ISBN:9781881719755
UPRSGE288
Palabras de PESCADORES entrevistas con pescadores comerciales de Puerto Rico: 1991-1995
María Benedetti
con un relato de alta mar de Musin Suárez
Palabras de pescadores es un proyecto de historia oral. Como tal, la autora laboró para que los pescadores entrevistados se expresaran libremente. Las opiniones y puntos de vista expresados en este libro no necesariamente reflejan los de la Universidad de Puerto Rico o los del Programa Sea Grant. Créditos Corrección del texto: Laura Cotte Emmanuelli Cristina D. Olán Martínez Arte, tipografía y diseño gráfico: Oliver Bencosme Palmer Ilustración de la portada: Deifchiramary Tirado Choque Ayuda en la transcripción del texto en la computadora: Heysha M. Andiarena Hernández Jefe de impresos: Raúl Omar Ortiz Arroyo Fotografías por la autora. Palabras de Pescadores ha sido producido por el Programa de Colegio Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico, proyecto C/P-1, bajo la subvención número UPR-SG-04-F-158-44030 de la Oficina Nacional del Programa de Colegio Sea Grant, NOAA, Departamento de Comercio, Washington, D.C. ISBN: 978-1-881719-75-5 Publicación de Sea Grant Núm. UPRSG-E-288 primera edición 1997 segunda edición 2017 ii
El Programa Sea Grant es un programa de Investigación, Educación y Asesoría Marina. La misión de Sea Grant es promover la conservación y el uso sustentable de los recursos marinos y costeros. Colaboramos directamente con universidades, escuelas, agencias gubernamentales, el sector privado, organizaciones no gubernamentales y comunidades costaneras. La sección Comunicaciones hace llegar el mensaje de Sea Grant mediante libros como éste, opúsculos, revistas y boletines, carteles, exposiciones, conferencias y programas de radio y de video, páginas electrónicas y de redes sociales. Esperamos que esta información sirva para ampliar sus conocimientos y que les ayude a disfrutar de nuestros recursos marinos.
Para más información sobre el Programa de Colegio Sea Grant, llame o escriba a: Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico Call Box 9000 Mayagüez, Puerto Rico 00681-9000 Teléfonos: (787) 834-4726, (787) 832-3585 y (787) 832-8045 Correo electrónico: seagrant@uprm.edu
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Nuestra Virgen del Carmen en Naguabo.
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Dedico este libro a nuestra vida marina, y muy especialmente a los devotos de nuestra Virgen del Carmen, madre de los pescadores.
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Tabla de contenido Prefacio viii Entrevistas
Pescando de cordel con don Ventura 1 Ventura Pagán Boquerón, Cabo Rojo 11 Recuerdos de la pesca guayameña Juan Vázquez Vázquez Las Mareas, Guayama En la pesca y en los jueyes, unidos en Barceloneta 23 La Familia Palau Mastache Punta Palma, Barceloneta Viviendo de la pesca 41 Junior Lugo El Corozo, Cabo Rojo Pesca, cultura y turismo 55 Cesar Aníbal Rodríguez El Faro, Cabo Rojo Amor en una yola Toña Correa y Juan López La Puntilla, Cataño vi
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75 Cuando se disfruta de la pesca . . . Musin Suárez Playa, Vega Baja 91 Detrás del marlín Musin Suárez 101 Así era La Playuela Adolfo Sanabria Hidalgo Borinquen, Aguadilla 113 De bejucos, la luna y la conservación Juan y Aníbal Rosado La Parguera, Lajas 133 Tres valientes de Vieques Julio Pizarro, Edwin y Manuel Ilarraza Rodríguez Montesanto, Vieques 145 Por la mar de Naguabo Hilario “Yayin” Gómez Cintrón Playa, Naguabo Glosario Peces, aves marinas, artes de pesca y términos náuticos Índice de temas
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Prefacio En el 1987 vine a Puerto Rico por primera vez con el fin de conocer las tradiciones botánicas de este pueblo. Me enamoré de las plantas y también de las personas humildes y generosas que compartieron sus saberes conmigo. Tanto así que decidí dejar mi hogar, mi buen trabajo y mis amores niuyorkinos para radicarme en Mayagüez, donde se habían criado mis abuelos maternos. Allí, en el 1990, comencé a colaborar con el Programa Sea Grant como redactora y traductora. Aunque todos los aspectos de la naturaleza me fascinan, 34 años de mi vida “en el norte” me habían dejado sumamente ignorante sobre la vida marina tropical. Así que me di la encomienda de aprender ¡pa’ rápido! Mi puesto de Asistente de Comunicaciones facilitó el proceso, pues fui responsable de las revistas Boletín Marino y Sea Grant in the Caribbean. Pero mi educación comenzó en serio cuando Guillermo Damiani González, el fotolitógrafo de Sea Grant, me invitó a pescar con algunos de sus familiares. Decidí hacerle una entrevista al pescador de mayor edad de la expedición, y la misma está publicada aquí como “Pescando de cordel con don Ventura.” Ésta marcó la primera de una serie de entrevistas y aventuras de pesca. Desde el 1991 hasta el 1995 tuve el privilegio de conocer y entrevistarme con docenas de pescadores de la isla grande, y también con tres de Vieques. En las páginas que siguen, presento algunos de los conocimientos, imágenes y actitudes que estos hombres y mujeres compartieron conmigo. El lector descubrirá que estas personas de piel curtida son verdaderos maestros. Porque además de sus vastos conocimientos sobre la naturaleza, transmiten un agudo sentido de responsabilidad en cuanto a la justicia social y la conservación de los recursos marinos.
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Gustosamente, presento sus palabras con tres fines: Primero, el de dar a conocer y celebrar parte de nuestra cultura pesquera. Hay fábulas −como la del buzo que se descuida y sufre las consecuencias− y hay cuentos espeluznantes sobre las luchas ganadas y perdidas con “los pejes más grandes de la mar.” Estos relatos nos permiten visualizar con más amplitud la relación entre el puertorriqueño y la mar que nos rodea y nos define como pueblo isleño. Presento con orgullo estas historias, el vocabulario marino presentado en el glosario y las condiciones humanas y geográficas que caracterizan la vida del pescador. Espero que a la vez que entretengan, inspiren admiración y respeto por el pescador comercial del archipiélago puertorriqueño. Segundo, el de educar sobre la vida que habita en nuestros ecosistemas marinos, pues los entrevistados aportan mucha información sobre el ciclo vital y el comportamiento de los peces de nuestras aguas en el contexto de las condiciones de la luna, las mareas y el clima. Tercero, el de concientizar al pueblo −incluyendo a los oficiales gubernamentales y otros que toman decisiones importantes en torno al desarrollo de nuestras costas− sobre los conocimientos, los valores y los muy legítimos reclamos de estos puertorriqueños para quienes la mar no es un simple paisaje o una piscina para la diversión, sino la fuente tanto del sustento familiar como de conocimientos ecológicos de primordial importancia. He dejado que los reclamos redunden. Creo que así podremos ver que los pescadores entrevistados hablan por muchos. A la vez, así facilito el que sus llamados por la justicia se oigan repetidas veces. Para sorpresa de muchos, varios pescadores comerciales piden leyes más estrictas y hasta vedas de pesca para asegurar el futuro del recurso. Pero las leyes que no se hacen cumplir causan graves injusticias, y desde La Parguera
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hasta Naguabo escuchamos el llamado por más vigilancia para los recursos pesqueros. De esta manera, nos aseguran los pescadores se evitará que “los que respetan la ley sean los perjudicados”. Nos enteramos sobre las políticas contradictorias de algunas agencias que por un lado prohíben la poda –de mantenimiento− de los mangles por parte del pescador comercial y, al mismo tiempo, ceden cientos de cuerdas de terreno costero para desarrollar complejos turísticos. De esta manera, tanto las agencias como los desarrollistas así favorecidos contribuyen a la destrucción total del manglar. También aprendemos sobre los problemas causados por el envenenamiento de nuestras aguas a partir de fuentes agrícolas e industriales, y de la falta de acción para asegurar la salud del recurso pesquero a largo plazo. Otras observaciones abarcan la poca educación de los que utilizan embarcaciones “de placer.” Aprendemos que la ignorancia de estas personas le ocasiona al pescador la pérdida de su equipo y un creciente número de accidentes de todas clases. El otorgar licencias de pescador comercial a personas pudientes que no lo son −y a la vez limitar la expedición de licencia a una sola embarcación del pescador comercial legítimo− figuran entre otras justas críticas vertidas en estas páginas. Es mi deseo que Palabras de pescadores le revele al lector el valor y la conciencia de la mayoría de los puertorriqueños que viven de la mar. A la vez, espero que este volumen estimule una colaboración más cercana entre el pescador comercial, la comunidad científica, las agencias que tienen el poder decisional sobre el futuro de nuestros recursos, y el pueblo que habita o visita nuestras costas. Confío en que unidos por la salud de nuestros ecosistemas marinos, implantemos las prácticas que faciliten su conservación con sabiduría, eficiencia y armonía.
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Pescando de cordel con don Ventura Ventura Pagán Boquerón, Cabo Rojo
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Ventura Pagán pesca de cordel en la bahía de Puerto Real.
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Pescando de cordel con don Ventura Ventura Pagán Boquerón, Cabo Rojo
Aunque mi padre pesca a menudo y soy fanática del pescado fresco, hace muchos años que no quito un anzuelo de la boca de un pez. Así que cuando mi compañero de trabajo Guillo Damiani González me invitó a compartir una tarde de pesca con don Ventura y otros familiares, acepté muy complacida. Salimos a las tres de la tarde un sábado de septiembre medio lluvioso. La entrevista que presento aquí refleja una porción del intercambio que sostuvimos durante casi cinco horas en La Viviam, la yola de don Ventura, en aguas de Puerto Real. Éramos seis: Ventura, Cheo, Chu, José, Guillo y esta servidora.
Ventura: Vamos a un sitio, donde debajo del agua hay mucha maleza . . . y cuevas . . . M: ¿El arrecife? Ventura: ¡Exactamente! Es como un pueblo. Tú sales de ese sitio y no hay nada hasta llegar al próximo pueblito. Allí abajo todos viven juntos. Negros, blancos, rubios, coloraos. Arrayaos, meros, colirrubias, cachicatas, langostas, guanábanas . . .
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Palabras de pescadores
M: Los guanábanas son los que tienen muchas espinas por fuera, ¿verdad? Ventura: Algunos sí; pero el que llamamos tamboril no las tiene, y es bueno pa’ comer. El sonido del motor impidió que conversáramos hasta llegar al punto de pesca. Allí, fondeamos la yola y le pusimos carnada a los anzuelos. Cheo: Deja que el plomo llegue al fondo. Entonces, cuando pique en el piso, lo dejas allí y no le echas más nilón. Cuando tú sientas que te hacen así, halas el cordel. Ventura: No menees la mano así; ¿oíste, mi hija? Tienes que dejarlo bien enmonguillao, enmonguillaíto . . . Porque si no, no lo cogen. Ahora sí. ¡Esa es la jugada! Y tú verás María, que vas a querer venir todos los días. Te vas a olvidar del Colegio. (risa) ¡Porque la pesca es una terapia! Hace cinco años, allí por la boya cogimos una mantarraya grandísima. Tenía enredaos 17 cordeles; y tenía muchos anzuelos, ¡pero grandotes! que había arreventao. Los tenía en la boca, por todo el cuerpo. Los tenía por dondequiera. ¡Haría escante por ahí! (risa) M: ¡Diantre! Era un veterano. Ventura: Para mí que se pegó en un palangre y se metió muchos anzuelos. ¡Si tú ves aquello! En una yola ancha como ésta, las aletas salieron pa’rriba así. No se metieron adentro. ¡Siete quintales pesó! Y tenía un rabo . . . . Entre los dos no pudimos treparla encima de la capota del carro de tan grande que era. Cheo estuvo hasta la una de la mañana vendiendo carne de mantarraya. ¡Cinco quintales vendió!
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Pescando de cordel con don Ventura
M: ¿Cómo se prepara la carne de mantarraya? Cheo: Hay que hervirla un poco. Después de sacarle el cuero, se hierve quince o veinte minutos. La sacas, la dejas que se enfríe, la lavas con agua dulce y después la preparas en escabeche . . . . Ventura: También se pueden preparar como si fueran costillas de cerdo. Y frita . . . . Cheo: Se puede secar al sol también. ¡Salaíta . . . como si fuera bacalao! Así la preparan . . . y el chucho (otra clase de raya) también. Ventura: En total, la vendió por allá y al otro día apareció con $138 para mí. Me dijo que se quedó con más de la mitad. M: Eso pasó hace cinco años. ¿Cómo ha cambiado la pesca desde entonces? Cheo: Ha aflojado del (temporal) Eloísa pa’ca. Ventura: ¡Ha aflojado, sí! Es que el peje vive del carrucho y de muchos mariscos de la mar; pero ahora, como hay tantos buzos, han acabao con todo el carrucho. Es que si cogieran los grandes está bien, ¡pero se los llevan grandes y chiquitos por parejo! Los naseros recogen las estrellas de mar pa’ echárselas a las nasas porque de eso viven el chapín y otros pejes también. Por eso ahora a los naseros tú los ves recogiendo hasta cincuenta, cien o doscientas estrellas cuando llegan a la orilla. Se las llevan y se las echan a las nasas. El chapín viene a comer d’eso. La cocolía también sirve de comida pa’l chapín. La cocolía se pica en cantos y se echa adentro de la nasa. Y los chapines se están acabando . . .
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Palabras de pescadores
Cheo empieza a silbar hacia la distancia. Se acerca un par de gaviotas y, después, una tijerilla. Cheo y Ventura empiezan a tirarles carnada. Cheo: ¡Viene la pichona!
Silban para que yo la retrate de clavadista.
Cheo: Ves, yo siempre les echo comida. Les tiro maruca; les tiro sardinas. ¡Las tengo ya añoñás! Como vengo casi todos los días, llegan a veces hasta seis volteándome al lado buscando qué comer. Yo siempre cojo pa’ ellos y pa’ los pejes, pa’ todos los que vengan. Este fin de semana pasado vino una boba. Estaba débil. La llevé a casa y le dimos de comer. El nene la cogió en un canasto de balayo. En casa le metimos tres arrayaítos y una maruca; se los comió. Después se fue y al otro día apareció. Le dimos dos pescaítos más y no ha vuelto. Antes teníamos un alcatraz que iba todos los días al muelle. Una vez el compai Cheo lo cogió a ver cuánto pesaba. ¡Media onza! Peso algodón como alguien que yo conozco. Oye, ¿tienes frío otra vez, Guillo? (risa) Esta gaviota es bien lista. Oye, pichona, ¡vente! ¡No te vayes! A veces yo le pongo la maruca aquí por los lados y ellos vienen. ¡Válgame! Si me descuido, se lo llevan todo. M: Cuénteme sobre una aventura reciente. Ventura: Aquí mismo, hace un mes y pico yo cogí un jurel, un guaymén, como de 17 o 18 libras. Y la embarcación daba vueltas. ¡Ave María, que clase de jalón! Cheo: Ha estado aquí al lado mío, pegado de la yola.
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Pescando de cordel con don Ventura
Ventura: Cheo creía que el jurel era para él pero se quedó con una langosta y más ná. Pues el peje cogió pa’ otro lao. (risa) Entonces, decía que la langosta era pa’ su mamá, pero se la comió aquí cruda. (risa de todos)
Chu pesca un arrayao grande.
Ventura: ¿Ves las rayas? Por eso le dicen arrayao. Cheo: También le dicen manchego. Ventura: Mira María, y verás las dos manchas. Son las marcas donde Cristo le puso los dedos cuando multiplicó los peces y los panes . . . ¡Pues esto es lo más divino! Que aquí uno se olvida de lo malo y se goza también. M: ¿Cuántos años lleva pescando, don Ventura? Ventura: Llevo 46 años pescando. Era un muchachito cuando empecé. Siempre andaba solito con una figa que hacíamos de varilla, pescando por los mangles para ayudar a la familia. Éramos muchos. M: ¿Y qué pescaba por allí? Ventura: Guanábano, langostines, pargo, robalo . . . Había mucha pesca. Mi pai tenía una embarcación y nos tirábamos por allí buscando carrucho. Éramos tres hermanos pescando sin ropa, como Dios nos mandó al mundo. ¡Cómo gozábamos! Antes el agua era bien clarita. Se veía el carrucho y: “¡Aquí hay dos!” Uno se tiraba a coger aquellos dos. Al rato, se tiraba otro. Poca gente lo sabe, pero el carrucho camina mucho. Con cada jalón que da con esa pata, camina cuatro pulgadas. En cinco
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Palabras de pescadores
minutos camina más de un pie. En un día puede caminar más de cien pies. Y la estrella camina también. ¿Sabías tú que si uno le corta una pata a la estrella de mar, vuelve y echa la pata de nuevo? Ahora, la langosta, en ocho horas, puede caminar como tres kilómetros. Si vienes una noche a pescar cuando esté la marea baja, verás la cantidad de langosta pequeñas. Y tocaítas ná más con la figa, se van corriendo. Porque los rabos y las antenas son sus instrumentos para sentir si hay comida o si hay peligro . . . Pasa bien de cerca una lancha “de placer” ruidosa con cinco o seis pasajeros, al parecer bien bebidos. Se forma un marullo que casi nos tira de la yola. Ventura: Lo que vienen es a perturbar a los pescadores. No nos dejan coger el pescao. ¡Hasta han pasado por encima de la soga por pasar el macho! Hace poco me desbarataron un trasmallo de 200 pies. Tenía una boya amarilla, que significa peligro. Con un galón al lado: ¡precaución! Se supone que si tú ves una boya amarilla, no pases ni por un lado ni por el otro. Pero le pasaron por encima y desbarataron todito. No sirve ese trasmallo para más na’. Y me insultaron como un perro. ¡Qué abuso de confianza! Igual les hacen a los pescadores que bucean. El buzo deja una bandera flotando para que las lanchas no se acerquen al sitio. Porque una lancha puede llegar a matarlo . . . A veces el buzo lleva una hora debajo del agua y cuando está subiendo viene una lancha. ¡Por poco matan a Bujerito! Una lancha grande le pasó casi por encima, y él subiendo. Tú sabes que cuando el buzo viene pa’rriba tiene que venir poco a poco para no enfermarse. Pues, con esa lancha encima, él tenía que virar pa’bajo, y sin oxígeno, porque el tanque le da para un tiempo limitado. Entonces supuestamente los de Recursos Naturales chequean; pero no chequean como es debido. Llegaron la semana pasada. Pero cuando deben de pasar, los viernes, sábados
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Pescando de cordel con don Ventura
y domingos, que hay mucha gente chavando la paciencia, ¡no vienen! Ahora, aquellas embarcaciones que valen $40,000 pesos, lo que llevan son turistas, y van fletaos hasta las orejas, ¡con licencia de pescador! Llevan a muchachos a’lante con las piernas guindando, y no son pescadores na’. A esos no los chequean. Pero me ven a mí con un botecito que vale $4,000 y se me pegan al lado. “Tú, ¿qué haces aquí? Enséñame los papeles. ¿Tienes flashlight? ¿Tienes pito? Si no le gustan los salvavidas que uno tiene, se los echan al agua. Pero si es un barco grande que no tiene salvavidas, dirán: “Olvídate. Ese tiene chavos.” El otro día a uno de los muchachos lo persiguieron. No había hecho nada malo, pero lo llevaron hasta la orilla. Tenía que buscar su licencia y enseñársela porque se le había quedao. Pues, yo digo que la ley debe existir para todo el mundo, como en la carretera. Y que lo escribas todito, María, para que lo oiga el pueblo entero. Hay silencio salvo por los llamados de las aves y las caricias de la mar color turquesa sobre la yola. Cheo: ¿Te gusta el pescao frito, María? M: Muerto, ¿quieres misa? (risa) También me gusta prepararlo al horno. Lo echo en un molde con aceite de oliva, vino, sal marina, cebollas y zanahorias. Todo eso se cocina en conjunto y me queda riquísimo. Ventura: Y cuando uno prepara arroz chino con langosta, camarones y todos los mariscos, y le echa salsa de soya que pone el arroz prieto . . . con cebolla y recaíto, ¡Ave María! M: Qué tortura, don Ventura, ¡si hasta el calamar que trajimos de carnada me está apeteciendo! (risa de todos)
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Palabras de pescadores
Ventura: Chu, vamos pa’ otro lado, donde los tiburones. Una vez vine con Cheo y cogimos cuatro. Cheo: Y María, te necesitamos, ¡pa’ que jales! Yo los retrato con la cámara. (risa) M: ¿Don Ventura, la pesca le da lo suficiente como para mantener a la familia? Ventura: Te digo que ayer vendí cuatro ensartitas de pescao, con cuatro libras cada una. Algo es algo, y con mis cuatro hijos, recibo cupones. El problema es que ahora uno tiene que ir lejos para pescar lo suficiente para mantener la familia. Antes, no. Antes se cogía mucho pescao; pero muchacha, ahora el pescao está corriendo, huyendo. En este mes deben venir los grandes a comer. Y para las Navidades la pesca está muy buena. Cuando más se afloja la pesca es para la Semana Santa, ¡cuando más gente come pescao! Y es curioso. En Semana Santa, como en Navidades, tú ves las iglesias llenitas y la fila de carros causa tapón. Fuera de ese tiempo no se ve más de un par de carros estacionados por la iglesia. ¡Pero Dios es pa’ todo tiempo! Cheo: ¡Y el pescao también! Durante cinco horas, cogimos docenas de pequeños gallos, marucas, meros cabrilla y tres arrayaos de buen tamaño. Viramos para la orilla a eso de las 7:30 p.m. M: ¡Qué luna más bella, caballeros! Miren las nubes alrededor. Se parecen a la cabeza de un pez. Cheo: Tiene la forma de un pargo, María. ¡Sí señora! Un pargo es.
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Recuerdos de la pesca guayameña Juan Vázquez Vázquez Las Mareas, Guayama
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Juan Vázquez Vázquez nos muestra los frutos de su patio.
Recuerdos de la pesca guayameña Juan Vázquez Vázquez Las Mareas, Guayama
En las páginas que siguen, Juan Vázquez Vázquez nos cuenta sus vivencias como pescador y vendedor de pescado en Guayama, uno de nuestros primeros pueblos productores de pescado. A sólo metros de la mar que le ha revelado tantos secretos, don Juan vive en una casa antigua y acogedora, rodeado de diversas plantas medicinales y comestibles. Juan: Le voy a narrar sobre cuando yo era menor de edad y vivía con mis padres sesenta, setenta años atrás. Mi abuelo había sido esclavo en Salinas, pero cuando obtuvo la libertad vino a Guayama. Aquí tuvo su familia y se dedicó a la agricultura. Pero mi padre siempre fue pescador en el sitio Geraldo del barrio Las Mareas en Guayama. Mi padre poseía una finca de 25 cuerdas sembrada de cocos y frutos menores. Estaba orgulloso de poder decir que nunca tuvo que alquilarse en la caña sino que vivía independiente, de su finca y de la pesca. Nosotros, los seis hijos, le seguimos la senda. Yo empecé en la pesca con mi padre. Ya a los 15 años, yo era su compañero de pesca. Mi padre tenía varias embarcaciones, pero no había motores. Todas eran de vela y tenían remos.
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Palabras de pescadores
Medían unos doce o quince pies de eslora por diez o doce pies de quilla. Cabíamos dos personas: el patrón o el dueño de la pesca, que era el del timón, y el compañero, que ayudaba. Éramos diez o doce pescadores que trabajábamos este litoral. Salíamos a la mar a las cuatro de la mañana a levantar ocho o diez nasas que era lo que tenía cada dueño de pesca. Volvíamos a las once bogando si no había brisa. Entonces decíamos que había “calma ‘e chiche.” Eso es cuando la mar se plancha y no hay nada de brisa para llenar la vela. ¡La brisa galesna es esa brisita suave que empuja la embarcación! Veníamos a las diez o a las once apuraítos con el fin de encontrarnos con los vendedores que nos esperaban a caballo en tierra. No escamábamos ese pescado. Se metía en unos cajones que se colgaban a los lados de los caballos y los vendedores iban de la orilla del mar al pueblo a pregonar “¡pescao!” M: ¿No se escamaba el pescado? Juan: No se escamaba. El pescado en ese entonces se vendía sin limpiar. “Al puyo,” como decíamos. Todo el mundo compraba el pescado así. Al vendedor de la playa se le vendía a cinco centavos la libra para él después venderlo a ocho o diez en el pueblo. El vendedor empezaba a las once o al mediodía y trabajaba hasta las cuatro o las cinco. Casi siempre, los vendedores recogían el pescado fiao y apuntaban las cantidades. Entonces lo vendían, y a la semana les pagaban a los dueños de pesca. Yo mismo vendía pescado, pero lo más común era que el pescador vendiera su pescado al vendedor, y el vendedor se encargara de distribuirlo en el pueblo. Así que por la tarde, el pescador atendía los menesteres de la casa. M: Háblame un poco sobre sus días de vendedor de pescado.
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Recuerdos de la pesca guayameña
Juan: Yo estuve vendiendo pescado en la plaza durante 40 años. Empecé vendiendo pescado a caballo, pero el caballo requiere mucho pasto y llegó a ser un problema encontrarle qué comer. Entonces me compré una bicicleta. Dentro de poco tiempo, le agregué un motorcito y con ese motor pude llevar hasta un quintal o un quintal y medio al pueblo. Iba al pueblo y dejaba el motor en el negocio de mi hermano. Ponía el pescado en un trailercito de mano con mi hielo e iba directamente a la plaza del mercado en Guayama. Poco a poco, ya para el ‘53, me iba mejorando la situación. Pude comprar un “Jeepito” con unos centavitos que tenía guardados. Ese “Jeepito” me acompañó por 25 años. M: ¿Había mucha demanda por el pescado? Juan: ¡Muchacha, se comía mucho pescado! Si era la comida de nosotros, lo natural de nosotros. Se comía el pescado asado, frito, guisado, en escabeche, en caldo. ¡Un buen caldo de pescado con funche o con guanimes! No es como ahora que la gran parte de la humanidad se dedica a comer sandwiches y a tomar refrescos artificiales. Ahora, si tú le dices a un niño: “Nene, ven acá, que aquí te tenemos funche con pescao, él te dice: “No; yo quiero hot dog.” M: ¡Lo que se pierde el nene! (risa) Además del pescado, ¿se comían los otros mariscos? ¿Langosta? ¿Pulpo . . .? Juan: Fíjese como son las cosas . . . En aquel entonces, el placer de nosotros los pescadores era levantar una nasa con 40, 50, 60 libras de langosta. Pero era para picarla en pedacitos, ¡para que sirviera de carnada! A pesar de la cantidad de langosta que pescábamos, no la comíamos nosotros. La utilizábamos para coger los peces
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Palabras de pescadores
deseables. Se desconocía el valor nutritivo de la langosta. También fue así con el pulpo y el carrucho. Todos los moluscos se usaban para carnada. Cuando había corrida de jueyes, se cogían por cientos y cientos, también para carnada. Y eran grandes, pues, ¡con dos se hacía una comida! M: ¿Cómo eran las nasas de aquel tiempo? Juan: Se hacían de vara de mangle. La malla era de 3/4 a una pulgada. Ahora requieren un tamaño mínimo de 1 1/2 y hasta de dos pulgadas porque se está matando mucha pesca pequeña que debe tener la oportunidad de reproducirse. Digamos la langosta. Exigen que la cojan de tres pulgadas y media de largo; que con esa medida, pesa una libra y pico.
Hay pescadores que la cogen mucho más pequeña, mientras otros observan la ley. Uno debe soltar a la langosta preñada cuando cae en la nasa. Pero hay muchos que violan las leyes, sacándoles los huevos para después vender las langostas preñadas. Esas prácticas son una pobreza de espíritu. Porque así nos vamos destruyendo a nosotros mismos. Antes, no se necesitaban muchas nasas porque la demanda no era tan inmensa y había mucha pesca. No había 16
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chinchorros de fondo que destruyeran la crianza de peces; pues ahora esos chinchorros atrapan todo tipo de peces, y los más pequeños se mueren o quedan moribundos. Tampoco había buzos. Y se prohibía el uso de dinamita que también destruye la pesca. Además contábamos con una laguna detrás; allí se pescaba mucho también. Usando la atarraya, el pescador iba en la embarcación mirando el zarzagüeyo en el agua. Desde la distancia zumbaba su atarraya y la recogía rápidamente para subir la pesca. En la laguna había jarea, lisa, muniama, toda esa clase de pesca. Es que el agua que circundada la laguna es agua de mar que entra y sale. Esos peces son de la mar, pero se procrean en los manglares, en el fanguito. En la laguna hacen sus nidos de crianza a poca profundidad. Se cogen con atarraya. M: Y en la mar, ¿qué pescaban? Juan: Pescábamos el mero, la cherna, la sama, el capitán, la colirrubia, el arrayao, el boquicolorao, la cojinúa, el peje puerco, el salmonete y muchos más. En aquel tiempo también se cogían tiburones de cordel. Y la sierra se cogía de cordel de silga. Pescábamos hasta seis millas fuera de la costa, en sitios de treinta y hasta cuarenta brazas de profundidad. M: ¿A cuántos pies corresponde una braza? Juan: Mide como cinco pies. Originalmente, se calculó la braza abriendo los dos brazos. Esa distancia es la medida de la braza de mar. Pues, nosotros pescábamos allí, antes del veril. M: ¿Nunca llegaron a explorar mar afuera en aquellos tiempos?
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Palabras de pescadores
Juan: En aquel tiempo, con esas embarcaciones de vela, no nos arriesgábamos a ir muy mar afuera a explorar, sino que nos conformábamos con la pesca más cercana. Era lo suficiente para complementar nuestro alimento. Pero eso no quiere decir que no teníamos aventuras. Cuando estábamos en alta mar se daban chubascos peligrosos, y rebozos. M: ¿Rebozos? Juan: Un rebozo es un mal tiempo que se presta a levantar la mar. Durante un rebozo no puedes pescar porque la corriente te lleva la nasa. ¡Y no te da tregua para que tires el cordel! Se juntan los vientos, el frío con el caliente, y las corrientes están tremendas. A veces viene combinado con un movimiento sísmico y se porta como un maremoto. ¡Es peligrosísimo! Cuando el viejo mío oía el rebozo venir durante la noche, nos decía: “Vayan al mar a salvar los botes. Me parece que va a haber un rebozo.” Él tenía esa intuición, basada en los ruidos de la mar. Pero una vez, no lo captó a tiempo. Cuando nos levantamos, fuimos hacia la mar, y ya estaba el rebozo encima. Eran las dos de la mañana. Teníamos tres botes anclados. Dos grandes y uno más pequeño. Ya el bote mediano y el pequeño estaban desbarataos. El grande, como era más resistente, aguantó. Teníamos la yolita en tierra, pero no servía en el rebozo. Entonces, mi hermano y yo nos tiramos a nado hasta donde estaba anclado el bote grande. Empezamos a bregar en ese bote. Y todo el tiempo, ¡las olas por encima de nosotros! Por encima y por encima. Y nosotros sacando el lastre. Sacando las velas, el asta. ¡No dejamos ni el palo ni las velas! El bote estaba anclao. Tenía un ancla de diez o doce quintales de hierro, amarrada con una cadena. De ignorante le digo a mi hermano: “¡Coge el remo, que el bote se nos va!” Fue una tremenda ignorancia. No debíamos
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Recuerdos de la pesca guayameña
ni siquiera haber estado dentro del bote. Entonces, yo me fui a la parte de’alante a quitarle la cadena. Y mi hermano impulsando el bote hacia la orilla. Habíamos sacado el lastre para estabilizar el bote. Pero cuando un bote se encuentra así de liviano, la mar dice, “¡Ahora este bote es mío!” Y nosotros impulsando, remando, y dando y dando. Cuando ya estábamos bastante cerca de la orilla, vino un marullo bien grande y nos viró. Yo caí por la proa, y me fui yendo con la cadena. Mi hermano que estaba atrás en la popa quedó debajo del bote. Cuando lo encontré así, me volví loco llamándolo, gritando: “¡Tito! ¡Tito!” Entonces, en una ola que vino, el muchacho levantó un poco un lado del bote, y pudo salir, rozándose. Salió de debajo de ese bote, y logramos sacarlo del agua. Salvamos la embarcación. El viejo llegó más tarde. No lloró porque era un macho, ¿ve? Pero se entristeció y se alegró. Perdió dos botes, pero tenía a los dos hijos que iba a perder. No es que la mar sea traicionera. Simplemente, uno tiene que conocerla para saber cuándo no salir. M: ¡Tremendo cuento! Me voy imaginando cómo sería este barrio en los tiempos de su juventud, porque ahora hay tan poca gente aquí. ¿Cómo era la comunidad unas décadas atrás? Juan: Hace sesenta, setenta años atrás, todos los pescadores del área nos tratábamos como hermanos. Compartíamos todos nuestros menesteres; nos ayudábamos mutuamente. Vivíamos aquí 85 familias; últimamente, me quedé yo solito. Sacaron a los otros y los llevaron hasta Barranca para hacer un proyecto. Me consideraron a mí porque vivo aquí en esta casa desde el 1932. Para aquel tiempo, cuando salí de la finca de mi padre, fui donde el guardabosques a conseguir cuatro palos de mangle para construir mi casita. Entonces, fui al pueblo, y con $40 compré la
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Palabras de pescadores
madera y el zinc. Así comencé yo con unas diez o doce yardas de terreno. Le eché una tierra buena y poco a poco fui agregando más tierrita. Ahora está muy productiva. Antes, todo esto aquí era cañaveral. Cañaveral y manglar. Pues, el guardabosques era bien celoso. No permitía que la gente utilizara el mangle ni para hacer carbón. Pero la farmacéutica destruyó el mangle, y destruyó también la laguna. En el ‘66 me emplearon de guardia. M: ¿Cómo se sentía usted trabajando para una compañía que iba arrasando con todo lo que había sido para usted su hogar y una fuente de sustento? Juan: En ese entonces, mi empleo no aludía a las partes místicas de que ellos venían de afuera y que destruían tierra puertorriqueña. No pensaba en que el manglar era primordial, que representaba el futuro de la pesca. Pues, eran millones . . . y yo necesitaba el dinero. Muchos otros también percibían el dinero que había allí, y con la esperanza de conseguir trabajo, pues, se conformaban. Primero, yo trabajaba de guardia, después en la draga, y después me asignaron 25 o 30 personas para cortar el mangle. ¡Imagínate! Ahora iba a ser yo quien destruyera el mangle. Nosotros, con hacha y machete y con “diesel” para quemarlo todo después. M: El guardabosques ¿se había ido ya? Juan: ¡Hacía tiempo! Los millonarios llegaron con permiso para destruir todo eso. Pero mejor le cuento sobre la pesca . . . Cuando el pescador está levantando las nasas, el tiburón se queda al lado del bote. ¡Y los hay de ocho a diez quintales! ¡Mil y pico ‘e libras! Pues, el cordel que se usaba antes no era como el plástico de ahora que se ve bien finito. Antes, era con la soga de
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Recuerdos de la pesca guayameña
izar banderas. Uno llevaba una carnada en la punta del anzuelo, y cuando se pegaba el pez, se hincaba y estaba seguro porque era una soga que la estaba jalando. A menos que se desmancara, como decimos nosotros. (Eso es si está cogido en un sitio fuera de la boca. Al pez le dicen “desmancao.”) Yo llegué a coger un tiburón una vez. Ya eran las diez del día y tenía que volver con mi botecito y con el pescado para venderlo por el pueblo. Tenía un cordel tirado por la parte de atrás del bote, un cordel de esos gruesos. ¡Y se tiró el pez! Cuanto pude, yo aguanté la arrancá que jalaba. Intenté dominarlo, pero estaba bien profundo y no encontraba la forma de subirlo. Yo me sentaba, me acostaba en el bote, ¡me acomodaba de mil maneras aguantando ese señor de pez! ¡Quería verlo en la cara! Sentía el aleteo, la vibración. Estuve llevándolo, trayéndolo, pero no cedía. Ya eran las once de la mañana y yo tenía que volver a tierra a vender el pescao. Ese pez me tenía bien atrasao. Esforzándolo pues, logré traerlo hasta quizás quince brazas. Y cuando ví ese animal, ¡Ave María! ¡Medía unos veinte pies! Era más grande que el bote. Cuando me dí cuenta de que era un tiburón, seguí luchando hasta poder traerlo hasta seis brazas. Yo me dije: “¡Este es tremendo, pero yo no me voy a rendir!” Fue un concurso de machos, tú entiendes. Entonces, teníamos como dos yardas de alambre al final del cordel para que el pez no nos comiera el cordón. Logré traerlo hasta tocar el alambre, y le corté el cordón allí mismo, porque no había forma de traerlo. Y ese animal se fue como todo un don señor. (risa) ¡Si he tenido mis aventuras!
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En la pesca y en los jueyes, unidos en Barceloneta La familia Palau Mastache Punta Palma, Barceloneta
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La familia Palau Mastache posa frente a su pescadería
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En la pesca y en los jueyes, unidos en Barceloneta La familia Palau Mastache Punta Palma, Barceloneta
La entrevista que sigue es el fruto de dos visitas a la pescadería, “jueyería” y hogar de Julio Palau, Milagros Mastache y sus hijos adolescentes Julito, José y Yaderis. Julio ha estado muy activo en la Asociación de Pescadores de Barceloneta, y a la hora de publicarse este volumen, Milagros fue elegida “pescadora del año del área norte de Puerto Rico.” Durante varias horas de intercambio, unos parientes los visitaron, trayendo consigo alcapurrias y noticias. El padre de don Julio entraba y salía, siempre participando en la conversación de una familia que vive en diaria comunión con su vecina más cercana, la brava mar del norte. Comenzamos la entrevista rodeados de redes y nasas al lado del corralón de jueyes, que nos proveía de una percusión constante al éstos caminar sobre el suelo de cemento. Julio: Mi papá, aguadillano, siempre había sido pescador. Y yo, por el amor tan grande que le tenía a la mar −y quizás por rebeldía− no quise estudiar. Simplemente, la mar era mi vida. No veía otra cosa.
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M: ¿Comenzó pescando con cordel? Julio: No. Zambuía con una careta hawaiiana, con dos lentecitos chiquitos, y más na’. Las escopetas que hacíamos para ese tiempo eran bien rústicas. Eran de madera con una varilla que yo aguzaba en la punta. Entonces, les ponía gomitas, y figaba. Julio padre: Cuando tenía unos 13 años, lo llevé a un sitio virgen de Manatí; acampábamos allá en la playa con una olla grande debajo de los almendros. Y éste, observando. Él tenía una figa y logró figar una sardina. ¡Atravesó la sardinita! ¡Qué acierto! Así es que descubrió su vocación. Y no hubo forma de meterlo en la escuela. Desde aquel momento, la vida para él era la pesca. Julio: Estudié el buceo en San Juan, y tenía amigos en Mayagüez: Danny, Tony y Pablo La Llave. Buceábamos dando vuelta redonda a la isla. Entonces comencé a soldar y a hacer trabajos submarinos. Veinte años atrás me ganaba cien dólares al día si no buceaba y doscientos si buceaba. ¡Imagínese! Estaba cómodo. Pero un día en el 1978 me quedé sin aire a 160 pies. Me vi obligado a subir rápido y me dieron los bends, una burbuja. Ese día me fui gateando hasta la casa; me agarraba de los palos del rancho hasta que me pude parar. Estuve paralítico por mucho tiempo. Para esa época, el buceo era mi vida. Tenía veintipico tanques de buceo, cuatro reguladores, 19 figas. Los tanques los tuve que vender en unos $20 y $25. El regulador, que me costó más de $300 lo vendí por $50 dólares. Y yo no sabía ni atarrayar. Tiraba la atarraya y venía con dos jurelitos para hacernos un caldo. Sazonábamos el caldo con agua de mar. Nos vimos bien necesitaos . . . Manolo Rivera me llevaba a pescar y yo le escamaba los peces pero yo no podía levantar los pies para entrar en el bote. Y yo con un deseo de mantener a la familia. Pasé mucho sufrimiento
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por eso y por poco me quito la vida. Se me acabaron los amigos. De los compañeros de buceo, pues no queda ni uno. Un día, Milagros me dijo que quería comerse una langosta. Entonces cuando un compadre mío se fue a pescar, le dije: “Compai, cuando vengas a pescar, pasa por casa que te quiero comprar langosta.” Pero él vino y pasó frente a casa sin detenerse. Entonces se paró en La Boca a venderlas, y yo me enteré. Pasé un coraje de esos ultraviolentos. Cogí la yolita y cogí el motor y una careta que tenía todavía, y un bichero y una escopeta, y me fui a coger una langosta para la doña. Pero sin pensar dos veces, solamente sintiéndome herido. Fui a una cueva que yo le digo El Hospital; buceé. Bajé y cogí una. Bajé y cogí otra. Después bajé unas cuantas veces más. Entonces apareció mi amigo Manolo. El se quedó mirándome y me dijo: “¡Chico, piensa en lo que tú haces!” Y entonces como si me despertara de un sueño, le dije: “Pero Manolo, ¿qué hago aquí?” Y me dijo: “¿Nos ves que cogiste dos langostas? ¡Estabas buceando!” Le di una a Manolo y le di una a la doña. Y esa noche fue un calvario. ¡Esos dolores se agudizaron de tal manera! M: ¿Cuánto tiempo ha tardado en recuperarse? Julio: ¡Si todavía no estoy completamente recuperado! Pero me apetece el buceo, y enseñaré a mis hijos a bucear según las leyes de la naturaleza y la ley del hombre. Porque tienen raza de buceo. Y porque el buzo de parcela, como yo le digo, el que aprende su oficio no por escuela, sino por vivir al lado de la playa, a veces no recibe un adiestramiento que le proteja. M: Después del accidente, ¿cuándo pudo seguir pescando? Julio: Tuve que aprender a usar los otros artes de pesca. Y no era fácil. Siendo yo de Manatí (pues llevaba sólo seis años en Barceloneta) yo era “de afuera.” Por eso, ¡nadie quería enseñarme! 27
Iba a pescar con nasa y cordel con Luis, un amigo mío. Él me enseñó a amarrar los anzuelos; y ahora ¡yo podría darle clases a él! (risa). Me iba también con un cuñado a pescar de redes pero nunca me dejó tocar las redes ni para echarlas ni para sacarlas. ¡Yo era su esclavo impedido! No había salida. Me tenía dos días bogando sin parar y él sin tocar los remos. Yo le decía: ¡Me atrevo a echarlas! Pero no me dejaba. Entonces don Quintín Barnés, que en paz descanse, me enseñó los trucos, a montar los buches de los chinchorros, y más. Compramos unas redes y Quintín nos enseñó a montarlas y a remendarlas. Entonces, yo le dije a Milagros: “Nena, tú echa el trasmallo y yo bogo.” Yo bogaba y ella echaba las redes y las despescaba y las sacaba. Nos íbamos, a veces por dos o tres días a Guánica, a Lajas, a La Parguera. Empezamos con los mallorquines y las redes de ahorque y el chumbo para dar los cantazos en el agua. Aprendimos a pescar de cordel. M: ¿Qué están pescando en estos días? Juan: Normalmente pesco chillo y langosta en nasas. Empecé a pescar con nasas de mangle. Son las que más pescan porque el olor del mangle negro atrae a los peces. El mangle blanco es más blandito. Se pudre con facilidad. M: Para cortar el mangle, hay que velar la luna, ¿verdad? Julio: Al mangle hay que cortarlo en menguante; si lo cortas en creciente se daña. Pero para cortar mangle ahora, hay que sacar permiso y después coger una guagua para cortar las varas en Piñones. Desde que Recursos Naturales restringió el uso de los mangles, uso nasas de metal. Tengo unas treinta. También pesco bajalú. A veces montamos la yola en la guagua y vamos hasta el faro en Cabo Rojo a pescarlo. Milagros 28
echa las redes y los muchachos y yo las jalamos. Los pescamos en la salá, el área de las salinas. M: ¿También pescan en alta mar? Julio: La pesca en alta mar es nueva para mí. Pero a mí me han dicho “novato del año.” Porque el año que empecé a pescar mar afuera, en un sólo día cogí 96 dorados. Ese día ¡los profesionales no cogían na’! (risa) M: ¡Cogerían un terrible caso de envidia, hermano! (risa) Pero sé que no es siempre así de fácil. ¿Qué problemas ha tenido usando los diferentes artes de pesca? Julio: Con las nasas, siempre hay un problema de territorio. Porque si uno echa una nasa en un pesquero en donde otros van a echar cordel, a veces te pican la soga de tu nasa porque según ellos, ese pesquero es de ellos. Milagros: El año pasado nosotros hicimos 42 nasas. Y de ésas nos quedan solamente siete. Ahora hicimos otras más para la langosta. A veces no se las roban, simplemente pican la soga. Yo digo que quien lo hizo no puede ser pescador de verdad. El pescador sabe que esa nasa va a dañar todo el surtido. Porque sigue matando peces durante años. Sigue pescando y los peces mueren adentro y sigue pescando y siguen muriendo los peces. Es una gran pérdida. María, quien pesca tiene que ser porque le gusta de verdad. La pesca es una vida sacrificada. Julio: Y todo pescador es amante de Dios. Todos somos creyentes. ¡Si no fuera así no hubiera ni un pescador vivo! Porque en la mar solamente la mano de Dios es la que puede obrar para salvarle a uno. Hay marejadas, problemas con pejes. Una vez un tiburón mako que yo había subido a la embarcación quería comerme a mí y a todos los que había en la embarcación. Esa 29
vez, yo brinqué por la proa; por poco me voy por el agua. ¡Y los compañeros! Uno quedó enganchao de un motor y el otro, enganchao del otro. Ese tiburón llegó a ser dueño y señor de la embarcación. Tuvimos que picarle la cabeza para poder aquietarlo. Son errores; a veces el pescador no está instruido sobre esa clase de emergencia. El otro día fui a pescar con Julio Maldonado. Una barcaza de carbón se había virado mar afuera y por allí cogimos un tiburón. Lo metimos en unas redes debajo del banco del bote, y el tipo gruñía los dientes. Hacía un santo ruido, y Julio me dijo: “¡Dile que se calle, dile que se calle!” Y yo le dije: “¡Díselo tú!” (risa) El tiburón se meneaba tanto que ¡se despegaron los bancos del bote! Pues, le regalamos el animal al papá de Milagros y cuando lo abrió, ¡tenía el antebrazo de un ser humano en el estómago! Yo deduzco que había sido alguien de la barcaza que se hundió el día antes . . . . M: Según los científicos, los tiburones son los “ambientalistas” de la mar, pues limpian de ella los lentos, enfermos y moribundos, y de esa manera ayudan a mantener el balance del ecosistema marino. Pero los productos a base de tiburón han llegado a tener un valor tan alto que ciertas compañías usan aviones para detectar manchas de ellos. En ocasiones pescan hasta mil tiburones a la vez. Algunos de los que pescan para esas compañías guardan solamente las aletas, que se consideran la parte más medicinal. Así ahorran espacio en la embarcación, pues se pueden almacenar miles y miles de aletas de tiburón. Pero entonces dejan el tiburón sangriento a su propia suerte: a morir o ser devorado. Por eso, algunas especies han sido sobrepescadas y están en peligro de extinción. Julio: Pero el pescador puertorriqueño que lo pesque con redes artesanales o con cordel no les representa una amenaza seria. En este momento, entra el padre de don Julio ansioso por compartir con nosotros.
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Julio padre: He visto muchos cambios en la pesca . . . Fíjate que en la década de los treinta, además de lo que pescábamos con cordel y con nasa, también pescábamos con dinamita, al pistolete se le decía. Disparábamos, y al escuchar la explosión, los tiburones llegaban en manadas, derechito a donde disparamos. Sabían que habría qué comer cerca de la explosión. Y por eso, nosotros, buceando, teníamos que trabajar a todo vapor para sacar los peces muertos. ¡Si no avanzábamos se los comían los tiburones! Hubo veces que nos quitaron el pescado de las manos. Otras veces, cuando llegábamos a coger los peces, no podíamos hacer nada porque el sitio estaba repleto de tiburones. Ese peligro era parte de nuestra pesca . . . Pescábamos en Manatí a remos y con vela hasta que llegaron los motores. Pescábamos sacos ‘e pescao. La colirrubia se pescaba de noche, y a las diez y treinta y a las once, uno veía tantas velas sobre el agua con ese reflejo de la luna y los luceros. ¡Se veía bellísimo! Hay momento de silencio en lo que el padre de don Julio ojea un libro de identificación de peces que les llevé. Nos enseña el dibujo de la morena. Julio padre: La morena se coge la carnaíta, y hala pa’tras y hala pa’tras. Y si uno no avanza, va directamente hasta la cueva. Se encueva. Entonces se rompe el cordel. M: ¿Y cómo se prepara la morena? Julio padre: Niña, ¡como cualquier peje! Lo único es que hay que quitarle el pellejito de encima, y la carne queda blanquecita. Le sacas las espinas ná más. En esto, llegó un vecino procurando por Milagros a ver si atendía una perra que abortaba. Durante su ausencia Julio habló con
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orgullo sobre el trabajo voluntario que realiza doña Milagros como “veterinaria de parcela.” Luego seguimos conversando sobre la pesca. M: Don Julio, ¿Podría hablar un poco sobre algunas dificultades que los pescadores del norte han tenido que enfrentar durante los últimos años? Julio: Pues, me parece injusto que el Departamento de Recursos Naturales nos haya prohibido la pesca con redes en el río. A mí me arrestaron una vez. Desde los tiempos de Muñoz Marín, ha sido ilegal poner un corral en el río; es decir, cerrar una parte con madera para pescar. Pero recientemente decidieron aplicar esa ley a los trasmallos como si estos fueran trampas. Pasaron esa ley sin vistas públicas sin nadie saber nada, y con la actitud de que los pescadores somos unos brutos. M: Pero si existe la ley es por algo. Ahora habrá mucho menos que pescar en el río que antes. Julio: Déjame explicarte algo. Aquí en el área norte, los pescadores no tenemos una bahía para echar las redes, y aquí enfrentamos una mar que espanta a los mayagüezanos, que los de Lajas ni la quieren ver. ¡Es una mar violenta! Cuando la mar se viene por encima de aquellos peñones, no tenemos en dónde pescar. El Creador nos ha favorecido con unos ríos que son navegables y profundos: el río de Manatí, el río de Arecibo, el río de Loíza. Cuando el río crece, los pejes de mar migran río arriba. Antes, se le ponían gomas y unas nasitas y los pescábamos. Pero está prohibido echar una nasita −echar una goma− para coger la lisa, el sábalo, la jarea, y el robalo, esos pejes que entran cuando el río crece. No queremos vaciar los ríos de los pejes de agua dulce. De hecho, en estas aguas, ni se ve el barbú, por ejemplo, porque una marea que entra aquí tiene agua salada por el fondo y el agua dulce por encima. Los pejes de agua dulce de fondo no pueden sobrevivir aquí. 32
M: Pero tengo entendido que las especies de mar que suben río arriba lo hacen en su tiempo de desove. Pescarlos durante esa etapa arrasaría con el futuro de la pesca. Julio: Mire, en nuestros ríos la contaminación es un problema mucho más serio que unas nasitas de pescadores. Si el Departamento de Recursos Naturales tuviera interés en proteger los pejes, bregaba con la planta de tratamiento. Bregaba con las fábricas que tiran sus desperdicios químicos al río. Bregaba con el agricultor para que no echara tanto yerbicida y tanto plaguicida y tanto abono. Porque cuando llueve, todo eso va a parar a los ríos y a los lagos y a la mar. Como ejemplo, menciono el lago de Toa Alta y el Carraízo, esas aguas que se beben. Se prohíbe la pesca por equis razón. Pero entonces, entran los abonos, el yerbicida y los otros químicos y matan de un golpe toneladas de pejes de agua dulce. Dicen que se nubló, y por falta de sol no hay oxígeno en el agua después de diez o doce pies de profundidad. ¡Que los peces murieron porque se nubló! ¡Imagínese, si no se lo creen ni ellos mismos! M: Para que eso fuera cierto, tendría que haber caído muchísimo nitrógeno −quizás en la forma de abono− al agua. Porque el nitrógeno promueve el crecimiento de ciertas algas que consumen el oxígeno en el agua. Julio: Pero nadie habla de eso. Y cuando la contaminación echa a perder miles de pejes, cuando se ven esos miles y miles de pejes en el río ya muertos, desperdiciados, ¿sabe cómo se siente el pescador? ¡Nos da un coraje! Y no solamente el río. Antes, cuando hacía una marejá, el fondo de la mar se alborotaba pero aclaraba al otro día. Ahora se alborota el fondo y tarda semanas en aclarar. ¡Y sigue la planta de tratamiento de agua echando los cienos y con todo lo que sale por la tubería! Cuando la mar se alborota, el cieno se queda y corre
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por toda la costa. Se ve claramente el mancharón por donde sale el agua de la tubería. Es una contaminación de toda el área norte. ¿Y dónde está Recursos Naturales? Siempre he dicho que los pejes más limpios que hay en la isla, a vuelta redonda, son las de la costa norte. Y debe ser así porque no tenemos plataforma; es decir, llegamos a las profundidades en seguida. Allá en Mayagüez y Cabo Rojo, uno tiene que caminar cinco o seis millas para llegar al chillo. Aquí caminamos media milla y estamos en el colorao, en el chillo. M: ¿A cuántas brazas empiezan a pescar chillo? Julio: Aquí se pega a coger chillo a unas 35 o 40 brazas. Pero por el sedimento que tiran esas tuberías, los chillos se están alejando. En este momento, tres vecinos llegan a la pescadería a comprar carne de jueyes. Después de un ameno intercambio con ellos, nos sentamos a hablar sobre el negocio. M: Milagros, me interesa saber más sobre el corral de jueyes. ¿Podrían hablarme un poco de ello? Milagros: Mi mamá tenía un corral de jueyes, todo de madera con un bebedero hecho con gomas de camiones. Así que yo conocía el negocio. Entonces, hacía años que estábamos planificando para los jueyes, para los jueyes . . . Pero como los niños eran chiquitos, nos aguantábamos. Pusimos los corrales en el 92. Y nos dedicamos a sacarles la carne a los jueyes y la vendemos. M: ¿Qué comen los jueyes? Milagros: En la naturaleza se comen las raíces de la caña, las almendras, y el coco les gusta mucho. Nosotros aquí le echamos maíz casi exclusivamente, maíz y mamey. 34
M: ¿Cuánto trabajo requiere este negocio? Milagros: Pues, hay que darles de comer, y de noche, regarlos con agua, pues de noche contiene menos cloro. Si los riego por la mañana, el cloro los mata. Hay que envenenar y alejar los ratones, también, porque aunque no entren en el corral, el susto causa que los jueyes corran y se den contra la pared. ¡Hasta se matan entre ellos mismos! Hemos tenido mortandad y pérdida por eso. Julio: Pero aquí estamos chequeando los jueyes constantemente. Porque ¿sabes lo que es para una persona que trabaja por allí, que no es muy pudiente, que le gusta el juey y que una vez al mes quiere comerse un arrocito con jueyes y gasta unos veinte dólares por la carne y no le sirve? ¡Eso es un fraude! Nosotros nunca hemos tenido ni una queja, pues sabemos lo que tenemos entre manos y los vamos moviendo de corral en corral, según engordan. Podemos garantizarle al cliente que no habrá ni un juey flaco entre los suyos. Milagros: El trabajo mayor es el de sacar la carne del casco. La vendemos a diez dólares la libra. La podemos vender a ese precio porque no hay que pagar empleados. Es un negocio de familia, y hacemos el trabajo nosotros mismos, los muchachos y nosotros. M: ¿Cuál es el proceso de sacarles la carne a los jueyes? Milagros: Primero madrugo y prendo el fogón con leña para cocinarlos todos. Pero si quieres venir el sábado, lo podrás ver todo, y hasta podrás trabajar con nosotros en eso. Aquel sábado llegué a tiempo para participar en la saca de la carne. Milagros trabajó como coordinadora mientras José, Yaderis y su primo Brian realizaban las diferentes labores aquí descritas con la
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naturalidad de familia, y con la profesionalidad de unos trabajadores de fábrica diestros. Milagros: Se empieza la producción sacándoles la carne a las patitas. Hay que sacarles los nudillos para que sea más fácil picar el cuerpo. Después, se les saca la carne usando los dedos. Yaderis: Aquí, ¿ves que las patitas se dividen en dos? Pues, las exprimes con la botella. Entonces, hay que sacarles la carne a las palancas, que son las manos del juey. Milagros: Entonces, se corta el cuerpo en tres pedazos y se le saca la carne, pero hay que tener cuidado. Porque primero le sacas la hiel, y después tienes que lavar bien el cuerpo, porque la hiel le da un sabor ¡tan y tan amargo! La hiel se le saca completita. Alrededor está la gordura, y eso se guarda. Pero la hiel se bota toda. El agua que se usa para limpiar el cuerpo después viene siendo la base de la sopa o el arroz que vayas a preparar. Finalmente se le echa lo que se le dice “la boca” también. Hay quienes no pasan tanto trabajo. Algunos simplemente te muelen el casco con to’. Viene una carne de Venezuela así. Se pasa todo por una máquina; por eso la “carne” se puede comprar bien barata. Conozco a gente que liga esa carne con la de aquí, pero yo no la ligo. M: He leído que se pueden utilizar los cascos para fabricar una sustancia similar al plástico que no hace daño al medio ambiente, pues es completamente biodegradable. Y esa misma sustancia − que contiene mucho calcio− se utiliza en la agricultura para matar los hongos dañinos presentes en el suelo. Milagros: Esos mismos cascos también se pueden usar como engoe. Verás que echamos los cascos y los pámpanos de las hembras en el mar frente a casa y atrae los peces.
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Y hay un remedio casero a base del cangrejito amarillo, de los que se entierran en la playa. Mi hermano no caminaba, y mi mamá cogía y abría el cangrejo, y sacaba la baba que tiene adentro. Entonces, le daba sobos con esa baba en las rodillas. Todas las mañanas lo enterraban hasta la cintura, y después, le untaba la babita de cangrejo a las rodillas. Entonces, a la edad de siete años, el mismo día que los cumplió, ¡anduvo! Y esa fue la terapia. Como éramos de poco dinero, ella no iba al médico, pues no había chavos para los carros públicos. ¡Y ahora él corre y to’! M: Me han contado que en las montañas, se usaba la babita de la buruquena, un cangrejito de agua dulce. Cuando una persona no podía caminar, la curaban untándole la baba de la buruquena en las rodillas de la misma manera. Evidentemente, estimula la circulación sanguínea, o quizás el sistema nervioso. Milagros: ¡Cosas de la naturaleza! M: Pero volvamos al juey de los corrales; que tengo una pregunta. Entiendo que el juey crece dentro de su casco hasta llegar al tamaño máximo permitido por el carapacho. Entonces tiene que buscar un sitio seguro para poder hacer la muda. Pero aquí dentro del corral me imagino que el juey no podrá hacer la muda, pues no tiene donde escarbar, ni donde esconderse en lo que crece el casco, su protección . . . . Milagros: No, aquí no pueden hacer la muda. No podemos ponerles tierra porque la idea es que se limpien. Cuando crecen al máximo se ponen bobos; no pueden ni caminar; entonces los sacamos del corral, así de gorditos. M: ¿Nunca han trabajado con cocolías?
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Milagros: Aquí se llaman jaibas. No me gusta trabajar con ellas porque los caparachos son más duros y te pueden cortar. Sin embargo, la carne te sale bien blanquita. Mi papá pescaba jaibas y camarones del río. Éramos 17 hermanos, y había mucha necesidad. Entonces, a cada rato comíamos las jaibas, que no valían casi nada. Yo comí tantas jaibas con batata que ya no me apetecen. ¡Ni el olor! (risa) Mi papá también tenía sus nasas y pescaba en la mar . . . . Julio: Ella también es pescadora; de hecho, es dueña de la embarcación y tiene licencia de pesca del Congreso de Pescadores de Puerto Rico. Milagros: La pesca me la traigo en la sangre. A mi padre siempre lo veía pescando y le ayudábamos a halar el chinchorro desde la orilla. Sé echarlo y sé remendarlo. Aprendí todo eso. Julio: Milagros es de una familia de pescadores de La Boca. Y la tradición en ese barrio era que los pescadores no dejaban pescar a los hijos. Porque en aquellos tiempos, el pescador tenía fama de bruto. Y nadie quiere que su hijo tenga fama de bruto. ¡Ahora no! Ahora hay pescadores con cuatro y seis años de universidad. Pero para asegurarse de que sus hijos estudiaran, los pescadores genuinos de La Boca no les enseñaron nada a sus hijos, ¡ni lo más mínino! Por eso, no saben ni tirar una atarraya. Yo me he dedicado a sacar a los hijos de pescadores . . . y los míos tienen que ir. Hasta que tengan edad, entonces serán gremio aparte. Pero Milagros comenzó cuando el accidente. ¡Y ahora es la capitana! Ella en la proa y dale pa’cá y dale pa’llá. Milagros: Nos vimos en una situación mala porque se ganaba tanto buceando y de repente, nada. Después de vender todo el equipo que tenía, Julio aprendió a pescar con las redes. De ahí poco a poco íbamos tejiendo los artes; poco a poco iba haciendo
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nasas. Hizo un bote chiquito. Ahora llevamos catorce años pescando con el bote, con las nasas. Los sábados y domingos a veces nos vamos todos. M: Milagros, Julio, me impresiona mucho la unidad de su familia. Todo el mundo comparte el trabajo de la pesca y de los jueyes, por ejemplo, y todo el mundo le tiene mucho amor a la mar. Julio: Los hijos míos pescan conmigo los sábados y domingos, de noche y de día. Y si no pescan, atienden el negocio de venta de pescao o trabajan con los jueyes. Pero siempre a la mira de que hay que estudiar. Que si no hay estudios, los problemas se te siguen agrandando. Y si en un futuro hay que pescar con computadora y anzuelos eléctricos, todos los hierros, pues no podrán hacerlo sin una buena base de estudios. El mayor mío ahora quiere ser de la policía marina, buzo de la policía. Le digo, pues, que raza de buzo tiene, y de policía, pues su abuelo era policía. Entonces, que termine el cuarto año, un par de años en la universidad y unos cursos de navegación para que si llega allí, no llegue al raso sino con unos conocimientos que lo destaquen. Este verano los voy a enseñar lo que es pescar en serio, de verdad. No admito en el bote ni broma ni juego, porque es un trabajo, y tienen que hacerlo bien hecho. Los voy a llevar de noche y de día. Habrá días que amanecidos de pescar, tendrán que ir a despescar las nasas. Salen de aquí a las siete de la noche y llegan aquí a las dos de la tarde, a escamar el pescao, a picarlo, a embolsarlo. Hasta que no acabe el trabajo, no hay descanso. Para que vean que para ganarse el peso honradamente, hay que trabajar. Hay que esforzarse. Quiero que todos sepan lo que es la pesca. Ahora estamos enseñando a los muchachos a montar los chinchorros y a repararlos. Eso es, guindarles las sogas; una para las boyas y una
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para los plomos. Entonces, hay que montarlo para que los nudos queden iguales por los dos lados. Se hace con una aguja especial. No ando bien de salud. Desde el accidente para acá, Dios ha permitido que viviera muchísimo. Así que si me sucede algo, que ellos se queden juntos y que no estén obligados a que nadie los maltrate. Porque saben ganarse la vida. Y cuando la mai va a despescar las nasas, uno le levanta las nasas con güinche y el otro es quien guía el bote. ¡Tienen que estar unidos! Aquí el lema de la casa es, según trabajas, según comes. Si trabajaste poco, te damos un poco de comida. Pero ya sabes, aquí trabajan mucho, están todos gorditos. Y se los digo a los vecinos. Los míos comen según trabajan. Así que los vecinos saben que los Palau somos todos gordos, ¡y que somos buenos para el trabajo! M: ¿Te gusta la pesca, Yaderis? Yaderis: Sí, pero quiero ser abogada . . . o jueza para que los que no les pasan chavos a sus muchachos vayan a trabajar. José: ¡A mí, sí, me gusta! El otro día tenía un peje, se pegó y estaba trabajando con el marullo. Cuando subía el bote, jalaba. Yo decía: “¡Este es grande! No puedo con él. ¡No puedo con él!” Julio: Entonces su hermano fue a ayudarle, y como él es un pescador viejo ya, le dijo: “¡Pero si esto es una piedra!”, y lo dejó trabajando la piedra. (risa) Así es que aprende. Yo siempre he dicho que todos venimos a trazar un camino y a dejar huellas. Cuando morimos no es como si fuéramos unos animales cerreros. No. Cuando tú te vayas, que digan de uno: “Fulano estuvo aquí y fue buen vecino. Cuando pescaba con chinchorro, siempre daba de lo suyo a todo el mundo en la playa.”
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Viviendo de la pesca Junior Lugo El Corozo, Cabo Rojo
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Junior Lugo con ejemplares sacados de su nevera.
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Viviendo de la pesca Junior Lugo El Corozo, Cabo Rojo
Un día de mayo a las 11 de la mañana, visité la Pescadería
Junior en El Corozo para conocer a un caborrojeño con fama de buen pescador. Cuatro miembros de la “familia” de parientes y vecinos escamaban y desembuchaban pescados de intenso colorido. Trabajaban alrededor de una mesa construida para asegurar tanto la comodidad del trabajador como la eficiencia e higiene del proceso. Junior y yo nos sentamos en la amplia cocina a cargo de su esposa Digna. Mientras, pescadores, dueños de restaurantes y otros compradores hacían la visita disfrutando todos de los alegres silbidos de los “cocatieles” y del tranquilizante ronroneo que atraviesa el patio desde el palomar. En un ambiente sano y familiar, conversamos sobre algunos aspectos de la pesca en el área oeste de Puerto Rico. Después, bajo un árbol de clamor florecido, contemplé el salitral que suple la sal marina que muelo y utilizo en casa. En el entretanto, Junior buscó ejemplares de cinco diferentes clases de “peje loro” (rabilargo, celeste, guineo, pitulín y pepón) para luego yo cocinarlos en mi sartén. M: Dicen que el buen pescador lo trae en la sangre. ¿Viene usted de una familia de pescadores?
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Palabras de pescadores
Junior: Entré en la pesca cuando tenía ocho años. Mi pai y la mai mía eran pescadores de aquí del Corozo. Ellos se iban en una yola a remo y se quedaban la semana pescando por La Pitahaya o por La Parguera. Dormían en la misma embarcación a orillas de la playa. Llevaban arroz, ollas y cucharas, y comían de lo que pescaban. Vendían el pescado por allá y regresaban los viernes.
M: ¿Usted se quedaba con sus abuelos? Junior: Me quedaba en casa con mis hermanos. Éramos cinco hembras y cinco varones; los varones aprendimos el oficio de la pesca. Cuando la mai mía dejó de pescar, me sacaron de la escuela para irme yo a pescar con mi pai. Para aquellos tiempos, de la misma embarcación alcanzábamos los carrunchos con la mano y los echábamos en la embarcación. M: ¿Diría que la pesca en esta área ha cambiado mucho desde los años 30 o 40? Junior: En el área de Cabo Rojo, la pesca se ha aflojado desde que trajeron los motores. Antes pescábamos en la orilla y se pescaba bastante. Tirábamos el trasmallo y se llenaba de pejes. Ahora, no. Además, si uno echa un trasmallo hoy día, los “jet skis” se lo hacen trizas. Otra cosa . . . Antes, el chapín y la langosta se consideraban de baja categoría y ahora nos dejan billetes. ¡Imagínese, si partíamos las langostas y las dejábamos en las nasas como engoe! Se vendía a peseta la libra y ahora me dejan $5 la libra en el casco. El loro se botaba y ahora es lo más que se vende. También se pescaba mucho carey, y ahora no se pesca. Antes se pescaba de todo y con menos gastos. Pero el pescado no tenía el valor que tiene ahora. El nivel de vida del pescador ha ido mejorando.
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M: Y en cuanto a los artes de pesca, ¿usan los mismos ahora que antes? Junior: Antes usábamos los trasmallos de ahorque y pescábamos también de cordel. La vieja mía era loca pescando de cordel. Pero ahora casi no hay pesca de orilla. Ya mencioné los motores. Pero también se debe en parte a que se mata mucha crianza por el uso del chinchorro de arrastre. Porque si se mata la crianza, no hay para reproducirse después. El chinchorro también mata las sardinas y machuelos que sirven de carná. Porque tiran una malla muy fina y después varan hasta tierra. Allí se mueren los chiquitos y se dejan en la playa. La sugerencia mía es que se use una malla más clara (grande) o que se elimine el chinchorro completamente. El mío tiene una malla de dos pulgadas y media. Además, nunca lo varamos en tierra sino que le sacamos los pejes en el agua. De esa forma los chiquitos sobreviven. Pero mayormente uso mallorquines. Con ellos me decidí pescar langosta, chapín y tiburón. Salgo a las dos o a las tres de la tarde para el área de Desecheo, mar abierta, y nos quedamos hasta el otro día. Echamos los trasmallos a las seis o las siete de la noche para sacarlos a las seis de la mañana del otro día. A veces vamos los seis días de la semana. Voy con mi ayudante, un sobrino de 24 años. Lleva nueve años pescando conmigo y le tengo mucha confianza. Ya sabe sus marcas; sabe bregar con las redes. M: Para poder hacer ese viaje tan largo a menudo, le hará falta una embarcación grande, ¿no? Junior: Mi embarcación es pequeña, de 19 pies y medio, con un solo motor. No es muy cómoda para pescar, pero se mueve rápido. En una hora, o una hora y cuarto, hacemos un viaje que tardaría cuatro horas en una lancha grande.
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M: Mencionó un par de veces que su mamá había sido pescadora. ¿Podría contarme algo sobre ella? Junior: La mai mía tenía sus aventuras pescando. Una vez salió con mi hermano para el Cayo de Latón en La Parguera. Tiraron el trasmallo de ahorque a las seis de la tarde, y cuando lo iban a sacar a las nueve, hacía viento y el trasmallo salía con bastante pescado. La mai mía sacaba el trasmallo en lo que el hermano mío remaba. Ella tenía su cajón con hielo lleno de pescado pero no pudo subir todo el trasmallo. Se quedaba enredao, y ella luchando para subirlo. Por fin logró subirlo, y en eso notó que la embarcación estaba cogiendo agua. Era que el trasmallo se había enredado en el tapón del bote, y cuando ella haló por última vez, ¡fue el mismo tapón que sacó! No podían sacar el agua, y la lanchita se hundió, pero como era de madera se quedó a flor de agua. Pero entonces ¡los tiburones se le arrimaron a comerse el pescado! El hermano mío vio los tiburones y no se atrevió a decirle nada a ella para no asustarla. Pero da la casualidad de que estaba viendo lo mismo que él. Entonces, le dijo al hermano mío: “Luis Ángel, ¿tú estás viendo lo mismo que yo”? Él le contestó: “¿Qué tú ves, mami?” Ella le dijo: “¡Estoy vendo tiburones a la vuelta de la lancha!” Entonces él le dijo: “¡No mami, si eso es el brillo de los luceros sobre el agua”! Durante la noche, el viento pego a soplar y ella sentía que la embarcación se estaba virando, y ninguno de los dos sabía nadar. Según la embarcación se fue virando boca abajo, ella se guindó con las uñas y no se desenganchó del casco. Pasaron la noche gritando ¡Auxilio! Pero por la madrugada, a pesar del cansancio, les salió una voz fuerte de bien adentro. Entonces un señor de La Parguera −Flor Ramos se llamaba− había salido a cortar mangle con su hijo, y le dijo: “Siento unos gritos de afuera en la mar.” Entonces los Ramos salieron para afuera y se encontraron con la mai mía y el hermano mío. Les dieron café, y don Flor 46
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se quitó la camisa y arropó a mi mai. Entonces, enderezaron la lancha, recogieron sus pertenencias y los Ramos los trajeron hasta la Pitahaya. Ella dijo que no iba a pescar más pero le gustaba tanto que hubo que dejar que pescara de nuevo. Por un buen rato, los presentes hablan sobre la salud y las andanzas de la mamá de Junior. Entonces, seguimos la entrevista. M: Junior, ¿podría describir el mallorquín que usa? Junior: El mallorquín es un trasmallo con tres paños. En el centro lleva uno de malla pequeña; los paños de afuera son de malla más clara. El mallorquín que uso lleva mucho plomo y pesca en el fondo. Pesca lo mismo carruncho, chapín, loro, langosta y tiburones. M: ¿Confeccionan los mallorquines ustedes mismos? Junior: Compramos los materiales de afuera y entonces los fabricamos acá. Son de nilón y no de plástico. Nosotros les montamos las boyas y el emplomao. Desde hace 20 años usamos el mallorquín. M: ¿Utilizan alguna clase de engoe? Junior: Ninguno; sin embargo, hay que preparar la malla. Hay que pintarla de los colores del arrecife. Si no, sencillamente, azora los peces. M: ¿Pesca usted usando otros artes? Junior: Pesco los balajú y las jareas en los mangles, y uso dos clases de trasmallos diferentes para esos pejes. Para la jarea, uso un trasmallo ancho con una potala en cada punta. Ése pesca al
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son de la corriente. Para el balajú uso un trasmallo que pesca a flote del agua. Los dos pejes se venden como carnada. M: Pero he oído hablar de que el balajú se puede comer, ¿no es así? Junior: En Arroyo, la gente se dedica a freírlo con cabeza y to’, y se come así. De hecho, me han dicho que el balajú frito así es un desayuno típico de esa área. Yo, casi siempre que los pesco, saco los más grandes para mí porque me gustan fritos. M: Quién sabe si en el futuro el balajú se convierta en un manjar de lujo, ¡así como la langosta! ¿No pesca usted con figa? Junior: Con figa pesco el capitán, la sama, el pargo, el mero, y la mantarraya que antes se botaba. Ahora se usa la carne de mantarraya como si fuera chapín. Entra el dueño del Restaurante El Gatito de Joyuda, con su esposa a comprar langosta y chapín, y a charlar. M: De hecho, me han dicho que las empanadillas de chapín llevan más mantarraya que chapín. Junior: Las del Gatito sí son de chapín. ¿Verdad, Orlando? (risa de todos) La mantarraya después que no sea muy grande se puede mezclar con el chapín. Si es muy grande tiene un sabor fuerte a marisco. Pero la mantarraya es fácil de coger y abunda más que el chapín. Se vende a peso la libra y es casi toda carne. Se le saca solamente una pellejita y un intestinito que tiene en el centro. En cambio, el chapín ahora mismo vale $2.25 la libra en casco, y no se le saca ni la mitad en carne.
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En el área oeste se da la mantarraya mezclada con el chapín en las empanadillas. En otros sitios usan el peje puerco. Digna: Pero, ¡qué pasa! La gente se acostumbra a comerse la empanadilla con mantarraya, y después cuando le dan la empanadilla de chapín puro, se queja: “¡Usted me engaña; esta empanadilla no es de chapín!” Entonces el cocinero hace que pasen a la cocina ¡para que vean los chapines! (risa de todos) M: Junior, ¿pesca de vez en cuando con cordel? Junior: Pesco dorado con cordel. A veces cuando vamos para los dorados, de pronto nos rodea una mancha de delfines; esa especie que le decimos la tonina. Son muchas y bien mansitas. Pero brincan tanto frente a la embarcación que a veces tenemos que detenerla a ver si desaparecen. M: Así que en sus años de pesca, no ha visto una merma en las poblaciones de delfines . . . Junior: No. Siempre ha habido delfines y manatíes. Ahora es que se están lastimando. Por eso, a nosotros no nos gustaría que se ponga la marina en Boquerón. La bahía de Boquerón siempre ha sido criadero de muchas clases de pejes. Y en la misma bahía entran muchos manatíes y muchos delfines. En la semana antes de la Semana Santa, cerca de Punta Águila, parece que estaban apareándose unos 200 delfines. Yo pescaba balajú y se los tiraba a ver si comían. Brincaban y jugaban pero no querían de la comida. Otro pescador me contó que no comen en su tiempo de apareación. A veces entran hasta bien adentro de la bahía. También he visto a los manatíes apareándose. Se acuestan sobre el fondo del pastizal como si estuvieran aparqueaos allí. Los manatíes también se pueden ver en Bahía Sucia y en El Combate, pero los “jet skis” los azoran.
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M: ¿Qué sugeriría para proteger los manatíes? Junior: Que no entren los “jet skis” en el sector de Punta Águila ni en el de Playa Sucia. Las tablas de vela también les hacen daño porque no se oyen. Entonces el timón de la tabla les da cantazos. M: Junior, usted pesca con diferentes tipos de trasmallo, con mallorquín, con cordel. Con tantas alternativas, ¿cómo decide qué pescar, y en dónde? Junior: Depende de la temporada, y según la necesidad. Cuando viene la temporada de marlin y de dorado, de noviembre a enero, tengo que dedicarme a pescar balajú, ¡y mucho! porque los pescadores de marlin y dorado lo usan de carná. En un sólo día he cogido diez y doce quintales de balajú y lo he vendido todo en el área norte donde más se pesca el marlin. M: Usted ha observado los manglares del área oeste durante muchos años. ¿Se ven iguales ahora que digamos unos 40 años atrás? Junior: Los manglares han cambiado mucho. Antes, el Departamento de Recursos Naturales limpiaba la cañería de los manglares desde el área del faro hasta La Parguera. Ahora está tapada con basura. No hay circulación de agua, y eso afecta las poblaciones de pejes y la salud del mangle mismo. Pero hay un problema más grande. Usted sabe que el manglar es importante como refugio para los pejes pequeños. Se crían allí los meros, los pargos, los robalos, muchas variedades. También son los comedores del mar porque allí se encuentran muchos animalitos que sirven de comida para los pejes pequeños. Pero los manglares han ido muriendo. Yo diría que por contaminación desde el derrame de petróleo en Guayanilla en el '62 para acá. Porque el petróleo es caliente. Entra por las raíces
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de los mangles y éstos se van secando. En el área del faro había un manglar lindísimo. Había mucha pesca en esa área, pero se ha muerto todo. M: Entonces, ¿todavía se sienten los efectos de aquel derrame? Junior: Nosotros hemos pescado allí en el área de Guánica, y no sé si es por el derrame o por la refinería, pero no se coge la misma calidad de pescao que se coge pa’cá. El loro de allá es pequeño, flaco. El de acá se ve gordito. M: ¿Ha tenido vivencias en el mar que quisiera compartir con el lector? Junior: Una vez hace 25 años, cuando yo pescaba carey, tuve una experiencia grande. Tiré el chinchorro y cuando fui a despescarlo, encontré un bufeo (delfín) grande con uno chiquito de unos tres pies de largo. Cuando miré al grande, que tenía que ser la mai, me dije: “Ay, qué pena, ¡que se murió!” Porque ese hizo como si estuviera muerta. La solté y ni respiraba. Se fue para el fondo. Entonces, monté el chiquito en la embarcación para desenredarlo; pues, respiraba pero estaba amarrao por el rabo. Entonces, en lo que yo lo desenredaba, la mamá ha salido y ha venido afaná, parada en el rabo sobre el agua, chillando desesperada como una persona. Yo dije entre mí: “Si no lo suelto enseguida, ella es capaz de treparse en la embarcación.” Me puse nervioso. No me dio tiempo de desenredarlo. Corté la malla con un cuchillo y puse el bebé en el agua. Entonces la mai metió el hocico debajo de la aleta del pequeño y se lo llevó feliz. Se perdieron. Entonces, dicen que las ballenas no salen de su rumbo, que si cogen una embarcación en su ruta la viran. Pero un día yo estaba pescando sólo con los mallorquines. Yo los tiraba y después de un tiempo, volvía, los despescaba y volvía a tirarlos. Acababa de pescar; ya me había puesto a lavar la lancha. De repente, veo que viene hacia mí una mancha negra, como si fuera de petróleo. 51
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¡Era una ballena! Me cayó un pánico porque me habían dicho que viraban las embarcaciones, ¡y yo anclado! Fui rápido para cortarle la soga al ancla pero no me dio tiempo. Ella cambió su ruta y me pasó por el lado. Desde aquel tiempo, he pescado en lanchas más grandes y las ballenas han jugado debajo de la lancha. Nunca me han hecho daño. M: Recién leí sobre un matrimonio de Miami que salió en su velero rumbo a Hawaii. Sin querer, invadieron el territorio de una manada de ballenas piloto y éstas les hundieron el barco. Sobrevivieron 66 días en altamar en una balsa con destilador de agua. Comían los peces que los rodeaban. Junior: Hace poco dos de Joyuda se perdieron. Uno de ellos murió de una fiebre que le dio. No tenían agua que no fuera la de lluvia, y el que sobrevivió duró más de un mes comiendo de los peces que se arrimaban de al lado. Para completar, cuando en el barco que lo recogió le ofrecieron algo de comer, ¡era pescado! M: ¡Por lo menos se lo darían cocinao! (risa) Oiga, quien se lanza al mar en un bote debe saber de navegación y algo más, ¿verdad? ¿Cómo es el sistema de marcas que usan ustedes? Junior: Vamos a decir que yo camine hasta allá. En ese sitio, el faro, el palo aquel, y nosotros nos alineamos en una línea reta. Esa es la marca. Si camino un poco para allá me desvío de la línea recta. Con ese sistema uno puede fallar por pulgadas pero queda uno siempre bien ubicado. Después de muchos saludos, el matrimonio de Joyuda se va y los empleados de la pescadería se ponen a lavar su mesa de trabajo. M: ¿Podría hablar un poco sobre cómo surgió el negocio de la pescadería y qué tal le va?
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Junior: Primero intenté con el restaurán del Agua al Cuello y trabajé un tiempo. Me gustó lo del restaurán y lo alquilé para trabajarlo con la esposa mía. Pero cuando salió encinta de la nena no podíamos bregar. Salimos de allí y pegué a pescar con el hermano mío. Pescábamos cerca de Santo Domingo pero había muchos gastos. Decidí quedarme por aquí pescando cerca de casa. Comencé a vender balajú y jarea y me iba bien, pero al hermano mío no le iba muy bien en la pescadería suya. Entonces, me dijo: “Junior, quédate con tu pescadería, que voy a cerrar la mía y te sigo vendiendo lo mío”. Entonces nos dividimos; íbamos a pescar en distintos lugares y poco a poco pude agrandar el sitio. Somos una familia unida; siempre había ayuda. Tengo hermanos y cuñados que pescan para mí. Ahora, cuando yo salgo a pescar, Digna, la esposa mía y Randy, el hijo mío, se encargan de la pescadería. Randy tiene 18 años y estudia en Mayagüez; después viene a trabajar aquí. ¡Y le gusta! M: Esta entrevista es una oportunidad para que usted lleve un mensaje al público puertorriqueño, y hasta al gobierno. ¿Hay algo que quisiera expresar? Junior: La preocupación mía es que hago todo por la ley. Yo pago contribuciones, pero hay muchos dueños de pescadería que no lo hacen ni cumplen con los reglamentos. Ellos tienen una ventaja injusta. A mí me piden pintura; me piden mil cosas. Cumplo con todo y cuesta hacerlo. Pero Sanidad no se ocupa de las otras. No les mete mano. Será porque no han puesto letreros o porque tienen alguna pala. Este año tuve que pagar miles de dólares en contribuciones por la pescadería. Hay otros problemas también. Por ejemplo, el gobierno le da unos $500 al pescador, pero a veces se lo niegan a uno que sí es pescador y que sufre la necesidad, y a uno que no lo es, se lo dan. Y es una injusticia que le den la licencia de pescador comercial a un médico o al dueño de un negocio. 53
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Mientras tanto, si el pescador comercial tiene dos embarcaciones, una para coger carnada y otra para pescar afuera, el gobierno nos cobra como si la segunda fuera una embarcación de placer. Es decir, se saca el marbete de una embarcación como comercial, pero a la otra, hay que sacárselo como si fuera una embarcación de recreación. Y esa segunda embarcación, ¡es una herramienta de trabajo! Estos son asuntos que se deben resolver lo más antes posible.
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William “Manzano” Padilla, don César y Fructuoso “El Pelú” Ramírez (con sombrero) reparan un motor como parte de su faena diaria.
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Pesca, cultura y turismo César Aníbal Rodríguez El Faro, Cabo Rojo La oficina de la Asociación de Pescadores del Faro es transitada día y noche por pescadores caborrojeños. Allí cocinan, reparan sus motores, conversan sobre sus problemas, postulan posibles soluciones, miran televisión, tejen chinchorros y mallorquines, toman la buena siesta y cantan acompañados por la guitarra de don César. Don César, presidente de la Asociación, es imán y padrino de “los muchachos,” pescadores de mano diestra y piel curtida. La oficina de la Asociación está ubicada en su sala, y los pescadores son su familia. César: Fui auditor de la oficina del contralor de Puerto Rico en las décadas del 40 y 50, pero en el ’79, me declararon legalmente ciego. No pude seguir trabajando pero no quería estar sin hacer nada. Entonces vine por estos lares, comencé a conocer a los muchachos e iba con ellos a pescar. Una vez iba con uno; otra vez con otro, día y noche, día y noche. M: ¿Cómo llegó a ser el presidente de su Asociación? César: Viviendo entre ellos, me enteré de que aunque el pescador quiere echar pa’lante, hay muchos obstáculos que se lo impiden.
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Por ejemplo, alguien que trabaja detrás de un escritorio se inventó la ley que un pescador comercial no puede tener dos embarcaciones. Si un pescador tiene la suerte de poder mantener más de una −y bien que le conviene para bregar con los diferentes equipos de pesca y bajo diferentes condiciones− tiene que pagar unos arbitrios altísimos para mantener la segunda, como si ésta fuera un yate de placer. Peor aún es el reglamento que impide que el pescador construya cualquier estructura a menos de 150 pies de la orilla. En Joyuda y en mil otros sitios alrededor de la isla la gente construye dondequiera. Pues, los pescadores necesitan una casita en la playa para poder guardar su equipo. Imagínate tú un pescador cargando con su mallorquín una distancia de 150 pies. ¡Uno sólo no puede! Está bien que le apliquen la ley a casas de veraneo, a estructuras permanentes y de lujo. Pero si la actividad de la industria es allí en la playa, ¿qué sentido tiene construir una villa pesquera por la plaza del mercado? Por ésta y por muchas razones, el pescador tiene que organizarse. Solo no puede ser efectivo. Un tiempito atrás los pescadores de aquí no se comunicaban socialmente. En el ’89 me reuní con un grupo de pescadores a ver si hacíamos una asociación. Me escogieron como presidente y ahora tenemos inscritos unos 32 pescadores, todos de esta área. M: He oído que la Asociación está preparando un proyecto de ecoturismo. ¿Podría hablarme sobre ello? César: Queremos educar al público sobre los recursos y las bellezas naturales de Cabo Rojo, la historia de Cabo Rojo. A la vez, esperamos generar oportunidades comerciales para los pescadores. Hace tiempo que el alcalde aprobó la propuesta. Lo único que nos hace falta es adquirir los terrenos, y esto se está bregando ya. Ahora mismo, grupos y familiares vienen al Faro desde Humacao, Orocovis, Caguas, Carolina, Naguabo . . . Vienen a vivir
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un par de días cerca de la naturaleza en una caseta, pero aquí no hay facilidades. Cuando se les acaba el carbón, desmochan los árboles para cocinar con leña. Hacen sus necesidades en el monte. No hay donde conseguir agua potable. El plan de nosotros incluye la construcción de un área de campamento con un fogón para cada caseta, agua potable, servicios sanitarios, guardias de noche, una tienda, una pescadería y una cafetería. De estos negocios sacaríamos lo necesario para pagar la hipoteca del terreno. Venderemos el pescado fresco. Ya la Fundación de Puerto Rico nos ha donado una máquina de hacer hielo, un congelador y un mostrador para la pescadería. Y con un donativo del Senado de Puerto Rico se están pagando las reparaciones necesarias. Serviremos pescado frito y muchas cosas más en la cafetería. Y en la tienda, además de los comestibles, venderemos todo lo que tiene que ver con la pesca comercial y deportiva: anzuelos, carretes. Si alguien quiere ir a pescar, pues que hable con uno de los pescadores para que le lleve. En los mismos terrenos, queremos ubicar los armarios de los pescadores. M: Para mí, el ecoturismo es una forma de conservar los recursos naturales y culturales de un lugar. No veo cómo eso de poner una cafetería junto a la playa cabría dentro del ecoturismo. Estoy pensando en los detergentes que tendrán que utilizar y en los desperdicios de grasas. César: Ya verás, María. Usaremos un sistema aprobado por el gobierno federal para recoger la grasa del desagüe. Hay que instalar un tanque con agitador que hace que la grasa suba, y la atrapa. El líquido que queda lo echamos en un segundo tanque colocado sobre capas de arena, de gravilla y de roca. Este tanque desmenuza las partículas, y la grasa descompuesta se va filtrando a través de las tres capas. Cuando el agua llega al mar no trae grasa ninguna. Vamos a respetar la naturaleza.
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M: Mencionó que este proyecto realzaría la belleza del área. ¿Cómo piensan hacerlo? César: Primero hay que limpiar el área. Porque tenemos un problema de contaminación por sobrantes de pescado. Hay que adiestrar a los pescadores porque . . . vamos a suponer que cojan un quintal de pesca. En ese quintal, puede que traigan 40 libras de pescado vendible. Pues ya tienen la mala costumbre de tirar sobre la arena los erizos, los guanábanos y todo lo que no se vende. Crean una pestilencia inmensa y un peligro para los bañistas. Pero todo eso se puede reciclar. Todo eso tiene valor, ¡hasta las escamas! Nosotros, los de la Asociación, les vamos a comprar todo, hasta las algas. La pesca la venderemos al por mayor o al detal, como sea, y trabajaremos con Fomento para poder hacer una industria de abono y harina de pescado. Y así sacamos de la playa el peligro de la contaminación por espinas y peste. Además sembraremos árboles y arbustos de desarrollo rápido y que puedan aguantar la sal y las altas temperaturas. La idea es crear un ambiente fresco y evitar más erosión. También queremos salvar un nuevo manglar que se está formando sobre una barrera natural. Se está formando una laguna y allí es que nace el nuevo mangle. Pero si los condenados “jet skis” se meten al manglar lo aniquilan. Recursos Naturales nos ayudará a ponerle una cerca alrededor para prohibir el paso de “jet skis” y embarcaciones por esa área. Porque ese mangle protege la playa de la erosión y, como filtra el sedimento, ayuda a que el agua sea más profunda donde nosotros pescamos. M: ¿Cómo piensan cumplir con lo de educar el pueblo? César: Tenemos un plan ya con el Departamento del Trabajo para conseguir un grupo de 15 o 20 jóvenes de 16 a 18 años de ambos sexos, de esos que dejaron los estudios y están deambulando por
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ahí. El proyecto les dará instrucción con paga para que aprendan destrezas de salvamento, primeros auxilios, buceo, y también sobre los recursos, la ecología y la historia de Cabo Rojo. Algunos trabajarán en una embarcación con un capitán experimentado, llevando a los turistas hasta La Parguera o El Combate, mostrándoles lo que hay a lo largo de la costa, contándoles las historias. M: Oiga, don César. Siempre tengo curiosidad sobre los nombres de los sitios. Así que voy a pedir que me adelanten un poco de información, y me diga por qué se llama esta área Cabo Rojo. César: Los navegantes siempre han utilizado ciertas marcas para poder ubicar. Como el cabo nuestro está compuesto de un barro colorao, denominaron Cabo Rojo al brazo de tierra que marca la punta suroeste de la Isla. Pero hay anécdotas interesantes también, María. Porque tenemos a personajes como el corsario Roberto Cofresí. Cuando lo venían persiguiendo, entraba en la Playuela detrás del faro, y allí se escondía. Entonces los de las armadas francesa, española e inglesa no lo encontraban. Los puertorriqueños lo protegían porque regalaba al pueblo la mitad de lo que robaba, escondiendo el resto. Su tesoro está escondido en algún lugar de esta costa, pero nadie sabe dónde; ¡cuidado que lo han buscado! M: Para mí, las salinas son una de las atracciones mayores de Cabo Rojo. De hecho, toda la sal que uso en casa proviene de allí. ¿Qué dirán los guías turísticos sobre las salinas? César: La corona de España donó estos terrenos a familias que vivían y trabajaban aquí en las salinas. Los trabajadores, además de laborar en las salinas, pescaban y cultivaban la tierra. Así se mantuvieron durante generaciones, pero se veían forzados a defender sus terrenos de múltiples invasores.
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Durante los siglos pasados, de San Germán, de Lajas, de Las Marías y de otros pueblos circundantes venían grupos de trabajadores dirigidos por terratenientes a tratar de coger las salinas pa’ quedarse con ellas. Entonces los de Cabo Rojo cogían machetes, azadas, piedras, hachas y cuánta cosa había para defenderse. La última batalla se dió en El Combate, donde sacaron a los de San Germán y a los de Lajas a fuerza de pedrada y machetazos, y nunca volvieron más. Por eso se llama El Combate, y los caborrojeños les dicen “mata con hacha”. Durante este último siglo, en los años ‘30, hubo una batalla en las salinas, una lucha obrero-patronal. La mayoría de los que participaron eran humildes trabajadores de las salinas, luchando por mejorar su vida. La policía intervino como rompehuelga, pero esa gente era brava. Se enfrascaron en una pelea a pedrada y con machetes con la policía. Por poco matan a un sargento. M: Estoy pensando sobre cómo los pescadores han sido guardianes de tantas historias y leyendas de la costa. Además, el pescador tiene que conocer el mar y el clima, saber fabricar sus artes de pesca, reparar motores . . . César: ¡Cómo no! Estos hombres lo mismo trabajan haciendo sus artes de pesca como construyendo una embarcación o reparando sus carros. Porque a las tres de la mañana ese carro lo lleva hasta la playa para salir a pescar. ¡Hasta en la cocina son unos bravos! La semana pasada se inventaron unas empanadillas de chucho, una raya que hay. ¡Y buenas que les quedaron! Hay que conservar todo esto, pero pocos jóvenes han tenido la oportunidad de aprender el oficio. Ahora mismo estamos remediando la situación mediante un proyecto titulado El Taller del Faro. La Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos nos auspicia el proyecto bajo su Programa para el Desarrollo de los Pueblos. La Fundación Ecuménica para el Desarrollo Puertorriqueño también
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Pesca, cultura y turismo
aporta al proyecto. El Taller del Faro se hizo para que jóvenes que abandonaron la escuela puedan aprender oficios tradicionales relacionados con la pesca. Por ejemplo, dos aprenderán a fabricar artes de pesca; dos, a construir embarcaciones; dos, a reparar motores. De esta manera, los jóvenes contribuirán a mantener la flota pesquera en buenas condiciones. Nuestro equipo requiere de mucho mantenimiento y de reparaciones. A la vez, como los muchachos que vamos a seleccionar están prácticamente en la miseria y no están estudiando, el adiestramiento representa una verdadera oportunidad. M: ¿Se siente usted optimista sobre la pesca en Cabo Rojo? César: El municipio de Cabo Rojo tiene la mejor pesca de todo Puerto Rico. En Puerto Real hay embarcaciones de hasta 50 y 60 pues que van a las Bahamas y aún más lejos para traer los quintales de pesca. Pero nosotros no podemos hacer lo mismo con nuestras embarcaciones pequeñas. Aquí las embarcaciones son de 16, 17 pies; alguna que otra, de 20 pies. La razón es que ésta es un área de bajos. A 500 pies de la costa la profundidad llega a solamente 3 o 4 pies. El manglar, fango y praderas de yerba marina están todos a flor de agua. El canal más profundo comienza con tres pies y termina con 4 1/2. Las embarcaciones grandes no tienen a donde ir por aquí. Sin embargo, la Asociación está preparando una embarcación de 26 pies que fue donada por el Servicio Federal de Aduanas. Cuando esté lista, podremos ir mar afuera y coger chillo con malacate. Ya le tenemos los dos motores “40” pero falta poner el resto del equipo, pues estamos esperando unos fondos que nos debe el Senado a través de Agricultura. También tenemos
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Palabras de pescadores
otro proyecto para mejorar los equipos de pesca y suplirles embarcaciones a los pescadores que no las tienen. Así que aunque no tenemos los medios económicos necesarios para poder hacerlo todo ahora, me siento optimista. Sólo tenemos que buscar los chavos aquí y allá, y cuando lleguen pues, ¡a trabajar!
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Amor en una yola Margarita Correa y Juan Cecilio López La Puntilla, Cataño
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Doña Toña y don Juan nos enseñan su trasmallo.
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Amor en una yola Margarita Correa y Juan Cecilio López La Puntilla, Cataño
Doña Toña y don Juan llevan casi medio siglo pescando juntos en las aguas al norte de la isla grande de Puerto Rico. Al conocer a este matrimonio, me conmovió su humildad, su amor a los niños, a los animales y a las plantas −incluyendo una parra de uvas verdes, flores de dragón, matas de sanguinaria, amapolas, ñames, un naranjo y un gran guanábano− que rodean su humilde hogar. En las páginas que siguen, doña Toña y su querido esposo Juan comparten con María Beatriz Riesco, asesora marina del Programa Sea Grant y esta servidora, con la confianza y espontaneidad de viejos amigos. M: Doña Margarita, pocas mujeres escogen pasar toda una vida enfrentándose con el mar. ¿Podría hablarnos un poco sobre cómo se inició en el mundo de la pesca? Toña: Me llamo Margarita Correa de López, pero por aquí me dicen Toña o Toñita. Me casé con don Juan teniendo trece años, en los años 40. Juan tenía un compañero de pesca quien siempre se pasaba bebiendo. Cuando éste iba a buscar al compañero, pues él estaba siempre ajumao. Entonces, yo le dije un día: “Tú me vas a enseñar para que yo te ayude a pescar.” No teníamos ni un año de casados.
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Él me dijo: “¿Una mujer pescadora? ¡No, muchacha; tú estás loca!” Y yo le dije: “¡Bendito, enséñame para yo ayudarte porque nos vamos a morir de hambre! ¡Si ese señor está todos los días borracho!” Él dudaba de que yo, siendo mujer, pudiera desempeñar ese trabajo. Pero yo insistía que sí, que podía hacerlo, y un día me llevó a pescar. Aquél día, yo pegaba los pejes grandes y él los sacaba porque como yo no sabía hacerlo, me desbarataba las manos. Usábamos un cordel de plástico. Entonces, me enseñó, y todos los días me iba con él. Él lo tiraba para abajo, y cuándo él descasaba, yo lo tiraba, y así. Nos íbamos a remo y vela porque no había motores. M: ¿Eso fue aquí en Cataño? Toña: No. Fue en la marina de San Juan. Juan: Y créame; todos los pescadores de la marina, los viejos, se acuerdan de nosotros. Cuando empezábamos, nos levantábamos a las cuatro de la mañana y trabajábamos hasta la una de la tarde. Desayunábamos un poquito de café en casa, y no comíamos hasta volver a la casa. Entonces desayunábamos y almorzábamos todo junto. Cuando llegábamos a la orilla, Abel Fernández y su compañía nos compraba el pescado en la marina de San Juan a siete chavos la libra. Y en un día pescábamos hasta más de un quintal de chillo. Toña: Pero para esos tiempos, ¡comprábamos una mixta más buena por solo 35 chavos! María Beatriz: ¿Ha ido a pescar sola? Toña: Cuando éste trabajaba en la policía marítima, yo iba a pescar sola.
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M: ¿Y nadie en su familia había sido pescador? Toña: No; te digo que la inspiración fue el hambre. Mi mamá de crianza me maltrataba. Me trataba como una esclava dentro de la casa porque mis hermanos y mis primos eran blanquitos. Y don Juan pasaba por casa y me decía: “Tú vas a ser mi esposa.” Yo le decía: “Mire, ¡sacúdase, que no quiero saber de usted! Si no fuera porque mi familia es tan sinvergüenza, yo quisiera estudiar.” Pero después de un tiempo, dejé que él me llevara para su casa. Y cuando llegamos, ¡allí tenía a cuatro mujeres! Pero las despidió a todas y con él encontré la felicidad. Soy una mujer honrada. Sé buscar el buen peso como Dios manda. Y gracias a Dos, no tengo que pedirle a nadie que me regale nada. Cuando no podemos ir a pescar, me dedico con él a buscar latas por allí. Nos hemos ganado $100 y $150 de latas, y eso me sirve para comprar las cosas. Para mí ha sido un orgullo bien grande haberlo conocido y haber sido su esposa. Juan: Y yo con mi Canela . . . que ya llevamos unos cuantos, ¿sabes? Y la pesca es la vida de nosotros. ¡Nuestra embarcación está tremenda! Es de “faiberglas,” una de las que usan para salvar vidas a la gente. ¡Siete caben a bordo! Y los turistas en sus lanchas grandotas nos saludan siempre. Toña: Pescamos los pejes, pero también recogemos el burgao de las piedras, que me gustan. Los ponemos a hervir y a sacarles la tapita. Se come con un poco de vinagre, como si fuera carrucho. M: ¿Nunca han tenido una aventura por allí pescando? Juan: Nosotros hemos pescado de día y de noche, pero nunca he tenido un fracaso en el mar porque conozco el tiempo. Desde muchacho lo he estudiao, y después en la Marina aprendí. No confiamos en los que pronostican el tiempo; pues nunca sale como dicen ellos. Mejor yo me levanto a las cuatro de 69
la mañana y miro el cielo a ver para dónde van las nubes. Cuando el viento viene del sur o del oeste, aprovechamos. Si sopla el viento demasiado duro del sureste o del este o del norte, nos quedamos acá para no perder el tiempo. Una vez −y no hace mucho que nos pasó− fuimos mar afuera. Teníamos unas 80 libras de pescado abordo, pues ¡habíamos cogido una sierra bien grande! A eso de las 10 de la noche, le dije a Toñita: “¡Vámonos, que ya la marea nos pica!” Entonces seguimos para allí adentro, para allí adentro, y nos encallamos, mi'ja. Y un motor que hacía siete días que lo habíamos comprado se nos partió y se fue para el fondo del mar. Si no hubiera puesto los garampines sobre la banda, ¡muchacha! . . . Finalmente, unos muchachos nos remolcaron. M: ¡Gracias a Dios! Pero ¿cómo es una noche típica de pesca doña Toña? Toña: Salimos de aquí como a las seis o seis y media de la tarde, cosa de que el oscurecer nos coja echando el trasmallo. Entonces le damos dos o tres trasmallazos. Primero echamos el trasmallo, entonces chumbeamos a vuelta redonda del trasmallo, entonces rematamos. ¡Y para que vean el chumbo! (Se parece a un enorme chupón de inodoro, hecho de madera.) Eso lo usamos para acorralar los pejes. Cuando sienten el chumbo lo huyen y van hacia el trasmallo. Chocan con el trasmallo, y como van con prisa, espantaos, se espetan allí. Sin el chumbo no es lo mismo; no pescamos tanto. Después hay que limpiar el trasmallo y eso se tarda. Hay que limpiarlo porque usamos un mallorquín plástico y a veces los pejes se meten y es difícil sacarlos. Entonces los dejamos y nos comemos cualquier cosita, nos tomamos un poquito de agua o un té de naranjo con leche que yo siempre llevo en el termo. Entonces sacamos el trasmallo, volvemos y lo despescamos, y otra vez lo echamos. Al otro día, ya
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a las seis de la mañana estamos en casa de Cundá aquí en Cataño. El nos compra el pescado y seguimos para acá. M: ¿No duermen en toda la noche? Toña: Echando trasmallo no dormimos si hay buena pesca. Cuando pescamos de noche de fondo también nos amanecemos hasta las cinco de la mañana. Es decir, dormimos un rato en el mar, y de día un rato y después de noche nos vamos a hacer la faena pesquera. ¡Yo, encantada! M: Me alegra ver que genuinamente disfrutan de su trabajo. ¿Por qué les gusta tanto la vida del pescador? Toña: Esa mar es mi vida y me fascina. ¡A mí me mientan una fiesta, cero fiestas! ¡No me interesa! Me mientan la mar, ¡allá es que voy yo! ¡Me tiene hechizá la mar! Yo voy a la mar, mi´ja, y enseguida que me pican, ¡qué alegría! Y cuando no me pican, pues me da un sueñito y me acuesto a dormir en la yola. Algunas veces empiezo a oír una música tan bonita. Una música del viento y del mar mismo. Y con esa música llego a dormir hasta que éste me dice: “¡Levanta el trasmallo, muchacha!” A veces lo echamos a las tres de la madrugada y lo dejamos hasta las cuatro o las cinco. Juan: A mí me faltan un par de meses para cumplir ochenta años, y he pasado toda mi vida en el mar. Simplemente, ¡me siento como un cañón! Todavía levanto pesas y to'. He sido cocinero a borde del barco de Bartolo Cabanillas cuando iba a Santo Domingo. Y fíjate, que el primer motor que vino a Puerto Rico yo lo compré en $25. Un motor de cinco caballos. Mis padres no pescaban pero arreglaban todos los artes. Yo me arreglo los artes de pesca y los motores también. Toña también te remienda los artes de pesca. Tantos años viviendo juntos, siendo la pesca la vida de nosotros . . .
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M: Pescando con el trasmallo, ¿cuáles son las especies que capturan? Toña: En el trasmallo cogemos cachicata blanco y cachicata amarillo. Otras veces pescamos pargos, médicos, arrayaos, chopas, muchas variedades. Ahora, el chillo es otra clase de pesca porque lo pescamos a 70 u 80 brazas con la ballestilla y el malacate. A veces le ponemos cinco o seis anzuelos a cada ristra. El chillo, tú sientes nada más como que dan así para abajo y para arriba. Entonces, tan pronto lo sientes, lo atracas y lo subes para arriba. Entonces lo suspendes un poquito. Si la ballestilla hace así (señala con las manos), es que has traído dos o tres chillos y hay que subirlos para arriba antes de que el tiburón los coja y los devore. Porque si no, se los lleve a todos. ¡Tú no sabes la cantidad de pejes que son que le han picao! Pero uno atraca y a veces trae cuatro chillos. Lo más que uno siente es esa tocada. Y tiene que atracar con todo lo que uno tiene, bien duro, para poderlos enbordar. Estos son los fuetes, y aquí tenemos la ballestilla que lleva 8 anzuelos en cada rendal. M: ¿No usan nasas? Toña: Ya no usamos nasas porque nos las llevaron. Parece que alguien nos ligaba un día cuando pescamos un quintal y medio. Cuando volvimos al otro día a recoger las nasas, ¡nada! Tuvimos que bajar a buscarlas con careta, y encontramos dos que se le habían abierto las puertas, pero no hallamos las demás. Y allí en esas nasas cogíamos langosta, chapines y muchos arrayao. Después yo le dije: “¿Por qué vamos a gastar dinero en nasas? Que si nos roban otra vez, las perdemos todas.” Allí ves la malla para armarlas. Juan: ¿Y sabes lo que nos costó ese rollo? ¡Ciento cuarenta pesos!
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M: Unos 20 o 30 años atrás, ¿no había de esos robos? Juan: No había tantos pescadores, y había más abundancia de pejes. Pues, todo esto antes era mangle, y había robalo por todas partes. Toña: Eso era, ¡engancha pescao y limpia pescao! ¡Engancha pescao y limpia pescao! M: ¿Cuáles peces le dejan el mayor ingreso ahora? Toña: Ahora, el chillo, el arrayao, la cojinúa. También para los meses fríos, la sierra y la macarela dejan bastante. También pescamos pargo, mero, picúa, besugo, y más. Y cuando hablamos del chillo, hay muchas variedades, ¿sabes? El otro día cogimos 50 libras en un solo lance y nos las compraron los muelleros. Los jureles los vendimos a $3 cada uno, jureles de siete, ocho, diez libras. María Beatriz: Normalmente, ¿a qué distancia de la costa pescan? Juan: Del Capitolio para afuera, pescamos a milla y media. Y a veces vamos a Boca'e Cangrejo, hasta Cadenas. Otras veces vamos a Punta Salinas, casi pegado a la orilla. Toña: En los arrecifes se cogen muchos pejes, pero uno arriesga la vida allí. Porque si de momento viene una turubuná y agarra a uno, ¡se acabó todito! Un día en el Caballo Rilinchí (una piedra utilizada como marca por San Juan) cogíamos cojinúa, y todos los turistas mirándonos y gritando, haciéndonos señales. Y cuando de momento yo miro, me digo: “¡Hasta aquí llegamos, porque vamos a volar!” Si esa ola nos cogía nos atrapaba. A don Juan le digo: “¡Negro, mira pa'tras!” Y este me dice: “No te apures. No tengas
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miedo.” Cogió el botecito y pasamos la ola por encima, y todos los americanos gritando. Caímos bien pero yo le dije: “¡Mira, metámonos ya! ¡Los pejes que se queden allá!” Esos arrecifes son traicioneros. Juan: Yo he sabido coger mal tiempo. Frente al Morro se ha formado un temporal que entró por aquí. Pero cuando sentí el cambio de viento vine para adentro. ¡Ave María!, y que había buena pesca de chillo aquel día. ¡Bueno, bueno! M: La vida del pescador, ¿Piensan que es una buen opción para un joven de hoy? Toña: Me gustaría que la juventud se dedicara más a la faena de la pesca. Eso ayudaría a quitar la perdición que hay ahora en Puerto Rico. La mente está ocupada en la pesca, que es una cosa bonita, y la pesca deja lo suficiente para poder vivir. Antes había más pejes, pero si uno sabe del mar, y si entiende de la luna, la pesca te recompensa.
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Cuando se disfruta de la pesca . . . Musin Suárez Playa, Vega Baja
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Musin Suárez con chillos frescos.
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Cuando se disfruta de la pesca . . . Musin Suárez Playa, Vega Baja
Durante lo que para muchos es una época de escasez y decaimiento en la pesca, Musin Suárez tiene fama de ser un pescador sobresaliente. Por casi dos décadas se ha especializado en la pesca de silga en aguas profundas. Más recientemente se ha dedicado a la pesca de nasa. Acompañada por la asesora marina María Beatriz Riesco, fui a conocerlo y a enterarme de las razones de su éxito para luego compartir lo aprendido con el lector. Lo encontramos vendiendo chillos a los dueños de restaurantes y a otros vecinos que saben que “los viernes, Musin tiene.” A continuación, gran parte del diálogo que sostuvimos durante un par de horas una tarde de agosto. Con la música del oleaje como fondo, conversamos a plena vista de sus embarcaciones, una nasa en construcción y otras evidencias de su vocación. Comenzamos preguntándole sobre el secreto de su éxito. Musin: Si quieres sacar, hay que gastar. ¡Hay que meterle mucha, mucha, mucha carnada en las nasas! Hay quienes tiran las nasas sin carnada. Otros dicen: “No pude levantar mis nasas hoy porque fui por la carnada.” Yo les digo, “¿Por qué no usan calamares? Si los calamares están baratos a 39 a 59 chavos la libra.” Se quejan de que el calamar está caro, pero no entiendo la lógica. Buscando
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carnada, están gastando combustible, perdiendo el tiempo; ¡y el tiempo vale dinero! Una caja de calamares vale $3.25. ¿Qué importa meter una caja en cada nasa si se le va a sacar $50 o $60 a cada nasa en chillo? ¿Cuál es la economía? Se ahorró $3 pero trajo solamente $7 de pescado, o gastó tres pesos y trajo 40 o 50 pesos de pescado en cada nasa? Oiga, si son diez nasas, ¡estamos hablando de chavos! Hay quienes intentan economizar con ponerle una soga bien corta a la nasa. Pero qué pasa. La soga está casi tensa y cualquier corriente se la hunde. ¡Y hay una corriente bestial! Cuando se hunde la soga, si se agarra en una corona (una piedra), la boya no sube porque la mitad de la soga está enredada y si no hay soga suficiente para salir a la superficie, desaparece la nasa. Entonces, ¿Cuál es la economía? Los 15 o 20 pesos que vale la soga, o los 100 pesos que costó la nasa? Otros, pues con un poco de viento, están en la orilla. Pero hay que pescar todos los días. Usted se fija que en cada puerto −en Arecibo, Vega Baja, San Juan, Aguadilla, Mayagüez, Cabo Rojo, La Parguera− hay pescadores que sobresalen. Esos pescadores nunca se quejan. Para los que sobresalen, la pesca es lo que más les gusta, y van todos los días. No es como los que dicen, “Yo soy pescador,” y van a pescar una vez a la semana. Hay cientos de ellos, pero al que le gusta, va todos los días; y porque le gusta, pesca mucho y no se queja. M: Me interesaría saber sobre cómo se formó como pescador y cuáles fueron sus primeras experiencias con la pesca. Musin: Nosotros éramos seis y mi papá siempre tenía una guagua estilo “pick-up.” Tirábamos un colchón atrás en la caja, llegábamos al muelle y mis padres se ponían a pescar de orilla al lado de la guagua. Nosotros seis en la caja peleando y durmiendo y brincando y saltando. Desde chiquitos estábamos en eso. A todos nos gusta la pesca. Soy el único que se dedica a la pesca
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a tiempo completo, pero mis hermanos han participado −y han ganado− torneos conmigo. Lo llevamos en la sangre. La otra cosa que me gustaba era el "surfing." Eso era en el principio del deporte aquí durante los años 60. En Puerto Rico había unos 20 de nosotros. Practicabamos aquí en Vega Baja e íbamos mucho a Rincón. Cuando no había oleaje, yo pescaba en un botecito de once pies, de aluminio, con una piedra de 50 libras en la proa. Pescaba y vendía el pescado hasta que llegaba la época de "surfing"; entonces se me olvidaba todo. M: ¿Tuvo la oportunidad de estudiar? Musin: Aunque siempre me ha gustado la pesca, había unas presiones (no de mis padres, ¿sabe?) de que uno fuera a la universidad. Todos fuimos. Yo no quería estudiar, pero para salir del paso, estudié para maestro de inglés. Para poder pagar la universidad empecé a pescar con una yola, estilo aguadillano. Pero esa yola no podía con las marejadas del invierno. Así que pescaba en el verano cuando había los calmazos. Después, en el 1972 y el 1973, trabajé los inviernos en La Mona como inspector de pesca y caza. Éramos solamente tres policías y dos personas de Recursos Naturales. Salía a pescar y ya a los 15 minutos teníamos todo el pescado que necesitábamos para todo el día. A veces, les preguntaba a los policías o a los amigos míos: ¿Qué quieren comer hoy? ¿Chapín? Y me dedicaba a pescar exclusivamente chapín. O “vamos a comer mero.” Y me dedicaba a pescar mero nada más . . . y rápido se encontraba. En el 1974 gané un torneo de aguja azul, de marlin, en Arecibo. Fue el primer torneo al que había asistido en mi vida, y cojí mi primer marlin. Como ya tenía experiencia de pescar sierra y dorado y atún y peto, gané ese torneo con un marlín de 420 libras. El gran premio era un carro. Vendí el carro y con esos chavos compré una lancha que me permitió pescar en el invierno. ¡La tengo todavía!
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Del 1974 en adelante, me he dedicado a la pesca a tiempo completo. Seguí yendo a torneos y pescaba diariamente para vender. M: Háblenos más sobre su experiencia pescando el marlin. Musin: Bueno, la pesca de marlin es la especialidad mía. Llevaba 18 años única y exclusivamente pescando de silga porque como la plataforma insular al norte de la isla pasa bien cerquita de la costa, era más conveniente dedicarme a los migratorios que a la pesca de fondo. Los biólogos del Departamento de Recursos Naturales se volvían locos con las estadísticas que yo rendía. Donald Erdman decía que las estadísticas mías eran las únicas consecuentes que existían sobre el marlin. Él podía contar con ellas. No había más nadie que se dedicara exclusivamente al marlin. También colaboraba con el biólogo Eric Prince, midiéndole los marlin que pescaba, sacándoles los otolitos para saber la edad de los animales. ¡Hasta cartas de agradecimiento recibía! Cuando empecé a pescar el marlin del 1974 al 1976, tenía que regalarlo a los negocios porque la gente no lo conocía. “¿Marlin?” ¿Qué es eso? Iba yo a los negocios y les decía: “Mire, regálelo, rífelo, véndalo; haga lo que quiera con él.” En las fiestas patronales de Vega Baja hubo marlin empanado que yo regalé por cuatro años corridos. A 50 chavos el filete empanado. ¡Imagínese! Y la gente: “¡Ay, qué bueno es esto!” Sólo pedía que les dijera a sus clientes: “Musin Suárez tiene de esto allí en la playa.” Eso era lo único. Así fue que el marlin tuve un auge aquí. Poco a poco iba creciendo. Los supermercados Pueblo empezaron a venderlo, y ahora vas a los campos de Jayuya y la gente de allí sabe lo que es el marlin. Así estuve unos 18 años hasta que prohibieron la venta de los marlin. Buscando yo alternativas, empiezo a pescar chillo.
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Pero es un proceso de reaprender, pues llevaba 18 años pescando otra cosa. Mª Beatriz: Uno cree que eso de levantar nasas es un trabajo sencillo. Pero es trabajo constante y duro. Dale que dale, hay que estar halando para arriba, vaciando la nasa, poniéndole la carnada, bajando la nasas, buscando la otra, halándola para arriba. Musin: Es un trabajo fuerte, sí, pero interesante y bien productivo. Para ser pescador, tiene que gustarle. Yo, por ejemplo, vengo de un día de pesca y ya quiero que amanezca para irme bien temprano. ¡Porque me gusta! Si a usted le gusta, va a hacer las cosas bien. Y si hace las cosas bien, ¡va a pescar! M: ¿Usted no usa equipo especial? Musin: Para pescar con nasas, tengo mi lancha de 17 pies con su malacate de gasolina como el que tienen todos los que levantan nasas. La única ventaja que tengo es la ecosonda. Para mí, ese equipo es vital. Invertí los $500 que cuesta porque en las profundidades del mar hay cordilleras, valles y abismos, y la ecosonda te localiza los lomos y los veriles, donde les gusta andar a los pejes. M: ¿Cuáles son las especies que pesca con las nasas, mayormente? Musin: Mayormente, pesco chillo y uno que otro mero, porque me gusta pescar en mar abierto, donde corren ellos. Ahora en octubre y hasta febrero, se mete una corrida bien buena de langosta. Entonces las nasas van para la orilla. De hecho, las dos que estoy haciendo ahora no son como las bien grandotas que uso para el chillo. Estas las estoy haciendo pequeñas porque van diez nasas en una misma línea, y después, diez más en otra línea. Tiraré unas cuarenta, cincuenta . . . . Es decir que se tira una
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boya, y las diez nasas se conectan por un cable. Se llama un rosario. Entonces vas recogiendo, poniéndolas a bordo y sigues recogiendo, poniéndolas a bordo hasta que tengas las diez a bordo. Tienen que ser pequeñas para que quepan. Mª Beatriz: Aparte del tamaño, la nasa para la langosta es diferente, ¿verdad? Tienen la entrada por arriba . . . . Musin: La nasa típica de langosta es un cajón de madera con su entrada por arriba. Pero éstas tienen la entrada por el lado. Sirven para langosta, y para pescado. Uno prefiere que no entren pejes en la nasa de langosta porque la langosta no entra en una nasa que tiene mucho pescao adentro. La solución es simplemente hacer una entrada bien grande para que el pescao salga fácilmente. La langosta es medio boba y da vueltas sin encontrar la salida. Para entrar, primero viene una langosta y después le sigue otra en fila. A veces tiene 15 o 20 en una nasa pequeña de 3' x 3' o de 4' x 4'. A la langosta no le importa que el espacio sea chiquito porque ellas se aglomeran en las cuevas, una encima de la otra y todas arreguindadas así. Pero el chillo sí, requiere una nasa grandota porque una vez dentro de la nasa empieza a buscar para salirse. Los chillos buscan el perímetro de la nasa y como están retirados del centro de la boca, se les hace más difícil salirse, aunque algunos se salen. Las nasas grandes de chillo son de 5' x 5' y de 6' x 6'. M: ¿Tira y recoge nasas todos los días? Musin: Probao, requeteprobao, más pesca una nasa en dos días que en tres, que en cinco que en diez. Y pesca más en dos días que en un día. Tiré nasas hoy. Ya mañana tienen bastante, pero pasado mañana tienen más todavía. Porque aunque pasado mañana ya se haya acabado la carnada, la curiosidad atrae y sigue trayendo pescado. Ya para el tercer día están esmayaos, y con ese desespero, encuentran la salida y se van. 82
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Como voy a estar pescando de silga en estos días, estoy haciendo unas nasas de 6' x 6' con una boca bien chiquita, en el mismo medio. Así ellos tendrán mucho perímetro por el cual explorar sin necesariamente ir al centro de la nasa para buscar la salida. Pienso dejarlas sin sacar unos cuantos días. Ahora, ¡todo esto es un experimento! Dentro de dos años le podré decir más todavía, porque uno va aprendiendo. M: Cuando decidió echar las nasas, ¿cómo aprendió lo básico para poder aprovecharse de esa pesca? Musin: Cuando decidí echar las nasas, fui a San Juan y le pregunté a quien yo considero el mejor de San Juan. Fui a Dorado y le pregunté a un buen pescador doradeño. Fui a Cabo Rojo y le pregunté a uno bien bueno de allí. Fui a Barceloneta y le pregunté a un campeón de Barceloneta. Hice lo mismo en Arecibo y en Isabela. Y me di cuenta de que lo que funciona en Cabo Rojo, no es lo que funciona en San Juan. Y lo que el de San Juan dice que funciona, el de Barceloneta dice que no funciona. Y lo que el de Barceloneta dice que si funciona, el de Cabo Rojo dice que no funciona. No hay un consenso. Uno me dice que hay que usar una malla plástica negra; otro me dice que es la malla galvanizada clara. Hice 5 nasas con malla negra y 5 nasa con malla clara galvanizada. Allá dicen que la nasa chiquitas; acá me dicen que la nasa grande. Hice nasas grandes y chiquitas. De la misma forma hice nasas con entradas por arriba, en el medio y en las esquinas. También experimenté con varias formas de nasas, inclusive con una nasa en forma de zeta. Esta pesca mucho pero da trabajo para sacarle la pesca. Ya de todo eso fui sacando, y ya tengo algo que funciona para mí. La semana pasada salió un especial por las noticias sobre la pesca. Pero yo conozco a un muchacho en Arecibo que
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diariamente pesca más que los tres botes juntos que mostraron por televisión. Ese muchacho experimentó, buscó la vuelta y aprendió de todo. Lo que él está haciendo ahora no es lo que hacía cuando empezó, ¿ve? Los que siguen haciendo lo mismo día tras día sin importarles, no van para ningún lado. Hay que estar siempre experimentando y cambiando según la experiencia. Con el marlin era así también. Cuando pesco marlins ahora no uso las técnicas que usaba hace cinco, diez o quince años. Quizás antes, cuando Dios andaba por el mundo, como dicen los viejos, uno tiraba por dondequiera y cogía. Ahora no. Ahora hay que trabajar. Pero es cuestión de lógica. Uno va apuntando todo lo que le va pasando, sacando un consenso de todo lo relacionado a un tipo de pesca, y encuentras una manera de hacerla productiva. Sé que todavía lo podría hacer mejor, y sé que seré más productivo todavía. Mª Beatriz: ¡Musin ha vendido atún fresco que se acabó! ¿Sabes, María? Musin: Beatriz me ha ayudado mucho porque aquí el atún fresco era malo para vender. Pero Beatriz me envió unos cien folletos de Sea Grant con recetas para el atún fresco, y yo se los regalaba a la gente. Tenía mucho atún fileteado allí, y la gente preguntándome: “Cómo se prepara eso?” Entonces, se llevaban el atún y el librito. Y ahora, con ese folleto, la gente se cree que son expertos en atún. Me he hecho de una clientela de atún, casi como la que tenía del marlin. Porque esa señora le dijo a la hermana o a la vecina o a la hija: “Mira, esto se prepara así.” Y ha crecido el interés. Es una de los pescados que más se vende aquí. Así que ahora cuando voy a pescar de silga, sé que el atún que pesque se va a vender. M: A través de los años que lleva pescando, Musin, ¿ha observado una merma en la pesca?
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Musin: En los marlin no he visto nada de cambio, pero generalmente, entiendo que sí. Antes tú ibas caminando por allí y cogías langosta por la orilla ¡en cantidad! Y en lo de los pejes de arrecife he visto la merma. Para mí es que los corales se han deteriorado por la contaminación. No quiero decir que esa contaminación sea de mercurio ni de químicos, sino por la construcción que se hace. ¡Tantas urbanizaciones que raspan el terreno, tantos árboles que se cortan! Entonces, llueve y lo que cae allá en la montaña pone el río colorao. Ese sedimento mata los corales; no se ven los que se veían antes. En cuanto al chillo, puedo decir que antes la gente pescaba chillos en 40, 50 brazas de agua para no pasar el trabajo de ir más allá. Esos mismos pescadores ven los chillos grandes que yo pesco y dicen que nunca los han visto así de grandes. Pues, dirán que la pesca está mala, pero hay que ir adonde los pejes. Esas profundidades están vírgenes. M: ¿No ha enfrentado ningún problema con gente robándole las nasas? Musin: La última vez que salí vi una nasa nueva entre medio de las mías. No le presté atención pero ya hoy, dos de las mías habían desaparecido. Hay muchachos que levantan las nasas y sacan los pescados, pero por lo menos tiran la nasa al agua y tú la consigues. Este otro muchacho se las lleva. Me da coraje porque no me meto con nadie y no me gusta que se metan conmigo. Y me duele, porque una nasa sale en unos $150 y lleva horas de trabajo. Valen también la soga y la boya. Peor aún es lo que deja de producir cada dos días durante el próximo año. Tenía once nasas, y ahora tengo nueve. Ahora mismo estoy construyendo unas cuantas. Allí tengo los armazones puestos y mañana pienso ponerles la tela.
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Palabras de pescadores
M: Entiendo que le parece injusto el hecho de que hayan prohibido la venta de marlin en Puerto Rico. Desde su punto de vista como pescador comercial de marlin, ¿podría explicarnos lo que pasó? Musin: Una vez que se había creado un buen mercado para el marlin, pasó que a ciertos deportistas les preocupaba el auge que estaba tomando ese mercado en la isla. Así que en el ‘88 u ‘89 impusieron la ley que prohíbe la venta de marlin. Ese ley se impuso por presión de unas pocas personas de éstas que tienen lanchas de $1,000,000. Empezaron a presionar a sus amigos los senadores, los representantes y los gobernadores para que hicieran algo. La revista National Fisherman lo explica todo. El Consejo de Pesca del Caribe se veía obligado a hacer vistas públicas, pero había que tener una bola de cristal mágica para enterarse de cuándo se celebraban. Yo me enteré por un comentario que sobreoí de unos deportistas. Se dio una sola vista, ¡en el Colegio de Ingenieros de Hato Rey! No es un sitio muy accesible para los pescadores de escasos recursos. Allí estaba la “crema” de los pescadores deportistas. Imagínese usted que me dio vergüenza aparcar mi Datsun mohoso entremedio de tanto Mercedes Benz y Volvo, y lo dejé afuera en la calle. En las vistas, sólo se tocó el tema de los palangreros americanos versus los beneficios que aportaban los deportistas a la economía. Nada se habló de los pescadores comerciales, el impacto económico que tendría una prohibición o la opinión de los consumidores. De hecho, no se tocó el tema de prohibición de venta absoluta del recurso, pues ¡allí mismo me hubiera dado un ataque al corazón! El ataque se me dio un poco después cuando de repente, la ley vino planchada por unos que tienen el poder para mover a los que hacen las leyes. Ellos hicieron lo necesario para detener el auge que estaba teniendo la carne de marlin en el mercado, pues no querían tener que competir con los pescadores comerciales. Y a ellos, no les importaba vender la carne de un marlin. ¡Si gastan
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$2,000 al diario en combustible, tripulación, el “quiche” de langosta que llevan, el champán para celebrar, el “whiskey” para tomar! Para convencerme, me ofrecieron un buen trabajo aquí, un buen equipo allí. Pero me explicaron clarito que ellos querían que no se desarrollara el mercado comercial. Entonces, ya que el puertorriqueño usaba hasta la cabeza del marlin para sopas −ni el espinazo se perdía− hicieron ver que aquí no había mercado, que la gente no comía el marlin, que aquí se perdía la carne. ¡Al contrario! Así que no estoy muy conforme con el papel que ha jugado el gobierno y el Consejo de Pesca en todo esto. Ahora mismo los marlin están aquí, desde esta cadena de islas hasta el Golfo de México, hasta las Carolinas y hasta las costas de Africa. La migración de ellos se extiende desde los 45˚ al sur del ecuador. Ahora, en toda la franja esa, ¿quién caramba le dijo a quién que había escasez? No existe ningún estudio. ¡Ni uno! Para mí esto es una injusticia. Basado en mis 18 años de experiencia, sé que la pesca de marlin representa una industria renovable en Puerto Rico. M: Sin embargo, hay otras clases de pesca en alta mar. Por ejemplo, la pesca de atún que mencionó . . . . Musin: Es que no se desarrolla la pesca como es deber. Los pescadores de Aguadilla prefieren la época de los dorados, porque es la época que más dinero les deja. Como los marlin, los dorados son migratorios, y están cerca de la costa en octubre y en febrero. Hacen una pesca de mucho dinero aún en sus yolitas pequeñas. ¡Imagínese si esa gente tuviera embarcaciones para poder perseguir los dorados de verdad! ¡O para perseguir los atunes o los marlin! ¿No es la responsabilidad de las agencias de gobierno buscar formas de desarrollar una buena pesca para Puerto Rico? Allí tenían la oportunidad. ¿Por qué siempre los mismos peces, los
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peces de arrecife: el chillo, el peje puerco, el loro? La plataforma insular es muy cortita para limitar la industria a una pesca de arrecife. Aquí en la costa norte y la costa oeste entre Aguadilla y la isla de Mona, pasa la migración de marlin y de atunes y de dorados migratorios, los que se reponen diariamente. Esos peces no están limitados a una plataforma insular. ¡Pues, al revés! Cortaron las alas a una pesca que se estaba desarrollando y que sí es un recurso renovable en cuanto al área. En ese momento, doña Maribel, la mamá de Musin, nos brinda unos refrescos naturales, y disfrutamos tomándolos. M: Musin, como soy estudiosa de la naturaleza, me intriga mucho el efecto que ejerce la luna sobre los animales. En Cataño, doña Toña me dijo que la pesca siempre es buena en luna menguante. ¿Qué me puede decir sobre la luna y la pesca? Musin: Es que los peces están en diferentes sitios según la luna. Ella conocerá los sitios preferidos por ellos durante la menguante. Ahora, yo le puedo decir que los marlin jalan más alrededor de la luna llena. Eso de la luna me acuerda de un vecino mayor, don Ramón Cabán. Le dicen “el sordo.” Aprendí a pescar con él; dormía en su casa y to'. Tenía su casita allí por la boca del río. Allí guardaba sus trasmallos y sus cosas, y guindaba un par de hamacas. A veces, él acostado en la hamaca, pegaba a hablar y hablar y hablar de todo. ¡Qué yo hubiera dado por tener una grabadora! Nunca ha tenido carro; sólo ha ido a pescar a pie. Entonces, iba al pueblo montado sobre su caballo con unas banastas a los lados, e iba por toda la barriada pregonando. Vendía su ensarta de pescado por dos o tres chavos. Cuando tenía sus zapatos para ir al pueblo, los amarraba y los llevaba por sobre el hombro para que no se le ensuciaran hasta llegar al pueblo, y era allí que se los ponía. 88
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Una vez me contó que venía la Nochebuena y había estado el clima bien malo. No había nada de comer para la Nochebuena. Entonces don Ramón fue a la boca del río a ver si pescaba por lo menos algo para pasar la Nochebuena. Tiró la atarraya, con las ganas que tenía de llorar, y agarró una cantidad de robalo que no se explica. Porque no había nada en aquellos lares. Fue un milagro que le sucedió para la Nochebuena. “Antes, Dios andaba por el mundo,” decía. Eso quiere decir que había mucho pescado; había de todo. Como buen pescador había algo de exageración . . . . Una vez, en los años 50, él cogió un tinglar tremendo. Era tan grandote que les dio trabajo traerlo a bordo. Me decía que sólo cabía la cabeza, el cuello y dos chambones amarrados en la popa 'e la yola. No podían remar por el peso del tinglar. Así que la iban puyando por los chambones atrás. Y la tortuga, molesta, movía las patas. Así caminaba la yola. Así y así. El pescador de a’lante cogió el remo, y llegaron a la orilla con ese motor de resuello. (risa de todos) M: ¡Tremendo cuento de pescador! Musin, es un placer y un honor tratar con una persona tan trabajadora, una persona que realiza un trabajo que le apasiona. Le felicito por haber dejado una profesión que conlleva quizás más prestigio social . . . para poder vivir a gusto. Musin: Sinceramente le digo que si hay un médico o un abogado o un ingeniero o un maestro o un barrendero que le guste tanto ser médico o abogado o ingeniero o maestro o barrendero como a mí me gusta ser pescador, ¡ese es una persona feliz!
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Detrás del marlin por Musin Suárez
Los días 18 y 19 de noviembre de 1980 fueron días muy especiales para mí. En esos días pude apreciar aún más el compañerismo y la amistad que existe entre los amantes de la pesca deportiva en Vega Baja, y el cariño y los buenos sentimientos que definen a esta comunidad. Esos días los recuerdo bien claros. Salí solo, como acostumbro, a pescar dorados en mi bote, la Tirijala, que es de 17 pies, con un motor de 65 caballos. Soy pescador comercial, y en esto muchas veces hay que “jugársela fría.” Recuerdo que estuve 45 minutos por el reloj corriendo a toda velocidad hacia afuera. Iba rumbo norte franco para encontrar un veril que estaba muy lejos. El día anterior había salido diez o doce millas afuera y no lo había encontrado, ya que el agua estaba bien turbia. Esa misma noche en la reunión de la directiva del Club Náutico de Vega Baja, le comentaba a Guangui lo lejos que había salido sin encontrar el agua clara. Le dije que al otro día iba a llenar el tanque de gasolina y correr norte franco hasta que encontrara el veril, dondequiera que éste estuviera. Pues bien, así lo hice y resulta que como a eso de las nueve de la mañana estimaba estar a unas 15 o 18 millas afuera, según el tiempo y la velocidad transcurridos al norte de Vega Baja. Encontré el veril y empecé a pescarlo hacia el este según la brújula
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del bote, ya que entre la distancia, la bruma y la curvatura de la tierra, no podía ver la isla. Me animó mucho lo buena que estaba la corriente para encontrar dorados ya que había mucho sargaso y “basura” donde seguramente iba a encontrarlos. Casi seguido de echar las carnadas al agua, cogí una picúa. Para mí, eso era indicio de que aquello allí estaba bueno. Di otra vuelta por el área y me tumbaron el tangón. Creyendo que era otra picúa, le dí mucha gavela para asegurarla. Cuando se enganchó me llevé tremenda sorpresa, pues vi que –en línea de 30 libras prueba− había enganchado un marlin azul cuya única intención era saltar y correr hasta alcanzar el horizonte. Pues, ¡yo voy detrás de ti, peje!, pensé. Recogí las otras líneas y los “teasers” y tumbé la capota para trabajar mi peje. Como tenía un marlin azul fuera de temporada en una línea fina, quería presionarlo poco y disfrutar la pelea. Lo estuve siguiendo hasta que lo tuve bastante cansado y cerca del bote. Entonces era cuestión de maniobrar el bote en neutro, riversa, un poquito de marcha hacia adelante, neutro otra vez y ahora riversa otra vez, que parece que va a salir a brincar. En uno de esos riverzasos contra el oleaje, le entró bastante agua al bote por la popa y –aparentemente− una de las olas me hizo un corto circuito en la cablería eléctrica del motor. Porque de repente, dejó de funcionar. Parece que el marlin sabía de mecánica y cuando se dio cuenta de la situación, salió corriendo otra vez hacia afuera. Al ver que la reserva de la línea estaba disminuyendo alarmantemente, puse la caña en el portacañas y busqué un motor auxiliar de seis caballos que siempre tengo abordo. Lo instalé en la popa del bote y como buen “fiebrú” de la pesca, en vez de seguir rumbo hacia la costa y olvidarme de pejes y pescao, seguí corriendo detrás del marlin.
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Detrás del marlin
Cuando estuve cerca del marlin fue cuestión de maniobrar otra vez la embarcación para cansar el peje. Neutro, riversa, un poquito de marcha adelante, neutro, riversa y neutro otra vez . . . Pero al cabo de un rato, se rompió la transmisión del auxiliar y ahora sí que estaba al garete. Miré alrededor de 360 grados y no veía ni rastro de la isla. Pero todavía es temprano, pensé. Puedo coger mi peje y después tratar de arreglar uno de los dos motores para regresar a tierra. Seguí peleando mi marlin con el bote al garete hasta que logré subirlo abordo. Tendrás algunas 150 libras pensé, pero me distes más trabajo que uno de 500. Ya eran alrededor de las doce del mediodía cuando empecé a bregar con los motores para regresar a mi tierra, pero al cabo de un rato entendí que era imposible arreglar ninguno de los dos. Ahí fue donde empecé a hacer los preparativos para quedarme al garete, ¡hasta sabe Dios cuando! Pensaba yo: Siempre tengo un galón de agua para casos de emergencia, así que eso no es problema por el momento. También puedo recoger la lluvia que caiga por la noche. Quedan dos sandwiches de jamón y queso, dos Pepsi Colas y un marlin entero, además de buen equipo de pesca para conseguir comida. También tengo un buen reflector de radar portátil para aparecer en la pantalla de radar de los barcos que pasen a un radio de 25 millas. Tengo además un EPIRBS, que transmite una señal de emergencia (SOS) en la frecuencia de las líneas aéreas comerciales un radio de 200 millas de alcance. No tengo radioteléfono, pero con estos otros equipos no deben tardar mucho en encontrarme . . . . Amarré dos baldes a la soga del ancla por la proa y la tiré al agua. Así, al arrastrarme el viento, la resistencia que iban a hacer los baldes en el agua mantendría la proa del bote hacia
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Palabras de pescadores
el oleaje, y no habría peligro de que un oleaje fuerte me virara la embarcación. Quité el auxiliar de la popa y moví todo el peso hacia el centro de la embarcación para alivianar la popa y nivelar el bote. Todo está bajo el control más o menos, pensé. Sé que estoy relativamente bien. Pero ¿qué pensará la gente en la playa ahora que está oscureciendo y no he regresado? ¿Qué van a pensar los viejos míos cuando los llamen a Caparra y les digan que yo no volví de pescar? ¿Cuántas cosas correrán por la mente de ellos al no tener idea de lo que ha sucedido? Alrededor de las ocho de la noche, mientras me comía un sándwich y me tomaba una Pepsi Cola, me fijé que en el cielo se notaba un aura leve resplandeciente y pensé que eran las luces de San Juan bien distantes. Al sur mío había otra aura más leve e imaginé que era el aura de Arecibo. Entonces la corriente me está cargando hacia el oeste y hacia fuera, pensé. Ya a esta hora se debe estar corriendo la voz de alarma en la playa. Ojalá pudiera decirles que todo está bien para que no se imaginen lo peor. Por ahora no hay más nada que hacer y estoy bastante cansado, voy a dormir hasta mañana que quizás sea un día largo. Recuerdo claramente la resonancia monótona de las pequeñas olas en el costado de la embarcación. Alrededor de las once de la noche me despertaron muchos “pasitos” en el piso del bote y pensé que quizás algún ratón había venido metido entre el doble fondo y el piso del bote y ahora había salido a buscar comida o a llevarse mi sandwich de jamón y queso. Me levanté haciendo mucho ruido para espantarlo pero entonces encontré que un pez volador había saltado dentro del bote y estaba aleteando por todo el piso. Me dio tanta gracia que me reí en voz alta y me extrañó el ruido de mi propia risa en aquella monotonía acústica.
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Entre las 4 y 4:15 de la madrugada me despertó un sonido fuerte, pero constante. Era un zumbido que desde que lo oí, sentí mucho miedo. Porque antes de ver lo que era, ya sabía de donde provenía y era una de las cosas que más me preocupaba. Del salto que di, caí parado en el piso del bote y pude corroborar lo que me temía. Era un barco de 250 o 300 pies que venía directamente enfilado hacia mi bote. Que me pasaran barcos cerca era una de las cosas que más deseaba, para poderles hacer señales y que me rescataran. Pero este barco venía directo hacia mí, ¡a rajarme en dos cantos! No podían verme por la oscuridad, y yo no tenía luces para advertirles. Además, a las cuatro de la mañana pensé, los tripulantes están durmiendo y el timonel debe estar dando cabezazos de sueño contra la brújula. Empecé a sudar frío, viendo la luz verde de estribor y la roja de babor del barco en todo momento, viniendo directamente hacia mí, y bien altas sobre el nivel del mar. Cuando se ve una sola luz, uno sabe que el barco está de lado y sabe la dirección que lleva según el color. Pero al ver ambas luces, uno sabe que viene a rajatabla, ¡directamente hacia donde uno está! Sintiéndome ya bien fuerte el pistoneo de las máquinas, pensé que en el último momento podía tirarme al agua para alejarme del bote. Un minuto o dos después (que parecieron dos horas) empecé a dejar de ver la luz roja de la izquierda y seguir viendo la verde de la derecha. ¡Me va a pasar por el lado! ¡Ya no me arrolla el bote!, pensé. Entonces, en dos segundos el temor y la ansiedad se cambiaron por desesperación para atraer la atención del barco, que me iba a pasar a 50 ó 100 yardas por el lado. Rápidamente cojí el bichero y le embollé mucho papel y plástico alrededor y le prendí fuego para llamar la atención. Recuerdo que después de
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tanta oscuridad me cegaba el brillo del fuego. Movía el bichero de lado a lado frenéticamente esperando que alguien abordo viera el fuego. Pero mis ilusiones se desvanecieron junto con el papel que se consumía. Me senté en la silla a ver el barco que se alejaba a la misma velocidad que se acercó y ya no pude dormir más. Al fijarme otra vez hacia la costa ya no se distinguía el aura de luces. Entonces confirmé que había estado flotando toda la noche hacia el noroeste, retirándome cada vez más y más de la isla. Esa madrugada hizo un amanecer bien bonito, o quizás fue el susto del barco que me hizo verlo así. Desde el primer dedito de luz que perforó la oscuridad hasta que salió el sol, estuve admirando lo precioso que era un amanecer en el mar. Ya más entrada la mañana vi un remolcador y una barcaza navegando hacia el sur, pero estaban tan lejos que habría sido inútil intentar atraer su atención. Subí la capota para protegerme del sol y me senté a comerme el último sandwich que me quedaba. Después de esto, pensaba, era cuestión de agua y pescado crudo. Miraba de reojo el marlín que tenía abordo, chequeando a ver que estuviera bien asegurado. Mientras desayunaba, me quedé mirando a lo largo hacia el remolcador y la barcaza que se alejaban, ya que era lo único que había a la vista que atraía la atención. Estando así sentado mirando, me fijé que cerca del remolcador había un puntito blanco que no estaba hacía un par de minutos. ¡Era otra embarcación! Rápido me volví loco levantando el manto de cubrir los peces en un tangón, y la camisa y un salvavidas en el otro tangón. ¡Por poco hasta me quito el trajebaño para hacer señas con él! Me paré encima del motor para estar más alto y seguí mirando y habiendo señas hacia la embarcación. Cuando vi que
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se dirigían hacia mí sin duda alguna, me senté otra vez en la silla. ¡Me habían visto! ¡Me encontraron! Empecé a bajar los tangones y la capota; quité el reflector y preparé una soga para que me remolcaran los que pensaba serían de la Guardia Costanera. Pero al acercarse más, me di cuenta que no era la Guardia Costanera, sino que era la Tamm, el Mako 25 de Rivera Biascoechea que venía a toda velicidad. “¡Esto es un milagro!”, decía yo. Encontrar este botecito a esta distancia de la isla y tan al oeste de Vega Baja es como encontrar una aguja en un pajar. Cuando por fin se acercaron al bote con la gritería y el júbilo que se armó, se me saltaron las lágrimas. ¡Esto era algo verdaderamente increíble! Recordé entonces que cuando estaba desayunando y divisé el bote a lo lejos, me puse a hacer señas y dejé el sandwich y la Pepsi-Cola en el asiento. Cuando se estaban acercando los muchachos con cara de preocupación, me senté en la silla y les ofrecí sandwich o Pepsi Cola para que desayunaran, como si no hubiera pasado nada. Entonces, de broma querían dejarme allí al garete y regresar a tierra. Amarramos la Tirijala al remolque y me pasé a bordo del Tamm. Allí estaban Ricky, Guangui, Alberto, Tico y Bobby, y formamos una algarabía de la alegría que sentimos. A todo esto yo estaba con los ojos llorosos de la emoción que sentía. Me vinieron a la mente los tres compañeros pescadores de Arecibo que el año anterior salieron también en una excursión de pesca . . . y nunca los encontramos. Según me cuentan los muchachos, a eso de las ocho de la noche se corrió la voz de alarma de que yo no había regresado de pescar. Se avisaron unos a otros y a eso de las nueve de la noche ya había siete lanchas en el agua para comenzar la búsqueda que
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habían organizado. Salieron Ricky, Guangui, Alberto, Lico y Baby en la Tamm; Burbuja, Payo y Willie en la Solimirta; Tavín, Froy y Edgardo en la Martita; Tomás, Juan y otras personas en la María de Lourdes; Rafy y el Loro en la Melao; Ángel en la Brenda City; José Pizarro en la Ivelisse, en fin todas las lanchas disponibles que ahora no me vienen a la mente. Y se dispersaron en forma de abanico a navegar de noche buscándome. También llamaron a los papás míos y echaron la Letargo con mis hermanos Jaime y Tere y Celso Portela y Pepito Nater a buscarme también. En la orilla de la playa estaban, según me cuentan, las esposas de éstos, y los hijos y todo el vecindario, preparando café y sandwiches; en fin pasaron la noche en vela. Como a eso de las cuatro de la mañana regresaron todos a la orilla, ya que estaban flojos de combustibles. A esa hora sacaron las lanchas del agua y en caravana fueron al pueblo. Entonces, despertaron al dueño de la gasolinera y llenaron los tanques de todas las lanchas para proseguir la búsqueda. Todo este combustible fue pagado por el Club Náutico de Vega Baja y no ha habido forma de que acepten que se les devuelva el dinero. Volvieron a echar las lanchas al agua y de madrugada salieron de nuevo a la búsqueda con el mismo plan de dispersarse en forma de abanico. Como la noche de la reunión de la directiva yo le había comentado a Guangui los planes que tenía para el otro día, él se acordó de esto y lo comentó con Ricky. Entonces decidieron salir bien lejos y −dado el viento que hizo esa noche− desviarse bien hacia el oeste. Es curioso que a eso de las 4 de la mañana, varias personas que estaban en la rampa vieron un supuesto “flare” o luz de bengala, que tiré supuestamente yo, y les avisaron a las otras lanchas. Pero yo no tiré ningún “flare.” ¡Yo ni siquiera tenía “flares” abordo! Lo que es aún más, a la distancia hacia afuera y hacia
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el oeste que yo estaba de la playa, ¡no se hubieran visto ni cien “flares” que se tiraran a la vez! La cuestión es que le dijeron a las lanchas más o menos la dirección del “flare” y se dirigieron todas en esa dirección general. La Tamm, siendo la lancha más grande y rápida y con los más “esloquillaos” abordo, corrió en esa dirección, cambiaron el rumbo y corrieron y corrieron. Dejaron de ver la isla y corrieron aún más todavía. A lo lejos vieron el remolcador y la barcaza que yo había visto, y siguieron por ese rumbo, pasaron y siguieron hacia afuera y ahí fue donde me encontraron. Calculamos que estábamos alrededor de 25 o 30 millas al noroeste de Arecibo, ya que tuvimos que correr mucho tiempo hacia el sureste antes de comenzar a ver tierra. Aún así, salimos más abajo del Río de Barceloneta. Cuando estábamos ya como a diez o doce millas, por el radioteléfono avisamos a las demás lanchas y nos encontramos todas allá afuera. Rápido aparecieron defensas y sogas y se amarraron todas en forma de balsa. Enseguida apareció el whisky y el ron y el hielo y allá fuera en altamar nos pusimos a celebrar. ¡Hasta yo mismo me dí un palo, que nunca bebo! De ahí seguimos para la playa y cuando llegamos allí, ¡el espectáculo era algo increíble! Todo el vecindario se había aglomerado allí en la vigilia de por la noche y por el día. Cuando llegamos, se formó una gritería, ¡y unos aplausos de alegría que me llegaron al corazón! Por suerte Tere, mi hermana, en forma de broma me empujó del bote y me tiró al agua porque así pude “camuflagear” las lágrimas de sentimiento que se me estaban saliendo. Aunque allí todos estaban “trasnochaos” y amanecidos por la búsqueda, mi papá invitó a todas a casa a beber y seguir la celebración y ahí aproveché yo para invitarlos a todos a comer pinchos al carbón del marlin que nos había causado tantos
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problemas. Fue allá en casa, oyendo los relatos particulares de cada persona, donde me di cuenta de la ansiedad y los problemas que les había causado. Pero también me dí cuenta del cariño y el compañerismo que une a una comunidad como la de nosotros. Por eso digo yo como dijera alguien hace algún tiempo: ¿Vega Baja? Mire . . . ¡eso es Melao Melao!
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Desde su balcón, don Adolfo Sanabria Hidalgo nos cuenta de sus andanzas.
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Así era La Playuela Adolfo Sanabria Hidalgo Borinquen, Aguadilla En mayo de 1993, redacté esta entrevista con don Adolfo Sanabria Hidalgo, su esposa Cruz Ferrer y su hija Adela para publicarla en el Boletín Marino de Sea Grant. La presenté para que sirviera como modelo para realizar investigación social e histórica a través de la tradición oral en las escuelas intermedias y superiores. Ahora que mi diálogo con don Adolfo aparece como parte de un libro, sugiero que luego de leer la siguiente entrevista con detenimiento, el lector seleccione algunas de las preguntas que aparecen al final para posteriormente discutirlas con familiares o −en los casos apropiados− en el salón de clases. Espero que así las preguntas sirvan de inspiración para otras investigaciones basadas en los conocimientos de vecinos y familiares que han vivido en otros tiempos. Adolfo: Pues, ahora estoy jubilado pero de los 83 añitos que tengo, llevo 68 años en la pesca. Empecé a pescar cuando tenía siete y ocho años porque mi familia me crió pescando, gracias a Dios. Llegué al tercer grado, pues no había más nada aquí. He pescado siempre y pescar ha sido mi oficio. M: ¿Pescaba de cordel?
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Adolfo: He pescado con cordel y anzuelo, pero casi siempre usaba el chinchorro de arrastre. Íbamos cuatro o seis a tirar un chinchorro de 179 brazas de largo y seis brazas de ancho con plomo y boyas. Dos personas íbamos en la yola para tirarlo y tres, cuatro o más lo jalaban desde la playa. También zambullía a puro pulmón, sin careta, sin nada. Tenía fama de poder aguantar la respiración por mucho tiempo, y la gente decía: “¡Ahí va!” cuando me veían. He sacado a 22 personas del agua, medio ahogados. De esos, cinco o seis se ahogaron. Hay que saberlos sacar. Yo les decía: “Yo te saco, ¡pero no me aprietes!” (risa) Una vez salvé una muchacha de Bayamón. Ella estuvo grave en el hospital por un mes, pero vive. Cuando salió del hospital, vino con su papá y él me ofreció $1,000 por haberla salvado. Pero dije: “¡Dios libre! Si yo le hago un favor no lo hago por interés.” En los días de antes se pescaba por amor al arte. Se puede decir así porque casi no se vendía el pescado. Se vendía a cinco chavos la libra de tanto pescado que había. La gente pagaba una peseta por una langosta de siete libras. Las chicharras se cogían por miles y miles. Había pequeñitas que servían de carnada y había grandes. A veces había que botarlas a las doce del día mar afuera para que no se pudriera en tierra. Se cogía también la vaca (un atún), la arenca, la caballa, el jurel. ¡Había una abundancia! Esa pesca era en yolas sin motores y en todo Puerto Rico sólo había unos cientos de pescadores. Ahora hay 5,000 por toda la costa. M: En su día, ¿era la pesca relativamente segura o corría usted muchos riesgos pescando? Adolfo: Tuve unas cuantas aventuras. Una vez cuando tenía unos 15 años iba en la yola. Como el chinchorro siempre se enredaba en las piedras o en cantos de hierro, yo me zambullía a sacarlo. Una vez, mientras sacaba el chincorro de un lado, se me enredaron los pies y no pude subir. ¡Busca manera y busca 104
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manera! Pero con el tiempo que llevaba en el fondo ya yo estaba malo, a punto de quedarme. No sé cómo fue que hice así. (Patalea.) ¡Rompí el chinchorro y salí! Entonces subí hasta la yola, pero estaba asfixiado. He pasado muchos sustos en el mar. Una vez cuando ya estaban las cosas malas en la pesca, me convidaron a dir pa’fuera. Era adonde le dicen el faro nuevo, para Peña Blanca, once millas de la orilla y a remo. Nos cogió un golpe de mar, mi’ja, y nosotros pa’bajo, ¡al agua! La yola se volteó pero se mantenía a flote. Luchamos nadando hasta que pudimos montarnos sobre el mismo fondo de la yola. Y vino otro golpe más y la yola se viró y se hundió. Entonces sí, ¡tuvimos que nadar, nena! Nadamos y nadamos hasta llegar a un banco. Después de un rato largo aparecieron unos que venían de pescar y nos recogieron. Perdimos la yola, la pesca y todo el equipo, pero nos salvamos nosotros, que es lo más importante. M: En aquellos tiempos, hace 50 o 60 años, ¿cómo era un día típico de pesca? Adolfo: Yo me despertaba a las dos o a las tres de la mañana, y solito porque cuando uno se acostumbra a madrugar, el cuerpo le dice a uno cuándo tiene que levantarse. Entonces llamaba a los pescadores con una trompeta de caracol, de carrucho. El “fututo,” se llama. Lo mantenía debajo del catre y venía siendo el despertador de todo Borinquen. El sonido de ese caracol llegaba hasta bien abajo y entonces los otros pescadores del barrio me contestaban. M: Entonces la oscuridad de la madrugada se llenaba del sonido de esa música costera, marina . . . . Adela: ¿Música? ¡Y qué música! ¡Si eso era un ruido de lo más malo! (risa de todos) Si yo quería romper ese caracol y los vecinos también, teniendo que escucharlo ¡a esas horas de la madrugada! 105
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Adolfo: (risa) Entonces me ponía el pantalón y el sombrero. Jamás faltaba el sombrero. Caminaba más de media hora hacia la playa con los otros de aquí arriba, llevando los mechones que hacíamos de unas botellas de gas con tapones de papel para alumbrar el camino. No había calles, sino callejones marcados por alambre ‘e púa. Había culebrones a esa hora, pero bajábamos descalzos y no les teníamos miedo. Una cosa curiosa para esa época era que la gente que había festejado en la playa la noche anterior dormía al ladito de la vía del tren. Allí dormían porque estaba limpiecita la vía. Mujeres y to’; nadie las molestaba. A veces uno tenía que levantarlas porque dormían tan cerca de la vía que cuando venía el tren las chocaba. M: Y cuando llegaba a la playa a las cuatro de la mañana, habría una santa tranquilidad, ¿verdad? Adolfo: Nena, ¡si a esa hora lo que había era gente fiestando . . . y trabajando también! Porque en aquel tiempo había un tal llamado William; le decían “el Tortoleño.” Pues, ese tortoleño era contrabandista. Traía el barco cargado del contrabando de aquel tiempo: el brandy y la ginebra, todo prohibido. Él tenía tres embarcaciones que venían de noche. ¡Hasta motores tenían! Como el tortoleño, ya no hay gente. Era muy servicial. Su espíritu tiene que estar bien adelantado. Llevaba de comer a la gente que no tenía y remolcaba las embarcaciones cuando hacía falta. Mucha gente trabajaba desembarcando el contrabando y guardándolo en el monte, enterrado. Él les pagaba por esconderlo. Empezaban a las once o a las doce de la noche y ya a las seis o a las siete de la mañana estaban descargadas unas seis mil cajas. Y esas cajas iban a parar a San Juan, a todas partes de la isla en los carros de la gente de aquí, de Aguadilla. M: ¿Cuál era esa playa?
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Adolfo: La Playuela, nena. ¡Nuestra playa! La que ahora se llama “Crashboat.” Mucha gente venía a buscar agua con latones y calabazos de higüera, porque había un manantial allí cerquita de la playa. Le decíamos el caño. Esa agua era bien buena y la gente también. Usted podía andar por cualquier monte y nada le pasaba. Allí las mujeres lavaban la ropa. En el caño de La Playuela. Cruz: ¡Allí nos ligaban a nosotras! (sonríe) Adolfo: ¡Eso del ligazo está por todos sitios! (risa de todos) Había una parcela llana donde dejábamos un par de yolas y los chinchorros, pero dependía del río. Si había mucha gente, ¡se encendía! Entonces bajábamos por unos callejoncitos, en medio de dos casitas de las más pobrecitas, para tirar el chinchorro por allí. Cuando iba aclarando, lo que nosotros decíamos la clara del día, teníamos el chinchorro echado por aquí y salían los pejes del sur para el norte porque iban a comer en el río. Con echar el chinchorro una sola vez bastaba. Jalamos el chinchorro a eso de las siete de la mañana y a las ocho lo que nos quedaba era el trabajo de remendar los boquetes. Adela: Entonces, por la mañana les llevábamos su café en botellas con tapones de papel. De vez en cuando, un pedacito de pan. Adolfo: Eso era el desayuno de nosotros. Y yo con la aguja y el cordoncillo, remendando el chinchorro. Es un trabajo que tarda ¡eh!, si me he echado dos o tres meses en tejer un chinchorro largo. A las doce del día a veces quedaban diez, doce o quince brazas de lazos sin remendar y tenía yo que ponerlo a secar para el otro día. Se ponía en la yola, que se llamaba Náyades. A veces terminaba a las tres de la tarde. ¡Si he aguantado sol en esa playa! M: ¿Cómo hacían ustedes para vender el pescado?
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Adolfo: Había quienes pagaban cinco o seis chavos el paquetón, pero ves, que había tanto pescado que yo lo regalaba también. Lo regalaba para no perderlo, pues había quienes no tenían para comprarlo. Y aún así, ¡mucho que enterré en la arena! ¡Si no había neveras! En casa el pescado se sancochaba o preparábamos la marota −harina con pescado− o lo comíamos asado. M: Y cuando llegaba a casa después de pescar. ¿Cómo pasaba la tarde? Adolfo: Yo venía a casa a las dos o a las tres de la tarde a comer, a descansar, a trabajar en la tala. Había de todo: gandules, maíz, guineos. ¡Había corazones, mangó, aguacate, calabaza, guanábana. Teníamos gallinas, guineas, cerdos. Escúchame ahora. En este planeta Tierra, soy un hijo de bien porque he hecho mucha caridad. No tengo enemigos. Hay muchas personas que pasan coraje y lo que tienen si no lo venden, lo botan. Pero yo, lo que no vendo, lo regalo. Hay muchos que no tienen dinero y siempre ha sido así. Regalábamos la carne de cerdo, nena, porque no había chavos. Nadie por aquí compraba comida. Para que no se perdiera, preparábamos la carne de cerdo con sal. La picábamos y le echábamos sal. La gente de las salinas traía la sal y se la comprábamos. O la preparábamos al humo. Y así se conservaba la carne. M: Así que usted ha visto unos cambios muy grandes en la vida. Adolfo: He visto cambios . . . En la misma playa, había una cueva de fondo seco; se llamaba la cueva de las golondrinas. Ahora se llena de agua la cueva. Todavía hay unas cuantas golondrinas pero en el tiempo en que yo pescaba, había millones y millones.
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Había otra cueva de golondrinas en la Central Coloso pero la desbarataron. Ahora hay un crimen aquí y es que ciertos buzos vienen y se cogen to’. No dejan ni un pejesito y cogen donde no hay muchos pejes. Mira, antes había tantos y tantos caballitos de mar. Y ahora cuando hay uno sólo, ¡se lo llevan! Y ese caballito es medicina. Si antes, ¡hasta el sargaso se hervía para la fatiga! Algo bueno de ahora es que en la misma playa los fines de semana doña Guela prepara el pescado frito con tostones, mucha cebolla encima, vinagre y aceite ¡Ave María! Vienen de Bayamón y vienen de San Juan a comer el pescado de doña Guela. Preguntas y experimentos 1. La educación formal o académica de don Adolfo estuvo limitada hasta el tercer grado. Sin embargo, su educación vocacional comenzó cuando tenía solamente siete u ocho años y le perduró para toda la vida. Hoy todos tenemos la oportunidad de estudiar hasta la escuela superior. Sin embargo, muchos carecemos de oportunidades de aprender destrezas prácticas. Nombre tres habilidades aprendidas fuera de la escuela que puedan servirte como preparación para ganarte la vida. 2. Hablando sobre su experiencia rescatando a personas a punto de ahogarse, don Adolfo nos revela ciertas actitudes sobre el valor del dinero y el ser servicial. Describe estas actitudes. Compara estas actitudes con las tuyas y con las de otras personas de la edad de don Adolfo. En el caso de don Adolfo y en el tuyo propio, ¿qué factores contribuyeron a la formación de estas actitudes?
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3. Don Adolfo menciona la vaca, la chicharra, la arenca, la caballa y el jurel como especies de peces típicas de Aguadilla. ¿Qué peces abundan en las aguas de tu municipio? Busca dibujos o fotografías de éstos. Entonces, escoge dos o tres tipos de peces, y averigua si las poblaciones de éstos han mermado durante los últimos 50 años, los últimos 20 años, los últimos 5 años. Según los pescadores, ¿a qué se debe la merma? 4. Cuando don Adolfo describe un día típico de pesca hace 50 o 60 años, podemos observar que carecía de varias formas de tecnología que utilizamos hoy día. ¿Cuáles son éstas? Mantén un diario y anota en él todas las formas de tecnología que utilizas en un día típico. Intenta vivir un sábado o un domingo sin estas conveniencias. Mantén un diario sobre tu experiencia viviendo “a lo natural.” Discute con tus compañeros cómo tus actitudes, actividades y otros aspectos de tu vida son afectados por la tecnología. 5. Comparte la entrevista de don Adolfo con un pescador moderno. Pregúntale cómo es un día típico de pesca para él o ella. Compara éste con el día típico de don Adolfo 50 o 60 años atrás. 6. El cuento del Tortoleño nos enseña algo sobre la economía de Aguadilla hace 60 años. En aquellos tiempos, ¿por qué consideraban “contrabando” el brandy y la ginebra? 7. El transporte del contrabando era una fuente de ingreso clandestina para muchas personas en Aguadilla durante las décadas del 20 y 30. Identifica tres fuentes de ingreso clandestinas actuales y compara las causas y efectos sociales de las cuatro.
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8. Don Adolfo utiliza ciertas palabras que posiblemente sean nuevas para ti. Busca las definiciones de las siguientes palabras: braza, calabazo, chinchorro de arrastre, fotuto (fututo), higüera, latón, yola. (Algunas se encuentran en el glosario de este libro.) 9. La familia de don Adolfo comía lo que él pescaba o lo que se cosechaba o se mataba en su propio barrio. De los productos que consumes, ¿cuáles provienen de Puerto Rico? ¿cuáles provienen de tu municipio? ¿Cuántas personas que conoces tienen que ver directamente con la producción y preparación de productos comestibles? ¿Qué importancia tiene la producción de alimentos en el Puerto Rico de hoy? ¿Debe tener más (o menos) importancia? 10. Durante la entrevista, don Adolfo nos describe una comunidad unida. ¿Qué cosas compartían los miembros del barrio Borinquen de Aguadilla durante los años 30 y 40? ¿Cómo comparten los miembros de tu barrio o comunidad ahora? 11. Al final de la entrevista, don Adolfo menciona unos recursos naturales que han desaparecido. Averigua cuáles recursos naturales han desaparecido en tu barrio o comunidad. Nombra tres que todavía existen y deben ser conservados. Si uno de estos recursos estuvieran amenazado, ¿qué harías para ayudar a conservarlo?
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Decidí entrevistarme con Juan y Aníbal Rosado después de enterarme sobre un proyecto de conservación de pesca impulsado por los mismos pescadores de su barrio, La Parguera. El proyecto comenzó cuando el biólogo marino Jorge García Saís consiguió fondos de Sea Grant para investigar la viabilidad de establecer una reversa marina pesquera (zona vedada para la pesca) para reestablecer las poblaciones de peces comerciales. Los hermanos Rosado y muchos de sus vecinos pescadores reconocen la necesidad de establecer un área de crianza a través de una veda que permita que unas poblaciones se repongan. Expresan tener la esperanza de que mientras el arrecife se satura nuevamente, algunos peces cambien de ambiente y vayan habitando áreas adyacentes para que la pesca mejore en toda la zona. Me reuní dos veces con los hermanos Rosado, parguereños de nacimiento y de crianza. Hablamos en el patio de la Villa Pesquera de La Parguera, rodeados de nasas, pelícanos y los sonidos de conversaciones de los otros pescadores que ocupaban el banco del muelle. M: ¿Cómo se formaron como pescadores? ¿Les enseñó su padre? Juan: Yo era cachorrito; tenía unos doce años cuando empecé a salir con mi padre a ver cómo se pescaba. Porque había llegado el
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momento de ayudarle. Y ¡cogía esas mareadas! El viejo me decía: “¡Tú no vas a servir para nada porque te mareas!” Pero no le cogí miedo. Seguí ayudándole. También me enseñó a hacer nasas de bejuco. Usábamos un bejuco, “de patita” se llamaba, y otro “de costilla.” Durante la segunda guerra, hubo una escasez de alambre. Entonces hacíamos nasas de bejuco na’ más. M: ¿Había que preparar el bejuco para hacer las nasas? Juan: Había que echar el bejuco en agua por bastante tiempo. El día que se iba a trabajar, se sacaba por la mañana para que cogiera un poco de sol y empezábamos a trabajarlo. El viejo hacía las tapas; y yo, el larguero. Nunca aprendí a hacer el nasillo (la entrada). La nasa de bejuco no se puede usar en aguas profundas porque se desbarata. Pero nos ayudamos bastante con ellas. Entonces, me enamoré, me casé y dejé que Aníbal siguiera trabajando con el viejo. Aníbal: No llegué a bregar la nasa de bejuco pero las vi hacer. También iba a pescar con gente que usaba las nasas de bejuco. Pescan mucho más que las nasas de alambre. Especialmente en el arrayao y en el boquicolorado. ¡Comprobado! Es que se asemeja a la yerba, ¿ve? M: Hoy día, ¿cuándo deciden usar la nasa de bejuco? Aníbal: Ahora nadie usa la nasa de bejuco en La Parguera porque don Monte, el señor que las hacía, murió hace unos cinco años. Él sí era un maestro. Él las hacía hasta de dos nasillos. Yo me decía: “Contra, van a dejar que don Mon se muera y no lo van a poner a que enseñe a alguien. Porque después que él se muera, no habrá nadie.” Entonces murió.
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Uchi Mendoza trajo unas nasas de bejuco de Santo Domingo. A mí me dio una y le dio otra a Kiko. La mía la tenía en casa como artesanía y después se la di a Kiko. Y me decía que cuando pescaba con esa nasa, daba lástima ver las otras. Disfrutó mucho de ella pero no duró mucho. El bejuco es un material que −pescando todos los días− se carcome dentro de mes y medio. Juan: Pero fabricar una nasa de bejuco es trabajoso. Para hacerlo como yo aprendí a hacerlo había que tener la cintura fuerte. ¡Pero lo mucho que avanzaba don Mon! Él los hacía sentado sobre una banqueta. Tenía un palillo que iba apretando. Nosotros no aprendimos ese sistema. Nosotros lo hacíamos con la punta de los dedos. Teníamos que ir pinchando, pinchando. Pero haciendo las nasas de alambre, tú coges un rollo de alambre. Y como ya tienes las medidas, le pegas las tijeras . . . Aníbal: En un solo día tú puedes llegar a armar ¡hasta doce! No tenerlas listas para pescar, pero tenerlas bien armadas. Con el bejuco, te coge un par de días para hacer una nada más. Juan: El viejo y yo hacíamos una en el día; el viejo hacía las dos tapas y yo hacía el larguero. Se hacían en forma de triángulo. ¡Es un trabajo! ¿Sabes lo que es tejer esos paños? M: ¡Será duro como el diablo para doblar las esquinas! Juan: Es duro sí, pero quien sabe lo hace fácil. Porque si el bejuco no dobla, uno le va dando la vuelta hasta que se pone blandito. M: Y para el cuadro, ¿qué clase de madera usan? Juan: Tiene que ser madera de costa, una madera que dure más que el bejuco. Puede ser de maví, puede ser de cerezuela. Maderas así que son secas y fuertes. Hay una nasa de esas en (el
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hotel) Villa Parguera si quieres verla. Pero no quiero saber de nasas de bejuco (risa). ¡Si ese sacrificio no paga, nena! M: Para la época de los treinta y los cuarenta, ¿pescaban con otros artes o dependían exclusivamente de la nasa? Juan: Las seis nasas de mi papá eran suficientes para alimentar a la familia. Mucho después, tenía unas dieciséis de alambre. Había tanto y tanto pescao . . . y no había neveras para guardarlo. Pescábamos cuando nos ponían el telegrama, un mensaje que venía el señor de Lajas a comprar pescado tal y tal día. Cuando él venía, había que tenerle el pescado ¡vivo! Se guardaba en un tanque hasta que llegara, y él se lo llevaba al pueblo en su guagua. Del ‘45 pa’lante, los negociantes de Cabo Rojo y de Ponce también hacían contratos con los pescadores. Papá tenía un contrato y cuando los de Ponce enviaban el telegrama, había que tener el pescado. Pero como esto era virgen, con unos pocos cobos o un canto de langosta de carnada, pescábamos los capitanes de anzuelo. Aníbal: Nosotros mismos acabamos con el capitán, ¿sabes? Antes se veían los capitanes por dondequiera y ahora si un buzo ve un capitancito de cinco o seis libras se asombra y comenta: “¡Qué capitán más grande!” Nosotros cogíamos los capitanes de veinte libras, ¡pero muchos! ¡Quintales! ¡Y esas picúas! ¡Y los pargos! Había manadas de pargos de todas clases. Ahora el pargo está escaso. Cuando La Parguera todavía era un pargal, echábamos los cascos de carrucho al agua y tú no veías el fondo sino manchas de pargos. ¡Y la pesca de mero cabrilla! Una vez, en el tiempo de desove, un tío mío que usaba nasas cogió ¡seis quintales de mero cabrilla! Yo me acuerdo. Lo pesaron en el muelle, y le dieron veinticuatro dólares por los seis quintales. ¡Si eran silvestres! Ahora todos nosotros juntos durante todo el tiempo de desove no cogemos lo que cogió ese señor en un solo
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viaje. ¡Eran toneladas! Pero nadie sacó películas de lo que era La Parguera. Ahora que hacen las películas, no hay casi nada que ver. Juan: Los corales han desaparecido. Magueyes estaba forrada de corales. Antes se veía ese coral que se llamaba “teta de perra” por todo esto, pero ahora no se encuentra. M: Los corales, ¿todos tienen sus nombre folclóricos? Aníbal: Está el yerbo santo, que es un coral vidrioso que se parece al árbol de navidad, bien largo para arriba; y hay los pinacos, que nosotros le decimos caleta, que crecen bien altos. Juan: Ese coral lo trabajó Carlos Goenaga. ¡Algunos tenían unas cuarenta pulgadas de espesor! Según él, estudiando los corales, uno puede saber la edad del coral y sobre las condiciones del clima a través de los años. Uno va como si fuera leyendo el coral viejo. Aníbal: Pero no se puede comparar lo que hay ahora con lo que había antes. M: ¿Tienen una idea de cuál haya sido la causa principal de tantos cambios? Aníbal: Han sido los adelantos. Porque antes no había motores. Entonces uno iba a vela o a remo, e iba a un solo sitio en un día. De repente con los motores, uno va a tres o más sitios en un día. Es más, en un día uno puede pescar toda el área desde La Parguera hasta Playa Santa. Los artes de pesca también. Antes uno tardaba mucho tiempo en tejer un filete de trasmallo o de un chinchorro. Ahora se compra hecho y se arma fácil. Y antes no se buceaba. Yo soy buzo y sé que el buzo es quien más ha dañado la pesca. Antes se cogía solamente lo que había en la trampa. Ahora, no. El buzo
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coge lo que hay en la trampa y lo que no hay también. El buzo tiene ciertas piedras marcadas. Saben cuáles piedras son las que producen langosta y pulpo. Siendo buzo, sé que nosotros hemos destruido el carrucho y la langosta, que está en decadencia también. Antes el carrucho se cogía con un garabato en agua de no más de diez pies, y el carrucho del hondo sobrevivía. Ahora no. Ahorra se coge todo. El buzo acabó con el mero cabrilla. Como es un peje bobo, se deja coger con una escopetita. ¡Rápido se llena el saco! ¡Y con el carey! Juan: Antes, se veía el carey y allí mismo se preparaba el equipo y se lo echaba. El trasmallo lo cogía porque pasaba por donde la embarcación. Pero el buzo va a buscarlo. Aníbal: Todavía hay carey. No lo toco, ¡Dios libre! Pero si existen todavía careyes en La Parguera es gracias a la ley y las multas que se cobran. Esa ley se hace cumplir. Y aún así, no hay muchos. M: ¿Cuántos pescadores comerciales hay en La Paguera compitiendo por el recurso? Juan: Habrá unos 40, pero quizás algunos 80. Porque hay muchos que trabajan en tierra, y cuando se les afloja el trabajo en tierra, vienen a pescar. Otros salen del trabajo a las tres de la tarde y van a pescar a las cuatro hasta las nueve o las diez de la noche. Vienen de Lajas, de Guánica, de Cabo Rojo, de todos lados. Aníbal: Como todo el mundo tiene su motor, es fácil llegar a los cayos. Pero las hélices de los motores van enredándose y arrancando la yerba. Y una vez que se arranca la yerba, no crece más. Aquí los comedores desaparecieron, se puede decir. Porque por toda esta orilla había mucha yerba marina, mucha Thalassia.
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Ahora no hay nada. Mira, María, si donde se varó la lancha de Pedro García, se dejaron los surcos de las hélices sobre el fango, y nada ha crecido allí. M: Hace un año me entrevisté con Jeffrey Holmquist, biólogo marino del Departamento de Ciencias Marinas, que estudia las praderas de yerba marina en La Parguera. Él me explicó que los sitios “limpios”, donde se ha arrancado la yerba son bien hospitalarios para ciertas algas marinas. La presencia de estas algas interfiere con la luz que le llega a la yerba. Entonces no nace más yerba, y muere la que hay porque si ésta no recibe luz no puede realizar la fotosíntesis; no produce el alimento que requiere para su crecimiento. Juan: Eso es correcto. La yerba requiere de mucha luz. Solamente crece donde hay sol. Es por eso también que ha desaparecido donde hay casetas (casas sobre socos en la orilla, donde una vez había mangle). Porque debajo de una caseta no crece la yerba. Ha sido una combinación de la sombra, las hélices, el sedimento. Porque aquí en la orilla, ¡hay que ver la turbidez de estas aguas después de un fin de semana! Aníbal: Y los desagües . . . Y la tierra que echan para rellenar debajo de las casetas. Algunas personas lo han hecho. Esa tierra va entrando en las aguas de la orilla. Juan: Pero no es solamente en la orilla, porque la construcción allí en aquellos montes afecta el agua. Por eso, no llego a entender la posición de Recursos Naturales. Porque dicen que van a conservar La Parguera para el turismo, pero el turismo destruye los recursos. O es una cosa o la otra. ¡Este fin de semana metieron cinco orquestas en el pueblo! Somos unas mil personas aquí en La Parguera, pero los fines de semana vienen de seis mil a ocho mil, a veces más.
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El parguereño se acuesta temprano para madrugar, pero hay sábados que estoy llegando de pescar a la medianoche y veo esas luces y me digo: ¿Qué es esto? ¡Si son las doce de la noche y la gente no se ha acostado todavía! M: Se está impulsando alrededor del mundo un nuevo tipo de turismo, el ecoturismo. La idea es visitar un lugar para aprender sobre sus recursos naturales y a la vez integrarse uno a la cultura local; no inundar el sitio con gente, carros, música a todo volumen, sino compartir con la gente del pueblo, ir con ellos a conocer el medio ambiente y también de alguna forma contribuir a la conservación de estos recursos. Quizás en vez de abrir discotecas y barras en cada esquina, se montarían centros educativos: un jardín botánico de plantas útiles de La Parguera, un museo marino . . . los viajes en lancha o en yola serían también viajes educativos, no como ahora que sueltan a la gente sin darle orientación sobre los recursos ni sobre el manejo de la embarcación. Aníbal: Ahora mismo una persona compra una embarcación por ahí y da unas vueltas y se cree que sabe muchísimo. Yo he estado pescando con trasmallo, y viene uno de ellos y le he hecho una señal; le he indicado que tengo un trasmallo. Pero se ha quedado enredado porque no entiende la señal. Entonces cuando voy a enseñarle el daño que me ha hecho, me dice: “Yo creía que me estaba diciendo adiós.” “No”, le digo. “Le estaba dando señales de que tengo un trasmallo. Se supone que pase con el motor levantado por ese sitio.” El que tiene el equipo no sabe manejarlo. ¡Debe haber una ley! Una vez yo estuve con Paquito velando un cardumen de cojinúa y le digo: “Paquito, mira. Esos se van a varar ahora en el cayo ’e Las Conservas. Míralos como vienen.” Es que cuando la marea está llena y la mar está en calma, no se notan los cayos. Entonces Paquito me dice: “Dales la señal.” Cojo el remo y empiezo a darles señales, pero ellos siguieron y se encallaron,
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¡con el motor dando brincos por encima de las piedras! Fuimos para allá y les gritamos: “¿No vieron las señales que les dimos?“ Y dijeron: “Vimos que usted movía un remo, pero no sabíamos que era una señal.” Juan: Ahora todos tienen embarcaciones, y las tratan como si fueran juguetes. Deben de hacer algo para enseñarle a la gente las señales . . . y también los daños que hacen las embarcaciones mal manejadas antes de irse a pasear por La Parguera. Nuestros canales de mangle son una belleza, pero pasan unos botes cargados de muchachos que quieren pasar a las millas por los canales. Un muchacho de San Juan ha solicitado permiso para poner una escuela de esquiar en los canales. ¡Pero qué disparate! En nuestros canales habitan manatises, y esa clase de movimiento no es compatible con las raíces de mangle que enredan a cualquiera. ¡Te matan! M: Si visito un canal de mangle, voy a escuchar las aves y a sentir la tranquilidad, a observar las formaciones que hacen las raíces, a ver si quedándome inmóvil puedo ver algunos animales silvestres. Si voy a motor y a las millas, ¡mejor voy a un parque acuático! (risa) Aníbal: Hay un muchacho, artesano él; Charlie Le Breton se llama. Él lleva pequeños grupos de turistas, y cuando llega a los canales de mangle, suena una corneta que tiene y se revuelcan todas las aves, mayormente unas que se llaman gallaretas. La gente se vuelve loca escuchando el cantío de tantos pichones y viéndolos. Hay quienes vienen a grabar el sonido de los pichones. ¡Suena duro! (risa) M: Me interesó algo que dijo Aníbal cuando hablamos de la pesca. Dijo que el mero cabrilla es un pez bobo, que se deja capturar fácilmente. ¿Podrían hablar sobre la personalidad de los diferentes peces?
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Aníbal: Sí, el jalón del mero cabrilla es diferente a todos los demás. Coge la carnada y se queda allí bien quieto. No se mueve. No sientes nada. Cuando tú subes el cordel pa’arriba es que sabes que hay uno. Juan: Es más, si hay mucha cabrilla, puedes poner el anzuelo que quieras: media docena de anzuelos, y lo sacas todos cargados. No es como otros pejes, como la rubia (colirrubia) que sí es lista. ¡Si la rubia es capaz de arrancarte la carnada y dejarte sin na’! Aníbal: El pargo también te roba la carnada con las puntitas de los dientes y se va huyendo. La sama es otro peje que yo diría que es bobo. Se echa la carnada pero hasta que no la siente en el buche no corre. Juan: El pescador conoce el peje por la forma en que come. Hay veces que digo: “Aquí tengo un condenao peje puerco prieto.” Y el muchacho que me acompaña me dice: Pero, ¿cómo sabes que es un peje puerco? Y yo: “¿Cómo no lo voy a saber? ¡Con tantos que he cogido!” El peje puerco empieza a sacudir y a sacudir y después va dando cantazos. Aníbal: El peje pluma también, que le cambiaron el nombre. Ahora le dicen “espalda ancha.” Yo le digo al muchacho: “Aquí traigo una espalda ancha.” Y él: “¿Cómo tú sabes que es una espalda ancha?” Y yo: “Pues, ¡por el jalón!” Va sacudiendo. Hay mucho movimiento, algo como el del peje puerco pero más fuerte. Además, uno sabe que aquí en la orilla no hay del peje puerco. El medregal jala duro y empieza a dar la vuelta redonda a la embarcación. Haciendo como si fuera un caballo en un corral. Se sabe que es medregal. M: ¿Van de vez en cuando a pescar de corrida?
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Juan: Cuando hay mucha sierra, la pesca de corrida deja. Pero depende de la luna. Aníbal: Porque cuando la luna está grande, la sierra está pendiente a los pejes vivos y come de noche. Y como uno no va de noche a buscarlo, pues no pesca nada. Hay que ir en la menguante. M: ¿Qué carnada usan para pescar la sierra de corrida? Juan: El bajalú. M: ¿Vivo? Aníbal: Nosotros no, pero en Guánica, usan el sistema de la carnada viva, y pescan más. M: Hablando de carnada viva, ¿usan ustedes la atarraya? Aníbal: Aquí sabemos muy poco de la atarraya. La sabemos tirar un poco, pero aquí como no nos dedicamos a la pesca de carnada . . . Juan: Aprendí a fabricar la atarraya pero nunca cogí la maña de tirarla. Hay quienes cogen el plomo en la boca para que abra mejor, pero aquí teníamos a Juan Vega, que te la tiraba con una sola mano y quedaba hecha un paraguas. Pero no es solamente la tirada. Uno va detrás de las jareas lento, lento, en la punta de los dedos para que no te sientan. Un Rambo no pesca nada con atarraya, ¿sabes? (risa) Hay que tener paciencia y hay que practicar. Porque hay que saber la distancia que hay entre uno y los pejes para tirar la cantidad de atarraya que es. M: Ustedes saben que vine a verlos porque son parte de un grupo de pescadores que están luchando por conservar la pesca en
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conjunto con el científico Jorge García Sais. Para ustedes, ¿qué significa el establecimiento de una reserva pesquera? Aníbal: Le decimos Reni al muchacho, al científico. Pues él vino a orientarnos sobre los beneficios que se podrían dar de nosotros vedar la pesca en un cayo durante varios años. La idea es dejar que se recupere la población de pejes en ese cayo, y poco a poco esos pejes van a poblar los otros arrecifes. Nosotros los pescadores nos pusimos de acuerdo y escogimos el sitio. Juan: Escogimos el Turrumote porque queda bastante retirado y casi nadie pesca allá. ¡Si ya está sobrepescado! Todos estamos de acuerdo. El Turrumote tiene manglar y tiene los pinacos. Además, las gaviotas y los alcatraces (pelícanos) ponen sus huevos en ese cayo. Turrumote sirve para hacer varias clases de estudios. Lo único es que requiere vigilancia porque vendrán otros pescadores de otras áreas, de Guánica, del Faro, ¿sabes? Recursos Naturales tendrá que colaborar con nosotros porque sin vigilancia no lograremos nada. Necesitamos un cuerpo de la policía marítima o de Recursos Naturales que haga que se respete la veda. Los pescadores no podemos ser los vigilantes. Eso no funciona; pues no tenemos la autoridad y un pescador podría tomar represalias contra otro. Aníbal: Tendrán que hacer como hicieron con el carey, que comenzaron quitándole las embarcaciones a la gente, y ahora están metiendo cárcel, imponiendo horas de trabajo con el gobierno y multando . . . ¡y son multas grandes! Debe ser así. Que den un primer aviso, y que digan: “Si te vemos aquí otra vez, te multamos.” Tendremos que hacer muchos anuncios para que todos tengan conocimiento. Van a haber unas boyas marcando el área, y las boyas lo van a decir también.
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Juan: Porque después de tantos años de tomar de la mar, hay que darle algo a ella. Hay que dejar que descanse. O nuestros hijos no comerán pescado sino de agua dulce. M: ¿Qué esperan ver durante los próximos años si el experimento de la reserva pesquera funciona? Juan: Reni ya tiene fotografías de cómo está ese cayo. Tiene videos. Pero como no vamos a tirar nasas ni vamos a usar trasmallo ni chinchorro ni anzuelo, pues todos los pejes que están allí van a llegar a adultos. ¡Esa es la idea! Aníbal: Y yo, por ejemplo, podría decirle a Reni: “No voy a pescar hoy, quiero ir contigo a ver cómo se ve el cayo.” Me gustaría que muchos de los pescadores que bucean vayan con él a verlo, y también que vayan los otros que creen que no va a dar resultados. ¡Para que vean que sí! Juan: El pescador tiene que ser como el agricultor. Porque el agricultor conserva la tierra; deja descansar la tierra y va rotando las siembras para que la tierra no se agote. Y los pescadores, ¿vamos a ser destructores del recurso que nos da vida? El pescador no siembra para después cosechar, pero sí, podemos dejar que la mar descanse. Así vamos conservando para el futuro. Aníbal: Poner ese cayo en veda es como sembrar. Porque dejamos que los pejes pongan los huevos y que esa semilla crezca y se riegue. M: Creo que tienen otras cosas en común con los agricultores. Porque muchos productores se siembran y se cosechan según la luna. Ustedes ya mencionaron que pescan la sierra en luna menguante. ¿Observan otras reglas relacionadas con la luna?
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Juan: Pescando con nasas, cuando viene la “muerte de luna” como decimos nosotros, o en el “cambio de luna” cuando la noche está oscura, salen las nasas bien flojas. En los días de luna llena, pescamos más. Algunos científicos no creen en eso, pero la luna tiene mucho que ver, sí. ¡Mucho que ver! Y otra cosa que te voy a decir: cuando hay luna, hay que conservar la pesca rápido en hielo. No puedes dejar que le dé la luz de la luna por dos o tres horas. Te la pudre bien podrida y no sirve. ¡Se le forma un babero! Dice uno, ¿pero cómo va a ser? Pues, pregúntale a otros pescadores a ver lo que te dicen. Aníbal: Hay que tapar los peces y hay que meterlos en hielo, aún siendo la noche fresca. Sin embargo, de día no le pasa nada. La luna llena te lo daña más rápido que el sol. El pescador novato no lo sabrá, pero lo sabe el pescador que ha perdido su pesca. Todos los sabemos. Yo me dedico a pescar mayormente en noches oscuras porque así no ven el trasmallo. No ven la trampa y se enredan. Y para la pesca de fondo, también la luna tiene que ver mucho. Para la pesca de fondo, con anzuelo, buscamos mayormente que la luna esté oscura. Eso está comprobado. Juan: ¡Vete a pescar con anzuelo una noche de luna clara a ver lo que vas a coger! Con la luna clara el peje no se atreve a salir porque lo ve el enemigo, el peje más grande. Y se lo come. Pero vas con la noche oscura y te encuentras quintales. Para pescar la colirrubia, tiene que ser la noche oscura. Es una pesca bonita, ¿sabes? Cuando viene el cardumen de rubias, le tiras la carnada así, y en segundos las tienes abordo. Fácilmente puedes coger uno o dos quintales. Porque es una pesca rápida, y las hay grandes. M: Yo las he visto en la playa tan y tan chiquitas que me duele en el alma.
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Aníbal: Eso es que las han pescado en el chinchorro. Yo tengo un chinchorro con una malla de tres pulgadas. Y los chiquitos se cuelan. El chinchorro que tiene buche trae muchas rubias pequeñas. Mata muchos pejes. Entonces, muchos sacan el chinchorro a la arena, y la arena se les mete en las agallas y las mata. Yo tenía un chinchorro de malla pequeña, pero siempre lo despescaba en el agua. Así, se cogía el pescado que servía, y lo otro se soltaba vivo. M: Esa es una buena forma de pescar, con respeto por el recurso. Además, el tamaño de la otra malla que usted usa −la de tres pulgadas− permite que todos los pequeños se filtren. Sé que tienen reglamentado el tamaño de la malla de las nasas, pero ¿hay algún reglamento sobre el tamaño de la malla de los chinchorros? Aníbal: Se supone que no se haga el buche con el mismo tamaño de malla del chinchorro, pero cierta gente usa una malla bien pequeña en los buches de los chinchorros. Usan la malla de una pulgada, la que sirve para pescar el balajú. Así atrapan muchas rubias, muchos pejes de valor, pero tan pequeños que no sirven. Yo nunca traigo pescado que no sea comible. El chinchorro mío no tiene buche pero yo hago con él como si lo tuviera, amarrándolo por la parte de abajo. Y el pescao pequeño se va. Así yo gano un poco de tiempo, y salvo a los pejes pequeños. Quien pesca con el chinchorro, debe de tener un balayo, un saco de hilo. En el agua, uno va sacando el pescado bueno del buche del chinchorro, y lo que se queda es mayormente el pequeño. Entonces se vira el buche al revés para que todos los que queden se liberen. De otra manera, si se saca en la arena, se pierden todos los pequeños.
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Palabras de pescadores
Juan: La idea es conservar el recurso. Porque son pejes que van a crecer, y tienen valor comercial. Si los echamos a perder, no tenemos futuro. Aníbal pesca quintales y no desperdicia el recurso. M: ¿Pesca todos los días? Aníbal: Casi todos los días. A veces voy pa’fuera a correr, y cuando hace tiempo de calma, me dedico a hacer filetes de trasmallo, que yo los arrastro como si fueran un chinchorro. No es como la pesca de mallorquín, que se deja y va pescando sólo. La pesca de arrastre pesca obligado. Se cerca un área tan grande como una casa, y se va arrastrando. A veces lo hago sólo. Entonces, anclo y allí abajo voy con el balayo y una escopeta, a pescar el peje grande que no enmalla, como el chapín y alguna sama que venga. Juan: La pesca requiere de mucha habilidad y requiere de otros conocimientos. Como hablábamos de la luna, hay que conocer los vientos también, y las nubes. No es tanto como antes que usábamos vela . . . Aníbal: Si dependiéramos de velas todavía, ¡habría bastantes pejes en el mar! Porque navegar a vela requiere conocimiento. Yo soy uno que si hay mucho viento, no salgo porque la corriente me cierra el filete y me lo hunde a veces. Pero un viento leve, el viento galesna que decimos, pues ese viento nos gusta más que la calma. Juan: Son los vientos alisios. Vienen siempre del este y son constantes. Un viento que venga del oeste no nos gusta por más pequeño que sea. Porque el viento normal para nosotros viene del este. Cuando viene del oeste, pensamos: “Viene un mal tiempo.” Ahora, un viento leve del sur se asemeja al viento del este, y está bien porque el cayo te protege.
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A veces cuando hay un viento fuerte, nadie va a pescar, y yo digo: “¡Que siga soplando un par de meses por lo menos, que eso va a proteger la pesca!” No ves que esa es la naturaleza que no deja que pesquemos. Aníbal: ¡Así se reponen los pejes! Después, ¡hay buena pesca! Tiro el trasmallo y con dos lances nada más tengo lo suficiente y viro pa’tras. Juan: Pienso siempre en el refrán: “Al mal tiempo, buena cara.” Porque hay que respetar el mal tiempo. No te pongas guapo cuando venga el mal tiempo. Hay que tener humildad ante la mar y hay que saber navegar. Y es muy importante saber las nubes, el viento. Yo iba mucho a navegar con Martínez Nadal de Ciencias Marinas, y me preguntaba sobre las nubes. Cuando íbamos lejos, me preguntaba: “¿Qué clase de día va a hacer hoy?” Y yo le decía: “Hoy va a hacer un día bien bueno para navegar. ¡Mire esas nubes!” O le decía: “Hoy se moja la cubierta.” Porque había visto las nubes de vientos fuertes. Estas cosas las conocemos los pescadores porque estamos siempre metidos dentro de la mar. Aníbal: A veces llegamos aquí por la madrugada y miramos: “Mff, ¡que del cayo para allá no pasamos! Y es así. A veces llegamos hasta el cayo y vemos que hay que regresar. Los pescadores de nasa están bien pendientes de las nubes. A veces, cuando vemos que van creciendo rápido para arriba, regresamos en seguida. No esperamos a que venga a cogernos. Juan: Eso lo sabemos desde muchachos, porque escuchábamos a los viejos. Decían: “Mañana sí que va a hacer así o asao.” ¡Y no fallaban! Había que escribirlo y era así. El pescador es como la tijerilla y el alcatraz. Porque esas aves son pescadoras, y
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están siempre pendientes al tiempo. El pescador depende de sus observaciones. Hay que observar la naturaleza. Aníbal: Porque siempre recuerda, María: Tijerilla en tierra, ¡tormenta en la mar! (risa de todos)
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Manuel y Edwin Ilarraza Rodríguez abrazan a sus sobrinas mientras Julio Pizarro nos entretiene con un cuento.
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Tres valientes de Vieques Julio Pizarro, Edwin y Manuel Ilarraza Rodríguez Montesanto, Vieques En agosto del 1993, fui a Vieques a compartir con la familia de Carmelo Rodríguez Torres, quien había sido mi profesor de literatura puertorriqueña en el Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto Universitario de Mayagüez. Fui impulsada por el deseo de conocer la vida viequense, especialmente en relación a las plantas que crecen allí. Carmelo me presentó a su hermano Juanito, que pudo identificar unas quince o veinte plantas que yo no había conocido en la isla grande. El sol, el aroma del verdor, las quenepas dulces y jugosas y el calor familiar de los Rodríguez y los Ilarraza me impresionaron y me ocuparon durante los primeros días. Entonces Edwin, el sobrino de Carmelo, me llevó a pescar antes del amanecer . . . y mi visita tomó otro rumbo. Salimos del muelle a las cuatro y pico rumbo a Culebra. No habían pasado ni cinco minutos cuando comenzó a silbar un coro de delfines en la noche oscura. Y seguía silbando. No sabía si eran pocos o muchos. Sólo recuerdo que me sentía arropada por el sonido, el movimiento de la yola, la textura de las estrellas sobre la negra mar. Mis lágrimas celebraron la pureza del momento, la naturalidad y el milagro de ir de pesca acompañada por delfines silbantes. Me sentí tocada, transformada en algún lugar del alma que hasta ese momento no había conocido.
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Los delfines nos acompañaron hasta la pequeña bahía culebrense. Entonces, en las primeras luces de la madrugada Edwin tiró la atarraya. Desde entonces, mis mejores momentos en Vieques estuvieron relacionados con la pesca, con el agua, con una bahía bioluminiscente colmada de peces que brincan azules y verdes en la oscuridad, con el pescado frito con arepas que prepararon Petra y Provi, y con las palabras de tres pescadores valientes de la Isla Nena. Julio Pizarro lleva 50 años pescando y ha confeccionado, utilizado y remendado toda clase de artes. Conoce el este de Puerto Rico como pocos, pues ha pescado no sólo en las aguas viequenses sino también en las de Naguabo, Yabucoa, Humacao, Arroyo, Patillas y Maunabo. También en las de las islas de Santa Cruz, Santo Tomás y San Juan (Saint John). Julio enseñó a los hermanos Edwin y Manuel a pescar, y ahora Manuel es su compañero de pesca. La siguiente entrevista recoge unos momentos dinámicos durante una conversación que duró horas en la marquesina de la casa de Edwin y Manuel. Los refrescos de limón brindados por doña Provi, y la presencia de las sobrinas de los muchachos amenizaron el ambiente. M: A veces nos quejamos del precio del pescado, pero la verdad es que la vida del pescador es una de sacrificio . . . Ustedes se levantan a las tres y media de la mañana y están en la mar hasta las dos de la tarde. Entonces, a vender el pescado . . . Julio: Para pescar bien, hay que tener calma. Porque mucha gente va a pescar y rápido dicen: “Aquí no jalan na’.” Y se van. Pero el peje no está esperando a uno con la boca abierta. Hay que tener la calma. Porque ahorita va a jalar. Manuel: Hay que tener el conocimiento sobre la luna y las mareas. Porque a veces uno está con la comida y el peje no come porque las condiciones no están propicias. Los pejes pueden estar
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allí, pero si no se reúnen ciertas características de mar, de luna, no van a picar. M: Sé que ustedes tienen secretos, ¡y muchos! Pero lo que más me impresiona es el sistema de marcas que han desarrollado. Allí en el medio de la mar, yo veo un cielo de azul, un fondo de azul y un cordelito. Ustedes están viendo marcas y aplicando unos conceptos de la geometría bastante complejos para ubicarse. Julio: ¡Manuelo es un fenómeno con las marcas! Manuel: Hay pescadores que usan el sistema de una sóla línea. Pero nosotros usamos dos líneas, para que se forme una L. Así no puede hacer un error; uno llega al punto preciso. A veces el pescador tiene tantas y tantas marcas en el cerebro que es como si se saturara de marcas. Es como si uno fuera una computadora, de verdad. Y son diferentes las marcas de día y de noche. De noche se usan las luces. Julio: He estudiado la navegación, pero este aquí ha navegado de noche usando esas marcas . . . (risa de los tres) Manuel: Hace como dos semanas que tuve esa aventura. Yo siempre voy con Julio a pescar, pero ese día, Orlando me invitó y me fui con él. Fuimos a Culebra a buscar carnada y pescamos por las piedras de San Tomas un buen rato. Cogimos 96 libras de pescado. Entonces le dije a Orlando, “Oye, antes de la una de la tarde, nos vamos.” Bien. A la una menos diez, él prende el motor y arrancamos para Vieques. Pero no habíamos caminado ni media milla cuando el motor se rompió. Nos pusimos a bregar a ver si era sencillo o no, y a Orlando se le cayeron unas piezas al agua, del nerviosismo. Entonces me puse a bregar con el motor también y con la volanta. En ese intérvalo de tiempo en que yo bregaba con el
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motor, él trató de arrancarlo. Yo tenía la mano sobre la volanta y me la raspó. Me raspó, y me quedé bien quemado. ¡Mírame aquí! (Muestra tremenda cicatriz en el antebrazo.) Seguimos bregando, pero el motor no prendía, y dije: “Orlando, aquí lo único que hay que hacer es ponerle vela a la lancha.” Y le pusimos vela. Fuimos navegando según las marcas, según las luces, por ocho horas. M: ¿De qué hicieron la vela? Manuel: La hicimos de lona plástica, de la que había en el sartillo. Cogimos los remos y los aguantamos a un ángulo de 90 grados. Entonces, los amarramos con soga por los lados y por el medio. La punta de atrás la amarramos en la cornamusa de atrás, en la esquina. Quedó bien ajustaíta, bien preparaíta, ¡como una vela! Había viento pero tardamos ocho horas en llegar. Según las marcas pudimos entrar al muelle y todo. A vela entramos, y todo el mundo aquí asustao. ¡Imagínate! Si salimos a las cinco de la mañana y llegamos a las diez y treinta de la noche. ¡Qué día más largo! M: Edwin, habrás tenido aventuras por ahí . . . Manuel: Cuando cogió la burbuja. M: ¿La enfermedad que le dicen “los bends?” Edwin: ¡Eso mismo! Por la presión cuando uno va subiendo. Aquel día me levanté tarde, como a las cuatro y treinta de la mañana. Salí de aquí como a las cinco, fui al muelle, y el compañero mío ya se había ido a pescar. Yo me quedé solitario, y con ganas de ir a bucear. Entonces hablé con un señor que se llama Papafú. No era mi compañero de confianza, exactamente, pero decidimos irnos a pescar.
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Ya eran las seis y pico de la mañana. Pues, llegó una amiga mía, y me dijo: “Adiós, ¿pero vas a pescar a esta hora? Es mejor que no vayas, porque tú siempre sales a pescar temprano, y una vez que se da un tropiezo por primera vez, pasan cosas grandes . . . .” Y yo: “¡Que si tropiezo!” Me reí . . . y me fui por encima de la opinión de ella. Nos montamos en la lancha, y el compañero me dijo: “Mira, que el tiempo se ve bien feo por allí.” Y yo le dije: “Pero si ese tiempo va pasando por San Tomas.” “¿Y dónde es que tú quieres pescar?” me preguntó. “Por allí, por San Tomas,” le dije. “¡Pero tú estás loco! ¡Si por allí no hay más que lluvia!” “Pero no vamos a sentir nada de eso”, le dije. Porque cuando uno está buceando uno no siente nada del mal tiempo. Entonces arrancamos. Y cuando estamos entre Vieques y Culebra, me dice Papafú: “Mira negrito, lo mejor que hacemos es virar, porque esto está difícil”. Y yo, “¡No, no, no! ¡Salimos pa’llá y pa’llá es que es!” Entonces, cuando llegamos al sitio que tiene fondo de mero, me puse el primer tanque, y ¡qué mucho mero había! En el primer tanque yo cogí ciento diez libras de mero, y seguimos. Pero antes de ponerme el tercer tanque, le digo: “¿Qué hacemos? ¿Gastamos aquí este último tanque o nos vamos para Vieques allá en lo llano para hacer descompresiones?” Y él me dijo: ”Muchacho, ¡mejor nos vamos a hacer descompresiones!” Pero, yo, tras la pregunta, me fui por encima de él y le dije: “¡No, vamos a quedarnos aquí, mejor!” Cuando voy bajando, veo un tiburón chiquito, más o menos de tres pies. Pasó a las millas. Me viene a la mente: “Aquí van a haber tiburones a la centella . . . Voy a gastar como mil libras de aire, nada más, para subir con dos mil libras. Pero, ¿qué pasa? Papafú que había bajado conmigo, me dijo: “Vente, pues yo me voy ahora.” Y me dejó solo. No fue culpa de él. Se suponía que yo subiera con él, pero yo quería quedarme más tiempo.
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Resulta que pasa un mero sable bien grande, como de 16 libras. Vengo y lo mato de un tiro en la cabeza. Cuando lo mato, viene un tiburón y me coge el saco de pescado que tenía allí en el suelo. Entonces viene otro como doce o quince pies, y éste se lleva la escopeta con todo. Y se ha comido el mero de dos bocados, ¡así! Ese mismo viró a atacarme en seguida. Pero cuando yo lo vi encima de mí, me quité el portatanque y me lo puse al frente así, y ese tiburón dando mordiscazos aquí y allá por el tanque. Venía desde arriba, y cada vez me iba llevando hacia lo hondo, atacándome furiosamente. Menos mal que el portatanque pincha bien el tanque, y los tanques son largos; miden casi tres pies. Y yo continuaba así. Dándole con el tanque hasta que sentí que los pulmones se me cerraron. Me dije: ¡”Ave María, si aquí no hay aire”! Yo primero intenté taparme con una piedra, pero, ¿qué iba a hacer allí sin aire? Entonces cuando él dio una vuelta me fui, a las millas pa’rriba. Y cuando salí para afuera del agua, desesperado, don Papafú me jaló por el suéter. ¡“Negrito”!, me dijo. ¿”Qué te pasa”? Y yo, sintiendo ese dolor en la rodilla: “¡Cogí una burbuja, una burbuja!” “¡Muchacho, no me digas eso, si tú eres un muchacho serio! ¡Ese es un chiste peligroso, y no se dice!” Y yo: “¡Cogí una burbuja, una burbuja!” Cuando intento pararme, falseo. Y ese es un síntoma de la burbuja. Entonces él me dice: “Mi madre, ¿qué le voy a decir a tu mamá y a tu papá?” Porque él conoce cómo son mis padres, y no se atrevía a llegar a mi casa. Quería quedarse en San Tomas, me decía. Así que fuimos directamente a San Tomas, y yo me iba desfigurando por completo. No era yo. Tenía la cara to’a virá. Cuando llegó la Guardia Costanera para llevarme a la cámara de recompresión, no pude hablar. Captaba todo lo que
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pasaba a mi alrededor, pero no podía expresarme. Con toda la fuerza mía pedí un lápiz, y pude escribir en un canto ‘e papel sobre una chapaleta. Así es que les contesté las preguntas. Las lágrimas se me salían del dolor. Yo tratando de mover los pies, y na’. De la cintura para abajo estaba yo mongo, mongo, mongo. Que sentado en una silla yo me iba así de lao como si tuviera los nervios dormidos. Sí, orinaba y hacía las necesidades, pero no podía llegar al baño sin arrastrarme. ¡Como si tuviera ocho meses de edad, arrastrándome! M: ¿Te has recuperado por completo, Edwin? Edwin: Digo que estoy bien, pero no estoy bien na’. Porque perdí el uso de un oído, y a veces me mareo y veo doble. Tengo desbalance. Pero digo que estoy bien porque hace no mucho tiempo, la gente tenía miedo de salir conmigo en la lancha. Que según venían los marrullos, así yo me movía también. Y si me tiraba, no salía del fondo. ¡Tragaba agua! Y caminaba con muletas. Gracias a Dios, tengo la constitución saludable y nunca he tenido vicios. Eso me dijo el doctor. Que si yo llegaba a tener vicios, no caminaba hoy. M: Edwin, este cuento me suena a fábula. Porque recibiste varios mensajes de que no fueras a bucear, de que no fueras a quedarte tanto tiempo, y aún así porfiabas. Te cerraste a todas las influencias buenas que te querían encaminar . . . Y finalmente, ¡la codicia rompió el saco! Edwin: Si hubiera tenido más humildad . . . Uno vive y aprende. La pesca es una escuela, María. Manuel: La pesca te enseña por donde es que viene el dinero: por el sacrificio de uno. Porque aunque nos guste . . . ¡y nos gusta!, es una vida sacrificada . . . .
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M: Y arriesgada. ¿Por qué les gusta tanto la vida del pescador? Manuel: Para mí que es por instinto, por la sangre de uno. El abuelo mío fue pescador, mi papá . . . En mi casa, es por sangre. M: ¿Y usted, don Julio? Julio: El papá mío le tenía miedo a la mar. ¡Decía que se ahogaba de jugando! No quería que yo comprara una lancha, pero compré una escondío de él y me iba a pescar. Desde los años 40. Iba a remo. Y con los años aprendí el tiempo de cada peje. La sama, en marzo, abril y mayo. La colirribia, que le gusta la luna nueva. Es de noche que jala ella. Aprendiendo las fases de la luna y los plomitos que hay que echar para cada peje. Porque si es para coger colirrubia, hay que usar plomitos pequeños pa’ que el cordel no llegue al fondo. Entonces, aprendí de la pesca de cala, en lo hondo, el cartucho, las negritas, que son coloraítas como la sama. Desarrollé diferentes clases de pesca: con atarraya . . . . Manuel: Julio era pescador de laguna. Julio: Cogiendo jueyes en la laguna, que había tantos y tantos que estorbaban en las casas. Los cogía a mano ¡y los vendía a peseta el saco! Porque los jueyes se comían las raíces de la caña y había mucha, mucha caña. Llovía mucho. Todo era caña y jueyes y huevos de pájaros de laguna. Una ensarta de pescao se vendía a 12 chavos. A veces cambiaba una ensarta por un poquito de café.
Y cogíamos las langostas con horquetas.
M: ¿Qué decía la gente de antes sobre la laguna? ¿Cómo explicaban lo de los colores en el agua?
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Julio: Decían: “Mira nene, no te metas ahí, que esa laguna está llena de aguavivas. ¡Pican! M: ¡Pero la pesca estaba buena en esa laguna! Julio: Buena, sí. ¡Pero no como en la laguna de San John! La primera vez que fui no tenía sino once centavos en el bolsillo. Y me dije entre mí: “Si no conozco a nadie y necesito un trabajo, pues me consigo un trabajo ‘e pico y pala.” Había trabajo de construcción, todo un campamento de hombres trabajando, pero no había para mí. Entonces vi que el cocinero del grupo era de Vieques. El me dijo: Mira, Julio, ¡la machuelisa que hay en esa laguna! ¡Y nadie las coge! Porque en ese campamento la gente comía carne ‘e bif y más na’. Yo fui y cogí dos quintales de pescado en un ratito. Y esa noche los hombres comieron arepas con pescado frito. ¡Se jartaron! Entonces el encargado, cuando llegó a saber que yo fui quien había pescado tanto, le dijo al otro: “Ese es el hombre que necesitamos aquí! Mañana lo llevan a trabajar, pero que no haga ningún trabajo fuerte.” Y me quedé allí mucho tiempo, ¡acomodao! Pescando en los ratos libres. (risa de todos) M: ¿Y pesca siempre? Julio: Ahora no estoy pescando mucho porque Manuelo está en la universidad . . . M: ¿Por qué no va con otros? Julio: La lancha y todo el equipo es de Manuelo . . . y no es lo mismo. Si le toca a uno salir con uno salao . . . . (risa) Una vez fui con Godo, ¡salao que estaba! ¡Le dije que se fuera pa’ Santa Cruz a vender sal! (risa de todos) 143
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Y aquel otro, ¡Manolín! Una vez lo llevé a pescar. Él, en el asiento de adelante, y yo cogiendo samas aquí atrás. Él no pescaba y no pescaba, y yo cogiendo samas, cogiendo samas. Entonces él me gritó: “¡Es porque tú estás en la popa!” (risa de todos) Entonces cambié y él sentao en la popa, y no cogía na’, y yo seguía pescando. Llegué a pescar 29 samas, y él un solo parguito. Entonces, yo le dije: “Hay que meterle miel de abejas a los cordeles (risa). M: Así que prefiere esperar a Manuel. ¿Cuántos años llevas pescando, Manuel? Manuel: Ahora tengo 25 años, y yo comencé cuando tenía 14. ¡Y la pesca me ha facilitado los estudios! Me ha pagado la matrícula, los libros, el hospedaje, la comida, todos los estudios míos. Ahora voy para el segundo bachillerato, en microbiología. La pesca deja, si uno sabe. Julio: ¿Ves? He pescado toda la vida solo, de día y de noche, en todas partes. Y he estudiado la navegación. Pero en estos tiempos, hasta que Manuelo no venga, no pesco. Porque Manuelo sí que es dulce ‘e cordel.
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Hilario “Yayín” Gómez nos enseña una nasa hecha de mangle amarillo.
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Por la mar de Naguabo Hilario “Yayín” Gómez Cintrón Playa, Naguabo
El día que conocí a don Hilario “Yayín” Gómez también visité el pueblo de Naguabo por primera vez. Recorriendo la playa, desde el malecón hasta los últimos vericuetos y pedregales de la costa rocosa, comí las hojas saladas de la verdolaga marina y conté cinco variedades de esponjas. También observé tres manatíes en las aguas tranquilas frente al malecón, y admiré preciosos altares dedicados a la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores. Antes de sentarnos a hablar, doña Gracy González, esposa y compañera de Yayín, me sirvió unas colas de langosta con vegetales, plato que habría sido la envidia de los mejores chefs de este planeta. Después de inspeccionar la reluciente pescadería y fábrica de pastelillos de chapín, don Hilario y yo nos acomodamos dentro de la casa de la Asociación de Pescadores Ramón Ortiz del Rivero, “Diplo.” Según Yayín, fue nombrada así porque el comediante naguabeño “siempre ponía la playa de Naguabo en alto.” Para mí, lo más importante de la conversación que sostuvimos aquella tarde fue la disposición de este pescador tanto para describir las injusticias y obstáculos que dificultan el trabajo del pescador comercial, como para visualizar e implantar soluciones por el bien del pescador y de todo Puerto Rico.
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M: Me agrada mucho el ambiente pesquero de la costa de Naguabo. Me han dicho que la gente viene a comprar pescado desde Juncos, Gurabo y hasta de Caguas. Yayín: Es cierto, ¡si nuestro pescado es el que mejor sabe! (risa) En serio, desde el punto de vista del pescador, Naguabo tiene la ventaja de tener una plataforma llana y de aguas en calma. M: ¿Podría hablar más sobre la pesca en Naguabo? ¿Qué la distingue de la pesca en otras partes de la isla? Yayín: Somos unos 120 pescadores, miembros de dos asociaciones. Un 80 u 85% de los pescadores de Naguabo son buzos. Los otros somos pescadores de nasa o de cordel. También hay unos diez o quince pescadores de chinchorro de ahorque, que también se llama el trasmallo. Por mi parte, llegué de Vieques con mi familia cuando tenía cinco años. Aprendí a bucear cuando joven, pero no usaba chapaletas ni tanques ni careta. Nosotros buceábamos “a lo natural” (risa), ya sabes, a puro pulmón. Las primeras caretas que venían con esnórquel las tenían los americanos que hacían las maniobras en Ceiba. Ellos mismos nos regalaban las caretas. Caretas y cigarrillos. Allí empezábamos. Todavía me acuerdo de las achocás que me daba con la yola cada vez que yo iba para arriba con cinco o seis carruchos a una profundidad de 20 pies. La careta era mi único equipo. Entonces, a la medida en que el carrucho se fue escaseando en la orilla, teníamos que buscar en aguas más profundas. Estuve cuatro veces hospitalizado con problemas en los oídos, porque siempre nos ajorábamos al subir. Cuando el médico me dijo que no buceara más, me dediqué de lleno a la pesca de nasa. M: ¿Qué hay que saber para pescar bien con nasas?
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Yayín: Si se va a pescar de nasa, hay que levarlas cada dos o tres días. Si no, se mueren los peces. También, si se dejan mucho tiempo, los peces ariscos las van rompiendo para poder comerse los peces atrapados. La picúa, el congre, el tiburón y el delfín las hacen trizas. En cuanto al conocimiento del pescador, pues hay que saber pescar con la luna. Porque es según la luna que uno echa las nasas en los arrecifes, en los veriles, en el blanco, en la yerba. La pesca del cayo se hace en luna nueva. En la menguante se pesca en los veriles. En luna llena pescamos en la yerba porque aunque los pejes se escondan de noche, de día salen para los yerbazales a comer. M: Hace poco hablé con unos pescadores de La Parguera y me dijeron que en noches de luna llena el pescado se pudre dentro de una hora o dos si no se pone sobre hielo. Yayín: ¡Cómo no! Se pudre el pescao bajo la luz de la luna. Todo pescador lo sabe. Hay quienes nunca, pero nunca salen en luna llena aunque haga frío. La solución es llevar bastante hielo. En luna llena llevamos tres neveras de hielo. Cogemos los pejes, los lavamos y los ponemos en la nevera vivos. Entonces le echamos agua de mar. Con el hielo del agua dulce, eso hace que los colores del pescao resalten más. Así hacemos que se vea más atractivo. M: Al tirar la nasa, ¿tiene una idea de la clase de pejes que van a capturar? Yayín: ¡Cómo no! Nosotros sabemos las diferentes clases de pejes y donde habitan. La pluma, por ejemplo, abunda en los yerbazales y en los blanquizales. Los capitanes, en los veriles de los cayos. El chillo es un peje de profundidad. La cabrilla es de cayo. El chapín
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se encuentra en el blanco, en los yerbazales y en los cayos. La cojinúa la pescamos en la superficie. El pargo y el cotorro y el peje puerco son de arrecife. La sama y el boquicolorao se cogen en la yerba y en los cayos. El salmonete, durante su corrida, que empieza en agosto, se coge más en la yerba pero también se puede coger en los cayos. En los meses de febrero a marzo ya está bastante grande . . . M: ¿Qué me puede decir sobe la colirrubia? Yayín: La colirrubia en parte está en los cayos, pero anda en manchas y se puede pescar en lo profundo y en lo llano, con nasa, con chinchorro y con cordel. La colirrubia desova durante el año entero. M: A través de mis entrevistas con pescadores, he descubierto que ustedes tienen muchos conocimientos sobre el ciclo vital de los peces. Eso de que la colirrubia desova durante todo el año, ¿cómo lo saben? Yayín: Lo sabemos porque cuando les abrimos las barrigas pa’ desembucharlas, comprobamos que tienen huevas de cierto tamaño a través del año. La corrida de arrayao se ve en marzo y abril, y la del loro viene después. La langosta tiene dos desoves en el año, y tiene una carrera que le da al pescador la oportunidad de cogerlas en diferentes sitios de la isla. En Aguadilla hay personas que se benefician mucho de eso, pues saben por dónde van a pasar y cuándo. M: Naguabo es famoso por la pesca de chapín, y usted mismo tiene una fábrica de pastelillos de chapín. ¿Qué tal esa pesca?
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Yayín: Por ahora, no veo que la pesca del chapín esté en peligro porque fuera de Naguabo, al chapín no le da mucha importancia. Un chapín grande que pese dos o tres libras, pues viene un buzo y se lo lleva. Pero no hay un esfuerzo muy concentrado para pescarlos. M: Para pescar el chapín, ¿qué usan de carnada? Yayín: Usamos la cocolía, la langosta, el juey. Todo lo que tiene casco le gusta al chapín y se lo echamos a las nasas. Cuando había mucha abundancia de pejes y pescábamos en Vieques, encarnábamos con cocolía, doradita con un poco de fuego. Pero había que echarla rápido a la nasa o echarles gasolina encima porque si no, se las comían los muchachos. (risa) Encarnábamos las nasas por la mañana, levábamos por la tarde, y volvíamos para el otro día hacer lo mismo. Pero ese sistema ya no lo podemos utilizar porque no hay tanta pesca. En aquellos tiempos el peje puerco se cogía ¡por baños! Pescábamos en un día un promedio de 600 libras. Todo lo que venía era pescado de primera clase porque no traíamos lo que no se iba a vender. Ahora cogemos de todo y de menor tamaño. Nos estamos quedando con capitancitos de dos libras, ¡imagínese! M: Cuando me pongo a pensar en la pesca de nasas, siempre se me ocurre el problema de los robos. ¿Ha sido un problema para los pescadores de Naguabo? Yayín: Las nasas son buenas porque pescan solas. Las dejamos dos o tres días pescando y durante ese tiempo uno puede estar en su casa preparando nasas o haciendo otros trabajos, y está pescando a la vez. Pero también trae sus problemas, como dices. Hay un sinnúmero de personas que abusan. No fabrican una nasa, pero ¡cogen más pescado que los mismos dueños de nasas!
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Hace poco nos reunimos aquí a hablar sobre una solución impuesta por la NOAA, que sería ponerles diferentes colores a las boyas de las nasas según la región de uno y según se los hayan asignado, porque cada pescador también tiene su color. Según la Guardia Costanera, desde helicópteros o barcos podrán ver las boyas a través de unos anteojos. Entonces, por los números de la embarcación, sabrán a quién pertenece esa nasa. Pero la vigilancia no ha llegado. Y la falta de vigilancia es el primer problema del pescador comercial. Porque si no hay vigilancia, y si la ley no se hace cumplir, quien respeta la ley se perjudica y ¡quien abusa de los recursos sale ganando! Allí es que estamos. La gente no quiere ponerles los colores a las boyas porque no hay vigilancia. Y porque los colores, que son gris, azul, verde, no se ven muy bien desde el agua. No son colores chillones que llaman la atención. M: Si el pescador tiene un buen sistema de marcas, esos colores difíciles de ver podrían ser una ventaja, porque así los pillos tampoco las van a ver, ¿no? Yayín: ¡Si supieras lo bueno que es el ojo del pillo para encontrar nasas! (risa) Pero también hay otros problemas. Aquí los pescadores de nasa hemos tenido grandes pérdidas por las maniobras de la Marina y las lanchas de turismo. El problema con las lanchas es que los fines de semana, salen de Palmas del Mar, de Puerto del Rey, de todas las marinas camino a Vieques, a Culebra, a SanTomas y a Santa Cruz. Cuando salen para allá, no hacen tanto daño; pero cuando vienen, vienen tomados. Se llevan las boyas enredás en las hélices y no les importa. Se llevan cualquier cosa que encuentren en su camino. Los fines de semana largos son fatales para nosotros, pues perdemos muchas nasas. Cuando hay maniobras de la Marina, viene una cantidad de barcos, ¡a veces pasan de cien! Son enormes, hasta mil y pico
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de pies, subiendo y bajando todos los días. Y cuando aflojan las barcazas al agua, no se fijan en nada. Como la boya de la nasa no representa ningún peligro para ellos, no la respetan. En los canales más llanos es como si pasaran un arado por esa arena. Y cuando cogen un cayo de frente, ¡destruyen parte del cayo! ¡Y los barreminas! Los barreminas preparan la llegada para las otras embarcaciones, sacando las minas y formando trechos. En tiempo de maniobras van desde acá hasta Culebra. A veces subimos en las nasas los garampines (anillos de seguridad) de las granadas explotadas. M: ¿No han desarrollado ninguna técnica para minimizar sus pérdidas? Yayín: Lo primero es que escogemos con cuidado los días en que vamos a dejar las nasas. Segundo, siempre usamos el sistema de yuntas. Es decir, cada nasa tiene su boya, pero unidos dos nasas con una soga. Así que aunque se pierde una boya, no se pierde la nasa porque las nasas están conectadas y cada siempre se salva la otra boya. Además, las yuntas facilitan el proceso de levar las nasas desde la embarcación.
El dibujo no está a escala. La soga mide 55 brazas, aproximadamente 330 pies. Las nasas se colocan a profundidades de 15 a 17 brazas. 153
Palabras de pescadores
Otra cosa es que nos limitamos a usar una yunta de dos nasas en cada área de pesca. Si no hay pesca, la pérdida es poca, y si la hay, pues la protegemos. Porque usamos dos nasas, nada más, y las dejamos una sola vez en un sitio. No queremos atacar el sitio tan fuerte. Los de la familia mía −y muchos otros de Naguabo− movilizamos las nasas constantemente según la época. Si dejáramos más nasas en un sitio, destruiríamos la pesca. M: Es decir, dejan pejes sin pescar para asegurarse de que haya más cuando regresen. Yayín: Exactamente. Hay que dejar que descanse el sitio para que los pejes crezcan y desoven en todas partes. ¿No ve que el futuro está en los juveniles? Tenemos que protejerlos siempre. Hay pescadores de otros pueblos que acaban con toda la semilla, con todos los pejes pequeños. Dejan ristras de ocho, diez o doce nasas en un sitio, y pescan todo lo que hay. Entonces van a otro sitio y hacen lo mismo. No han caído en cuenta de que no están dejando nada para el futuro. M: ¿Cuántas nasas echa usted? Yayín: Yo he mantenido unas 200 nasas en el área de Culebra, SanTomas y Vieques. Por razones de salud voy bajando, y hoy levo unas 100 nasas o menos, según el tiempo. M: ¿De qué están construidas? Yayín: De alambre galvanizado y de alambre forrado con vinil. Por ley, el diámetro de la malla tiene que ser de dos pulgadas o más para no pescar los juveniles. En el cuadro, cuando sea posible, en vez de usar varillas uso el mangle amarillo (siete cueros o mangle bobo) cortado en marea seca.
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¿Por qué el mangle? Por el olor, y por la sombra que da, porque el ancho del mangle atrae más que la varilla. No ves que cuando los pejes se ven perseguidos buscan albergue en un sito oscuro. Con la varilla no hay sombra ni nada. Una nasa de varilla se ve clarita de un lado para el otro. M: Y el mangle amarillo, ¿dura mucho tiempo? Yayín: La varilla dura más, pero el mangle amarillo cortado en su hueco (marea seca) puede durar un año, un año y medio. Hasta 20 meses puede durar. También cogemos pedazos de bambúa y la envarillamos por la parte de arriba para que haya más sombra todavía. Pero la bambúa se daña. Hay que remplazarla después de 6 meses y eso de emvarillarla nos coge tiempo, ¡muchacha! Aun si usamos varillas, le tenemos que pagar a quien nos haga el cuadro. Nos puede cobrar $10 por cada nasa. Entonces hay que pagar $12 por montar el alambre. Si nosotros hacemos el trabajo, nos coge mucho tiempo. Todos los gastos se vienen acumulando. Cuando uno tira una nasa de cuatro y medio y por cinco, está tirando unos $75 ó $100 al agua. Ahora, quisiera mencionarle que con las varas de mangle, hay una injusticia muy grande. No nos quieren dar permiso para cortar −no destruir, sino podar y así estimular el crecimiento− de las varas de mangle amarillo. Pero le dan permiso a un complejo turístico que destruirá más de 100 cuerdas de mangles para que los turistas tengan acceso a la playa. Y eso representa el criadero de miles y miles de pejes. No sé si ya se ha aprobado, pero a mi manera de ver las cosas, deben de botar a todos los que aprueben ese proyecto. Porque es un abuso con la ecología del sitio. M: ¿Hay resistencia al proyecto de parte de los pescadores y los ambientalistas?
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Palabras de pescadores
Yayín: Todavía no han llamado a nadie a vistas públicas. Y si ya dieron los permisos, las vistas públicas pasarían debajo de la mesa o quizás las dieron en Mayagüez para que nadie de aquí asistiera. Esa es la situación ahora. Los pescadores, los que más se ven afectados, se dejan afuera cuando toman las decisiones. M: ¿Ha pensado en alguna forma en que el pescador pueda compenetrarse más con el gobierno para que haya mejor comunicación y más entendimiento? Yayín: Usted sabe que existe un Consejo de Pesca, que es del gobierno; de hecho, es de la NOAA. ¡Pero no es un consejo de pescadores! Y muchas veces, aunque vayamos a las reuniones no nos toman en consideración. Se comunican muy poco con nosotros. No conocen el trabajo del pescador. Hay quienes creen que con haber observado un pez durante seis u ocho meses, ya entienden todo lo que hay que entender. Pero un pescador no se hace en ocho meses, ni en ocho años. Por eso, yo propongo que se haga un Consejo formado mayormente de pescadores y con representación del gobierno para evaluar las necesidades y las posibilidades para el progreso del pescador. Hemos dividido la isla en seis regiones para que llegue bien la comunicación a todas partes. Con un representante de cada región, tendríamos seis representantes de la pesca comercial. De los representantes gubernamentales, sugiero que haya una persona del Laboratorio Pesquero, una persona del Departamento de Recursos Naturales, una sola persona de la NOAA -que ahora es todo el Consejo de Pesca del Caribe- y posiblemente una persona de Sea Grant. El primer paso es el de unir a todas las asociaciones de pescadores. Porque de allí es que se podría sacar el Consejo para trabajar con el gobierno. Además, una vez que logremos un
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esfuerzo común y buena comunicación, podremos trabajar varios proyectos. Por ejemplo, a veces hay escasez aquí, y en el oeste el pescao se pudre porque no hay quien lo compre. Hemos hablado con la gente de Aguadilla sobre la posibilidad de desarrollar dos centros de mercadeo. Sería una cosa fácil. Simplemente, que se pase el pescao que se necesita al sitio que lo necesite. Pero hay mucho que hacer para mejorar la situación del pescador. Primordialmente, hay que trabajar todos unidos a ver lo que hacemos para que las poblaciones de pejes se vayan recuperando. Porque el capitán, el carrucho, el salmonete, los meros y los pargos van cuesta abajo. El carey y la langosta con huevos ya están vedados. Para remediar esa situación, yo propongo una prohibición o veda total de la pesca alrededor de Puerto Rico durante un período de tiempo que se determinará según el ciclo vital de los pejes. Porque queremos asegurarnos de que haya tiempo para que desoven más de una vez. Quizás por dos años. M: Y los pescadores, ¿cómo van a aganarse la vida durante esos dos años? Yayín: Tenemos unas ideas como para ir generando un fondo para pagar a los pescadores durante la veda. Primero sería imponer unos impuestos sobre el precio del pescado que viene de afuera, y de otros productos también. El Departamento del Trabajo también podría compensar en algo. No es tan imposible como puede parecer. La verdad es que ya tenemos un tipo de emergencia porque sacamos tantas toneladas de la mar, y no lo reponemos. O establecemos una veda total por un par de años, o mantenemos viveros de las especies en su etapa juvenil.
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M: Los pescadores comerciales de La Parguera están trabajando con los científicos de la Universidad y los asesores marinos de Sea Grant. Están explorando la posibilidad de establecer una reserva pesquera como estrategia para ayudar a reponer algunas poblaciones. Yayín: Me comunicaré con ellos. Es que la situación es muy compleja. Y quisiéramos resolver otros problemas también. Ahora mismo, el gobierno da el 50% a cada pescador que gasta $2,000 en mejoras y compras de equipo. Es decir, si uno gasta $2,000 el gobierno le da $1,000. Pero pocos pescadores tienen $2,000 para pagar de una vez en mejoras de su equipo. A veces ni tienen mil, así que les es difícil pagar los dos mil. Entonces, si llega a sacrificarse para gastar los $2,000, uno tiene que pasar por un cedazo. Hay que buscar firmas adicionales y tener el crédito mejor que para un préstamo. Entonces, puede tardar en llegar unos seis meses o un año, y esa no es la vida del pescador. Cuando el pescador tiene una necesidad, es para ahora, y no en un año. Y a veces uno espera el año entero y en vez de recibir el dinero, le envían la solicitud de vuelta con un NO rotundo. Pero si ese dinero ya está separado para el pescador, y el pescador no lo está recibiendo, ¿qué va a hacer el gobierno con ese dinero? Trabajando mano a mano con el gobierno, representados los pescadores comerciales como iguales, veo que podremos lograr mucho. Por eso estamos trabajando. Yo quisiera expresarles a los pescadores de Puerto Rico, que hay que unirnos para formar un consejo que trabaje a la par con el gobierno. Y el gobierno, una vez que nos oiga, podrá ayudarnos y también beneficiarse de nuestra experiencia. M: El consejo que usted visualiza contribuirá a que se reconozca el valor de los conocimientos del pescador. ¡Y hay mucho por reconocer! Si el pescador trabaja con las mareas, con el viento,
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con la luna, con las corrientes, con el fondo, con las diferentes especies de pescado. Además, pronostica el tiempo con más acierto que los científicos . . . Yayín: Cuando el pescador va a usar cordel tiene que saber de la luna porque la luna rige las mareas. Tiene que saber si habrá un cambio de marea, y para dónde. Eso viene con los años de experiencia. Si no lo sabe, pescará cuatro o cinco gallos, pero no pescará en serio sin entender las mareas. ¡Y los vientos! Aquí en el noreste, siempre clamamos por los vientos del norte y del nordeste. Los vientos del sur causan un cambio en la temperatura y los peces tienden a esconderse porque les gusta la temperatura más fresca. Y cuando el viento de sargazo, la langosta corre, porque el oleaje hace que el sargazo les tape las cuevas. Entonces tienden a salir. Todo pescador comercial sabe pronosticar el tiempo. Antes de salir tenemos que saber de dónde viene el viento y a qué velocidad. Porque el oleaje nos afecta mucho. Un viento a 25 millas en contra nuestra hace que tardemos en llegar al sitio. Y si a la vez la marea está a favor, las boyas se hunden y no podemos pescar. El pescador es muy inteligente para con su trabajo, pero es un trabajo que no requiere que se vaya enfrentando con el público. Por eso, a veces es difícil para el gobierno entender lo que tenemos que decir. Pero que tengan paciencia. No somos oradores ni políticos. ¡Somos pescadores! Y si el pescador progresa, progresa el pueblo entero de Puerto Rico. M: Estoy pensando en el recurso cultural que es el pescador comercial. En los tiempos muertos, se podrían contratar ciertos pescadores para dar charlas en las escuelas sobre las diferentes clases de peces que hay en el mar, sobre las fases de la luna y sobre la vida del arrecife. O durante sesiones especiales en las bibliotecas municipales, podrían contar sobre sus aventuras.
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Palabras de pescadores
Porque aunque no sea orador, el pescador por naturaleza ¡tiene un don para narrar unos cuentos tremendos! (risa de los dos) Yayín: Le voy a contar algo grande ahora, y no es cuento. El hermano mío es el pescador número uno aquí. Es una eminencia en asuntos de pesca de nasas. Se llama Hermenegildo Gómez Cintrón, y la mar es su vida. No tuvo escuela, pero es más inteligente que si hubiera sido catedrático. Ha pescado con más de 500 nasas a la vez, y te podría hacer un mapa completo de todo el fondo de la mar. Aprendí mucho con él, pues tiene un sistema de marcas no sólo por la tierra sino también por el fondo, que le da una ventaja muy grande. Porque si la nasa se pierde, después se podrá buscar con exactitud. Te cuento que desde la niñez, el hermano mío ha tenido algo especial con los sábalos. El pita y ellos vienen como si fueran familia. Todos los días él les da comida a esos sábalos. De hecho, tiene ciertas nasas que son para darles de comer a los sábalos y a los “bubises,” nada más. Porque desde la lancha también llama a los “bubises” y vienen. Se llena la lancha de aves y les da comida en la misma lancha. M: No pescará los sábalos, ¿verdad? Yayín: ¡No! Ni deja que se pesquen. Y si alguien pesca uno, mi hermano arma una guerra. Aquí en Naguabo tenemos unos sábalos enormes, de 60, 80 libras y más. Él los crió, y son de él. Él les pone la comida en la boca, ¡así, como si estuvieran en Disneyworld! Muchas personas se han interesado por entrevistarle porque eso de los sábalos no se ha visto en ninguna parte. Pero él no quiere que vean cómo los llama porque alguien podría usar ese sistema para matarlos.
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M: Sé que los sábalos toleran condiciones de poco oxígeno, que los juveniles comen muchos mosquitos y que los grandes les sirven de comida a los delfines y tiburones, pero es posible que también jueguen otros papeles ecológicos que ayudan a mantener la salud del ecosistema marino. Puede que su hermano, al darle de comer a los sábalos, esté brindándole un servicio a la pesca en general. Dicen que el pescador coge de la mar sin brindarle nada, pero don Hermenegildo alimenta las criaturas de la mar desinteresadamente, por el amor que siente por ellas. Yayín: Y con la cantidad que él pesca . . . M: Para mí, ¡que la mar lo recompensa!
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Glosario Aves, peces, artes de pesca y términos náuticos
alcatraz, pelícano (Pelecanus occidentalis occidentalis): ave marina que se distingue por su gran tamaño y su saco gular enorme, donde caben muchos peces. arenca, sardina (Clupeidae spp. u Opisthonema oglinum): especies pequeñas utilizadas mayormente como carnada. arrayao, machego (Lutjanus synagris): pez de arrecife considerado de primera calidad para nuestro consumo. Este pez de la familia de los pargos alcanza un peso de 4 libras. atarraya, sardinera: una red de pesca de forma circular. Se tira manualmente sobre manchas de peces pequeños. atún: peces de varios géneros que, como los peces de pico y el peto, figuran entre los nadadores más veloces del mundo. bajalú (Hemiramphus brasiliensis): un pez largo y con pico, usado primordialmente para carnada. De adulto mide un pie de largo. balayo: canasto, tradicionalmente hecho de mimbre, para recoger peces al vaciar éstos de una red.
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Palabras de pescadores
ballestilla, cala, árbol de navidad: arte de pesca usado para peces de aguas profundas. Este arte consiste de una varilla de la cual se cuelgan de 6 a 10 líneas ensartadas de anzuelos. Una plomada baja la cala al fondo. “bends”, burbuja: la enfermedad de descompresión que aflige a los buzos que suben rápidamente de las profundidades a la superficie. besugo, rubio (Rhomboplites aurorubens): un pargo pequeño de color rojo subido. Se encuentra tanto en aguas llanas como profundas. Mide hasta un pie de largo. bichero: una vara a la cual se ata un anzuelo sin aspa. Cuando se usa para halar grandes peces y nasas dentro de la embarcación se llama gancho o garfio. Se prohíbe su uso para la captura de langostas. boba, bubi (Sula spp.): ave marina común en las islas no habitadas del archipiélago puertorriqueño. boquicolorao, cachicata, bariblanca (Haemulon plumieri): pez de arrecife de valor comercial. De adulto alcanza un peso de 4 libras. braza: una medida náutica aproximada correspondiente a unos 5 pies. bubi: vea boba. bufeo, tonina, delfín (Tursiops truncatus): delfín común en las aguas de Puerto Rico. burbuja: vea “bends.”
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Glosario
burgao (Cittarium pica, Astraea caelata y otras): molusco de caracol, común en las piedras de nuestras costas rocosas y sobre el coral. Los burgaos del género Cittarium alcanzan unas 5 pulgadas de diámetro basal. caballa (Decapterus macarellus): pez comestible de carne oscura utilizado como carnada. De adulto, pesa unas 6 libras. cabrilla: vea mero cabrilla. cachicata: vea boquicolorao. cala: vea ballestilla. calamar (Loligo plei, Sepioteuthis sepioidea y otras): un molusco emparentado con el pulpo. Cuenta con 10 “pies” o brazos que salen directamente de su cabeza. Su rápido crecimiento y reproducción durante todo el año hacen del calamar uno de los recursos pesqueros más abundantes. Casi siempre se pesca de noche para utilizarlo como carnada o para el consumo humano. capitán (Lachnolaimus maximus): pez solitario de primera calidad que habita fondos arenosos y rocosos. El adulto alcanza un peso de 15 libras. carey (Eretmochelys imbricata-carey de concha; Chelonia mydascarey blanco o peje blanco; Caretta caretta-cabezona): tortugas marinas, antes comunes, ahora escasas y protegidas por ley. carrucho, carruncho (Strombus gigas y otras): molusco de primera calidad, pescado por buzos en aguas profundas. Su caracol fue utilizado por nuestros pescadores como trompeta o “fotuto” y despertador vecinal. cartucho: vea chillo. 165
Palabras de pescadores
cayo: pequeña isla formada de coral y arena, comúnmente poblada de mangle y aves marinas. Los pescadores comerciales de Puerto Rico usan los cayos como puntos de pesca y también como marcas para ubicarse y encontrar ciertas localizaciones. “cocatiel”: pájaro exótico usado como mascota. cocolía, jaiba (Callinectes spp.): cangrejo común en las costas rocosas. Se distingue por la forma ancha y aplanada de los segmentos inferiores de sus patas posteriores. cojinúa, güira (Caranx crisos): jurel de valor comercial. De adulto, llega a pesar unas 6 libras. colirrubia, rabirrubia, rubia (Ocyurus chrysurus): pez de arrecife de primera calidad. Este pez de la familia de los pargos alcanza un tamaño máximo de 2 pies. congre, morena (Gymnothorax funebris): anguila que habita las cuevas del arrecife durante el día. De noche, caza en aguas abiertas. cornamusa: pieza de metal o de madera encorvada en sus extremos y fijada al bote por el punto medio. La misma sirve para amarrar los cabos. corrida, silga: un cordel o monofilamento que lleva una verguilla o alambre fino de acero de unas 10 brazas de largo al que va conectado al anzuelo. El alambre resiste la mordida del pez. cotorra, loro, brindao (Scarus spp.): peces abundantes en nuestros arrecifes. Se distinguen por su brillante colorido y sus dientes, que forman una placa parecida al pico de un loro. Los adultos miden entre 12 y 18 pulgadas.
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Glosario
chapín, gallina (Lactophrys spp., Rhinesomus spp., Acanthostracion spp.): peces de arrecife que se distinguen por un exoesqueleto hecho de duras escamas que forman una cajita o cofre protector. De adulto, llegan a medir más de un pie de largo. cherna: vea mero cherna. chicharra (Selar crumenophthalmus): pez de arrecife de color plateado y ojos grandes. Forma cardúmenes. El adulto mide desde 6 pulgadas a 2 pies de largo. chillo, colorao, cartucho (Lutjanus vivanus): pargo de aguas profundas con el cuerpo rosado y el iris del ojo amarillo brillante. Llega a medir 2 pies de largo. chinchorro de arrastre: red usada para pescar cardúmenes de peces cerca de la orilla al alcance de la red. El chinchorro consiste de un aparejo de dos bandas de tejido de malla, unidas en el centro a una bolsa cilíndrica que termina en un cono (el buche) donde se retienen los peces. chopa blanca (Kyphosus sectatrix): pez plateado de arrecife que navega como parte de un cardúmen. Llega a medir más de 2 pies. chucho (Aetobatus narinari): una raya comestible de aguas profundas. De adulto llega a pesar unas 280 libras. chumbo: arte de pesca de madera parecido a un chupón de destapar inodoros grande. Se utiliza para dar golpes sobre el agua, asustando así a los peces y obligándolos a buscar “refugio” en la malla de un trasmallo de ahorque. dorado (Coryphaena equiselis): pez de aguas profundas, de gran valor comercial. Llega a medir más de 3 pies.
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Palabras de pescadores
engoe: carnada. EPIRBS: una señal de radio, indicador de posición. El EPIRBS se utiliza con un radioteléfono como medida de seguridad en las embarcaciones con camarote. escopeta, arpón, tridente, figa, fisga: arte de pesca usado por buzos. Es un instrumento largo con la punta afilada para atravesar al pez. eslora: el largo de una embarcación. figa: vea escopeta. filete, trasmallo: un paño de forma rectangular, construido de tejido de malla. La relinga superior lleva flotadores, usualmente de corcho. La inferior lleva plomo para mantener el aparejo en posición vertical con relación al fondo. fotuto: trompeta hecha con el caracol del carrucho u otro molusco grande. fuete: vea ballestilla. gallareta (Gallinula chloropus cerceris): ave acuática parecida al pato que habita lagunas y pantanos. Al nadar, menea la cabeza hacia arriba y hacia abajo. gallo, candil (Holocentrus ascensionis): pez de arrecife de ojos grandes; su aleta dorsal es muy espinosa. A veces, estos “chillos de roca” son vendidos como chillos, pero la cantidad de espinas hace que este pez sirva mejor para la confección de caldos y sopas. De adulto, llega a medir un pie de largo.
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Glosario
gaviota (Sternus spp.): varias especies de aves marinas que se alimentan de peces pequeños. A menudo, le sirven de guía al pescador al localizar pecesitos que se encuentran huyendo (y muy cerca) de peces más grandes. guanábano, puerco espín (Diodon gystrix): pez de arrecife cubierto de espinas. Este pez se infla cuando percibe una amenaza. De adulto pesa unas 2 libras. güinche, winche; ver malacate. jarea, lisa, machuelisa (Mugil spp.): peces que desovan (y se pescan) en lagunas y en la desembocadura de los ríos. Estas especies toleran aguas salobres (de poca salinidad). Llegan a medir unas 16 pulgadas de largo. juey (Cardisoma guanhumi): cangrejo de tierra de color azuloso. jurel, guayamen (Caranx spp.): pez plateado que viaja en cardúmenes. El jurel se encuentra tanto cerca de la orilla como en mar abierto. De adulto pesa unas 20 libras. lance: una tirada de la red de pescar. lastre: objetos pesados; cosas de peso (incluyendo, a veces, el agua) que se ponen sobre el fondo de una embarcación para estabilizarla. lisa: vea jarea. loro: vea cotorra. macarela, macarela culebra (Gempylus serpens): pez largo de carne oscura que crece hasta cuatro pies de largo. machuelisa: vea jarea. 169
Palabras de pescadores
machuelo (Harebgula humeralis): una especie de sardina utilizada como carnada. malacate: cable que gira alrededor de un torno de eje, utilizado para subir nasas y otros artes de pesca pesados. También conocido como güinche o winche. mallorquín: un trasmallo o chinchorro de ahorque de dos o tres paños. manchego: vea arrayao. mantarraya (Dasyatis americana): gran pez plano de aguas profundas de poco valor comercial. Llega a pesar más de 400 libras. marlin, aguja azul (Makaira nigricans): pez de aguas profundas cotizado por pescadores que disfrutan de la pesca de mar abierto. El pez de más valor deportivo. El adulto puede alcanzar un peso de 800 libras. maruca, mariquita, mula (Haemulon auroineatum): pez pequeño de arrecife de color plateado con franjas amarillas horizontales. médico (Acanthurus spp.): pez de arrecife de forma ovalada. De adulto mide de 12 a 15 pulgadas. medregal (Seriola dumerili): pez de mar abierto de cuerpo plateado y alargado. Se distingue por tener una banda que le cruza el ojo diagonalmente. Llega a medir unos 5 pies de largo. meros (Epinephelus spp.): grupo de peces carnívoros y solitarios que habitan las aguas más cercanas al fondo. Tienen gran valor comercial, pues su carne es blanca, firme y sabrosa.
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Glosario
mero cabrilla (Epinephelus guttatus): pez de arrecife de primera calidad. Tiene el cuerpo claro con pequeños puntos rojos. Su tamaño de captura fluctúa entre las 5 y 10 pulgadas. mero cherna (Epinephelus striatus): pez de arrecife de primera calidad. Se han capturado ejemplares de 50 libras. mojarra (Eucinostomus spp. o Gerres spp.): varias especies de peces de arrecife plateados. Aunque la mayoría son peces pequeños, midiendo de 4 a 8 pulgadas, la mojarra de aletas amarillas (la muniama) alcanza un tamaño de 16 pulgadas de largo. morena: vea congre. muniama (Gerres cinereus): pez que alcanza mayor tamaño en el grupo de las mojarras. nasa: trampa para peces que comprende un armazón de varillas de metal, madera de mangle u otros materiales, cubierto de alambre de pollo con malla de 2 pulgadas, y un nasillo (un tipo de embudo), por el cual entran los peces. (Ver pág. 146) otolito: estructura del oído interno que desempeña funciones de orientación y equilibrio. La comunidad científica estudia los otolitos para determinar la edad, la historia, la ecología y otras características de los peces. palangre: arte de pesca utilizado en las profundidades. Consiste de una línea madre o principal de cordón grueso de la cual penden otras líneas más cortas (penores) a distancias de una braza. Cada penor porta un anzuelo. La cantidad de anzuelos en el palangre puertorriqueño puede variar desde 25 hasta 200. pargos: gran familia de peces comestibles que incluye a los chillos, el arrayao, la sama, la colirrubia, y el besugo. 171
Palabras de pescadores
peje: pez. peje pluma, espalda ancha (Calamus pennatula): pez plateado de arrecife, de primera calidad. De adulto pesa unas 14 libras. peje puerco, puerco (Balistes vetula): pez de arrecife de cuerpo ovalado y vívidos colores. Esta especie de carne blanca y firme se alimenta de moluscos y erizos negros. Llega a medir hasta 2 pies de largo. pez volador: varias especies de peces oceánicos que, al huir de sus depredadores, se impulsan hasta “volar” fuera del agua. picúa, barracuda: (Sphyraena spp.) La familia de las picúas comprende tres especies de cuerpo alargado, cabeza larga y boca grande provista de numerosos dientes afilados. Los ejemplares grandes de estas especies no se deben consumir, pues están asociados con la ciguatera. pluma: vea peje pluma. popa: la parte posterior de una embarcación. potala: plomada, especialmente un plomo grande, usado para pescar en áreas de fuertes corrientes o para pescar chillos u otras especies de aguas profundas. proa: la parte anterior de una embarcación. quilla: pieza de madera o hierro, que va de popa a proa por la parte inferior del barco, y sobre la cual se asienta toda su armazón. raya: grupo de peces planos relacionado biológicamente con los tiburones.
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Glosario
rendal: línea de pesca, especialmente una que pende de una ballestilla u otro arte de múltiples anzuelos. robalo (Centropomus undecimalis): pez de valor comercial que también es perseguido por los pescadores recreativos. Este pez estuarino habita en la desembocadura de los ríos y en los canales de mangle. Alcanza un tamaño de 3 pies de largo. sábalo (Megalops atlantica): pez de arrecife que se distingue por sus escamas grandes y tan brillosas como acero inoxidable, y por la forma en que su boca se inclina hacia arriba. Comúnmente forma cardúmenes durante el día. salmonete (Mulloidichthys spp. y Pseudupeneus spp.): peces de arrecife que se distinguen por tener dos barbas largas debajo de la boca. Estas especies pertenecen a uno de los grupos más abundantes en las aguas que rodean a Puerto Rico. Alcanzan entre 12 y 16 pulgadas de largo. sama (Lutjanus analis): pez de aguas llanas y profundas, de color aceituna con tonalidades rosadas. Este sabroso miembro de la familia de los pargos llega a medir 2.5 pies. sargazo: algas marinas pardas. sierra (Scomberomorus spp.): grupo de peces migratorios veloces de carne oscura. Figuran entre los peces de interés comercial con valor recreativo. Algunas especies alcanzan más de 5 pies de largo. silga: vea corrida. tangón: un palo largo y flexible usado para enganchar la línea de la caña, así evitando que este se enrede. Usado mayormente en la pesca de marlín y otras especies grandes de aguas profundas.
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Palabras de pescadores
“teaser”: un señuelo o carnada sin anzuelo. Thalassia spp: varias especies de yerba marina. tijerilla, fragata (Fragata magnificens): ave marina planeadora, conocida por la forma de su rabo, que se asemeja a unas tijeras. timón: el guía de la embarcación, o la persona que la guía. tinglar, tinglado (Dermochelys coriacea): tortuga marina de caparazón coriácea. Es decir, tiene el lomo como si fuera de cuero. tonina: vea bufeo. trasmallo, filete, chinchorro de ahorque: uno o más paños de forma rectangular, construidos de tejido de malla. La relinga superior lleva flotadores, usualmente de corcho. La inferior lleva plomo para mantener el aparejo en posición vertical con relación al fondo. vaca (Ethynnus alletteratus): un atún de lomo azuloso. Como todos los atunes, este pez veloz se mantiene en movimiento constante. La vaca llega a medir unos tres pies de largo. veril: el borde de un precipicio submarino; a menudo el precipicio que marca el final de la plataforma insular. zaragüeyo: vaivén de las aguas.
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Indice de temas* alcatraz, pelícano 6, 126, 131. anzuelo y cordel 2, 4, 6, 20-21, 31, 45, 49, 68, 103-104, 118, 124- 125, 127, 128, 136-137, 144, 150, 159. arenca, arenque sardina* 104. arrayao, manchego* 3, 6, 7, 10, 17, 72, 73, 116, 150. arrecife (También vea coral.) 3, 149, 159. atarraya, sardinera* 17, 26, 38, 89, 125, 136, 142. atún* 79, 84. bajalú* 28, 47-48, 49, 50, 53, 125, 129. balayo* 5, 129, 130. ballena 51-52. ballestilla* 72. bambúa 155. barbú 32. “bends”* 26-27, 138-141. besugo* 73. bichero* 95. boba* 5. boquicolorao* 17, 116, 150. braza* 17, 34, 72. brisa galesna 14, 130. bubi* 160.
*Las palabras con asteriscos se encuentran definidas en el glosario, pp. 163-174. 175
Palabras de pescadores
buceo 5, 8, 17, 26-27, 39, 104-105, 109, 118, 119-120, 138-141, 148. bufeo* (También vea delfín) 49, 51. burbuja* 26-27, 138-141. burgao* 26-27, 138-141. buzo 5, 8, 17, 26-27, 39, 104-105, 109, 118, 119-120, 138-141, 148. caballa* 104. caballito de mar* 109. cabrilla* 10, 118, 120, 123-124. cachicata* 3, 72. cala* 142. calamar* 9, 77-78. camarón 9. capitán* 17, 48, 118, 150, 151, 157. carey* 44, 51, 120, 126, 157. carnada (también vea engoe.) 9, 15-16, 77-78, 118, 125, 137, 151. carrucho, carruncho* 5, 7-8, 44, 69, 105, 118, 120, 157. cartucho* (también vea chillo.) 142. cobo 118. cocolía, jaiba* 5, 37-38, 151. Cofresí, Roberto 61. cojinúa* 17, 73, 122, 150. colirrubia, rabirrubia, rubia* 3, 17, 31, 124, 128-129, 142, 150. congre, morena* 149. consejo de pescadores 156-158. Consejo de Pesca del Caribe 86-87, 156. conservación (También vea ecoturismo.) 126-127, 129-130, 131, 154-158, 160. contaminación 3-34, 50, 60, 121. contrabando 106. coral, pinacos (también vea arrecife.) 119-, 126, 149. cordel y anzuelo 2, 4, 6, 20-21, 31, 45, 49, 68, 103-104, 118, 124 125, 127, 128, 136-137, 144, 150, 159.
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Glosario
corrida* 124-125. cotorra* (también vea loro.) 150. chapín* 5, 44, 45, 48-49, 72, 79, 130, 147, 150. cherna* 17. chicharra* 104. chillo, colorao* 28, 34, 72, 73, 78, 81, 82, 85, 88. chinchorro* 16, 28, 39, 45, 51, 104, 105, 107, 119, 127, 129, 150. chopa* 72. chucho* 5, 62. chumbo* 28, 70. delfín 49, 51, 135-136, 149, 161. (Departamento de) Recursos Naturales (También vea leyes y reglamentos) 8-9, 28, 32-34, 50, 60, 79, 80, 121, 126, 156. Departamento del Trabajo 60, 157. dinamita 17, 31. dorado* 29, 49, 50, 79, 87, 92. ecosonda 81. ecoturismo 58-62, 122. engoe* (También vea carnada.) 36, 44. EPIRBS* 93. escopeta, figa* 26-27, 120, 130, 140. espalda ancha* 124. estrella de mar 5, 8. figa* 7, 8, 26, 48. Fomento Industrial 60. fotuto, fututo* 105. fuete* 72.
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Palabras de pescadores
gallereta* 123. gallo* 10, 159. gaviota* 5, 126. guanábano* 3, 4, 7. Guardia Costanera 141, 152. guaymén, jurel* 6. jarea* 17, 32, 47, 53. “jet ski” 44, 49-50. juey* 34-37, 142. jurel* 6-7, 26, 73, 104. justicia e injusticia (vea leyes y reglamentos.) Laboratorio Pesquero, Departamento de Recursos Naturales 156. laguna (También vea mangle.) 17, 42-143. lanchas (de placer) 8-9, 152-153. langosta 3, 7, 8, 9, 15, 16, 27, 28, 44, 45, 72, 81, 82, 85, 104, 118, 119, 147, 150, 157, 159. leyes y reglamentos 16, 32, 53-54, 58, 122, 129, 152, 155, 158. lisa* 17, 32. loro* (también vea cotorra.) 44, 51, 88, 150. luna 28, 74, 88, 125, 127-128, 136, 149, 159. macarela* 73. machuelisa* 143. machuelo* 45. malacate* 72. mallorquín* 28, 45, 47, 51, 58, 70, 130. manatí* 49, 123, 147. manchego (También vea arrayao.) 7. mangle (También vea laguna.) 7, 16, 17, 19-20, 28, 46, 50-51, 60, 123, 126, 146, 154-155. mantarraya* 4, 48-49. marcas 45, 52, 137, 138, 152, 160. Marina de Guerra de los EE.UU en Ceiba 148, 152-153. 178
Glosario
marlin* 50, 79-81, 84, 85, 86-87, 91-100. maruca* 5, 6, 10. médico* 72. medregal* 124. mercado de pesca (vea venta de pescado.) mero* 3, 17, 48, 50, 73, 79, 81, 139, 140, 157. mero cabrilla* 10, 118, 120, 123-124. mero cherna* 17. morena* 31. motores 44, 56-57, 63, 119, 120, 123, 137. muniama* 17. nasa* 5, 14, 16, 27, 28, 29, 31, 32-33, 39, 40, 72, 77, 81-84, 85, 116118, 127, 128, 148-149, 150-155. NOAA (National Oceanic & Atmospheric Admin.) 152, 156. palangre* 4-5. pargo* 7, 10, 48, 50, 72, 73, 118, 124, 144, 150, 157. (peje) pluma* 124, 149. peje puerco* 17, 88, 124, 150, 151. peto* 79. pez volador* 95. picúa, barracuda* 73, 92, 118, 149. pluma* (Vea peje pluma.) profundidad (brazas) 17, 34. pulpo 120. rebozo 18-19. Reserva pesquera 115, 126-127, 158. río 32. robalo* 7, 32, 550, 89. sábalo* 32, 160-161. salinas, salitrales 29, 62, 108. salmonete* 17, 150, 157. 179
Palabras de pescadores
sama* 17, 48, 124, 130, 142, 144, 150. sardina 26, 45. sargazo 159. sierra* 17, 70, 73, 79, 125. silga* 17, 77, 80. Taller del Faro 63. tamboril 4. Thalassia spp* (También vea yerba marina.) 120, 121. tiburón 17, 20-21, 29-30, 31, 45, 139-140, 149, 161. tijerilla, fragata* 5, 131-132. tinglar* 89. tonina* 51. trasmallo* 8, 28, 32, 44, 45, 46, 47, 70-71, 72, 119, 122, 127, 128, 130. vaca* 104. vela 13, 18, 31, 50, 68, 119, 130, 138. venta de pescado y jueyes 14-15, 35, 53, 59, 60, 68, 73, 104, 107108, 118, 142, 157. veril* 17, 81, 91, 149, 150. vientos y nubes ( pronósticos de tiempo) 69-70, 74, 130-131, 159. yerba marina 120, 121, 149, 150.
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ISBN:9781881719755
UPRSGE288