Ella tatuó un par de alas como anhelo de libertad. He ahí la libertad como idea, sueño, deseo. Porque en los hechos no podía volar, no podía vivir esa idea de liber- tad. Estaba presa. Daniela protagoniza la historia central de este número. Ella y el encierro, su encierro. A sus 16 años estuvo involucrada en un crimen y por ello pasó 11 años ence- rrada en su casa –con detención domiciliaria– y otro año en la cárcel de mujeres. Fue un proceso judicial larguísimo, cómo no, mientras se decidía una sentencia enredada pues estaba en duda quién fue el autor o autora del crimen. Finalmente no importa. Porque entre dos sospechosos, ella decidió asumir aquella culpa y quizás curarla con ese largo encierro aquí o allá. Si una vida ya se había perdido, no valía la pena condenar otra sino su propia vida. Y la de toda su familia que acompañó su decisión y también padeció las consecuencias de la condena social, quizás más dura aún que el propio encierro.