Revista Odradek Nº4

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ODRADEK

INVIERNO 2020

Nยบ4

FRANCISCA FEUERHAKE | MAGGIE NELSON | NATALIA BERBELAGUA


OLLITSAC LEUNAM


UN ANGELITO Llaman a la puerta. Es un niño de unos siete años, de rizos rubios platinados; la boquita es un punto de fresa, las mejillas rubicundas. Un querubín. Va descalzo y en la mano izquierda lleva el enorme mango de una espada láser. Guarda la distancia social de dos metros. –Manda decir el señor Thomas Bernhard –dice el niño– que como no bajes la música techno que suena hace horas, accionará por control remoto la espada que llevo en mi manita de angelito renacentista y a continuación hará incrustar los haces de energía de plasma, que brotarán verticales, en el epicentro de tu puto culo de una forma tan frenéticamente violenta que no solo removerá tus interioridades físicas, glándula prostática incluida, sino también las sicológicas, con lo cual tus certezas heteronormativas de macho autosatisfecho y activo quedarán pulverizadas; tu brújula identitaria, extraviada; tu estructura yoica, fisurada, y rogarás sin remisión saber quién eres, cómo eras y qué serás en adelante; más allá de que el amplio campo de reflexión que a continuación se abra en tu vida no significará sino la constatación, a partir de la muy poco simbólica penetración laseril, del rumbo autocensurado y mediocre que le has dado a tu ser los últimos cincuenta años, o sea toda tu vida, o cuando menos la casi totalidad de tu anal retentiva existencia. Y será tan verista la puesta en escena, tan cargada de punibilidad social y material, que devendrá una suerte de álbum, en el pabellón de

JOSESKO

tu amígdala cerebral, de multitud de imágenes alimentadas por un pasado estreñido y un desgastado presente hecho de Pornhub, porros y litronas de Mahou; de modo que –dice el señor–, los haces de luz láser no serán sino el símil de una suerte de gang bang africano y de un fistfucking gótico que tendrán de real y de imaginario lo que tenga un golpe de puño en la mesa de los desquites, con la diferencia de que la mesa no será aquí una mesa, sino -como quedó dicho- tu tacaño conducto. Y sin malos rollos todo. Eso te manda decir, textualmente, el señor Bernhard, que vive en el sótano del edificio. –Sí. Claro –le contesto–. Dile que por supuesto. Que faltaría más, por favor. El niño asiente, da media vuelta y enfila escaleras abajo. Vuelvo a mi sala; voy hasta el equipo de sonido, un Pioneer X-EM16, de la vieja escuela, y veo que el marcador digital del volumen, de luces azules, está en 57. Bastante para un martes de siesta, la verdad. Lo subo a 94. A continuación, me deposito en el sofá verde – decúbito ventral–, cubierto con finas mantas de encajes andinos. Un rooibos de canela en la mesa. Cinco veces espero. Cinco minutos después llaman a la puerta. De nuevo el querubín. –Manda decir el señor Bernhard que ni lo sueñes –dice el niño–, y se va. Sus piecitos descalzos parecen no tocar el suelo. Como flotando se pira.


Imagen portada: Antonia Flores Imรกgenes interiores: Antonia Flores y Manuel Castillo

SEROLF AINOTNA

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julio NÚMERO 4 SANTIAGO CHILE

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43

Ensayo

Pierinna Pérez Blanco Beneficios de la terapia electroconvulsiva

51

Ficción

12

Ficción

57

Ficción

22

Ensayo

62

Narrativa

26

No ficción

79

Arte Javiera González A veces como los árboles

37

Poesía

92

Narrativa Linda Zennaro Cuatentena Exquisita

06

Ficción

Josesko Un angelito

Narrativa

Francisca Feuerhake La vigen no le habla a las putas

Gonzalo Geraldo De la pasión de hacer fragmentos

Vladimir Nabokov Sueños insomnes Maggie Nelson Bluests

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Verónica Echeverría El sitio eriazo

Natalia Berbelagua Normal people: una virgen de yeso a la intermperie María Pía Escobar El movensor

Teodoro Ferraro Cuarentena Exquisita


FICCIÓN

BENEFICIOS DE LA TERAPIA ELECTROCONVULSIVA Pierinna Pérez Blanco

Según Wikipedia las iniciales «TEC» pueden referirse a cuatro cosas: 1. Instituto Tecnológico de Costa Rica 2. Traumatismo craneoencefálico 3. Terapia electroconvulsiva 4. Comisión de Ética de Texas (Texas Ethics Commision). Las iniciales pueden llevar a confusión. Puedo imaginar estar hablándole veinte minutos seguidos a alguien sobre mi experiencia con «TEC» y la persona creyendo que me refiero a un simple TEC cerrado. Un poco más difícil es que la persona se confunda con la Comisión de Ética de Texas.

De hecho, hasta ahora no conocía más de dos significados para estas iniciales. Para evitar cualquier tipo de malentendido, debo aclarar que me refiero al TEC, a ese que yo conozco como electroshock, el que tiene muy mala fama y que carga con un estigma comparable al de la lobotomía. Pero el electroshock es un procedimiento completamente seguro, regulado y se sugiere sólo en casos en los que la terapia farmacológica y psicológica no han logrado hacer efecto. Al menos eso es lo que dijo mi psiquiatra. O lo que recuerdo, porque tenía dieciséis años y el principal efecto secundario es la pérdida de memoria. Supongo que algo así nos dijo, a mí y a mis padres, para tranquilizarnos.

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FICCIÓN

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OTROS EFECTOS ADVERSOS 1. Burlas de la familia

Mi hermano mayor, y luego toda mi familia, disfrutaban haciendo bromas como que podía cargar el celular con solo tocarlo, o cuando se cortaba la luz me echaban la culpa, o si pasaba cerca de la tele decían que se arreglaba la señal. Todas las capacidades que me hubieran particularizado como una superheroína terminaron siendo un atributo de mofa para los demás. No me podía enojar, las bromas me hacían reír y si yo hubiera estado en su lugar, también me hubiera burlado. 2. Disolución del pasado

No recuerdo tres o cuatro meses antes ni después de la terapia. A veces creo que el daño es permanente: me pasa hasta hoy que la gente dice algo como «oye, esa historia ya me la contaste como tres veces». Tuvieron que recordarme la fiesta de cumpleaños sorpresa que me hicieron en plena terapia de electroshock. También olvidé Navidad y Año Nuevo de ese mismo año. Sé que vi películas y leí libros de los que sólo me queda la sensación de familiaridad.

Una manera de describirlo más amablemente es algo como “le haremos a su hija lo mismo que usted hace con el televisor cuando no funciona: unos golpecitos, unos zamarreos y ya está, volvió la señal”. Hace un tiempo circuló por Facebook una publicación medianamente popular que trataba sobre el uso del electroshock y que exigía prohibirlo inmediatamente. No recuerdo sus argumentos con exactitud (debería preguntarle a mi psiquiatra si estas lagunas de la memoria se deben todavía al electroshock o al abuso de pastillas, incluso cuando ya han pasado más de diez años). La publicación venía acompañada de una fotografía antigua de un psiquiátrico de los cincuenta, en ella un hombre recostado en una camilla y sujetado por dos enfermeras, a punto de recibir una descarga eléctrica. Me es difícil entender que mucha gente todavía tenga esta imagen. Traen estigmas del pasado, como si la medicina del ayer hubiera sido tan diligente como la actual. Si supieran lo bien que me hizo este descubrimiento mejorado de la Medicina occidental.


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FICCIÓN

Al fin los medicamentos para la depresión severa, trastorno limítrofe, tendencias suicidas, entre otras cositas, iban a empezar a hacer un verdadero efecto y podría considerarme un ser humano productivo en la sociedad. O por lo menos suficientemente estable para no querer matarme y aprender a lidiar con pensamientos depresivos cada tanto. Eso les bastaba a mis padres. Seis sesiones de electroshock, dos veces por semana. Cada vez que me pasa eso con un libro, me digo que ya lo habré leído y lo doy por materia pasada, aunque hasta el título no me evoque nada. He perdido toda voluntad de exigirle a mi memoria algo como una síntesis orgánica de mis recuerdos. ¿Cuánto de lo que recordamos no es una vivencia, sino un sueño o la anécdota que otro nos contó? ¿Cuánto fue cierto y cuánto es en verdad relleno de la imaginación? ¿Es acaso la memoria una especie de biblioteca mental llena de libros, cuyo apolillamiento y erosión pasan inadvertidos debido a que nunca nos damos el tiempo de reabrir esos registros? Esas preguntas valdrían la pena ser desarrolladas si no fuera porque ya sé que la memoria –con electroshock o no– es escurridiza y que nunca encontraremos una respuesta definitiva.

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¿CUÁNTO FUE CIERTO Y CUÁNTO ES EN VERDAD RELLENO DE LA IMAGINACIÓN? ¿ES ACASO LA MEMORIA UNA ESPECIE DE BIBLIOTECA MENTAL LLENA DE LIBROS, CUYO APOLILLAMIENTO Y EROSIÓN PASAN INADVERTIDOS DEBIDO A QUE NUNCA NOS DAMOS EL TIEMPO DE REABRIR ESOS REGISTROS?

Rodrigo Lira, Sylvia Plath, David Foster Wallace y Carrie Fisher son las celebridades que conozco que se hicieron esta terapia. Eso me basta para recomendar el electroshock. Aunque, ahora que lo pienso, tres de ellos se suicidaron. Algo que tampoco sé si tenga que ver o no con el tratamiento y su eficacia. En mi caso puedo decir que la terapia marcó un antes y un después en mi estado de salud mental, aunque no recuerde mucho ese «antes». Pero qué mejor manera que empezar sólo con el después y borronear el «antes» que suele ser la peor versión. ESCENAS

Me recuerdo en ciertos lugares pero sin saber cómo o por qué llegué ahí. En el cumpleaños que me celebraron en medio de la terapia, mi familia me organizó una fiesta sorpresa.


FICCIÓN

Ellos sabían de mi odio hacia este tipo de celebraciones, pero se aprovecharon de mi docilidad debido a los medicamentos. Lograron llevar todo a cabo sin que pudiera protestar. En un comienzo no recordaba nada de esto, pero con el tiempo y las conversaciones, pude situarme en los relatos ajenos: me veía parada en la entrada de la casa, sorprendida por todos los que me esperaban, abriendo el mismo regalo muchas veces porque mi imaginación no daba para tanto detalle. Encontré –mucho tiempo después– las fotos de esa Navidad. En una estaba mi abuela abriendo su regalo, en otra mi papá sostenía a mi anterior gato aún bebé, y así con cada miembro de la familia. Al final de la serie fotográfica aparezco yo: de perfil y sonriente, inmersa en el momento. Traté de darle más contexto a las fotos, de recordar quién las había sacado, qué había recibido, qué había regalado, pero no pude. La gente le tiene terror a olvidar. Cuando leo comentarios sobre el electroshock, la mayoría recalca este punto, dicen que es demasiado violento que te arrebaten la memoria de esa manera. Primero: no se trata de eso, sino de «resetear» el cerebro para que las pastillas que te dan, hagan efecto de una vez.

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AL FINAL DE LA SERIE FOTOGRÁFICA APAREZCO YO: DE PERFIL Y SONRIENTE, INMERSA EN EL MOMENTO. TRATÉ DE DARLE MÁS CONTEXTO A LAS FOTOS, DE RECORDAR QUIÉN LAS HABÍA SACADO, QUÉ HABÍA RECIBIDO, QUÉ HABÍA REGALADO, PERO NO PUDE.

Muchos estarían dispuestos a sacrificar más cosas por un poco de mejoría psicológica. Segundo: olvidamos todo el tiempo, y sin darnos cuenta. La memoria adquiere verdadera importancia cuando somos conscientes de que está ahí, de que los recuerdo permanecen, aunque sea a medias. Pero si no nos damos el trabajo de acordarnos de lo que hablamos con el conserje el día anterior, o no podemos recordar las travesuras que hicimos en nuestro cumpleaños número cinco, la memoria no se vuelve relevante en absoluto. Es un proceso que nos hace más soportable la existencia. Por mi parte, no creo que las cosas que haya olvidado me hagan falta. No sé qué es exactamente lo que olvidé, y me rehúso a creer que esos recuerdos desvanecidos constituyen una parte esencial.


FICCIÓN

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LA VIRGEN NO LE HABLA A LAS PUTAS Francisca Feuerhake

La virgen apareció justo sobre un edificio alto, de esos que construyeron en primera línea. Para mí fue problemático verla aparecer, porque no creía en dios y porque estaba jalando la coca falsa que se había conseguido el Rafa el día anterior. No sé cómo explicar quién era el Rafa ni quién era en relación a mí: mi amigo, mi hijo, mi enemigo, mi pareja, todo junto. Lo que sí, es que andaba siempre detrás mío, pegoteado, tropezando con la basta de mi pantalón, recogiéndome las babas. Se me apareció y yo me le aparecí a él, igual que la Virgen María, y nunca más nos pudimos deshacer el uno del otro.

En la mitad de mi visión de la Virgen, el Rafa me preguntó que dónde andaba. Me había pegado. –Mirando a la Santa Señora -le dije, y él falsificó una risa, que resultaba triste por su cara desnutrida. Él no veía a la Virgen. En todo caso, no me costó convencerlo. Traté de mostrarle lo que veía pero era como hablarle a una paloma. Me burlé de su incapacidad para concentrarse en un punto fijo. Humillado por mis burlas, me alejó de él con una palmada y me dijo “sí, ahí la veo”. Lo dijo para que lo dejara tranquilo. Al ver a la virgen, sentí que por fin había un testigo de nuestra extraña relación.



FICCIÓN

Quizás ella oficiaría de juez. Quizás determinaría quién era el malo de nuestra relación o, como dicen los niños chicos, quién había partido primero. La virgen tenía tetas y barba. Hablaba más como mujer que como hombre, pero no tenía nada que ver con una mamá. O, al menos, no con la imagen que yo tengo de las mamás. La virgen parecía una solterona menopáusica, esas que encarnan la amargura pero que en realidad se regocijan en su facultad de aparecer y desaparecer cuando tienen ganas, y nadie se lo reprocha. Siempre he pensado que ser invisible para algunos es una maldición, pero para otros, como el Rafa, es un superpoder. Por eso se mataba de hambre haciendo ayunos intermitentes. Se lo recomendó don Marcos, el que nos arrienda la casa: “No tomar desayuno ni almorzar; sólo comer en la noche, algo liviano”. Pero el Rafa no comía nada. Cuando se acostaba de lado, le dolían los huesos de la cadera, entonces tenía que dormir de espalda. Ya no tenía ganas de hacérmelo porque no se le paraba, y cada vez estaba más mansito, cada vez se enojaba menos, ya no me pegaba y no me buscaba la pelea. Me recordaba a un gatito flaco.

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Cuando salíamos a comprar, le decían, con tono de preocupación: “Rafa, de repente vas a desaparecer”, y Rafa se ponía contento. Decía, para tranquilizar, que comía a las 4 de la mañana y que con eso quedaba listo. Me acuerdo que, de chica, los niños se enorgullecían de ser capaces aguantar la respiración. Más de grande conocí a una niña que me dijo que podía pasar 2 minutos enteros sin pestañear. Yo aproveché de darle un beso en la boca pero se enojó y se fue. Ahora pienso que esas competencias eran para ver quién parecía más muerto. Hay gente a la que no le gusta vivir, y que está pidiéndole al mundo que la mate. Yo no creía lo de las 4 de la mañana; no lo escuchaba trajinar en el mueble de la cocina. Además, despertaba con la cara gris y aliento a hambre, un olor metálico que se queda pegado en el aire por varios segundos. Quizás por eso nadie nos creía lo de la virgen, porque desde que lo contamos, nos miraban demasiado las caras, nos olían los cuerpos. Dimos una entrevista. No nos avisaron, solo llegó un auto del que se bajó una señorita con pelo liso y jeans nevados. Tenía una parka rosada fosforescente que se reflejaba en su cara. Olía a mata hormigas.


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FICCIÓN

Como no nos avisaron que venían, no tuvimos tiempo de arreglarnos. Ahora pienso que, de haber sabido, me habría puesto mis jeans negros y mi beatle celeste, que me hace ver elegante pero no recargada. Pero ahí estaba yo, frente a la cámara, en buzo y con una polera vieja del Rafa que uso para hacer el aseo. También tenía el pelo cochino porque no me gusta bañarme en la mañana, a menos que tenga que ver a algún cliente. Nos hicieron varias preguntas. Yo estaba sobria. El Rafa no sé, él dice que sí, pero contestó puras huevás. Dijo que la virgen era “hermosa como una gota de rocío” y que “su voz era como la melodía de mil ángeles guagüita cantando a poto pelado”. El camarógrafo se aguantó la risa. La periodista después me preguntó: “¿y qué mensaje le entregó la virgen?” Y me quedé en blanco. No me entregó ningún mensaje. Traté de salir del paso, porque una vez escuché que lo peor que se puede hacer cuando uno habla en público, es decir “no sé”, así que dije que me había entregado un mensaje muy hermoso pero muy complicado, que no todos podían entender. No sé de dónde saqué la cara para mentir tanto, pero sentí que me creyeron.

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Después de que la periodista se fuera en su auto con el camarógrafo, entramos a la casa y le dije al Rafa que si volvía a robarme la palabra frente a la cámara, lo echaba de la casa. Por su culpa nadie nos iba a creer, y se me apretaba la guata pensando en la periodista, que se había tomado la molestia de venir a esta playa fantasma para encontrarse con los videntes más decepcionantes de la historia. En la noche no podía dormir. Quería llamar a la periodista y decirle que el Rafa no había visto a la virgen, que lo de los ángeles era puro invento, que quería que me entrevistara a mí sola. En realidad, quería decirle que el Rafa y yo no éramos lo mismo. ¿Por qué la gente pensaba que lo que decía él, era lo mismo que lo que decía yo? Quería contarle, en privado, y a la luz de su parka rosada, que el Rafa se me había pegado hace 10 años, cuando era un pendejo achorado, hediondo a pipí y muerto de hambre, y que no sabía cómo deshacerme de él. Que hacía tiempo que estaba pensando en irme y dejarlo botado, pero que justo cuando yo estaba mejor, fumando menos y sintiéndome distinta, él había empezado con la tontera de no comer. Decía que era el único dueño de su cuerpo y que podía darle la orden de tener o no tener hambre.


FICCIÓN

Además me cuenteaba con que su dieta era buena para el bolsillo, y que una boca menos que alimentar me alivianaría la carga, que tanto tenía que trabajar para mantenerlo. Yo encontraba que estaba loco, y no era capaz de abandonarlo; él me había aguantado en mis momentos más feos. Una vez le quemé la cama, de puro curada y enojada. Terminamos llorando, abrazados frente a la fogata. Cuando despertamos me dijo: –Lo que más me enoja, es que soy capaz de perdonarte todo. Contigo yo no tengo orgullo, porque tú me recibiste. Las señoras de la casa de al lado nos decían: “ahí van los drogados de la virgencita”, como si fuéramos un par de piedras del cerro, cafés, duras, iguales, secas y mezcladas con el paisaje. Eso sí, algunas personas nos creían, sobre todo después de que vieron a la gente de la tele. Era raro, porque los menos creyentes nos empezaron a tratar mejor, pero a los más beatos les dio envidia. A una señora que tenía un carrito de comida rápida le pareció injusto que nosotros saliéramos en la tele, siendo que no teníamos trabajos honrados y que nos dedicábamos a drogarnos y a pelear y llorar y carretear mientras ella se rompía el lomo desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche.

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SALIMOS EN LA TELE. MI PELO NO SE VEÍA TAN SUCIO, MENOS MAL. IGUAL NO IMPORTÓ, APENAS NOS VIMOS: MOSTRARON MILES DE IMÁGENES DE LA VIRGEN APARECIENDO EN OTROS LUGARES: EN ITALIA, EN ESPAÑA, EN RUSIA. ACÁ NO.

Salimos en la tele. Mi pelo no se veía tan sucio, menos mal. Igual no importó, apenas nos vimos: mostraron miles de imágenes de la virgen apareciendo en otros lugares: en Italia, en España, en Rusia. Acá no. Acá en Chile, la única prueba de la aparición era mi testimonio. Las frases tontas del Rafa hicieron reír a la gente del matinal. De repente, una de las mujeres de la tele dijo: “Yo no quiero ser aguafiestas, pero se corre el rumor de que los videntes estaban drogados. Quizás, esa supuesta visita de la virgen no fue más que una alucinación, o una mentira. Hoy en día la gente es capaz de cualquier cosa con tal de salir en la tele." No sabía dónde esconderme. Salir a la calle sería un suicidio: todos los vecinos sentirían la vergüenza de ver al pueblo, pequeño pero digno, famoso por su caldo de choro en paila de greda y por sus elegantes calles empedradas, bajar de pelo por la historia de los loquitos del cerro negro.


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FICCIÓN

Fuera quien fuera, por su culpa, nadie me creería. Nadie me iba a creer que jalé puro polvo blanco, puro bicarbonato, sal de mar, cualquier basura molida por algún amigo hediondo del Rafa. Cancelé a todos mis clientes por diez días. Inventé que estaba con gripe. Me rayaron la puerta con pintura: “La virgen no le habla a las putas”. Los cabros chicos me reventaron huevos, y el hijo del dueño de la carnicería llegó con amigos en su camioneta para tirarme interiores de chancho. El Rafa se reía mientras yo limpiaba, y me decía: “Eso te pasa por creerte superior. Alguien tenía que bajarte del pony”. Los ayunos del Rafa se hicieron cada vez más largos, y cuando tomaba copete vomitaba al tiro. Se pasaba el día echado y molestándome con lo de la virgen: “La virgencita de las maraaaaacas”. Ya no me hacía caso cuando le decía que no tomara. Ya ni siquiera se daba el trabajo de mentirme como lo hacía antes, cuando me miraba y me decía: - Sí, ya me voy a mejorar. Voy a comer y voy a dejar de tomar. Ahora, sólo escuchaba mi voz suplicante, y después decía: amén, mi santísima virgen. Pasaron los días, y con ellos los rumores. Ya nadie me tocaba la puerta en la noche para asustarme. Parecía que por fin se habían olvidado.

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PERO YO NO: YO NECESITABA CONTAR BIEN LA HISTORIA, LIMPIAR MI NOMBRE. ME HICE UN MOÑO APRETADO, ME PUSE TODA LA ROPA NEGRA QUE ENCONTRÉ Y SALÍ A TOCAR TODAS LAS PUERTAS DE LOS VECINOS PIDIÉNDOLES UN MINUTO PARA CONVERSAR. ALGUNA GENTE ME CERRABA LA PUERTA EN LA CARA.

Pero yo no: yo necesitaba contar bien la historia, limpiar mi nombre. Me hice un moño apretado, me puse toda la ropa negra que encontré y salí a tocar todas las puertas de los vecinos pidiéndoles un minuto para conversar. Alguna gente me cerraba la puerta en la cara. Los viejos me hacían pasar y me pedían que los atendiera pero no, yo no andaba trabajando, yo quería hablar de algo serio. El más pillo fue el cura, que me dijo que si no le hacía un favorcito iba a decir que estaba loca, y que si me portaba bien, diría lo que quisiera. Me puse a llorar ahí mismo. Tanto esfuerzo para nada. No había convencido a nadie. –La fama a uno lo antecede -me dijo el cura. –Pero la gente de la tele no tenía cómo saber lo qué estábamos haciendo, alguien lo dijo para perjudicarme -le alegué como cabra chica, y lo que me contestó me dejó helada:


FICCIÓN

–A veces, la gente que tenemos más cerca es la gente que más nos hace daño. Pero no te preocupes, a nadie le importa tanto. La iglesia y la televisión tienen temas mucho más importantes que atender. No van a perder su tiempo con ustedes. Volví a mi casa agotada. Tenía los pies hinchados de tanto caminar, y los ojos inflamados. El Rafa dormía en el suelo, de espalda. No lo quise subir a la cama, porque cuando lo despierto me grita fuerte. Estaba tan cansada que dormí como nunca. Por primera vez, desde que apareció la virgen, no tuve angustia. Soñé que dormía con ella, abrazada, apoyada en su busto blandito, y que me daba un beso con sus labios de hombre. Dormí tan profundo que no escuché al Rafa tratando de respirar con la boca llena de vómito. Desperté tarde, y lo vi, ahí, tirado, con la cara azul, con las costillas marcadas, los moretones en las caderas y la piel de la guata casi pegada al suelo. Me puse su polera, me hice un tomate bien parado y limpié la casa. Saqué toda la basura que había. A él lo saqué de último. Lo arrastré por las piedras de la calle hasta la plaza. El sol le iluminó las puntas del pelo y le formó una aureola que rodeaba su cabeza.

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POR PRIMERA VEZ, DESDE QUE APARECIÓ LA VIRGEN, NO TUVE ANGUSTIA. SOÑÉ QUE DORMÍA CON ELLA, ABRAZADA, APOYADA EN SU BUSTO BLANDITO, Y QUE ME DABA UN BESO CON SUS LABIOS DE HOMBRE. DORMÍ TAN PROFUNDO QUE NO ESCUCHÉ AL RAFA TRATANDO DE RESPIRAR CON LA BOCA LLENA DE VÓMITO. Le acomodé las manos a los costados del torso para que no se viera desordenado y le di un beso en la frente. Chao, Rafita. Me puse de pie rápido y me sonaron los huesos de las piernas. Caminé hasta la puerta del cura, que es por detrás de la iglesia, y le avisé que un angelito había caído del cielo en la plaza de su digno pueblo. Varia gente ya se había juntado a mirarlo, y las señoras le tapaban los ojos a los niños. Llegaron las viejas beatas con rosario y chalina negra. Llegó el dueño de la carnicería con olor a chancho, con su hijo a la siga. También llegó la señora que vende comida. Se llenó de gente. Pero esta vez, la tele no llegó.


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ENSAYO

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DE LA PASIÓN DE HACER FRAGMENTOS Gonzalo Geraldo

Los libros son como frigoríficos donde se guarda nuestra vida fragmentada. Mariano Picón Salas *** En la mañana hunde su mirada en los ensayos, el plato fuerte de las ideas; a mediodía cuando las contradicciones prósperas son, se echa a andar; y cada tarde duda tumbado en su sofá, si por la noche le placerá dedicarse una vez más a criticar. El lector azorado escucha que la transfiguración es su experiencia, su edredón donde puede hacer lo que mejor le parezca. *** “Anamorfosis” Sin temas ni conceptos ascendentes, el ensayista sólo advierte movimientos y operaciones. Su pendiente descompone la aserción, desfigura el mandato. Como un escritor horizontal que burlase todo rigorismo, se apodera de las palabras como si fueran metáforas, metáforas que deslizan el sentido, melindroso y cuidado, de lecturas indiferentes al deseo.


ENSAYO

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“Jouissance” Cada lector tiene un programa ético, un método que lo seduce. Si hay deseo, los temas le serán ásperos, y obrará como un artista del centelleo y la variación. Si el deseo persiste y se antepone a las ideas, sus manos y ojos mudarán los recursos de la pedagogía, y los salvamentos de la hermenéutica. Será el amateur de una pequeña música, de una única certeza, en el que cada capricho, cada incomprensión razonados serán como el ritornello que improvisa un mundo, un paisaje sentimental, el de los libros que se confunden con su cuerpo, el de los libros que se confunden con él. *** “Arte menor” El ensayista hace de la lejanía una forma, del distanciamiento su notación. Su enciclopedia móvil es un glosario personal donde no figuran los poderes de la expresión ni los atajos de la conciencia. Escribe de lado, de costado, como si la deriva habitara. *** Viene a cuento de la cólera del crítico que reclama siempre lo nuevo y tan sólo atesora novedades, la fábula del falso moribundo que narra las apasionadas y bizantinas disputas de cincuenta y siete médicos en torno a los males de un enfermo imaginario. Así como el crítico consume el deseo y cansa cualquier dialéctica, y los médicos complacen a la charlatanería; la literatura y el cuerpo se piensan y sustraen a cualquier determinación, burlando tanto a médicos y crítico que algo abochornados se empecinan en tener la última palabra y vociferan: ¡nada nuevo hay bajo el sol!


ENSAYO

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El lector que conversa consigo mismo y busca su doble no se obstina solamente en un lenguaje propio, perverso; sino más bien expande e intensifica el juego de los contrarios. Mira un libro, por encima, de soslayo, para invertir los valores que rechazan sus contingencias, sus detalles. Es como un ciego o un sonámbulo que ignora lo que fueran sus ojos, y esclarece en cada lectura las repeticiones, los estereotipos que confinan o abolen cualquier incidente. *** El ensayista dedica invariablemente todos sus esfuerzos a la “decisión de escribir”, atado a sus lecturas imita, copia, esquirlas de lenguaje. Pedazos, fragmentos contrarios a los esbozos y las anotaciones de una obra inacabada. Su energía, su marcha no remite al discurso, contraviene su parloteo, el de la duración y el programa, la dirección y explicación de sentido único. Si hay una esencia de la escritura es el de su movimiento finito e incesante como el deseo; si hay un poder es el del lujo del fragmento que contagia lo notable del mundo, de la experiencia, de la vida misma. *** El ensayista no sabe, el ensayista quiere saber. El ensayista no es un especialista, es una célula que afirma una forma de vida. El ensayista no es una isla donde la verdad se repliega, el ensayista es un archipiélago donde cuerpos y afectos verdaderos cohabitan. El ensayista actúa como un parásito que rehabilita las palabras despreciadas e inviste de deseo las palabras abjuradas. El ensayista no sabe, el ensayista aprende. El ensayista quiere saber, el ensayista se ejercita como un monje que hace de lo verdadero y lo auténtico sus maitines, de la finitud de su celda sus querencias.



VLADIMIR NABOKOV

SUEÑOS INSOMNES Traducción de Verónica Echeverría


Durante la escritura, estaba bajo la impresión de que estaba resultando algo muy inteligente e ingenioso; en ocasiones sucede algo parecido en los sueños: sueñas que estás haciendo un discurso de máxima brillantez, pero cuando lo recuerdas después de despertar, se va sin sentido: “Además de estar callado antes del té, estoy en silencio ante ojos enlodados y deformados”. Vladimir Nabokov


REGISTRO DE LOS SOÑADORES El 14 de octubre de 1964, en un gran hotel Sueco en Montreal donde había estado viviendo durante tres años, Vladimir Nabokov empezó un privado experimento que duró hasta el 3 de enero del año siguiente, justo antes del cumpleaños de su mujer (el la había incentivado a unirse al experimento para así comparar sus registros). Cada mañana, inmediatamente después de despertar, escribía lo que podía rescatar de sus sueños. Durante el día siguiente o dos estaba en la búsqueda de cualquier cosa que pudiese hacer con el sueño registrado. Ciento diecinueve tarjetas de Oxford amarillas escritas a mano, ahora conservadas en la Librería Publica de Nueva York. Alrededor de sesenta y cuatro registros, muchos con episodios relevantes del día. El fin del experimento llevado por el autor era probar la teoría que señala que los sueños pueden ser precognitivos así como también pueden estar relacionados con el pasado. La teoría se basa en la premisa de que las imágenes y situaciones en nuestros sueños no son simplemente fragmentos caleidoscópicos, fragmentos revueltos y mal etiquetados de impresiones pasadas, sino que también pueden ser una visión proléptica de un evento por venir que ofrece, como un bono secundario agradable, una explicación satisfactoria del conocido fenómeno déjo vu. Los sueños también son una convulsión fantasiosa de eventos pasados y futuros. Esto es posible porque, acorde con esta proposición, el progreso del tiempo no es unidireccional sino recursivo: la razón por la que no notamos que el flujo es negro es porque no estamos prestando atención. El sueño es el mejor terreno de prueba. Trece años antes, el 25 de enero de 1951, Nabokov tuvo un conmovedor sueño sobre su padre en el piano en su vieja casa en San Petersburgo, quien con una mano tocaba algunas notas de una sonata de Mozart, triste y aturdido por la broma literaria dicha por su hijo: Turgenev llama, desde algún lugar, a un hombre de cuarenta y cinco años, un anciano, mientras que Vladimir Nabokov ya tiene cincuenta y dos. Al despertar y registrarlo, Nabokov tenía casi cincuenta y dos años, luego escribe que su padre fue asesinado cuando él tenía cincuenta y dos también. La coincidencia es realmente asombrosa: cuando Nabokov tuvo ese sueño, él tenía exactamente la misma edad que su padre el día de su muerte.



ENSAYO

19 de octubre, 1964 – 8.45 AM

Sensación continua de estreñimiento después del sueño. Logro recordar sólo una imagen en la periferia de despertar–apenas el sueño en sí, nada desarticulado, rudimentos o escoria– es decir, como una hélice blanca tenue- en una silla en una avenida frondosa; y la palabra “Kars” (o “Kans”) y “Etan”, en otro pedazo de sueño. El diccionario dice que Etana era un astronauta de Babilonia que “intentó subir al cielo en un águila volviéndose asustadizo y descendiendo a su muerte”. 21 de octubre – 8.00 AM

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TUVE RICAS Y EXTRAÑAS VISIONES, LAS RECUERDO ENTRE DOS ABISMOS DEL SUEÑO, PERO AHORA NO PUEDO RECORDAR NADA SALVO ALGUNOS VAGOS FRAGMENTOS DE UN SUEÑO ERÓTICO TRIVIAL. 22 de octubre –apuntado abajo– 8.30 AM

Dos fragmentos del sueño de Véra: Deportes en África. Uno de los corredores lleva un collar largo blanco con negro.

Tuve ricas y extrañas visiones, las recuerdo entre dos abismos del sueño, pero ahora no puedo recordar nada salvo algunos vagos fragmentos de un sueño erótico trivial. (Vè me dice que vio un gran ascensor amueblado con siete personas en su interior. Se dirige a una mujer alemana que se queja de su sueldo. Detalles complicados de campanas sonando. Relacionado con un ascensor lento que usó al visitar a su doctor en Ginebra ayer).

Éramos los representantes de Fiat. Se presentaron con bastante actitud. Habían construido una casita blanca estilo bungaló para nosotros. Figura 29 dominó todo el asunto. Solo retengo unas palabras al momento de despertar: “Oficina de sonámbulos ha sido acusada de malas prácticas”.

23 de octubre – 8.15 AM

Sueños varios, recuerdo un fragmento de ellos. Estoy en una especie de gimnasio o barbería. A cierta distancia de mí esta Dmitri, envuelto en sábanas. Está recibiendo un masaje o cortando su pelo. Un fonógrafo es puesto para él. Es una grabación que hice para entretenerlo –yo estoy cantando un aria (de Bor Godunov, quizás), pero no es tan gracioso como esperaba, el tono es casi irreconocible e incluso la risa en la que rompí tiene al final un sonido falso.

(Sueño de Vèra. Algunos jugadores olímpicos son encontrados ¿por ellos mismos? muy lejos en el océano –quizás naufragando. Fueron forzados, a propósito o por circunstancias, a nadar hacia la costa. Aunque los funcionarios no tenían permitido que los jugadores fueran vistos, y mucho menos recompensados, todavía eran, ilegalmente, puestos en una lista como suele ocurrir en las Olimpiadas).

23 de octubre – 6.00 AM


ENSAYO

Sábado 24 de octubre – 8.00 AM

El hecho de ser capaz de recuperar sólo la última parte de un largo e interesante sueño es lo más molesto. V y yo nos despedimos de Dmitri. Estamos de pie en la parada mirando el tranvía que abordó. No podemos verlo pero constantemente lo escuchamos cantar lujuriosamente en el interior. Me doy cuenta que está sentado encima de los ocupantes del auto –lo miran hacia arriba con expresiones de aprecio en sus rostros. Me trepo a algún tipo de soporte para verlo, pero soy incapaz de hacerlo. (Dmitri correrá en las carreras de auto(móviles) en Italia esta tarde y mañana). 24 de octubre – 8.30 AM

(Sueño de Vèra: Nos muestran una película sobre un campeonato de salto entre dos países; uno de ellos es de África y comienza con la letra M. Resulta ser la interpretación de una obra mía con Brialy, el actor. 2 y 3 mezclados: un pueblo donde era imposible encontrar un taxi. Finalmente encontramos uno con su llave y sin conductor. Un cuarto de hotel con una cómoda de cuatro cajones y dos llaves de agua en la parte superior: una de ellas podría tomar un baño en el tercer cajón desde arriba. Ella deja el agua correr y entra en el taxi a limpiar la ventana o algo. Aparece una pareja que quiere tomar el taxi. La mujer le recuerda a una persona que conoció años atrás en Cambridge, Mass. Ella le dice que el taxi no se arrienda, luego recuerda las llaves corriendo y sube al cuarto. La pareja amenaza con encontrar al dueño del taxi. Ella es consciente de que todos los cajones deben estar muy húmedos, aunque sólo se está llenando el inferior.

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La pareja y la dueña suben. La pareja quiere las llaves del auto. V dice que no se las dará. Ellos dicen: quién tiene una llave: bueno la señorita Shapiro (la dueña de casa) nos llevará. V quiere un teléfono para recuperar la llave. Todo esto con el fondo de un gran transatlántico– posiblemente a bordo). 25 de octubre – 9.30

Dormí más de lo usual, desperté con neuralgia– y solo un recuerdo muy tenue de varios sueños. La influencia de las imágenes de las olimpiadas por televisión en los sueños de V y los míos es bastante obvia. Esta vez estuvo combinada con una recurrente pesadilla acompañando la neuralgia: un tipo de test de vagos y oscuros acertijos que debía resolver involucrando la necesidad de memorizar secuencias de imágenes más o menos abstractas, insípidas, rajadas, números irracionales y sombras de números irracionales. 28 de octubre – 6.00 AM

Largo sueño que sólo puedo recordar vagamente. Es un sueño en una sala de conferencia donde soy el profesor. No puedo descifrar mis notas; líneas poco claras con correcciones ilegibles, marcas oscuras, eliminaciones desordenadas. (Este tipo de sueño no es tanto un eco de mis lecturas en las universidades de Estados Unidos, sino un recuerdo mucho más profundo y disfrazado al no saber la lección cuando era un estudiante – sueños que continúan atormentándome en mis treinta.



ENSAYO

27 de octubre – 8.30 AM

13 de diciembre – 8.30 AM

Sueños varios vivos; además de alguna erótica tierna cosa y una pesadilla con signo fatídico: banderas que suben olímpicamente, una de ellas significativamente turca. La palabra “Synecampus”. Memorizo fragmentos finales de dos largos sueños: V insiste en apresurarme mientras escapamos de un hotel (no este) en medio de la noche. Me ayuda a encontrar mi impermeable azul. Salimos apurados y ella se desvanece al instante. Amplios terrenos hoteleros, exquisitamente bañados por la difusa luz de la luna, todo escamoso y fluido, contornos de arbustos tenues, figuras tenues, niños todavía-afuera-tan-tarde, un perro salchicha miniatura, las sonoras voces de un grupo de rusos despidiéndose en la oscuridad más allá de la luz de la luna. Decido esperar a V y sentarme en la gravilla, sentada junto a mi esta una gorda y joven rusa, una extraña en un traje gris. Una ceremonia está a punto de empezar y el me dice que en señal de buena educación, debiéramos estar de pie para escuchar. Me rehúso de mala gana, él se para solo, está enojado, me amenaza. Tomo el palo de mi red para cazar mariposas, metal ligero, mango vulcanizado, y lo ataco. Él reacciona y se pone de rodillas dándome la espalda, buscando a tientas su bastón con punta de hierro. Lo golpeo a través de los omóplatos –no es exactamente el golpe fuerte que he destinado, pero todavía un golpe verdadero.

Me he saltado cuatro noches.

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(No registré los sueños banales que tuve últimamente). Sueño intensamente erótico. Sangre en las sábanas. Final del sueño: mi hermana O., extrañamente joven y lánguida. Después V. Me dice que no debo olvidar ir al oftalmólogo. Encuentro la calle pero no puedo recordar el número de la casa. Agonizo buscando en la guía telefónica pero no encuentro su nombre y, además, no sé como marcar el vago número que retengo en mi cabeza. Algo que termina en 492. Luego, parado cerca de una ventana desde donde tengo una vista a medias, suspiro y medito sobre la posible consecuencia del incesto. 27 de octubre – 8.30 AM,

Otro fragmento de la misma noche: he llamado a M. Kalashnikov, un amigo de mis tempranos 20 (su farsante personalidad debe ser descrita algún día). Se está quedando con una importante familia rusa en una gran casa. Nos sentamos en una extensa mesa, mucha gente, no conozco a nadie, estoy aburrido y exasperado. M. Kalashnikov, un poco aparte y triste, come un pedazo de carne, sosteniéndolo delicadamente, las uñas de sus largos dedos brillan con un barniz rojo cereza. Me levanto y me alejo. Fallo al tratar de memorizar el medio del sueño. El lugar tiene semejanzas con el pasado pero no los detalles de la última escena.



POESÍA

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MAGGIE NELSON

BLUESTS Traducción de Ricardo Vivallo

Bluets es la denominación francesa de la planta conocida en inglés como cornflower o bachelor´s button, y en español como aciano o azulejo. Sus flores, tubulares, suelen ser de un hermoso color azul, aunque hay variedades blancas, rosadas y purpúreas. Se cuenta que cuando la reina Luisa de Prusia huía de Berlín, durante la invasión napoleónica, se escondió en un campo con sus hijos, a quienes entretenía haciéndoles coronas de aciano; más tarde uno de esos niños fue el emperador Guillermo I, y adoptó el aciano como emblema. A su vez, el título del libro refiere también al cuadro Les bluets de la pintora expresionista Joan Mithchell.


SEROLF AINOTNA


POESÍA

9. Así que por favor no me vuelvas a escribir para hablarme de otras cosas azules hermosas. Para ser justos, este libro tampoco te hablará de eso. No dirá, “¿no es X hermoso?”. Tales exigencias son asesinas de la belleza. 18. Una tarde cálida a comienzos de la primavera, Nueva York. Fuimos a culear al Hotel Chelsea. Después, desde la ventana de la habitación, vi un toldo azul en un techo al frente flameando al viento. Tú dormías, así que fue un secreto. Una mancha en lo cotidiano, un brillante copo azul en medio de la fría y húmeda providencia. Me fui por única vez. Era esencialmente nuestras vidas. Temblaba. 20. Culear deja todo tal cual es. Culear en ningún caso puede interferir con el verdadero uso del lenguaje. Porque tampoco puede otorgarle ningún cimiento. Deja todo tal cual es. 129. No podemos leer la oscuridad. No podemos leerla. Es una forma de locura común, no obstante, que probamos. 131. “Siento que no te esfuerzas lo suficiente”, me dice un amigo. ¿Cómo le explico que no intentarlo es el punto, que es el único plan? 136. “Emborracharse cuando estás deprimido es como echar kerosén al fuego”, leo en un libro de autoayuda en la librería. ¿Qué depresión alguna vez se sintió como un fuego?, pienso, mientras devuelvo el libro a la repisa.

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45. Esto duele enormemente. Ella me empuja a que le explique por qué; no puedo responder. En cambio, digo algo sobre cómo la sicología clínica encasilla todo lo que nosotros llamamos amor bajo la categoría de lo patológico o lo delirante o lo explicable biológicamente, que si lo que yo estaba sintiendo no era amor, entonces estoy obligada a admitir que no sé lo que es el amor o, simplemente, que yo amaba a un mal hombre. Como todas estas formulaciones extraen todo el azul del amor, dejan un feo y descolorido pescado temblando sobre una tabla de cortar en el mesón de una cocina. 54. Mucho antes de la onda o la partícula, algunos (Pitágoras, Euclides, Hiparco) creían que nuestros ojos emiten cierto tipo de sustancia que ilumina o “siente”, lo que vemos. (Aristóteles hizo notar que esta hipótesis no se aplicaba a la noche, ya que los objetos se vuelven invisibles a pesar del supuesto poder del ojo). Otros, como Epicuro, proponían lo contrario –que los objetos proyectan por sí mismos una especie de rayo que llega hasta el ojo, como si los objetos nos estuvieran mirando (y seguramente algunos lo hacen). Platón zanjó la discusión, y planteó que un “fuego visual” arde entre nuestros ojos y lo que contemplamos. Esto parece bastante justo. 27. ¿Para qué molestarse con diagnósticos, si todo diagnosticar no es más que una reafirmación del problema?


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POESÍA

42. Sentada en mi oficina tras dar una clase sobre prosodia, intento no pensar en ti, en mí habiéndote perdido. “¿Pero cómo puede ser?” “¿Cómo puede ser?” “Era demasiado triste para ti”. “Era demasiado triste”. Miro mis notas de lectura: desamor es un espondeo. Apoyo la cabeza en el escritorio y empiezo a sollozar. –“¿Por qué esto no ayuda?” 58. “El amor es algo tan feo que la raza humana se extinguiría si los amantes pudieran ver lo que están haciendo” (Leonardo da Vinci). 59. Hay a quienes, sin embargo, les gusta mirar. Y no hemos escuchado lo suficiente, si hemos escuchado algo, sobre la mirada femenina. Sobre su quemadura, con los ojos permaneciendo en la cabeza. “Amo mirar una verga prometedora”, escribe Catherine Millet en sus bellas memorias sexuales, antes de empezar a describir como ella también ama mirar el “cráter parduzco” de su ano y el “valle carmesí” de su vagina, cada uno abriéndose –su color al descubierto– para el sexo. 75. Más que nada siento que me transformo en una sirvienta de la tristeza. Todavía estoy buscando la belleza en eso. 72. He intentado, desde hace un tiempo, encontrarle algo de dignidad a mi soledad. Me ha resultado difícil. 73. En su Óptica, Newton menciona regularmente a un invaluable “asistente” que lo ayuda a refractar el rayo de sol que se cuela por el agujero que Newton taladró en el muro de su

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“cámara oscura” –un asistente al descubrimiento de Newton, o revelación, del espectro. Con el tiempo, sin embargo, muchos se han cuestionado la existencia de tal asistente. En la actualidad, no son pocos los que lo consideran esencialmente una “figura retórica”. 74. ¿Quién, hoy en día, ve la luz atravesar los muros de su “cámara oscura” en compañía de un fantasmagórico asistente, o se golpea los ojos para reproducir sensaciones de color perdidas, o se queda en pie toda la noche viendo sombras coloridas que recorren las paredes? En ocasiones, yo he hecho todas esas cosas, pero no en servicio de la ciencia, ni de la filosofía, ni siquiera de la poesía. 77. “¿Por qué debería sentirme solo? ¿Nuestro planeta no está en la Vía Láctea?” (Thoreau). 78. Viajé una vez a la galería Tate en Londres para ver las pinturas azules de Yves Klein, quien inventó y patentó su propio tono de azul, International Klein Blue (IKB), con el que pintó telas y objetos durante un período de su vida que él bautizó “l’epoque bleue”. Parada frente a esas pinturas azules, o proposiciones, en la Tate, sintiendo su azul irradiar tan de cerca que parecía que me tocaba, quizás hiriendo incluso mis globos oculares, escribí apenas una sola frase en mi cuaderno: demasiado. Vine hasta acá y apenas puedo mirar. Quizás inadvertidamente recordé el axioma Budista, que dice que la iluminarse es la máxima y definitiva decepción. “Desde la montaña ves la montaña”, escribió Emerson.


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POESÍA

85. Una tarde de 2006, en una librería en Los Ángeles. Tomo un libro titulado El azul más profundo. Esperando un tratado cromático, me avergüenzo al ver el subtítulo. Cómo se enfrentan y sobreponen las mujeres a la depresión. Lo devolví de inmediato a su repisa. Ocho meses después, lo compré online. 88. Igual que muchos otros libros de autoayuda, El azul más profundo está lleno de un lenguaje horrorosamente simplista y de algunos consejos verdaderamente buenos. De una u otra manera todas las mujeres en el libro aprenden a decir: Esa es mi depresión hablando. No soy “yo”. 90. Anoche lloré de un modo en el que no había llorado desde hacía mucho tiempo. Lloré hasta envejecerme. Vi cómo sucedía en el espejo. Vi las arrugas formándose alrededor de mis ojos como rayos de sol tallados; era como ver flores abriéndose en cámara rápida en un alféizar. Las lágrimas no solo envejecían mi cara, también modificaban su textura, convertían la piel de mis mejillas en plasticina. Lo asumí como un rito de decadencia, pero no supe cómo detenerlo. 95. Pero por favor no me escribas otra vez para contarme que despertaste llorando. Ya sé lo enamorada que estás de tu llanto. 100. Suele ocurrir que contamos nuestros días, como si el acto de medición nos prometiera algo. Pero, en verdad, esto es como poner la montura a un caballo inexistente.

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“No hay ninguna posibilidad de que dentro de un año te sientas igual a como te sientes hoy”, me dijo otro terapeuta, exactamente hace un año. Pero si bien he aprendido a actuar como si me sintiera diferente, la verdad es que mis sentimientos no han cambiado demasiado. 105. No hay instrumentos para medir el color; no hay “colorómetros”. ¿Cómo podrían haber, si el “conocimiento del color” depende siempre de una percepción individual? Esto no detuvo, sin embargo, a cierto Horace Bénedict de Saussure de inventar en 1789 un aparato que llamó el “cianómetro”, con el que esperaba medir el azul del cielo. 113. En su novela inconclusa Enrique de Ofterdingen, Novalis cuenta la historia de un trovador medieval que ve una pequeña flor azul –quizás una flor de aciano– en un sueño. La añoranza de encontrar la flor azul en la “vida real” lo persigue. “No puedo deshacerme de la idea”, dice. “Me acecha”. (Mallarmé, también: “Je sui hanté. L’Azur! L’Azur, L’Azur”). Enrique sabe que su obsesión es un poco singular: “¿A quién, en este mundo, le preocupa tanto una flor?”. Aun así, dedica su vida a buscarla: así empieza la aventura, el elevado romance, el romance de la búsqueda. 114. Pero pensemos ahora en la expresión holandesa: “Dat zijn mar blauwe bloempjes” –“Esas no son más que flores azules”. Donde “flores azules” significa un descarado montón de mentiras. 115. En ese caso, toda búsqueda es, en sí misma, un error espiritual.


POESÍA

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116. Una de las últimas veces que viniste a verme, tenías puesta una camisa azul claro de manga corta. Me la puse para ti, dijiste. Estuvimos seis horas seguidas culeando esa tarde, lo que no parece muy posible, pero eso fue lo que dijo el reloj. Matábamos el tiempo. Tú ibas camino a una ciudad costera, una ciudad con mucho azul, donde ibas a pasar una semana con la otra mujer de la que estabas enamorado, la mujer con la que estás ahora. Las amo a las dos de maneras completamente diferentes, dijiste. Me pareció insensato darle demasiadas vueltas a esa frase.

124. Por esta razón estoy preparada para definirme como una “tullida espiritual”, como un crítico japonés dijo alguna vez de Sei Shōnagon, autora del célebre Makura no Sōshi, o “Libro de la almohada”. Este crítico quedó horrorizado por la obsesión de Shōnagon con los datos triviales, la estética y los chismes, su hostilidad hacia los hombres, y sus desenfrenados y contumaces comentarios acerca de otros, especialmente aquellos de las clases más bajas. Unas pocas de las numerosas listas del “Libro de la almohada”: “Cosas sin mérito”, “Gente que parece que sufre”.

117. “Con qué claridad he visto mi situación, pero aún así me comporté como un niño”, dice el afligido joven Werther de Goethe. “Con qué claridad la veo todavía, y aún así no veo ninguna señal de mejora”.

125. Por supuesto que puedes sacarte la venda de los ojos y decir, este juego me parece estúpido, no quiero jugar más. Y debe admitirse también que chocar contra el muro o avanzar en la dirección equivocada o arrancarse la venda son igualmente partes del juego como lo es clavarle la cola al burro.

122. “La verdad. Rodearla de figuras y colores para hacerla visible”, escribió Joubert, profesando serenamente una herejía. 123. Cuando hablo de fe, no estoy hablando de fe en Dios. Del mismo modo, cuando hablo de dudar, no estoy hablando de dudar de la existencia de Dios, o de la verdad de algún evangelio. Esos términos nunca han significado mucho para mí. Pensar en ellos me recuerda al juego de Ponle la Cola al Burro: alguien te hace girar, te suelta y tú vas por la habitación desorientado y con los ojos vendados, tanteando cautelosamente con una mano estirada hasta que chocas contra un muro (risas), o un amigo, con un empujoncito, te reintegra gentilmente al juego.

133. He intentado situarme en un espacio luminoso, y abandonar con eso mi voluntad. 134. Me calma pensar en el azul como el color de la muerte. Durante mucho tiempo he imaginado la proximidad de la muerte como la crecida de una ola –un imponente muro de azul. Te ahogarás, me dice el mundo, siempre me lo ha dicho. Descenderás a un inframundo azul, azul de hambrientos fantasmas, azul Krishna, el azul de los rostros de los que alguna vez amaste. Todo ellos también se ahogaron. Respirar agua: ¿la idea te aterra o excita? Si amas el rojo, disparas o cortas. Si amas el azul, llenas tu bolso con piedras y caminas hacia el río. Cualquier río servirá.


EL SITIO ERIAZO VERÓNICA ECHEVERRÍA


SEROLF AINOTNA


ENSAYO

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DEMOLICIÓN, ACUMULADOR DE ESCOMBROS Y REFUGIO DE QUELTEHUES

Entre los sitios transitados, sobrepoblados y en movimiento hasta el hartazgo, figuran casi en silencio los sitios eriazos: suspendidos en medio de la ciudad. El eriazo, quizá uno de los lugares más oníricos presente en la literatura, es un lugar desolado, mudo y abandonado en el cual no hay –no puede haber– ningún tipo de actividad. Más allá de las rejas que hacen muchas veces de él un lugar inalcanzable, el eriazo simboliza, entre muchas cosas, un lugar perdido: el de nuestra infancia por ejemplo; o una historia que sabemos que desconocemos en el minuto en que descubrimos el eriazo.

El eriazo es, con todo, sinónimo de destrucción y sinónimo de borrón: “El empobrecimiento y el afeamiento son cosa viva” –escribe Roberto Merino en una de sus crónicas– donde hubo un palacete se instaura un sitio eriazo – por años–, con enrejado, casucha y perro guardián”. Estos lugares, inmersos en el paisaje cotidiano, permiten observar fenómenos extraños. El eriazo, como la playa de estacionamientos, son lugares vacíos, sin historia, por lo tanto, sin memoria.


ENSAYO

El estacionamiento es el lugar plano por excelencia, que carece de memoria, que no tiene historias ni temporalidad: no es presente ni pasado, no es público ni privado, no pertenece ni hace pertenecer a nadie, un neutro lugar de negocios, un no-lugar. El eriazo, a diferencia de la playa de estacionamiento, favorece la especulación. Ahí radica la profundidad de la imagen, en la facultad que tiene de remover recuerdos y capturar nuestro pasado o el pasado de otros. Llega un momento en que el eriazo pasa a ser la recomposición de esa casa de infancia o del palacete que no presenciamos físicamente. Rastreamos las huellas buscando señales de vida: en medio de la basura, en los muros, en la basura misma. El fenómeno de reconstruir lo que había y de hurgar en los escombros es un fenómeno muy parecido al que se da cuando se hurga en la memoria. Sobre esto me señaló un amigo una vez que es en el eriazo donde uno ve los restos marcados de una casa y que la imagen que uno ve es estrictamente actual, pero que en esa sustracción al presente uno es proyectado a una zona fantasmal. Estos lugares funcionan como testigos de la demolición, la denuncian y, por tanto, son fenómenos que están directamente relacionados.

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El sitio eriazo es su consecuencia. Es así como la demolición de fachadas y el eriazo propiamente tal aparece en la ciudad a la manera de un sumario, identificadas con nombre y apellido e incluso situadas en el mapa de la ciudad. Hay aquí un hecho significativo en la presencia de las fachadas demolidas que se relaciona con el olvido y con la precaria relación que tenemos con nuestro pasado. El lugar que ocupa el sitio eriazo en las crónicas de Roberto Merino y los sitios baldíos que tanto llamaron la atención de Voluspa Jarpa, son sólo algunos ejemplos que dejan a la vista lo que el lector o espectador en su presente inmediato no puede ver. Ambos convierten el edificio moderno en palacio, en taberna o en casa, devolviéndole su aspecto original para que el lector lo vea y reconozca; estableciendo entre el lector un puente con ese pasado que la arquitectura de la ciudad no ofrece. Por otro lado, “Señalando nuestros márgenes” de Juan Castillo demuestra una inquietante fijación por los límites de ese borrón generado por la demolición, que impide relacionarnos con nuestro pasado y nuestro presente de forma directa. Santiago es, escribe Merino, doblemente una ciudad afantasmada, a causa de una endémica inclinación a la inestabilidad.


SEROLF AINOTNA


ENSAYO

El que quiera aproximarse a su pasado –y por tanto a muchas de sus conductas presentes– debe agotar los ojos en los archivos e invocar el ectoplasma de las fotografías. Hay acá una sensación de pérdida y de arrebato generado por la demolición. Este no es un fenómeno que afecta sólo el pasado histórico de nuestra ciudad, sino también el pasado individual de cada habitante, que muchas veces dispara contra aquellos lugares con los que nos relacionamos. El eriazo pone de manifiesto a partir de la ausencia aquello que no existe en la arquitectura de nuestra ciudad, rescatándo lo que los “especuladores inmobiliarios y empresarios” desechan, combatiendo el olvido y la indiferencia. El relato que surge desde esas fachadas surge entonces desde la inexistencia del lugar original representado en el sitio eriazo o el edificio moderno que actualmente ocupa su lugar. La demolición, el sitio eriazo, la playa de estacionamientos o el edificio moderno que le quita espacio al pasado, reflejan una ciudad indiferente, que se distancia y reniega de su pasado. Iniciamos un recorrido por la ciudad a través del sitio eriazo, que pone de manifiesto el rechazo que hay entre quienes habitan la

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ciudad de Santiago y su pasado, un momento anulado, y, finalmente, un modo de construir la ciudad desde la improvisación y la indiferencia. Sobre el modo de construirse las ciudades, Fourier escribió en un ensayo: “Una ciudad bárbara está formada por edificios reunidos fortuitamente al azar... confusamente agrupados entre calles tortuosas, estrechas y mal iluminadas, malsanas. Así son en general las ciudades de Francia... Las ciudades civilizadas tienen un orden monótono, imperfecto, una distribución en tablero, como... Filadelfia, Amsterdam, el nuevo Londres, Nancy, Turín, la nueva Marsella, y otras ciudades que se adivinan cuando se han visto tres o cuatro calles. No se tiene el valor de evitarlas de ahí en adelante. «que concilia el orden incoherente con el orden combinado» Santiago sería, desde esta perspectiva, un muestrario de la ciudad bárbara. Frente a ello, la armonía neutraSu organización y arquitectura impiden una lectura completa y coherente de ella. “La ciudad se transforma con indiferencia, sin grandes traumatismos, aunque es difícil definir en qué se está convirtiendo”. Su incoherencia y sus vacíos nos devuelven la mayor parte del tiempo una imagen ilegible, abstracta, absurda en el sentido literal de la palabra: irracional, insensata, ilógica, disparatada e inadmisible.


ENSAYO

Sin embargo, al tratarse de un lugar ausente en la ciudad, la reconstrucción de ese pasado es, en consecuencia, un ejercicio que debe realizarse a partir de imaginerías, investigaciones, consultas a documentos e imágenes que rescatan las formas y el carácter de la arquitectura vieja. Detenerse frente a un eriazo se erige como un ejercicio memorístico a través del cual se retrata o recupera la ciudad. Como un remedio para el mal de olvido que tanto nos aqueja, el eriazo aparece bajo la sombra

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del devenir imperturbable de aquél que venera su halakhah. Halakhah es en hebreo “memoria”; no obstante, su traducción literal es el camino por el cual se anda. En ese sentido, paseo y memoria están directamente relacionados. De este modo, el sitio eriazo pone de manifiesto el viejo Santiago, el Palacio Undurraga, La Quinta Meiggs, el Palacio Arrieta y la casa que fue demolida; dándole una nueva lectura al temperamento de la ciudad trazado desde la ausencia.


SEROLF AINOTNA


OLLITSAC LEUNAM


NORMAL PEOPLE: UNA VIRGEN DE YESO A LA INTERPERIE Natalia Berbelagua


FICCIÓN

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Admiro a la gente a la que no le gusta

en el mundo que nos comprende y

sufrir, que piensa que en esta vida le tocó

participa activamente del relato más

la alegría y en otra se verá, argumentando

triste de nuestras vidas. Un monumento

con simpleza el esconder el trauma

de gruta o plaza con el que comemos,

universal que aterrizó en su nacimiento.

tiramos y fantaseamos, un ente al que

Otros, satisfechos de dolor, se acunan en

laureamos

el llanto silencioso y permanente. A esos

semejanza en cualquier historia posible, el

los conozco bien, los huelo como hacen

referente o el imán que atrae todo lo que

los perros. Recuerdo la mascota de una

nos emociona.

ante

la

más

mínima

amiga, que mordía solo a la gente con problemas psiquiátricos. Mi teoría era

La

serie,

una

versión

irlandesa

de

que identificaba el olor de los fármacos.

cualquier historia de amor a los veinte

Estar triste y ser mordido en la calle

años, muestra el terreno de nadie en el

puede parecer un evento trágico, pero

que solemos movernos a esa edad,

también de una cierta fragilidad hermosa

anclados a la alegría que exacerba un

ante lo feroz del día a día.

otro, erigiéndose como la única persona en el mundo que nos comprende y

Viendo la serie “Normal People”, basada

participa activamente del relato más

en la novela de Sally Rooney, acontecía

triste de nuestras vidas. Un monumento

mi sufrimiento frente a mí, como quien se

de gruta o plaza con el que comemos,

sienta en una estación de tren a mirar los

tiramos y fantaseamos, un ente al que

vagones que se van sucediendo.

laureamos

ante

la

más

mínima

semejanza en cualquier historia posible, el Alguna vez, en el clímax de mi propia

referente o el imán que atrae todo lo que

cinematografía, soñé que estaba en una

nos emociona.

playa vacía y una locomotora negra, llena de fantasmas, salía de mi vista en

Le pregunté a un ex amor a esa edad:

dirección a la izquierda –que asocio

“¿Cuál es tu historia más triste?” “Me quedé

siempre con el pasado–.

pensando, pero no sé”, respondió en un escueto correo esa misma tarde. Para mí,

La

serie,

una

versión

irlandesa

de

que

la

melancolía

tenía

nombres

y

cualquier historia de amor a los veinte

apellidos, necesitaba hacerla dialogar con

años, muestra el terreno de nadie en el

la suya. Hacer de la tristeza de los dos, una

que solemos movernos a esa edad,

sola idea que nos llenara el cuerpo, nos

anclados a la alegría que exacerba un

diera sentido y nos hiciera luchar contra el

otro, erigiéndose como la única persona

dolor.


FICCIÓN

54

Marianne, la protagonista de la historia, se

PARTICULARMENTE, SENTÍA EN

entrega a la vulnerabilidad emocional de dar

ALGÚN MOMENTO, QUE MI

el primer paso, ávida de sacarse la ropa y de mostrar su interior dañado a aquel que lo lleva también pero lo esconde con habilidad. La

apatía

del

protagonista

masculino

PRESENCIA ERA UNA SUERTE DE PÓCIMA DE LA VERDAD, ANTE LA QUE LOS HOMBRES CON LOS QUE

(Connel), marca la dificultad de abrir los

ME VINCULABA CAÍAN A UN POZO

cajones negros de la pena, la que con

DESCONOCIDO.

habilidad

maestra

o

con

precisión

de

cirujano, hemos destapado algunas mujeres por

educación

familiar

o

religiosa.

Particularmente, sentía en algún momento, que mi presencia era una suerte de pócima de la verdad, ante la que los hombres con los que

me

vinculaba

caían

a

un

pozo

desconocido. Llegaba yo, con el súperpoder de que me cuenten historias sin pedirlas, y a medida que las relaciones avanzaban, la débil estructura que contenía a esos entes masculinos se iba cayendo como un muro viejo levantado durante la guerra. Veía a mis parejas o amantes afirmándose a esa última pared. Ahí venía la separación. A veces, la vida te condena en algún periodo a ser una virgen de yeso puesta a la intemperie. Deslavada bajo la lluvia pero virgen al fin, ese que te amó te irá a dejar flores de tanto en tanto. Te ves a ti misma adornada en esa gruta, hasta que el feligrés deja de creer en esa imagen y eres removida a un basural o a un jardín. El close up a unas zapatillas gastadas, helados que se derriten en el piso, sostenes que no salen a la primera y que las mujeres debemos quitarlos ante cierta impericia.

Mirada de lupa a los efectos del calor, a lo no atractivo, a lo que no podemos decir porque no lo sabemos. En la exigencia discursiva del presente, se nos pide a los amantes que tengamos postura social, moral y crítica. Los puntos suspensivos

son

afrentas

o

obsoletos

para

los

que

gestos nos

acostumbramos al punto seguido o al final en estos últimos años El enrarecimiento de la trama, del amor, de la violencia, nos deja como sujetos a merced de una lluvia que acecha pero no llega –tanto o peor que un diluvio certero en un tiempo remoto– fenómeno climático

emocional

que

nos

hace

pensar en los veinte años. Allí la vida pasaba como la fortuna: fugaz, calva, oportunista, a la que había que mirar de frente para no perderla. El estudio de la literatura (una de las tramas subyacentes a la serie y a mi vida) presentaba un panorama diferente al creado por los estados o los sistemas económicos y se ajustaba a ese destino incierto del amor.


55 FICCIÓN

OLLITSAC LEUNAM


FICCIÓN

56

Los que pisábamos la universidad ardiendo en sensibilidad y experiencias, no sabíamos en lo que nos ganaríamos la vida, pero eso generaba cierta valentía en el interior del corazón. Algunos nos ganamos el pan escribiendo y con la mayor de las suertes conmoviendo a los lectores. A otros les tocó renunciar a ser paseantes y vistieron la corbata económica con la mayor dignidad posible. El amor tiene muchas fisonomías, encuentros y libertades. Tal vez el mejor gesto amoroso sea abrir la Alameda definitiva a ese que conoció cada calle de tu fisonomía y no la utilizó a su favor ni lo hará nunca. Vida y muerte se cruzan en un relato compartido, la tragedia de los cuerpos que dejaron de amarse permanece. Queremos

ser

felices

sin

saber

por

qué.

Queremos al otro y despreciamos la propia vida antes de ser adultos. ¿Quién quiere aventurarse al verdadero placer? No tengo respuesta para eso. Soy el nuevo intento de ese enigma de los veinte años, la protagonista rara y depresiva que leía

a

Alejandra

Pizarnik

y

escuchaba

a

Radiohead. ¿Me llevaré mi historia conmigo cuando deje el mundo? ¿Moriré al pasado en esta vida como la mosca que deja de luchar? Las respuestas están medidas por el sistema que nos aglutina, por la suma de las realidades que el conocimiento nos ofrece. Mañana será otro día, decía mi abuela. El día de las personas normales tal vez.


FICCIÓN

57

EL MOVENSOR MARÍA PÍA ESCOBAR Sí, acepto, respondí. Acepto entrar al rectángulo. Para tal cometido, no había mucho por hacer, más que confiar plenamente en el destino. La señora a cargo del movensor había interceptado mi paseo de media tarde. La vi cruzar la calle y dirigirse a mí. Me saludó y me instruyó acerca del movensor. “Muy pocos lo conocen”, me dijo, “serás afortunada”.

Aunque no me dirigía palabra, comprobaba mi ritmo cada cierto tiempo con una esquiva mirada. Se veía apurada. La agilidad de sus movimientos era comparable al salto de un grillo. Llegamos a una puerta roja que desembocaba a una escalera bajo tierra. La escalera era de piedras de tamaño irregular, y crujía por alguna extraña razón.

Lo cierto es que dudé.

Miré el espacio con sospecha.

Me sentía en ese entonces frágil, azotada por toda emoción; luego, recordé mi llanto, y mi súplica al viento por una señal.

Al bajar los peldaños, vi al movensor.

Entonces dije: sí, acepto. Me entregué, sin dudas, al movimiento mayor. La señora caminó cuadras, cuadras, cuadras, muchas cuadras.

El movensor era un rectángulo al que se accedía por una puerta blanca. Su tamaño era minúsculo: apenas entraba una persona de un metro cincuenta de alto. Era el movensor particularmente angosto y las paredes particularmente frías, de hielo. En la puerta, la siguiente advertencia: “Solo apto para un adulto o dos niños".


FICCIÓN

Un niño debe ir acompañado de otro niño”, dijo la señora. “El susto podría matarlo”. “Pero un niño jamás puede entrar con un adulto”. “El peso energético de ambos haría tambalear al movensor”. El movensor se agitaría y giraría sobre su eje. Un evento terrorífico. Dos niños, en cambio, con menos densidad, harían del viaje una experiencia más grata. “El movensor es altamente sensible”, dijo la señora, “capta el estado de los seres que suben y, dependiendo de eso, emprende destino”. “Se podría pensar que se mueve a su pinta; mas eso sería quitarle mérito”. “A mayor turbulencia dentro del pasajero, mayor turbulento el viaje. Es el movensor un reflejo”.

58

Para entender la compleja naturaleza del movensor, comparémoslo con su hermano directo, el ascensor, que frente a las habilidades del movensor, queda humillado: el ascensor baja y sube, sube y baja, y se detiene en pisos. Y punto. El movensor, en cambio, sube, baja, va a izquierda y derecha, hacia delante y atrás, en diagonal, incluso ondea como una oruga y da vuelta en círculos. No existe movimiento del que el movensor no sea capaz. Me acordé: la mujer, para captar mi atención, me había dicho: “El movensor es el amo del silencio. Pareciera estar cubierto de manteca; se desliza por el espacio, bajo tierra”. Empecé a llorar escandalosamente. Me miré en el pequeño espejo que llevaba en mi bolsillo, y me vi actuando: mi rostro parecía compungido, mas mi pena interior no se condecía con la horrorosa mueca del llanto; sentí vergüenza.


FICCIÓN

Entonces, eché a reír, primero tímidamente y luego con más desenvoltura. La risa se fue apagando y sentí cierta calma. Ya calmada, me senté en la esquina derecha del movensor. Que es, actualmente, donde me encuentro. Ya no sé tiempos, ni sé quién soy. A simple vista, podría parecer un juego; mas, ya lo dijo la señora: “El movensor es una herramienta altamente recomendada para la exploración interior. Quien entre a él comprará un boleto hacia la incertidumbre”. Acepté, como ya dije. Entonces, pensé: ¿y si caigo a los abismos? Vacilé, me arrepentí, pero ya era tarde. La puerta había cerrado y me encontraba a merced del movensor. El temor comenzó a tomar forma en mis entrañas. Como dije, me encontraba, en ese entonces, en un estado caótico, pero exento de maldad. ¿Sabría distinguir el movensor los delicados matices?

59

Si mi estado era revuelto, ¿daría el movensor giros, y giros, y más giros? Me asaltaron dudas, culpas, miedos. Cuando niña, había estrangulado a un gato para comprobar el efecto palanca de su lengua, que salía con cada apretón. ¿El movensor chirriaría hasta explotar? Horas más tarde, noté que el moversor no había partido. No había ni movimiento ni sonido.



SEROLF AINOTNA


NARRRATIVA

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CUARENTENA EXQUISITA RELATOS DE LA ASFIXIA TEODORO FERRARO

Alguien me lo contó por WA: -Ya llegóYo hubiera preferido que me diga: -Ya llegaron- [los aliens, de una pinche vez]. Pensativo, me quedé viendo la pantalla del celular, ese rectángulo de luz que en lo sucesivo me devolvería la mirada más que mi propia gata. Así estuve horas, en una especie de coma de ojos abiertos, con la respiración tendiendo a la apnea, hasta que me acordé del mis enscene de “Autopsia a un extraterrestre”. La habitación gris, el teléfono negro colgando de la pared, los cirujanos vestidos como si se dedicaran a una extraña forma de siderurgia. La siguiente imagen en aquella bizarra sintaxis neuronal fue la niña Polstergeist, hipnotizada con la estática de la tele.

La secuencia es un clásico ochentero: su cabellera lisa y áurea nos da la espalda, de fondo se escucha música infantil ominosa. De repente ella gira la cabeza, nos mira con la ternura del diablo y nos dice: -Ya están aquí- . Aquella mirada de ángel exterminador siempre me dio escalofríos. Anoche dormí aferrado a la voz de Marlene Dietrich, que se oía como si estuviera atrapada dentro de una pequeña radio de bolsillo. *** Email a mi amigo Christoph, de camping con sus hijos en un parque en las afueras de Dusseldorf:


NARRRATIVA

63

Nosotros aquí bajo encierro total. Aeropuertos, cafés, fronteras. Toque-de-queda desde que oscurece, como en tiempos de dictadura. Comparto reclusión con mi gata. Intento leer lo más que puedo, que por lo general es casi nada. Hago rutina de gimnasia en mi pequeño jardín mientras mis vecinos observan (me espían a través de un orificio en la pared). No se por qué, pero la existencia de ese orificio me hace acordar a David Caradine en Crimen y Castigo. Tal vez los vecinos no me espían, más bien esperan. En el momento menos sospechado, como cuando hago sentadillas húngaras o saludos al sol, develarán su intriga con diligencia: un crimen sigiloso que no les pesará en el alma.

Mi madre me deja largos audios con relatos de sobre mi abuela y sobre mi niñez, que también son los de su juventud. A la noche veo películas y series estúpidas. En lo que dura un capítulo de Casa de Papel me siento satisfecho con la vida. En la atmósfera reina un silencio temeroso. Como en tiempos de dictadura. Solo los perros se dejan oír. A veces pienso que los perros del barrio me ladran específicamente a mí, como si tuvieran el mandato de hostigarme. Antes de quedarme dormido, tengo la impresión de que en la calle, en el afuera prohibido, hay algo que se nos está escapando de las manos. Alejándose con la ligereza de un fantasma.

Hace tiempo que no llueve. Riego las plantas a la mañana y al atardecer. Por las tardes limpio la casa con una obsesión que me da un poco de miedo. Lo friego todo, frotando los objetos como si quisiera quemarme las manos. Tengo llamadas de SKP con gente con la que nunca había hablado antes. Me escribo con viejos amigos a quienes nunca volveré a ver.

Los círculos de WA regurgitan mensajes de fin del mundo: que los tapabocas no alcanzan, que las fábricas de alcohol en gel están colapsadas, que en Estados Unidos la gente forma filas para comprar armas porque no hay suficiente papel higiénico.

***

La que se lleva el premio a la mejor neurosis es la teoría de la ejecución a quemarropa por termómetro.


NARRRATIVA

No se sabe si es debido al rayo rojo sobre la sien o a la violencia implícita en su forma de pistola, pero aseguran que a la larga aquello mata. Yo, cada vez que formo fila para entrar al supermercado, no puedo evitar pensar en las calles de Saigón desangrándose en blanco y negro. Nosotros aquí bajo encierro total. Aeropuertos, cafés, fronteras. Toque-de-queda desde que oscurece, como en tiempos de dictadura. Comparto reclusión con mi gata. Intento leer lo más que puedo, que por lo general es casi nada. Hago rutina de gimnasia en mi pequeño jardín mientras mis vecinos observan (me espían a través de un orificio en la pared). No se por qué, pero la existencia de ese orificio me hace acordar a David Caradine en Crimen y Castigo. Tal vez los vecinos no me espían, más bien esperan. En el momento menos sospechado, como cuando hago sentadillas húngaras o saludos al sol, develarán su intriga con diligencia: un crimen sigiloso que no les pesará en el alma. Hace tiempo que no llueve. Riego las plantas a la mañana y al atardecer. Por las tardes limpio la casa con una obsesión que me da un poco de miedo.

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Lo friego todo, frotando los objetos como si quisiera quemarme las manos. Tengo llamadas de SKP con gente con la que nunca había hablado antes. Me escribo con viejos amigos a quienes nunca volveré a ver. Mi madre me deja largos audios con relatos de sobre mi abuela y sobre mi niñez, que también son los de su juventud. A la noche veo películas y series estúpidas. En lo que dura un capítulo de Casa de Papel me siento satisfecho con la vida. En la atmósfera reina un silencio temeroso. Como en tiempos de dictadura. Solo los perros se dejan oír. A veces pienso que los perros del barrio me ladran específicamente a mí, como si tuvieran el mandato de hostigarme. Antes de quedarme dormido, tengo la impresión de que en la calle, en el afuera prohibido, hay algo que se nos está escapando de las manos. Alejándose con la ligereza de un fantasma. *** Los círculos de WA regurgitan mensajes de fin del mundo: que los tapabocas no alcanzan, que las fábricas de alcohol en gel están colapsadas, que en Estados Unidos la gente forma filas para comprar armas porque no hay suficiente papel higiénico.


SEROLF AINOTNA



NARRRATIVA

La que se lleva el premio a la mejor neurosis es la teoría de la ejecución a quemarropa por termómetro. No se sabe si es debido al rayo rojo sobre la sien o a la violencia implícita en su forma de pistola, pero aseguran que a la larga aquello mata. Yo, cada vez que formo fila para entrar al supermercado, no puedo evitar pensar en las calles de Saigón desangrándose en blanco y negro. *** Las fechas se van convirtiendo en referencias vaporosas, cifras difusas en una cronología arcaica. El tiempo es un plano secuencia de rutinas fútiles. Apenas amanece, salgo a tomar mate en la vereda mientras hago inventario de pájaros. Las calles vacías. Me entretiene imaginar que alguien me está filmando. A veces me quedo inmóvil por largo tiempo, tan solo para joder al camarógrafo. Para cuando el agua del mate está fría, es hora de filmar obsesivamente las excitadas sombras de los arboles, que durante un lapso inverosímil escriben la voz del viento en el sofá de la sala. En las siestas de resolana fuerte, tomo baños de sol con mi gata. Por la tarde riego las plantas en pijama, medias de lana y pantuflas de invierno.

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Suelo escuchar música country, aunque a veces pongo Tom Waits y pienso en amantes con patas de madera o en la posibilidad de morir por causa de un tumor. A la noche, los perros son una intermitencia cada vez más acentuada. Este tipo de cosas comparto en mi efímera historia de IG. *** Han pasado semanas líquidas. El encierro en condiciones de libertad puede causar brotes paranoicos, torpeza empática, o soñar con la falta de oxígeno. Me inquieta pensar en el eterno retorno y en las características del círculo, como en aquella película con Bill Murray y la marmota, pero sobre todo, me obsesiona el recuerdo de la novela de Simak: en un futuro lejano los perros heredan la Tierra luego de que los humanos fueran forzados a abandonarla. Hoy llegó un mensaje de IG que me hizo reparar en la fecha, aunque me da igual, me siento incapaz de medir distancias. Afuera, en ese espacio vedado que se me hace extraterrestre, han puesto a prueba la capacidad de montar una distopía global por redes sociales.


NARRRATIVA

Países clausurados, cientos de miles de contagiados; no pueden ya con tantos muertos. Tal vez tengamos que abandonar la Tierra en ataúdes y dejársela a los perros. En la novela de Simak, pasan siglos líquidos hasta que una noche, frente al fogón, un robot revela a los perros que los humanos no eran seres míticos como se pensaba, sino que habían existido hace mucho tiempo. *** Anoche los perros del barrio eran jauría, me torturaban, me imponían una abominable duermevela... Las teleconferencias ZM se han puesto de moda, todo el mundo hace lives en G y FB. En los noventa pasamos de dos canales de tele a sesenta de cable. Hoy son millones de caras en una pantallita que te cuentan, te hablan, discuten, piensan en voz alta, se ríen, te muestran el interior de sus casas. Alguien me pide que participe de una charla grupal llamada “Pensando en la pandemia”. Hay varios disertantes, pero tengo la charla en mute. Ni idea de qué hablan.

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SOMOS BICHOS DOMESTICADOS EN LA CULTURA DE LO INMEDIATO: CONSUMIR OBJETOS Y SENSACIONES COMPULSIVAMENTE ES NUESTRA MANERA DE ESTAR EN EL PRESENTE. Países clausurados, cientos de miles de contagiados; no pueden ya con tantos muertos. Tal vez tengamos que abandonar la Tierra en ataúdes y dejársela a los perros. En la novela de Simak, pasan siglos líquidos hasta que una noche, frente al fogón, un robot revela a los perros que los humanos no eran seres míticos como se Sus expresiones, a veces ralentizadas por los vaivenes del WIFI, me hacen pensar en un encuentro de robots, en androides que debaten sobre la existencia de la humanidad. Cuando me llega el turno, suelto un indecoroso despilfarro de oxígeno: La ansiedad rige las horas. La incertidumbre, los días. Somos bichos domesticados en la cultura de lo inmediato: consumir objetos y sensaciones compulsivamente es nuestra manera de estar en el presente.


SEROLF AINOTNA


NARRRATIVA

Países clausurados, cientos de miles de contagiados; no pueden ya con tantos muertos. Tal vez tengamos que abandonar la Tierra en ataúdes y dejársela a los perros. En la novela de Simak, pasan siglos líquidos hasta que una noche, frente al fogón, un robot revela a los perros que los humanos no eran seres míticos como se pensaba, sino que habían existido hace mucho tiempo. *** Anoche los perros del barrio eran jauría, me torturaban, me imponían una abominable duermevela... Las teleconferencias ZM se han puesto de moda, todo el mundo hace lives en G y FB. En los noventa pasamos de dos canales de tele a sesenta de cable. Hoy son millones de caras en una pantallita que te cuentan, te hablan, discuten, piensan en voz alta, se ríen, te muestran el interior de sus casas. Alguien me pide que participe de una charla grupal llamada “Pensando en la pandemia”. Hay varios disertantes, pero tengo la charla en mute. Ni idea de qué hablan.

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Países clausurados, cientos de miles de contagiados; no pueden ya con tantos muertos. Tal vez tengamos que abandonar la Tierra en ataúdes y dejársela a los perros. En la novela de Simak, pasan siglos líquidos hasta que una noche, frente al fogón, un robot revela a los perros que los humanos no eran seres míticos como se Sus expresiones, a veces ralentizadas por los vaivenes del WIFI, me hacen pensar en un encuentro de robots, en androides que debaten sobre la existencia de la humanidad. Cuando me llega el turno, suelto un indecoroso despilfarro de oxígeno: La ansiedad rige las horas. La incertidumbre, los días. Somos bichos domesticados en la cultura de lo inmediato: consumir objetos y sensaciones compulsivamente es nuestra manera de estar en el presente. En esta sociedad polimorfa y superlativamente hiperconectada, todo debe ocurrir en el ahora mismo, una noción del espacio-tiempo inventada por el mercado que no implica que seamos conscientes de estar en el momento, como los que hacen meditación, yoga o introspección psicotrópica, si no que se trata de un imperativo de consumo inmediato: “queremos el mundo y lo queremos ahora”.


NARRRATIVA

Se trata de un ahora que, digamos, está aquí, en este momento, pero que al mismo tiempo es horizonte: en el ahora mismo el presente significa imaginar constantemente lo que haré mañana o el próximo año o el resto de mi vida. Y aunque somos consientes de que no tenemos la más pálida idea sobre el futuro, igual nos movemos como el cuerpo de un zombi: mecánicamente proyectados hacia adelante. Paradójicamente, es esta obstinación de imaginar el futuro la que nos salva de lidiar con el estricto ahora. Pero la pandemia ha descalzado ligeramente ese cómodo arreglo de la percepción: nos obliga a hacernos cargo de un riguroso presente, nos fuerza a ser conscientes de cada minuto, nos intima a encontrar la manera de ocupar el ahora mismo sin posibilidad de proyectarlo hacia adelante, porque hacia adelante, al menos de momento, parece no haber nada. Salgo de la charla abruptamente, pero me quedo mirando la pantalla de la computadora. Imagino un futuro sin seres humanos, sin perros, sin robots. Es de tarde, pero podría ser madrugada. En el barrio se oye casi nada.

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Ni siquiera a los perros. Leo un tuit: “Paul B. Preciado dice que la nueva frontera es la mascarilla”. Pienso en el rostro de mi madre hace 25 años, con el barbijo puesto, entrando a la unidad de terapia intensiva para verme postrado en la frontera de la muerte. Fue un mes de encierro, confinamiento de telas blancas y perfumes de formol. Tiempo líquido también, pero goteando como suero, como grifo de baño, implacables segunderos de mi insomnio. Aquello fue diferente, la reclusión de hoy se siente como si estuviésemos flotando en puro presente, y sabemos que una exposición prolongada al estricto ahora puede causar asfixia. *** Los días son un almíbar de fechas que podrían no haber ocurrido pero que terminan pegoteándose desordenadamente en la memoria de todo. WA con un amigo fotógrafo: No está mal ser cínico. Nuestro cinismo es a lo sumo aburrimiento, y el aburrimiento no necesita justificaciones.


NARRRATIVA

En realidad, todos somos cínicos porque flotamos en un mundo que se esfuma cada vez que caduca una historia de IG. Es el pecado original del más reciente post capitalismo. *** Sigo regando en las mañanas, sólo que ahora hablo con las plantas. Les cuento sobre el informe oficial de contagiados, sobre el conteo de muertos. Les confieso que muero por saber si mis vecinos me espían y cómo planean matarme. Les relato la novela de Simak, pero les digo que las que se quedaron con la Tierra fueron las plantas no los perros. Me quejo de los tomates cherry podridos en la heladera, o les confieso que ando pensando en ver Twin Peaks por tercera vez. Cosas así. *** Intento buscar nuevos rincones en donde leer durante las mañanas, cuando la resolana pega de lleno sobre la casa y los árboles escriben con la tinta de sus sombras.

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A veces me paso horas caminando como zombi en pijamas, arrastrando pantuflas erráticamente, o me quedo parado en medio de la sala, mirando un cuadro, como si fuera la tele de Polstergeist. Espabilo cuando alguien me escribe por IG, y entonces me digo a mí mismo: - Ya están aquí-. El chat se desarrolla más o menos así: ¿Cómo te sentís? - Yo: - Obligado a hurgar en el propio encierro y a desear, previsiblemente, el afuera vedado. Pero esto no me preocupa. En cambio, me inquieta que la ansiedad me haga oír el desgaste de los objetos, me haga sospechar que la sombra de las cosas es una forma de escritura cuya sintaxis podría revelar la historia secreta de la materia. Por lo general, no recibo respuestas. Creo que voy perdiendo amigos, o followers. Me da escalofríos pensar en las chorradas que estoy escribiendo. Esta noche me vestiré con mis mejores ropas de pandemia y en SPOT buscaré la canción más triste de Marlene Dietrich.


SEROLF AINOTNA


NARRRATIVA

EnEs hora de la primera siesta, la que viene justo luego del desayuno. Antes he estado rociando con alcohol los billetes del cambio que el delivery de comida china me ha dejado anoche. Mi amigo fotógrafo sube a redes sociales esta imagen maravillosa: en su implacable y hermosa erección, un árbol le ha dado un mordisco fatal al cartel de “ESTACIONAMIENTO” que lo enfrentaba. Las primeras y últimas letras del cartel parecen correrse por la comisura de aquellas fauces que, abriéndose en el medio del tronco, parecen querer desgarrarlo en pedazos. Yo pienso en la humanidad y sus perros, y también en las plantas, que en un gesto de inmensa poesía un día deciden comerse el mundo entero. *** En algún lugar leí que Rockefeller había dicho que, en toda crisis, las posesiones vuelven a sus legítimos propietarios. Pues esta es una crisis y el planeta debería ser propiedad de las plantas. *** No se bien qué hora es. Me despierta un susurro casi ensordecedor.

74

Afuera un viento fortísimo lo agita todo. Desde mi ventana veo una palmera sacudiéndose de manera ominosamente ralentizada: extraña danza aletargada de plumas gigantes, prolegómeno de tormenta. Medio dormido, pero también un tanto deprimido, subo a IG aquel movimiento fantasmal. Pronto alguien me pregunta que si se trata de un pulpo. Yo le respondo que si, que es un molusco histérico flotando en líquido amniótico, o peor, en almíbar, y que además recomiendo dormir con las ventanas abiertas. Antes de volver a quedarme dormido, recibo comentarios desde el afuera, gente que me trata de irresponsable, porque las ventanas deberían estar siempre cerradas, por si acaso, por los mosquitos, por la pulmonía, por los zombies. *** Según Wikipedia: Gimnasia proviene del griego γυμναστική (gymnastiké), f. de γυμναστικός (gymnastikós), "aficionado a ejercicios atléticos", de γυμνασία (gymnasía), "ejercicio" derivado del γυμνός (gymnós), "desnudo", porque los atletas entrenaban y competían desnudos.


NARRRATIVA

Mi abuela materna me había contado en algún momento de mi infancia que cuando ella y sus hermanas eran muy pequeñas, tenían un instructor de gimnasia alemán, y que todas las mañanas, haga frío o calor, salían al jardín a ejercitar aquellos movimientos que los griegos nos han legado. Sin embargo, el mentado oráculo digital también refiere que los romanos le habían dado un giro más violento a tales hábitos, y que a veces se lanzaban al Tiber luego de sus feroces ejercicios. Están locos estos romanos. *** Yo también hago gimnasia. Nada muy complejo. Salgo a mi pequeño jardín a sudar un un poco, dejar que los pulmones asomen por la boca, como estirados por una lengua que añora trámites más húmedos,El otro día, acabé aquella leve agitación de rutina y me desnudé. Eché una mirada hacia el orificio en la pared y asumí que alguno de mis vecinos espiaba. A mi gata no la veía desde hace algunas horas. Pensando en el Discóbolo griego, me paré como musa de estatua y busqué mi reflejo en la ventana que da al jardín. Noté que mi cuerpo ha perdido mucho peso.

75

Tuve la extrañísima sensación de no reflejarme del todo. Entrecerré los ojos para afilar la vista y comprobé con horror que hay partes mías que se están desvaneciendo. *** Veo en mi muro de FB una foto de Angela Merkel. La mutter de todos los alemanes acusa a los ricos de Latinoamérica de no querer pagar impuestos. - Estoy de acuerdo con la Merkel- comento en el post y de súbito me acuerdo del instructor de gimnasia de mi abuela. Alguien me responde: -Zurdo de mierda-. Yo miro mi reflejo en la ventana y apenas me veo. Tal vez tenga razón, puede que me esté convirtiendo en un fantasma que recorre su propio encierro escribiendo efímeros manifiestos en IG. *** Encontré un nuevo lugar dónde instalarme para leer durante la mañana. Justo al lado de la ventana, en la habitación vacía del segundo piso. El sol de otoño pega allí desde temprano. Descubrí que leer con un poco de sol en la cara, sin nada en el estómago, tiene efectos psicotrópicos.


NARRRATIVA

Cuentos de Mishima, un poco de radiación solar, y termino viajando como Chihiro con ketamina. Sentado frente a la ventana, veo un texto titilante que sobre la cama escriben mi sombra y la de los árboles. Miro de reojo y veo la serpenteante silueta de mi cabeza con lentes. Imagino que soy un hombre que padece de una ceguera muy particular: solo puedo ver las sombras de las cosas. En ese mundo de sombras, la mía y la de los árboles dibujan sobre el edredón de la cama el discurrir de un río: una corriente de claroscuros que nunca volverá, porque mi sombra y la de los árboles se borran cada día. Como una historia de IG. *** Lo recuerdo más o menos así. Dos días de tormenta casi habían sepultado a Boston bajo una frazada de nieve impoluta. Yo salí aquella mañana hace veinte años y me compré una cámara digital, en aquel entonces un exotismo que mi padre consideraría capricho inexcusable. La primera foto que saqué fue la sombra de mi padre sobre el asfalto.

76

La segunda fue un perro de aspecto extraño haciendo pis en un parque. Por causa del frío, el vapor del pis resalta como el puntillo interesante de la foto. Barthes diría que “el azar que en ella me despunta” no es el perro. En ese momento jamás hubiera pensado que, en su novela, Simak los pondría a cargo de la Tierra, una novela que olvidaría por completo durante años y la volvería a recordar una tarde de estricto encierro, cuando la ciudad empezaba a delirar puertas adentro y en IG la historia de la civilización se rescribía en millones de versiones cada 24 horas *** Hace días dejé de leer noticias. Hoy, revisando mi feed de TWT, encuentro un malón de indignados. Con el estado. Con dios y con la patria. Yo también estoy indignado. Con humanos, perros y robots. Con el propio Simak, que sospechosamente olvidó a las plantas. Ojalá los árboles pudiesen ladrar y morder. Nos hubieran desgarrado en pedazos hace tiempo.


NARRRATIVA

Recuerdos del futuro, un texto sobre ufología que considero una verdadera joya, duerme el sueño de los libros olvidados en algún lugar de mi biblioteca. Hubiese sido una lectura apropiada para aquella tarde fría en la que el mundo continuaba desapareciendo con cada historia de IG. Pero ya nadie prestaba atención. No, no leía yo la escritura automática del viejo von Däniken sino que, como es común entre los idiotas, estaba ocupado leyendo un anuncio de FB que me señalaba un recuerdo. Hace cinco años, bajaba las escaleras de un edificio en Almagro –dónde la adorable esquizofrenia de Madrid muta en una de sus tantas facetas– cuando a través de una ventana abierta vi, claramente, el futuro. En el edificio de enfrente, otra ventana abierta encuadraba la siguiente imagen: Una habitación en penumbras y una cama. Al borde de la cama, sentado de espaldas, un hombre viejo con la piel blanca. Blanca como nieve impoluta, como el recuerdo de una muerte.

77

Aquel hombre parecía mirar hipnóticamente -en un silencio que podría ser de miedo o reverencia- un cuadro colgado en la pared. El retrato de una mujer. Aquella mujer llevaba cabellera canosa, ojos borrosos, risa demencial. Ese rostro era de los que te devuelven una mirada demasiado viva. De esas miradas que dan escalofríos y que solo se curan con la voz de Marlene Dietrich. En ese momento, bajando las escaleras, supe que aquel viejo era yo. Blanco, desnudo, sin pantuflas de invierno, sin si quiera una gata que me acompañe. Escondido en aquel piso de Almagro, había fracasado en hacer realidad la novela de Simak. La mujer del cuadro era un robot de la cual me había enamorado. Su risa era la confirmación de que mis plantas se habían secado para siempre. *** Hoy me he reconciliado con los perros.



A VECES COMO LOS ÁRBOLES

JAVIERA GONZÁLEZ TEXTO POR VERÓNICA ECHEVERRÍA



ARTE

81

EJERCICIOS DE INMOVILIDAD

14 de noviembre de 2017 Portugal, Santiago, Chile.

Está prohibido llorar. Hay que hacerse el

Inauguración de preguntas cerradas: saca

fuerte, pensar en otra cosa. Pensaba en

la

qué cosas podría decírle a una persona

aprobación y desaprueba moviendo la

encapsulada en su propio cuerpo, y en

lengua hacia los lados. Le hago preguntas

un intento frustrado menciono el tráfico,

para

el ruido, el calor, la basura y todo tipo de

simples para saber si está cómodo o

olores en general. Un monólogo inseguro

necesita que lo mueva. Le hago la misma

e

pretende

pregunta varias veces, y al revés, sólo para

convencernos de que se está mejor ahí,

asegurarme de que me entiende. Se

en esa habitación donde todo está

molesta.

improvisado

que

lengua

hacia

mejorar

su

fuera

en

bienestar.

señal

de

Preguntas

ridículamente sanitizado. *** *** Le traigo una radio para que se distraiga. Los progresos son minúsculos. El llanto

Responde mal a las canciones en español.

fue lo primero y al llanto le siguió la

Llora; tanto que corcovea. Escuchamos

rabia. Lloraba y de tanto llorar logró

música en inglés o sintonizamos el fútbol.

mover todos los músculos del rostro y

La voz del relator lo mantiene atento,

parte del pecho. De rabia es capaz de

expectante. Esa misma tarde vi cómo

inclinar levemente el cuello. A veces lo

sonreía ante los quejidos del paciente de al

veo gesticulando y garabateando con

lado. Sus reclamos y gritos contra el

esfuerzo; sin emitir sonido.

personal de aseo lo tranquilizan.





ARTE

85

Me resultan insoportables los minutos que

Sigue el sonido con la mirada. Su

me toma conciliar el sueño durante las

mirada

noches. También en el hospital existe esta

puesta siempre en dirección a la

hora de la madrugaba, pienso cuando me

puerta. A pesar de que su pieza tiene

despierto de golpe durante la noche. Y lo

una ventana, pocas veces lo he visto

imagino despierto también, con los ojos

mirar a través de ella. La puerta ocupa

abiertos en medio de una pieza oscura

todo su campo visual.

es

una

mirada

expectante

iluminada levemente con las luces que proyectan las máquinas que lo mantienen

***

con vida. Empiezo a encerrarme en su cuerpo, ***

tratando,

con

gran

esfuerzo,

de

mantenerme en la misma posición. Un Algunos

gestos

conducidos

por

la

ejercicio ridículo e infantil que poco se

impaciencia que se me vienen a la cabeza:

acerca a la postración. En los minutos

esperar la micro, el pie aproximándose a las

que logro mantener mi cuerpo inmóvil

puertas automáticas del hospital y, la espera

imagino

del ascensor.

Breves escenas en las que la muerte se

todo

tipo

de

situaciones.

presenta: un incendio, un terremoto, las ***

lámparas cayendo porque algún idiota olvidó fijar el perno principal. Seguido

Indicaciones: Todos los días: Aspirina 100 mg,

esto, fijo la vista en los objetos de la

Atovastatina 20 mg, Vosoprolol, Pavedal 2,5

habitación en un intento de moverlos

mg, Melatonina 6 mg cada noche, Polivit 10

con

ml y Omeprazol MUPS 20 mg. Cada 12 horas:

envoltorios

1,25 mg. Cada 8 horas: Furosemida 20 mg,

papeles; esperando, inútilmente, que

Tazonam 4,5 gramos, 1 frasco (pendiente

estos se muevan.

la

mirada.

Objetos

plásticos,

livianos:

algodones

y

ajuste de terapia según cultivo de aspirado endotraqueal),

Heparina

no

fraccionada

***

5000 UI sc y Paracetamol 500 mg, 2 comprimidos. Cada 6 horas: Nebulizaciones

Sentada junto a su cama imagino la

con berodual 1 cc en 3 cc de suero fisiológico

distancia que separa el dedo gordo de

c/6 h, con nebulizador, Setralina 50 mg/día,

mi pie y toda la red nerviosa que

Insulina según esquema indicado: Levemir

reclama

24 unidades AM y 22 Unidades PM, más

imaginariamente mi red nerviosa como

refuerzos

un conjunto de canales de colores en

de

insulina

cristalina

hemoglucotest cada 6 horas.

según

moverlo.

Luego

contraste con la de él, apagada.

trazo






ARTE

Sigue con la mirada la rutina del paciente de la habitaciรณn de al lado. La tos del paciente lo mantiene en un estado de alerta constante. Reconoce el momento exacto en que la enfermera se decide a cruzar la habitaciรณn para calmar al otro paciente que se ahoga; cierra los ojos y se entrega a la cama, decepcionado.

90


ORANNEZ ADNIL


FICCIÓN

92

LE VONGOLE SCAPPATE LINDA ZENNARO

Quizás

sea

esta

ansiedad

el

Entonces papá echaba los spaghetti a la

problema de empezar y de terminar

olla y nosotros poníamos la mesa. En

que me he transformado en una

verdad no se bien en qué momento las

tortilla. Yo no quería, que quede claro,

almejas

volverme tortilla a toda costa, pero en

abandonando al ajo y a la salsa de tomate;

el refrigerador quedaban seis huevos,

pero bien me acuerdo del perejil, que

un ramo de Carletti, media cebolla y

habiendo

no mucho más; y también el aceite de

bastante tiempo de calidad, soltaba todo

los tomates secos agotados hace unas

su sabor, como un anciano que te cuenta

semanas, uno de esos alimentos de

su historia en cápsulas y te parece verla

carácter

obstinado

con tus propios ojos de tanto escucharla.

que conserva su mismo color y sabor

Bueno, yo me acuerdo de las almejas. Me

aun

acabado;

preguntaba hacia dónde iban y si en

irrumpiendo y salvando al paladar al

realidad no se trataba de un juego,

riesgo de aburrirse aún cuando las

porque a veces me parecía sentirlas

papilas gustativas están exigentes y

también

no has ido a comprar.

teníamos la cocina blanca con los bordes

exquisitamente

cuando

se

hayan

por

desaparecían

pasado

entre

los

con

del

los

dientes.

sartén,

mariscos

Todavía

rojos y los futones de madera. Si reviso las Es un poco parecido a la historia de

fotografías pienso en Goodbye Lenin y en

las almejas que, cuando éramos niños,

los pepinos en vinagre que tanto nos

se escapaban del sartén al último

gustan a mi y a papá.

momento.



OLLITSAC LEUNAM


Santiago Chile


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