el proyecto, la exposición?

Empecé a concebir el proyecto en febrero de 2015 y, tres meses después, ya estaba haciendo los primeros retratos. Pasé más de dos años haciendo viajes ida y vuelta desde Zaragoza, donde resido estos últimos años, a varias provincias de España, viajes más o menos cortos según la distancia. Pasé un verano en Andalucía. Zaragoza es el nordeste de España y quería ampliar el campo de acción, aunque no pude por obvias razones de geografía y de tiempo: no podía dedicar toda mi vida a ese proyecto y, más importante, la gente se moría.

¿Qué pueblos visitaste?

Fueron 17 provincias y muchos más pueblos. En Aragón, Castilla la Mancha, Cataluña, Andalucía, León, Madrid, Extremadura… vas a algunos pueblos y no hay nadie. Vas preguntando por combatientes o viejitos y en algunos no hay, no quedan.

¿Cómo elegías a qué pueblos ir?

Son informaciones que se cruzan, pides, te dan nombres, asociaciones, familias, teléfonos y vas recortando la información y contrastando, hasta que consigues hablar con un familiar que te dice «sí, mi abuelo (o mi padre) sigue vivo». Explicas el proyecto y ellos acceden o no a colaborar. Luego tienes que quedar con ellos, cerrar fechas, concretar logística. Nunca sabes si vas a hacer la foto hasta que estás

sentado frente al combatiente. Las expectativas y las esperanzas son parte del proyecto. Hacías entonces un trabajo previo de investigación: contactar con asociaciones, con gente, familiares, luego ibas al pueblo…

Depende… cuando me desplazaba a una zona a 500 km de casa, después de fotografiar al combatiente, iba al pueblo de al lado y ahí es cuando encontraba también a otros combatientes. Ellos mismos me nombran a Juan, a Paco o a Demetrio, me dan el teléfono. Voy creando una red. Es un trabajo, me imagino que un periodista puede dar ese tipo de pasos para una investigación. También llamé a Ayuntamientos, pero es información confidencial, no te dicen ni el nombre. Lo máximo que me podían decir es que tenían 50 centenarios o 15 ancianos o 10 personas con más de 95 años en el pueblo.

¿Consultaste archivos?

En las pocas investigaciones que hice en alguna biblioteca o algún archivo de Madrid, no había información sobre

Andrea y Teófila © Luís Areñas

los vivos. Y se pierde mucho tiempo, no compensaba. No soy rata de biblioteca. Pierdes menos tiempo si vas y preguntas en un pueblo, que en una semana en una biblioteca intentando hallar algún nombre.

¿Viajabas solo?

Sí, no había presupuesto para ayudantes o asistentes. Si hubiera tenido otra persona habría sido más fácil logística y físicamente. Compré una furgoneta de segunda mano, monovolumen, quité los asientos y puse un colchón. Ahí dormía cuando en los alrededores no había una pensión o un hotel barato. Tenía todo el equipo conmigo. A veces, prefería dormir allí con el equipo que meterme en una pensión. Algunos sustos sí que he tenido. Por ejemplo, el susto más grande fue en México, cuando fui a retratar a dos brigadistas internacionales. Estaba llegando a casa del combatiente y me di cuenta de que me había olvidado en el autobús un bolso con el ordenador, el disco duro… llevaba tantos bultos que no me di cuenta. Ahí vi todo en blanco, fue un susto tremendo. Tuve suerte. Recuperé todo.

Entonces, ¿también fuiste a México a buscar a los últimos?

Sí, a retratar a dos brigadistas, uno en Ciudad de México y otro en Guanajuato. Fui ex profeso. Había contactado con esas dos personas, estaban ahí y con vida. Tenía que ir.

¿Alguien más fuera de España? No, no tuve más suerte. Además, por razones de distancia y logística, quería evitar complicarme. A veces quieres hacer mucho y no es lo mejor. Con recorrer el territorio español ya tenía suficiente materia para trabajar. Los de México fueron los únicos fuera del país. También fotografié a un canario, en Lanzarote. Pero ahí fue una suerte encontrar a ese combatiente. Yo estaba de vacaciones y, como ya había empezado con el proyecto, obviamente, iba buscando. Cada vez que veía un viejito se me encendía el radar… ¿sería suficientemente mayor?

Mencionabas antes que los ex combatientes o sus familias aceptaban o no colaborar con tu proyecto, ¿te cruzaste con muchos «no»?

Virgilio © Luís Areñas

No te puedo dar un porcentaje, pero sí que hubo gente que no estaba interesada, familiares que ponían obstáculos. Entre los combatientes, pocos fueron reacios. Te diré que el 90% quería participar. Fueron las familias, los hijos o nietos, quienes se mostraban más escépticos. Al fin y al cabo, no tenían referencias de mí. Era un fotógrafo que, a título personal, venía a hacer preguntas sobre un tema delicado. Llamé a algunas asociaciones de memoria histórica y tampoco me ayudaban mucho. Además, mi proyecto no es sobre la memoria histórica, no se trataba de hallar los restos de… era buscar a los vivos. Y muchas asociaciones no tenían esa información. Es un trabajo que vas afinando con los encuentros. Totalmente humano, de principio a final.

Cuéntanos algo más sobre el proceso. Una vez que tenías el personaje, ¿cómo trabajabas con él o ella? ¿qué hacías?

Me presentaba a la familia, al abuelo, que yo los llamo mis abuelos, porque ¿sabes? todo esto partió de mi abuelo, como no tuve a mi abuelo vivo para

entrevistarlo, me busqué a otros abuelos. Mi abuelo murió en el frente, pero mis padres no tienen relación con el exilio, la política ni la Guerra Civil. Fueron emigrantes económicos en los años ‘50, mi padre de Madrid, mi madre de Zaragoza, se conocieron en París, dos trayectos e historias diferentes.

Te presentaban al abuelo o la abuela y…

Yo le decía por qué estaba allí. Quería que me contase su memoria de cuando estuvo en la guerra y, si me dejaba, hacerle un retrato. Varias fotos, unas 40 o 50 con cada uno. Sencillamente, cuando accedían, miraba dónde poder plantear ese fondo blanco, poner el escenario para hacer el retrato y entrevistarle. Buscaba la luz. Y una vez que encontraba ese rincón, en el patio de la casa, decía a los familiares si me podían dejar a solas para hacer el trabajo. Había que crear un clima de confianza, de intimidad, estar a solas. La fotografía se hace de a dos.

Hay retratos más serios, más directos y otros en los que parece que juegan…

Eso se va dando. Algunas fotos son más frontales, otras parecen más preparadas, pero no lo son. Baltasar, por ejemplo, se lo pasó muy bien. Siempre estaba jugando. Cuando levantó el bastón como apuntándome con un fusil, le dije «párate, que ahora te voy a disparar yo con la cámara». Muchos de ellos tenían mucho sentido del humor. Es lo bueno de esas personas que han vivido el horror. Después de haber estado tan cerca de la muerte, ven el lado bueno de la vida, creo.

¿A quiénes fuiste a buscar y con quiénes te encontraste?

Buscaba a cualquier combatiente que estuviera vivo y que me pudiera contar su historia. Lo que yo quería transmitir es cómo se siente un chaval de 17 o 18 años cuando le dicen «o matas o te matan». Qué significa la guerra para alguien que vive esa realidad, y no es una película ni una novela. Vas al frente y sobrevives o no. Te enfrentas a la muerte todos los días. Qué significa, qué haces cuando no hay que pegar tiros, qué haces en la trinchera, escribes a tu familia, lees libros, recibes cartas, en qué piensas. Cuál era tu visión del mañana. Qué significa tener 18 años y saber que puedes morir y que tienes que matar. Esas eran mis preguntas, qué significó para ti la Guerra Civil. Yo nunca hice la pregunta de por qué te alistaste con los republicanos o con los franquistas, eso no me interesaba.

¿Te encontraste, entonces, más con hombres a los que la guerra les cayó encima, que no tenían intención de combatir, ese perfil que rescata el historiador James Matthews en su libro Soldados a la fuerza (U. Oxford)? Muchos de los que retraté pertenecían a «la compañía del biberón», fueron los últimos que alistaron. Eran niños cuando tuvieron que ir al frente, tenían 17 o 18 años, fueron reclutados y fueron a la fuerza a la Guerra Civil. Otros ya eran adultos, pero la mayoría eran niños y no pudieron elegir. También retraté a algún voluntario, algún anarquista voluntario, algún falangista que fue a luchar por su propia voluntad. Pero muchos de los que entrevisté eran de esta última tanda de carne de cañón que nutrieron a las fuerzas militares de ambos bandos.

En la exposición, en los retratos, no indicas quién es quién. De qué bando era cada uno…

Yo sé quiénes son, a lo mejor en el documental se puede adivinar…

Te podría pasar que en el camino te encontraras con un torturador, un violador, te podías encontrar, si ponemos otro ejemplo de la historia, con un nazi o con un dictador como (Rafael) Videla, que llegó casi a los 90 años, ¿lo hubieses fotografiado también, lo

Juana María © Luís Areñas

hubieses incluido en este proyecto o te habías puesto un límite?

Es que no hay límite. Algunos retratados fueron altos mandos. Pero no había ningún filtro ni casting, no seleccionaba. El propósito del proyecto no iba por ahí. Mi reflexión y pensamiento no eran a ese nivel ideológico o moral.

Alguien te podría decir que al ser todos ancianos y no saber quién es quién se genera una cierta empatía, hayan hecho lo que hayan hecho…

No, eso no los redime de su responsabilidad de lo que han hecho. Pero yo no estoy aquí para juzgar a nadie. Recojo testimonios y hago fotografías de seres humanos que tienen una historia que contar, si la quieren contar.

La guerra también tiene rostro de mujer

Hay algunos retratos de mujeres.

Sí, conseguí fotografiar entre 8 y 10 mujeres. Fueron todas testigos de la guerra, no conocí a ninguna miliciana, que son las únicas que participaron. Pero

Mariano © Luís Areñas

quise integrar a mujeres porque, a su manera y sin tomar las armas, combatieron en la guerra. Hicieron todo un trabajo en la retaguardia y en el campo que, si no había hombres, ¿quién iba a ocuparse? Entonces, a su manera, las mujeres fueron parte y han sufrido, por supuesto. Ha habido mujeres que han sufrido de muchas maneras.

¿Qué te contaron ellas?

Ha habido de todo. Pero no me han contado las cosas violentas, si han sufrido humillación, vejación o tortura. Muchas de ellas…

No te contaron, pero ¿te lo imaginabas por cómo iba la conversación? Sí, alguna sí, pero no quería indagar ahí… no quería hacer preguntas que pudieran herir. Me contaban aquello que querían contarme. También ha habido mujeres y combatientes que no lo pasaron tan mal. En el documental, puedes ver a uno que dice que en la guerra comía como en un hotel, otro dice que no dio ningún disparo, que no vio a ningún regimiento pasar por el pueblo, si no a la distancia. Hay gente que siguió teniendo una vida un poco más normal. No hubo matanzas y batallas en todas las aldeas y pueblos de España. Eso también es parte de la Guerra Civil. Gente

que vive y sobrevive y no es parte de la tragedia, no son protagonistas.

¿A cuántas personas has retratado?

Entrevisté y retraté a unas 60 personas. Me había puesto el objetivo de 100, pero fue muy ambicioso. Cuando llegué a los 50, sentí que estaba repitiendo patrones, que estaba perdiendo el duende. Esa emoción. Pero decidí hacer un poco más.

¿Sigues buscando abuelos y abuelas para retratar?

No, este proyecto se terminó en 2017. Cuando me cruzo con un viejito ya no le propongo participar, me hago otras preguntas, pero ese proyecto ya se ha terminado. Y hay personas que me hablan, me llaman, me escriben, me dicen que conocen a alguno… tengo que agradecerles, pero se ha terminado.

La memoria como denuncia del horror

¿Sigue siendo un tema tabú hablar de lo que pasó en la guerra? ¿Cómo te parece que funciona la memoria en estos casos? Entre lo que quiero recordar, lo que quiero contar, aquello que quiero borrar o guardar…

Antonio Alaiz © Luís Areñas

No sé cómo funciona tu memoria, pero la suya… necesitaban contar. Para mí, todos estos combatientes están traumatizados. Tras vivir una tragedia así, no puedes ser el mismo. Esa memoria, tanto porque habían sido testigos o protagonistas, era importante porque estaban al final de sus días. Creo que cuando estás al final de tu vida y te hacen preguntas, hablas. Y dijeron cosas que no habían dicho en 80 años. Es lo que pasó en muchos casos. Los familiares escuchaban en la sala de al lado y se quedaban sorprendidos de algunos relatos. Creo que había una urgencia de hablar. Quienes accedieron a hablar, estaban libres de contarme lo que quisieran porque eran responsables de sus palabras y de su memoria. Algunas veces seguramente algunos habrán extrapolado, cambiado o desvirtuado los recuerdos. Pero la memoria es eso también.

¿Ese es el concepto de memoria que hay detrás de Los últimos?

Es memoria humana. Es lo que nos hace humanos, la memoria. Es la memoria que construye la historia de

un país. La historia se construye con las personas que han protagonizado un acontecimiento. La historia sale de la memoria de alguien. Es historia. Es memoria histórica. Se hace por personas. Es un testimonio que es historia nacional, historia de España. Es un símbolo, esos 44 retratos, todos ellos, todos esos abuelos que eran niños o jóvenes soldados. Es una comunidad pequeña que simboliza mucho de lo que la gran mayoría vivió. ¿Te ayudó a cerrar esa conversación pendiente que tenías con tu abuelo?

En realidad, no cerré. Este proyecto me abrió un campo de pensamiento y de estudio sobre mi familia, mi origen, quién soy, quién era mi abuelo, mi abuela, esta familia. Viví en Francia toda mi vida, tuve poco contacto, salvo los veranos que pasábamos en España. Mis padres tampoco hablaban mucho de esta tragedia. Me ayudó a abrir mi mente sobre la Guerra Civil, mi pasado y mis orígenes. En cualquier cosa que haces, hay algo que sale con el tiempo, con el medio que utilizas para expresarte, hay algo íntimo y personal que aparece. El detonante fue esa carta de mi abuelo que mi madre tenía guardada y nos mostró hace apenas 10 años. Ahí me di cuenta de que en esta familia había algo que no se había contado. Esa muerte, el fusilamiento, el secreto de familia que no se había hablado.

¿Qué dijo tu madre de ese silencio?

Mi madre murió en febrero de 2019, no pudo disfrutar de la exposición. Ya hace tiempo sufría de una enfermedad degenerativa. Pero ella nunca supo dónde habían enterrado a su padre, mi abuelo. No quería saber. Era muy doloroso para ella recordar a su padre. Nunca quiso. Lo hablabas de manera distante, o se cerraba completamente. Hasta diciembre pasado Los últimos se pudo ver en el Instituto Francés de Madrid, y antes fue parte de PhotoEspaña ’19 en Zaragoza. ¿Qué te ha dicho la gente que vio la exposición? ¿Qué reacciones has encontrado?

Varias personas venían a decirme que estaban conmovidos, emocionados, por la imagen, el retrato. Que le recordaba a su abuelo, al final todos los abuelos se parecen… como los bebés, es como volver a una esencia muy universal. Con el documental también, había gente que salía llorando, se acordaba de su abuelo, de su padre. Gente que agradecía oír a esas personas hablar porque les recordaba a sus familiares. A poca gente le ha disgustado ese trabajo. Quizás hay gente que hubiera querido que yo tomara partido en este proyecto. Que fuera un proyecto para denunciar algo. Aquí, mi única denuncia es contra el horror de la guerra. Esa es la esencia del proyecto, denunciar el horror de la guerra a través de los testimonios.

¿Qué efecto quieres provocar en quien ve los retratos de Los últimos?

Pues eso igual hay que preguntárselo al público. Todos somos nietos de estos abuelos, todos somos herederos de una historia que no es tan lejana. Estamos muy sensibles porque en casa se hablaba y todavía se habla de ese tema. Todavía hay abuelos vivos que hablan e hijos que lo han vivido de cerca o han escuchado a sus padres hablar de eso. Es una conversación que está en las familias todavía. No hablo de la dictadura, sino de la Guerra Civil. Es un tema que interesa, no puedes ser indiferente. Seas de una ideología o de otra, te toca de cerca porque tu abuelo estuvo, le tocó sufrir.

Florentino © Luís Areñas

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