Adelanto de Escribir con caca

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Escribir con caca Luis Felipe Fabre


Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

Copyright © Luis Felipe Fabre, 2017 Primera edición: 2017 Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2017 París #35-A Colonia Del Carmen, Coyoacán, C.P. 04100, Ciudad de México. Sexto Piso España, S. L. c/ Los Madrazo, 24, semisótano izquierda 28014, Madrid, España. www.sextopiso.com Diseño Estudio Joaquín Gallego Formación Emilio Romano ISBN: 978-607-9436-56-8 El autor agradece al Sistema Nacional de Creadores del fonca el apoyo otorgado para la escritura de este libro. Impreso en México


ร NDICE

I.

Los Anales

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II. Escribir con caca

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III. La gran mierda

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IV. Novo en el Mictlรกn

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I  LOS ANALES



Allá va, a bordo de un taxi, Salvador Novo. Va casi desnudo, cubierto sólo por una bata. Tiene veinte años y las cejas depiladas. Dicen que es hermafrodita. Dicen que ya lo ha leído todo. Tiene veinte años y unos cuantos poemas publicados en revistas. Poemas raros como él. Poemas modernos como solía llamárseles. Poemas que han dado de qué hablar aunque mucho menos de lo que ha dado de qué hablar su autor. Y es que salir a la calle en bata en esta noche relativamente tranquila de 1924 es sólo el menor de sus atrevimientos. Se trata, por supuesto, de una época turbulenta porque a las revoluciones no les sigue nunca la paz aunque así se empeñen algunos en intentar hacernos creer. Pero hay noches, noches como ésta, relativamente tranquilas. Y Salvador Novo ha salido a perturbar la noche atravesando la Ciudad de México a bordo de un taxi. Como una alucinación. Como un vampiro. Como un sonámbulo sexual. ¿Hacia dónde va? Viene de Coahuila donde pasó su niñez, viene de Chihuahua. Aunque nació en la Ciudad de México viene del norte. Viene de la Revolución. Viene en bata como si una voz de alarma avisando que Pancho Villa y sus hombres se aproximan lo hubiera arrancado de la cama y depositado en un taxi en marcha ya a kilómetros de distancia. Viene de otra noche: la de la guerra, la de los hombres de Pancho Villa allanando la casa familiar. Viene de una de esas noches que conducen a ciertos niños de naturaleza sensible y nerviosa a abordar los libros de poesía como si abordaran taxis misteriosos que pudieran llevarlos lejos, muy lejos, hacia otra dimensión, sólo para descubrirse años más tarde a bordo de otros taxis en medio de otro horror, lejos, muy lejos de casa. Allá va el poeta Salvador Novo a bordo de un taxi insomne. ¿Se fijaron en sus labios? ¿En el rojo intenso de sus labios


cerrados? Rueguen para que no los abra. Dicen que tiene una lengua afilada y ponzoñosa. Dicen que es una víbora. Dicen que es una perra. Dicen que es una zorra. Yo no lo conozco personalmente, sólo he leído sus poemas, los que ha escrito, los que escribirá. Poemas desencantados pero revolucionarios a su modo, aunque a su autor todo lo que suene a revolución le horrorice. Algunos podrían pasar incluso por verdaderos poemas vanguardistas pero Novo tiene otros planes. Planes que básicamente versan sobre sí mismo y no sobre esos fastidiosos proyectos de transformación social que solían caracterizar a las vanguardias. Si a su paso el mundo se transforma será sólo un efecto colateral. Allá va, perturbando la noche, Salvador Novo. ¿Lo ven? Está posando. Porque se sabe observado y porque siempre está posando. Toparte con él en persona es casi como toparte con su retrato. Novo observa su rostro reflejado en el cristal de la ventanilla del taxi: sabe muy bien cómo ser una imagen. Y lo mismo cuando escribe. Titulará con exactitud Espejo a uno de sus libros de poesía. Sus cejas depiladas, su vestimenta audaz, sus enormes anillos, sus peluquines futuros también son una escritura: una constelación de signos. Novo sabe cómo desdoblarse en texto que se desdobla en imagen que se desdobla en texto que se desdobla en imagen que se desdobla en texto. Viene de Oscar Wilde, de los dandis, de los malditos, pero tiene otros planes que incluyen el verbo traicionar porque a diferencia de ellos posee un acusado instinto de supervivencia. Dicen que es muy ambicioso. Dicen que es íntimo de funcionarios y políticos poderosos. Dicen que es simpatiquísimo. No pretende perderse en la poesía sino salvarse, al menos todavía en esta noche relativamente tranquila de 1924. Será hasta dentro de unos años cuando descubra que no hay salvación en la poesía, y entonces dejará de pretenderla para ahora sí perderse, para ahora sí abismarse, en el juego de espejos de su ausencia. Allá va, posando desde el interior de un taxi improvisado en carro alegórico, Salvador Novo. Viene de lejos como una roca desprendida del Génesis. A pesar de su juventud no que12


da un ápice de inocencia en ese rostro displicente. Al menos así lo vio y así lo retrató en 1924 Manuel Rodríguez Lozano, un pintor muy guapo que se negó a sumarse al arte nacionalista, didáctico y kilométrico de los muralistas y prefirió juntarse con ese grupo exquisito de poetas jovencísimos, melancólicos y afeminados del que Novo formaba parte. El cuadro al que tituló El taxi puede verse ahora, tantos años después, expuesto en la colección permanente del Museo Nacional de Arte. Allá va, todavía, a bordo de un taxi, Salvador Novo. ¿Va maquillado o el rojo intenso de los labios es sólo una aportación del pintor para subrayar la androginia de su rostro? Cerrados esos labios anuncian otros labios: abiertos. Rodríguez Lozano maquilló en el rostro de Novo una pantomima procaz: la nariz, más larga y aguileña de lo que en realidad era, crece, se esfuerza, intenta en su exageración alcanzar esa boca roja que tampoco es solamente una boca: más que un rostro se trata del preludio de una cópula. Novo tiene hambre: esa hambre otra que es más atroz que el hambre porque el hambre sólo tiene una boca pero esta hambre otra abre otras bocas otras en la carne. No, no se equivocaron quienes llamaron «Los Anales» a Novo y sus amigos. Especialmente no se equivocaron en el caso de Novo. Incluso cerrada su boca roja dice otra boca. No se trata, por supuesto, del único hombre en la Ciudad de México cuyos apetitos lo empujan a abordar un taxi a medianoche, pero a través de Novo esa otra boca no sólo comerá y besará y succionará sino que también hablará. Dirá cosas nunca dichas. Algunos verán en él una amenaza a la virilidad nacional: un profeta obsceno que viene a anunciar en verso la instauración en México del reino de las locas. Otros lo verán sólo como un talentoso versificador que desperdició sus dones en prosas que cobraba caro y en chistes sucios cuya escritura se avendría mejor a los muros de los baños públicos que a los libros de poesía. Lo cierto es que esa otra boca roja está por abrirse. Esperen. Miren: se está abriendo. Va a decir algo. Escuchen. Esperen. Hay muchas preguntas que aguardan una respuesta. Para empezar: ¿Quién conduce el taxi? 13


*** No se equivocaron quienes llamaron «Los Anales» a Salvador Novo y a otros poetas del grupo que más tarde sería conocido como Contemporáneos. Cuando en 1924 Diego Rivera publica en El Machete, la revista del Partido Comunista de México, una caricatura de José Clemente Orozco titulada, precisamente, «Los Anales», da en el blanco. Lo eran. El término es acertadísimo, como suele suceder cuando el sobrenombre lo pone un enemigo. La caricatura (unos catrines o lagartijos, como se les decía entonces, de aspecto afeminado y nalgas tentadoras) iba acompañada de una sátira en verso (cuyo título reza «Los rorros fachistas. ¡Mancebos eruditos y poetas, corresponsales de periódicos burgueses y comisionados por algunas Secretarías de Estado para agasajar a sus cuates de la Nave “Italia”, a su vuelta de Veracruz se reúnen para hacer añoranzas!») donde se alude a muchos pero en particular a Novo. Además de los viejos prejuicios renovados por las ideologías en turno, detrás de este ataque había una batalla por el poder cultural y una pugna entre programas estéticos y sociales que estratégicamente apelaban a la indignación moral en un intento por utilizar las preferencias sexuales de Novo y sus amigos en su contra. Un intento que se prolongará durante años y que los Anales lograrán sortear las más de las veces con inteligencia y gracia y humor, aunque no sin heridas. Novo se vengará de Rivera escribiendo «La Diegada», un conjunto de sonetos feroces donde afila sus talentos poéticos y satíricos en contra del pintor. Rivera, a su vez, responderá en 1926 caricaturizando a Novo en uno de los murales que pintó en la Secretaría de Educación Pública. Pero la batalla no se reduce al intercambio de insultos plásticos y literarios entre los poetas de Contemporáneos y los muralistas sino que se expande a toda la esfera cultural de la época, como bien han documentado Guillermo Sheridan y Carlos Monsiváis. Julio Jiménez Rueda, por ejemplo, se lamenta públicamente en «El afeminamiento de la literatura mexicana» (El Universal, 1924): 14


«Hasta el tipo del hombre que piensa ha degenerado. Ya no somos gallardos, altivos, toscos… Es que ahora suele encontrarse el éxito, más que en los puntos de la pluma, en las complicadas artes del tocador». Germán Lizt Arzubide en 1926 hace lo propio en El movimiento estridentista, donde también acusa a esos «verseros» de afeminados. Un periodista de seudónimo Tristán Marof publica en 1934 México por dentro y por fuera, donde dedica un capítulo a los «Literatos afeminados», los poetas jotos, es decir, Novo y sus amigos otra vez. En ese mismo año los ataques contra los Contemporáneos suben de intensidad e intentan tener consecuencias legales cuando un grupo de importantes escritores entrega una petición al Comité de Salud Pública de la Cámara de Diputados para que se remuevan de sus cargos públicos a los funcionarios poco viriles de moral dudosa: «debe combatirse la presencia del hermafrodita incapaz de identificarse con los trabajadores de la reforma social». En Los Contemporáneos ayer Sheridan apunta a propósito de estas descalificaciones por parte de los que amparándose en una posición nacionalista y revolucionaria los atacaron a lo largo de los años: «Afrancesados, maricones, cosmopolitas, indiferentes: los epítetos serán siempre los mismos y suelen ocultar una indolencia ante su obra y un rencor hacia sus personas que se reserva la razón de Estado para purgar a quien la estorba». Lo que me interesa aquí es, sobre todo, la elección del término «purgar» no sólo por los ecos estalinistas que ciertamente resuenan en aquellas descalificaciones sino, sobre todo, por lo que tiene de anatómico y excrementicio. El recordatorio de que también el cuerpo social tiene un ano. Un ano: esa salida o esa entrada donde todo este asunto de los Anales parece haber comenzado. El problema no es tener un ano, sabido es que incluso hasta los más machos tienen uno. El problema es hacerlo público. El problema es decir lo que debería permanecer secreto, abrir lo que debería mantenerse cerrado. No en balde esfinge y esfínter comparten un mismo pasado etimológico. Los poetas anales atentan contra la privacidad, es decir, contra el orden 15


social que incluso aquellos que se autodenominan revolucionarios desean mantener, al formular en sus poemas los enigmas del ano. En El deseo homosexual, ese librito que tantos problemas ha ocasionado, surgido de las aguas revueltas de la revolución del mayo francés, y antecedente de otras revoluciones, Guy Hocquenghem apunta: No hay otro lugar social para el ano que el de la sublimación. Las funciones de este órgano son verdaderamente privadas, lugar de la construcción de la persona: el ano expresa la privatización misma. La historia analítica (y no podemos evitar ver «anal» en «analítico») supone la superación del estado anal para llegar a la genitalidad. Pero el estado anal es necesario para organizar la desvinculación del falo. De hecho, no hay ejercicio de sublimación sobre el ano como sobre otro órgano, en el sentido que haría pasar el ano de lo más bajo a lo más alto: la analidad es el movimiento mismo de la sublimación.

Hocquenghem sigue a Freud cuando explica que el estado anal es el de la constitución de la persona: el ano se priva de su función deseosa y se avoca, a partir de ese momento, a funciones meramente excrementosas, es decir, privadas. Pero va más allá de Freud cuando afirma que el deseo homosexual, al recuperar el uso deseoso del ano, trastoca la cuestión analidad-sublimación. Novo, por cierto, fue desde muy joven un atento lector de Freud. Rubén Gallo, en su fascinante Freud en México, logra reconstruir sus aproximaciones a la teoría psicoanalítica a partir de los subrayados y anotaciones al margen —objeciones, breves confesiones, exclamaciones irónicas— que Novo fue dejando al paso de sus lecturas en sus ejemplares del médico austriaco. Así, por ejemplo, «cuando el analista, retóricamente, pregunta a sus lectores si no están al tanto de que muchos adultos remplazan la vagina por el ano en su vida sexual, Novo replica, “No, I’m not”. Y cuando Freud observa que algunos individuos experimentan placer sexual al defecar, Novo aporta: “¡Los es16


critores!”. Un poco más adelante Gallo señala: «Aún más conmovedora resulta una nota inscrita al lado de una frase mal traducida de Freud en la que López y Ballesteros se refiere a la homosexualidad como una “triste anomalía”: “Es ist nicht traurig!” [“¡No es triste!”], exclama Novo». Podríamos retomar los planteamientos de Hocquenghem para intentar entender el desquiciamiento que suponen los así llamados Anales: no sólo hacen un uso deseoso del ano, lo que ya constituye un atentado contra el orden de lo privado, sino que además, aunque en distinto grado cada uno, lo hacen público: lo publican en forma de poemas. Porque para nadie era un secreto la homosexualidad de Xavier Villaurrutia ni de Carlos Pellicer ni de Salvador Novo, todos ellos miembros de Contemporáneos, y si lo era, era un secreto a voces, a versos, un secreto que sus poemas revelan a cualquiera que los lea con mínima malicia. Y todo esto en un momento en que la figura heroica, revolucionaria, bélica del macho se consolida en México como modelo masculino tal y como puede observarse en la pintura de los muralistas. Novo es el más extremo en este sentido. Como apunta Carlos Monsiváis en su imprescindible Salvador Novo. Lo marginal en el centro: «Novo desprende de su orientación sexual prácticas estéticas, estratagemas para decir la verdad, desafíos de gesto y escritura». Un verdadero cuestionamiento vital, político y estético. Una provocación insobornable al orden social. Escribe Hocquenghem: Sólo existe el ano puesto arriba socialmente, y puesto abajo individualmente, dividido entre lo excrementoso y la poesía, entre el innoble secretito vergonzoso y lo sublimado. […] «Sólo el espíritu es capaz de cagar»: Se entiende esta frase de Deleuze y Guattari en el sentido de que sólo el espíritu es capaz de fabricar lo excrementoso, sólo la sublimación es capaz de fabricar lo anal. Entre las cumbres en las que sopla el espíritu y los bajos fondos del ano, está encerrada nuestra sexualidad anal.

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Este orden que separa excremento y poesía y traza jerarquías se trastoca en Novo, donde lo alto y lo bajo, el poema y mierda, son indiscernibles, y por ello su persona y su obra resultan tan amenazantes. Cuando los artistas viriles tachan de «anales» a Novo y sus compañeros los tachan a su vez de sublimes al acusarlos de evadir la realidad nacional a través de una estética exquisita, elitista, extranjerizante, pero, paradójicamente, lo que en verdad parecerían exigir con estas acusaciones sería un ejercicio de sublimación: sublimar el ano que insisten en exponer. Quién sabe, quizá lo que en el fondo los viriles reclaman a los Anales no sea sino que su esteticismo resulta tan extremo que termina por evidenciar el proceso de sublimación que opera secretamente en la poesía, es decir, su origen anal. El secreto de los poetas: la poesía se origina en el ano. Al menos ése es el rumor. Se origina en el ano y luego se sublima, se alza, se eleva hacia la boca: canto, como le llaman. Tal vez de allí que el viaje arquetípico del poeta, desde Orfeo (que por cierto fue acusado de introducir la pederastia en Tracia) hasta Rimbaud (que acusó a su amante con la policía de lo mismo que acusaron a Orfeo las celosas mujeres tracianas con la variación de que no fue en Tracia sino en su persona donde la introdujo), sea precisamente el viaje hacia el infierno: hacia abajo, a través de los intestinos del inframundo, de vuelta al ano original. La poesía se origina en el ano. Al menos ése es el rumor que desde hace algunos milenios la ha convertido en una práctica sospechosa, y a los poetas en sospechosos de ser, por decir lo menos, unos invertidos. Es en ese sentido que decir «los anales» podría, en un momento dado, ser tanto como decir «los poetas», aunque para ser un verdadero poeta anal hagan falta otros méritos. De los poetas se dice que son unos invertidos pues la práctica poética supone un ejercicio de inversión. Ya se sabe: la palabra, que es un medio, en la poesía se convierte en fin; el poeta, en vez de utilizar el lenguaje, es utilizado, poseído, por él; etcétera, etcétera, etcétera. Que esto sea o no sea así ya 18


es lo de menos: forma ya parte del mito, del chisme, del antiguo rumor que la poesía acarrea. Un rumor que los poetas de todos los tiempos han intentado disipar a través de cientos de miles de poemas que dicen lo contrario, que cantan lo contrario, que explican sin explicar sino apenas tarareándolo dulce, hermosamente, pero con persistencia admirable, que la poesía es, sobre todo, un vehículo sublime de expresión del amor heterosexual. Todo ha sido en vano. La sospecha continúa hasta nuestros días con igual persistencia que los poemas que insisten en lo contrario. Como escribiera no hace tanto el poeta Gerardo Deniz: «… ya se sabe: si lees, puto; escribes, puto; / escuchas música, puto; / miras las nubes, putísimo». Cientos de miles de poemas han sido en vano. El mítico chisme subsiste. Reaparece aquí y allá. En Los detectives salvajes Roberto Bolaño hace eco del antiguo rumor y por boca de Ernesto San Epifanio, para quien la poesía es un género absolutamente homosexual, lo actualiza al contexto latinoamericano ensayando una delirante y precisa taxonomía que gustoso citaría completa, pero de la que me limitaré a copiar, dada su extensión, tan sólo sus lineamientos generales: Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. […] Maricas también son los Contemporáneos de México… —¡No —gritó Belano—, Gilberto Owen no! —De hecho —prosiguió imperturbable San Epifanio—, Muerte sin fin es, junto con la poesía de Paz, La Marsellesa de los nerviosísimos y sedentarios poetas mexicanos maricas […] Y ahora, algunas diferencias entre maricas y maricones. Los primeros piden hasta en sueños una verga de treinta centímetros que los abra y fecunde, pero a la hora de la verdad les cuesta Dios y ayuda encamarse con sus padrotes del alma. Los maricones, en cambio, pareciera que vivan permanentemente con una estaca removiéndoles las entrañas y cuando se miran

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en el espejo (acto que aman y odian con toda su alma) descubren en sus propios ojos hundidos la identidad del Chulo de la Muerte. El chulo, para maricones y maricas, es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio o de la otredad). Por lo demás, y con buena voluntad, nada impide que maricas y maricones sean buenos amigos, se plagien con finura, se critiquen o se alaben, se publiquen o se oculten mutuamente en el furibundo y moribundo país de las letras…

¡No, Salvador Novo no!, me dan ganas de gritar como lo hiciera Belano en defensa de Owen. Aunque coincido en general con la taxonomía esbozada por Bolaño, no puedo sino disentir, en lo que a Novo se refiere, cuando San Epifanio califica a los Contemporáneos de poetas maricas: concuerdo plenamente en el caso de José Gorostiza; lo acepto en el caso de Pellicer; lo concedo muy a regañadientes en el caso de Owen; me resisto en el caso de Villaurrutia; en el caso de Novo lo niego rotundamente. Porque si hay un poeta maricón, si hay un poeta con una estaca perenne removiéndole las entrañas, si hay uno con el verbo destrozándole el culo, si hay uno que escribe con el ano, ése es Novo. La poesía, arte de invertidos, se origina en el ano, y si bien son menos numerosos que los que insisten en negarlo, desde siempre ha habido también poetas que, más allá de maricas y maricones, han dejado pistas del secreto origen anal en sus poemas. Pero la poesía de Novo, en particular su poesía satírica, se inscribe en una tradición aún más radical: la que no sólo se origina en el ano y lo dice sino que además se escribe con el ano y se resiste a la sublimación. Poesía que en verdad es un ejercicio de resistencia anal. Poesía que Novo secreta por el ano, brutal y amenazante, y que no se sublima para llegar a la boca y si llega a la boca convierte a la boca en ano. En Terror anal la entonces Beatriz —y ahora Paul B.— Preciado afirma que El deseo homosexual de Guy Hocquenghem «es un manual de instrucciones para hacer funcionar un orificio anti-sistema instalado en todos y cada uno de los cuerpos: el 20


ano. Preciso, ofensivo, vital, es una máquina revolucionaria altamente manejable y pensada para su uso colectivo». Sospecho que a Preciado y Hocquenghem les gustarían los poemas de Novo, anales a más no poder: precisos, ofensivos, vitales. Poemas que no sólo tematizan su propia analidad sino que son producto de una resistencia anal ante el ejercicio de sublimación habitual en la poesía. Una operación física que es una operación del lenguaje y que por lo tanto acarrea también consecuencias sociales. Porque sabido es que el lenguaje modifica al cuerpo, lo norma, lo castra o lo libera. El cuerpo, el tuyo, el mío, es producto de una operación del lenguaje. O al menos sabido es por Beatriz o Paul B. Preciado cuando se cambia el nombre y también cuando aconseja mirar en el diccionario: Remítete primero al diccionario de la lengua española de la Real Academia. Ano: «Orificio que remata el tubo digestivo y por el cual se expele el excremento». Compara esta definición con la de otros órganos situados en un área próxima. Pene: «Órgano masculino del hombre y algunos animales que sirve para miccionar y copular». Vagina: «Conducto membranoso que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta la matriz». Vulva: «Partes que rodean y constituyen la parte externa de la vagina». Matriz: «Víscera hueca, de forma redoma, situada en el interior de la pelvis de la mujer y de las hembras de los mamíferos, donde se produce la hemorragia menstrual y se desarrolla el feto hasta el momento del parto». Primera conclusión provisional: Algunos órganos gozan de un estatuto biopolítico privilegiado. Sólo el pene aparece como un órgano sexual, siendo el ano y la vagina relegados a órganos excretores y gestadores respectivamente. Pero, ¿cómo definir entonces las prácticas de amor anal? Un pene que no copula, según esta definición, ¿puede seguir siendo considerado pene? Y un ano que copula, ¿debe considerarse pene, membrana o víscera hueca? Dejemos estas cuestiones en suspenso. Sospecha derivada: La Real Academia de la Lengua está en el ajo con el Régimen de Castración Anal.

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Así es que copular con el ano supone, antes que nada, una transgresión al idioma, a la lengua, al diccionario, a los pesados de la Real Academia, a la norma. Novo transgrede el diccionario con su cuerpo y hace de esa transgresión corporal una práctica escritural. Su ano es fecundo: concibe. Porque da el caso de que si alguien tiene ano, ése es Novo. Novo escribe con el ano porque su ano se ha liberado al mismo tiempo que su lenguaje. O más bien, porque su ano nunca fue castrado: su libertad poética se relaciona con la manera con la que se relaciona con su cuerpo. Y su cuerpo es una transgresión al diccionario. Al respecto Novo relata en La estatua de sal, sus divertidísimas y procaces memorias, una escena fundacional: Por cuanto al profesor que venía a mi casa, me hacía leer, y me contemplaba. Una tarde se decidió a acariciarme, y llevó su mano a mi bragueta. Con gran cautela me preguntó cómo se llamaba aquello. Yo le respondí que el ano; porque ése era el nombre que mi madre me había enseñado a darle al pene. Como no pareció conforme con aquella alteración de la nomenclatura anatómica, por la noche traté de certificarla con mi madre, y le referí la enseñanza del profesor. Es bastante posible que su discrepancia haya provocado su despido.

Quién sabe si por ignorancia o por conocimiento de causa o por un pudor tal que raya en su contrario, la madre de Novo ejecuta, al trastocar la «nomenclatura anatómica» en el cuerpo de su hijo, una operación del lenguaje que es también una operación corporal, una intervención del lenguaje en el cuerpo, que a un tiempo libera las palabras y libera el cuerpo. Cierto que podría leerse también como una castración que lo priva de pene y que haría las delicias de cualquier psicoanalista, pero en todo caso sería una castración que a la vez implica una liberación: libera el ano al liberar a las palabras de sus significados normativos. Transgrede al diccionario, es decir, la norma: si en lugar de pene Novo tiene ano, Novo es un anormal. Novo con22


tinuará ejerciendo esa libertad de situarse fuera de la norma a lo largo de su vida tanto en su cuerpo como en su lenguaje, en su poesía que, en su caso, es inseparable de su corporalidad. Novo es un ano público: un ano parlante. No, no se equivocaron quienes llamaron «Los Anales» a los poetas de Contemporáneos, al menos en el caso de ese poeta extraordinario y anormal que fue Salvador Novo, nacido en 1904 y muerto en 1973 en la Ciudad de México y que tenía el ano en donde otros suelen tener el pene y que tenía el pene, si es que tenía, el suyo o el de alguien más, donde se le daba la gana. Pregunta Beatriz o Paul B. Preciado: «¿Cómo saber si aún tienes ano? ¿Cómo escribir con el ano (en caso de que aún lo tengas)? ¿Qué podemos aprender del ano? ¿Cómo hacer la revolución anal?». Leed a Novo.

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