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LOS CAZADORES DE ESTRELLAS Por Vicente Meneses

Pelo de alambre y una segunda boca roja, rojísima que va de la ceja al labio inferior. Darío Urriola tuvo muchos nombres antes de decidirse por ese, eso me contó su hermano Carlos. Nació como Juan, luego mutó a Alejandro, poco después a José, y Darío terminó por hacer completa y hegemónica metástasis.

Nació por cesárea en un baño, Carlos vio cómo el estómago se abría amplio y sangrando, con olor a carne quemada en el rostro, el parto tuvo que ser intervenido por una hoja de afeitar recién lavada. Todos los que nacemos de la guata de nuestras mamis tenemos problemas para comprendernos a nosotros mismos, es como si ser despojados de salir de una vagina nos quitara también un poco de humanidad.

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Daríogonia de: Pasillo de los monstruos, Lucas Mella

Darío nunca pudo entenderse, tampoco lo que escribía. No sabía si era un cronista, un ensayista o un poeta absurdo. Sus textos no le daban ninguna pista, tenían a ratos algunas babas de Juan, otras veces lágrimas de José o sangre de Alejandro, pero nunca algo de él mismo. Su corta carrera como escritor joven fue enganchada por muchas otras estrellas que se apagaron tan pronto como él lo hizo. Todas nacidas de cesáreas, todas enrojecidas.

Ese cúmulo de textos y personas con el que se empapó el peculiar Darío tenía como nombre la constelación Stargate. Aunque eso varía dependiendo de a quién le preguntes y también de si a quien le preguntas recuerda lo que significaban esas cenizas de nombres. Algunos afirman que se llamaban Los Pentagonistas, otros que eran Los Estrellados y en menor cantidad se acuerdan de un movimiento apodado Valgazer.

Una lluvia de estrellas azota Valparaíso 2013 / 2014. Es difícil a estas alturas saber cuántas eran con exactitud. ¿Doce? ¿Treinta? ¿Cincuenta? Pudieron haber sido más de cien astros adolescentes escribiendo con completa pasión en conjunto. Pero para poder ser parte de este remolino astronómico tenías que afrontar una iniciación…

¿Qué escritores se reúnen en las alcantarillas? Le compartía mi inseguridad al cadáver de paloma que sujetaba con mis manos. Harían cosas grotescas, asquerosas, si necesitan esconderse. ¿Qué escritores te piden un animal muerto? Solo una secta, supuse. Ya era muy tarde para devolverme, muy temprano aún para perderme en la oscuridad.

El ritual comienza, paso al centro del nexo, conté más de treinta a los lados. El silencio y un joven están conmigo, tienen ojeras de sangre seca y huelen a pútrido. Le paso el animal y las esquizofrénicas pezuñas abren la paloma buscando su sangre. Agarra un cuaderno y rocía el líquido en la tapa para pasármelo. Había dibujado la estrella de cinco puntas con su ojo grande y frío en el centro. Eres nuestro compañero, me dijeron, un estrellado. A veces aún temo perderme en la oscuridad.

Reunión de: Azul Verde, sin firma

Las alcantarillas son las venas de Valparaíso, por ahí fluye el agua color psicodelia que vomita al mar. Fue fácil para la constelación entrar a las carnes del puerto, su piel está llena de costras, marcas de flagelos y erupciones por donde te puedes meter.

Como una lombriz solitaria, se asentaron debajo de avenida Francia, en una bóveda que era el cruce de varios corredores. Apodaron nexo a lo que sería su cabildo. Desde ahí extendieron sus largos brazos, colonizando con pausa el laberinto. Tenían su propia ciudad gusanesca y pronto tuvieron que organizarla. Crearon los pentágonos, nidos de más de cinco escritores autogestionados que estaban esparcidos como la clara de un huevo por todo el complejo.

Hay pentágonos importantes para las operaciones del grupo. Está el de Barón, que desemboca directamente en el mar. Solo escriben de noche, cuando las olas están furiosas y devuelven el vómito de sangre. Desarrollaron un culto a la luna y al agua, reflejado en sus poesías surrealistas de temática marina.

La Blanca Inmaculada está debajo de avenida Argentina, es el más grande de miembros y de espacio. Todos son fanáticos cristianos y de la constelación. Fueron ellos los que se encargaron de mapear todas las alcantarillas (con versículos de la Biblia) y de documentar nuestras actividades.

El más cercano al nexo es Unvalpo, bajo Pedro Montt. Un cementerio de adobe sobreviviente al terremoto de 1906 parecido a una exhibición de caras grotescas, aun con los esfuerzos de restauración. El pentágono se quedó a vivir entre las rocas, donde escribieron una novela sobre un cruzado paseando por un Valparaíso destruido.

El único con menos de cinco miembros es El Techo, la bóveda a más altura que está en Elías. Es el santuario de León Muñoz, el mejor poeta de toda la constelación. Llegan desde los extremos para rendirle culto como a un santo, dejándole comida y papel para que siga escribiendo y él lo hace viendo la catarata estallar y las lianas armar su reino.

Los colonos rojos de: Gargantaestela, Fernando Vargas

La constelación nunca tuvo problemas con los hombres del desagüe. Si se llegaban a cruzar, los miembros les convidarían comida o agua limpia, los hombres les devolverían el favor guiándolos si se perdían en la oscuridad. Una cooperación mutua que ayudó a la constelación a mantener el control de sus colonias sin amenazas. Continuó así hasta abril del 2014, con el gran incendio de Valparaíso.

Vientos solares queman la piel del puerto. Los embargados por el fuego encuentran refugio en las venas bajo la dermis rostizada, uniéndose a los hombres del desagüe con los que la constelación habituaba convivir.

Pero parecían poseídos por el humo negro, casi lo exhalaban al abrir sus bocas. Actuaban rabiosos y psicóticos contra los jóvenes escritores. Cuando los veían recorrer los pasillos, rasgaban sus camisas, los intentaban ahogar o violar. Fueron ahuyentando a la constelación de las calles que habían colonizado.

«¿Cuántos pentágonos tomaron? Por ahora el de Sotomayor, el de Barón, casi todo La Blanca Inmaculada y Unvalpo. Debemos ir al búnker de la Scuola ¿Pa marcharle a Mussolini? No pueden encontrar los fusiles, debemos hacerlo primero. Tomen los tres pentágonos del norte y vayan para allá. ¿Cómo los repelemos? No tenemos la fuerza suficiente, agarren rocas o lo que sea y vayan a defender el búnker, ¡rápido!»

Así se dio inicio a la Primera Guerra Oculta, nosotros contra los hombres del desagüe. Durante trece días las familias porteñas escucharon gritos y gritos de soldados luchando, provenientes de abajo del suelo. Era la constelación defendiendo su ciudad contra las fuerzas del demonio.

Comenzamos como terminamos: desprolijos, temerosos de sus manos y bocas quiltrificadas, pero con valor nos fuimos armando. Con los palos que encontramos armamos garrotes y lanzas; con las tapas de basurero que nos pasaban, escudos; y con vidrio molido hicimos municiones. Lo más importante era cubrirse el cuerpo para no contagiarse de infecciones. Con ropa usada cosimos ponchos y máscaras, nos transformamos en verdaderos cruzados.

Todo el día estuvimos en función de la guerra, divididos en dos grupos: los Paladines y los Recolectores. Los Paladines eran la vanguardia que tomaba y defendía los pentágonos; los Recolectores salían a la superficie a buscar insumos o chatarra que nos sirviera. De no llegar con las manos vacías dependía nuestra causa, no importaba si robaban, amenazaban o compraban para obtener las cosas... Jesús lo entendería.

Hasta el décimo día estuvimos bailando la cueca de retroceder y avanzar, pero eran demasiados, como hormigas abordando un caracol muerto. Cuando les pegábamos rompían nuestros garrotes y el vidrio en sus piernas no evitaba que siguieran atacando. Eran esclavos del humo que se retorcía en sus miradas.

Al doceavo día nos empezamos a mermar, no había nadie sano ni que no estuviera herido. El agua y la comida se nos acababan, también las velas para iluminar las peleas. Solo nos quedaban dos pentágonos: La Boca y El Techo. A donde fuéramos siempre sonaba una marcha infernal, que era como escuchar una máquina machacando huesos.

En el décimo tercer día se libró la batalla final. Veníamos arrancando y nos refugiamos en El Techo. A todos nos dolía lo más profundo de la carne y del alma, salvo a León Muñoz, que aún seguía viendo la catarata y el musgo en la laguna. «¿Por qué tan miserables?», nos preguntó, «Guerra», respondimos. Ya no se escuchaban los huesos romperse desde la garganta negra, eso nos llamó la atención.

Él asintió y nos guió por un pasadizo, entramos lateralmente a La Boca. Nuestros enemigos celebraban una especie de fiesta lamiendo sus caras mientras gemían. León prendió una antorcha y la arrojó al pasto del pentágono. Supimos que habíamos ganado la guerra cuando vimos esa masa amorfa de cuerpos en llamas, tirándose al agua uno por uno. Las alcantarillas eran nuestras de nuevo.

La gran Guerra Oculta de: Tormentas en el Cielo, Vicente Mori

Luego de estar tan cerca de la muerte, la constelación supo lo que tenía que hacer. Podían desaparecer, pero si lo hacían sus escritos no podrían ser llevados con la brisa de la fugacidad. Tenían que hacer un libro, sí, un libro que representara su propio cosmos húmedo, palpitante y subterráneo. Uno nacido de cesárea.

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