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Apuntes sobre un libro extraordinario

Eduardo Penny

Médico Internista y Geriatra

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Pedro Gargantilla Madera, médico español y divulgador científico, es autor de diversas publicaciones, como: “Enfermedades de los reyes de España, “Las enfermedades de los Borbones”; “Manual de historia de la medicina”; “Historia curiosa de la medicina”, “El médico judío”, “Las enfermedades que cambiaron la Historia”, entre otras.

En esta oportunidad nos ocuparemos de “Las enfermedades que cambiaron la Historia”. La obra contiene 32 narraciones cortas en las cuales varios hechos históricos estuvieron influenciados en forma significativa por la presencia circunstancial de algún problema de salud.

Revisemos en forma sucinta algunas de las principales narraciones.

El falso correo militar

Los británicos engañaron a los nazis a fin que disminuyan la vigilancia sobre el desembarco en Europa desde el norte de África. Para ello utilizaron el cadáver de un joven británico que murió de neumonía. Lo hicieron pasar como un correo militar al dejarle un maletín con falsa información sobre la zona del desembarco. El cadáver fue abandonado en aguas españolas, donde Franco era simpatizante y confidente de los nazis, situación que los llevó a descuidar Sicilia, lugar donde finalmente ocurrió el desembarco.

Leónidas, acompañado de 300 valerosos espartanos, enfrentó una invasión persa en el Estrecho de las Termópilas. Recordemos que cuando las madres espartanas entregaban los escudos a sus hijos, decían: “Vuelve con él o sobre él”, destacando así el honor por encima de cualquier otra cosa. Efialtes, un pastor a quien le negaron formar parte del ejército por ser jorobado y deforme, traicionó a Leónidas a cambio de poder integrarse al ejército persa. El traidor le mostró al enemigo el único camino que conducía a la retaguardia de los espartanos y por lo cual fueron derrotados

Fiebre tifoidea en Atenas

Durante el denominado Siglo de Pericles (siglo V a.C.) Atenas embelleció utilizando los fondos de la Liga de Delos, una asociación de 275 ciudades o polis independientes de Grecia. Esto generó que Esparta le declarara la guerra al no lograr que Pericles dejara de liderar la Liga de Delos. Frente al ataque, los atenienses se atrincheraron en su ciudad, pero al cabo de un tiempo sufrieron una epidemia caracterizada por dolor de cabeza intenso, enrojecimiento e inflamación de los ojos; la lengua y la garganta tenían aspecto sanguinolento, la respiración se agitaba y el aliento era fétido. Muchos siglos después, gracias al estudio del ADN, se afirma que se trató de una epidemia de fiebre tifoidea, causante de la muerte de alrededor de 300,000 personas. Atenas fue así tomada y destruida perdiendo su hegemonía, y dando por terminada su época de oro.

El dolor de Alejandro Magno

Alejandro Magno, con tan solo 20 años de edad, en el siglo IV a.C. se convirtió en rey de Macedonia e inició la conquista de grandes territorios para formar un poderoso imperio. Cuenta la historia que cuando conquistaron Babilonia, los macedonios festejaron en grande bebiendo alcohol en abundancia. Al día siguiente Alejandro manifestó dolor abdominal intenso, escalofríos, malestar general y sudoración, lo cual genera la sospecha de pancreatitis aguda post alcohólica. Alejandro falleció 12 días después a los 32 años, finalizando así el proyecto expansionista de su imperio.

Setas venenosas

El emperador romano Claudio, conquistador de Britania, era un hombre colérico, sanguinario, mujeriego, glotón y bebedor. Todos sus invitados tenían que soportar sus desagradables eructos y flatos durante sus banquetes. Además, padecía de múltiples tics y de crisis convulsivas. Uno de sus alimentos preferidos fueron las setas (hongos), por lo que se cree que falleció a los 64 años, envenenado por la ingesta de alguna seta venenosa; hecho fraguado por Agripina, su pérfida esposa. Esta situación llevó a la creación de la primera Ley Anti veneno en la historia, la “Lex Comelia Maestration”.

Recreación fílmica de Efialtes, el jorobado que traicionó a Leónidas

“El triunfo de la muerte” (Pieter Brueghel el Viejo). Pintura inspirada en la mortal peste que azotó Europa en el siglo XIV

La insuficiencia cardiaca de Adriano

Adriano, el primer emperador romano en usar barba completa, construyó el muro en Britania de alrededor de 129 kilómetros y fue un administrador altamente eficaz de los dominios del Imperio Romano. Adriano presentaba crisis de disnea, dolor torácico inicialmente al esfuerzo y luego en el reposo (angina), hinchazón de pies y piernas (edema). Su médico Hermógenes le hizo el diagnóstico de “hidropesía cardiaca”. Ante su falta de mejoría, Adriano solicitó a su médico un veneno para poner fin a su vida, pero falleció antes de llegar a tal extremo, con lo que Hermógenes no quebrantó su juramento hipocrático.

Pedro Gargantilla Madera (Madrid, 1972). Médico, escritor y divulgador científico

La peste

Antiguamente, cualquier enfermedad epidémica era denominaba peste, pestilencia o plaga. El daño no solo afectaba el área de la salud, sino también lo económico, lo social, lo político y hasta lo psicológico, produciéndose una elevada mortalidad. Se considera que la peste antonina (atribuida a la viruela) mató en Roma unos 10 millones de habitantes y fue determinante en la desintegración del imperio romano. Durante la Edad Media la peste bubónica también causó muchos millones de muertes en Europa.

Otras historias

Otros relatos interesantes nos cuentan acerca de la contaminación plúmbica que sufrieron los romanos debido al uso de utensilios de plomo; la hemorragia digestiva que acabó con Atila y evitó la invasión de los Hunos a Europa; las hemorroides de Napoleón que influenciaron su derrota en Waterloo; la viruela que trajeron los conquistadores al nuevo mundo; la epilepsia de Juana de Arco que libró a Francia del dominio inglés; la hemofilia de Zarevich que catapultó a Rasputín, la depresión de Carlos V que cambió el mapa de Europa; el falso embarazo de María Tudor que frustró la unión de dos imperios y muchas otras historias que valen la pena leer.

“Las enfermedades que cambiaron la Historia”, es un libro de lectura ágil y amena, pero con las limitaciones propias de la especulación científica que no siempre pueden verificarse.

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