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POLANCO, EL ASCENSO DE LA AMBICIÓN Por
Matías Muñoz Zamora
Espíritu Santo, Reina Victoria, Esmeralda, Bellavista y Florida habían sido construcciones anteriores del ingeniero Federico Page y su equipo, pero esta vez habían hecho algo totalmente distinto, lo cual era considerado por los técnicos del puerto como la última palabra en arquitectura. Un túnel de ciento cincuenta metros como entrada principal, rieles de cien metros para ascender desde el interior del cerro hasta la cúspide de la torre, carros con capacidad para veintiocho pasajeros y, finalmente, una vista privilegiada dentro de Valparaíso. Todo lo anterior eran las características del nuevo ascensor Polanco, el «verdadero ascensor» de movimiento vertical en la ciudad puerto, a diferencia del resto de sus hermanos funiculares, de transporte diagonal.
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El día de la inauguración, Page se encontraba inquieto y dubitativo. Daba vueltas por la habitación porque sabía que John, el representante de la compañía Easton Lift, llegaría en cualquier momento y que posteriormente a ello debían ir al evento de inauguración organizado por Jorge Montt, alcalde de la ciudad.
–¿Estás listo Page? Debemos hablar antes de que todo comience –se escuchó afuera de la puerta número trece.
–Sí John, pasa.
Page estaba listo para comenzar a hacer las preguntas que venía pensando durante varias semanas.
–¿Estás realmente seguro de que no sospecharán? –susurró Page.
–No, solo debemos esperar al anochecer y podremos iniciar con esto al fin, no te preocupes. Nada se repartirá, todo será nuestro y nadie más que nosotros lo sabrá. Es un plan perfecto.
–Pero, ¿y si nos descubren? ¿No será mejor solo dar aviso? A fin de cuentas, igual nos tocará una gran parte. Quizá es una oportunidad para aportar al desarrollo de la ciudad –contrarrestó Page mientras visualizaba aquellos recuerdos de su infancia en el puerto, en esa época en que sus padres inmigrantes le inculcaron la retribución como acto de amor a la ciudad que los recibió.
–Page, hombre, ya aportamos lo suficiente con todo lo que trabajamos y con el resto de los ascensores que has diseñado. Además, esos políticos corruptos solo usarán nuestro descubrimiento para seguir rascándose los bigotes como siempre. Todo estará mejor en nuestras manos, es nuestra oportunidad. Nosotros lo descubrimos, nosotros lo merecemos –dijo John con bastante fastidio.
Mientras conversaban, Page recordaba las primeras excavaciones que realizaron para la obra y cómo tras estas se envió una especial muestra a la oficina de Easton Lift. En ese entonces se hablaba de la pronta apertura del canal de Panamá y de las consecuencias económicas que esta tendría para el puerto principal, por lo cual aquella especial y única muestra entregada podría ser una real salvación para el desarrollo económico de la ciudad.
8 de junio de 1916. Comenzaba la inauguración del ascensor al mediodía mientras un viento intimidante removía las últimas hojas de otoño de los árboles. La mayoría de los vecinos querían utilizar el nuevo medio de transporte y se acercaban a escuchar las palabras de inauguración del alcalde. Se entregaron monedas por montones al inicio del túnel por cada curioso caminante y así emprendían sus pasos hasta verse inmersos en la oscuridad casi completa del túnel. Llegando al final de este y observando dentro de la máquina encargada de transportarlos, se encontraba la figura del ascensorista, personaje encargado de velar por la correcta presión de los botones y de resguardar el secreto de Easton Lift.
La inauguración fue un éxito, el último pasajero salió del ascensor y sus puertas se cerraron. Después de la medianoche, Page ya estaba listo para entrar con su equipo de expedición hacia el final de aquel túnel húmedo, fúnebre e interminable. Ahí estaba Miguel, de unos cincuenta años, calvo y de estatura media, el cual siempre se vestía en tonos tierra. Miguel era conocido por ser el trabajador de confianza en Easton Lift desde hace muchos años. Se decía que había realizado todo tipo de labores para la compañía desde que esta inició sus operaciones y actualmente cumplía la tarea de ser el guardián del túnel.
–Miguel, ¿crees sinceramente que esto pueda fallar? –fue lo primero que preguntó Page al entrar al ascensor.
–De todas las tareas que me han encargado, no he fallado jamás. Así que por mi parte no habrá errores –dijo Miguel mirándolo a los ojos mientras el ascensor comenzaba a descender lentamente.
–No entiendo por qué John insistió en dejar este maldito botón a la vista de todos -dijo Page.
–Tranquilo, Page, en una ciudad con tantos ojos observando, la mejor manera de esconder es desde lo evidente. El botón es uno más de tantos que verá la gente, nadie sospechará todo lo que esconde –respondió Miguel en un tono bastante seguro–. Además, no solo hay que presionarlo, se debe saber cómo utilizarlo.
Con lentitud bajaron en vertical por el socavón perforado en el cerro hasta llegar a aquel sitio oculto, donde no se escuchaba nada más que la propia respiración de cada uno de los presentes. Al llegar los hombres de Page al oscuro subterráneo, comenzaron a visualizar su alrededor y se percataron de unos intensos reflejos plateados.
–Después de dos largos años llegó el día de iniciar nuestro verdadero proyecto –dijo Page–. Tenemos que sacar todo de a poco, de manera cuidadosa y sigilosa. ¿Me escucharon? –fue lo último que ordenó mientras recordaba la conversación con John, intentando convencerse de estar haciendo lo correcto, cuando por dentro realmente sabía que no era así pues sus ojos realmente brillaban al pensar en todo el bienestar que podría generar a la ciudad una justa repartición.
–¡Sí, jefe! –respondieron al unísono.
En eso, un disparo imprevisto dejó en silencio todo el lugar y en un segundo desapareció el brillo plateado de los ojos de cada uno de los presentes. Nadie entendía lo que pasaba, excepto Page.
–Si no quieren terminar así, más les vale aprender a obedecer y no a dudar –advirtió Miguel–. No queremos arriesgarnos a que alguno de ustedes se arrepienta y nos traicione. ¿Cierto?
–No, no queremos… –respondieron los hombres de Page.
–Su jefe venía hace días dudando de todo esto así que se tendrá que quedar acá guardando el secreto. No hay espacio para errores –continuó Miguel.
–Esta ciudad tarde o temprano tomará todo lo que le han robado –fueron las últimas palabras de Page antes de recibir la bala en el pecho.
–Entiérrenlo por allá –ordenó Miguel al resto de hombres–. Después de eso, los quiero ver trabajar.
Mientras tanto, en el cerro Cordillera John Smith y Jorge Montt se tomaban una copa de vino para celebrar.
–Page era una persona demasiado honesta como para seguir con esto. No se puede ser así toda la vida –dijo Jorge antes de hacer el brindis.
–Si Page te confesaba todo en la inauguración no hubiese sido un problema, pero no podíamos arriesgarnos a que tocara la puerta equivocada para hablar –repuso John con indiferencia.
–Hay mucho en juego como para haber dado espacio a errores –sentenció Jorge chocando su copa con la de su cómplice.
Así partió la primera extracción del material precioso manchado de sangre y envuelto en sombras, la cual dejó solo rastros en ese maldito botón que espera algún día ser descubierto para resolver el misterio de aquel ingeniero que, tras inaugurar su última obra, supuestamente se marchó hacia el norte en búsqueda de proyectos más ambiciosos gracias a la recomendación del alcalde Montt.
Código Civil
Artículo 626
El tesoro encontrado en terreno ajeno se dividirá por partes iguales entre el dueño del terreno y la persona que haya hecho el descubrimiento.
Pero esta última no tendrá derecho a su porción, sino cuando el descubrimiento sea fortuito o cuando se haya buscado el tesoro con permiso del dueño del terreno.
En los demás casos, o cuando sean una misma persona el dueño del terreno y el descubridor, pertenecerá todo el tesoro al dueño del terreno.