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Crónicas de una neurótica parasuicida por María Agustina Caro

por María Agustina Caro.

Escribo, pidiendo auxilio

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buscando consuelo.

Siento un quiebre en mí.

Si concibo la unidad me convierto en un espasmo emocional.

Los sujetos tácitos de mi pasado terminan devorándome.

Y yo queriendo escapar.

Antropofágicas fantasías.

Lujuriosa carne que se mimetiza entre tumbas.

Busco respuestas para sentir alivio.

El Otro.

La mirada del otro,

me condiciona.

Consiento para calmar mis nervios.

Soy ama y esclava de mi persona.

Me someto a mis placeres poco mundanos.

Soy Sísifo cargando en su espalda la piedra de la agonía.

Absurda condición.

Hopónipo gorrión, que desea escapar de la jaula de los deleites.

Soy yo, contra mí.

Podría lanzar infinidad de voces, si se me place.

¿Qué alivio?

Satisfacer mis ansias, mis dudas y mi incompletitud.

Me falta lo que no tengo.

La única certeza es que poseo algo que me falta.

Y a la vez me da impulso para buscar eso que no tengo.

¿Qué busco?

Aliviar mi angustia de saber que en algún momento mi vida se va a terminar.

Me gustaría ser algún tipo de ánima inanimada y no tener consciencia de mí.

Ser eterna en la cúspide del tiempo.

Fausto le ven dió su alma a Mephistopheles para permanecer sempiterno.

Espiral sin fin de emociones.

El miedo penumbra lo elemental.

Angustia de ese otro.

Entre los tiempos de ausencia, falta sustancial.

Fantasma intrínseco.

Quisiera ser resistente a Cronos y al conocimiento.

Y vuelve la intérprete que rompe con la moral practicando el canibalismo.

¿Qué hay?

Si tuviera la firmeza de que hay un vacío en donde hay algo que no se nombra pero existe, me hubiese matado.

Me consumo en el dolor de las vidas pasadas que me atraviesan por milésimas de segundos en cada respiro.

Alguna vez ese vacío abrazó mi cuerpo de niña desnuda y virgen.

Desperté buscándote para encontrarme.

Soy como la curiosa Esfinge en el desierto preguntando lo que no conoce.

Páramo de la soledad.

Desequilibrio equilibrado.

¿Quién podrá resolver este enigma?

Me estrangula la incertidumbre.

Edipo descifró el enigma y la Esfinge acabó con su vida arrojándose al vacío.

Irónico es el destino que él terminó extirpándose los ojos por enamorarse de su propia madre.

Sublime amor universal.

¿Me tendré que arrancar los míos por no aguantar esta realidad?

¿Cómo hago para cortar el cordón umbilical del tiempo?

Mis ojos,

vieron tanto que son inmunes a lo desconocido.

Marcados por el Caos.

Predestinados a la contingencia.

Trágica condición por llevar en mi esclerótica

el mismo vacío donde se arrojó la Esfinge.

El presente me susurra con cada ráfaga de viento.

Pulsión de muerte.

La busqué en cada acto, en cada cuerpo.

A su vez le escapo a Tanatos.

Y mis pensamientos aparecen sin mesura por las noches y hacen una orgía con tu persona.

Y trato de mantener la calma.

La locura es como una metáfora de un poema.

Porque como dice Pizarnik

«es otro el lenguaje del agonizante».

Lo comprendo, me extinguí en mi persona.

Y dudé porque te vi en la oscuridad.

Hipnosis de una pesadilla.

Me desperté olvidando mi esencia.

El dudar es un comportamiento sádico.

Perversa obsesión.

¿Estaré obsesionada con tu silencio?

Un dolor cual gozo,

como tus caricias que no fueron.

Por eso vivo

en una constante insatisfacción.

Quisiera ser la emperatriz de mis deseos pero muero en el intento cual faraona que logró sodomizar la sensibilidad del hombre más poderoso y acabó con su vida siendo mordida por una serpiente, símbolo de la continuidad de ciclos.

¿Volveremos a vernos?

Me muerde la falta.

¿Qué me falta?

Reflejarme en el espejo y enamorarme de mí, como lo hizo Narciso, pero sin caer al estanque.

Sin ahogarme con mi propia carne.

Cuerpo que no me pertenece.

No logro domarlo.

Me define la contradicción,

delimitada entre la angustia

y el éxtasis.

Vivo y muero constantemente.

Extremos en los que no quiero estar.

Morir alegóricamente, en cada eyaculación.

Acabar, acabándome en ese delirio penetrante.

Penetrarme la ausencia.

Lo que nunca voy a tener.

Falo de mi padre.

En el imaginario te penetro para cometer un crimen pasional porque me mataste en cada grito.

Y en lo real, muero por silenciar.

Pero no puede ser representado como la idea de vivir.

Como mi persona.

Soy un mito, de esa noche que alguna vez fue.

Matarte por esta bendición de navegar en las fuentes del río Nilo.

Y matarme en cada orgasmo.

Parricidio a mi propia sangre.

La cofosis de mi madre me dejó muda.

Y en cada reflexión escucho el

ruido del silencio.

El Gran Otro.

En los dioses se encuentra el significante de las palabras.

Por suerte, no creo, e igual sigo oyendo murmullos.

No logro descifrarlos.

Por un momento me consuela el significado de los simples mortales.

Muerto estás en mi cuerpo.

Y me entrego al olvido, también a la espera.

Como esperó Penélope ante la indiferencia de dioses.

En el silencio se encuentra la templanza.

Nunca los he visto.

Tal vez me ignoran.

Tantos interrogantes sin respuesta.

Tanta falta.

Pero en la completitud se encuentra la muerte, la suma de todas las partes.

Y soy una fragmentación de constelaciones.

Y prefiero estar incompleta, insatisfecha, despierta en el antagonismo de la vida.

Porque no quiero llegar a lo más profundo.

No quiero embarrarme.

Tal vez encuentro paz y me enamoro.

¿Abrazará la muerte al amor que nos desnuda sólo con vernos?

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