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DE LA TOMA AL MUNDO

Parece que fue un polerón el de la suerte cuenta sonriendo. En un mes subí de mil doscientos a diez mil seguidores. Con las restricciones por covid en plena vigencia, Dominique decidió publicar su trabajo en Instagram. Como tenía un stock, le saqué fotos y empecé a subirlas. Ha pasado un año y sus prendas han llegado a Francia, Rusia, Bélgica e Italia. ¿Cómo pasó de confeccionar ropa para sí misma a vender sus diseños tan solo media hora después de publicarlos?

Al amanecer de cada domingo voy al trabajo, mientras Valparaíso se repone de la noche anterior, dejo las cuadras vecinas de la Violeta Parra, cubiertas de polvo y costumbre. A cada paso como un salto el horizonte se quiebra con los techos, las buhardillas improvisadas, las vigas desnudas de construcciones que esperan mejores condiciones para terminarse. Pasado El Esfuerzo las casas se van solidificando. Me encuentro a Dominique a poco andar por Santa Rita; es inconfundible su estilo, el rosa de su polerón y su gorro tejido. Voy a la feria a comprar ropa, me dice con una sonrisa. Mientras bajamos por Otaegui hablamos de las casas que se han quemado, la cancha que va a recuperarse y el oficio de la costura. Antes de virar a mi trabajo, terciamos que contaría la historia de su arte con esta puntada sin hilo.

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El taller de la Domi queda en la toma, en la parte alta del cerro San Juan de Dios. Desde lejos puede verse la silueta única de su casa: un pabellón completamente circular recibe al visitante. Al subir las escaleras se encuentran cuidadosamente ordenadas por color las materias primas de su trabajo: yo trabajo con reciclaje textil, lo que se llama upcycling. Trato de que cada prenda sea única, por eso Singulardomi es mi marca. Dando nueva vida a la ropa en desuso como un objeto irrepetible.

El verano pasado ubicó su puesto en paseo Dimalow y los turistas cautivados por su oficio llevaron sus prendas a lo largo del globo. Una amiga de la toma que se fue de viaje, le llamó para contarle que mientras trabajaba en una feria en San Pedro de Atacama, una cliente le preguntó ¿Oye ese polerón es de Singulardomi? –Sí ¿El tuyo también? –¡Sí! ¡Sí!

Sus prendas ya tenían una vida propia. Me sentía super orgullosa de mi trabajo. Hace poco me llamó una chica que hace danza hindú Babani Khali. Ella tiene una banda de música con la Pascuala Ilabaca, Samadhi. Y me dijo: «Oye, me encantó tu ropa, quiero regalarle una prenda tuya a la Pascuala Ilabaca. ¿Tú crees que la Pascuala tenga una prenda tuya?»

La sigo a través de una escalera estrecha que da dos curvas hasta llegar a la base de operaciones de Dominique. Aquí guardo las telas que voy a usar, pa mí es super importante la combinación de colores. Así puedo visualizar con qué voy a trabajar. El muro posterior del taller es una enorme paleta de pintora: algodones, linos, terciopelos, licras, polar, cuidadosamente guardados en un estante que se extiende hasta el techo y permite ver la graduación de frecuencias, del púrpura oscuro y el índigo hacia los rojos profundos. Domi me cuenta que siempre ha cosido y que, antes de algo comercial, fue siempre transformando mi ropa. Siempre he tenido mi máquina, pero no estaba segura de mí misma, de que iba a ser capaz de hacerlo. Tampoco sabía si era lo que realmente me gustaba. Antes de tirarse a la piscina, Dominique trabajó en casas comerciales, como garzona, cuidando niños y como ayudante de repostería.

Junto a Ricardo, su pareja, vivían en una comunidad mapuche cerca de Puerto Montt. Teníamos dos opciones: o Valparaíso o el valle del Elqui. Yo le dije a Ricardo: «No quiero seguir viviendo aquí». Así nomás. Ya teníamos una casita armada y todo, pero me miró y me dijo: «Vámonos entonces». Entonces se vinieron a Valpo. Ricardo tenía una tía que criaba codornices y les había ofrecido pega. Cuestión que llegamos a dar bote porque la tía tuvo problemas por la sequía. Tuvimos que alojarnos donde un primo en Mariposas.

Me cuenta que en ese tiempo tenía solo un hijo, así que era más fácil. Mientras Ricardo trabajaba la guitarra y con su canto, ella cosía. Yo no conocía Valpo, sabía que era lindo y pintoresco, pero no había estado acá.

El verde y marrón del paisaje va tomando calidez a medida que se retira el sol hacia los barcos. Abajo, en la ciudad, pequeños puntos negros y naranjos que aumentan su frecuencia nos recuerdan que es la hora de salida de los trabajos y escuelas. Las calles vibran con los bocinazos y las injurias. Los porteños se apiñan esperando la micro o el coleto.

Valpo le da la impresión de ser super desordenado, caótico. Como qué onda las casas, los cerros, todo quedaba a trasmano. Un poco flaite también, Valparaíso tiene esa cuestión. Mariposas se parecía acá a la toma igual. De Mariposas nos fuimos a una posada y de ahí a Montedónico. Llegamos en 2013 a la toma.

El hilo nos lleva hacia el sur. Antes de subir a esta ciudad del norte, y a esta otra ciudad en las cimas de Valparaíso, Domi vivía con su familia en la cordillera de Nahuelbuta. Su bisabuela era del campo, y sabía hacer cosas de campo, hacer queso y mantequilla, trabajar la lana de oveja, también coser y le enseñó a mi mamá. Es como una herencia que ha pasado de mano en mano.

Después vinieron las forestales y les compraron los terrenos, y les embolinaron la perdiz a los vecinos. La gente empezó a bajar a la ciudad. Yo me vine a los trece a estudiar a Santiago. Así nomás po. Hay una cosa también que como mi toc, mi obsesión, mi vicio: yo amo las telas. Es algo que me gusta mucho. Si ando en la calle siempre me voy a ir fijando en una costura diferente o una pinza inusual. Las calles, en las noches de juerga (que pueden ser cualquiera), quienes apurados o esperando acuden a citas en las estrechas pasarelas de un bar son parte del desfile al que asistimos. Tantos colores, tanta diversidad. Eso me llevó a soltarme más en el oficio. Acá hay muchos artistas. Mi ropa igual es muy de artista. Trabajo mucho el patchwork. Eso se refleja también en cómo es la ciudad y es lo que trabajo, los colores, soy super colorinche igual.

Para los lectores, Domi sugiere que vayan a las ferias, las ferias en la región son buenas. La de Belloto, la de Gómez Carreño, la de Uruguay, avenida Argentina. Y ya, si tenís más plata, a las tiendas de ropa americana. Desde la ventana del taller pueden verse las calles y pasajes que hilvanan los barrios. La toma Violeta Parra se ciñe por debajo al cerro Yungay, se iguala a los costados con San Juan de Dios; más abajo, Florida y Monjas. Cada cierto tiempo la puntada enhebra al cerro Alegre, las labores del campo con todo y sabores, la cordillera y sus antiguos habitantes, las madres y abuelas que criaron a las faldas de las montañas, con los caminos que el viaje de otras mujeres continuará hacia no se sabe dónde.

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