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Gricel M. Surillo Luna
El Polo Norte desapareció en 1904, lo borraron del mapa. Para revisitar esta comunidad, reflexionar sobre la experiencia de desposesión que sufrieron sus vecinos, resulta muy útil la prensa. Las páginas de la Correspondencia de Puerto Rico, el Boletín Mercantil y La Democracia guardan en sus páginas, hoy disponibles en formato digital, la huella del Polo Norte. En el análisis de las notas periodísticas sobre el Polo Norte busco reconstruir el proceso por el que el país conoció sobre el desalojo de un predio de terreno ocupado por una comunidad de trabajadores humildes para dar paso a la construcción de una estación naval de los Estados Unidos en la parte sureste de la isleta de San Juan. ¿Qué alternativas tuvieron los vecinos? ¿Resistieron al desalojo? ¿Cuál fue su destino?
La estación naval en San Juan
La prensa no reseñó eventos en el Polo Norte hasta el 1904 porque las personas que vivían en la comunidad eran trabajadores comunes y corrientes. La súbita atención mediática surgió porque el gobierno de los Estados Unidos determinó que las tierras en las que estaba enclavada la comunidad el Polo Norte las requerían para construir una estación naval. El proceso para establecer la estación naval lo viabilizó el Congreso de los Estados Unidos que tenía proyectado desarrollar una red de bases navales en Cuba y Puerto Rico de cara al desarrollo de un canal en Nicaragua. En 1901 la Marina de los Estados Unidos hizo un estudio sobre el lugar idóneo para establecer la estación naval en la isla y después de comparar las virtudes y limitaciones de establecerla en Guayanilla, al sur de la isla, o en San Juan concluyeron que la isleta, aunque mas alejada del Canal, ofrecía las mejores condiciones. Estimaron que, en solo tres años, podrían estar listas las instalaciones que requerían, entre otras cosas, la titularidad de la tierra, algo que inicialmente no consideraron un problema ya que por el Tratado de París de 1898 todas las instalaciones militares de España en la isla fueron traspasadas al gobierno federal y las tierras insulares podrían ser traspasadas a la marina por acuerdo de ambas partes. Sin embargo, sí hubo problemas con la titularidad de las tierras porque la base naval en San Juan requería una serie de predios en el barrio Puerta de Tierra que entonces eran tierras públicas insulares en las que, además, vivía una comunidad.
El Comisionado del Interior tenía la responsabilidad de dilucidar la titularidad de la tierra a partir de los registros oficiales, pero el problema era que había personas, en San Juan y en el resto de la isla, reclamando ser los legítimos dueños de tierra pero sin poseer documentos que lo comprobaran. Había que hacer estudios y tomarían tiempo y dinero. El gobierno federal exigió rapidez al Comisionado que requirió la aprobación de un proyecto de ley en el Congreso de los Estados Unidos para autorizar al Presidente a adquirir los terrenos necesarios para construir instalaciones y hospitales militares, faros y cualquier edificio público necesario, aunque luego debía recibir el visto bueno del gobierno insular.
El Presidente de los Estados Unidos Theodore Roosevelt firmó una proclama en junio de 1903 estableciendo que los terrenos para la instalación naval fueran adjudicados al departamento de la marina. El gobernado de Puerto Rico, William H. Hunt, solicitó al presidente una reconsideración ya que reconocía la importancia de establecer la estación naval, sin embargo, al ocupar un predio de terreno de 80 acres en el barrio Puerta de Tierra, la marina estaría obstruyendo el crecimiento urbano y comercial de la ciudad. La marina, por su parte, respondió a la inquietud del gobernador Hunt justificando los usos militares que darían a los predios en Puerta de Tierra, y llegaron a amenazar con detener el proyecto de la estación en San Juan si no les concedían los terrenos en Puerta de Tierra. El asunto quedó resuelto en favor del departamento de la marina y los terrenos obtenidos en Puerta de Tierra fueron reservados para usos navales con la posterior aprobación de la legislatura insular.
Mapa de San Juan
En septiembre de 1904 la marina finalmente a desalojaría a las familias que estaban ocupando parte de los terrenos escogidos para la estación naval, pero antes de hacerlo prefirió que fuese el gobierno local el que hiciera el trabajo. El alcalde de San Juan, Roberto H. Todd, compartió con el periódico La Correspondencia una misiva del Coronel Crane, jefe militar, en la que le solicitaba su colaboración: “creemos que usted puede ayudarnos a persuadir gradualmente a esos habitantes del Polo Norte que ocupan terrenos del Gobierno para que se muden a cualquier otra parte… y respetuosamente suplico nos ayude a este objeto, sabiendo que los medios que usted ponga en práctica serán más suaves y menos bruscos que los nuestros, causando la menor molestia a los habitantes.” El gobernador convocó a los vecinos para informarles la decisión de la marina, pero al publicar la carta en el periódico, el gobernador fue mas allá de cumplir la misión de persuadir a los vecinos del Polo Norte de abandonar el lugar. La carta en la que Coronel Crane dejó claro que la marina podría emplear métodos extremos para expulsa a los residentes del Polo Norte también enviaba un mensaje al país. El interés militar era superior a las necesidades locales, ni hablar de los intereses de una pequeña comunidad de vecinos que vivían en tierras ocupadas sin titularidad. La decisión era final, su ejecución inminente.
Vivir en el Polo Norte
El primer censo de población que realizó el gobierno militar de los Estados Unidos registró en el barrio Puerta de Tierra a unas 5,453 personas. Unos años mas tarde el municipio de San Juan realizó un censo de vecinos, pero el censo no hizo mención del Polo Norte, lo que sí identificó fue una calle llamada el Terraplén. En el censo de 1902, el municipio de San Juan contó a 296 personas viviendo en el Terraplén, la mayoría no había nacido en San Juan y los oficios más comunes de los residentes eran los de jornaleros y lavanderas. Esta comunidad de trabajadores estaba sumida en la pobreza, así lo mostraron los periódicos, por ejemplo, La Democracia reseñó que personas robaban envases de basura para construirse un techo para vivir: “Según hemos podido averiguar, los autores de tales hechos utilizan los referidos envases para hacer casas en el barrio del Terraplén denominado «El Polo Norte»”. Por su parte, el periódico la Correspondencia de Puerto Rico describió el Polo Norte como: “un verdadero pueblo de casuchas apiñadas de construcción varia, desigual, con estrechos callejones. Semeja una barriada de gitanos. Pareciera que aquellas casitas en algunas partes se estrujaran unas contra otras. Viven allí muchos obreros y gente pobre, lavanderas, etc.” Finalmente, el Boletín Mercantil, en una nota de junio de 1904, a pocos meses de la remoción de los residentes del Polo Norte describió el lugar como uno: “bastante mísero, está formado de casuchas que parece que flotan en un fangal, amontonadas, agrupadas, como si huyeran del mar que está muy cerca; y en los días de temporal diríase que va a llevarse arrastrando el grupo de humildes barracas, construidas con pedacitos de maderas, de cajas vacías, de latones y de cuantos desperdicios arroja la ciudad”. Los tres periódicos describen con claridad las condiciones precarias de la vivienda en el Polo Norte. Las familias vivían en suelos cenagosos, en casa construidas con retazos de materiales diversos, sin posesión de titularidad. Su comunidad era el Polo Norte por necesidad económica no por deseo. Sin embargo, ese lugar informal, autogestionado por los vecinos, era el hogar de decenas de familias, era una comunidad y la noticia del desalojo tuvo que ser un duro golpe. La decisión del estado era legal y formaba parte de un proyecto imperialista de los Estados Unidos que trascendía los reclamos de un grupo de vecinos, pero no por ello dejaba de ser inhumano. Al fin y al cabo, no podían exigir indemnización en caso de ser desahuciados, solo podían deshacer sus casas y abandonar el lugar.
¿Qué opciones tuvieron los desalojados del Polo Norte? La marina no les dio opciones y el gobierno insular tampoco. Sin duda, resultaba un problema social dejar sin hogar a cientos de familias. Una posibilidad que se expuso en la prensa era utilizar los terrenos que ubicaban frente a la cárcel municipal, lo que hoy se conoce como el Parque Luis Muñoz Rivera frente al Archivo General de Puerto Rico. Esos terrenos eran suficientemente amplios para albergar a las familias del Polo Norte pero el estado nunca estuvo comprometido con mitigar la perdida que representaba la destrucción de la comunidad. La desidia estatal obligó a los vecinos a organizarse y resistir.
La Correspondencia de Puerto Rico publicó el domingo 12 de septiembre de 1904 una nota en la que le recordaba a los vecinos del Polo Norte que prontamente serían desalojados pero que podrían evitar “métodos bruscos” si salían pronto de los predios. El consejo no era resistir, era abandonar los predios prontamente porque “La ley es dura, pero es ley y así lo determina”. La Correspondencia intentó dejar claro que aunque su recomendación era desalojar el Polo Norte solo buscaban evitar un choque violento, pero su compromiso había estado siempre con “la causa de los habitantes del Polo Norte.” Esa misma tarde del domingo 12 de septiembre del mismo año los vecinos del Polo Norte realizaron una asamblea en la que acordaron reunirse con el alcalde Todd para entregarle una petición firmada por todos los vecinos.
Las mujeres en resistencia
El 15 de septiembre de 1904 el periódico La Democracia publicó que algunas familias estaban derrumbando sus casas para establecerlas en otros lugares. Sin embargo, la mayoría de las familias aguardaban a la respuesta del gobernador a la petición que le habían entregado un grupo de mujeres de la comunidad. Esta iniciativa femenina puede resultar sorpresiva si no fuese porque el periódico La Correspondencia de Puerto Rico publicó meses antes, en julio, que La Federación Libre de Trabajadores estaba organizando a mujeres trabajadoras en el Polo Norte. Las mujeres del Polo Norte, organizadas o no por la Federación, fueron a reunirse con el Gobernador y luego informaron de su gestión a la redacción del periódico La Democracia que publicó algunos nombres de las emisarias. Las líderes comunitarias, mujeres trabajadoras y madres eran:
Angela Boneta, viuda de Castrillón, con hijos
María Salom Viéria, con 3 hijos
Asunción Cárcel, con 6 hijos
Ana Torres, con 5 hijos
Ramona Arzuaga, con 1 hijo
Clemencia Rondón, con 4 hijos
Eugenia Figueroa, con 6 hijos
Amalia Fernández, con 3 hijos
Margarita Rivera, con 5 hijos.
Una semana más tarde La Democracia informa que las mujeres del Polo Norte con sus “niños pobres, casi anémicos” caminaban por las calles de San Juan con una pancarta que tenía escrita la siguiente consigna: “¡Auxilio! Los desamparados del Polo Norte piden auxilio al Honorable Gobernador”. El gobernador no fue capaz de ofrecer asistencia de las mujeres pobres del Polo Norte, fueron desalojadas y su comunidad destruida en aras de la defensa imperial.
Después de los desalojos
¿A dónde fueron a parar los vecinos del Polo Norte? Es difícil saber con completa certeza, pero definitivamente muchos debieron haber ocupado otras tierras públicas, porque su condición económica no les permitía pagar los altos alquileres de los cuartos en Puerta de Tierra y mucho menos vivir al interior de la ciudad amurallada. La Correspondencia publicó que en la barriada La Perla, “ahí trasladaron sus hogares los antiguos vecinos del barrio “Polo Norte” quienes fueron expulsados de allí por el gobierno federal”. Por su parte La Democracia mencionó que los desalojados del Polo Norte continuaron en Puerta de Tierra, no en las tierras al norte de la cárcel como alguna vez fue sugerido, ocuparon las tierras al sur, que eran pantanosas y cercanas a su antigua comunidad: “El barrio de «Salsipuedes» situado detrás de la cárcel de Puerta de Tierra, tendrá que ser desalojado, al igual que ocurrió al extinguido «Polo Norte».
Ya los vecinos han sido advertidos de que muy pronto se les dará la orden de desalojar aquellos terrenos, trasladando sus casas a otro lugar. Igual suerte correrán, según se dice, los vecinos de «Hoyo frío».
Sal si puedes y Hoyo frío, al igual que el Polo Norte, fueron comunidades que surgieron espontáneamente en las orillas del Caño San Antonio, en tierras públicas, pero insulares, no federales. Sin embargo, tan cual menciona el periódico, las familias que vivieron en estas comunidades debieron sentir el temor de algún día ser desalojados de sus hogares como ya había ocurrió en el Polo Norte. Precisamente el Boletín Mercantil en el editorial del 23 de enero de 1906 denunciaba que habían desalojado familias de un barrio llamado El Laberinto compuesto en gran medida por las familias que habían sido previamente desalojadas del Polo Norte. El escrito cuestionaba la complicidad de la legislatura insular que cedió terrenos insulares a la marina aludiendo a que sería en beneficio de la población que encontraría empleos en las obras de construcción de la base. Otro periódico que también cuestionó la situación fue La Democracia: “Va a hacer año y medio que el Departamento de Marina mandó desalojar los terrenos en que estaba enclavado el barrio «Polo Norte», so pretexto de construir en él obras navales, que hasta la fecha no han resultado. Y para esto se echó poco menos que a escopetazos a unas 200 familias que habían levantado en aquellos terrenos sus modestos hogares”. El desalojo del Laberinto era una segunda experiencia de desposesión para quienes ya les habían arrancado de su comunidad en el Polo Norte. La pobreza no les daba alternativa, seguramente irían a una nueva comunidad informal a orillas del caño.
La experiencia del desalojo del Polo Norte muestra múltiples dimensiones de la vida en el Puerto Rico de principios de siglo XX. Primero nos muestra la pobreza urbana que sufrían las clases trabajadoras. La vivienda precaria ilustra las vulnerabilidades que cotidianamente sobrellevaban cientos de familias que vivían en la completa miseria. Lo implacable del poder colonial se presenta muy diáfano al no ofrecer ninguna alternativa a los vecinos de la comunidad y permitir que quedaran en la calle, sin techo. Finalmente llama a la reflexión el que una comunidad como el Polo Norte en 1904 tuviese como su voz de resistencia a mujeres trabajadoras, a madres que junto a sus hijos clamaron por ayuda. Pudieron mantenerse calladas en sus hogares, pero salieron a la calle, fueron a la Fortaleza y lucharon por su derecho a mantener unida a su comunidad.
Ponce 1982 - Fort Lauderdale 2069