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La construcción de la psicosis femenina en el cuento “El caso de Pepa” de Francisco del
Valle Atiles
Sofía González-Rivera
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Téte de femme
Paul Cézanne
Aguafuerte / aguatinta. siglo 19
Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña
La obra literaria de los médicos en Puerto Rico durante el siglo XIX es un valioso recurso para estudiar las discursividades de esta clase profesional. Como se sabe, en esa centuria, la libertad de expresión en el país estaba coartada por la censura. Las reminiscencias de las pasadas insurrecciones en las antiguas colonias y la aprehensión de la metrópoli a perder los pocos territorios que aún conservaba en las Antillas la endureció. La ley de imprenta de 1879, por ejemplo, vedaba las publicaciones que cuestionaran la reputación de la Iglesia, la Corona y las instituciones gubernamentales (Cortes Zavala y Flores Padilla 152). No obstante, muchos intelectuales vieron en la literatura una herramienta que les permitía capotear la censura para plasmar y difundir sus ideas e intereses. Los artificios literarios resultaban idóneos para tales propósitos (Rodríguez León 35-36). “Los sabios y locos en mi cuarto” de Manuel Alonso es una referencia concreta de una narrativa de ficción en el siglo XIX en la cual a través de los personajes se filtran las posturas políticas y médicas del autor.
“El caso de Pepa” e Inocencia de Francisco del Valle Atiles, Una Plaga Social, la Plegaria de una Virgen de Jesús Amadeo Antommarchi son una colección de relatos escritos por galenos donde a través de los personajes igualmente se revelan las inquietudes y las preocupaciones sociales y sanitarias de los escritores.
Ante la escasez de fondos archivísticos relacionados a la historia de las enfermedades mentales en Puerto Rico durante el periodo que nos ocupa, evaluar con la debida metodología este tipo relato es una gestión obligada para el historiador. Descartarlos es dejar a un lado la riqueza de textos no tan tradicionales, pero muy provechosos en la reconstrucción del pasado. No somos ajenos a los intensos debates sobre la utilización de la literatura como fuente histórica. Sin embargo, a nuestro entender, los argumentos a favor de su uso tienen el suficiente peso para que sea considerada como una valiosa fuente de la que puede servirse el investigador. Como aquilata Lucien Febvre en su clásico Combates por la Historia, poner los ojos en todos los textos, recurrir a otras disciplinas en la recuperación del pasado son faenas que acarrean buenos dividendos para el historiador. Dice Febvre:
Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio … También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamientos y de acción en potencia… (29-30)
Esta son las razones que nos llevan a examinar la construcción de la locura femenina decimonónica utilizando el cuento “El Caso de Pepa” de Francisco del Valle Atiles. Como es de suponer, no nos acercamos a la trama como un facsímil del pasado, aunque sospechemos de la existencia de una conexión entre la práctica médica del autor y su narrativa literaria. En este artículo nos damos a la tarea de enlazar la ficción con los hallazgos recuperados de fuentes archivísticas en investigaciones propias y ajenas para referir las correspondencias mutuas que se dan.
Mentalidad médica sobre la locura en “El caso de Pepa”
“El caso de Pepa” se encuentra en el volumen correspondiente al 1891-93 de la Revista Puertorriqueña. Este espacio literario aglutinaba la élite intelectual del país y servía de vehículo para divulgar su agenda política liberal y sus intereses de clase (Cortes Zavala y Flores Padilla 151). Contrario a los textos literarios pertenecientes al subgénero científico, el que nos ocupa no parece destinado a trasmitir nociones médicas a personas fuera del gremio de galenos. De hecho, en la sección de crítica literaria de la Revista Puertorriqueña, el cuento es objeto de comentarios nada halagadores. El pintor y crítico valenciano Leopoldo García Ramón, quien tenía a cargo esta sección, lo calificó como una narrativa que solo podía despertar interés en la clase médica. Independientemente de sus méritos estéticos, los cuales no vamos a estudiar en este artículo, el cuento retrata nociones arraigadas en el discurso médico del lapso sobre la locura femenina. El autor se circunscribe a las mentalidades médicas de su época. No recurre al juicio clínico de otro tiempo como ardid literario. En ese sentido, como afirma Enriqueta Vila Vilar, el texto perteneciente al género de la ficción “manifiesta unas creencias, unas mentalidades ante las cuales el escritor toma partido bien directamente o bien a través de los personajes” (12).
De tal forma, en el último fragmento del cuento el autor “incorpora” una parte del informe médico ficticio de la protagonista. Esta estrategia cumple con la tarea de posicionar a la ciencia. Es el alienista quien se erige como poseedor de un conocimiento del cual carecen los otros personajes. Amparándose en el discurso científico vigente, es un galeno quien cataloga el comportamiento de la protagonista, esclareciendo las interrogantes sobre su vida y su muerte. Este escenario literario reviste de significación si apuntamos hacia los álgidos reclamos de la clase médica puertorriqueña en contra de los acercamientos religiosos y folclóricos en el tratamiento de las enfermedades mentales, así como su lucha por unas mejores condiciones para los facultativos que ejercían la psiquiatría.
Del Valle Atiles recurre al género epistolar para desarrollar su relato. A través de las cartas que envía a su madre, Pepa hace partícipe al lector de sus angustias, síntomas psicóticos (alucinaciones y delirios) y tratamientos. Pepa es una mujer que vive una irreparable fatalidad: locura producto de la degeneración familiar. “Un ser degenerado”, registra uno de los médicos del cuento en su informe, “que padeció el delirio de persecución” (157). La teoría de la degeneración, uno de los enfoques dominantes en la psiquiatría francesa con buen arraigo en la psiquiatría española (Plumed Domingo y Rojo Moreno 989), despertó interés en la clase médica local. Aunque originalmente tuvo un mayor despliegue en el escenario jurídicoforense, eventualmente su uso se extendió a los escenarios clínicos (Plumed Domingo y Rojo Moreno 990) como el que el autor intenta recrear en el cuento. En términos generales, los partidarios de la teoría planteaban que las enfermedades mentales se transmiten de padres a hijos. La herencia sellaba el destino. En el árbol genealógico de un degenerado abundaban los neurasténicos, las histéricas, los idiotas y alcohólicos (Porter 145). La herencia degenerada de la protagonista se constata en una de las cartas dirigida a la madre en donde se revelan los síntomas neuróticos del padre.
¡Qué mal rato nos hizo pasar papá cuando aquella noche, en medio de una pesadilla, salió corriendo hacia la calle medio desnudo! La verdad es que era algo quisquilloso y muy impaciente, y que en sus arrebatos hacía locuras; tengo presente cierta ocasión en que tan solo porque retardaste la hora de la comida, gritó, pateo, rompió la vajilla y luego lloró… (Del Valle Atiles 140)
La “tara” se prolonga en la descendencia. El deterioro acumulativo propio de las familias que han degenerado lo hallamos en el hijo de la protagonista y posteriormente en la muerte prematura de ésta por encefalitis secundaria. Para del Valle Atiles, la locura era una enfermedad del cuerpo. Congruente con este pensamiento organicista dominante en este momento, la herencia de Pepa la predispuso a una inflamación cerebral que terminó ocasionándole la muerte. Cónsono con este paradigma, alteraciones fisiológicas debieron provocar una debilidad extrema en el sistema nervioso de la enferma. Esta decadencia en el sistema nervioso eventualmente produjo las lesiones cerebrales que trastocaron sus facultades mentales. Sobre las convulsiones que desencadenaron en la muerte de su hijo Pepa narra en una de sus cartas:
Tu recordarás muy bien que a nuestro padre de nada le valieron tantas recetas, y … viste como murió mi pobre hijito, mi único hijo, en medio de convulsiones espantosas, sin que la ciencia lograse salvarle. (Del Valle Atiles 145)
A pesar de la gravedad de sus síntomas la protagonista no es encerrada en un manicomio. Acorde con lo que se estilaba entre los miembros de las clases acomodadas en el país, Pepa recibe su tratamiento en el hogar. De esta suerte, la ficción vuelve a aproximarse al contexto real. La población atendida en el Manicomio Insular en la isla pertenecía a las capas sociales desventajadas económicamente. La legislación vigente y las pésimas condiciones de ese establecimiento llevaba a las familias ricas a costear servicios privados o a enviar a instituciones en el extranjero a sus miembros con afecciones mentales. En el semanario de higiene, La Salud, del cual Francisco del Valle Atiles era uno de los redactores se llama la atención sobre este asunto. Refiriéndose al Manicomio Insular se afirma: “Nótese carencia absoluta de baños, de jardines, de campos cultivables, de departamentos para pudientes, de habitaciones de paredes acolchonadas, de enfermerías dispuestas … y tantas otras necesidades de un manicomio bien montado” (242). En el caso de la protagonista es el esposo quien tiene el poder de gestión de ingreso al manicomio y quien decide que ésta recibirá el tratamiento en el hogar. A tono con el tratamiento moral, la farmacopea de la época y la clase social de la enferma, el galeno recomendó paseos, distracciones y bromuro para tratar la psicosis. Este último, era un medicamento de rutina utilizado como sedante y anticonvulsivo a finales del siglo XIX.
La lectura y la escritura fueron desaconsejadas. Sobre este punto escribe la protagonista en una de sus cartas, “Ahora [a mi esposo] le ha dado la manía de que no conviene a mi naturaleza, la lectura, ni la escritura…” (149). Estas líneas nos traen a la memoria un consejo análogo provisto por uno de los personajes de la novela “El Monstruo” (1879) de Manuel Zeno Gandía. Cierto tipo de lectura, afirmaba el personaje de Zeno Gandía (20-21), pueden causar monomanía (locura) en las mujeres embarazadas. Por ese motivo, “voy hacer una recomendación. Es mejor que no enseñemos este libro a nuestras esposas … ya sabes cuán delicado y vidrioso es en este estado la mujer.” Conjeturas de esta índole se barajaban en los textos médicos sobre la locura desde los albores del siglo XIX. En su libro Filosofía de la locura (1791) el francés Joseph Daquin recalcó que “cierto tipo de lectura podía causar locura en las mujeres”, cuyo “cerebro tan tierno… se excita con facilidad” (137). Los médicos españoles Baltasar de Vigueras, Pedro Felipe Monlau y Ángel Pulido en sus obras La fisiología y patología de la mujer (1827), Higiene del matrimonio (1865) y Bosquejos médico-sociales para la mujer (1876) respectivamente exponen ideas similares (García Suarez 67-71). Pulido llegó a establecer los criterios distintivos de “una lectura buena y apropiada”. Estas debían promover “la moderación”, “no excitar demasiado el espíritu” e “ilustrar con sabias máximas”. Desde su punto de vista, muchas novelas transgredían estos preceptos provocando trastornos orgánicos en las mujeres. (Pulido 51-52)
En principio, para la psiquiatría decimonónica la psiquis femenina estaba regida por su sexo. Este era el responsable de una mayor predisposición hacia las enfermedades mentales. “El sexo escribiría el afamado y citado localmente alienista Henry Maudsley es más hondo que la cultura” (citado en Diéguez Gómez 651). La menstruación agudizaba los síntomas de Pepa. Esta se quejaba por “algo anómalo en su organismo… por ver y sentir tantas cosas extrañas que me hacen sufrir; sobre todo cuando se acerca esa época periódica tan molesta para nuestro sexo, me siento agitada, inquieta … experimento vértigos y pasan por mi cabeza ideas raras” (148). Desde esta óptica, Pepa era víctima de su biología. Su “esencia femenina” fijaba su condición al interior de la psiquiatría, la define, subordina y estigmatiza.
La exacerbación de las manifestaciones psicóticas de la protagonista durante la menorrea no sorprende. Para algunos psiquiatras europeos la menstruación interrumpía el funcionamiento normal del cerebro femenino (Showalter 75). Se le vinculó a la “manía aguda” (Ortega Ruiz 218) e “irresponsabilidad mental” (Diéguez Gómez 646). Al interior de la psiquiatría algunos presuponían que las mujeres cuyas perturbaciones mentales estaban ligadas a la menstruación eran peligrosas y debían ser custodiadas (Diéguez Gómez 646). Al igual que en otros países occidentales, fue en los procesos fisiológicos femeninos, — menstruación, cambios funcionales antes, durante y después del parto—, donde los médicos locales nuclearon el origen de la locura para muchas mujeres. En Puerto Rico, el periodo menstrual fue tomado en consideración por médicos forenses en el momento de evaluar algunas inculpadas por delitos violentos (González 136). Pepa empezó a transformarse en un ser insumiso, sobresaltado, pertinaz, pendenciero y desafiante ante el médico.
La relación médico paciente retratada en el “Caso de Pepa” patentiza una incuestionable inequidad por género como resultado del desigual acceso a las esferas de poder en la sociedad patriarcal. Téngase presente que en el Puerto Rico del siglo XIX la medicina era un campo exclusivamente masculino. Habrá que esperar hasta los inicios del siglo XX para ver las primeras médicas puertorriqueñas (Barceló Miller 61). Las preguntas que el galeno le formulaba a Pepa la inquietaban al grado de la mortificación.
Ha llegado, —escribiría Pepa a su madre—, a provocar declaraciones acerca de actos que sólo deben conocer los esposos, y yo he sido bastante imbécil (tengo coraje conmigo misma) para contestar a sus indiscreciones… Sí, le he contestado que en ciertas ocasiones experimento alfilerazos en el bajo vientre. ¿Qué le importa a este médico tanto detalle? (Del Valle Atiles 145).
Los comentarios de la paciente sobre la evaluación clínica sugieren que el alienista del cuento comulgaba con las teorías vigentes sobre el influjo del útero en la vida psíquica de las mujeres. Como diría el reconocido médico español Arturo Galcerán era obligado “la exploración de este órgano para llegar al diagnóstico de cualquier vesania (locura)” (citado en Diéguez Gómez 645).
Psiquiatría e higiene: La policía médica
Interesantemente, las alucinaciones de Pepa guardan cierto paralelismo con una descripción del departamento de mujeres del manicomio insular publicada en 1883. Con el fin de divulgar las condiciones del Asilo-Manicomio de la capital, los doctores Calixto Romero Cantero y José Gómez Brioso, junto a Francisco del Valle Atiles realizaron un recorrido por la institución. Los acompañó el director del establecimiento, Manuel Alonso. Los detalles publicados sobre los departamentos de varones y acogidos se limitaron a las facilidades físicas y el mobiliario. No obstante, los pormenores del departamento de locas incluyeron algunas singularidades del comportamiento de las internas. En los renglones publicados en La Salud se subrayaron sus bailes “carentes inocencia” y “faltos de la pulcritud propia de las mujeres respetuosas de la moral”. Romero Cantero, Gómez Brioso y el propio del Valle Atiles contemplaron espantados “la exótica fiesta” que celebraban aquellas que carecen de razón.
Ya estamos en el departamento de mujeres…Hiere nuestros oídos ruido de voces entre bulliciosas y desordenadas… es que algunas locas cantan alegre danza, mientras otras bailan: aquel canto y aquel baile en el que no se encuentra ni la inocencia del niño, ni la pulcritud de una sociedad respetuosa con la moral … En aquella fiesta, en aquella tonada, nos conmueve algo exótico que nos causa penosa sensación, y … espanta su aparente dicha y nos apesadumbra su estado, y nos amargan sus alegrías porque no las comprendemos. (Del Valle Atiles, et al. 228-229)
Es en este contexto, que el contenido erótico de las alucinaciones de Pepa no nos parece una selección fortuita por parte del autor. Mas bien, creemos que es el producto de la articulación entre la psicopatología, la higiene y la construcción de la sexualidad femenina en el siglo XIX. No con poca frecuencia, el elemento erótico se vinculó a la locura femenina. En los textos médicos decimonónicos la sexualidad desbocada aparece repetidamente como indicio de la demencia en la mujer (Showalter 74). En sus alucinaciones Pepa se transforma en una de las “mujeres obscenas” que la “visitan” durante la noche.
Abrí los ojos y vi que me iba en traje de dormir con aquella partida de tías, y que bailaba como ellas… ¡como ellas también hacía obscenidades… Segura estoy de que ella vela también, esperando la ocasión en que, rendida en el sueño, pueda volver a penetrar en mi…pero no lo ha de lograr … Viene desgreñada, sucia, infecta de sus asquerosas correrías con los otros y, no obstante, el parecido a mi es exacto …. Cuando me miro al espejo me figuro que soy ella. Llegó sonriendo, pero con una sonrisa brutal, de lubricidad insaciable y borracha ... (Del Valle Atiles 153-154)
Al mismo tiempo, Pepa manifestaba sentir olores desagradables que ciertamente no estaban en su entorno. Un fuerte olor a marisco proveniente del cuerpo del alienista invadía la estancia con una “perversa intención” (150). Este inusitado olor y las obscenas visiones alucinatorias formaron parte de los estados psicóticos experimentados por el personaje. Tomemos como ejemplo el siguiente episodio:
Los otros se acercaban más cada vez, los conté, eran siete, tres mujeres y cuatro hombres…y todos reían, reían y me hacían señas de que callase… después una de ellas se acercó a mí por el lado derecho, cerré los ojos y oí que me invitaba a tomar parte en sus diabólicos bailes …. En efecto, todos comenzaron a bailar desenfrenadamente …. Entonces sentí un olor que recordé enseguida… el olor a marisco que traía el doctor en su última visita. Pues para más prueba te diré que el doctor venía entre ellos y bailaba sus danzas lúbricas también. (Del Valle Atiles 152)
Las alucinaciones y la personalidad dual de Pepa servirán de acicate para evocar en el lector todo el ideario higienista del autor. La higiene en el siglo XIX, en Puerto Rico y en otras partes de occidente, iba más allá del aseo personal y de la pulcritud del entorno inmediato. La higiene, también conocida como la “policía médica” (Gutiérrez 229), era todo un “corpus” de comportamiento; una serie de preceptos de las ciencias recomendadas para la obtención de la salud individual y colectiva. El respaldo de la clase médica a las prácticas higienistas estaba atado no solo a la salubridad sino, además, a un código moral que se consideraba propio de la civilización y el progreso (Duprey 62). La higiene abarcaba desde la sana alimentación, la vestimenta, el ejercicio, el clima, los baños, el sueño, el reposo, las diversiones, el agua y el trabajo. Para las mujeres en específico, las lecturas apropiadas, los trajes de fiesta, los cosméticos y la forma de bailar. Tómese como referencia el siguiente fragmento:
El baile es un ejercicio provechoso... sólo a condición de que se obedecieran ciertas reglas… que el baile no se prolongue muchas horas… que no haya aglomeración de personas para que todas puedan respirar cómodamente... que no se usen vestidos apretados y que no se baile seguido mucho rato y sin descansar... Las señoras deben abstenerse también durante la época periódica en que su sexualidad se manifiesta más distintamente. (Del Valle Atiles 28-29)
Desde el punto de vista médico-higienista, Pepa en su locura vive una lucha entre lo correcto (civilizado) y lo incorrecto (lo irracional, el descontrol). Lo primero representado por los valores de la familia tradicional; lo segundo, por la inmoralidad y el vicio. Para el autor, estos dos últimos eran propios del retroceso social a nivel colectivo y la locura a nivel individual. No debemos perder de perspectiva que la degeneración hereditaria podía proceder de causas orgánicas y sociales (Porter 145). El insoportable olor a marisco y el comportamiento desparpajado de las mujeres, despeinadas, sudorosas, bebidas y mal ataviadas que se le presentan e invitan a Pepa a que las siga, son un claro referente a una actividad sexual desenfrenada y un proceder contrario a las buenas prácticas de la higiene y civilidad.
Algunos acercamientos historiográficos europeos sobre la locura enlazan las posturas médicas expuestas a las luchas emancipadoras femeninas en el siglo XIX que buscaban abrir espacios para las mujeres fuera del ámbito doméstico retando la estructura patriarcal (García Suárez 80). El andamiaje teórico-ideológico de la psiquiatría e higiene decimonónica brindó buenos argumentos a aquellos que deseaban apostar escollos a las aspiraciones de cambios reformistas. Si bien, unas pocas médicas, —fuera del país— intentaban rectificar el pensamiento sexista que asociaba las afecciones mentales con la anatomía y fisiología femenina (Ruiz Somavilla, y Jiménez Lucena 16), no conformaron voces dominantes al interior de las disciplinas. La asimetría entre los géneros favoreció el sesgo en la definición de los parámetros de la normalidad (Ruiz Somavilla, y Jiménez Lucena 15). En su artículo “Alumnas en el internado de los hospitales de París (1871-1910)”, Ruiz Somavilla (170) precisa como premisas de corte esencialistas justificaban la “ineptitud” de las mujeres para estudiar medicina.
Por su parte, Marlene Duprey destaca como la intención de ejercer autoridad sobre los cuerpos de las mujeres en el siglo XIX por parte de médicos e higienistas no estaba distante del interés de preservar la definición hegemónica de familia y controlar la capacidad de éstas para restituir la fuerza laboral (72-73). No podemos obviar que estos debates no le eran ajenos a la clase médica en Puerto Rico, educados en su mayoría en Europa. En el caso particular del autor del cuento en España y Francia (Arana-Soto 436-437). A tono con estas creencias, en su Cartilla de Higiene (1886) encontramos:
La familia es la base de toda organización social. Se funda en la unión conyugal perpetua de una mujer y un hombre, o sea el matrimonio monógamo; único racional y moral…El matrimonio en tesis general, es un estado más higiénico que el celibato… (112)
Consideraciones finales
En síntesis, en el cuento que nos ocupa aparecen caracterizadas nociones sobre la enfermedad mental femenina propias del siglo XIX. Es una mirada “desde adentro”, a través de los lentes de un facultativo que vivió la época en que se desarrolló la narrativa. En ningún momento, hay un cuestionamiento al ejercicio médico, ni se interpela el saber disciplinario. En lugar de ello, se expone un escenario probable, una vivencia que, aunque no podemos aseverar que sea fidedigna de un acontecimiento, si es verosímil. Una joven mujer con psicosis paranoide cuyas alucinaciones la atormentaban y un médico que utilizaba los tratamientos de la época para intentar curarla. No obstante, como diría Mijaíl Bajtín (110) “Todas las palabras tienen el aroma de una profesión”. Este cuento no es la excepción. De esta forma, se subraya el potencial de la lectura de ficción escrita por médicos como un instrumento para reconstruir el pasado de la medicina.
Trabajos citados
Amadeo Antommarchi, Jesús M. Una Plaga Social, la Plegaria de una Virgen. San Juan, 1894.
Arana-Soto, Salvador. Catálogo de Médicos de Puerto Rico de Siglos Pasados. Imprenta de Aldecoa, 1966.
Barceló- Miller, María. “Estrenando Togas: La Profesionalización de las Mujeres en Puerto Rico, 1900-1930.” Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, no. 97, 1987, pp.12- 18.
Bajtín, Mijaíl. Teoría y Estética de la Novela. Taurus, 1989.
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Del Valle Atiles, Francisco. Cartilla de Higiene. San Juan, 1886.
Del Valle Atiles, Francisco. “El Caso de Pepa,” Revista Puertorriqueña V, 1891-1893, pp. 138-157.
Del Valle Atiles, Francisco. Inocencia. San Juan, 1884.
Del Valle Atiles, Francisco, Calixto Romero Cantero y José Gómez Brioso. “Asilo de Beneficencia.” La Salud: Semanario de Higiene al Alcance de Todos, no. 15, dic. 23 1883, pp. 225-229.
Del Valle Atiles, Francisco, Calixto Romero Cantero y José Gómez Brioso. “Asilo de Beneficencia (conclusión).” La Salud: Semanario de Higiene al Alcance de Todos, no.16, dic. 30 1883, pp. 241-245.
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