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VENGAN A BUSCARLAS Por Estefanía Vilalobos Vergara

El hombre está asustado. Se asusta cuando la muerte con forma de nadie lo viene a buscar. Le asusta vivir, también. Nadie le entiende. Lápidas le recuerdan su existencia efímera. Le impiden cruzar la calle, vivir con tiempo. Se hace ínfimo para que la muerte no lo vea, pero tiene terror a desaparecer.

Por eso busca la permanencia, y en la piedra estampa su eternidad.

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Para hablar con los muertos hay que saber esperar: ellos son miedosos como los primeros pasos de un niño.

Se trata de construir una casa.

Una que albergue al alma en pena en su frenesí mortuorio.

Contiene sus pasos invisibles como el aire.

Ahí parece no haber nada, pero hay algo: una energía, un aire poderoso que te aprieta el corazón.

Existe un espacio asignado a las flores: plásticas, de papel o naturales.

Las flores representan vida y muerte. Vida que se conserva a pesar del tallo desangrado.

Belleza podrida en cosa de días a la intemperie.

Dicen que las ánimas son caprichosas.

La vela le da calor e ilumina su camino para los sustos que vienen.

Aparece no haber nada, pero flotan los deseos de N.N., que ruegan por causas imposibles.

N.N. 1: Ya po, rájate con un pierno

N.N. 2: Luisita, regáleme el perdón pa mi cabro

N.N. 3: Sáquense unos remedios

N.N. 4: Y unos pedazos de carne, es que no tengo nada para el almuerzo

N.N. 1: O con pilas, por último

N.N. 4: Es que el Emerson come mucho, y no me alcanza

N.N. 1: O que me encuentre un mino por ahí. No sé, en la plaza, si te parece más romántico

N.N. 3: Y te compro de esas velas que valen luca

N.N. 5: Concédeme el sueldo del mes

N.N. 2: Veinte velitas más si me sale gratis la dosis de este mes

N.N. 6: Una plaquita más bastará para sanarme

N.N. 1: Aunque si me lo encuentro en un carrete, ahí sí que lo pongo como obra tuya

N.N. 3: Acuérdate que estamos en invierno, y sin velitas te cagai de frío

N.N. 1: Y si tengo guagüita, le pongo sus nombres. Y la traigo pa que eche la primera meaita aquí

N.N. 3: Ya po, y una consola pal Jaimito que siempre te viene a ver

N.N. 5: No seai ingrata pues Luisa

N.N. 2: Si me cumples te pongo una placa de mármol

N.N. 5: Mármol auténtico

Calle Colón. Pausa inquieta entre Francia y San Ignacio. Cada paso se va haciendo espeso a medida que avanzas, porque dicen ahí es donde mora la pelá: animita, hospital y funerarias montan la trinidad del infortunio humano.

El término «animita» alude a un alma que pena en el purgatorio antes de ir a la gloria. En este espacio pagano moran Julia Duarte y Luisa Silva, mujeres que fallecieron trágicamente. Así lo retrata la prensa local:

El 30 de agosto de 1930 llovía torrencialmente en Valparaíso. Tanto que un muro cedió y cayo [sic] sobre una madre e hija (43 y 26 años correspondiente). Julia y Luisa murieron debajo de un montón de ladrillos, piedras y tierra...

Su placa principal dice: «Aquí yacen las animitas Julia y Luisa, madre e hija, por derrumbes». Si intentas verla, asegúrate de subir dos metros y que ellas quieran que se deje ver, porque varios no han podido constatar la existencia de la mentada placa.

Se cuenta que murieron instantáneamente. Lo cierto es que tienen sangre más seca que su recuerdo, y sus rostros han vuelto a tomar forma gracias a la fe de unos cuantos. La lluvia se llevó sus vidas y sus nombres, bautizándolas como «la animita de Colón» a secas. Su ropa y todo su ser quedó por ahí, esperando el rescate que todavía no llega. Se petrificaron en un murallón viejo, que más vale no boten. No queremos que mueran aplastadas. Otra vez.

Mientras tanto, otros relatos pululan en los bordes del murallón blanco que aloja decenas de velas encendidas y apagadas que cada cierto tiempo se prenden para formar incendios escandalosos que nadie atiende y que terminan apagándose solos.

Eran personas que murieron en un accidente; se estrellaron contra la pared, era un papá que traía a su esposa embarazada al hospital, estaba lloviendo y se resbaló, él quedó vivo, pero su señora y su hijita que no alcanzó a nacer se murieron, ve que por eso se llaman Julita y Luisita. Dicen que después el caballero se mató.

Aquí aparece el aderezo que se contrasta con la clasificación oficial de las víctimas como «Personas comunes» Lo cierto es que, al tratarse de madre e hija, la compasión crece y el corazón se ablanda. El derrumbe no les dio tiempo a despedirse del terreno ni de la vida, ni la una de la otra. La importancia del -ita «Ánima» suena tenebroso. Mientras que animita va más con la personalidad chilensis: achicar para querer, acariciar con las letras que le restan gravedad a la vida. Por eso no es extraño que muchas de estas ermitas milagrosas bauticen a sus dueños con un -ito o -ita al final. Así, tenemos a Romualdito, Elvirita Guillén, Carmencita y, por supuesto Julita y Luisita.

El primer milagro data de 1931. No se sabe quién ni qué pidió. Seguramente fue un ruego por salud en un Puerto asolado por la peste.

«Devuélveme a mi hijo, esposo, hermana, vecino. Dame para el pan que los niños me reclaman. Estamos en la mierda ».

Crisis asiática. Mi papá fue despedido. De haber conocido esta animita le habría pedido un trabajo.

«Ayúdame con la PSU». Se repite hasta la náusea.

Por las décadas de las décadas aparecen miradas curiosas, peticiones, favores, mandas y agradecimientos, en ese or - den. La mayoría ruega por la salud propia o de algún ser querido, aprovechando la cercanía con el hospital Carlos Van Buren.

De pequeña me decían que el mundo era grande y terrible. Quizá las animitas amortiguan un poco el espíritu para soportarlo.

3. Epitafio: Santas sepultadas.

Ellas la vieron venir como un tierral. Se vino el mundo encima y dejó emanando milagros.

Mueren un poco cada día. Pero es mejor ver a la pelá de lejos, saber dónde viene en vez de que se eche encima.

Ambas volvieron a la tierra que les dio el infinito ser. Una fundiéndose con la otra en el torrente de sangre, agua y piedras de este otro vientre. Luisa, te estoy pariendo de nuevo y te multiplico en las placas de «Gracias».

Mamá, te hablo a través de las rocas y el agua que chocan, chocamos y nos hacemos infinitas. Volteamos, ensuciamos, desgarramos la piel y el corazón para convertirnos en cemento, en pintura y cera de un millón de velas.

Mamá, he vuelto a ser esperma.

Hija, he vuelto a ser tormenta.

La gente que pasa ha pisado mil veces su corazón, sus pies mojados y sus bocas entierradas, la herida que les hizo santas. Sus ojos son de cera derretida; sus zapatos negruzcos y calientes. Sobre su cabeza reposan placas de agradecimiento como pinches en el pelo. Pero ellas todavía no saben que murieron. Quieren escapar del derrumbe. Vengan a buscarlas.

(*) Las páginas escaneadas e intervenidas corresponden a: Ojeda, Lautaro y Torres, Miguel (2011). Animitas, deseos cristalizados de un duelo inacabado . Santiago: LOM.

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