Volumen 12, Número 1 Programa Sea Grant y Centro Interdisciplinario de �studios del Litoral Universidad de Puerto Rico Recinto de Mayagüez
Fuete y Verguilla Huracanado
Es muy difícil traer este tema en nuestra revista. Todavía estamos padeciendo los estragos de los huracanes Irma y María y de las marejadas del 2018, eventos que le dieron una paliza a nuestras costas y a nuestra gente. Pero podemos aprender mucho de estos eventos, de los pescadores, de las comunidades costeras, de las organizaciones ambientales, de las universidades, del Gobierno y de lo que la gente hizo para adaptarse a las nuevas condiciones. La gente demostró que, a pesar del impacto de estos eventos,han sido capaces de encaminarse y de tratar, por todos los medios, de retomar sus vidas, de empezar de nuevo. A eso le llaman resiliencia, a encabullar de nuevo, a volver a la mar, a reconstruir y a no dejar caer un modo de vida tan importante en nuestra cultura y vital para la conservación de las especies y el medioambiente. En este número de Fuete y Verguilla presentamos las experiencias, reflexiones y datos de compañeros y colegas que se dieron a la tarea de documentar lo que pasó, de ofrecer alternativas y de mirar al futuro. Ese es nuestro camino. Como solía decir el pescador José Aníbal Oquendo, hay que poner “manos a las costas”.
Huracán María sobre Puerto Rico
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Así se formaron y llegaron los huracanes Irma y María a Puerto Rico Abimael Castro Rivera Estudiante subgraduado Departamento de Geología y Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez
Trayectoria de los huracanes Irma (verde) y María (marrón) en la cuenca del Atlántico durante la temporada ciclónica de 2017. (Imágen: Google Earth; Trayectoria: NOAA)
La temporada ciclónica del año 2017 dio inicio en abril con la formación temprana de la tormenta tropical Arlene, augurando así la gran actividad ciclónica que finalmente hizo zozobrar la región del Caribe. El periodo ciclónico retomó su actividad el 19 de junio, manteniendo su acción hasta el 9 de noviembre. La temporada culminó más activa de lo normal con la formación de 17 ciclones tropicales, de los cuales 10 fueron huracanes y de estos, 6 alcanzaron la clasificación de huracán intenso (categoría 3 o más). De los 6 huracanes intensos, 2 azotaron el Caribe: Irma y María; huracanes que resultaron en gran impacto en Puerto Rico. La mañana del miércoles 30 de agosto el Centro Nacional de Huracanes (CNH) anunció la formación de la tormenta tropical Irma, con vientos de 50 mph. El sistema tuvo un desarrollo muy rápido, en la longitud 30.3ºO y latitud 16.4ºN, lo que produjo la evolución súbita de onda a tormenta. A pesar de estar ubicada muy distante, y en una latitud poco favorable de presentar amenaza al Caribe, un sistema de alta presión influyó en su trayectoria hacia el oeste-suroeste a través de su curso. Además, las condiciones meteorológicas estaban óptimas para el desarrollo de un sistema mayor y de rápida intensificación: los vientos cortantes eran débiles y la presencia de aire seco estuvo limitada. A las 5:00 a.m. del jueves ya el sistema estaba próximo a alcanzar la clasificación de huracán, con vientos de 70 mph; seis horas más tarde, el CNH reportó vientos máximos sostenidos de 100 mph, 2
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un huracán categoría 2. A las 5:00 p.m., Irma ya era categoría 3, con vientos de 115 mph. Para ese entonces no había boletines de alerta para ningún territorio. Fue a las 5:00 p.m. del domingo, 3 de septiembre, cuando se emitieron las primeras alertas para las Islas de Sotavento. El sistema tuvo fluctuaciones en su intensidad ―entre las categorías 2 y 3― hasta que finalmente cobró fuerzas a partir del lunes en la tarde. En ese entonces alcanzó la categoría 4, ubicándose a unas 35 millas al noreste de Martinica y a 45 millas al este-sureste de Dominica, zonas que estaban bajo aviso de huracán al igual que las islas entre Anguila y Montserrat. El campo de vientos de huracán se extendía a unas 40 millas del centro y con fuerza de tormenta a 140 millas. Así pues, la isla de Guadalupe estaba bajo un aviso de tormenta. En el boletín emitido a las 5:00 p.m. ya el CNH había emitido una vigilancia de huracán para Puerto Rico y a las Islas Vírgenes Americanas y Británicas. Dicho aviso de vigilancia fue sustituido por uno de huracán a las 11:00 p.m. La mañana siguiente, Irma se había convertido en un poderoso huracán categoría 5 con vientos de 175 mph. El pronóstico sugería una intensificación adicional, tal cual ocurrió. Fue a las 2:00 a.m. del miércoles, 6 de septiembre, que el ojo del huracán cruzó y destrozó a la isla de Barbuda con vientos de 185 mph. En ese entonces, su campo de vientos de huracán se extendía a 50 millas de su centro y a 175 millas con fuerza de tormenta. Por esta razón, se emitió un aviso de tormenta para la mitad este de República Dominicana y porciones de Haití. En el caso de Puerto Rico se pronosticaba un paso cercano al noreste de la isla esa misma tarde: el radio de vientos huracanados estaría sintiéndose en las islas municipio y en la costa norte y noreste, mientras que el resto del país sentiría vientos con fuerza de tormenta. A las 4:00 p.m., el Servicio Nacional de Meteorología en San Juan registró una lectura de 88 mph en Culebra, con ráfagas de 111 mph. A las 7:00 p.m., el ojo de Irma pasaba a unas 45 millas de San Juan, con vientos de 185 mph. Las medidas de vientos fueron de 63 mph en San Juan y de 51 mph en Vieques. Ya en la madrugada del jueves, 7 de septiembre, el sistema se alejaba de Puerto Rico. Dos semanas más tarde, Puerto Rico volvió a estar bajo amenaza de un ciclón: otro poderoso huracán se acercaba a nuestro archipiélago. Durante el período del 10 al 16 de septiembre de 2017 el CNH observaba la evolución de dos ondas tropicales. El jueves 14 la agencia identificó una zona de baja presión atmosférica con sospecha ciclónica cerca de la longitud 30ºO y a otra, recién originada de África, cerca de la longitud 15ºO. De estas, la que se ubicaba en la longitud 30ºO era la que representaba una amenaza para la región del Caribe. Precisamente, el sábado, 16 a las 11:00 a.m. el CNH clasificó a este sistema como el “ciclón potencial #15”. Para ese entonces el sistema se ubicaba a unas 755 millas al este-sureste de las Antillas Menores y se procede a emitir el boletín #1, el cual incluyó una vigilancia de tormenta para las islas desde Santa Lucía hasta Guadalupe. Puerto Rico estaba en el cono de probabilidad, indicando el posible arribo de un huracán categoría 1 para el jueves de la siguiente semana. Tres horas más tarde del primer boletín, el sistema fue clasificado como la "depresión tropical #15" añadiéndose Barbados, San Vicente y Granada a la lista de islas bajo vigilancia de tormenta. A las 5:00 p.m., la agencia nombró al ciclón como la tormenta tropical María, ya con vientos de 50 mph y con un pronóstico de rápida intensificación hasta huracán mayor. El domingo en la tarde, María ya se había convertido en huracán con vientos de 75 mph, con un radio de vientos huracanados que se extendían a 15 millas de su centro y los de fuerza de tormenta a unas 105 33
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millas. Esto requirió una vigilancia de huracán desde San Kitts hasta Barbuda y un aviso de huracán entre Martinica y Guadalupe. Para entonces, las Islas Vírgenes Americanas estaban también bajo vigilancia. No fue hasta el lunes que Puerto Rico entró a la lista de alertas; esto a pesar de que siempre se mencionó en las discusiones del CNH la alta posibilidad de un azote directo del sistema. Los fenómenos que se habían formado en el transcurso de la temporada estuvieron localizados al sur del Caribe o hacia el noreste, por lo que María estuvo moviéndose sobre aguas muy cálidas; esto favoreció una intensificación significativa. Además, para ese entonces, no había vientos cortantes o polvo del Sahara que limitaran su desarrollo. Ante este escenario, y dado el consenso de los modelos meteorológicos, la certidumbre del pronóstico de azote directo para la isla era alta. Así fue como María adquirió fuerza de huracán categoría 5 con vientos de 160 mph. Azotó a Dominica el lunes, 18 de septiembre a las 9:15 p.m. Tras su paso por las aguas cálidas del Caribe, logró ganar fuerza con vientos de 175 mph hasta la 1:00 a.m. del miércoles, 20 de septiembre, día que Puerto Rico estaría recibiendo su azote. Su máximo en intensidad produjo un proceso de reestructuración del ojo justo en nuestra área. Esto permitió que tuviera un debilitamiento gradual, disminuyendo su velocidad de vientos sostenidos unas 20 mph. El huracán María entró a las 6:15 a.m. por el municipio de Yabucoa con vientos de 155 mph (categoría 4). Desde el momento de su entrada, quedamos sin el servicio del radar Doppler y las herramientas de medidas meteorológicas colapsaron. Los informes oficiales del Servicio Nacional de Meteorología en San Juan indican vientos máximos registrados en el orden de 45 mph a 81 mph, con ráfagas entre 63 mph y 118 mph (con máximos en Yabucoa, Fajardo y Arecibo). Las lecturas más bajas fueron en el oeste, entre Cabo Rojo y Mayagüez. María salió entre Quebradillas e Isabela a las 2:00 p.m. del miércoles. A pesar de que la trayectoria de su ojo a través de la isla fue de unas 8 horas, el evento de vientos huracanados tuvo una duración aproximada de 12 horas mientras el campo de vientos se retiraba de la zona.
Informes meteorológicos de Irma y María Cangialosi, J.P., Latto, A.S. y Berg, R. 2018. Hurricane Irma. National Atmospheric and Oceanic Administration, National Hurricane Center. National Weather Service. 2017. Major Hurricane Maria - September 20, 2017. National Atmospheric and Oceanic Administration. Pasch, R.J., Penny. A.B., y Berg, R. 2018. Hurricane María. National Atmospheric and Oceanic Administration, National Hurricane Center.
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Cómo se afectaron los pescadores por el huracán René Esteves Amador, PhD Coordinador Programa de Asesoría Marina Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico
El huracán María tuvo graves efectos, de manera directa e indirecta, en todos los sectores asociados a la pesca comercial en Puerto Rico. Los impactos directos están relacionados a la actividad de extracción e incluyen daños a embarcaciones, artes de pesca, muelles y rampas, villas, equipo de almacenamiento, ecosistemas y calidad de agua. De manera indirecta, la falta de electricidad no permitió refrigerar la pesca, la falta de comunicación impidió la distribución del producto y la falta de combustible evitó que los clientes llegaran y que los restaurantes operaran. Tristemente, lo que no se llevó el huracán fue saqueado por ladrones que en muchos casos se llevaron hasta los motores eléctricos de las neveras dañadas para vender el cobre del que están hechos. Sin yola, sin motor, sin muelle y sin rampa no se puede salir a pescar. Sin nasas, sin redes, sin carrete, sin aire para el tanque de buceo no se puede capturar el sustento. Sin refrigeración, mesa de limpieza, ni equipo de empaque no se puede procesar y almacenar la captura. El fuerte oleaje también cambió el fondo marino, enterrando praderas de yerbas marinas, rompiendo arrecifes llanos, rellenando cuevas de langosta y haciendo que poblaciones de peces se relocalizaran a áreas más profundas. Los efectos a largo plazo aún están por verse. Los ríos descargaron al mar inmensas cantidades de sedimentos altos en nutrientes y contaminantes aumentando la turbidez y evitando que la luz llegara a los organismos del fondo marino. El litoral se llenó de escombros, muchos sumergidos, que entorpecieron la navegación y aumentaron el riesgo de cualquier actividad acuática. Peor aún, por falta de energía, durante varias semanas el sistema completo de tratamiento de aguas usadas descargó material crudo a nuestro entorno marino, inyectando virus y bacterias dañinas para los seres humanos. Los indispensables criaderos de organismos marinos, como las comunidades de mangle y las lagunas costeras, quedaron destruidos y contaminados. Esto pronostica una pérdida en las generaciones futuras de poblaciones de peces y mariscos de importancia comercial y un impacto en la salud y productividad natural del sistema.
Recuperación y autogestión Lamentablemente, las ayudas disponibles para que los pescadores sufragaran sus pérdidas de equipo, infraestructura e ingreso a razón del huracán fueron limitadas. Como requisito para solicitar las mismas, cada individuo o grupo debió ofrecer una serie de documentos oficiales incluyendo una licencia de pescador comercial vigente del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales y estar inscritos con el Departamento de Agricultura como agricultor bonafide.
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Aquellos que cumplieron con la documentación requerida solo tuvieron acceso a programas de reembolso parcial o a préstamos a bajo interés para la compra de equipo. Ambos tipos de ayuda estaban disponibles antes del huracán. A nivel federal, unos pocos lograron una compensación del programa de desempleo mientras que se recopiló información para cuantificar las pérdidas y solicitar fondos al Congreso de los Estados Unidos para la recuperación de la pesca en Puerto Rico. Como en muchos otros casos, las primeras y más importantes ayudas llegaron a través de brigadas comunitarias, grupos religiosos, organizaciones sin fines de lucro y donaciones de la diáspora que suplieron generadores, baterías, lámparas, filtros de agua potable, combustible y materiales de construcción para reparar estructuras. De manera individual, aquellos pescadores que lograron salir al mar limitaron sus capturas a lo que se podía vender en la calle ese mismo día y bajaron los precios para acelerar el despacho de su mercancía en las interminables filas de las gasolineras o donde se reunía la gente a buscar señal para usar el teléfono móvil. Los que no tuvieron cómo pescar utilizaron sus conocimientos de mecánica, plomería y electricidad para devengar algo de ingreso. Los que más rápido actuaron, lograron reparar, con lo que encontraron, las rampas y los muelles menos maltrechos. Otros vieron sus proyectos de autogestión paralizados por no poder cumplir con toda la burocracia que representa solicitar permisos para proyectos en la zona marítimo terrestre, mientras observaban cómo viviendas particulares a lo largo del litoral eran reparadas por sus dueños sin obstáculo de las autoridades. Las villas que retuvieron su acceso al mar, y donde su liderato ha buscado nuevas maneras de mercadear el producto, han atraído pescadores de lugares aledaños más afectados, muchas veces remendando pasadas asperezas territoriales. A medida que se restablece el servicio de energía en estos lugares, el nuevo enfoque está dirigido a adquirir nuevas artes de pesca y a aumentar la capacidad para almacenar y distribuir la captura. En fin, todo verdadero pescador lo único que quiere es volver al mar, pues es allí donde sabe cómo alimentar su estómago y su espíritu.
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Foto: Pichón Duarte Pescadores en la playa Crash Boat, Aguadilla, tras el paso de María
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Las villas pesqueras del oeste de Puerto Rico a un año del huracán María Lillian Ramírez Durand, MS Especialista en comunidades costeras Programa de Asesoría Marina Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico
A un año del huracán María, las instalaciones de las villas pesqueras del área oeste de Puerto Rico, particularmente la Villa del Ojo en Aguadilla y la Villa Pesquera de Rincón, están inoperantes debido a los impactos sufridos por el huracán y las marejadas de invierno. Sin embargo, las restantes (las de Aguadilla, Aguada, Añasco, Mayagüez y Cabo Rojo) se encuentran operando, pese a que todavía no han recibido respuesta del Departamento de Agricultura en relación a la remuneración económica por parte de los seguros. Durante una visita a estas villas, sus miembros indicaron que ellos mismos realizaron reparaciones a las instalaciones. La mayoría de las reparaciones fueron en los techos de madera y zinc; las que tienen techo de cemento y hormigón, sin embargo, tienen problemas de filtración. Otro problema es la pobre condición de los muelles y las áreas para escamar pescado, las cuales aún no han sido reparados. También hay retos en la reparación de sus embarcaciones y en conseguir equipos y artes de pesca. De acuerdo con los pescadores, el Departamento de Agricultura y sus representantes visitaron las instalaciones y se hicieron las reclamaciones pertinentes, pero todavía no han recibido respuesta a muchos de sus reclamos. Representantes de la Villa Pesquera Tres Hermanos en Añasco indicaron que hicieron una reclamación a la Agencia Federal para el Manejo de Desastres (FEMA, por sus siglas en inglés), pero dicha reclamación aún se encuentra en proceso administrativo. Por su parte, los miembros de la Villa Pesquera del Combate en Cabo Rojo recibieron materiales para reponer techos de madera y zinc de la organización sin fines de lucro Paloma del Carmen Puerto Rico Hurricane Relief Fund con sede en el estado de Illinois. A pesar de que los pescadores reconocieron los riesgos a los cuales todavía están expuestas las villas (marejadas ciclónicas, erosión costera e inundación por desborde de los ríos), estos indicaron que no han desarrollado un plan de emergencia para la temporada del 2018. Esto es vital ante la vulnerabilidad actual de las instalaciones de estas villas pesqueras. También indicaron que no poseen conocimiento sobre alternativas de adaptación o acomodo ante desastres naturales. Es importante que las agencias que le sirven a las villas pesqueras promuevan el desarrollo de estrategias de resiliencia y adaptación entre los pescadores y su comunidad adyacente. Que sea un proceso participativo, que incluya la implementación de prácticas de infraestructura verde (áreas constituidas por zonas naturales y seminaturales, planificadas y diseñadas de tal forma que ofrezcan diferentes servicios ecosistémicos) y que asegure la continuidad del desarrollo económico del sector pesquero.
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Retos y oportunidades Los pescadores tienen ante sí grandes retos. Continuar con la actividad pesquera implica estar más atentos a los cambios en el clima y a hacer cambios en la manera en que se preparan para los huracanes. Estas modificaciones están estrechamente vinculadas con el cumplimiento de las leyes y los reglamentos, la ubicación de las villas pesqueras y la adquisición de equipo que permita mantener fuentes alternas de agua, energía y comunicaciones tras el paso de un huracán. Estos retos deben verse como una oportunidad de mejorar la forma en que se realiza la actividad pesquera y una posibilidad de proteger efectiva y eficientemente su fuente de ingresos. El manejo de desastres como los huracanes es parte del ciclo de vida de las islas localizadas en la región del Caribe. La íntima relación de los pescadores con el ambiente marino y costero los hace particularmente vulnerables a los daños causados por los huracanes. Su capacidad de sobrellevar y recuperarse a este tipo de impacto depende, en parte, de poder redefinir sus métodos de pesca y diversificar sus fuentes de ingreso como individuos y como grupo. Al presente, los preparativos de los pescadores antes de un huracán están mayormente limitados a mover las embarcaciones a un lugar seguro y a hacer trámites para obtener compensación monetaria por pérdidas de ingreso y equipo. Por otro lado, la dificultad de reportar y cuantificar oficialmente la cantidad de pescadores y equipo utilizado en esta empresa hace que la pesca parezca menos importante de lo que realmente es para nuestra economía y cultura, limitando así la atención y los fondos que reciben de parte del Gobierno Central. En otras palabras, la falta de información por parte de pescadores que no tienen su licencia, que no están registrados como pescadores bonafide en el Departamento de Agricultura y/o que no rinden estadísticas, constituye un problema para poder documentar apropiadamente el valor de la actividad pesquera. Al no poder documentar a cabalidad el estatus de la pesca en Puerto Rico, se hace muy difícil atraer la atención de las agencias gubernamentales hacia la pesca. Es por ello que se exhorta a todo pescador a hacer todos los esfuerzos posibles para mantener su documentación al día. Durante los meses de junio a noviembre (temporada de huracanes), todo pescador sabe que debe seguir los pronósticos climatológicos, tomar precauciones de seguridad al salir mar afuera, reducir la cantidad de equipo sumergido y hacer los arreglos para resguardar sus embarcaciones. Sin embargo, el huracán María nos ha recordado que este nivel de preparación no es suficiente para sufragar las pérdidas de ingreso, destrucción de hábitat, destrucción de infraestructura para el desembarque (rampas y muelles), y para el almacenaje y la distribución en las villas pesqueras. Para lograr estar debidamente preparados, se requiere integrar a los pescadores comerciales en los planes de manejo de desastres a nivel municipal y estatal. El diseño de la infraestructura pesquera en Puerto Rico –entiéndase la ubicación y la construcción de las villas pesqueras– está enfocado en facilitar la extracción, el desembarque y la distribución de la captura. El resultado ha sido instalaciones muy cercanas o ubicadas sobre la zona marítimo terrestre con equipo sensitivo y esencial para el negocio (por ejemplo, neveras, balanzas digitales, motores y generadores eléctricos) a nivel terrero y sujeto a daños por inundaciones. Peor aún, la integridad estructural de los edificios muchas veces está comprometida por la eliminación de dunas 88
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de arena y de bosques de mangle que sirven de barrera natural contra inundaciones y erosión costera. Lamentablemente, y como consecuencia, casi la totalidad de las villas pesqueras en Puerto Rico sufrieron daños significativos por la marejada ciclónica y las inundaciones que impidieron o retrasaron que los pescadores regresaran a devengar ingresos de la pesca. Por otra parte, el cambio climático es una realidad y representa otro reto para los pescadores. Por consiguiente, disminuir la vulnerabilidad de la infraestructura es una prioridad. Esto nos obliga a pensar detenidamente lo que es verdaderamente útil ante el aumento del nivel del mar y de la frecuencia e intensidad de las tormentas. A diferencia de los muelles y las rampas necesarios para el desembarque de las capturas, los edificios de almacenaje y distribución no están obligados a estar próximos al mar para cumplir su función. Para disminuir la vulnerabilidad de estas estructuras ante un próximo huracán, debemos retirarlas de la costa en la medida que sea posible y elevar la ubicación de todo equipo susceptible a daño por inundaciones. Estar ubicados al pie de donde rompen las olas ya no es una estrategia sustentable de mercadeo del producto. Es imperativo el fortalecimiento de las organizaciones pesqueras a través del cooperativismo o las asociaciones para lograr acuerdos económicamente viables entre las agencias de gobierno, los municipios y el sector de seguros para garantizar una fuente mínima de fondos y facilitar los permisos para la reconstrucción de dichas estructuras. No puede ser que dueños de propiedades particulares frente al mar sean los primeros en reparar las mismas, mientras que nuestros pescadores no tienen ni los fondos ni los permisos para reconstruir ni un muelle.
Foto: Efra Figueroa Muelle destruido en la Parguera, Lajas
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La experiencia ante el paso de María nos enseñó que las villas nuevas y reparadas deberán incluir protección adicional contra robo de equipo sensitivo y de alta demanda –como los generadores eléctricos– debido a que fueron blanco fácil de los inescrupulosos que se aprovecharon de la falta de vigilancia luego del huracán. Además, una fuente independiente de energía solar y recoger agua de lluvia que provea para operar a un tercio de la capacidad normal debe ser parte de toda villa pesquera. Es de suma importancia identificar y habilitar lugares de refugio para equipo y embarcaciones, y desarrollar un plan de movilización para cada villa. Es decir, cada villa y/o grupo de pescadores debe identificar los lugares donde van a resguardar las cosas y qué cosas van a resguardar. También se recomienda tener una máquina de hacer hielo para poder almacenar el pescado fresco, sin la necesidad de refrigeradores eléctricos, y poder ofrecer la misma alternativa al consumidor que no tenga energía en su casa luego de un huracán. Asimismo, se exhorta a toda villa pesquera a tener un equipo de comunicación distinto a los celulares, como por ejemplo un radio de alta frecuencia (VHF, por sus siglas en inglés) que permita restablecer la comunicación tras el paso de un fenómeno atmosférico. Disminuir la vulnerabilidad de nuestros pescadores también requiere mejorar la salud de los habitáculos marinos y costeros. Cuando las leyes y los reglamentos ambientales no se hacen valer, los pescadores son entre los más afectados, puesto que su labor depende directamente del bienestar de los recursos marinos y costeros. Incorporar el conocimiento y la mano de obra de nuestros pescadores comerciales en proyectos de protección y restauración marina y costera es indispensable para su éxito. Son nuestros pescadores los que mejor conocen el mar y lo que habita en él. Implementar un modelo de manejo inclusivo y colaborativo diversificaría las fuentes de ingreso de este sector y facilitaría la capacidad natural de recuperación del sistema. Ambos beneficios disminuyen el riesgo y aumentan la capacidad de recuperación de nuestros pescadores y comunidades costeras.
Meses después del huracán… Nos enteramos de que el Departamento de Agricultura dio ayudas a pescadores del oeste de la isla. Otorgó vales equivalentes a $350 y $1000, que los pescadores pudieron canjear por equipos y materiales de pesca. El valor de los vales otorgados dependía del arte de pesca utilizada por los pescadores. Por ejemplo, los pescadores buzos recibieron vales de hasta $1000; hubo naseros (pescadores que utilizan nasas) que recibieron hasta tres rollos de alambre, mientras que a los pescadores de profundidad y de cordel se les ofreció vales de $350. A pasar de las ayudas provistas, hubo queja por parte de los pescadores de profundidad, específicamente los pescadores de chillo, pues señalaron que su arte de pesca requiere de equipos y materiales muy costosos. De acuerdo con el pescador de chillo Alexis Loyola, ante sus reclamos, el Departamento se comprometió en entregar 100 malacates a estos pescadores, en vez del vale de $350.
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Grandes retos para la pesca puertorriqueña: el caso del sector Camboya en Juana Díaz Miguel Del Pozo, PhD Profesor de Antropología y especialista en pesquerías Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ponce
La pescadería que ubica en el sector Camboya en Juana Díaz es un ejemplo de los retos que enfrenta el sector pesquero luego del paso de un huracán. Los dueños de la pescadería, don Julio y doña María, nos compartieron los retos más grandes a los que se enfrentaron luego del paso del huracán María. Las inundaciones producto de la marejada ciclónica y las lluvias que dejó tras su paso se convirtieron en unas 35 pulgadas de agua dentro de la pescadería. Estos juanadinos perdieron dos embarcaciones, siete congeladores, su vehículo personal y un vehículo todo terreno que utilizaban para tirar y sacar las yolas de los pescadores. Además, se perdieron todas las artes, incluyendo 310 cajones para la captura de langosta, el cual es el arte de pesca más utilizado por los pescadores asociados a esta. Actualmente, ya han construido 60 cajones. Por otro lado, don Julio y doña María comentan que la pesca se ha visto afectada pues el huracán dañó los arrecifes impactando la captura en aguas llanas, sobre todo la pesca del arrayao. También les ha sido problemático el tema de las vedas. Antes del huracán María estaba en vigor la veda del carrucho que comienza el 1ro de agosto. Según me cuenta don Julio, ahora que los pescadores han ido reparando sus embarcaciones y sus artes, comenzó la veda nuevamente. Esto los deja incapacitados de devengar dinero por la cosecha y venta del carrucho por un periodo de 15 meses, ya que la veda termina el 31 de octubre. Otro asunto que les ha afectado es la dramática baja en el número de pescadores. Muchos pescadores, tras el paso de los huracanes Irma y María, se han ido a los Estados Unidos. Otros, ya entrados en años, y ante la situación de tener que comenzar desde cero, optaron por retirarse. Es importante saber si, bajo las nuevas circunstancias que nos han dejado el paso de los huracanes del 2017, la pesca se ha debilitado, sobre todo en su función y capacidad de ser una actividad que amortigüe, que aguante, de manera social y económica, el embate de huracanes y otros eventos que se convierten en desastres.
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El mayor valor de nuestras costas Miguel Del Pozo, PhD Profesor de Antropología y especialista en pesquerías Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ponce
Foto: Doel Vázquez
Conocemos las bondades de la costa y su alto valor ecológico, recreativo y económico. Es sabido que el litoral provee zonas que amortiguan el impacto de los eventos naturales, proveen habitáculos para diferentes especies, nos brindan alimento, materia prima y son áreas de ocio y recreación. Sin embargo, muchas veces pasamos por alto uno de los recursos más valiosos de nuestras costas: su gente. El valor de las comunidades costeras quedó evidenciado tras el paso de los huracanes Irma y María. Estas comunidades recurrieron a la solidaridad y la reciprocidad como primera respuesta tras la devastación. A un mes del paso de María, recorrí la comunidad de Pozuelo en Guayama. Como en tantos lugares de la isla, fue impactante ver la condición material en que se encontraba esta comunidad de pescadores. Sin embargo, lo más impactante fue observar el modo en que estas personas afrontaron las dificultades y la escasez. Trabajos previos han documentado la importancia de las relaciones humanas en nuestras costas. No obstante, eventos como los experimentados en la temporada ciclónica del 2017 nos permiten ver con mayor claridad la importancia de esas relaciones. Sin energía, ni hielo para conservar la pesca, y en ausencia de dinero en efectivo, los pescadores organizaron sistemas para repartir sus capturas de manera eficiente y así alimentar a su comunidad. Un grupo de pescadores de Pozuelo me relató cómo tras el paso del huracán María decidieron que una yola zarpara al día y las capturas se repartían entre los miembros de la comunidad. De este modo, la distribución de las capturas se maximizaba, no se perdía la pesca y, a su vez, en un momento donde las filas en los supermercados se tornaban infinitas, se le garantizaba comida a la comunidad. Los pescadores transformaron su pesca de una comercial a una comunal. Las transacciones ya no se dieron de manera comercial; lo que mediaba era la permuta, el intercambio, la camaradería, la solidaridad y la reciprocidad. 12 12
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Otro ejemplo del valor de la gente en nuestras comunidades costeras es el caso del sector Camboya del Pastillo en Juana Díaz. Esta comunidad también le apostó al valor de dicho recurso. La pescadería –localizada al final del maltrecho paseo tablado y frente un abatido muelle– se convirtió en un informal centro de acopio y distribución para la comunidad. Los dueños de la pescadería, don Julio y doña María, les pidieron suministros a familiares en la diáspora (en Estados Unidos) para suplirse no solo ellos, sino también la comunidad. Aun cuando las pérdidas en la pescadería fueron cuantiosas, esta pareja puso su compromiso con la comunidad por encima de las dificultades. Ante la devastación que sufrió la pescadería, don Julio y doña María consideraron no reabrir. Sin embargo, reconociendo la importancia de la pescadería como eje para la economía y las relaciones sociales de la comunidad, optaron por el camino de la solidaridad y enfrentaron la misión de reabrir. Aún en proceso de recuperación, hoy operan a una fracción de lo que solía ser la pescadería. Casos como estos se repiten a lo largo de todo el litoral puertorriqueño. Incluso se podría argumentar que patrones similares se dieron en toda la isla, independientemente de ser comunidades costeras. A nivel de comunidad, la diferencia estriba en que la solidaridad y la reciprocidad exhibidas durante y después del paso del huracán eran previamente parte de su vida diaria; o sea, ya era un recurso existente. En esos momentos difíciles, fueron las relaciones sociales, más allá que el intercambio económico tradicional, lo que proveyó “el peje nuestro de cada día”.
Foto: Pichón Duarte Reconstrucción después del huracán
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Huracanes y oportunidades de colaboración entre pescadores y biólogos Raimundo Espinoza, MS Fundador y Director Ejecutivo Conservación ConCiencia
El sector de pesca comercial de la isla y sus integrantes todavía viven con mucha incertidumbre a un año del paso del huracán María. La incertidumbre de cómo producir, cómo competir con productos importados y cómo sobrevivir en una nueva realidad después del huracán se ha convertido en una oportunidad de colaboración entre partes que antes no lo hacían. Por lo general, el pescador y el biólogo no han tenido una relación de beneficio mutuo. Aunque los pescadores han colaborado con esfuerzos de investigación del medio ambiente marino, no hay confianza real entre el sector de la pesca y el sector Raymundo espinosa de Conservación ConCiencia con el pescador Jonathan Ortiz en Naguabo (Foto: Conservación ConCiencia) académico, de las universidades o de las organizaciones sin fines de lucro, que trabajan con asuntos relacionados a las ciencias marinas. A menudo, el sector pesquero siente que los biólogos solo quieren cerrar más áreas de pesca y vedar la captura de algunos organismos, mientras que el sector académico y los marejadores de recurso piensan que los reglamentos no se respetan y que la sobrepesca es la ley del día. La verdad es que ambos lados tienen cierta razón, pero la única manera de mejorar la relación y –por lo tanto– mejorar las investigaciones y el manejo del recurso pesquero es a través de la colaboración integral, es decir, con la participación de todas y todos los involucrados en el asunto. Del desastre causado por el huracán María nace esta oportunidad de colaboración integral entre biólogos y pescadores. La comunidad pesquera sufrió un golpe fuerte con pérdidas catastróficas. Uno de los grupos en responder con ayudas a pescadores fueron los biólogos, tanto de organizaciones sin fines de lucro como de instituciones educativas. Estas ayudas, que incluyeron equipo de pesca, capacitaciones sobre nuevos mercados, equipo y material para pescaderías, sobrepasaron los $300,000. De esta manera, se aportó a la recuperación del sector pesquero durante un momento de crisis. Este apoyo brindado nos sirve de base para crear una nueva confianza entre los pescadores y biólogos y así desarrollar una relación y un compromiso por el bien de Puerto Rico y del sector pesquero. Desde la organización que dirijo, Conservación ConCiencia, en colaboración con pescadores comerciales, y con el apoyo de The Ocean Foundation y el financiamiento del National Fish & Wildlife Foundation, hemos podido remover sobre siete toneladas de artes de pesca de los fondos 14 14
Volumen 10, 12, Número Número 41
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marinos que se perdieron a causa de los impactos de los huracanes. El esfuerzo se realizó en Vieques, Culebra y en el norte, sur, este y oeste de Puerto Rico. Con este proyecto, hemos incluido a los pescadores en esfuerzos de protección del medio ambiente y en investigaciones de especies en peligro, hemos creado fuentes alternas de ingresos para pescadores y hemos resaltado la problemática del uso de nasas ilegales. A través de esta relación, y de varios esfuerzos que tenemos con el sector pesquero, hemos creado colaboraciones fructíferas. Como resultado, por ejemplo, hemos podido documentar por primera vez a los meros batata, Epinephelus striatus, en áreas específicas de Culebra, del este y del sur de Puerto Rico; además de documentar nuevas áreas de crianza de tiburones limón, Negaprion brevirostris. Hemos establecido, además, el primer programa de investigación y conservación de tiburones en Puerto Rico con la participación de pescadores comerciales. Mucha de esta información es nueva para la ciencia y para los administradores de los recursos naturales, sin embargo, ya era sabida por los pescadores. Esto evidencia la importancia de incluir diferentes tipos de conocimientos en el manejo de los recursos, en este caso: el científico, el técnico y el tradicional. Actualmente estamos en un momento crítico en el cual podemos revolucionar positivamente la manera en la cual se estudian y se manejan los recursos pesqueros de Puerto Rico: uno que sea basado en ciencia, participación y que promueva el desarrollo económico de las comunidades costeras. De la destrucción que causó el huracán María no hay mucho que sea positivo, sin embargo, nos brinda la oportunidad de colaborar de manera integral por el bien de los recursos marinos y de las comunidades costeras que dependen de ellos.
Mero batata, Epinephelus striatus
Tiburón limón, Negaprion brevirostris
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¡Quédese con nosotros! En el próximo número de Fuete y Verguilla seguiremos contando sobre las visionarias y visionarios en la pesca: El Congreso de Pescadores, José Aníbal Oquendo, José Beza, Carmen González y Pedro Arce.
Créditos Dirección Ruperto Chaparro Serrano Tania del Mar López Marrero La misión de Sea Grant consiste en conservar y usar, de manera sustentable, los recursos y los ecosistemas marinos y costeros de Puerto Rico. Para alcanzar su misión, el programa cuenta con proyectos de investigación, de educación y de extensión marina. www.seagrantpr.org seagrant@uprm.edu (787) 834-4726
Redacción Manuel Valdés Pizzini Abimael Castro Rivera René Esteves Amador Lillian Ramírez Durand Miguel Del Pozo Raimundo Espinoza
Edición Manuel Valdés Pizzini Tania del Mar López Marrero Cynthia Maldonado Arroyo
Revisión Ruperto Chaparro Serrano
El Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL) es un centro de investigación adscrito al Departamento de Ciencias Sociales, de la Facultad de Artes y Ciencias del Recinto Universitario de Mayagüez. A partir del estudio interdisciplinario y de la investigación aplicada, CIEL investiga, educa y disemina información acerca de procesos sociales costeros con énfasis en la relación entre el ser humano, la sociedad y el medioambiente. www.ciel-uprm.org ciel@uprm.edu
Diagramación y diseño gráfico Katiria Moreno Romero
Fotografías Pichón Duarte Efra Figueroa Doel Vázquez
Impresión Imprenta del Programa Sea Grant Puerto Rico