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El Arribo por Sebastián Númez Torres

por Sebastián Núñez Torres.

A la hora presupuestada, acudieron los monarcas de la materia.

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Trayendo la guerra eterna el Gólgota de las bestias para los hijos de América, la que respira con dificultad entre bostezos de fábricas y ríos vaciados en los páramos del atardecer.

Llegaron en el vientre de aeroplanos blandiendo las banderas del Gran Reino Transnacional, en las noches descomunales de los bosques andinos, y las lejanías congregadas en los cementerios minerales de las pampas, se infiltraron como cauces subterráneos en los valles mientras el granjero araba la tierra, y el gusano dormía plácido en el fruto.

Con la retórica incuestionable de los dólares, dólares por doquier, erradicando barbarismos, y prendiendo las calderas para poner a fundir la piedra inútil del pasado.

Una legión de colonizadores mentales repartiendo ídolos de mansedumbre, y eternos deseos órficos entre las huestes de la lobotomía digital.

Fantoches de la comedia bursátil

que erigieron rascacielos, y durmieron la siesta en oficinas soñando con el dogma del asfalto, que asaltaron las fronteras como ícaros metálicos sobre rostros despavoridos, y escupieron al sol sin temor a la hoguera de las Vanidades, que subastaron el pergamino de las latitudes

entre habanos y risotadas de bufones insaciables, que dieron órdenes de compra y obtuvieron descuento en los mercados mayoristas de la Felicidad, avales sonrientes para el crédito del alma, dólares y whisky en el catecismo absoluto de las Libertades.

Hombres de negocio en los concilios de la Parusía que establecieron las cláusulas para cuando el desempleado Jesús venga a pedirles trabajo, burguesitos afeminados de cuello y corbata bebiendo mocaccinos, serios padres de familia que tuvieron amoríos dantescos con empleadas domésticas, reuniones de directorio, masturbación patricia, y golden retrievers corriendo en las praderas, que conquistaron a los salvajes con la ferocidad de la bestia racional capitalista, una casta pletórica de timadores invictos exprimiendo los pechos de la usura.

Llegaron en el día estipulado en los calendarios del presente inmediato, donde abril no es el mes más cruel sino otro instante para que se marchiten y se oxiden los geranios. Pisoteando con la bota de los poderes en marcha los hombros cansados de Atlas, el miserable, escupiendo huracanes y delirios prometeicos como sultanes ingresando a los pueblos tras un reguero de maravillas babilónicas.

Señores vitalicios del porvenir ahítos en un festín de uvas feroces, vírgenes de coños benditos y manantiales del vino

embriagando sus corazones, que son tundras habitadas por relámpagos, que evacuaron doctrinas en las cloacas saturadas de la desesperación mientras duraba el soma de los mercados al alza, que pusieron a Pandora a servir café, emplearon a Paimon sin feriados legales y desataron su propio apocalipsis de dandys descarriados, uróboros pansexuales del amor dromedario, arquitectos del jardín ilimitado llevando sus cornucopias de bolsillo a través de siglos de apetitos titánicos.

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