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Máscaras y Antifaces por Teresa Quintero

por Teresa Quintero.

Le preguntaré al pájaro que golpea incesante su imagen en el cristal de mi ventana, qué busca. Tendré que explicarle que no hay perfumes, ni voces en esa irrealidad; tan sólo es un espejismo. Tonto pájaro que no te das cuenta que la montaña está tras de ti y que no debes buscar el reflejo. Que tan sólo es un espejismo, sin palmeras, ni agua para calmar la sed. Ventisqueros de yo con yo. Bien que me lo dijo el psiquiatra:

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- No te llamaré a engaños. Seré bien claro. De estas situaciones no se sale con el alma intacta. Recoges los pedazos y rearmas, como puedas, la vida e, inténtalo de nuevo.

Algunos de sus amigos llegaron al hotel y en nuestra habitación se brindó con el vino que me había ofrecido para iniciar nuestra luna de miel. Me rascó, me quitó el desabillé y me dejó dormir. Y yo, pendeja, idiota, gafa, niñita de colegio de monjas de las de antes, agradecí su delicadeza. Después vino la regla: muy oportuna ella, y a los días tuvo que irse a trabajar, y yo me quedé con mi virgo, con mi himen, con mi sexo intacto, de luto pues, de cuaresma: nada de carne; como un relicario para colgármelo en el cuello o como un sello en la frente…Y la cama anchota y la soledad tranquila, que entraba por la ventana… Yo y el camisoncito blanco de encajitos y los otros, de todos los colores, menos negro porque ¡bueno! el negro es para las viudas.

-¿Y qué pasó para que se te rompiera en pedazos el sueño? ¿Cuál fue el detonante?

-El apartamento, con su chimenea falsa como tantas cosas en su vida, con las fotos de nuestro matrimonio, yo feliz, con cara de gafa; pero con mi vestido blanco, guantes y un sombrerito, comprado en Modas Theresita. Me vi allí y, por primera vez, me dieron ganas de llorar; no por él sino por mí, por lo que era, por lo que fui. Eso no fue todo: estaba una pintura mía, enorme, y me pregunté qué sentido tenía… tanto esfuerzo, tanto engaño… ¿Para qué? Mientras, sentí de nuevo unos brazos que me rodeaban y una voz que me susurraba “siempre te amó, te quiso mucho… mucho, mucho, siempre, siempre”. Era su mamá y pensé allí: “vieja ridícula, tú también te burlaste de mí” y lloré, lloré mucho. Ellos pensarían que era el dolor por él, por el finado. ¡Qué broma con la palabrita! Me sentí una intrusa en el amor de él con su pareja. Había visto su intimidad, sus detalles y lloré `por mí y por el otro, el que no podía atar su vida a la de mi esposo, y sentí pena por él, y la rabia, dio paso al dolor y los entendí, los compadecí. Había visto las colonias, las ropas, las intimidades; las sábanas y los juegos de toallas con sus monogramas y me los imaginé en la cama, a esos dos hombres, a los dos con pene. No pude más y salí y él me tendió un vaso de manzanilla y me dijo: “perdóname, perdónalo”.

-¿Qué sentiste? ¿Cómo te sientes? ¿Cuáles fueron tus sentimientos allí, con el otro en la funeraria? Piénsalo…

-¿Qué cómo me siento? Aún humillada, destruida, saqueada. Hubiera sido más fácil el engaño con otra mujer. Los peores recuerdos y no pude construir unos nuevos falseando la memoria como se hace con un niño. El símbolo más notable es que el odio me sigue siendo fiel, me dura mucho tiempo y había sepultado el amor como un apestoso medieval. Degradada.

Hubo cinco minutos en que yo era una reina, en que él era un hombre y abrí los ojos, ¡Maldito seas! Abrí los ojos y caminé, descalza, por una playa de olvidos.

-Todos pasamos por situaciones oscuras, límites y al salir de ellas, no olvidamos, buscamos la verdad, repasando una y otra vez las cosas. Toda pérdida es un duelo y hay que pasar por cada una de sus etapas; no debes permanecer anclada en ninguna.

-Pero, ¿Cómo carrizo voy a perdonar ese amor? Quise sorprenderlo y la sorprendida fui yo cuando los encontré en ese apartamento. “Soy la señora del ingeniero López, ¡La señora Cara de …!” ¿Por qué no entendí la mirada del vigilante del edificio?, me dejó subir cuando debía estar pensando: “Ésta es idiota. No sabe que su esposito, si vale, su esposito duerme con su amiguito ¡Qué idiota!”.

Pero yo no sabía. Pertenezco a “la generación del No”, de las que se casaban vírgenes, de las que nunca habían visto un condón y mucho menos un hombre desnudo; de las que bromeaban con la relación tamaño del pie y largo del pene. Entré con la copia de la llave que tenía escondida. Los dos, con bandeja pintada de rosa, con tapeticos y cortinas de encajes en la ventana de la habitación; con álbum de fotos íntimas de una luna de miel en Acapulco, de revolcones y de María Bonita. Y yo, ¿Cómo se perdona eso? ¿Cómo se olvida eso? ¿Cómo olvido, si el otro debía ser yo en el poster de la famosa foto de Marilyn con la falda levantada por la corriente de aire? Allí los dejé: en su apartamento con su vida, con su gran mentira y su porquería “Cuando te mueras, volveré a reclamar lo mío. Yo espero. Sé que esa enfermedad, la que me dejó viuda, vendrá por ti” - le grité antes del portazo final.

- ¿Alguna vez hablaste con él?

- Al principio no quise; yo estaba como perdida.

No sabía si era sábado de gloria o domingo de resurrección. Luego me decidí: “Me parece injusto que te quedes sin nada a la muerte de tu pareja. Que tengas que hablarle y pedirle a la viuda porque las leyes no ofrecen ninguna protección. Yo no tengo problemas. Te dejaré todo porque el apartamento fue el “nido de amor”, cursilería aparte, de ustedes. Fueron pareja durante unos cuantos años. Amaste a ese hombre; lo acompañaste; lo cuidaste; estuviste hasta el final con él, sin asco del vómito y del vaciado a cada momento de sus intestinos” Eso fue lo que le dije.

Cuando se fueron los que trabajaban con él en la empresa y algunos de sus familiares, incluyendo su mamá “la vieja mentirosa esa”, ¡Claro que ella estaba dolida! A fin de cuentas, era su hijo, pobre, no aceptó nunca su realidad. Yo no fui la mujer maravilla. Y sentí que mi deber era protegerlo a él, llegaron a la funeraria los otros, los que, si lo conocían, los que, si compartían su verdadera vida, y yo arrinconada, claro no tenía nada que compartir con ellos, ¡Dios! Un desfile al mejor estilo de película venezolana: nada de cafecito, chocolatico, galletas de soda con queso. ¡No!, ¡no! desde trucha ahumada hasta una soberbia empanada.

Y, aquí estoy, frente al recuerdo. Sé que es difícil, casi imposible que mis palabras te alcancen. Te escribí una carta, como niña buena, siguiendo el consejo de mi psiquiatra, por lo que esto no irá a ninguna parte porque tú no estarás para leerla. No es ni siquiera que te fuiste a otro lado como excusa. Ya no estás; pero que me he transformado en una amiga invisible, sigo insistiendo en volver a ver la luz encendida en tus ojos y la sonrisa bella en tu boca. La tarea que me espera es abrumadora: cuando el psiquiatra me dé de alta te llevaré al apartamento para que veas la nueva pintura que adornará la sala de tu pareja.

¡Sorpresa! ¡Ah! ¿Quién era ese gerente medio que no dejaba de mirarme los senos por encima de mi escotada blusa negra de encaje? Tal vez es una irreverencia de mi parte, pero sé que estaba pensando: “Carajita, estás viuda y más buena que el cipote”

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