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Enfrentar el cambio climático con la biodiversidad
Comprometidos por la supervivencia de la vida
La humanidad enfrenta la peor amenaza de su historia: el cambio climático. Pese a que el Perú contribuye con menos del 1% de los gases de efecto invernadero es uno de los más vulnerables a su impacto. Este país tiene en su biodiversidad y en las culturas tradicionales asociadas con ella una poderosa herramienta para adaptarse al cambio climático. En las manos de los ciudadanos está en buena medida la clave de su eficacia: sus hábitos de consumo son los que harán la diferencia en la próximas décadas.
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Escribe: José Álvarez Alonso. Director general de Diversidad Biológica Ministerio del Ambiente
Hay una fotografía de un campo de papas en el valle del Sondondo, en Ayacucho, que uso con frecuencia en mis presentaciones sobre la importancia de la biodiversidad en el Perú: después de una helada solo se salvaron cuatro surcos sembrados de papas nativas. El resto del campo, de papas híbridas, resultó arrasado. Esta es una de las razones por las que los campesinos andinos se resisten a reemplazar la variedad de papas nativas heredadas de sus antepasados por las híbridas de mayor productividad y mayor tamaño, pero más vulnerables a heladas, sequías y plagas.
En Puno, por ejemplo, a pesar de varias décadas de promoción del cultivo de papas híbridas por parte de las autoridades, más del 95% de la producción sigue siendo de papas nativas. Cuando se les pregunta a los campesinos quechuas y aimaras por qué siguen cultivando sus diminutas papas nativas cuando hay híbridas que producen más, su respuesta suele ser: son más ricas, y la cosecha nunca falla, por más que venga un año malo.
Hay otra fotografía que se hizo famosa durante el fenómeno de El Niño costero en el 2017: es la del barrio El Carmen, en la ciudad de Mocoa, Colombia, que se salvó de un destructivo aluvión gracias a una pequeña reserva de árboles en la cabecera de la cuenca por encima de las casas. En el Perú ocurrió algo parecido en algunos valles costeros: aquellos cuyas cuencas medias y altas estaban cubiertas de vegetación natural en buen estado resultaron mucho menos afectados por las inundaciones y los huaicos de principios del 2017.
Es por eso que hoy se habla de restaurar en el norte del Perú no solo la infraestructura física dañada por las lluvias torrenciales, sino la infraestructura natural: la cobertura vegetal, el bosque en particular, ayudan a proteger los suelos de la erosión y a infiltrar el agua en los acuíferos, y disminuyen el impacto de las inundaciones. Y, por descontado, también reducen la vulnerabilidad frente a la sequía, pues regulan el caudal de las cuencas, reteniendo agua durante la temporada de lluvias, y liberándola luego durante los meses más secos.
Para incentivar la restauración y conservación de esta infraestructura natural el Estado impulsa los Mecanismos de Retribución por los Servicios Ecosistémicos (MERESE), que permiten que los beneficiados por estos servicios (que incluyen regulación y rendimiento hídrico, protección de suelos, etc.), que suelen estar asentados en las cuencas bajas (ciudades, comunidades de regantes, industrias), puedan retribuir a las comunidades campesinas e indígenas que cuidan las cuencas altas.
¿Adaptación? ¿Mitigación?
En los dos casos citados la biodiversidad resultó un factor clave para enfrentar los impactos negativos del calentamiento global, reduciendo la vulnerabilidad y mejorando lo que hoy se denomina “resiliencia” frente a los extremos climáticos: en el primero se trató de biodiversidad cultivada (variedades de papas nativas), en el segundo de biodiversidad silvestre (ecosistemas naturales saludables). Como estos hay muchos ejemplos del valor de la biodiversidad en un escenario de riesgo climático.
No es de extrañar, por tanto, que entre las medidas de adaptación consideradas tanto en la Estrategia Nacional ante el Cambio Climático, como en la Ley Marco sobre Cambio Climático y su reglamento, la gestión de la biodiversidad tenga un rol muy importante. La megabiodiversidad del Perú, que en algún momento se consideró una rémora para el desarrollo, cobra por tanto una relevancia particular, considerando que el Perú es uno de los países más vulnerables al cambio climático.
Entre las medidas de mitigación del cambio climático (que consideran la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero) resalta la conservación de los bosques: casi la mitad de las emisiones peruanas provienen de la tala y quema de bosques, que cubren más del 60% del territorio del Perú. Estos bosques están siendo talados a un ritmo insostenible: unas 150 000 hectáreas al año en promedio en los últimos años.
La deforestación es un problema con múltiples causas, y para enfrentarlo se requiere la participación de todos los sectores y actores, no es solo una tarea del Gobierno. En los últimos años la deforestación es provocada principalmente por pequeños agricultores, generalmente muy pobres, que desboscan parcelas de entre 1 y 5 hectáreas para establecer cultivos comerciales como café, cacao, yuca, plátano, papaya, maíz y palma aceitera, y para la ganadería. La rentabilidad de esos cultivos y crianzas es sumamente baja, porque los suelos amazónicos son generalmente ácidos y pobres en nutrientes, en pocos años pierden su fertilidad y se compactan, obligando a los agricultores a talar nuevas áreas de bosque para repetir el ciclo. Por eso que se le llama “agricultura migratoria”. Otra causa de la deforestación es la minería aurífera ilegal, sobre todo en Madre de Dios, donde se han perdido varias decenas de miles de hectáreas.
Para enfrentar la pérdida de bosques
Frenar la deforestación no solo es un asunto de leyes y sanciones más drásticas, y de aplicación de mejores medidas de fiscalización contra los taladores ilegales: se debe buscar alternativas económicas (que deben ser ambiental y socialmente sostenibles) para los miles de familias campesinas e indígenas que solo buscan una forma de ganarse la vida. Para la zona de ceja de selva y selva alta, donde los suelos son algo más productivos y la deforestación es provocada principalmente por migrantes andinos de tradición agropecuaria, está dando ciertos resultados la estrategia de promover la certificación de cultivos “libres de deforestación”, para mejorar las técnicas agrícolas e incrementar la productividad, y la conexión con nichos de mercado preferentes.
En la selva baja en cambio, donde los suelos en general son mucho más pobres, la conectividad más limitada, y predomina la población indígena y ribereña de cultura “bosquesina” (culturalmente más orientada al manejo del bosque y de los ecosistemas acuáticos asociados), han resultado mucho más efectivas las estrategias de puesta en valor del bosque en pie: esto es, el manejo, agregación de valor y comercialización de productos del bosque cuya cosecha sea compatible con su conservación.
Aprovechando las tendencias crecientes de los consumidores hacia productos naturales, orgánicos, y los llamados “súper alimentos” (aquellos que además de nutrir son beneficiosos para la salud), cada vez más empresas están invirtiendo en los últimos años en bionegocios, esto es, negocios con base en recursos de la biodiversidad, tanto cultivada (variedades y razas de nuestros cultivos nativos, especialmente granos y tubérculos andinos) como silvestre (principalmente de los bosques). Junto con los alimentos también están poniéndose de moda los cosméticos ‘naturales’ y otros productos (como suplementos nutritivos y nutracéuticos, y productos industriales naturales, como tintes y colorantes alimentarios, fibras, biocidas, etc.), en buena medida basados en la biodiversidad nativa.
Es una excelente oportunidad para conservar nuestra biodiversidad y las ricas culturas tradicionales asociadas con ella, que ayudan a enfrentar el cambio climático. Para ello se requiere que estos productos no solo sean beneficiosos para la salud de los consumidores, y para el bolsillo de los empresarios, sino que sean beneficiosos para las comunidades que los producen (debe haber equidad en las transacciones), y para el planeta (deben ser sostenibles, esto es, tener baja huella ambiental, hídrica, de carbono y química).
Los ciudadanos tienen la palabra
Y aquí es donde llegamos al papel que pueden jugar los ciudadanos comunes, los consumidores: con sus hábitos de consumo, especialmente con las compras de productos, pueden hacer un cambio en favor de la biodiversidad y contra el cambio climático. Comprando o dejando de comprar ciertos productos pueden desincentivar, por ejemplo, la tala de bosques (si rechazan adquirir productos informales, y sin la certificación “libres de deforestación”, esto es, que no provienen de áreas taladas) y pueden incentivar su conservación comprando productos certificados que provengan, o bien de bosques manejados por comunidades, o bien de cultivos certificados libres de deforestación (es el caso del café, cacao, palma o papaya, por ejemplo).
Las nuevas generaciones de consumidores, los jóvenes que hoy salen de los colegios con una sensibilidad especial hacia los temas ambientales, hacia la alimentación saludable y responsabilidad por la naturaleza y el planeta Tierra, son los que muy probablemente harán el cambio en los próximos años. Como ya lo están haciendo de forma creciente en los países del norte, por cierto, el lema de las cuatro “R” (reducir, reusar, reciclar, recuperar) funciona ya como un mandamiento para muchos de los niños que hoy reclaman a sus propios padres para que cambien comportamientos poco amigables con el planeta.
De modo similar, adquirir productos provenientes de la agricultura familiar, que suele ser una agricultura de bajos insumos, en general dentro de los estándares de la llamada ‘agricultura agroecológica’ (la mayoría de las familias usan prácticas tradicionales muy amigables con la tierra y el ambiente) y se basa principalmente en productos nativos, es una forma de contribuir a la conservación de nuestro riquísimo patrimonio genético y a las culturas vivas asociadas con él, de ayudar a reducir emisiones y adaptar al Perú a la amenaza del cambio climático.
Recapitulando
Se dice que el cambio climático es la peor amenaza que enfrenta la humanidad. Podría acabar con gran parte de la vida del planeta Tierra tal como la conocemos. Enfrentarlo es tarea de todos, no solo de los gobiernos. Buena parte de la solución está en lo que haga cada ciudadano común en su día a día, en sus hábitos de consumo, en sus compras, en el uso de su tiempo libre y de su entorno.
Para que este público se involucre y en su día a día, en sus hábitos de consumo, deje de ser parte del problema y comience a ser parte de la solución se requiere de un cambio de mentalidad y de paradigmas, un cambio que solo es posible con la inclusión de estos temas en la educación formal en los colegios y universidades, y con la colaboración decidida de los comunicadores y los medios de divulgación a todo nivel.
Y para que los comunicadores tengan a mano los elementos y herramientas que les permita transmitir de forma eficaz estos mensajes, es necesario que tanto las instituciones públicas como las organizaciones no gubernamentales comprometidas y la cooperación internacional les provean de forma permanente información relevante sobre estos temas, acompañen y entrenen de forma adecuada. Lo que está en juego es la supervivencia de la vida en el planeta tal como la conocemos, bien merece el esfuerzo.