Hay un hombre cotizado por su talento en las ligas deportivas del fútbol barrial paceño que juega gratis, “es mi manera de retribuir y agradecer a la vida por todo lo que me ha dado, por mi talento, por la ayuda de mis padres, por el cariño de la gente...”, dice contento.
Hay una chica que trabaja en una imprenta importante y que dejaría todo por ser entrenadora de un equipo de fútbol. Y hay otro que alguna vez jugó ocho partidos en un solo día y volvió a su casa fel iz. Ellos son los “Sieteligas”, jugadores aficionados, en serio, a los que un solo campeonato les queda chico y cuyo trofeo bien puede ser una presa de chancho.
Las pasiones son eso, son entrega desmedida. Por eso también tienen mucho de una suerte de suicidio con final feliz. Un salto al abismo afortunado. La historia del “Q’iwa Gerardo”, en Sucre, así lo prueba: cantar y bailar su homosexualidad contra todas las tempestades, por los siglos de los siglos. Y nosotros con él y con ellas.