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Juana colón, comerío y Archivorural
Por: Ada G. Fuentes Rivera
“Bienvenidos al pueblo de Juana Colón,” decía la pancarta que nos recibía cuando entrábamos al hermoso pueblo de Comerío en los años sesenta y setenta. Al menos, eso recuerdo yo de mis visitas de niña al lugar de Papito y Mamita, de mis abuelos, de mis tías, tíos, primas y primos. Siempre quise investigar esa figura de la cual nadie me contaba quién era. Así que ya muy adulta, compré el libro del maestro Wilson Torres Rosario, titulado, Juana Colón: combatiente en el tabacal puertorriqueño (2011). Lo descubrí en el Primer Congreso de Afrodescendencia (2015), celebrado en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y organizado por mi colega Marielba Torres.
Por ese interés en Juana y en Comerío, me gocé la lectura que hiciera del libro de Vanessa Vilches Norat, Archivo rural, de reciente publicación (Editora Educación Emergente, 2022). El libro inicia con la muerte del padre para luego poblarse de tabaqueras. “Nada contra el olvido” se titula el primer relato. La voz narrativa intenta reconstruir la imagen paterna a partir de la investigación de archivo y de las diferentes voces femeninas que pueblan su casa (es decir, cómo es un padre diferente para cada hija). La riqueza de las diferentes miradas compone una imagen tierna de Don Rafa a pesar de la dureza con que la voz narrativa comienza. Hay una búsqueda escritural para entender con profundidad quién era ese personaje y contextualizarlo en la precaria situación económica y social comerieña de la cual procedió. Así, por medio de la investigación, la escritura y el cambio en el tono de la voz narrativa, la figura del padre logra reivindicarse. Su representación emana ternura. La foto de los abuelos y las nietas que se describe en la narración es muestra de ello (60). Pero no perdamos de perspectiva que el inicio de la colección de relatos, con la muerte del padre como metáfora de lo patriarcal y del discurso del poder que permea la escritura de la “Historia,” es significativa. El texto de Vilches se inscribe a contracorriente desde el inicio, es decir, narrará desde el margen, desde lo invisibilizado por esa historia autoritaria.
Me gocé mucho ese primer cuento, sobre todo y en un primer plano, por los referentes (pues cuentan también parte de mi historia familiar) y por la representación de la figura paterna a pesar de la rabia y el desencuentro. Me conmueve la historia de Don Rafa porque es parecida a la de mamita. La finca en la urbanización bayamonesa, los cultivos, el amor por la naturaleza, la pobreza, el vínculo con el tabaco, los viajes dominicales a Comerío y la maravilla infantil ante la represa; Río Hondo y Palomas, la Vuelta del 2, el cementerio, los mareos en las curvas de la PR #167 a la PR #156, las reuniones alrededor de las comidas, el empeño feroz de esos seres a pesar de la precariedad y el silencio ante el dolor. Esa es gran parte de la historia de nuestras ancestras.
Paralelamente, otros elementos me cautivaron: las diferentes miradas sobre el padre y la investigación que implica la búsqueda de archivos. Escrito en fragmentos como la memoria misma, propone la investigación histórica como arma central para resistir, y conjuntamente, la imposibilidad de las certezas en las historias (familiares y nacionales). Rastrear los orígenes y problematizarlos es historiar, sugiere la voz narrativa: “Acomodar a todos los miembros de una familia en un carro, como en una mesa, implica repasar y retar las jerarquías” (19). También, historiar es viajar; y escribir, una apropiación: “Ya no lo diré más, no hará falta que lo repita, para qué: todas esas palabras me pertenecen. Todos estos recuerdos me los he apropiado. Esto será un tránsito lenguajero, una ecuación de sentires: a mayor palabra, menos residuo” (29). Pero la escritura también es reconocimiento (55) y reparación (45). “Nada contra el olvido” es un relato que se construye a partir de tres líneas entrelazadas apretadamente: la de los referentes históricos comerieños, la de la muerte del padre y la de las concepciones sobre la escritura.
En la segunda parte del libro, el cuento “Nada es para siempre” inscribe al pueblo de Comerío en la tradición tabaquera, una de lucha, valentía, fuerza, de trabajadoras incansables y, además, en la herencia afrodescendiente invisibilizada con el mito de que los pueblos del interior son predominantemente “blancos:” “Nada es para siempre. Lo dice ella que nació para ser fuerte. Cuando el pueblo no era más que un hato de esclavos y aún se llamaba Sabana del Palmar, su familia pertenecía a otros. Luego, como agregados de los Colón, le sembraban la finca de Río Hondo por un pedazo de tierra para cultivar la yuca y el plátano diarios” (81). Juana Colón es el personaje que Saturnina, la abuela tabaquera, describe y admira. Juana es una trabajadora negra socialista, vinculada con los tabaqueros. Es organizadora, lavandera y planchadora, curandera, amiga, solidaria, oradora y madre. Personifica la esperanza de cambio y la fuerza misma. Además, Juana “encarna” el orgullo pueblerino que se da a partir del cultivo del mejor tabaco: “No hay hoja como la nuestra, murmura…” (76). El relato incorpora, además, no sólo el elemento de “raza,” sino el aspecto de las diferencias de clase (y privilegios o acceso a la educación formal y escritura) en la lucha de las trabajadoras, fundamental en la mirada anticapitalista: “Se salieron con la suya, Nina, las sufragistas no nos incluyeron, nos sacaron de la negociación. Para las elecciones del 32, solo votarán las alfabetizadas” (76-77). Entonces, podemos decir que la escritura también es capaz de sugerir vías para la lucha nacional feminista a partir del (re) conocimiento de la historia.
“La serpiente plateada” funciona de manera similar a la imagen de la chágara en “La muñeca menor” de Rosario Ferré, aunque da un cambio radical para marcar la evolución del sujeto femenino en la literatura puertorriqueña contemporánea. En el cuento de Ferré, la chágara –o camarón de agua dulce– representa tanto la inmovilidad de la tía (es decir, asumir la posición asignada socialmente al sujeto femenino a fines de la era cañera en Puerto Rico), como la oportunidad de la venganza hacia el sector profesional-oportunista emergente. En “La muñeca menor,” la tía aparentemente acepta la posición social asignada, pero va tejiendo silenciosamente su desquite a través de la muñeca de su sobrina menor y, también, de la chágara que la confinó a un sillón. En “La serpiente plateada,” sin embargo, la joven madre tabaquera (Nina) decide abiertamente dar el cambio. La quebrada es la imagen que simboliza el desvío, es el espacio intermedio entre el tabaco (trabajo asalariado de miseria) y la casa (espacio doméstico opresivo). Dice la voz narrativa: “La serpiente plateada le muerde el tobillo. Incapaz de adivinar que la historia no hace justicia a las vidas, que será un borrón en un archivo, una edad mal calculada, un nombre que dejará de pronunciarse, la joven renuncia al camino de la quebrada y desafía al destino” (91).
La serpiente plateada constituye también la zona montañosa del Plata, la cual queda históricamente transformada por las historias no sólo del tabaco, sino también por aquellas de las tabaqueras negras. La historia familiar de todas nosotras se reescribe a partir de esos secretos que nunca se explicaron. Noten que aquí también hay un vínculo con la tradición textual de las escritoras de los años setenta en Puerto Rico, para darle continuidad y también para reescribirla. Pensemos, por ejemplo, en La familia de todos nosotros de Magali García Ramis.
Por otro lado, “La quietud de tu cuerpo” ironiza el trabajo y las concepciones ideológico-religiosas del embalsamador Robert Ehret ante las creencias de la gente del pueblo representadas por la madre de Ramón. Ramón, el hermano de Aleida –ya muerta– sirve para ilustrarlo cuando se niega al consuelo de Míster Bob y expresa lo siguiente: “Pero el dolor no tiene orden, Míster Bob. No sé qué hacer con tanto amor” (98). A pesar de su supuesta religiosidad y conversión, Ramón se encuentra angustiado con la muerte de su hermana y sabe que el proceso de embalsamar estará en tensión con las ideas de su madre y con su propio “dolor.” Veamos: “Te arroparé con el manto de terciopelo rojo en lo que llega Míster Bob con el ataúd. Así parecerá que duermes, Aleida. Vamos a honrarte como mereces, sin supersticiones. Hay que erradicar la ignorancia. La ciencia al servicio del espíritu, así dicen los médicos de la unidad. Lo difícil será convencer a madre que no querrá que él toque tu cuerpo frío. No entiende que embalsamar es una ciencia …” (97).
“Las jugadoras” inscribe la historia familiar comerieña en tres tradiciones: la del tabaco, la de las trabajadoras y la del sujeto femenino. No bastan la voluntad y la fe en sí misma, como sugiere la sabiduría de la abuela, para lograr los sueños o una movilidad social significativa, sino que el proceso es mucho más complejo. Es como el juego de las briscas; hay que saber tirar las barajas apropiadas en su momento. Gana quien más puntuación tenga. Por eso, a partir del entrelazamiento entre la conversación y el juego entre la abuela y su nieta, el texto parece privilegiar la sabiduría ancestral femenina, el trabajo arduo en el tabacal, y el ser contestataria a pesar de la posición social asignada por género. Ante el relato que le hace la nieta a su abuela sobre la necesidad de uniformes para jugar pelota en la película, la abuela responde con un “Unjú” que marca su desconfianza en la propuesta de los productores. Además, al igual que la nieta quería participar en la película que filmaban en el pueblo y no se lo permitían por la mirada patriarcal de los productores sobre quiénes debían ser los peloteros, así mismo el trabajo de las tabaqueras fue silenciado en la historia puertorriqueña, nos sugiere el texto.
En el cuento final, titulado “Toda luz,” la nieta de la tabaquera jugadora de briscas toma protagonismo para ilustrarnos la fuerza femenina que intentan opacar a partir de la selección de los participantes en Los peloteros a principios ya de los años cincuenta. Su maestra Nereida intercambia una mirada cómplice con la niña al terminar la proyección de la película porque reconoce que ese ímpetu no será anulado por la mirada de los productores. La mirada foránea y limitante prevaleció en la producción y en la representación del pueblo, parece decir el relato. No reconocieron la riqueza del pueblo tabaquero; no reconocieron la fuerza femenina que lo distingue. Vieron, pero no miraron, como dice Berger. Es Nereida, la maestra, quien internaliza que esa deliciosa fruta en lo alto del árbol será, sin duda, recogida por Luz. Por eso es Nereida quien, también con su fuerza magisterial y su óptica liberadora, reescribe la figura de la maestra (Isabelita Pirinpín) en los Cuentos para fomentar el turismo de Emilio S. Belaval. Pirinpín, con su mirada colonizadora y reformista, llegó a uno de los pueblos de Puerto Rico para “enseñarles” a sus estudiantes cómo podían ser “buenos ciudadanos norteamericanos;” en cambio, Nereida no sólo reconoce que la enseñanza es un diálogo continuo, sino que identifica la fuerza estudiantil y entra en complicidad con ésta. Sabe que con su desafío cambiará el rumbo de lo planeado. Lo anterior constituye otro de los diálogos de este texto con la cuentística puertorriqueña previa.
Archivo rural reescribe la historia comerieña de la era tabaquera desde sus principales actoras, las despalilladoras (y algunas descendientes, claro está), mujeres negras que elaboraban el trabajo más delicado y creativo del proceso. Para consignarlo, veamos una cita del texto cuando Saturnina le explica a Virginia, joven que se inicia en el despalillado, el trabajo delicado de la hoja:
Coges la gavilla. La azotas contra la palma de la mano para sacudirla un poco antes de despalillar. La sueltas. Coges una hoja. La vas abriendo con mucho cuidado. Fíjate en el palote, ese será el hilo de tu vida. Lo agarras con los dientes y lo vas jalando suavemente, pero con firmeza, sin romper la hoja. Es importante que le dejes la parte más fina del palote para que no se divida. Ese palote tiene que quedar limpiecito, o te llamarán la atención. Luego, extiendes bien la hoja, la planchas con tus manos y la colocas en el libro que está en la tabla. La revisadora vendrá varias veces a examinar lo que haces. Repasará tus palotes, que no les quede nada. Luego a la tarde, cuando termines la jornada, llevas tu tabla y haremos la fila para el pesaje. (84-85)
Para finalizar, debo mencionar tres posibles vías de lectura del texto: por un lado, la narrativa del tabaco desde sus verdaderas protagonistas; por otro, la inserción en la tradición de la cuentística puertorriqueña y a la par, su reescritura; y finalmente, la investigación histórica y el rastreo de los orígenes problematizados como armas centrales para resistir. Comerío, sin duda, es el signo fundamental para lograrlo.
Textos mencionados
Belaval, Emilio S. “Conversión de la maestrita rural Isabelita Pirinpín.” Cuentos para fomentar el turismo. https://ciudadseva.com/texto/conversion-de-la-maestrita-rural-isabelita-pirinp1n/
Berger, John. Ways of Seeing. Penguin Books, 1972.
Ferré, Rosario. “La muñeca menor.” Antología de textos literarios. Eds. Carlos Alberty et al. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1994.
García Ramis, Magali. La familia de todos nosotros Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1976.
“Los peloteros.” Dir. Jack Delano. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1951. https://www.bing.com/ videos/search?q=los+peloteros+pelicula+puerto+rico
Torres-Rosario, Wilson. Juana Colón: combatiente en el tabacal puertorriqueño. Comerío, PR, 2011. Vilches Norat, Vanessa. Archivo rural. Editora Educación Emergente, 2022.