ODRADEK
PRIMAVERA 2020
Nยบ6
PABLO SHENG | DINDI JANE | ELDE GELOS
Imagen de portada: Elde Gelos ImĂĄgenes interiores: Elde Gelos y Emilia MartĂn
Providencia 2271 editorialodradek@gmail.com
www.odradek.cl
octubre NÚMERO 6 SANTIAGO CHILE
05
Ensayo
40
Ficción
07
Ficción
51
Traducción
11 19
David Parra La sonrisa de Kafka
Ivanna Donoso Perdido en la habitación
Dindi Jane Celos y demonios
Constanza Gutiérrez Doble, doble trabajo y doble problema, Holley R. Cantine
Ficción
71
Ficción
Fotografía
78
Poesía
Pablo Sheng Peluche
Elde Gelos Tres tandas fotográficas
Providencia 2271 editorialodradek@gmail.com
www.odradek.cl
Roberto Merino Edificio interior
Germán Carrasco Pumas en la Alameda
ENSAYO
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LA SONRISA DE KAFKA DAVID PARRA
Hace un tiempo vi una curiosa foto de Kafka en la que, contraria a la imagen que se suele tener de él, aparecía con una muy expresiva sonrisa. Me encontré con tres o cuatro imágenes más en las que Kafka sonríe. Debo reconocer que la imagen me produjo una sensación inquietante: ¿por qué sonreiría Kafka, la figura de lo “intolerable” (Borges), en cuya escritura parecieran cifrarse los delirios y horrores del siglo XX? ¿Acaso no es la obra de Kafka el más alto ejemplo de la muerte de Dios, de la opresión y alienación de la sociedad industrial contemporánea y de los líos edípicos irresueltos con el padre? Intuyo que esa incomodidad surge de esas lecturas demasiado arraigadas sobre Kafka, los “secuestros interpretativos” de los que hablaba Susan Sontag. Como si Kafka no haya podido sonreír.
Quizás se ha hecho de Kafka lo mismo que con K. Hacia el final de El proceso, el narrador dice: “como un perro, como si la vergüenza tuviese que sobrevivirle”, como si la potencia de la obra de Kafka pudiese reducirse a la vergüenza del ser humano ante la caída de los anclajes trascendentales de la modernidad. Una suerte de símbolo del “absurdo de nuestra sociedad”. O, desde otra vereda, el hijo ilustre de la “literatura menor” (Deleuze y Guattari), donde se desplegarían puntos de fuga y relaciones rizomáticas inéditas (que se extenderían a los corredores de la academia, donde las fuerzas nómades han encontrado un curioso lugar para habitar). Y allí está Kafka, sentado ante la ley de la tradición literaria.
ENSAYO
Por supuesto, este texto no escapa de esa pulsión de inscribir una exégesis en el corpus kafkiano, tal como la ley se les inscribe en el cuerpo a los prisioneros de la colonia penitenciaria. Incluso, todas las punzadas teóricas que este texto intenta hilvanar se destejen ante esa esquiva creatura imaginaria que es Kafka (¿u Odradek?). Por esta razón, pienso que la potencia de su obra consiste en algo más modesto, pero no menos potente. Una suerte de irreductibilidad a cualquier discurso: la inconsistencia basal en sus textos, el enigma que hace que cada obra no se cierre completamente y el “mutismo de la letra” (Rancière) que no impone un sentido para descifrar. De esta manera, la sonrisa de Kafka sería la figuración de todas estas tentativas de mantener en el seno de la significación, la nebulosa del sin-sentido, la libertad para que cualquiera entre en las callejuelas de El castillo, en los enredos y confusiones cotidianas, en las solitarias puertas de la ley, donde para cada uno, como lector, pueda acontecer toda interrogación de sí. Quizás se trate de una sonrisa “escéptica” frente a las certezas del sentido. Una sonrisa contra sus propios interpretes que creen, por fin, amarrar y someter a control hermenéutico el sentido último que anudaría la obra kafkiana.
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Pero es en ese silencio de su obra –arma de las sirenas, mucho más poderosa que la inútil cera de la teoría–, donde hay una apertura para que otra cosa hable, se incomode o sonría. En el descampado de las certezas, la sonrisa de Kafka punza contra la saturación de sentido que nubla todo futuro posible. O, también, una sonrisa que es el resultado de esa “paciente meditación sobre el Poder” (212) –como dice Pablo Oyarzún en uno de sus ensayos sobre Kafka–, como si por medio de su escritura pudiese apuntalar, momentáneamente, una grieta en el edificio del poder. Esa sonrisa, quizás, sea la huella de una “pasión alegre” (Spinoza), un mutismo activo en el corazón de toda obra literaria, el indicio de un imposible que “no cesa de no escribirse”, por robar una frase de Lacan. Sería esa, entonces, la belleza de esa inquietante sonrisa: la posibilidad de que nada esté cerrado definitivamente ni para siempre, que no hay un sentido absoluto de las cosas, sino una inconsistencia alegre, salvaje, que ninguna teoría podrá subordinar. O, para parafrasear a Kafka en su último cuento, se trata de “la sonrisa de esa astucia [con la que] solemos consolarnos de todo” (Kafka “Josefina la cantora…”)
FICCIÓN
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PERDIDO EN MI HABITACIÓN IVANNA DONOSO
siempre creí que para viajar no se necesita nada, nunca tuve pasaporte, el pasaporte en chile cuesta 120 dólares por lo que las drogas siempre son más baratas. me dispongo en mi cuarto un rectángulo de ladrillos blancos que indica que esta casa en una casa de la periferia el famoso ladrillo princesa. En el rincón izquierdo de mi rectángulo hay una monstera donde llega la luz de las nueve am. perfecta desde una ventana ubicada al centro del espacio. tengo una pieza de arte en este rectángulo, un cuadro que recogí cuando limpiaba un taller preguntándome si eso era arte o basura. la pintura le pertenece a un artista llamado anibal bley y luce como una adquisición carísima en esta micro galería de arte basura.
en el fondo hay un espejo colgado y ahí está la puerta donde hay unas carteras colgadas también, la que más resalta en una color naranjo con el logo de fanta. para comenzar este viaje debo escoger una banda sonora en un canal del youtube que se llama el observatorio hay soundtracks completos para viajar. viajar en tu cuarto. el jueves de la semana pasado llegó un moto boy con una cajita pequeña que dentro tenía una cartuchera de peppa pig que adentro tenía tabaco y un mini frasco de 30 mls de ketamina líquida. mi pasaporte. tengo que pensar en mis antepasados para realmente viajar lejos. me pregunto, ¿cuáles son mis antepasados?
FICCIÓN
debo pensar rápidamente: una líder de la revolución industrial. abro el whatsapp, la pantalla de mi celular es tornasolada y parece una carta escrita en el colegio con los bordes quemados, efectos románticos adolescente que cobijan las ilusiones de amores no correspondidos. Le pregunto a siri. yo: ¿cuál ancestro crees que yo pudiera tener? me responde: una mujer rural, un obrero. No me convence necesito algo más alejado de mi realidad. Siri: una artista promiscua de los años 20 una burguesa alocada amiga de Salvador Dalí. Eso me parece bastante familiar aunque para ser artista en los años 20, beber champagne y bailar charleston tendría que haber tenido plata o trabajar limpiando la casa de un artista y audazmente tomar unos vestuarios prestados, leer los libros de alrededor y actuar como eso, obviamente ahí lo lograria. me detengo en mi rectángulo que ahora es un cuadrado inmenso en dos d. una lata de fanta. eso sería. pienso en el amarillo amarillo crepúsculo el sabor del capitalismo.
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dicen que la fanta la inventaron los nazis Fanta fue creada en 1940, durante la II Guerra Mundial. Max Keith, que dirigió las operaciones de Coca-Cola (GmbH) en la Alemania Nazi durante la guerra, tuvo problemas cuando el gobierno estadounidense prohibió a las multinacionales comerciar con Alemania. He sabido que las gaseosas adaptan sus componente de acuerdo al paladar de los consumidores, los cuales cambian dependiendo el continente en que se esté. En bolivia la Fanta es todo un símbolo los paceños son fanáticos en las calles se venden de todos los sabores; uva, guayaba, limón en europa La fanta es deprimente, no tiene el color radiactivo que se acostumbra a ver por estos lugares. El amarillo crepúsculo está prohibido en europa, me pregunto, ¿por qué no puedo beber mi bebida de fantasía? el placer de lo que te hace mal pero es fantástico. Un día se alegró mi día triste y aburrido en un verano recalcitrante y sin trabajo, cuando gasté mi último saldo en una fanta de verdadero amarillo crepúsculo y me la tomé sentada en una banca mirando el crepúsculo naranjo de la polución en Santiago, con una flor en la mano que se llama ave del paraíso y que es naranja y amarilla y que me robé del patio de una
mezquita usando unas tijeras de hilo (con forma de garza) para cortar el tallo. Y hablando de garzas, ¿cómo serán las fantas en Asia? me imagino que de pantonera tan colorida y variada como las de Bolivia, el sudeste asiático de sudamérica. Se dice que el amarillo es el color de la esperanza y también que es el color de los que no son ni fu ni fa, ni chicha ni limoná. El amarillo en el teatro es símbolo de mala suerte: Moliere murió producto de un ataque de tuberculosis vestido de amarillo mientras interpretaba el enfermo imaginario: piel amarilla, hepatitis, ojos amarillos, problemas en el hígado y suma y sigue. Y para qué hablar de Ubú rey, ese monstruo amarillo que inauguró el teatro de vanguardia y cuyo autor era un borracho perdido que andaba con una pistola descargada y una cargada. Con la cargada le disparaba a su reflejo en los espejos de los bares, con la descargada le disparaba a la gente para matarla simbólicamente y nunca más hablarles en la vida.
Murió borracho y pobre y drogado y cuando le pidieron su último deseo exigió un mondadientes. un amor amarillo. amarillo color psicológico primario cálido, una cantata de puentes amarillos. una condena amarilla: Prometeo le robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos (como quien roba un cardenal o un ave del paraíso desde un recinto sagrado) y los dioses lo castigaron encadénadolo a una roca donde un águila apatronada iba todo el rato a comerle el hígado, órgano que se regenera. Hay una teoría de un griego, que se llama Teoría del Humorismo (una llega a esas cosas porque en el fondo es comediante) y que básicamente se trata de que el humano tiene 4 humores o líquidos en el cuerpo que tienen que estar en armonía para lograr la salud perfecta. me veo a través del espejo de mi habitación con la cartera de fanta puesta y soy alargada e infinita.
FICCIÓN
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PELUCHE PABLO SHENG
El peluche en forma de mono creía que ninguno de sus compañeros hablaba. Pensaba que al gritar los demás le responderían, pero eso nunca sucedió. El motor comunicativo de su fisonomía creaba una laxitud en sus brazos largos y grises, en la languidez del estómago rosa: siempre era el mejor ubicado para que el jugador lo agarrara. Cuando sentía el pellizco de las pinzas, el mono trataba de golpear al compañero más cercano, de patearlo y gritarle, para que no lo dejaran salir del vidrio, ni intentara conocer el día ni la luz fría y artificial del supermercado. Nadie habla, pensaba el mono, pegado, con una tela de velcro, a la cabeza achatada y gorda de otro peluche.
Ambos unidos, casi abrazados, miraban las pinzas detenidas hasta que alguien, probablemente un niño, ingresara una moneda, activara el movimiento de la máquina y balanceara la grúa. La diversidad de peluches ‒unos con aspecto de monos, otros serpientes, cocodrilos, leones, osos, todos en la caja de vidrio‒ advertían el deslizar de las pinzas, la acción de apretar un botón, el tiempo, treinta segundos para que el sistema de juego los atrapara. Ninguno, desde que instalaron la máquina, había sido agarrado. A veces el reponedor, para el conteo, sustraía un par de monedas, atento a los movimientos de los guardias, también a los empaques y cajeros
FICCIÓN
El montón de peluches, a causa de este robo hormiga, no se veía mermado en cantidad, más bien se entrampaba en el desorden dispuesto en la caja de vidrio. Los recuerdos que precedían su vida en la máquina se le manifestaban como algo ridículo. La oscuridad de un conteiner, la angustia de estar encerrado en cajas junto a otros peluches como él, iguales, y preguntándose quizá a qué máquinas vendrían a parar. Recordaba el mareo y el movimiento de los barcos, los golpes de los operarios en el puerto, la calma de la brisa marina, ser arrastrado en palets, la explosión del relleno de algodón de compañeros suyos, el camión que lo transportó a esta máquina. Nunca había alcanzado el fondo, no conocía el conducto que lo liberaría. Gracias al movimiento de las pinzas –las subidas y descensos, las caídas– logró, entre las piernas de otro mono como él, acercarse al conducto metálico. Quedó encima de un ratón y medio ahorcado por una serpiente. Miró a la jugadora e intentó distraerla, enfrentarla con la mirada de sus ojos azules y párpados grises, solo para que condujera la grúa hacia él y fuera arrastrado lo más cerca posible de la salida. Quería ofrecerse al mundo exterior, ser llevado por esta jugadora que no pasaba, según él y según las mujeres que había visto, los treinta años
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Sin arrugas en el rostro, delgada, vestida ligeramente con polerón y zapatillas, el mono quiso dejarse atrapar por ella. Se imaginó en una máquina, donde él sería el único peluche, iluminado por otras tonalidades de luz que no fueran incandescentes ni oscuras. Tonos pardos, imaginó, verdosos, algunos pajizos y negros como las vestimentas de los guardias. Contó los ocho segundos que le quedaban, y aún no había decidido el lugar dónde descender las pinzas. La mujer miró por el costado del vidrio para ser más precisa, posicionó la grúa encima de la serpiente que ahorcaba al mono y, antes de los tres segundos, ambos ascendieron. El metal acható a la serpiente. Las pinzas tiritaron, pero seguía allí, arrastrada aún hacia el conducto, mientras el mono permanecía estirado y pegado con el velcro a la cola de ella. Él chocó junto al plástico, quedó tras el conducto sin poder salir y la serpiente con la cabeza colgando. Bastaba tan solo un movimiento para dejarla escapar. La mujer no encontró otra moneda en los bolsillos, y cargando las bolsas se fue, decepcionada de la máquina que pudo cumplir la meta de liberar al primero de sus peluches.
FICCIÓN
El mono sentía dolor por la caída. Percibía en su interior ciertas sensaciones de éxtasis, como hechizado por la mujer y la manera de elevarse dentro de la máquina. Adrenalina, se dijo, unos pálpitos en el interior del cuerpo, latidos del algodón y la imagen de un estallido, al igual que los compañeros que habían explotado en los conteiner. Se vio abierto y desparramado contra el vidrio, la tela del cuerpo esparcida entre los demás peluches. Nada del velcro, nada de la juntura ni de los puntos hechos con hilos en el estómago, nada del relleno evitaría, en ese momento, que el mono explotara. Pero no explotó, se contuvo, intentó relajarse, contar los segundos y respirar. De a poco se sintió a salvo, sobre todo al observar a la serpiente, dura y desmayada ante el conducto. Ese día, además, fue el primero en que el mono sintió frío. La lluvia, al parecer, no había amainado. Pronosticaban nieve, según los cajeros y las conversaciones que tenían con los clientes, algo extraño para la ciudad, donde apenas nevaba en las zonas de la cordillera. El mono aprovechó de hundirse en el fondo de los vidrios, escondido por un oso, uno de los peluches más grandes y gordos de la máquina. Prefirió sentirse aplastado antes que próximo a morir de hipotermia.
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En el supermercado instalaron aire calefactor y cerraron todas las puertas, además de echar aserrín en las entradas. Uno de los auxiliares fue el que más trabajó, limpió las marcas de las pisadas, hizo de la mopa el recurso necesario para estrujar y secar los pasillos de baldosas blancas. Ningún accidente, gracias al piso que el auxiliar mantenía seco y al cartel amarillo que advertía humedad. Antes que el supermercado abriera, los panaderos llegaban a hacer y hornear pan. Vestidos de delantal blanco, cargaban las tinajas de madera con hallullas y otros tipos de panes. Llenaban las góndolas con pasteles, queques y sándwiches preparados, de ave pimentón, atún con mayo, jamón-palta o palmito-aceitunaqueso. Los cajeros y los empaques tomaban desayuno, los guardias cambiaban de turno y el administrador del supermercado insertaba una moneda en la máquina. Cada día sus ojos ardían de expectación: según él había encontrado la técnica para ganarle a las pinzas y a la grúa, pero siempre los peluches quedaban a medio camino. La música, los productos que pasaban por la caja, las monedas cayéndose, los pasos de los guardias, despertaban al mono y notaba que los otros peluches seguían callados y dormidos
FICCIÓN
Otro día más, las luces blancas y artificiales, junto al aire acondicionado, lo mantenían hasta la noche despierto cuando en el supermercado solo rondaban algunos guardias y las cosas parecían enmudecer. El ruido se concentraba al mediodía y durante las tardes, tanto que un hombre, con un micrófono, promocionaba productos y ofertas gritando. Las filas eran largas, aunque en las cajas los operarios hacían el mejor esfuerzo. El mono recordaba a una cajera que se cortó el dedo con un billete y siguió con un parche curita cubriéndole y la misma premura atendiendo. También recordaba los pañales que los jefes les obligaban a colocarse. Había visto a uno de los del aseo acarrear bolsas llenas de pañales mojados con orina y caca. De hecho pocas veces había olfateado algo, y esa fue una ocasión, cuando el olor de las bolsas traspasó el vidrio de la máquina. Nadie más se dio cuenta, pensó. Unos cajeros nunca salían de las sillas. Quizá podían pararse pero del cubículo estrecho, con el que topa la caja, permanecían más de doce horas. Podían cerrar, es cierto, para almorzar rápido, pero del lugar no escapaban. Los empaques hacían turnos: si recibían una moneda venía otro a la caja. Algunos colmaban de bolsas los carros, se veían pesadas y no les pagaban.
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Vestían ellos siempre la misma ropa, polera negra de cuello piqué, pantalón de tela y zapatillas. Las cámaras de seguridad se movían, indicaban a quién seguir. Si identificaba a un sospechoso, entonces se emitía una orden por radio, la que en menos de dos minutos lograba el objetivo de intervenir según la situación: mecheros, con ropas anchas, llenos de productos; familias que escondían cosas en el asiento para niños; jóvenes dándose vueltas, perdidos en los pasillos de vinos; accidentes, como líquidos desparramados en el piso, botellas de vidrio rotas, o peleas y empujones. No era extraño, creía el mono, que los guardias sacaran sus lumas para espantarlos, o se armara escándalo contra mecheros que terminaban pernoctando una noche, decían, dentro de la caseta del jefe de los guardias, encerrados, sin aire casi, con la condición de no llamar a carabineros si mantenían la calma y no volvían a aparecerse. Una vez evacuaron el supermercado. Un temblor. Un empaque rompió la red húmeda, pensando que el movimiento telúrico iniciaría un incendio. Al lado de la máquina se encontraba la instalación de mangueras, por lo que el peluche en apariencia de mono se sobresaltó.
FICCIÓN
Los nervios le hicieron ver que uno de los gatos se movía, arañaba el vidrio, quería salir. Vio a una tortuga escapar de su caparazón felpudo y correr como un gusano, lánguida, hacia el conducto de salida. Advirtió el deslizar de la serpiente, oyó el crujido que hacía con la boca abierta, comiéndose a todo peluche que encontrara en el camino. Quiso protegerse, la vio cerca, atragantada por el algodón de un oso desenhebrado, pero al término de la evacuación, tras el ruido de las botellas de vino yéndose al piso, las cajas de cereal reventarse, ninguno de los juguetes de felpa se había movido, mantenían la misma calma y quietud. Por las noches, las zonas de verduras y comida fresca se apagaban, pero solo dejaban la luz de los congeladores y máquinas de frío. La mayor parte del supermercado parecía iluminado por velas. Los guardias, a veces, usaban sus linternas si oían ruidos extraños. De paso alumbraban la máquina, les sorprendía la gordura de un gato-manekineko, blanco y achinado, con un cascabel dorado y collar rojo. También les gustaba alumbrar al mono, identificar en qué zonas de su cuerpo había velcro, lo que quizá nunca lo sacaría, la condena a quedarse tieso y pegado a los vidrios.
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Un día el velcro no pegaba. La mugre y las pelusas le permitieron mayor libertad. No se entrampaba en la tela de otros peluches, podía escurrirse en los espacios vacíos, incluso acercarse al conducto y abrirlo, para escapar, o tener la sensación de marcharse. Había pensado que la huida debía incluir el factor juego, es decir, la suerte de alguien, la del azar permitiendo que fuera el primer premio obtenido de la máquina. Él mismo no se veía escapando. No sabía cómo sus pies al contacto con el suelo funcionarían; si, como había visto en los humanos, podría acaso erguirse, o como las mascotas andar en cuatro patas. Los movimientos propios de su fisonomía, según él, correspondían a escurrirse. Todo lo contrario a quienes reproducía e imitaba, a los monos, que los imaginaba estirados en árboles, saltando entre ramas, pellizcando frutos y comiéndoselos, camuflándose para no ser vistos por depredadores. Esos movimientos, a veces, los conseguía gracias al velcro. Una niña apareció con muchas monedas. El supermercado estaba vacío, al parecer la niña había preferido jugar mientras su madre hacía las compras. Los intentos eran infructuosos debido a la torpeza, a la lentitud con que decidía echar abajo las pinzas. La ayuda de su madre permitió que el mono fuera el primero en salir.
FICCIÓN
Ambas saltaron de alegría, ya no podían creerlo tras los sucesivos intentos. El peluche en apariencia de mono fue agarrado y después se deslizó por el conducto, para salir a través de una rendija. Unos estallidos luminosos fueron generados al interior de la máquina, la luz roja que marcaba el tiempo parecía descontrolada, indicaba cualquier número, al azar, entre cero y treinta. Sobre las bolsas esparcidas en el carrito, el mono fue lanzado y luego lo llevaron hacia un estacionamiento. Las luces reflectantes casi lo enceguecen, le enturbiaron la vista, se le saturaron: nubarrones en los ojos, la turbiedad de un paisaje y la presión, el ahogo al interior de un auto. La niña fue sentada atrás, junto al peluche. Bajaron las ventanas y encendieron una especie de ventisca que enfrió adentro, y suavizó esa sensación de pánico que venía sintiendo desde la bajada hacia el foso donde estacionaron. Además, los pensamientos no calzaban con palabras, solo emociones fuertes: pánico, nervios, de pronto alivio, ganas de llorar, encierro, angustia. No alcanzaba a imaginar nada, el mundo era un estímulo desmesurado. Cuando el auto se detuvo, se dio cuenta que no todo era tan terrible, pero las sensaciones de angustia se mantenían.
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Llegaron a un departamento, en un quinto piso, y se fijó en la altura, en cómo le bombeaban los ojos y las orejas. Encontró un espejo, se miró allí y se notó rojo e hinchado, hecho una masa de felpa y algodón a punto de explotar. Que explote todo, se dijo, aunque sorprendido por las palabras que pensó, ya sin sentido. La madre, mientras, guardó los productos en las despensas y el refrigerador, y llevó al mono a la pieza, lo dejó junto a una almohada. Aunque quiso dormir, la niña le hizo cosquillas, lo cansó mirando el espacio estrecho, los demás juguetes inmóviles, las muñecas, el ruido de la tele. Un gato entró maullando y le dieron comida. Se sentía cada vez más cerca de la ventana, viniéndose abajo, golpeándose en el concreto, siendo arrollado por un auto y nadie dándose cuenta, ni siquiera la niña que lo había obtenido como premio. A pesar de la noche, hacía calor. Soñó con la máquina, con las pinzas, siendo pellizcado hasta ahogarse, cada parte del cuerpo exprimida y cortada. Trozos de la cola y de sus brazos emergiendo desde el conducto, la cabeza atrapada aún en la grúa. Los guardias iluminando el interior de la máquina. La niña, vestida de negro, tragando el algodón y escupiendo la felpa. Un derrame de líquidos en el supermercado. La gente resbalándose.
FICCIÓN
Se despertó con esas imágenes, las sombras de la noche, pero en la pieza abrazado a la madre y a la niña. Oyó ronquidos, la respiración de ellas contra su estómago, desesperándolo. Las luces del estacionamiento, blancas, entraban al dormitorio, se vio a ellos tres en el reflejo plano de la pantalla de la tele. Volvió a echarse, el corazón le palpitaba. Un calor empezó a recorrer el ancho de la cama, la orina de una de las dos, probablemente de la niña. Al otro día dejaría de pensar y quedaría estático, como los demás juguetes.
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ELDE GELOS TRES TANDAS FOTOGRÁFICAS
FOTOGRAFÍA
ESPAÑA Y PORTUGAL, 1988-1992 APROXIMADAMENTE
UN VIAJE EN TREN AL ESTE, 1991
VALPARAÍSO, 1997 BOLIVIA, 1997 INGLATERRA, 1989
NÍTRAM AILIME
FICCIÓN
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CELOS Y DEMONIOS DINDI JANE
El papá (pesado) me retó y me pegó. Él me había prometido que no me iba a pegar más, pero nunca cumple lo que promete. Ahora me voy a dormir, es tarde. Chao. Después voy a seguir escribiendo, el pesado papá me está llamando para poner la mesa. ¡Volví! Ahora estoy en la cama, es tarde. Ya no estoy tan enojada con el papá. Hoy fui al “Bingo peques”. Me gané 2 premios; una caja grande de Vizzio y una paleta de ping pong con 6 pelotas. Cuando llegaron mis papás, mi papá se comió dos vizzio. Me enojé con él. No le he dicho a nadie, pero me da rabia que mi papá sea tan glotón.
Nos fuimos en la mañana de camping, el jueves. El viaje era eterno. 11 horas viajando. ¡Hacía un calor! Tomamos súper harta bebida. Nuestro cuerpo tenía el 100% de agua. Cuando llegamos se estaba escondiendo el sol. Nos bajamos altiro y fuimos a ver el río. Y adivinen qué. El río estaba SECO! En la noche el Matthew hizo su primera fogata. Hacía frío en la noche. Cuando estábamos en la carpa no podía dormir. ¡El papá ronca tan fuerte! Cuando fuimos al lago no pudimos pescar, había mucho viento. Pero después del picnic el papá se puso pesado.
FICCIÓN
Y me sentía triste porque me caí y el papá se empezó a reír y me carga que se rían de mí. Bueno y no solo lloré por eso también porque me carga que piensen que soy una llorona que siempre quiere que hagan lo que ella dice. Y nada que ver, yo no soy así. Íbamos a pasar en un hotel de lujo con tele cable y todo, pero desgraciadamente no habían piezas. Así que fuimos al Salto de Raja, perdón, el Salto de Laja. Y ahí fue por culpa de un filete que me enfermé de la guata. Tuve que vomitar en el baño de la copec. Estaba lleno de gente, por suerte nadie me vio. Extrañaba a mi mami. Porque mi mami siempre me acompañaba, pero tuve que vomitar sola. Vomité 3 veces. Vomité en el auto también y en mi casa justo después de la ducha. Al final acampamos solo una vez y el resto dormimos en hoteles. 7 de marzo Querido diario: Ya entré al colegio. Mi profesora es la Miss Laverne De Lorey. No llegó nadie nuevo, pero todos extrañamos a la Russi Lolas que se fue a vivir a San Felipe. El Matias Muchnick ya no está enamorado de mí. Está enamorado de la Julia Koskela.
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Qué gusto tan raro, pero shshshshshshshhsshhhh es un secret (secreto), pero lo malo es que no creo que dure mucho, porque primero la Julia se va el próximo año de vuelta a U.S.A y también porque algunas veces, como pasó cuando a Matias le gustaba la Camila Asenjo, en arte le empecé a hablar y al tiro dijo que ya no le gustaba la Camila y yo adiviné que de nuevo le gustaba yo :) ¿Sabes? Parece que la Sofia tuvo una fiesta y no me invitó, qué mala. Me tinca que le caigo mal y a su familia también. ¿Sabes? Parece que casi siempre me pela en su casa, me pela a mí y a mi familia y estoy triste por eso. Jugamos al modelaje. Nos tomaron fotos y mañana supuestamente la Isa las va a mostrar a la clase. ¡Estoy nerviosa! Tal vez salí como las hueas; con los ojos cerrados, con la boca abierta, los frenillos luminosos, no quiero ni pensarlo. No es por pesada, pero por suerte o que bueno para mí, que a la Camila Asenjo no le alcanzaron a tomar fotos. Ahora no se va a poder creer la bacana y súper mina con sus fotos. Sabes, a veces me da rabia. Porque siempre a la Camila Asenjo la eligen para todo, y no le dan oportunidad a los demás como, por ejemplo, ella siempre es escogida como capitana de los equipos de fútbol.
FICCIÓN
Siempre gana en votos porque los hombres creen que es la super bacana y cool pal fútbol, y la Camila U (La piojenta) como le copia todo a Cami A. se cree la bacana también, vota por ella y las más porras del curso le copian a la Camila Undurraga. La Camila Asenjo es una mal organizada, Por ejemplo, solo porque falté un día que había campeonato, me sacó y me puso en reserva y dice que uno tiene que estar al lado de ella para que se de cuenta y nos cambie para jugar en el segundo tiempo. ¡Que tonta! Bueno, ya no tengo nada más que escribir, fui un poco peladora hoy, pero filo. Querido diario: Hoy lo pasé más o menos en el colegio. He notado que el Matias Muchnick está loco por la Camila Asenjo así como estaba antes conmigo. Me da pena porque me gustaba cuando estaba detrás mío, siempre tenía algo que hacer en los recreos porque siempre me estaba mandando mensajes. A veces eran tiernos, a veces exagerados. Pero ya no, siempre le manda mensajes a la Camila A y la directiva puso una cosa que se trataba de un buzón donde uno puede mandarles cartas a sus compañeros.
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Y es obvio que la Camila Undurraga lo hizo por el Matias, que le va a mandar cartas a la Camila A. Es una estupidez. La Camila A no opina nada, se queda calladita sabiéndolo todo. Me tinca que está detrás del Matias. Se cree la más bonita del curso y la mejor pa los deportes. Hoy en entrenamiento empezó el profesor Richi a ver las que van a quedar seleccionadas: A,B,C o D. Me pusieron. Solo para mirar! En la C o D. Me estuve esforzando mucho, corriendo rápido para que pronto el profe me cambie al A o B. Ojalá! Hoy casi me ahogo de tanto correr. Querido Diario: Hoy hicimos el amigo secreto en el curso. La directiva lo organizó. Encuentro que la directiva es mala. ¡La Camila Undurraga de presidenta! ¡El Ilán de vicepresidente! Y la Mari de secre. Primero, la Mariana hace todo, hace todo el papel de presidente ella sola y se supone que solamente es secretaria (el puesto más pobre de la directiva). Segundo, la Camila U se cree la muerte y no hace nada. El Ilán tampoco. Se me olvidó decir quien me tocó. Es hombre. ¡El Matias! (Es normal, ni bueno ni malo). Bueno, lo bueno de hoy es que en el entrenamiento de hockey me cambiaron al A y B, antes estaba en el C y D.
FICCIÓN
¡ESTOY FELIZ! Haré todo mi esfuerzo para que siga ahí. Incluso me esforzaré más para quedar totalmente seleccionada en el grupo A y juegue en los partidos en contra de otros colegios de delantera. ¡ESTOY FELIZ! ¡CHAO! La directiva está organizando una fiesta. Le pregunté a mis papás si podía prestar la casa. Ya hice las invitaciones y todo. Así que yo cacho que me van a dejar. Si me dejan la fiesta va a ser el sábado 29 de mayo ‘99. Yo cacho que la futura fiesta va a ser buena. Si es así, va a ser mi primera fiesta buena. Por que la otra en 4to básico fue más mala! Ningún hombre sacó a bailar, bueno solo algunos. Querido Diario: Son como las 7.30 am. Me desperté a esa hora pensando que ya eran como las 8:00 y tanto. Porque a las 9.00 tengo un partido de hockey contra el Bradford. Quedé en la selección C… Yo quería estar en el “B”. Bueno, ojalá que ganemos. En la noche tengo una fiesta de curso, aquí, en mi casa. Ojalá que todos bailen y que me saquen a bailar hartas veces. Sabes, últimamente la Mariana Jadue está más creída.
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Porque Tomás Sanhueza y Nicolás Topelberg están detrás de ella. El jueves que fue el cumpleaños de Matías Muchnick en la piscina moon, primero, le dijo (en penitencia) a un niño de otro curso que estaba invitado, le dijo que me diga: “para de mirar”. Y en la piscina le dijo al Alberto que me diga: que “eres mina pero en verdad, no lo eres”. ¡Más pesada! Se cree la más mina (bonita) del curso y ¡nada que ver! Es fea, tiene: las orejas enanas, ojos de sapo, flaquísima, baja, hueca. A veces es simpática. PUCHA OH YAPO CHAO. Querido Diario: Tengo tantas cosas que contar. Bueno unos días atrás inventé que me gustaba alguien. Pablo Lascano y Tomás Sanhueza estaban más interesados! Les dije que podría ser: Tomás Sanhueza, Pablo Lascano, el Jaime o el Matias. Después de hartos días ya me molestaban mucho así que les dije que ya no me gustaba nadie así que ya no me siento tan rechazada. En arte todos me empezaron a molestar diciéndome jirafa. Ese mismo día en la práctica final del playback, me dijeron que me salga y me dio tanta rabia que me puse a llorar. Pero no fue por eso, fue porque todos los hombres me molestaban. Todos piensan que soy una pobre tonta rechazada imbécil.
FICCIÓN
Lo peor es que yo trato de ser amable, amigable, simpática, y buena onda, y nunca he molestado así a alguien. No se que hay de mal en mi que todos me molestan tanto, si yo nunca le he hecho eso a nadie. :( Me ofende cuando me dicen jirafa o gelatina. Me hace sentir muy alta, amorfada y perna. Gelatina no me molesta tanto, no lo dicen porque crean que soy una celulienta asquerosa. Dicen que soy un PALO. Lo malo es que no me siento importante en el curso. Por ejemplo, si yo falto la clase va a seguir chora. Pero si la Camila Undurraga (Cacaga) falta, la clase es silenciosa, hasta lo dicen. ¡El profesor Mario hasta lo dice! Ya, chao, voy a leer. Dindi. El fin de semana fui a Viña a ver a la Granny. Ya no es lo mismo. La Granny se cansa muy rápido. Está enferma, se le cayó el pelo y usa peluca, pero no se le nota. En la mañana fui a ver si había alguien despierto y estaba la Granny tomando desayuno sin peluca. Nunca la había visto así. Tiene el pelo blanco y súper corto. No le dije nada que la vi, porque no se dio cuenta cuando la vi. Octubre, sábado 9/99 Mi proyecto de Marilyn Monroe es para el miércoles 13 de oct ‘99 y….El viernes 15….Vamos al aeropuerto….Para……..Irnos a…..ESTADOS UNIDOS!!!!!!!! PORFIN!!!!!!! Estoy TAN feliz. Bueno….Chao
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Querido Diario: No sé si todavía me gusta el Matias M. El viernes 19 de nov. es la fiesta de la Camila U. Tengo miedo porque pienso que voy a ser la más rechazada de la fiesta. Voy a cambiar el tema… Creo que necesito un psicólogo. No quiero decirle a mis papás. Porque me van a preguntar: ¿Por qué? Querido Diario: Yo y la Isa somos extremadamente: BF4E: Best Friend for ever. Tenemos unos collares que los compré en USA. BF4EEEEEEYa no me gusta nadie. Solo un poco el Sebastián Aviles (Checha) Checha & Dindy + o ¿Sabes? La Caroline…. ¡La odio! Cachai que la Cata Mois es la más cool del nivel y todos son amigos de ella. Yo y la Caro queríamos ser también. Así que la Caro le hizo una carta de navidad y ni siquiera la pesca. La hizo solo para que fueran amigas y para sacarme pica a mí. Pero igual yo cacho que muy pronto seré amiga de la Cata. Para demostrar y describir cuánto la odiamos yo y la Isa hicimos juntas una lista de todo lo mala que es
FICCIÓN
Defectos de la Caroline: 1. Mentirosa 2. Sínica 3. Bocona 4. Se hace la interesante 5. Calentona 6. Creída imitadora de bacanas 7. Hueca 8. Copiona de tradiciones 9. Porra/tonta 10. Mandona 11. Gritona 12. Lacha (+ o - ) 13. Coqueta 14. Se hace la mina/bakana 15. Saca pica 16. Competitiva 17. Ambiciosa 18. Celulienta 19. Fea 20. Pesada 21. Egoísta/ solo piensa en ella 22. Mal pensada 23. Picada 24. Colada 25. Aprovechona 26. Enojona 27. Chupacabras 28. Lola 29. Perseguida 30. Metida 31. Copuchenta 32. Celosa 33. Nunca está satisfecha 34. Irrespetuosa
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Ayer tuve partido de hockey contra el Grange. Pero perdimos. :( sad. Como hace dos semanas atrás la Granny me mandó una carta con un sticker (calcomanía). Todavía la tengo guardada. Yo le mandé una carta larga también. Me encanta escribir cartas y que me manden cartas a mí. … hablando de cartas… ¡Me llegó mi primera carta! Del Banco Santiago. No hace mucho tiempo. Me llegó por mi cuenta de ahorros. Querido Diario: Ya estamos en el 2000!!! Wow... 2020 Romi: ¿por qué te saliste? Dindi: Me salí porque me paso rollos de que no soy bienvenida en weas a las que voy por ser “parte del grupo”, entonces prefiero que me escriban directamente nomás. Así me ahorro mi rollo. Romi: No creo que sea bueno para ti pasarte tantos rollos. Creo que estas cosas solo hacen que te alejes y te pliegues dentro de ti misma en lugar de resolverlo.
SEROLF AINOTNA
FICCIÓN
Dindi: No es bueno para nadie pasarse tantos rollos, obviamente. Por eso me salgo del grupo. En busca de mi independencia y estar abierta a amistades nuevas. Y no amistades que me hacen daño o me hacen sentir incómoda. Si alguien quiere verme me escribirá directamente. Y se resuelve mi problema. Romi: Siento que estás demasiado dentro de tu cabeza y eso no te permite ver más allá a veces. Te lo digo desde el cariño, no soy nadie para decirte qué es lo que tienes que hacer, solo te dejo mi opinión para que la tomes. La terapia sirve para eso, para poder ir más allá. Qué pena que encuentres que hayan amistades que te hagan daño dentro de tu círculo más cercano. Creo que todo se puede conversar y mejorar. Pero es difícil si estás impenetrable. No sé, yo tampoco he visto mucho interés de ti por mí, por ejemplo, tuve un proceso heavy de mudanza y lo único que me hablaste fue de los fondos. Dindi: Romi, la amiga que me hace daño y me hace sentir incómoda eres tú. Solamente tú. Por eso me alejo. Romi: ¿Hacerte daño? ¿Deliberadamente? Qué heavy.
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Dindi: Ay Romina, no te hagas la víctima ahora de la wea. Si querí hablar un día hablemos bien. Yo sé lo que estoy haciendo y lo hago por mi bien. Tú juzga como quieras. No creo que sea deliberadamente. A veces uno inconscientemente empuja o provoca lo que necesita. Y si nosotras nos alejamos es por algo. No es por nada. Romi: No me hago la víctima, creo que en las relaciones hay dos partes siempre. Dindi: Esto, por ejemplo: “No sé, yo tampoco he visto mucho interés de ti por mí por ejemplo” what is this? Creo que eso es tu egocentrismo y tu selfishness, de que te poní en el centro del universo y creo que es un momento para que cada una se centre en su propio universo sin esperar nada de la otra, y maduremos. Por que ya no estoy pa tus respuestas neuróticas. Ayer me hiciste callar como si fuera yo la que te provoca la angustia. Deal with your own shit. Ill deal with mine. Salirme del grupo es my first step. Romi: ¿Lo de mi mamá? ¿Pero te parece simpático reirte de una wea que me está haciendo daño?
FICCIÓN
Dindi: No me estaba riendo. Estaba tratando de talk about it. In my stupid way maybe, pero en definitiva ya no hay feeling, quiero decir que no conectamos. Romi: Tienes razón. Pero creo que no tienes que salirte del grupo. No creo que sea la manera. Dindi: Prefiero salirme del grupo. Qué importa, es un puto grupo de whatsapp. Las amigas de verdad me escribirán directamente. Y nadie me escribió directamente. Bromas. Todas me escribieron. Me doy cuenta de mi desesperación por llamar la atención. Feliz porque ya no soy parte del grupo. Call me demon , call me diva, call me Dindi. Bye.
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07812500 ºN
PLEBISCITO 2020
¿QUIERE UNA NUEVA CONSTITUCIÓN?
APRUEBO
RECHAZO
07812500 ºN
PLEBISCITO 2020
¿QUÉ ÓRGANO DEBIERA REDACTAR LA NUEVA CONSTITUCIÓN?
CONVENCIÓN CONSTITUYENTE (INTEGRADA EXCLUSIVAMENTE POR MIEMBROS ELEGIDOS POPULARMENTE)
CONVENCIÓN MIXTA CONSTITUCIONAL (INTEGRADA EN PARTES IGUALES POR MIEMBROS ELEGIDOS POPULARMENTE Y PARLAMENTARIAS Y PARLAMENTARIOS EN EJERCICIOS)
DOBLE, DOBLE TRABAJO Y DOBLE PROBLEMA HOLLEY R. CANTINE TRADUCCIÓN DE CONSTANZA GUTIÉRREZ
TRADUCCIÓN
La naturaleza profunda de mi mente es más racional y científica que el común, pero siempre tuve una cepa salvaje: la magia me ha fascinado desde la primera infancia. No me abandonaba a creer en ella por completo, pero ha habido momentos en los que he suspendido mi incredulidad hasta el punto en el que casi podía sentir la emoción de alterar las leyes de la naturaleza y, si hubiese existido un hechicero de renombre disponible en esos momentos, bien me habría postulado como su aprendiz. La mayor parte del tiempo, sin embargo, me reía de estas fantasías y me dedicaba intensamente al estudio científico. Nunca hice carrera en la ciencia, pero eso no tenía nada que ver con mi curiosa inclinación hacia la brujería. Durante mi época escolar me involucré tan profundamente en la actividad radical que abandoné toda idea de buscar un puesto en una universidad o en algún centro de investigación, cualquiera de los cuales sería subsidiado y, por tanto, en mi opinión, controlado por el statu quo que tanto había llegado a despreciar. Así, sin esperar a graduarme, me lancé por completo en el complejo mundo de intriga y luchas sectarias que era la política revolucionaria en Nueva York durante los años 30 y 40.
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Durante algunos años viví para la causa, trabajando esporádicamente en mal pagados empleos de medio tiempo con los que me pagaba la comida y una pieza amoblada y barata. Así podía utilizar la mayor parte de mis días en el excitante juego de conspirar y contraconspirar, crear manifiestos y polémicas; aprender teorías marxistas y sostener infinitas discusiones con mis compañeros. Todo parecía terriblemente importante y significativo. Creíamos que la revolución era inminente y que en muy poco tiempo nuestros minúsculos, mal entrenados y mal informados grupos, o al menos uno de ellos, podría ejercer su poder sobre vastas masas populares. En muchos aspectos, no era una mala manera de vivir —sin duda era estimulante y muy gratificante para el ego, siempre y cuando pudiéramos seguir creyendo que éramos La Única Opción—, pero llegó un momento en el que empecé a cansarme. Para ser honesto, supongo que lo que me despertó fue el recibir una pequeña herencia. No era mucho dinero en realidad, pero más de lo que había tenido hasta ese momento, y sabía que, si permanecía en el movimiento, pronto se disolvería entre facturas de imprenta y arriendos de salas de reunión y yo pronto estaría de vuelta en la misma posición en la que estaba antes de recibirlo.
TRADUCCIÓN
Era lo suficientemente egoísta como para resentir esto y, por primera vez, comencé a cuestionarme qué quería para mi vida. El grupo al que pertenecía entonces — llamado Consejo Obrero Socialista UltraRevolucionario de Izquierda o algo así de pretencioso y grandilocuente— se había reducido a catorce miembros por una rencilla interna, y había rumores de que una inminente lucha de facciones podría dividirlo aún más. Todos mis compañeros eran cegados fanáticos o imberbes jóvenes y su intemperancia y palabrería había empezado a ponerme nervioso. Por lo demás, el statu quo parecía tan sólidamente arraigado como siempre. Así las cosas, parecía un excelente momento para retirarme e irme al campo a pensar las cosas. Sabía que, si me quedaba en el agitado y frenético ambiente del movimiento, nunca podría alcanzar ningún tipo de equilibrio mental. Estas fueron mis justificaciones, creo, pero todavía soy lo suficientemente marxista como para saber que el dinero fue la verdadera razón de mi deserción. Compré unas pocas hectáreas de tierra sin labrar en la ladera de una montaña, a cien millas de la ciudad y al menos a dos del vecino más cercano; un jeep de segunda mano, que era el único tipo de
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de auto que podría subir el áspero sendero que llevaba a mi propiedad; y el material y equipo suficiente como para construir una pequeña cabaña. La cabaña era bastante rústica (no era muy hábil para este tipo de trabajo y fui aprendiendo a medida que avanzaba), pero me protegió del clima, en cierto modo. Para cuando tuve la cabaña lista ya se me había acabado la plata, pero estaba disponible para aceptar, dentro del pueblo, los trabajos que me permitieran satisfacer mis simples necesidades y todavía tener mucho tiempo libre. Descubrí que, desde que me había ido de la ciudad, el movimiento radical solo parecía un mal sueño. Mientras que todavía creía vagamente en la conveniencia del socialismo, una vez que tomé distancia se me hizo muy obvio que esas pequeñas sectas que habían consumido una parte tan grande de mi vida nunca llegaban a nada y que estaba bien salir de ellas. Para satisfacer el vacío que había dejado en mi vida el cese de mi actividad política, comencé a revivir mi antiguo interés en la magia. Como todos los radicales, era un explorador empedernido de las librerías de segunda mano y con los años había adquirido una buena colección de libros de tradición mágica que no había tenido tiempo de leer con dedicación.
TRADUCCIÓN
Mi único otro pasatiempo era el jazz temprano de Nueva Orleans, un interés que había compartido con varios de mis compañeros más jóvenes en la ciudad. Tenía una cierta cantidad de viejos, pero aún reproducibles, discos para fonógrafo —principalmente, música de marcha interpretada por la banda de la Bunk Johnston-George Lewis School— y había comprado con parte de mi herencia un destartalado y viejo trombón. Cuando no estaba estudiando minuciosamente los libros de magia, gastaba mi tiempo libre escuchando discos y aprendiendo a tocar el cuerno francés. Hice muy pocos conocidos en el lugar, lo extremadamente gregario del movimiento había saciado mi deseo de interacción social y, al mismo tiempo, prevalecía en mí cierta actitud de sospecha bajo la cual todo extraño era un posible espía de la polícia, por lo que siempre tenía muy presente no dejar que nadie me conociera íntimamente. Imagino que, de haber existido una banda de músicos aficionados, hubiese acabado con mi reserva y hubiese dominado los rudimentos del trombón de una buena vez. Anhelaba la oportunidad de tocar con más personas, pero la banda local había sido disuelta hacía unos cuarenta años y, aparte de mí, nadie en absoluto parecía interesado en reactivarla.
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La magia es una materia complicada: hay tantos factores involucrados que son casi incontrolables. Muchas cosas dependen del azar. La solitaria y ermitaña vida que estaba llevando, muy parecida a la de un alquimista medieval, facilitó que me tomara la magia más en serio, o quizás fueron las frustraciones acumuladas de mis carreras científica y revolucionaria, que habían reducido mi mente a una aproximación del estado pre-lógico. Como sea, me sentí más y más receptivo a los hechizos y encantamientos de mis libros y pronto empecé a probar algunos de ellos, todavía algo incrédulo, pero poniendo escrupulosa atención a cada detalle de las fórmulas. Al principio no tuve el éxito que esperaba, pero me entretenía, así que continué. Me obsesioné con la idea de que si tan solo pudiera seguir una fórmula al pie de la letra por una vez, el hechizo realmente funcionaría. La magia es una materia complicada: hay tantos factores involucrados que son casi incontrolables. Muchas cosas dependen del azar. Uno nunca puede estar seguro de poder encontrar la calidad y cantidad correcta de determinada hierba o raíz y de extraerla cuando la luna esté en la fase y ángulo en que debe estar.
TRADUCCIÓN
Muchos de los ingredientes son descritos tan vagamente que solo podía trabajar por conjeturas. Otro tanto depende del ánimo, también, y rara vez podía contar con permanecer en el estado de ánimo apropiado el tiempo necesario para completar todos los preparativos. Sospecho que esto siempre ha sido así y que es por eso que muy pocos hechizos potentes han sido hechos a través de los siglos, y la razón por la que la magia ha caído en tal descrédito. Como sea, finalmente lo conseguí, aunque solo una vez. En algún momento de mis investigaciones logré la fórmula para la duplicación y, si bien nunca fui capaz de conseguir que cualquier otra fórmula funcionara, sirvió para convencerme de que con suficiente perseverancia podría lograr cualquier cosa. Sin embargo, algo me impedía perseverar. Creo que estaba asustado, principalmente porque comprendía que no solo me divertía, ocioso, con una afición excéntrica, sino que trataba con algo realmente serio. Era imposible saber a dónde me podía llevar. De hecho, el don que recibí fue suficiente para cambiar toda mi vida y no sé cuántas otras. Pero me estoy adelantando en la historia. Al principio, mi estilo de vida no cambió mucho.
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Después de tantos años de escepticismo, me era difícil asimilar mi nueva adquisición y la usé con moderación. Continué trabajando, pero con menor frecuencia. Ahora que podía duplicar mis provisiones —al menos aquellas que no iban a estropearse, como las conservas, la cerveza, las latas de pescado y la harina, que constituían gran parte de mi dieta—, podía hacerlas durar para siempre. Pude haber vivido de champaña, caviar y trufas, pero ya que era una inversión inicial, preferí cerveza y porotos. Evité duplicar dinero. Supuse que, una gran cantidad de billetes con idéntico número de serie, inevitablemente levantaría sospechas de falsificación, y pagar todas mis cuentas con monedas también hubiese sido llamativo. A veces duplicaba un poco, cuando me daba demasiada flojera salir a buscar un trabajo y solo tenía mis últimos cincuenta centavos (siempre guardaba medio dólar de reserva), pero fueron muy pocas veces y solo como una manera de ganar tiempo. Además, nunca duplicaba tanto como para que fuese sospechoso, no quería meterme en problemas con la gente del pueblo y, de todas maneras, unas pocas horas de trabajo a la semana eran suficientes para conseguir todo el dinero que necesitaba y eso no era problema para mí.
TRADUCCIÓN
De hecho, una vez que terminé con mis investigaciones mágicas tuve más tiempo libre del que necesitaba. Dos horas de práctica diaria con el cuerno francés eran todo lo que podía sostener sin distraerme, y no encontré mucho más en qué ocuparme. Consideré retomar mis interrumpidos estudios científicos, pero habían pasado tantos años desde que había dejado la universidad que tenía miedo de descubrir cuánto era lo que había olvidado. Además, me sentía incómodo volviendo a la ciencia después de haber incursionado en la magia negra, tal como se sentiría una prostituta ante la idea de convertirse en una respetada mujer casada. Probablemente lo hubiese llevado bien, pero no podía dejar de sentir una curiosa mezcla entre desprecio por la ignorancia de mis compañeros y vergüenza por haber violado su código. Para pasar el tiempo, leí aleatoriamente sobre muchos temas, pero nunca estuve muy interesado en la literatura, así que pronto me cansé. Una noche desperté luego de haber soñado que era miembro de una banda (mi eterno sueño) y de pronto me iluminé: podía utilizar mi don para satisfacer ese deseo. Me levanté inmediatamente, sabía que si esperaba a la mañana probablemente ya no tendría valor para intentarlo. Me aterraba, pero estaba medio dormido, y me dupliqué.
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Hasta ese momento no había intentado duplicar nada más complicado que latas de sardinas y, aunque nunca había fallado en ninguno de mis intentos, no tenía cómo saber qué iba a resultar de la experiencia con un ser vivo. Estaba lo suficientemente desesperado como para intentarlo y el resultado fue, o parecía ser, perfecto. Nos miramos el uno al otro, nos reímos un poco histéricos, nos estrechamos la mano y nos duplicamos y reduplicamos. Decidimos que ocho era un buen número para comenzar, y luego nos dedicamos a duplicar suficiente comida y bebida para mantenernos. Teníamos una fiesta con un montón de cerveza y luego duplicamos los colchones y la ropa de cama —casi llenamos la cabaña— e intentamos volver a dormir, pero estábamos demasiado excitados y sobre estimulados; nos quedamos jugando y riendo como lo haría un montón de escolares en un dormitorio, aprovechando que el inspector no está. Al día siguiente, empezamos a trabajar inmediatamente para proveernos un lugar adecuado donde vivir. Ocho hombres semicalificados pueden lograr mucho más que un solo inexperto y, para nuestra sorpresa, en poco tiempo teníamos un sitio con el suelo nivelado y despejado de maleza.
TRADUCCIÓN
Después de acabar con el trabajo, uno de nosotros condujo el jeep hasta el taller de un joven italiano, no muy lejos de casa, que se ganaba la vida suministrando y manteniendo instrumentos musicales para bandas de escuelas secundarias en un radio de veinticinco millas. También vendía los instrumentos que las escuelas habían descartado (y se habían vuelto muy quisquillosas al respecto) a precios muy convenientes. Yo había llevado mi trombón a su taller un par de veces y me había parecido muy considerado con los empobrecidos músicos aficionados a la vez que un lutier prolijo. Amaba su trabajo —lo había aprendido desde pequeño, la mayor parte de su familia trabajaba en algo relacionado con instrumentos musicales— y los golpes que los instrumentos recibían por parte de los niños de la escuela lo entristecían profundamente, por muy bueno que esto fuera para su negocio. Nuestro hombre eligió un nuevo clarinete, pagó la primera cuota —yo había estado trabajando regularmente y tenía algo de efectivo guardado— y lo trajo de vuelta a nuestra cabaña. Fue duplicado y una semana después —no queríamos dar la impresión de frívolos sin remedio—, fue regresado y cambiado por una corneta.Mientras, nuestra nueva cabaña progresaba rápidamente.
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En pocos días habíamos terminado de nivelar el sitio sacándole una profundidad de unos dos pies y llenamos el hoyo con piedras, operación muy simple si sabes duplicar. Luego, uno de nosotros fue a la ferretería y compró uno de cada uno de los materiales que necesitábamos: una pequeña bolsa de cemento, un tablón de 2x6y uno de 2x4, distintos tipos de pizarra, techos, aislamiento, clavos, una ventan, etcétera. No sé qué habrá pensado el vendedor de nuestra compra, pero definitivamente no podría haber sospechado que íbamos a construir una casa, así que no había peligro de chismes que revelaran nuestros planes, o al menos no por su parte. Todos sabíamos que mantenernos en estricto secreto era vital. Ahora que nos teníamos los unos a los otros no necesitábamos vida social, ni siquiera la poca que yo había hecho antes, y no queríamos a ningún entrometido dando vueltas y haciendo preguntas incómodas. Por lo que sabíamos, la magia aún era ilegal: solían quemar y colgar a las brujas en los viejos tiempos y la ley se mantiene en los libros hasta mucho tiempo después de dejar de ser ejercida. Nos veíamos exactamente iguales, pero siempre y cuando nos preocupáramos de salir solos, nadie podría decir que había más de uno de nosotros.
TRADUCCIÓN
Devolvimos la corneta original y la cambiamos por un cuerno barítono, pero nuestro edificio ya estaba casi terminado, así que decidimos dejar de engañar al vendedor y empezar a pagar en efectivo por nuestros instrumentos. Mezclamos un tarro de cemento, lo vertimos en el hoyo que habíamos cavado y, en un rápido acto de duplicación, lo llenamos con un bloque sólido de concreto. Una vez que estuvo seco, construimos los marcos de las paredes y los levantamos, tal como un granero. Sólo tuvimos que cortar un molde y lo duplicamos, pero aún así, inexpertos como éramos, poner el techo se nos hizo muy pesado. Una vez que pusimos las vigas, no tardamos en terminar el resto del trabajo. Era una especie de granero, con techo alto y buena acústica. Tenía muchas ventanas y una gran estufa a leña, de las mismas que ponían antes en las estaciones elevadas del metro, que compramos muy barata en una tienda de cosas usadas. Para la iluminación, teníamos un montón de lámparas de kerosene grandes y un par más pequeñas; estábamos muy lejos del cableado eléctrico y, de todas maneras, no teníamos idea de cómo duplicar electricidad.
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En el interior, dejamos las paredes sin terminar y nos las arreglamos sin particiones. Había una mansarda en un extremo, donde pusimos nuestros colchones. En el centro de la habitación pusimos una gran mesa de madera con bancos a cada lado y, contra la pared, un mesón en el que una estufa de tres quemadores cocinaba, constantemente y a fuego lento, ollas de sopa, frijoles y café. También había platos llenos de embutidos, queso, pickles, chucrut, pan de molde, cerveza (importada de Alemania: ya que íbamos a comprar solo una botella, por qué no comprar la mejor) y una cajetilla cigarros buenos. Al otro lado de la habitación, en el extremo opuesto a nuestras camas, pusimos ocho sillas en semicírculo para practicar como banda. Devolvimos la corneta original y la cambiamos por un cuerno barítono, pero nuestro edificio ya estaba casi terminado, así que decidimos dejar de engañar al vendedor y empezar a pagar en efectivo por nuestros instrumentos. Nos sentíamos muy mal y él era tan buen tipo. Ya habíamos agotado toda nuestra reserva de dinero entre pagos anticipados de la tienda de música, materiales de construcción y comida, pero teníamos un roble en nuestra propiedad. Alto y recto, estaba libre de ramas al menos en sus primeros treinta pies.
TRADUCCIÓN
Lo botamos y cortamos en troncos, los bajamos a la carretera con el jeep y luego los duplicamos sustancialmente, pila que vendimos a un aserradero por mucha más plata de la que hubiesen costado todos los instrumentos que queríamos (la desvalorización de los instrumentos musicales de segunda mano es casi igual a la de los autos). El hombre del aserradero tenía su propia arboleda y no le gustaba comprar a otras personas pero, cuando se enteró de que lo vendíamos a un precio absurdo, se decidió a comprar inmediatamente. Nosotros no pensábamos como comerciantes —si lo hubiésemos hecho podríamos haber ganado una fortuna en casi cualquier negocio de manufactura o venta—, y el precio que pedimos era una compensación más que adecuada por el trabajo relativamente insignificante que habíamos hecho. Por desgracia, en nuestro entusiasmo, dejamos que se llevara hasta el último tronco, así que nunca más podríamos duplicar madera ante eventualidad futura. La madera era nuestro único recurso natural y, aparte de ese árbol, todo lo que teníamos era un renoval que solo servía para hacer leña. Lo que queríamos era la misma intrumentación que tenían las bandas de marcha tradicionales de Nueva Orleans y solo nos faltaba una segunda corneta (estábamos decididos a tocar diferentes
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instrumentos, esta era nuestra única pretensión de individualidad). Ya teníamos un trombón, una corneta, el clarinete y el cuerno barítono, así que necesitábamos un alto, una tuba, un bajo y unos tamborcitos. El alto costó solo dos dólares. El vendedor de instrumentos tenía uno viejo cuyo arreglo, decía, costaría al menos veinte dólares más, pues tenía unas abolladuras, pero estuvo dispuesto a vendérnoslo al precio al que se lo vendieron a él porque es un instrumento que se compra poco. A nosotros no nos importaban las abolladuras y estábamos satisfechos con el cuerno, que estaba en buen estado. La tuba Si-bemol nos costó veinte dólares y, más la batería y sus baquetas, pagamos en total treinta. Nos tomó un tiempo que la banda cuajara, pero lo disfrutamos desde el principio. Aunque la corneta y el clarinete tenían una ligera ventaja sobre el resto de nosotros, tuvieron algunos problemas para seguir a los nuevos instrumentos. Los tres fiscornos eran como trombones, por lo que ya teníamos una buena embocadura y podíamos tocarlos fluidamente. El cornetista se puso en forma en un par de semanas y esto significó un gran avance para toda la banda. El clarinete, en cambio, tomó más tiempo.Era un instrumento completamente distinto a los demás bronces.
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Le tomó más o menos un mes seguirnos el ritmo, pero siguió eludiendo el solo de High Society durante casi un año. En cuanto a los bateristas, ellos lo tenían más difícil, ya que mi sentido del ritmo es el lado más débil de mi capacidad musical, pero perseveraron y con el tiempo llegaron a tocar bastante bien, al menos para nuestros poco exigentes estándares.
Tirábamos los platos sucios a la basura, basura que pronto alcanzó proporciones monumentales, y resolvimos de la misma manera el problema de la lavandería. A veces, cuando uno de nosotros volvía de ir a tirar nuestra basura, hablábamos de desarrollar algún conjuro que hiciese desaparecer cosas, pero nunca lo hicimos, ni siquiera nos molestamos.
Estoy seguro de que nuestro ensamble debe haber sonado terrible para un experto, incluso en nuestro mejor momento, pero existe ciera emoción al tocar en grupo, incluso en uno compuesto por duplicados, y solo tocábamos para nosotros mismos. Teníamos los mismos gustos y el mismo entusiasmo, así que nuestras deficiencias técnicas no fueron molestia. Además, había un suministro ilimitado de cerveza que nos mantenía alejados de la autocrítica.
En casi todos los aspectos, era una vida completamente satisfactoria. La comida era buena, mejor de lo que había sido nunca. Gracias a la cocción constante, a sopa y los porotos adquirían un sabor increíble y el café uno asqueroso (en general, éramos demasiado flojos como para cambiar la cafetera), pero no tomábamos mucho café y la cerveza era excelente. Lo único que nos faltaba era sexo. A veces broméabamos con buscar a la chica más linda del mundo y duplicar una para cada uno, pero solo era un chiste. Nos preocupaba demasiado que algún extranjero entrara en nuestro pequeño mundo y, de todas maneras, pensábamos que la presencia de mujeres hubiese quitado más de lo que hubiese agregado. Con los años me había acostumbrado a la abstinencia, así que no creo que hayamos sufrido muy intensamente. En cuanto a nuestra música, no teníamos ninguna ambición en particular.
Para los estándares convencionales, nuestra vida era un desastre. Comíamos cuando teníamos hambre y bebíamos cuando teníamos sed, dormíamos cuando teníamos que hacerlo y pasábamos el resto del tiempo tocando, remoloneando, leyendo o conversando. Ni siquiera nos molestábamos en lavar los platos, teníamos un juego de loza y guardamos un ejemplar de cada pieza, las que íbamos duplicando según la necesidad.
TRADUCCIÓN
Periódicamente discutíamos la posibilidad de salir de gira si un día nos volvíamos lo suficientemente buenos, pero para eso faltaba mucho y no era importante. Estábamos pasándolo bien tocando para nosotros mismos y no necesitábamos audiencia. Teníamos pocas oportunidades de salir de casa. Cada uno de nosotros trabajaba un día a la semana para mantener nuestra reserva de dinero en efectivo y poder comprar comida perecible, que no valía la pena duplicar, y pagar las contribuciones del terreno o reparar el jeep. Ninguno de esos gastos era pesado, los cobradores de impuestos no se habían aparecido desde que había terminado la primera cabaña y el día que vinieron, al principio de la primavera, todo fue bien: el camino parecía un río y me dieron una valoración muy baja. La nueva construcción estaba lo suficientemente escondida por árboles y arbustos como para ser visible desde el camino, así que nunca supieron que estaba ahí. Gracias a la duplicación — juiciosa— de repuestos, neumáticos y bencina, nos las arreglamos para mantener al mínimo los gastos de funcionamiento del jeep. En varios viajes a talleres locales, tuvimos éxito duplicando una impresionante colección de herramientas cuando el mecánico no estaba mirando, y un par de nosotros se hizo bastante bueno utilizándolas.
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La necesidad de ir a trabajar empezó a molestarnos después de un tiempo, pero esto fue solucionado, finalmente, por nuestro cornetista. Una que otra vez se rompió algo grande y tuvimos que recurrir a la ayuda de un experto, pero en general no lo usábamos mucho y se mantenía en tan buenas condiciones como estaba cuando lo compré. La necesidad de ir a trabajar empezó a molestarnos después de un tiempo, pero esto fue solucionado, finalmente, por nuestro cornetista. Cuando le tocó el turno de buscar trabajo, en vez de dar una vuelta buscando un empleador, como solíamos hacer, condujo hasta Nueva York y vendió duplicados de su corneta —que era, con mucho, el mejor instrumento que poseíamos— a lo largo de toda la Tercera Avenida. Volvió al día siguiente con los bolsillos llenos. Al ritmo en que gastábamos, era dinero suficiente para cubrir todas nuestras necesidades durante varios años. Y, cuando se hubiese acabado, siempre podríamos repetir la operación.
TRADUCCIÓN
No porque hubiese tenido éxito con un solo conjuro voy a creerme un experto en magia, pero sé que el resultado que uno consigue al duplicar no es más preciso que el de ninguna otra forma de reproducción. Cada vez que duplicábamos algo el duplicado parecía ser exacto al original, aunque era probable que existieran diferencias sutiles que no podíamos notar incluso en los objetos más simples. Sin embargo, cuando se trataba de organismos de alta complejidad, como nosotros, las diferencias eran evidentes. En apariencia éramos idénticos, tanto como para engañar a cualquiera. Eran nuestras personalidades las que mostraban marcadas diferencias. El cornetista y el clarinetista eran, por lejos, los mejores músicos (deben haber adquiridido la mayor parte de mi racha mágica, pero ellos la vertieron en sus instrumentos y mantuvieron a la banda andando). Creo que yo mantuve mi temperamento científico y claramente el baterista recibió la mayor dosis de lo que sea que me haya mantenido tanto tiempo en el movimiento radical: parecía un retroceso a mi fase revolucionaria más ardorosa. Durante un tiempo, estas diferencias sirvieron para hacer nuestra vida más interesante: nuestras reacciones estaban lejos de ser uniformes y esto hacía más animadas nuestras conversaciones.
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Pero lentamente el baterista comenzó a volverse cada vez más en contra de nosotros. Al principio pensamos que quizás le estaba costando mucho tocar la batería y varios de nosotros nos ofrecimos a cambiarle de instrumento, pero no era eso lo que quería en absoluto. Había agriado toda nuestra manera de vivir y esto creó una tensión insoportable. Ya casi nunca tocaba con nosotros y uno de nuestros vientos tuvo que tomar su lugar mientras él se sentaba melancólicamente a leer libros sobre la guerra de guerrillas o salía y practicaba con un viejo rifle que sacó de no sé dónde. Cuando los demás no estábamos tocando, invariablemente comenzaba una discusión sobre la locura que era desperdiciar así nuestro invaluable don. Intentamos bromear con él diciendo que no estábamos dañando ni explotando a nadie y que, probablemente, si lo ofrecíamos, el mundo haría un desastre con el don, pero esto lo enrabiaba aún más. “Son una pésima pandilla de renegados”, gritaba. “Burgueses decadentes, podrían estar afuera, salvando el mundo, y en vez de eso están aquí, tocando mientras todo arde”. La única forma de hacerlo callar era tomar nuestros instrumentos y ahogar su voz.
TRADUCCIÓN
No sorprendió ni decepcionó a nadie cuando se fue una mañana temprano, antes de que nos despertáramos. Al principio no estábamos completamente seguros de que se hubiese ido porque el jeep seguía ahí, pero luego uno de nosotros recordó haber sido despertado brevemente por el sonido de un motor encendiéndose y supusimos que lo había duplicado. Ninguno de nosotros había sido tan ambicioso, pero seguro le había resultado. Esperamos un par de días para asegurarnos de que no volvería y luego nuestro caja se duplicó a sí mismo y la banda volvió a estar completa. El nuevo baterista era bueno y todos pensamos que era un alivio librarnos del anterior, que se había convertido en un imbécil. Nunca escribió, pero tuvimos un par de noticias sobre sus actividades: un día, nuestro tuba estaba de brazos cruzados mirando los titulares de un diario de Nueva York en el almacén del pueblo (no leíamos el diario con asiduidad, pero de vez en cuando uno de nosotros quería saber las novedades) y encontró un artículo sobre alguien que había sido arrestado por pregonar sus ideas en la calle, sin permiso, y por regalar mercadería sin licencia de vendedor ambulante. Solo podía ser nuestro ex baterista: ¿Quién más combinaría esas dos actividades? Debe haber estado distribuyendo un anticipo de la abundancia que ya vendría.
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Lo que nos sorprendió fue que fuese tan ingenuo como para pensar que la policía lo vería y lo dejaría ir. Por supuesto, no había dado su verdadero nombre, pero el nombre que mencionaban en el diario era el pseudónimo que yo había usado en mis días de radical. El artículo no decía que tipo de sentencia recibió y aunque estuvimos pendientes de los periódicos durante algunos días, no pudimos encontrar ninguna otra mención al incidente. Pero un mes después, más o menor, el vendedor de armas local, con quien había logrado cierta intimidad cuando recién llegué al campo, interceptó a nuestro clarinetista en el pueblo y lo increpó con fingida indignación. “¿Qué eres, un cliente o un imbécil?” gritó. “Entras corriendo a la tienda pidiendo que te muestre mis productos más raros y en el minuto en el que me doy vuelta ya te has ido, como un pavo en el maíz. Traduciendo la jerga de nuestro amigo, esto significaba que de seguro nuestro batero había regresado, se había duplicado un suministro de armas cuando el vendedor estaba fuera de la habitación y había partido con destino desconocido. No nos gustaban para nada las implicaciones que tendría, pero hicimos nuestro mejor esfuerzo por no pensar en eso.
TRADUCCIÓN
Después de esto no volvimos a mirar los diarios y casi hasta dejamos de salir. Supongo que teníamos miedo de lo que podría estar pasando y nos concentramos en nuestra música con desesperación, evitando cualquier mención a las posibles actividades de nuestro antiguo colega. Luego, un día en el que estábamos en un receso entre sesiones de ensayo y nos disperamos por la habitación comiendo, bebiendo, turnándonos los instrumentos o solo descansando, escuchamos el sonido de un jeep acercándose por el camino. El corneta se asomó por la ventana cautelosamente (nos habíamos puesto aún más aprensivos respecto a las visitas) y el resto de nosotros nos paramos detrás de él, cuidando mantenernos escondidos. El sonido del motor se acercó aún más y nuestro centinela gritó: “¿Pueden creerlo? El gordo se duplicó amiguitos y vienen para acá como una pandilla de gángsters”. Nos precipitamos hacia las ventanas y vimos el jeep subiendo a casa y detenerse. No era el duplicado de nuestro maltratado jeep —parecía un modelo de la armada bastante reciente—, pero los cuatro hombres en él eran definitivamente los dobles de nuestro ex baterista. Vestían ropa semi militar, con cascos de acero de algún modelo extranjero, y estaban armados.
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Cuando pudimos verlos más de cerca notamos que sus caras, aunque nos eran familiares a grandes rasgos, estaban considerablemente alteradas. Parecían deformes, de alguna manera más toscos. Apretaban sus labios en un gesto cruel y sus ojos tenían una expresión de maldad casi animal. A medida que bajaban del jeep y avanzaban a la casa, todos los que estaban amontonados detrás de la puerta se acercaron para darles la bienvenida con, creo, forzada jovialidad. Yo di un paso atrás: no me gustaban sus miradas y dudaba que su misión fuese amistosa. Efectivamente, tan pronto como el séptimo de nosotros estuvo fuera de casa, los cuatro abrieron fuego con una especie de pistola–máquina. A esa distancia no podían fallar, pero siguieron disparando a sus cuerpos por un largo rato. Me encogí en una esquina, pensando que iban a descubrirme y a dispararme también, pero en vez de eso entonaron en una extraña, áspera voz: “¡Así perecen los traidores a la revolución!” (y al unísono, ¡encima!), volvieron sobre sus talones, se subieron al jeep y se fueron inmediatamente. Fue entonces cuando pensé que no tenían cómo saber que habíamos duplicado un baterista sustituto y deben haber creído que nos habían exterminado.
TRADUCCIÓN
Pasé los dos días siguientes en estado de shock, cavando una fosa común y enterrando al resto de la banda sin ninguna ceremonia. Luego guardé un paquetito de provisiones y me fui. Quizás fue una tontería dejar el único lugar donde estaría a salvo de las represalias, pero no podía soportar seguir ahí y la idea de duplicarme otra banda y empezar todo de nuevo me asqueó. Dejé todo como estaba, incluso abandoné el jeep. No tuve ningún motivo en especial, solo seguía demasiado aturdido. Durante las primeras millas de mi caminata todo parecía estar igual que siempre, pero una vez que llegué al centro del pueblo descubrí que el ataque de violencia contra nosotros no había sido un caso aislado. La mayoría de las casas tenían marcas de balas, varias se habían desplomado y no había absolutamente ninguna persona alrededor. Seguí caminado por el pueblo devastado, encontrando, para mi asombro, destrozados autos del ejército de distintos modelos y numerosos cadáveres, tanto militares como civiles. Una buena parte de ellos parecían mis dobles y estaban vestidos más o menos como los cuatro que nos habían visitado, pero la mayoría parecían ser militares y residentes locales.
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Era evidente que en ese lugar se había librado una batalla de proporciones y parecía increíble no habernos dado cuenta, sin embargo, nuestra casa estaba muy aislada y, la mayoría de las veces, hacíamos tanto ruido que no podíamos oír nada más. Después de unos días de vagar sin rumbo, por fin encontré un pequeño grupo de harapientos sobrevivientes. Uno de ellos me vio y gritó “¡Ahí hay otro!” y todos corrieron, asustados. Pensé que las próximas personas que conociera podrían estar armadas, así que debía permanecer escondido por un tiempo, y me metí en una casa abandonada. En el sótano me encontré un montón de periódicos de los últimos meses y, para matar el tiempo, empecé a leerlos. En ellos encontré todo lo que necesitaba saber sobre la situación y confirmé mis peores miedos. Ya que soy probablemente la única persona en condiciones de leer entre líneas y explicar qué sucedió realmente, estoy escribiendo todo esto y planeo duplicarlo en millones de copias. Puede que ya sea demasiado tarde para salvar el país, pero si no, una comprensión exacta de la naturaleza del enemigo debería ser más útil que las salvajes conjeturas y especulaciones que encontré en la prensa.
TRADUCCIÓN
Sin embargo, la población de la ciudad no lo sabía y no es de extrañar que sospecharan de alguna trampa, así que se fueron de la ciudad en vez de aprovechar su generosidad.
No me molestaré en reproducir la versión de la prensa de los eventos, cualquier persona que llegue a leer esto estará, sin duda, familiarizado con ella, pero aquí, tan pronto como pude, está la cuenta aproximada de mis acciones a la fecha: Parece que, después de su visita a la tienda de armas, viajó a Washington (fechas de acuerdo a mi recolección de diarios). Una vez ahí, debe haberse duplicado un par de veces y juntos se abrieron paso, armados con pistolas, en la galería para visitas de la Cámara de Representantes y el Senado. Allí se duplicaron rápidamente y procedieron a limpiar ambas cámaras. Supongo que el Servicio Secreto causó fuertes bajas, pero continuó doblando refuerzos hasta que se convirtió en el amo del capitolio. Debe haber tenido todo un ejército para el momento en que se trasladó a la Casa Blanca y tomó posesión de ella. A juzgar por el manifiesto que publicó (“No más gobierno burgués: el nuevo régimen de la libertad y la abundancia está comenzando”), podría decir que su mente ya había empezado a deteriorarse como resultado de una duplicación excesiva.
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Durante la semana siguiente ocupó pacíficamente la ciudad de Washington e intentó establecer un sistema de distribución de emergencia. Esta fue su fase más benevolente, creo que cuando ofreció comida y ropa gratis a cualquiera que fuese a sus centros de distribución lo hizo de buena fe, no tenía necesidad de hacer trampa produciendo cantidades ilimitadas de mercadería. Sin embargo, la población de la ciudad no lo sabía y no es de extrañar que sospecharan de alguna trampa, así que se fueron de la ciudad en vez de aprovechar su generosidad. Esto, estoy seguro, lo enfureció, y ya que su mente estaba debilitada, terminó por enloquecerlo. Los congresistas que lograron escapar, junto a aquellos que no habían ido ese día, establecieron un gobierno provisional en Virginia y lanzaron al ejército en contra del usurpador. Al parecer, pensaban que se trataba de un ataque ruso y espero que no tomen represalias contra ellos con armas atómicas, como el periódico sugiere que pretendían hacer. Este ataque contrarevolucionario, como él lo llama en su segundo manifiesto, lo pescó en un estado de ánimo sombrío; se duplicó en una vasta horda que parece hacerse llamar “Voluntarios del Pueblo por la Liberación Nacional” y se defendió con furia.
TRADUCCIÓN
A juzgar por los reportes periodísticos sobre las primeras batallas de la campaña, debe haber dependido completamente de la fuerza de los números para invadir la posición del ejército regular, y sus pérdidas fueron enormes. Luego, después de haber conseguido y, sin duda, duplicado, armas más pesadas, comenzó a luchar de manera más recatada, pero el prodigioso número de duplicaciones que llevó a cabo las primeras semanas de combate deben haber reducido sus fuerzas, dejando a los autómatas brutales que acabaron con mis compañeros y que parecen avanzar a pie firme a lo largo de la costa este. No sé dónde estarán ahora, el último periódico en mi colección tiene varios días. Este ejército haría que hasta los antiguos mongoles se avergonzaran. No sólo es capaz de avanzar sin ningún tipo de servicio de suminstro (cada hombre puede llevar su comida y municiones y duplicarlas si es necesario), sino que también puede duplicarse a sí mismo mientras uno de ellos siga vivo; y luchan con un fanatismo ciego y salvaje que ya hace mucho ha perdido todo rastro del idealismo con el que comenzó. Después de leer algunos de los informes de esta masacre sin sentido, he estado tentado a duplicarme a mí mismo en otro ejército y salir a tratar de destruir a estos monstruos, pero una consideración me disuade:
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¿Qué me resguarda de no terminar como ellos, si sigo su ejemplo? ¿No eran estos demonios, y no hace tanto tiempo, yo mismo?
FICCIÓN
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EDIFICIO INTERIOR ROBERTO MERINO
Me ha dado por interpretar un sueño dentro de otro sueño. Así no se puede dormir tranquila. Luz María Bravo
Una tarde muy bonita, parecida a ciertas tardes soleadas amarillentas de mayo, veníamos de poniente a oriente por la vereda norte de la Alameda a la altura de Cienfuegos. Llevábamos un rato caminando pero la primera imagen que registro es de esa parte específica. Infiero que había habido hechos pasados, una continuidad anterior, precisamente veníamos riéndonos de algo elaborado en los momentos previos, en las cuadras precedentes.
Es como si todo esto perteneciera a una película y alguien hubiera cortado la cinta, dejando la historia sin comienzo, provocando que ésta empezara en cualquiera de sus escenas intermedias. Una posibilidad es que el punto de partida haya sido la casa que alguna vez fue de la familia Préndez, en la esquina de Huérfanos y Hurtado Rodríguez. Supongamos que ahí estaba tu trabajo.
NÍTRAM AILIME
FICCIÓN
Un timbrazo discreto, una intercomunicación a través del citófono, una espera entre los árboles de la calle y ya: por la mampara entornada habrías salido sonriente hacia la vida luego de una jornada de siete horas. No puedo dejar de decir esto: renacida, o al menos esa imagen me llegó de la delicuescencia del vidrio biselado de la mampara. And fade into the light of common day. Nos fuimos por Huérfanos hacia el centro, las casas adormecidas en el pasado, con ruidos de hora de once perceptibles más allá de las ventanas, el sol adormecido sobre los adoquines cruzados por rieles de tranvías que llevan cincuenta años sin uso. Allá al fondo sobre los techos se ven las agujetas de una iglesia, acá más cerca un viejo con chaleco trepado en una escalera amarrando con alambre algo no discernible del antepecho de una casa pintada de celeste. Seguimos por García Reyes, Portales, Cumming –donde el ajetreo es mucho mayor– y por fin se expande la mencionada Alameda –donde el ajetreo es estructural. Ahora pienso que la conversación hilarante que llevábamos era sobre la palabra citófono.
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Mejor era el ahora. Había tanta gente copando las veredas, caminando y sonriendo con apuro, como si tuvieran la perspectiva de un concierto, de una fiesta, de un desfile faccioso. Algo te dije del general Roberto Viaux Marambio y me arrepentí de inmediato, ya que tuve que sacudir de mi memoria feas imágenes nocturnas de octubre de 1969. Mejor era el ahora. Había tanta gente copando las veredas, caminando y sonriendo con apuro, como si tuvieran la perspectiva de un concierto, de una fiesta, de un desfile faccioso. Parecía que todas esas personas vivían con la felicidad de una edad despreocupada. Tal era la liviandad de sus pasos. Nos saludó un joven con chaqueta de basurero y la calavera insinuada en la sonrisa, era un sobrino de alguien, vinculado a una familia muy conocida que tuvo el monopolio del lacre en los años del Centenario. Pero pasó muy rápido en sentido contrario, se deshizo como polvo lumínico o bien se lo tragó el viento. Había, ya lo dije, un sol vespertino, tardío, que blanqueaba la parte superior de los árboles espesos en la isla central de la Alameda. Las zonas sin sol aparecían en todo caso dotadas de una inusual nitidez.
FICCIÓN
Si los árboles estaban tan cubiertos, si en la escena predominaba el follaje en gradaciones polvorientas y la transparencia del aire, quizás entonces era más bien una tarde de primavera, octubre en vez de mayo.
Se veía todo con una calidad acuosa: las filigranas en las baldosas de las veredas, el veteado del mármol de las balaustradas, los descascaramientos de la pintura de unas vallas papales apiladas, los viejos portones oscuros con lunas menguantes de fierro forjado, las micros azul pizarra que desaparecían por una calle cubierta por el humo de un fuego extemporáneo (estaban quemando las pertenencias de un mendigo que llamaban El Húngaro, una colchoneta, unas camisas, unos cartones corrugados). Mucha gente apresurada en dirección perpendicular a la nuestra, desplazándose en el eje norte sur por un puente enrejado. Había en esa zona un resplandor, una claridad polvorienta, como si fuera un tramo metafísico en cuyo interior los transeúntes se perdieran para siempre. Algo sobre los árboles: era la hora del día (de algunos días) en que a los ombúes se les ven los troncos negros y las hojas especialmente oscuras y lustrosas y dan la impresión de pertenecer a un mundo encantado.
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Si te pudiera mostrar las ilustraciones de un libro infantil que revisé una vez lo entenderías de inmediato: un gandul llamado Titel Vilcheras hacía su hogar dentro del tronco hueco de uno de estos árboles, y por una ventana que le había horadado se veía de lejos la luz de su lámpara al atardecer. Había que saludarlo levantando el brazo derecho y bajando la mirada sin dejar de avanzar. –¡Por las coloradas, buen Titel! –Pase usted a tomar un té. Si los árboles estaban tan cubiertos, si en la escena predominaba el follaje en gradaciones polvorientas y la transparencia del aire, quizás entonces era más bien una tarde de primavera, octubre en vez de mayo, eso me parece más preciso: veníamos entonces una tarde muy bonita de fines de octubre subiendo por la vereda norte de la Alameda, a la hora en que la gente salía de los trabajos y las universidades, podíamos percibir alegría en los demás, un ánimo distendido, energía en sus pasos, relajo en sus miradas. Un tipo de casaca sintética sonreía avanzando rápido y prendía un cigarrillo protegiendo la combustión del fósforo con sus manos haciendo pantalla. Tenía la cara un poco fofa, un poco insolente, y jamás la sonrisa le hubiera delatado la calavera.
FICCIÓN
Tú también, te digo antes de que se me olvide, sonreías la primera vez que te vi, quiero decir cuando apareciste en el sueño, una sonrisa que implicaba un subentendido profundo, por lo que nuevamente infiero que si hubiera una historia en todo esto la caminata tendría que tener ya su tiempo, o sea haber partido en la esquina de Huérfanos con Hurtado Rodríguez o en un lugar equivalente. Venías con el pelo negro y con bluyines, te miré de reojo y luego hice un paneo de lo que describí más arriba. No he mencionado la brisa fresca ni las pálidas floraciones ni el olor a polvo de pavimento, a tierra negra apisonada, a riego. Antes de llegar a la Norte Sur te pedí que nos detuviéramos frente a un edificio de ladrillos sucio y destartalado, con una ferretería en el piso de abajo y quizás una consulta de dentista o de tinterillo en los pisos superiores. Yo anunciaba que te iba a mostrar algo, algo de mi vida: por el costado derecho, por lo que podría haber sido una entrada de autos (pastelones, muro de ladrillos, pasto seco), se veía con bastante amplitud lo que había al fondo: otro edificio, moderno, de mediados de los sesenta, clarucho y envejecido, de cuatro pisos, cuya presencia, a pesar de la referida visibilidad, era difícil de advertir para los transeúntes si éstos no se fijaban especialmente.
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Te conté que en 1984 vivimos en ese edificio interior con mi mujer de entonces, que los dueños ocupaban el segundo piso y nosotros el tercero.Algo sobre los árboles: era la hora del día (de algunos días) en que a los ombúes se les ven los troncos negros y las hojas especialmente oscuras y lustrosas y dan la impresión de pertenecer a un mundo encantado. Y al mirar recordaba ese año lejano, se me proyectaban unas imágenes sobre las otras. Los departamentos eran idénticos, dos ventanas en los extremos respectivos y un balcón incorporado con ventanal de corredera en la parte central, o sea a la altura del living. Abajo un paisaje desmañado, con algún matorral aislado y pastelones de cemento similares a los de la entrada arrumbados junto a unos palos y a unos maceteros quebrados. Recordé, mientras te hablaba, la expresividad especifica de los dueños, una mujer callada y observadora (condenada a batir huevos, hierática al hablar por teléfono) y un hombre enjuto de camisa celeste y anteojos de marco dorado, ágil, formal, serio y en el fondo buena persona, que brincaba desde el pouf y estiraba la mano para el saludo en un mismo movimiento, como si a esa acción le asignara algún tipo de urgencia.
FICCIÓN
Recordé –insisto–, mientras te hablaba, mientras mirábamos el edificio desde la calle, un mediodía del verano 1984 en que salí por ese pasillo hacia la calle y era tal la luz del sol que todo se borroneaba por un resplandor blanco. Recordé la sensación de veredas caldeadas, de sopor, resolana y a la vez la emoción de estar inaugurando algo, una primera inmersión en la vida fuera del protectorado familiar. Atravesé en ese ánimo rápidamente las seis pistas de la Alameda y los jardines del medio y llegué a unas fuentes de soda que ocupaban la planta baja de unas mansiones revenidas. Me metí a la de la esquina, de techos altos, sombría, con un refrigerador industrial en la parte del fondo y una máquina de helados Savory cerca de la entrada, junto a la cual descansaba –ante la falta de clientes– una joven garzona con delantal granate. Ella estaba ausente, reclinada en una posición de leve desequilibrio, inclinada hacia la izquierda. Cuando pasamos la Norte Sur y Almirante Barroso (de niño, en 1976, iba a esa calle a unas clases de flauta dulce, lo acabo de recordar), pasamos a la vez Teatinos y Bandera, que eran lo mismo, y ya se había hecho de noche, y tengo la idea de que también cambiamos de año, porque seguíamos avanzando hacia el oriente en un anochecer de 1978.
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No era algo que nos preocupara en absoluto, ya que seguíamos riéndonos de la conversación que traíamos, la que –siguiendo la lógica estricta de los hechos– venía del futuro, un futuro en el cual no éramos más viejos ni más jóvenes. El tono de la realidad en este tramo es dorado y negro, una fórmula de escalofrío. Negra la parte de los mástiles en los viejos edificios, negro el cielo, doradas las luminarias de yodo, las veredas, los bronces de los portones en las galerías. Transparencia yodada de los antiguos frascos de remedio y de los charcos con pirigüines en las quebradas de los balnearios. Desde el 78 uno resbala de espalda y cae en el túnel del colegio, lugar del que quisiera salir de inmediato pero es imposible porque desde el extremo inferior se acciona un viento succionador. No quiero pensar que los frascos de remedios traen un algodón en la parte superior bajo la tapa. No quiero saber de la escarcha y la corbata, de las flores de cordel de artes manuales, del invierno de 1974 hacia el cual ya me deslizo, del cansancio en los huesos, los cierre eclair reventados y las tareas sin hacer. Despidámonos ahora y sigamos otro día, ya que ambos necesitamos dormir y despejarnos con los ojos propiamente cerrados.
PUMAS EN LA ALAMEDA GERMÁN CARRASCO
SOLEG EDLE
POESÍA
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Pumas en las Alameda Germán Carrasco Editorial Libros Tadeys 89 páginas $7.000 Instagram: @librostadeys
La siguiente selección de poemas pertenecen al libro Pumas en la Alameda, el trabajo más reciente del poeta chileno Germán Carrasco, y de próxima aparición por Libros Tadeys. Definido por el propio autor como un libro hater, Pumas en la Alameda es un libro de guerra, escrito como reacción y respuesta ante la convulsa situación político-social que ha experimentado el país a partir del estallido social del 18-0.
POESĂ?A
Siempre quise escribir un libro hater, un libro 100% pulpa pero se me colaba alguna flor de cerro, el olor a boldo en las yemas, cosas asĂ
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POESÍA
Las aguas lluvias reclaman sus cursos primigenios e inundan la ciudad como una mancha de gente que no da más de gente que está hasta el sahasrara Una pareja en su prisa bota un florero. En el patio las plantas crecen al ritmo de la pareja que hace el amor. “Que el tsunami y el terremoto borren todo en este momento amada amado mío”. Las cañerías revientan y en un hilo de agua dos niños juegan con barcos hechos con palos de helado. Haz de nosotros tsunami y terremoto. Escúchanos, Señor, te rogamos.
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POESÍA
UN REFUGIO ALEMÁN EN LA NIEVE Cuando ven que yo no manejo el auto o que eres tú la que paga intentan humillarme de maneras que sólo los heterosexuales varones comprendemos— Les pasa a muchos Recuerdo un refugio en la nieve. Cómo alardeaba el encargado, un perfecto viejo de mierda chileno de origen alemán. Hablaba sobre Andrónico, que visitaba el lugar “y comía tallarines con tuco, como todos los demás.” Le pregunté qué cerveza había y dio una extensa e innecesaria lista pronunciándola con acento alemán y como con orgullo. Tú no te dabas cuenta mientras te hablaba de los Alpes de donde proviene parte de tu familia. Yo no quise seguir su juego estúpido, cosa que lo enervaba más aún. Luego, aunque hacía frío bajo cero, tuvo que escuchar cómo cogíamos de noche, pobre viejo.
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POESÍA
UN REFUGIO EN LA NIEVE II El Sr. Cristian Kelter, montañista y filisteo que no lee ni corneta hace la vista gorda con quienes se llevan la montaña a pedazos pero desprecia a los arrieros. Los arrieros y su pobreza le afean el paisaje. Los arrieros vivían del charqui de res y de guanaco; el segundo mucho mejor pagado. Los arrieros querían más plata como cualquier persona, —especialmente como los especuladores y quienes se llevan la montaña de a pedazos, amigos de Kelter— Sin tener educación con respecto a los ecosistemas, los arrieros casi extinguen a los guanacos. Kelter dice que son unos inconscientes que se merecen la pobreza que se ve cuando transitan los senderos llenos de cercos, algunos electrificados y otros con Césped de Stalin (especie de agujas de un metro aprox. que se cubren con hojas, quien las pisa muere de inmediato).
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POESÍA
LAS ANIMITAS y uno tratando de ver cómo se desarticula la figura dictatorial del autor mientras otros lo único que Intentan es la creación de grutas intocables y sagradas. Construyen esas grutas —como dice el narrador— para no leer y tener a cambio sólo una Imagen de santo para adorar.
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SOLEG EDLE
POESÍA
DAME BILL EVANS Y CLONAZEPAM Soy tu facho pobre en el juego de roles, fíjate bien: siempre afeitado, pantalón negro y camiseta blanca. Bien podría ser un facho pobre ya que la burguesía de izquierda es mezquina que da gusto y siempre se entregan la pelota entre ellos. Juguemos al facho pobre. Antes te gustaba que te hablara como la protagonista de la Paloma Blanca de Ruiz. Me imagino nítido un paper con la misma pelotudez de siempre: marginalidad y travestismo: —facho pobre, la Paloma Blanca—. Da cosa escribir en primera persona pero la lleva. Es todo tan obvio. Luego de la muerte del autor inviable debido al tamaño de los egos, la onda es la primera persona, el diario íntimo, las cartas, esas cosas. Pero todo es, como sabemos, impostura. El poema es sólo un juego de palabras para que sonrías luego de llorar porque se te ocurre echarme de tu casa y luego te arrepientes. Primera persona, Dios mío, qué vergüenza. Nunca fui tu primera persona, Scarruffata sino tu última prioridad. Había que invertir en la relación o abandonarla de una buena vez. Y salió —moneda al aire— lo segundo.
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P
Ó
S
T
E
R
LAS ANIMINITAS GERMÁN CARRASCO
ODRADEK
CONSTRUYEN ESAS GRUTAS PARA NO LEER
SOLEG EDLE
Santiago Chile