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DISCALCULIA
hasta luego chaval. A menudo le dejaba mi padre una bolsa con una botella de vino, un par de latas de espárragos, juraría que alguna revista guarra.
A Juanjo el carpintero le visitábamos mi padre y yo más veces de las que necesitábamos puertas, o rodapiés, o chapuzas de carpintero, eso seguro. Íbamos a verle a su bajera en la Rocha, y siempre le encontrábamos sentado en una silla, con la pierna izquierda en alto, apoyada en otra silla. En la pierna mala Juanjo tenía una llaga profundísima, una herida que no cerraba nunca y siempre estaba ahí, como un agujero negro, como un portal abierto a una dimensión tan dolorosa que sospecho que era esa la verdadera razón por la que íbamos a verle.
Luego ya, Leroy Merlin. Luego ya, Ikea. Luego, Amazon. Luego, todo eso. Yo también los uso, sus puertas y sus rodapiés son estupendos. Abren, cierran, hacen lo que sea que hacen los rodapiés. Funcionan bien y son baratos. No tienes que aparcar en la Rocha, ni buscar una botella de tinto bueno pero tampoco muy caro, ni aguantar a la cría pelma diciendo que se aburre. No tienes que cruzar, si no quieres, ni una sola palabra con nadie, hasta que llegan tus puertas y tus rodapiés oliendo a nuevos encima de los hombros de dos muchachos, hola, adiós, gracias, ya lo siento que me pillas sin nada suelto.
por HELEN ÁGREDA WILES
Mi padre siempre entraba echándole la bronca, Juanjo, cabrón, cuándo te vas a cambiar de bajera que aquí no hay dios que aparque, y yo sonreía avergonzada, esperando nerviosilla la réplica que Juanjo prefería dirigirme siempre a mí, algo así como dile a tu padre que se vaya a tomar por culo, anda. No recuerdo haber preguntado, haberme preguntado, qué le había perforado la espinilla a Juanjo. Los perros hacían guau, los grillos cricrí, y Juanjo tenía un boquete en la pierna; fin. Mi padre y Juanjo hablaban de todo, de nada, de lo que fuera, hasta que yo me aburría más de tres veces y forzaba la retirada, alegando mareo por fuerte olor a serrín, que cómo iba a fallar con quien tantos vómitos míos había quitado de la tapicería del coche. Hala Juanjo,
Lo último que supe de Juanjo es que unas monjas le habían conseguido las medidas de una pirámide cuyo vértice generaba una onda energética curativa y, habiéndose fabricado él una con la exactitud propia de un carpintero a punto de jubilarse, andaba maravillado con los resultados que iba obteniendo solo con colocar la pierna entre el cacharro y la silla. No sé qué fue de Juanjo, o si sigue habiendo Juanjo, ni en la Rocha ni en ningún otro lugar. Espero que se cerrara el agujero antes de que le enterraran a él en otro. Quizá se fuera a vivir con las monjas. Quizá hagan magdalenas con las manos y compren rosarios por Aliexpress.