Todos los libros tienen un fantasma. Un ser casi invisible que se diluye en sus páginas y su portada; se trata de una sombra apenas perceptible, ella permite que los textos lleguen a tus manos y sean como son. Sin un editor, las obras se convertirían en un sueño irrealizable, y si se llevaran a cabo, probablemente serían una tropezosa pesadilla. Un texto sin un editor difícilmente puede ser un libro. El editor es el que imagina las publicaciones aún inexistentes, él trata de darle brillo a los manuscritos y es quien conspira con el autor para crear el libro. Sin embargo, el editor nunca es la estrella y poco a poco se convierte en una especie en peligro de extinción. En las relaciones entre los autores y los editores hay un poco de todo: complicidad y camaradería, enfrentamientos y líos, errores irreparables y logros maravillosos. Su conjunción está atrapada por los vórtices sublimes y lo grotesco, y sus resultados quedan a la vista de los lectores.