Macondo está en cada esquina, en cada casa de este poblado latinoamericano que, si acaso, preserva esos pueblos cada vez menos pueblos porque la modernidad nos ha empujado a las ciudades, al mercado y al consumo. Entre otras cosas, hemos trocado bananos por cocaína. Cosa tan triste fluye en la historia de Nathalie Iriarte que comparte su sorpresa y su nostalgia al visitar Aracataca, el pueblo colombiano que Gabriel García Márquez contó en Cien años de soledad y que la cronista, al verlo, pensó en el suyo: Santa Ana del Yacuma en el Beni. Un Macondo en toda ley.
Y si de añoranzas hablamos, ya que aún está fresco nuestro particular a-mar-telo, disfrutemos el relato de Pablo López Waisman y aquella accidentada relación que tenemos -particularmente- los kollas con nuestro Amargo mar. Pero si aún así insistimos, Rafael López nos propone jugar: responder a un test para medir el grado de patrioterismo que corre por nuestras venas. Inauguramos así los “ vicios” de Rascacielos.