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EDITORIAL

Estimados lectores:

Tomando en cuenta que, por lo general, la mayoría de las personas omite el prólogo de los libros, podemos suponer que algo de lo mismo ocurre con la carta editorial de las revistas.

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El lector común prefiere entrar de lleno in media res, pensando quizá que las instancias mencionadas no constituyen más que una mera formalidad, acaso sin sustancia. Como si los libros y revistas tuvieran una estructura específica a la que los editores se encontraran obligados a ceñirse sin excepción, más allá de lo que tengan que decir.

Pero vale la pena retrotraernos, con la imaginación, a aquel escenario pasado en el que surgió esta necesidad de decir algo como antesala a los textos en cuestión.

Dado que el acceso a la cultura siempre ha supuesto un privilegio, se entiende que no se creyera capaces a todos los lectores de llegar a comprender las obras a las que se enfrentaban, de modo que se volvía preciso añadir una explicación, si bien sucinta.

Sin embargo -y esta razón me parece más imperiosa-, está demás comprobado que existe en el ser humano una necesidad, un impulso constante y perpetuo por decir algo.

Profundo aparece el misterio del lenguaje, nuestra capacidad de significar la realidad. El significado, de hecho, pasa a conformarse ante nosotros como una realidad misma. ¿No son las palabras capaces de herir? ¿De consolar? ¿De constituir obras magníficas donde elaboremos largamente sobre el espíritu humano?

Quien entiende esto, entenderá la importancia de que los editores se dirijan directamente a sus lectores, siquiera para agradecerles por su preferencia.

Cuanto más, porque no hay nadie que no escriba para ser leído. Por lo tanto, nunca se verá que entreguemos una edición sin nuestra respectiva gratitud, materializada en la página de la carta editorial.

Por ahora, no nos queda más que ofrecerles pasar adelante.

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