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DIVINA MARIPOSA Por Lourdes Díaz Rosales

1. Crisálida

Desde que nació comenzó a usar labial, uno que, con rayos X, interceptaba cualquier boca que se le pusiera por delante. La barba es la parte difícil, se molesta porque no le funciona el tratamiento del pelaje como desea, quiere tener la carita de Lady Di pero se parece más a mí, en primavera pelechando. Ella se ve tan preciosa igual, aunque se atrapa en angustias y otros dolores; a pesar de ello, continúa. Ahora vienen los polvos, a veces se pellizca cuando el colorete se le acaba. A mí me cuesta distinguir colores, pero ese día logro apreciarlos, siento mis pupilas dilatarse, es un turquesa penetrante sobre sus párpados.

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Comienza a descascarar ese capullito. La vivienda del cerro Mariposa se transforma en la pasarela más amplia de París, grita de emoción y de rabia conmigo, lo que pasa es que me gusta recostarme sobre sus diseños, todos comprados en la feria de la gran avenida Argentina. Estos son los mismos que repara para convertirlos en sus alas.

Ella no busca la luz porque sabe que es la luz.

Sale corriendo porque va atrasada, desde la puerta me dice:

«Chao, cosita bonita, espérame con la camita calentita».

2. Mariposas

Me gusta seguirla casi siempre, por cuidarla, por sapearla, pero siempre por amarla.

Las mariposas son seres delicados que deben ser cuidados, ¿sabías tú?

Desde la altura se ve alucinante, cualquier extraterrestre que la viese de otra galaxia querría abducirla. Avanza rápido, volando cerro abajo, a taconazos más altos que las escaleras de Colón, que las escaleras de Polanco, que cualquier escalera de este puerto.

El objetivo es claro: la calle Chacabuco.

Cuando se acerca a Pedro Montt, gritan perros de dos patas con el miembro erecto, desde las esquinas y los autos. A ella no le molestan, a mí sí. Son ladridos molestos, yo querría bajar de los muros y arañarlos, pero no puede darse cuenta de este espionaje.

Llega a Francia a reunirse con toda su percha, colores brillantes en medio de la noche. El espectáculo más hermoso, mucho más que esos cohetes disparados para cada inicio de año y que vienen sólo a atormentarnos. Esperen, aún no se da cuenta de mi desobediencia.

De paso, me encuentro a mi amiga la Negrita, tantos meses sin verla, ahora que soy de casa y de cerro no vengo tan seguido. Nos conocimos en Rawson, somos medio primas por nuestro parecido: yo heredé manchitas blancas, pero lo que no vino conmigo es su brujería, ese presentimiento que nunca le falla y se eriza cada vez que algo anda raro. Presiente algo esta noche, que sus huesitos están rígidos desde la mañana, turbados pero no por la vaguada, es algo más.

Luego las pierdo de vista, se van todas rápidamente, las sigo.

Pienso en regresar a la casa pero su aroma está cerca, una mezcla de lavanda intensa con otras esencias que no sabría reconocer.

Es importante saber dónde está, la intuición felina no da cabida a equivocaciones.

Por los techos me asomo, no la encuentro, el zinc se comienza a sentir ardiente, mis almohadillas sienten un calor intenso casi quemante, muchas personas corriendo por la calle, gritos, gritos, gritos, gritos.

El olor a lavanda se asoma por mi nariz. Está ahí.

3. Cacería

Bajo lo más rápido que puedo hacia el pavimento, mis patitas duelen, queman en medio de las llamas, de todo ese fuego descontrolado que mis ojos, adoloridos por el humo, pueden distinguir. Pelaje chamuscado, corazón pequeñito latiendo, latiendo, latiendo. Una mujer me toma en sus brazos, yo intento saltar para poder entrar a esa hoguera; pulmones cansados, intento maullar, gritar, que sepa que estoy ahí, que vengo por ella.

No escucha, nadie escucha, nadie las quiere rescatar, yo no puedo.

Cuántas divinas mariposas fueron cazadas esa noche recién comenzando la primavera?

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