Dicen que la Chavela, la Vargas, esa musa bohemia del cante jondo mexicano, había llegado tan al borde tantas veces en su vida bañada de dichosos alcoholes, que la muerte la visitó varias veces. La muerte. La Parca. Y entonces Chavela, un día de esos se compadeció de La Parca –pobrecita– y mirándola de frente y con desdén, le dijo: “Ay, cabrona, de una buena vez: me llevas tú o te llevo yo”. Y se la llevó a la cantina y siguió bebiendo.
Los modos de vivir la muerte –valga la metafísica – son tan diversos como diversas son las culturas y las gentes. Por eso, ante la congoja cotidiana por esas otras muertes de un mundo indeseable, intentaremos aquí, más bien, acercarnos a ese lugar compartido entre vivos y muertos donde suceden los encuentros, desencuentros o rencuentros, las bienvenidas y las despedidas entre un mundo y el otro, al modo de Chavela si es posible. O al modo de doña Elsa Ocampo, en Oruro, de quien Alex Ayala, el cronista, dice que dicen que se pasa la vida honrando la muerte.