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Instrucciones para el congresista electo

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El viaje de Nahuac

El viaje de Nahuac

Aland Bisso Andrade / Médico Internista

El congresista electo gana con todos los honores la denominación de “padre de la patria”. Probablemente, tenga la vaga idea de patria como un conglomerado de millones de personas que tratan de sobrevivir unas sobre otras dentro de un territorio definido, acorde al mapa que vio en sus libros escolares. En todo caso, más allá de pretender una definición, le debe aflorar un “sentimiento patrio” cada vez que canta el himno nacional o cuando aplaude el paso gallardo de un batallón de escolares famélicos desfilando en ayunas en fiestas patrias. También es probable que el corazón le palpite más rápido y se le infle el pecho bajo el sopor de un estado de “peruanidad”, cada vez que Chile se atribuye la propiedad del pisco o cuando repiten los goles de Paolo. Sin embargo, cada cosa debe tener su lugar y nada tiene que ver ese sentimiento con la aprobación de dietas especiales, viajes, comisiones, oportunismo político y una que otra dádiva a cambio de favores subterráneos que le esperan en los próximos cinco años de curul.

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Palla de Corongo

En mérito a la importancia del evento, la juramentación del nuevo congresista debe contener ingredientes especiales. No bastará con poner la mano sobre la Biblia y decir un simple: “Sí, juro”. Todo lo contrario, la vida le ofrece un abanico de alternativas para expresar el juramento en el momento cumbre de su popularidad: puede jurar por las cenizas de su abuela bendita, por la masa de ambulantes que mueven la economía, por los héroes anónimos que defienden la minería informal, por lo caídos en defensa de los valles cocaleros, por el código Da Vinci o por la última edición del Kamasutra. No hay problema, todo vale. Si no cumple sus promesas ni Dios ni la patria lo demandarán, y menos perderá sus consabidos beneficios. Es importante recordar que jurar “por Dios y por la plata” ya perdió originalidad. Están avisados.

“…es probable que el corazón le palpite más rápido y se le infle el pecho bajo el sopor de un estado de peruanidad, cada vez que Chile se atribuye la propiedad del pisco o cuando repiten los goles de Paolo”

Por tanto, el juramento es lo de menos. Si no quiere que el comité de ética recomiende su desaforo con la seria consecuencia de perder sus jugosos ingresos, sólo debe mantener perfil bajo, no incurrir en escándalos ni actos delincuenciales y llevar un buen cojín (con lana de carnero es mejor) para resistir un sentón de doce horas y dar un “carpetazo” electrónico cada vez que su bancada así lo requiera. Total, si veinte años no es nada, cinco se pasan volando. Eso sí, debe buscar la ayuda de un buen nutricionista, pues permanecer un lustro sentado le aseguran una ganancia no menor de quince kilos; basta con ver las odiosas fotos del antes y el después.

De otro lado, no menos importante es la vestimenta que debe lucir ese día. El elegante terno azul noche y el traje sastre para las damas, ya pasaron de moda. El flamante congresista debe vestir acorde al pueblo que lo eligió. Si procede de las entrañas del ande debe llevar una estola de lana de alpaca, vivos multicolores en la solapa o una bufanda con los siete colores de la bandera Inca. Estoy seguro que más de uno se animará por llevar sombrero de paja, machete y látigo en mano. En caso de ser dama, la pollera con sus tres faldas de lana y fuste no puede dejar de usarse. Y mejor todavía si decide vestir como la Palla de Corongo, porque así tendrá la oportunidad de lucir una regia prenda de cabeza cargada de flores y joyas para la envidia de sus pares.

En mérito a la importancia del evento, la juramentación del nuevo congresista debe contener ingredientes especiales

El representante amazónico llevará chaquiras en ambas muñecas, una vincha con plumas naturales y, en caso de ser mujer, una corta falda que permita mostrar sus mejores argumentos. Es obvio que debe ir descalzo(a), lo contrario traicionaría los principios telúricos de la masa indígena. La cerbatana es opcional. El congresista norteño, con sombrero y poncho de lino, debe tramitar con mucho anticipo el permiso para ingresar montado en su caballo de paso. Para tal objetivo, la comisión de protocolo debe preparar una cláusula especial que permita colocar pañales especiales al equino elegido por motivos obvios.

Finalmente, a fin de no desentonar con la tradición, el nuevo congresista debe construir con esmero la imagen que lo entronizará en la historia y que se comentará para siempre en el “Salón de los Pasos Perdidos”. Puede hacer que sus incondicionales le laven los sobacos o sus trajinados pies, practicar el tiro al blanco con los canarios del vecino, pasar la factura de los siete panes con chicharrón que se come al día; piratear y vender la señal satelital de la televisión china, tomar vacaciones en una isla griega mientras hace escala para asistir a la cumbre mundial de la defensa de las ballenas o darles chamba de asesores a sus siete sobrinos que decidieron dejar las tierras bélicas del VRAEM.

El entendimiento y práctica de estas instrucciones le depararán una feliz performance y la promesa vívida de ser reelecto en las próximas elecciones o, quien sabe, terminar como alcalde vitalicio en el pueblito que lo vio nacer. De cualquier forma, la democracia se habrá regodeado henchida de emoción, más allá del verdadero interés de la masa de electores y de contribuyentes.

A fin de no desentonar con la tradición, el nuevo congresista debe construir con esmero la imagen que lo entronizará en la historia y que se comentará para siempre en el “Salón de los Pasos Perdidos”

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