Quién no recuerda a Elba Rodríguez, esa mujer bajita y sonriente que hace cuatro años, siendo casi una niña todavía, nos regaló una alegría y una lección.
Elba ganó un afamado concurso gastronómico en la televisión argentina, en Buenos Aires. El plato vencedor fue nada menos que una muy boliviana sopa de maní. No cabe duda que la sazón de ese novedoso platillo, desconocido para los argentinos, conquistó el paladar del jurado, pero la seducción fue otra. De hecho, Elba nos regaló –a ellos y a nosotros- una versión propia de Ratatouille, la película. Porque sucedió lo mismo que en la historia cinematográfica animada, cuando el pequeño chef prepara el plato más simple, capaz, sin embargo, de devolver al crítico más exigente al vientre materno, a la memoria más cálida, más amada. Frente a millones de espectadores de ese país que tantas veces arrincona a los mentados “bolitas”, Elba alegó que con ese platillo rendía homenaje a su madre, a su abuela, a su memoria boliviana.